Parte de guerra enviado al Senado desde el campo de batalla.
Estimados Padres Conscriptos:
No cabe duda de que los dioses no quieren que Roma alcance el destino que para ella teníamos pensado. Una vez tras otra, somos zarandeados y los ejércitos que lanzamos contra nuestros enemigos se estrellan sin poder hacer otra cosa que perecer heróicamente.
Con lágrimas en los ojos, he de deciros que el desastre ha sido total. Fuimos sorprendidos en una emboscada pese a que los reconocimientos de los exploradores nos indicaban que no había de qué preocuparse.
Desgraciadamente, no era así, y los diablos macedonios cayeron como buitres sobre nuestros hombres justo cuando estábamos a punto de establecer nuestro campamento fortificado, cuando más fatigados estábamos todos.
Es un magro consuelo el haber salvado la mitad del ejército, viendo los cadáveres de buenos y valientes hombres que hemos dejado atrás, incluyendo al de mi Magister Equitum, por quien ya he hecho los sacrificios oportunos.
Ahora, sólo queda poner mi cargo, no, mi vida, a disposición de los Padres del Senado, y, si así lo decide, dado que mi honor así me obligaría, arrojarme sobre mi espada y dejar este mundo que se nos desmorona sobre nuestras cabezas.
Vale atque vale.