Autor Tema: La Invasión de Drakonia  (Leído 28437 veces)

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dehm

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La Invasión de Drakonia
« en: 23 de Mayo de 2006, 12:13:22 pm »
La Invasión de Drakonia
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Hacia dos eras que Drakonia, el antaño avanzado y rico reino de minotauros y gnomos, había sido desmembrada por sus eternos enemigos del sur, ahora encarcanos por engendros y otras blasfemas criaturas. Sin embargo el tiempo había permitido a los supervivientes establecerse en nuevos y prometedores enclaves que con el tiempo quien sabe si no alcanzarían la fama y riqueza perdidas.

Ahora bien, siempre hay individuos, que allí donde otros se derrumban y abandonan toda esperanza, perseveran y con grandes trabajos logran hazañas inimaginables para espíritus más débiles. Sigfrido y sus antecesores, descendientes directos de Eirck el Azote de la Oscuridad, poseían esta firmeza, por algunos definida como tozuded que había llevado a un exiguo grupo de familias a volver al norte del antaño territorio de Drakonia y aunque el mundo había cambiado mucho merced a la magia y los poderes arcanos desencadenados por el Demonio de la Tercera Era, se sabían en posesión de derechos sobre la corta extensión que habían podido identificar con el norte de la antigua Drakonia.

A lo largo de los años Sigfrido había logrado edificar una ciudad digna de tal nombre alrededor de la cual habían ido prosperando granjas y familias hasta lograr hacía algunos ciclos fundar una segunda ciudad. El aislamiento tradiccional de su pueblo se había roto al contactar con una civilización en rápido crecimiento, la Horda del il-Khan Marthim, que había logrado derrotar a varios ejércitos de engendros hasta hacerles retroceder hacia el este, relativamente lejos de su posición.

Por dichas acciones Sigfrido honraba a los humanos son su respeto si bien aún no con su amistad, porque es sabido que los minotauros, en este aspecto parecidos a los enanos, no suelen dar su amistad con rapidez, pero una vez entregada mantienen su palabra hasta más allá de la vida.

Sin embargo la prometedora simiente de Drakonia había visto como en pocos ciclos Klaskan cambiaba a su alrededor. Los nómadas habían sido atacados por varias naciones, engendros malditos, servidores y orcos, que habían logrado derrotar a los humanos, eso sí, tras heroícos y largos combates.

Los minotauros habían mantenido una neutralidad largamente cuestionada por algunos de los nobles menores, deseoos de aumentar en tierras y poder merced a una guerra, que Sigfrido sabía, también podía conducirles a su destrucción. Así, bien los orcos hubieran exiliado a los nómadas de Marthim, los minotauros cobraron consciencia del gran peligro que se cernía sobre ellos y la extraña alianza de los antaño enemigos orcos, servidores y engendros, ningunos de los cuales habían hecho otra cosa que cruzar sus armas durante los ciclos pasados.

Sigfrido no era minotauro que estuviera quieto cuando había asuntos de tal importancia cerniendose cual espada sobre su cabeza y ordenó numerosas obras de fortificación, reclutamientos varios y estudios de artilugios e inventos que antaño habían proporcionado al reino gran fortaleza.

Sin embargo los recursos no eran muchos, los hombres destinados a las construcciones o reclutados no podían atender los campos y finalmente la economía misma del reino sufrió en demasía llevando a la nación a un punto de estancamiento del cual era imposible salir sin descuidar las amenazadas defensas exteriores.

Sigfrido perseveraba y estaba en todos y cada uno de los posibles puntos de conflicto, solucionándolos aún antes de que estallaran. Y como siempre les ocurre a los tocados por los dioses su solución se presentó sola, guiada por el destino, y por las mejores intenciones. En pocos meses los almacenes revosaban productos, oro y todo aquello necesario para afrontar un ataque.

Aunque la ciudad de Nia, segunda del reino, fue dotada de murallas, todas las demás defensas y recursos se concentraron en Drako, las murallas fueron aumentadas en altura y grosos, jalonadas de torres y almenas, recorridas por un adarve que daba acceso a varios merlones preparados para inflingir a cualquier asaltante la pesadilla de la brea ardiente.

Y tal y como se esperaba ocurrió. Los exploradores detectaron fuerzas enemigas reuniéndose en las fronteras, los confidentes y espías confirmaron estas informaciones y pronto fue obvio el inicio de la guerra. El enemigo era prudente, preparaba sus fuerzas con tanta meticulosidad que muchos eran partidarios de parlamentar o sorprenderlos antes de que hubieran acabado por reunir sus huestes pero la decisión de Sigfrido pesó más que ninguna y finalmente se impuso.

La población de Nía fue refugiada en la más protegida capital, se recogieron cosechas y se mandaron mensajeros diciendo tanto a los odiados engendros como a los traicioneros servidores que si osaban atacar serían erradicados. Nada de eso sirvió. Nía fue atacada y conquistada al comienzo del 17º Ciclo de la Cuarta Era, y de poco sirvieron murallas y ballistas contra los héroes sobre monturas aladas.

Y aunque estaba previsto, no fue menos duro, ver de nuevo en manos de sus enemigos una ciudad, pero las fuerzas estaban preparadas, los héroes inspirados para hacer componer canciones a los bardos y Sigfrido convencido de sus posibilidades.

Tal era la fuerza de su decisión que antes de que las fuerzas enemigas cerraran un cerco de sangre y acero en torno a la ciudad despachó una gran hueste hacia el este al mando de un héroe capaz y aún desconocido por parte de los hombres bajo su mando. Los minotauros avanzaron a la carrera, dejando atrás colinas, praderas y bosques para encontrarse ante los muros de Amenos.

En su viaje habían visto apenas un centenar de tropas enemigas que huyeron nada más verlos menester a su gran fuerza y ferocidad, y seguramente confiados en que dicha hueste, a tal velocidad, agotaría pronto sus fuerzas y no serían más que otra presa cuando Drako fuera rendida.

Y he aquí que la ciudad de Amenos se enfrentaba al mismo destino que Drako, pero esta vez los defensores atacaban y los atacantes defendían, y pudo más el celo de los atacantes pues los defensores, acongojados por su número y decisión, sus armas de asedio y la torre de asedio que comenzaba a erigirse frente a sus muros abandonaron sus puestos y dirigidos por sus oficiales salieron en la oscuridad a través de poternas secretas y abandonando a la población que no se unió a ellos a su destino se dirigieron hacia el norte en busca de la seguridad de muros más altos.

Los minotauros, viendo al amanecer, varios los muros y silenciosa la ciudad, asaltaron éstos con celeridad pero sólo una cuarta parte de la población quedaba aún en la misma, al ser ciudad pequeña y larga la noche muchos habían podido escapar, pero aún así sus hachas pudieron teñirse de sangre mientras segaban todo ser con vida en Amenos, la Abandonada, aunque nada pudieron aprovechar de las armas de asedio de las murallas, destruidas por sus servidores antes de huir.

Pero mientras estos hechos se desarrollaban en el este, llevando la guerra a las tierras de los engendros, en el oeste Drako veía a sus asaltantes montar sus armas de asedio y despachar fuerzas en varias direcciones, el asalto comenzaría pronto y muchos sospechaban que no habría cuartel.


« Última modificación: 10 de Agosto de 2006, 05:45:46 pm por dehm »
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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #1 en: 23 de Mayo de 2006, 12:57:15 pm »
Que bonito... que bonito... no está mal pero queremos mas... queremos saber que le paso al bravo Sigfrido y al desconocido héroe...  :klaskan:

Reptis I de Varania

Karnak

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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #2 en: 23 de Mayo de 2006, 02:21:51 pm »
La Invasión de Drakonia
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Sin embargo la prometedora simiente de Drakonia había visto como en pocos ciclos Klaskan cambiaba a su alrededor. Los nómadas habían sido atacados por varias naciones, engendros malditos, servidores y orcos, que habían logrado derrotar a los humanos, eso sí, tras heroícos y largos combates.


   Una corrección.  A qué heróicos y largos combates se refiere Sigfredo?.  Toda la campaña conocida como las Guerras Nómadas consistió en una persecusión implacable sobre el nómada para que a la hora de la verdad se me rindiera.  Tampoco se le puede dar el apelativo de heróico el combate contra los Servidores, hace tiempo que se ha demostrado que no son una raza especialmente preparada para la guerra.

   Para cuando la segunda parte?.

   Saludos
   Karnak Gran Señor de la Horda.
Muchas mentiras contadas unas pocas veces se convierte en conspiraci?n.? Una mentira contada muchas veces se convierte en realidad.

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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #3 en: 24 de Mayo de 2006, 08:47:20 pm »

  Se sabe ya si a estas alturas Rocco Sigfrido le ha clavao el cuerno al Servidor?.  Es que llevo un par de días oyendo desde mis tierras unos aullidos y unos gemidos un tanto extraños. 

   Saludos
   Karnak. Gran Señor de la Horda.
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dehm

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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #4 en: 24 de Mayo de 2006, 11:02:59 pm »
Una de las hojas cuelga de los goznes mientras otra yace destrozada en el suelo. Encima de ella se amontonan los cadáveres, con las primeras moscas en las heridas, mientras que debajo mismo del portón la masa de cuerpos es tan elevada que no se ve la parte exterior de la muralla. Pero Reigard sabe que hay fuera. Durante horas sus arqueros y las armas de asedio han provocado en los asaltantes bajas mareantes, pero esos seres sin seso, esas bestías sedientas de sangre, no han titubeado, han seguido avanzando hasta alcanzar las puertas.

Aún recuerda la arenga de Ragnar a los minotauros mientras las puertas eran golpeadas por los arietes y la lucha sobre las murallas se generalizaba, su valor, su ánimo. Ahora Ragnar yace contra el árbol sagrado que se eleva ante las puertas de todas las ciudades del reino, el árbol bajo cuya sombra se acogen a la hospitalidad de la ciudad tanto amigos como enemigos, donde se parlamenta con los mensajeros. Ragnar tiene al menos siete flechas clavadas en su cuerpo. Aunque su muerte no fue rápida sus enemigos respetaron su cadaver y no comieron del mismo, suerte que han corrido muchos otros.

A sus espaldas aún escucha algunos gritos, de los pocos que aún resisten tras puertas y paredes al saqueo generalizado. Por la calle que sube  a la plaza central baja un riachuelo de sangre que desemboca en las murallas provocando pequeños lagos con sabor metálico.

Uno de los brazos de Reigard cuelga inerte, casi arrancado de cuajo por el tajo de una espada mientras el otro, que sostenía el escudo, ahora sólo soporta unas tiras de cuero de las sobresalen unas astillas de roble. Su armadura está abollada y su cimitarra mellada. Tiene la verguenza de haber sobrevivido, por ahora, pero ya ha visto a varios grupos de enemigos pasar cerca suyo, sin acercarse aún, no son estúpidos, la herida del estómago lo matará lentamente, y el número de cadáveres a su alrededor es señal obvia de lo que sucede a quienes se acercan a él.

Los minutos transcurren en lenta agonía mientras el silencio cubre paulatinamente esa parte de la ciudad. Delante de él la poterna de una de las torres de las puertas se abre lentamente. Por el quicio de la misma asoman unos ojos asustados, después una lanza y finalmente un joven voluntario, superviviente allí donde otros más aptos han caído, sale a la plaza, mira hacia la puerta o más bien lo que queda de ellas, y después a la calle que se pierde en fuerte pendiente hacia las entrañas de una ciudad herida de muerte.

Reigard lo observa con silencio. Sus ojos bajo el yelmo no se apartan de él. El joven titubea. La armadura que protege su formidable cuerpo tintinea al moverse ahora hacia la ciudad, ahora hacia las puertas, ahora hacia la muerte, ahora hacia la salvación. Su duda es resuelta rápidamente. Dos engendros aparecen de un callejón llevando en las manos lo que parece ser una joven minotaura, que guarda silencio, seguramente resuelta a morir sin dar ninguna satisfación a sus captores. Los engendros observan a su presa. Realmente son criaturas temibles, uno lleva terribles cuchillas, casi de carnicero, mientras el otro sostiene una guadaña en uno de sus brazos.

Sueltan a su presa y se avalanzan sobre el miliciano. La guadaña corta en dos la lanza mientras su compañero avanza con las cuchillas, por un momento el pánico parece dominar al jóven y Reigard, sin fuerzas para lo que no sea observar, ve como cada uno de sus enemigos gana uno de sus costados. Repentinamente el joven avanza rápidamente sobre el engendro que armado con los cuchillos le lanza varios tajos, a pesar de que varios le alcanzan la malla y su fortaleza proporcionan al joven la oportunidad que esperaba y arrebatando al engendro una de las cuchillas la hunde en su cuerpo con tal fuerza que el extremo de la misma aparece en su espalda.

La  guadaña vuela hacia su cabeza cuando una vara de madera la para a pocos centímetros del cuello del joven. La prisionera aguanta con tesón los esfuerzos del engendro por liberar su arma, dando tiempo al joven a dar muerte a su enemigo que aulla de rabia sin dejar de arañar y forcejear a pesar de sus heridas.

A lo lejos se oyen varias carreras, chapoteos y maldiciones. Ambos jóvenes se miran, cogen armas del suelo y se preparan para morir. Pero Reigard, con las fuerzas que aún retiene antes de su muerte se incorpora, los jóvenes casi dejan caer sus armas de pavor al ver un cadaver erguirse cubierto de sangre y restos.

- Huid insesatos! - ruge Reigard

Cuando el primer enemigo alcanza las puertas no puede creer lo que vé. Un enorme minotauro cubierto de sangre de tal modo que su armadura parece roja está de pié entre las puertas, detrás suyos unas sombras corren, galopan hacia el llano, sin esperar a sus compañeros ataca. Su espada es desviada, pero su segunda arma no, y la hunde profundamente, casi hasta la empuñadura, en el vientre de su enemigo, donde la  cota de mallas está rota, pero el minotauro no cae sino que con su brazo armado hunde su espada en el pecho del servidor.

Media docena de servidores hace hazto de presencia ante las puertas. Entre ellos se adelanta un gigante, un ser que se eleva aún más alto que Reigar, con brazos gruesos como árboles y un tronco formidable, su hacha iende el aire decapitando al héroe. Suarsenaje mira el cadaver caído y a las figuras que corren por el llano.

- Matadlos. Traedme sus cabezas. No quiero prisioneros.

Dos docenas de soldados atraviesan la montaña de cadáveres lanzándose en persecución de los jóvenes mientras el sol comienza a hundirse en el horizonte.

Otras llamas iluminan la noche mientras los incendios se propagan por toda la ciudad.
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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #5 en: 24 de Mayo de 2006, 11:06:10 pm »
Gunther despierta de la pesadilla con un regusto a bilis en su paladar. A su alrededor cuadrillas de sus hombres amontonan los cadáveres de los engendros muertos en Amenos mientras los queman y otros derriban muros, columnas y toda suerte de construcciones. Los golpes y el estruendo de los edificios al caer impedirían dormir a cualquier otro pero el héroe ha recorrido medio Klaskan durante el último ciclo y aún no sabe nada de la suerte de los suyos.

Sin embargo intenta ver más allá del horizonte... recordando la terrible pesadilla que acaba de sufrir. Y él, eleva una plegaría a los dioses por la suerte de la ciudad y sus amigos.
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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #6 en: 25 de Mayo de 2006, 12:10:01 am »
El día amanece sin brumas. La atmosfera está tan limpia que se observa el horizonte hasta donde alcanza la vista, y bajo ese horizonte, tiendas, fuegos, tropas, pertrechos y tres enormes torres de asedio. En montones confusos los atacantes trabajan con prisa montando armas de asedio que de inmediato comienzan a adelantarse para poder hacer fuego.

Lanzapiedras, catapultas y ballistas se cuentan por decenas pero es mucho más significativo el gran número de tropas de a pié enemigas, aunque para sorpresa de los defensores al parecer varios héroes enemigos han decidido no presentarse en la batalla de momento, si bien tus magos ya han advertido a Sigfrido y Ragnar de los poderes arcanos que parecen poseer los atacantes pues ha sido una noche de ensalmos y rituales.

Ya unas horas antes de amanecer se han despachado varias partidas para expulsar a los hostigadores enemigos que durante la noche se habían colocado en zonas situadas demasiado cerca de los muros para el gusto del comandante. Sin embargo la noche ha sido productiva, los meses de preparación han dado sus frutos, las murallas rebosan de ballistas, que hasta una treintena se han construido y preparado para este momento.

En lo alto de los muros numeroso arqueros brillan bajo el sol del amanecer mientras algunos chiquillos corren con endemoniada habilidad por el adarve repartiendo hazes de flechas y dardos. En el suelo, a cubierto, detrás de las murallas, numerosos defensores se preparan para lo que pueda venir por parte de los atacantes.

Al amanecer los cuernos, las tropas y los gritos hacen formar al ejército de Engendros y Servidores en tres líneas más o menos homogéneas mientras que los defensores dejan grupos de hombres dispuestos para proteger los muros ante cualquier posible brecha, algo difícil de creer en unas murallas cuya anchura es tres veces superior a la normal.

Finalmente las tropas parecen temblar y comienzan a moverse con lentitud hacía los muros, grupos de ellas arrastrando las armas de asedio y otras empuñando arcos... mientras los defensores se preparan para hacer pagar caro a los asaltantes su osadía.
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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #7 en: 25 de Mayo de 2006, 12:45:41 am »
El combate parece realizarse a cámara lenta, los arcos se tensan, los tendones y contrapesos de las armas de asedio comienzan a llenar el aire con sus chillidos y los hombres sujetan con fuerza el escudo, y entonces, repentinamente, el aire se electriza, a ciertos de contendientes les recorre un escalofrio y sólo los magos observan, viendo lo que otros ignoran, los remolinos y movimientos de los vientos arcanos mientras las energías son desencadenadas.

Ante los ojos de unos sorprendidos defensores Oz, el conocido mago de los servidores, se materializa ligeramente adelantado de sus líneas, donde antes sólo había aire ahora aparece el mago, y a su alrededor el aire parece calentarse y expandirse con violencia. Durante segundos parece que nada ha sucedido. Entonces se escuchan los gritos de terror.

En la muralla medio centenar de arqueros minotauros caen entre alaridos de dolor mientras se retuercen, algunos caen al suelo, muchos metros por el suelo, y otros son sostenidos por aterrados compañeros que observan atónicos como del poderoso tronco de los caídos surge un brazo, nacido de la magia, en medio de terribles dolores, que dejan postrados a la mayoría, aunque otros parecen enloquecer.

Ignorando todo eso Edmun observa a su adversario y se permite una sonrisa. Una poderosa muestra de poder. Pero él también es un mago. Un mago con menos facultades, pero las necesarias. Sus manos comienzan a tejer las runas que bailan a su alrededor brillantes hasta desvanecerse... aunque ahora todos saben que el viento que parece surgir del mago hacia las filas enemigas ha nacido de Edmun, quien domina los aires.

Tras estas muestras de poder ambos ejércitos rompen la tensión cruzándose los disparos de sus armas de asedio y arcos.

Los proyectiles lanzados cruzan el espacio entre las murallas y sus posiciones de disparo con gran velocidad, pero no tanta como para algunos no vean la muerte alcanzándoles en instantes. La línea frontal de la muralla es barrida por los proyectiles aunque muchas de las rocas y los pesados virotes rebotan o estallan contra muros, torres y almenas.

Cuando los supervivientes de la muralla levantan la vista observan como media docena de agrupaciones de ballistas son astillas y masas informes de carne bajo los cascotes. Pero la respuesta de los minotauros es rápida. La veintena de grupos supervivientes de la primera descarga disparan a la señal de Sigfrido.

En el llano frente a las imponentes murallas los proyectiles caen segando máquinas y sirvientes, siete grupos de ballistas son destruidos entre los gritos de celebración de los vociferantes minotauros que no dudan en devolver las burlas de los engendros. Pero eso no es todo pues aunque los engendros no pueden disparar el viento creado por el mago sí se lo permite a los arqueros minotauros que lanzan una descarga de flechas sobre los atacantes, concentrando su fuego en las armas de asedio.

El cielo se oscurece por la muerte que acude rauda hacia los asaltantes. Aunque muchos proyectiles yerran su blanco otros tantos aciertan cayendo servidores y engendros que manejan las armas de asedio y hasta unas catapultas quedan inservibles. Pero eso no es todo porque desde detrás de las murallas surge otra nube de flechas que siega nuevas vidas...

Guatipi, el general en jefe de los engendros, il-Khan de las fuerzas combinadas, observa como la mitad de sus armas de asedio yacen inservibles sobre el campo de batalla mientras sus enemigos sólo han perdido menos de cuarta parte de sus armas de asedio y ordena avanzar a los arqueros... sus infantes toman los arcos e incluso los servidores, en la tercera línea se dan cuenta de que si no despejan las murallas de arqueros minotauros poco podrán hacer.

Guatipi sonrie mientras observa una flecha, metálica por completo, que se ha clavado en el suelo delante suyo, y su sonrisa se transforma en escalofriantes carcajadas cuando los arqueros, enloquecidos por el dolor, se lanzan sobre sus propios compañeros dándoles muerte con  dagas y manos.
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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #8 en: 25 de Mayo de 2006, 01:06:59 am »
Ragnar observa los gritos y órdenes de Sigfrido y asiente con aprobación pero es obvio que el enemigo está decidido. Sabe que casi todos los engendros han tomado los arcos y han avanzado para ponerse a alcance de flecha, el viento ha cesado, y sus fuerzas, aunque con menos bajas, no son tan poderosas como las enemigas para el duelo artillero aunque la maniobra de Edmun les ha proporcionado una buena baza para diezmar al enemigo.

Mientras los engendros avanzan algunos de los hombres bajo su mando comienzan a moverse hacia las almenas. A una orden suya se detienen y vuelven a la  formación. Cada hombre tiene su misión, y esos hombres deben proteger la ciudad, no ser un blanco para las flechas enemigas.

La serpiente alada de Sigfrido lanza desafios desde el interior del edificio donde se la ha resguardado, muy cerca del héroe, pero al menos de momento la batalla se desarrolla sobre la tierra, no en el aire.

Las armas de asedio no tardan en lanzar otra vez su carga y los gemidos de los heridos son tapados por los gritos y los crujidos. En esta ocasión varias almenas son deshechas por los proyectiles pero salvo la zona barrida por los proyectiles, al oeste de la puerta, donde una veintena de arqueros son muertos o heridos, el resto de unidades no sufre daño alguno.

Un hurra por las murallas - piensa Ragnar mientras ordena abrir fuego.

Pero para horror de muchos el rápido movimiento de los engendros y servidores en su avance parece haber inutilizado el sistema de marcas y en los minutos entre disparo y disparo la falta de coordinazación logra que únicamente cuatro de una veintena de andanadas de en en blanco, y sólo dos grupos de engendros armados con arcos, y por tanto sin escudos, caigan bajo los virotes.

Los arcos se tensan como nunca antes lo han hecho sobre Klaskan y el número de proyectiles que sale de los mismos, incluídos los servidores con sus extraños arcos que les permiten hacer dos disparos, es tal que parece que cada minotauro tenga destinada su flecha particular.

Las toscas pero efectivas flechas de los engendros eliminan a cerca de veinte maquinas de asedio (4 grupos de ballistas) y una unidad de arqueros minotauros. Los servidores apenas son conscientes de que aún no están a su distancia efectiva de disparo y siembran el pié de las murallas de proyectiles sin mayores efectos. La respuesta de los minotauros logra que una cuarentena de engendros caigan atravesados por las flechas.

En las almenas uno de los grupos de arqueros parece haberse recuperado del hechizo, aunque sigue poseiendo otro brazo adiccional, pero los enloquecidos que habían dado muerte a sus compañeros lo intentan ahora con otros pero salvo algunos cortes no sucede nada más, a pesar de lo cual Ragnar en persona acude a la muralla, su arma pronto se baña en la sangre de sus congéneres librando a los defensores de dicha distracción.
« Última modificación: 25 de Mayo de 2006, 01:10:34 am por dehm »
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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #9 en: 25 de Mayo de 2006, 01:29:58 am »
Reigard observa como Aomar, su fiel amigo de la infancia agoniza con la flecha clavada en su cuello. No puede permitirse el lujo de la debilidad, tiempo habrá de dar el pésame a su familia si sobrevive a la batalla. Por la rendija puede observar como el enemigo ha avanzado hasta corta distancia mientras el pesado traqueteo de las torres de asedio van dejando un camino embarrado detrás suyo. ¿Cómo pensarán atravesar el foso? - se pregunta admirado de la bravura de los atacantes.

Las murallas apenas han sido golpeadas, las puertas tampoco, un asalto directo con escalas está condenado a la matanza pues a lo largo de todo el adarve piedras, brea y merlones están preparados para expulsar a cualquier enemigo de debajo de las murallas. Sin embargo no tiene tiempo para más reflexiones cuando un tejado cercano se hunde bajo el impacto de un enorme proyectil, los lanzapiedras no son muy efectivos pero terriblemente vistosos. El tejado apenas ha alcanzado el suelo de la calle cuando ese primer proyectil es acompañado por muchos otros.

Queriendo quitarle la razón un enorme pedrusco cae sobre unas ballistas convirtiéndolas en un amasivo inservible mientras otros proyectiles logran el mismo efecto en un grupo cercano. La respuesta en esta ocasión es increiblemente contundente, los proyectiles destrozan dos grupos de catapultas, unos de ballistas y a medio centenar de arqueros engendros.

Pero nada de eso parece perturbar a los atacantes y mientras de las torres de asedio sale la primera andanada de proyectiles sus compañeros a rás de tierra también hacen uso de sus armas. Las armas de asedio son su objetivo y por los dioses que logran paliar en parte su menor puntería con la cantidad de proyectiles bajo los cuales caen varias.

Sigfrido ha ordenado también disparar sobre las máquinas enemigas pues si ellas caen duda mucho que los engendros y los servidores sean capaces de escalar los muros que el foso refuerza. La puntería no es mala y el número de máquinas de los asaltantes se reduce paulatinamente siendo ahora media docena, y los sorprendidos engendros, que se creían a salvo de los disparos enemigos avanzan con rapidez (Nota: han cedido la iniciativa este turno al defensor)
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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #10 en: 25 de Mayo de 2006, 01:42:48 am »
Los defensores esperan mientras el enemigo toma decisiones y sorprendidos observan como aún avanzan más. Muchos se paran al pié mismo del foso empuñando sus arcos, frente a las puertas otros muchos cogen sus espadas, sin duda preparados para una salida que según Ragnar y Sigfrido han acordado no tendrá lugar, sería una sangría y la posibilidad del enemigo para entrar en la ciudad.

Los muros y el foso proporcionan el tiempo más que suficiente para que cualquiera logre subir a las murallas antes de que nadie logre asaltarlas y por otro lado no hay señal alguna de unidades voladoras enemigas. Pero los enemigos avanzan, sus inútiles, salvo como defensa  para las unidades en su interior, torres de asedio también lo hacen y con ellos avanzan magos y héroes, pero todos ellos pueden ser aplastados por la roca o ahogados en la ardiente brea.

Los engendros, pese a las bajas no desisten en su avance, los servidores, aún frescos, y avanzando más retrasados tampoco tienen ningún problema de moral y todo pese a que delante suyo se alzan murallas de una altura suficiente para dejar pequeñas a la inmensa mayoría de las ciudades amuralladas de Klaskan.

Dentro de la ciudad unidades de combate cuerpo a cuerpo que aún no han entrado en combate esperan poder rechazar cualquier asalto y en los muros aún quedan numerosas armas de asedio, más del doble de las que poseen los atacantes, y varios grupos de arqueros para hostigar al enemigo.

El sol brilla ya sobre sus cabezas con todo su poder mientras Sigfrido y Guatipi estudían sus fuerzas... y mueven sus peones.

Continuará...

Nota: ahora ambos generales tiene posibilidad de mandar nuevas órdenes si así lo desean.
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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #11 en: 25 de Mayo de 2006, 06:40:07 am »
Resistirá Sigfrido el empuje de las fuerzas engendras y servidoras?  :KingIkthusiussCastle: no se pierdan el siguiente capitulo de.... La invasión de Drakonia

Reptis I de Varania

dehm

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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #12 en: 26 de Mayo de 2006, 10:39:35 am »
Guy había crecido en el barrio alto de la ciudad. Su padre, un pequeño noble dedicado más al comercio que a la guerra, le había proporcionado los conocimientos y los medios para, lejos de espadas y aceros, poder hacerse cargo de la familia y prosperar. Su casa era relativamente nueva, pocas líneas de sangre habían perdurado durante la Cuarta Era como para reclamar derechos y honores.

Ahora sostenía con firmeza una lanza mientras en su cinturón se mecía una espada, relativamente corta para su tamaño, pero que sin entrenamiento intensivo, manejaba mucho mejor que los espadones que gustaban tanto a su hermano Olaf. Olaf siempre había adorado el arte de la guerra y al ser el segundo en la línea de descendencia había guiado sus pasos hacia el ejército, donde siempre encontraría posibilidades de riqueza y posición.

Rápidamente, gracias en ocasiones a favores y en otras a sus propias habilidades, Olaf había ido ascendiendo hasta ser uno de los capitanes de Sigfrido. Hacía unas semanas se había presentado en casa y con presteza, y algo de rudeza, se había llevado al poco curtido primogénito a la plaza central mientras le contaba las nuevas de la guerra que pronto alcanzaría la ciudad.Tras ese día y durante cinco semanas había acudido periódicamente y merced a su insistencia Guy había comenzando a repasar sus lecciones de la infancia con las armas.

Armado con una lanza se sentía un poco más seguro pero eran los muros que le rodeaban y la sólida poterna que tenía a sus espaldas lo que realmente le ofrecía garantías. Fuera Olaf se hallaba bajo el mando directo de Sigfrido, él, dentro de la torre de la puerta, únicamente tenía que sobrevivir y rezar porque no hubiera un asalto, porque no había duda, con las murallas que poseía la ciudad la única posibilidad real de abrir una brecha eran las puertas.

La rendija que se abría a sus ojos le permitía ver lateralmente el arco de piedra donde el rastrillo, el puente levadizo, levantado, y las puertas, impedían cualquier ataque desde el exterior. Apoyada en la pared tenía una ballesta, si el enemigo golpeaba las puertas, él les dispararía desde su posición, al igual que otros dispuestos como él, mientras que desde la parte superior dejarían caer la brea y si era necesario los grandes bloques de piedra. La saetera era su única ventana a lo que pasaba en el exterior.

A pesar de que tras su saetera estaba completamente a salvo Guy no dejaba nunca de atisbar al menor resquicio de riesgo. No era un cobarde. Tenía obligaciones. Y cuando la guerra acabara las retomaría.

Unos minutos antes había oído los gritos de alarma y había visto las tropas enemigas avanzar, algunos casi hasta el foso, empuñando arcos cortos de madera negra mientras muchos otros iban avanzando de modo realmente preocupante hacia las puertas. A lo lejos se veía un ariete pero por el momento los atacantes no podían atacar más que con hachones y sus propias armas.

Ni siquiera las torres de asedio podían hacer más, y menos con el foso en perfecto estado, y por ahora Guy se sentía seguro. En esos momentos recordaba lo insesato de sentirse así. En su juventud, hacia casi media década, ahora era un adulto, por supuesto, se había enfrentado a Sigfrido. Aún lo recordaba.

En la gran taberna del barrio de los tintoreros Sigfrido se había burlado de su indecisión al sacar a bailar a las hembras. Guy estaba orgulloso de su meticulosidad, de ponderar todo y cada uno de los puntos de vista, pero entonces se había enfadado, alguien cuestionaba su virilidad, algo inaudito, y la sangre le había obligado a responder - Tú estarás acostumbrado a tu ganado, pero yo elijo a mis compañeras. En el mismo momento que la frase salía de su boca, se había arrepentido. Todo el mundo sabía que Sigfrido era de orígenes humildes, su padre había sido elevado al rango de noble al proporcionar alimento a la población, y a sus nobles dirigientes, durante la hambruna de principios de era.

Un minotauro puede consentir algunas cosas pero cuestionar su línea de sangre, su virilidad o llamarle ganadero, o lo que es peor, insinuar que se desahoga con sus reses, eran tres cuestiones que nadie mencionaba a menos que tuviera el hacha bien afilada y ánimo para empuñarla. En esa ocasión su hermano le había salvado, Olaf era alto, grande, había parado sin dificultad a un ligeramente borracho Sigfrido y, cosa curiosa, se habían hecho amigos. Ahora luchaba a su lado.

La lanza temblaba ligeramente en su mano mientras Guy estudiaba con detalle a los engendros más cercanos o al menos lo que podía atisbar de ellos con su estrecho margen de visión.
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dehm

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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #13 en: 26 de Mayo de 2006, 11:14:34 am »
Los engendros eran una raza nacida de la magia. Eso todos los minotauros lo sabían bien. Creados para matar, o morir, poseían las cualidades necesarías para ello. Pese a que algunos no eran grandes, otros superaban en tamaño a un minotauro, todos ellos poseían una fuerza demoniaca, múltiples brazos acabados en garras y la mayoría podía empuñar con cierta habilidad algunas armas.

Los más inteligentes de ellos, de alguna forma humanoides, poseían una inteligencia y astucia especialmente orientada a la guerra y la batalla. No en vano habían sobrevivido a su creador. El Gran Demonio de la Tercera Era.

Ahora, bajo las murallas, no parecían tan temibles, pero aún así si se alcanzaba el cuerpo a cuerpo, otro gallo cantaría. Había oído las historias de su abuelo, y también de su hermano, aunque en la rasposa voz del anciano siempre cobraban más sustancia, que muchos, enfrentados a dichas criaturas, arrojaban las armas y huían. Guy no lo haría. Estaba destinado a la Torre de la Puerta, y la defendería.

Fuera, mientras, se intercambiaban varios disparos de arqueros y armas de asedio, que, Guy observaba, tenían en esta ocasión como blanco a los Servidores, los compañeros de batalla de los engendros, quizás ligeramente menos dichos en el arte de la guerra. Y además.. con mayor amor a la vida que los engendros.

La historia de los Servidores era aún más curiosa que la de los engendros. Todo el mundo sabía que habían sido creados durante el final de la Segunda Era por un poderoso archimago y que a la muerte del mismo se habían gobernado y crecido. Durante la Tercera Era combatieron a orcos, humanos, engendros y casi a la totalidad de las criaturas que no entendían que algo nacido de la magia pudiera ser natural o tener derecho a sobrevivir.

Y ahora luchaban contra los minotauros. Les atacaban. Aunque sabían los dioses que, si en su mano estaba, Sigfrido les haría pagar cada muerte, y algunos rumores indicaban que las plegarías de niños y ancianos habían sido escuchadas.

Guy no tenía experiencia en el arte de la guerra pero había nacido en una época en que todo y cada uno de los miembros de su raza debían aprender y oir las tradiciones orales, y algunas escritas, donde se relataban importantes hechos de armas. Y algo no le cuadraba, desde la parte inferior de la torre, donde podía observar al enemigo, era evidente que los engendros situados ante las puertas parecían tratar de parar cualquier salida, pero desde su perspectiva casi podía oler su impaciencia. Ni su postura ni sus ojos estaban en sus enemigos, todos miraban las puertas y sujetaban sus espadas, en una profundidad de línea que hacía cualquier salida casi irrealizable si no era con grandes medios y aún así no había ni arietes ni sus armas de asedio disparaban contra los muros o la misma puerta.

A su lado, sujetas a la pared por varios arneses de seguridad, las cadenas que sujetaban el puente levadizo eran anchas como brazos. En la otra torre se hallaban las que elevaban el rastrillo, y las puertas contaban además con varios refuerzos y travesaños de madera y metal que sólo se ponían cuando había peligro. Todo estaba separado, aunque en torno a la puerta, para impedir traiciones o golpes de mano por parte de pequeños grupos de enemigos.

De hecho detrás de las puertas había un espacio vacio y todo el que pensara en penetrar en él podía darse por asaetado a menos que así se le hubiera indicado. En el interior de la torre, en la parte inferior, debajo de las pesadas trampillas y la robusta poterna sólo él vigilaba las cadenas, aunque su misión era usar la ballistas en caso de que algún enemigo tratara de derribar las puertas. Su mano volvió a posarse en la puerta mientras pensaba si no sería más necesario en otro lugar.

Un enorme proyectil de una catapulta cayó en el foso, justo delante de la puerta, trás haber golpeado, sin efectos, la muralla. El surtidor de agua que provocó penetró ligeramente por su saetera y Guy se acercó a observar de nuevo al enemigo, justo a tiempo, porque la poterna saltó en astillas nada más apartarse de la misma.

La fuerza de la explosión provocó que varias de ellas le golpearan el yelmo y eso debió enturbiarle la vista pues por la puerta no penetró engendro alguno sino unas terribles fauces que rápidamente desaparecieron para ser sustituidas por una figura de un engendro cubierto de una grotesca armadura. En sus garras llevaba un enorme hacha además de varias otras armas de formas extrañas.

Todo fue rápido. Guy colocá la lanza en ristre y trató de aplicar la primera leción que le habían explicado en su vida sobre el manejo de un arma: clavar la parte puntiaguda en su enemigo. Y lo logró. O casi. Pero eso no pareció afectar en nada al ser que dándole un golpe en el pecho lo arrojó contra la pequeña mesa donde normalmente el guarda de la torre pasaba sus noches en vela. El minotauro de derrumbó sobre ella inconsciente mientras la terrible criatura balanceando su arma lanzaba un golpe contra las cadenas. Los eslabores eran del más duro metal y resistieron el primer embate. Así que Marduz no lo dudó, su siguiente golpe fue contra el juego de poleas que permitía elevar y bajar el puente. La cadena chirrió y finalmente perdió todo agarre mientras el puente levadizo caía sobre el otro lado del foso con un gran golpe.

Los engendros se lanzaron a la carrera auyando mientras las puertas eran abiertas por otro héroe. De inmediato, mientras los primeros engendros cruzaban bajo las puertas, los minotauros cargaron contra los dos héroes y el dragón que, roto su hechizo de invisibilidad, que tantos esfuerzos y maná había costado a los magos servidores, presentaron batalla rugiendo con espantosa fiereza.
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Karnak

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Re: La Invasión de Drakonia
« Respuesta #14 en: 26 de Mayo de 2006, 02:25:34 pm »


  Y ya esta?...yo quiero saber como continúa.   Que no aguanto la tensión.

  Saludos
  Karnak.  Gran Señor de la Horda.
Muchas mentiras contadas unas pocas veces se convierte en conspiraci?n.? Una mentira contada muchas veces se convierte en realidad.