La Invasión de Drakonia
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Hacia dos eras que Drakonia, el antaño avanzado y rico reino de minotauros y gnomos, había sido desmembrada por sus eternos enemigos del sur, ahora encarcanos por engendros y otras blasfemas criaturas. Sin embargo el tiempo había permitido a los supervivientes establecerse en nuevos y prometedores enclaves que con el tiempo quien sabe si no alcanzarían la fama y riqueza perdidas.
Ahora bien, siempre hay individuos, que allí donde otros se derrumban y abandonan toda esperanza, perseveran y con grandes trabajos logran hazañas inimaginables para espíritus más débiles. Sigfrido y sus antecesores, descendientes directos de Eirck el Azote de la Oscuridad, poseían esta firmeza, por algunos definida como tozuded que había llevado a un exiguo grupo de familias a volver al norte del antaño territorio de Drakonia y aunque el mundo había cambiado mucho merced a la magia y los poderes arcanos desencadenados por el Demonio de la Tercera Era, se sabían en posesión de derechos sobre la corta extensión que habían podido identificar con el norte de la antigua Drakonia.
A lo largo de los años Sigfrido había logrado edificar una ciudad digna de tal nombre alrededor de la cual habían ido prosperando granjas y familias hasta lograr hacía algunos ciclos fundar una segunda ciudad. El aislamiento tradiccional de su pueblo se había roto al contactar con una civilización en rápido crecimiento, la Horda del il-Khan Marthim, que había logrado derrotar a varios ejércitos de engendros hasta hacerles retroceder hacia el este, relativamente lejos de su posición.
Por dichas acciones Sigfrido honraba a los humanos son su respeto si bien aún no con su amistad, porque es sabido que los minotauros, en este aspecto parecidos a los enanos, no suelen dar su amistad con rapidez, pero una vez entregada mantienen su palabra hasta más allá de la vida.
Sin embargo la prometedora simiente de Drakonia había visto como en pocos ciclos Klaskan cambiaba a su alrededor. Los nómadas habían sido atacados por varias naciones, engendros malditos, servidores y orcos, que habían logrado derrotar a los humanos, eso sí, tras heroícos y largos combates.
Los minotauros habían mantenido una neutralidad largamente cuestionada por algunos de los nobles menores, deseoos de aumentar en tierras y poder merced a una guerra, que Sigfrido sabía, también podía conducirles a su destrucción. Así, bien los orcos hubieran exiliado a los nómadas de Marthim, los minotauros cobraron consciencia del gran peligro que se cernía sobre ellos y la extraña alianza de los antaño enemigos orcos, servidores y engendros, ningunos de los cuales habían hecho otra cosa que cruzar sus armas durante los ciclos pasados.
Sigfrido no era minotauro que estuviera quieto cuando había asuntos de tal importancia cerniendose cual espada sobre su cabeza y ordenó numerosas obras de fortificación, reclutamientos varios y estudios de artilugios e inventos que antaño habían proporcionado al reino gran fortaleza.
Sin embargo los recursos no eran muchos, los hombres destinados a las construcciones o reclutados no podían atender los campos y finalmente la economía misma del reino sufrió en demasía llevando a la nación a un punto de estancamiento del cual era imposible salir sin descuidar las amenazadas defensas exteriores.
Sigfrido perseveraba y estaba en todos y cada uno de los posibles puntos de conflicto, solucionándolos aún antes de que estallaran. Y como siempre les ocurre a los tocados por los dioses su solución se presentó sola, guiada por el destino, y por las mejores intenciones. En pocos meses los almacenes revosaban productos, oro y todo aquello necesario para afrontar un ataque.
Aunque la ciudad de Nia, segunda del reino, fue dotada de murallas, todas las demás defensas y recursos se concentraron en Drako, las murallas fueron aumentadas en altura y grosos, jalonadas de torres y almenas, recorridas por un adarve que daba acceso a varios merlones preparados para inflingir a cualquier asaltante la pesadilla de la brea ardiente.
Y tal y como se esperaba ocurrió. Los exploradores detectaron fuerzas enemigas reuniéndose en las fronteras, los confidentes y espías confirmaron estas informaciones y pronto fue obvio el inicio de la guerra. El enemigo era prudente, preparaba sus fuerzas con tanta meticulosidad que muchos eran partidarios de parlamentar o sorprenderlos antes de que hubieran acabado por reunir sus huestes pero la decisión de Sigfrido pesó más que ninguna y finalmente se impuso.
La población de Nía fue refugiada en la más protegida capital, se recogieron cosechas y se mandaron mensajeros diciendo tanto a los odiados engendros como a los traicioneros servidores que si osaban atacar serían erradicados. Nada de eso sirvió. Nía fue atacada y conquistada al comienzo del 17º Ciclo de la Cuarta Era, y de poco sirvieron murallas y ballistas contra los héroes sobre monturas aladas.
Y aunque estaba previsto, no fue menos duro, ver de nuevo en manos de sus enemigos una ciudad, pero las fuerzas estaban preparadas, los héroes inspirados para hacer componer canciones a los bardos y Sigfrido convencido de sus posibilidades.
Tal era la fuerza de su decisión que antes de que las fuerzas enemigas cerraran un cerco de sangre y acero en torno a la ciudad despachó una gran hueste hacia el este al mando de un héroe capaz y aún desconocido por parte de los hombres bajo su mando. Los minotauros avanzaron a la carrera, dejando atrás colinas, praderas y bosques para encontrarse ante los muros de Amenos.
En su viaje habían visto apenas un centenar de tropas enemigas que huyeron nada más verlos menester a su gran fuerza y ferocidad, y seguramente confiados en que dicha hueste, a tal velocidad, agotaría pronto sus fuerzas y no serían más que otra presa cuando Drako fuera rendida.
Y he aquí que la ciudad de Amenos se enfrentaba al mismo destino que Drako, pero esta vez los defensores atacaban y los atacantes defendían, y pudo más el celo de los atacantes pues los defensores, acongojados por su número y decisión, sus armas de asedio y la torre de asedio que comenzaba a erigirse frente a sus muros abandonaron sus puestos y dirigidos por sus oficiales salieron en la oscuridad a través de poternas secretas y abandonando a la población que no se unió a ellos a su destino se dirigieron hacia el norte en busca de la seguridad de muros más altos.
Los minotauros, viendo al amanecer, varios los muros y silenciosa la ciudad, asaltaron éstos con celeridad pero sólo una cuarta parte de la población quedaba aún en la misma, al ser ciudad pequeña y larga la noche muchos habían podido escapar, pero aún así sus hachas pudieron teñirse de sangre mientras segaban todo ser con vida en Amenos, la Abandonada, aunque nada pudieron aprovechar de las armas de asedio de las murallas, destruidas por sus servidores antes de huir.
Pero mientras estos hechos se desarrollaban en el este, llevando la guerra a las tierras de los engendros, en el oeste Drako veía a sus asaltantes montar sus armas de asedio y despachar fuerzas en varias direcciones, el asalto comenzaría pronto y muchos sospechaban que no habría cuartel.