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« en: 06 de Junio de 2008, 01:52:43 pm »
Las amplias llanuras que rodeaban la antigua ciudad humana eran un hervidero de tropas en preparación para el inminente choque. El foso de lava irradiaba calor y la suficiente luz para que el explorador orco vislumbrara la cantidad de tropas acampadas fuera de las murallas.
Ni los vigías ni las enormes murallas le preocupaban. Estaba concentrado contando las diferentes hoguerras, tiendas de campaña e incluso estandartes que veía. Era vital conocer al enemigo de la Horda, a quien había desafiado el poder de Tor Wauki.
Al contrario que en la heterogenia mezcolanza de tropas del ejército orco el enemigo apenas tenía ballistas, arqueros e infantes servidores y... engendros... multitud de ellos y todos deseosos de entrar en batalla, mientras vigilaba vió al menos cinco o seis peleas que acabaron con la muerte de uno u otro contendiente... los engendros revosaban energía y violencia. Incluso comparados con los orcos.
Pese a lo impresionante de las murallas y el ardiente foso la verdad es que su misión era contar. Nada más. Las murallas no serían atacadas ni sus torres derribadas, si el enemigo evitaba el combate, los orcos cerrarían un circulo de acero en torno a la ciudad y los dejarían morir por hambre.
En todo caso era evidente que el enemigo no tenía la más mínima intención de soportar un asedio y que por las luces e idas y venidas de la tienda más grande a la ciudad los generales y líderes enemigos estaban preparados para combatir a los orcos y sin esperar, al día siguiente ambos ejércitos lucharían.
Por la cabeza del orco pasaban varias razones para ello: imposibilidad de alimentar tal número de tropas en una ciudad sitiada, el hecho de que posiblemente no pudieran reclutar más tropas de las ya alistadas y sobretodo el cansancio, el agotador marchar día tras día de los orcos tras sus enemigos por medio continente.... los engendros no iban a permitir que los orcos cogieran resuello. Se habían vuelto y ahora pretendía devolver cada golpe recibido.
Un caso distinto eran los Servidores. Tras ocupar su última ciudad éstas tropas tenían su moral por los suelos, aunque sus líderes las arengaban era evidente el cansancio y el hastio que sufrían. Los orcos habían seguido a estas tropas desde Drakonía y la quincena de unidades servidoras estaban visiblemente agotadas.
Cuando las estrellas comenzaron a palidecer el orco se arrastró fuera del campamento enemigo y en pocos minutos estaba de regreso en el propio, la distancia entre ambos apenas era el doble del alcance de una flecha!
Tor Wauki escuchó su informe con una seriedad casi impropia de él. Quizás era consciente de la importancia de la batalla o quizás estaba pensando en el destino que daría a esos rebeldes a su autoridad.
Alrededor de la mesa con un tosco mapa que representaba los alrededores de Azagh había un capitán Ogro, un humano de mirada fiera, un calculador saurio, dos enormes minotauros y media docena de orcos que observaban el mapa y las toscas figuras que debían representar la docena de diferentes tipos de tropas que iban a combatir.
Delante de Azagh se extendía el llano roto en el nordeste por un lago y en el noroeste por unas colinas Los bosques que rodeaban ambos lugares creaban un embudo contra el cual deberían avanzar los engendros si querían romper el asedio. Todos miraban el mapa intentando ver las diferentes posibilidades y en caso de suerte poder aportar algo plan general que Tor Wauki había esbozado. Pocos planes resistían a una batalla.
Sin molestarse en hacer comentario alguno Orphyx salió de la tienda. Tor Wauki había ordenador montar una docena de lanzapiedras para asediar la ciudad pero dado que la batalla era campal tenía había abandonado la tarea para concentrarse en la batalla. Orphyx había logrado que los orcos acabaran de montar las armas y dada su habilidad y capacidad de análisis había tenido tiempo incluso de montarlas para que estuvieran dispuestas para la batalla, y todo ello en apenas unas horas.
Pasó por delante de los lanzapiedras para concentrarse en las ballistas, casi una treintena de ellas descansaban en la hierba sobre pesadas y compactas ruedas. Algunas eran atendidas por minotauros
pero la mayoría eran vigiladas por orcos y en algún caso humanos.
Tras comprobar que todos los tensores y proyectiles estaban preparados se decidió a dar una última vuelta por el campamento. A su vuelta a Varania tendría mucho que contar. En la parte interior del campamento estaban las tiendas de orcos, minotauros y la pequeña tribu humana al servicio de la Horda.
En el arco exterior estaban los ogros y los inquietantes no muertos, cuya presencia intranquilizaba a todos menos el mago que los vigilaba con atención.
El silencio no existía en el campamento orco, pese al cansancio de jornada tras jornada de marcha los aullidos de dos millares de lobos eran imposibles de obviar. La mayoría estaban atados con cadenas pero otros muchos en cercos de los cuales escapaban a menudo, en la mayoría de las ocasiones para devorar a algún incauto que se hubiera dormido. Llevaban ahora sin comer varios días y en sus miradas brillaba el ansia por matar, por probar sangre.
Unos pocos de esos lobos eran de mayor tamaño, parecían más tranquilos, más letales y sin duda más peligrosos. Se trataba de las monturas de los jinetes de lobo orcos... una unidad que podría rivalizar con la caballería de Raptors...
Si aquella locura de gruñidos, alaridos, aullidos, risotadas y peleas no fueran suficientes del aire venían chillidos y risas de locura de un grupo de arpías que vigilaban los alrededores. No era necesario más vigia, si alguien lograba pasar entre los lobos y burlar a las arpias habría ganado el derecho a entrar en el campamento.
Los orcos reunían sin duda más tropas que sus enemigos pero la batalla no parecía tan sencilla como en el resto de la campaña donde las ciudades de los servidores habían caído cual fruta madura en manos de los orcos.
Y entonces el sol quebró el horizonte y la niebla que cubría el llano comenzó a deshacerse en el calor de la nueva mañana.