Andronicus llevaba horas recorriendo los caminos. Había salido hacia el atardecer con un grupo de tropas persiguiendo a unos jóvenes que habían tenido la osadía de dar muerte a varios soldados antes de huir.
En los caminos había comenzado su verdadero trabajo reuniendo y recuperando armas, hombres y vituallas de suerte que cuando regresó al campamento emplazado junto a la ciudad con él iban dos unidades de infantería, una de arqueros así como los servidores de dos catapultas, un lanzapiedrras y una ballista.
Entregando las valiosas tropas a Oz, se dió media vuelta para contemplar los restos del ejército engendro que había llevado el peso de la batalla: 18 unidades de engendros, Marziv, Paxus, Andromacus mismo y Guatipi habían logrado sobrevivir a la mayor batalla conocida.
De los minotauros se sabía que había huido un héroe con tres grupos de arqueros y uno de infantes aunque era semejante a los supervivientes servidores, quitando los recuperados en los caminos, de número cincuenta, una unidad de arqueros y unas de lanceros.
De los No Muertos nadie quería hablar cuando tantos se habían unido a los muertos... en las fosas comunes. De las 159 unidades que comenzaron la lucha habían salido con vida 36, y así lo podían atestiguar las calles de la ciudad cubiertas de cadáveres, sangre y moscas. Más de tres mil cadáveres entre engendros, minotauros y servidores. Y eso sin contar los varios miles de la población asesinada o esclavizada.
Sobre los muros y el llano se acumulaban los restos de medio centenar de armas de asedio que habría que intentar recuperar para sumar al botín, nada despreciable, si se pasaba por alto el incendio provocado en los almacenes por los minotauros.
La guerra de Drakonia había dado un paso decisivo, para si nadie de interponía, ponerla punto final, habiendo muerto tanto Ragnar como Sigfrido.