Los Klaiwërn (o Kl - iai - vr -Æon en su dialecto natal)
Antes de todo, él nació.
Antes de que los dos soles iluminaran la tierra, Æon existió.
Antes de que la vida como la conocemos existiera, Æon nos engendró.
Antes de aprender, Æon nos iluminó.
Nuestras tribus comenzaron a marchar por estas áridas tierras cuando el primero de los dos astros - el gran Æon - nos iluminaba en las noches de frío y el segundo nos hostigaba con su flagelante calor. Ellos sabían cazar, sabían matar. Ellas solo servían para engendrar. La necesidad nos urgía a buscar otros métodos de superviviencia más allá de metodos primitivos más la paciencia del gran Æon nos amparaba. Aquí no hay noches, un mundo de oscuridad, un lugar encarnado al temible Yoru pues en su vigilia habitamos. La luz del mediodia nos hiere, la falta de ella nos abriga. No hay noches, sólo días. El tiempo causante de todo, bendito y proscrito. Los dos mundos. Pero esto es lo que oirás de mi, joven aprendiz. Los grandes sacerdotes de Ithznak terminaron con nuestra cultura al mezclarse nuestros pueblos. Ellos ya no creen. No entienden que nuestra vida aún se debe a Él. No comprenden que sus anhelos materiales sólo podrían ser satisfechos por su benevolencia... Pero dejame explicarte mejor...
Nos extendimos, siempre amparados por el primer Sol, el plateado e iridiscente. El mundo del crepúsculo era el nuestro, las tormentas de arena no nos eliminaban con la misma virulencia que la peor de las enfermedades como si ocurría cuando Æon se escondía y nuestra comida hibernaba o se refugiaba en sus madrigueras. Pensabamos que darles caza en esos momentos podría ser lo mejor, y nuestro pueblo vivió de ello durante largo tiempo, aun a costas de una eterna división. La mayor parte de nosotros construía hogares, no perennes, sino tan efímeros como los copos de nieve, honrando a Æon que nos daba una situación estable para vivir. No eran cultos, no eran ceremonias ni liturgias, no eran oraciones ni plegarias. Era saber que nos amparaba. Y simbolismo. Él no necesitaba nuestra benevolencia, ni necesitaba de nosotros para salir todas los crepúsculos. En cambio nosotros si necesitabamos de él. Cuando la primera gran división sobrevino, dos quintas partes de nuestra gente maldicieron a Yoru - la mujer de Æon, el manto estrellado que acompaña a su amante - y se refugiaron en el día. Decían que Ithznak les daba calor, que les propiciaba vida y que les había regalado el don del fuego, como así lo llamaban. Debo decir que me pareció su único buen presente. El sí pedía fidelidad. Sus clérigos clamaban por rendirle pleitesía, y se temía que si no se cumplían sus demandas desaparecería. Al principio fueron pocos, muy pocos, pero su escisión cobró fuerza un largó día que Æon no apareció. No eramos tan grandes guerreros como pensabamos, ¿sabes? Cazar a un oso en su cueva es sencillo. Cazar a un grupo de ellos despiertos no tanto. Debe decirse que aún así, prosperaron. Ellos aprendieron a matar y devorar con piedra y madera. Nosotros a aprovechar el sueño de la naturaleza.
Y podría hablar horas sobre esto, joven, pero el tedio podría con vos. Te diré que pasaron siglos divididos. Nos expandimos por todo este continente, desde el Mar del Oeste hasta los Oceanos Ardientes. Conviviamos, y había comercio. Nuestras mujeres conocían las artesanías mejor que las suyas, y nuestros hombres estudiaban, pues nuestras largas noches comunales eran pozos insondables de sabiduría. Ellos... sólo conocieron la carniceria. Pero nos mezclabamos al inicio del crepúsculo, y muy raramente, al ocaso. En algunos de nuestros enclaves había bazares permanentes que se turnaban sus dueños, e incluso hubo familias que convivían a lo largo de todas las horas de un único día. Ellos extendían nuestra cultura por la fuerza, nosotros haciamos lo imposible porque nadie la olvidara. Inicialmente tengo entendido que fueron comienzos muy duros, pero con las décadas solo se volvió un sistema más. No eran leyes. El orden era estable como el crecimiento de nuestros cuadrúpedos, y las leyes eran naturales. No conocí la palabra moral hasta que no llegaron los extraños, pero podría decir que, moralmente, todos pensabamos similar. Eramos abiertos, nuestros hijos aprendían de todos. Los suyos, muchas veces, aprendían con los nuestros. Nuestras mujeres les enseñaron. Pero claro, no te he comentado el catalizador, ¿verdad? Nos atacaron. Un atardecer, con la bendición de Æon y la ausencia de luz, una horda de extraños sitió todas las fronteras orientales a base de sangre y dolor. Ithznak perdió muchos hombres aquel día. Aquellos, escasos, de los nuestros que habían aprendido de nuestros congeneres las artes de la guerra y la espada - oh sí, estoy hablandote de décadas, siglos; perdona si soy confuso - les defendieron. Un juramento de sangre fue forjado esa noche. Nunca habiamos conocido entonces la palabra enemigo. Pero si aprendimos la palabra lealtad. Era nuestra sangre, o su sangre. Nuestros pueblos se mezclaron en defensa de un bien común.... Aquellos conflictos solo fueron los primeros de una guerra interminable, donde miles de los nuestros tuvieron que soportar al doloroso Ithznak para aprender a calibrar la letalidad de un metal afilado, o donde todos nuestros jovenes se escondían en nuestros concilios oscuros (de nocturnos), pues era allí donde nuestra progenie, nuestro futuro, menos podía ser herido. También donde no olvidaron nuestra cultura...
[Tras unas toses y un trago de un pellejo continuó] Pero eso, hijo, fue hace mucho. Tanto como nuestra guerra. Yo... yo he vivido mucho tiempo. Y mi familia dirige los Concilios bienales de la Primera Ciudad desde hace siglos, quizá seamos una de las verdaderas herederas de nuestras raices. Todo eso es historia. Ahora ya no se preocupan de Æon o Ithznak. Nuestros hombres nacen para la guerra, su dios es el oro del este y la única ley la espada. Pequeños lideres militares - como el bastardo de Krajner Grohaurg que se cree capaz de liderarnos, de dictar nuestra conciencia - controlan nuestros bordes llamandose Señores... Señores de la burda Nada y seca tierra debiera decirse. Aquellos que no quieren vivir así se refugian en nuestros enclaves centrales donde el dolor y la sangre no ha llegado. Nuestra geografía es lo suficientemente extensa y nuestras mujeres suficientemente habilidosas como para poder contar con comida y lugares seguros, relegando las matanzas a los bordes orientales... No recuerdan los viejos dioses, incluso a más de un estúpido he oido odiar la oscuridad de Æon por el frío que nos dió vida... Su vida es utilitaria, su conciencia impura, su futuro nublado. Recuerda sólo una cosa. No cometas insensateces ni olvides como ellos los viejos Nombres. Algunos días desaparecieron como escarmiento para nuestra gente. La Ley del Talión es nuestra ancestral ley. Aprende de mi, y no olvides tu camino... ellos han de volver, y cuando el Este caiga no deben sublevarse a sus creencias. Son falacias... Aunque de ellas te hablaré otro día...
- Narrado por Ornhild, diácono de Klaerwën
Motivo 1:
La sociedad es tanto guerrera como productora. Pero en regiones muy diferentes y alejadas. Esto es tanto por lo ocurrido como por las diferencias culturales, que a su vez provocan conflictos entre elllos eventualmente. Principalmente son más marciales en las fronteras, y más en el este donde hay guerra. Hacia el centro, protegido por largas regiones de tierras yermas o no aprovechadas (de ahi la extension de su terreno que no simboliza su riqueza) es donde tienen algo olvidada la guerra.
Motivo 2:
Su larga tradición de fe ha sido olvidada a medida que se mezclaban los pueblos y cambiaban sus métodos de vida por uno más prácticos y con muchos menos simbolismos. Realmente la guerra fue la gota que colmó el vaso. A la gente le importaba más la muerte de su hijo que lo que el Sol, que salía todos los días remarcaban otros, pensara.
Motivo 3:
No tienen leyes excepto la del Talión, y las que dicta la propia moral. Y esta no suele tender a la violencia. Esto último ocurre principalmente en las fronteras, donde nuevos Señores de la guerra se alzan, y algunos no han ocultado sus intenciones de declarar un estado marcial. Por suerte, la guerra le hace olvidarse de motivos propios.
Conclusión:
El pueblo sobrevive a base de dos culturas no completamente entremezcladas y con dos sociedades muy diferentes en cuanto producción y tendencias. Es neutral respecto a la fe (que pasa una época de olvido) y el empirismo (el cual ni siquiera han comenzado a perfeccionar) y el orden (solo gobierna su ética) y el caos (cada uno es libre de hacer lo que quiera. La Lex Talionis ya informa de las consecuencias). Si no fuera por la guerra, que obliga a las culturas guerreras a luchar y a las centrales a mantener las necesidades es posible que existiera una escisión pronto. El Oeste está casi olvidado por muchos, y alejado de conflictos evoluciona como si fuera una propia nación. Aún así, en cualquier lugar, todos se consideran Klaiwërn