Autor Tema: Relato Atlante. Autor Alarico.  (Leído 2622 veces)

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Karnak

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Relato Atlante. Autor Alarico.
« en: 21 de Noviembre de 2005, 07:03:18 pm »

   “Saludos, desconocido lector. Mi nombre es Synnëdir, y si mis congéneres descubrieran alguna vez la existencia de este relato sin duda prontamente sería condenado a muerte. Aunque eso poco importa. Porque en el caso de que algún día llegasen a leerlo yo ya estaré muerto. Mi ciudad natal se llama Myl-Ablos, situada en el fondo del mar y hogar de mi raza, los atlantes. Probablemente nunca hayas oído hablar de nosotros, quizás como una leyenda. Pero existimos, como pueden asegurar los que ahora me rodean. Mi cometido es relatar aquí mi historia. Estos seres, estos humanos, que me han acogido en su grupo son muy exigentes. “Cuenta”, dicen. “Queremos saber”, recalcan. Y yo cuento, en su tosco idioma común mi historia. “Escribe”, dicen. “Queremos recordar”, recalcan. Y eso es lo que hago ahora. Probablemente lo último que haga en mi triste vida.

Mi padre era lo que se solía llamar en Myl-Ablos un “acomodado”. Esto quería decir que poseía una enorme riqueza, pero que carecía de reconocimiento nobiliario. Mi existencia, por lo tanto, siempre fue sencilla, desde que tengo uso de razón. M padre gestionaba sus ricas minas y yo crecía disfrutando de las maravillosas oportunidades de ocio que brinda la incomparable Myl-Ablos. Al crecer, mi padre comenzó a introducirme en el negocio familiar, y empecé a combinar largos viajes a nuestras minas con épocas de salvaje entretenimiento. Porque según me hice mayor, fui descubriendo un lado más desenfrenado del ocio de Myl-Ablos. Supongo que la mayor parte de nuestra sociedad podría considerarme un decadente o un hedonista. Es muy posible que lo fuera. Pero tuve suerte. O no. Es algo muy difícil de determinar con todo lo que sucedió después. Quizás la verdadera fortuna habría sido caer muerto en alguna desenfrenada celebración, harto de placer y gozo. Pero no. Abrí los ojos. Y comprendí que aquella existencia no satisfacía mis anhelos, no llenaba mi existencia. Así que decidí buscar otras cosas que me permitieran realizarme. Cambié de amistades, y empecé a frecuentar los llamados círculos cultos. Y comencé así a acudir a la explanada del Templo, a participar en las reuniones a los pies del gran edificio, a escuchar la oratoria de las personas más instruidas de la ciudad. Maldito el día que empecé a hacerlo. Porque así fue como la vi.

 El Templo al Gran Dios Sardina es el más fabuloso y magnífico edificio de todo Myl-Ablos. Su enormidad, su majestuosidad y su profusión de detalles permiten poder contemplarlo durante horas enteras descubriendo nuevos detalles, siempre fascinantes. La entrada al Templo está precedida de una gran escalinata, a la que se accede desde la gran Plaza del Templo. El espacio abierto es tan amplio que se puede decir que es el alma de Myl-Ablos. Allí se comercia, se hace política, se escala socialmente....... en definitiva, se vive la vida de la ciudad. Y allí estaba yo. Con un grupo de amigos, sentados al comienzo de la gran escalinata, observando a un grupo de ancianos que discutía vehemente acerca de lo acertado o no de cierta subida de impuestos ordenada por el rey. Entonces desvié la vista, paseando la mirada por la plaza primero, por la escalinata después. Y entonces la vi. Descendía la escalinata grácilmente. Su hermoso cabello reflejaba en cálidos destellos la luz proveniente de las cúpulas. Su cuerpo descendía por la escalinata con la flexibilidad y la gracia de una estrella de mar. Y su voz..... Hasta mi llegaba, cantarina como el agua de una arroyo, junto a su risa, la esencia del gozo, descendiendo onduladamente por las escaleras, mientras hablaba y reía con las damas que la acompañaban. Mi corazón ya no latía. El tiempo ya no transcurría. El mundo ya no existía. Así descubrí a la razón de mi existencia.

Ella pasó frente a mi sin tan siquiera mirarme, y desapareció junto a su compañía entre la multitud de la plaza.

- Muy alto apuntas, mi querido amigo. –

La voz era de mi amigo Esturnayies, la persona más sensata y juiciosa que nunca he conocido. Ojala hubiera hecho más caso de sus consejos.

- ¿Sabes quién es? – le pregunté ansioso, aún hechizado.

- Lo sé. – me respondió. – Su nombre es Lady Authenlÿnne, la hija del Comodoro. Su única hija. – Mi amigo recalcó esas últimas palabras.

El corazón me dio un vuelco. En verdad no había nada que hacer. Todo el mundo sabía que la cola de pretendientes de esa muchacha era interminable, y que su padre sólo consentiría que se casara con el más noble, rico y poderoso de todos. Y yo, a pesar del dinero de mi padre, ni era noble, ni era poderoso.

- Muchacho, no te preocupes. – mi amigo me golpeó el hombro amistoso. – Estas damas de alto linaje son como estatuas. Bellas y fascinantes, pero frías como el mármol. No como las mujeres que nosotros frecuentamos. Bellas y fascinantes, y ardientes como el fuego de Absablo. -

Un coro de carcajadas siguió a esta declaración de mi amigo, pues el resto del grupo se había vuelto hacia nosotros. Pero yo no reí. Volví la vista hacía la multitud entre la que había desaparecido la joven dama, intentando discernir qué era la extraña sensación existente en mi pecho. Por qué de pronto parecía como si existiera un enorme vacío en mi interior.

La noche fue interminable. El sueño esquivo. Su rostro, su voz, su manera de moverse. Todo ante mi, como una obsesión. Nunca antes había sentido nada parecido. Y lo peor de todo era saber que lo más probable es que nunca volviera a verla, y aunque no fuera así, sin duda era imposible que yo pudiera llegar a conocerla. Pero esos argumentos no bastaban para apartarla de mi mente y de mis pensamientos.

Pero el destino toma muchas veces caminos sorprendentes e inesperados. He de decir que mi acercamiento hacia los círculos cultos de Myl-Ablos había tenido una consecuencia inesperada. Aparte de mejorar mi formación cultural, aunque mi padre se encargó de proporcionarnos una exhaustiva educación que yo no desaproveché del todo. La consecuencia a la que me refiero es que ciertos progenitores preocupados por la formación de sus retoños acudieron a mi para que ejerciera de tutor de los mismos y les instruyera. Esto puso bajo mi tutela a algunos jóvenes, chicos y chicas, de las más diversas edades. Y me brindaba además un sobresueldo para mi uso particular. El hasta hacía relativamente poco joven decadente y despreocupado tenía que encargarse ahora de formar individuos. Sin duda tenía su gracia. Pero aquella mañana iba a perder toda la gracia. Mi padre me avisó que tenía visita. Yo estaba en el jardín trasero, leyendo un reciente tratado sobre minería. Dejé mi lectura y me dirigí a la estancia donde solía impartir mis clases y recibir a mis potenciales alumnos. Y allí estaba ella.

No estaba sola, pues le acompañaba su padre, pero cuando marcharon habría sido absolutamente incapaz de reconocer a su progenitor si volvía a encontrármelo. Sólo tuve ojos para ella. Estaba magnífica. Era preciosa. Mi mente vagaba en una nube, mientras su padre, pues ella no abrió la boca, me comentaba cómo le habían llegado buenas referencias sobre mi y cómo había decidido que era la persona adecuada para terminar de formar a su hija antes de entregarla en matrimonio. Yo apenas recuerdo el haber aceptado, determinando unos días y horas para las clases (días y horas que afortunadamente anoté en el cuaderno al efecto. Si no posiblemente ni hubiera sabido cuáles eran). Acordamos la cantidad a pagar y se marcharon. Yo me quedé embobado en la puerta viendo cómo se alejaban. Hasta que volvió a desaparecer de mi vista.
Muchas mentiras contadas unas pocas veces se convierte en conspiraci?n.? Una mentira contada muchas veces se convierte en realidad.