Autor Tema: El desfiladero de Gildor-Dum. Autor Dahir. Enanos 2  (Leído 2785 veces)

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Karnak

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El desfiladero de Gildor-Dum. Autor Dahir. Enanos 2
« en: 21 de Noviembre de 2005, 07:25:45 pm »


     El desfiladero de Gildor-Dum

Aquel día todo parecía ir más rápido.  Nos levantamos con el alba y avanzamos con rapidez hacia lo que sabíamos no solo era nuestro destino si no el de todo nuestro pueblo. Mis compañeros, al igual que yo, estaban inquietos. El día era claro y luminoso, las montañas nos rodeaban y  la brisa de la mañana era particularmente silenciosa.

Yo, Telmar Alta Roca, hijo de Koelmar que era hijo de Falder, era el teniente al cargo de la segunda unidad de infantería del ejército de los Khazâd-Dawi. Con sesenta valientes enanos a mis órdenes acompañábamos a nuestro general Gildor Puño Encendido en la vanguardia del ejército.

Llame a los tres alférez de mi división

¡Tolber, Droman, Dater!. Venid aquí 
¡Señor! ¡Señor! ¡Señor!! – Me respondieron
Levantad el campamento, ¡rápido!, continuamos la marcha – Les dije secamente con  tono imperativo para recalcar mis palabras, aunque sabia que todos conocíamos la situación

Tras varios días de dura marcha sabíamos que podríamos no alcanzar nuestro objetivo, y no hacerlo significaba dejar a merced del enemigo una de nuestras bellas ciudades.  Este era nuestro primer intento de combatir con los Orcos que amenazaban nuestro pueblo y no podíamos fallar.

Nuestro general había decidido cortar el avance Orco en un estrecho paso entre las montañas pero el riesgo que asumíamos con esta acción era que los Orcos llegaran antes que nosotros al desfiladero.  De no llegar antes que el enemigo todos sabíamos que los Orcos accederían al frondoso bosque de Gazan-Thingas y estarían a las puertas de una indefensa Karad-Zorn.

Tras unos pocos minutos en los que el ruido de los ronquidos de mis soldados se transformaron en una especie de murmullo, en el que se entrelazaban sonidos de hachas golpeando los escudos, bostezos y cinchas ajustándose, mis tres batallones estaban listos y preparados.

¡En marcha! ¡Hoy es el gran día!

Mi unidad fue la primera en partir. Tras nosotros avanzaba en una larga hilera entre las montañas el resto del ejercito del Reino de los Khazâd-Dawi, o como nos llaman en lengua común el Reino de los Dos Enanos.  La imagen era esplendida y el orgullo que se mostraba en la cara de nuestro general Gildor era comprensible, todo un ejército de Enanos se desplazaba por las montañas con una rapidez nunca vista. Pero el semblante de Gildor mostraba también un gesto de preocupación.

Señor. Con su permiso – Le dije en un tono de voz no en exceso alto para evitar preocupar a los soldados.
Dígame Teniente
Bien Señor, permítame decirle que todos nosotros confiamos en usted y personalmente estoy seguro de que pillaremos a esos bichos.
Orcos teniente, son bichos rastreros y de poca inteligencia pero al enemigo hay que respetarlo. Un exceso de confianza nunca es bueno. Y gracias por su confianza.- Me respondió nuestro general, que era Enano de buena cuna y educación y que lo demostraba por la brevedad en sus palabras


Gildor dirigía a nuestro ejército desde hace ya varios ciclos y su insistencia en una alta preparación daba ahora sus frutos. El avance por las montañas a la velocidad que se realizaba no hubiera sido posible en un ejército desorganizado.

Tras varias horas de marcha, en la que la conversación brilló por su ausencia, alcanzamos nuestro destino. El desfiladero se hallaba bajo nuestra posición y no había rastro del enemigo. La cara de preocupación de Gildor era ahora manifiesta. Si hubiéramos llegado tarde, aunque solo fuese por unas pocas horas, perderíamos una de nuestras ciudades con casi total seguridad.

Tolber, uno de mis alférez, se me acercó.

Señor. ¿se sabe algo? ¿Han pasado los bichos?- Pregunto Tolber.
Ni idea Tolber, el General ha enviado a un explorador. Pronto sabremos algo.- Intentar que Tolber les llamara Orcos era una tarea demasiado ardua para ese día.

Keldar Sendalejana, uno de nuestros mas conocidos exploradores, bajo al desfiladero. Desde la altura se le vio moverse por el terreno de lado a lado. De vez en cuando volvía sobre sus pasos, algunas veces arranco una o dos ramas de árboles secos y las observaba durante un rato, y otras veces se tiraba en el suelo con la oreja pegada a las rocas. Quien le conociera sabia perfectamente que buscaba restos del paso de las tropas enemigas.

Mientras Keldar subía de nuevo hacia la posición que ocupaba Gildor el silencio se hizo casi absoluto. Los pasos de Keldar eran audibles desde la distancia y parecía que nunca nadie hubiera roto el silencio en aquellas tierras Tras unas breves palabras Gildor se volvió hacia nosotros, se bajo la visera de su casco de guerra y alzando la mano con el hacha de guerra en ella nos grito lo que todos deseábamos oír. 

“Baruk Khazad!!!!”  (Hachas de los Enanos!!!!)

Nuestro respuesta rompió todo el silencio acumulado y resonó como fuerza en el angosto desfiladero:

“Khazad ai-mênu!!!!!!!” (Los Enanos están sobre Vosotros!!!!)

Este grito era conocido por todos. Durante generaciones había marcado el principio de todas las batallas en las que los Enanos habíamos participado. Gildor nos había informado de forma clara que habíamos llegado a tiempo y que el combate empezaría pronto.

Por lo que luego me enteré Keldar, el explorador, había informado a Gildor que gracias a nuestro esfuerzo el enemigo no había alcanzado aun el desfiladero, pero que el ruido de las rocas indicaba que se hallaban mas próximos de lo que cabria desear y que su numero era muy superior al nuestro.

Oí un murmullo a mis espaldas y al girarme vi a Kabol que se aproximaba y con un ligero movimiento de cabeza le mostré mi respeto.

   - Mi buen Uzbad, A sus órdenes. – Dije mientras me hacia a un lado

Kabol Hacha de Piedra, Dawi-Khuzûd-Uzbad (Señor de los Dos Enanos) se acerco a Gildor y como todos esperó sus instrucciones. Todos sabíamos que Kabol había dejado en manos de Gildor el destino de esta batalla. Sabia que todos confiábamos ciegamente en nuestro general y que incluso si el nos lo pidiera le seguiríamos a una batalla en el mar (por mucho que en el mar un enano no iba a flotar hicieras lo que hicieras).

Con su habla característica Kabol nos miro, y esa mirada evito unas cuantas palabras.

   - Señores. El enemigo esta cerca. Sabéis lo que hay que hacer. – Fue todo lo que nos dijo.

El despliegue en el desfiladero fue rápido. Todos conocíamos las técnicas de combate de Gildor ya que este nos las había hecho practicar una y otra vez.  Desde mi posición inicial junto a Gildor alcanzaba a ver casi la totalidad de nuestro ejército.

Nuestro buen Uzbad Kabol y el explorador Keldar avanzaron por el oeste, junto a varias unidades de infantería. Llegaron  hasta unas montañas que les protegerían del ataque Orco en los momentos iniciales. Junto a Gildor nos colocamos el grueso de unidades de infantería y gran número de arqueros y ballesteros. 

Mas ballesteros y arqueros se distribuyeron al Este y al Oeste del angosto campo de batalla preparando así un cerco de flechas al enemigo.  La milicia se posiciono en la retaguardia arropada por las unidades de infantería. Y en el centro del escenario del próximo combate se coloco el cebo de la trampa que Gildor preparaba. Una solitaria unidad de valientes lanceros clavó sus armas en el suelo, prepararon sus escudos y esperaron la llegada del enemigo.

Cuando vi los primeros Orcos hice que mis hombres hicieran sonar sus  Khrums (Tambores de Guerra enanos).

¡Señores, que se sepa que los Enanos hemos llegado! – Les espeté con intención de azuzarles el ánimo.

Pero el ruido pronto se acalló.

Las primeras unidades Orcas que se aproximaban consistían en múltiples jaurías de lobos gigantes que azuzados por sus cuidadores avanzaban en un aparente caos. Tras ellos se divisaba lo que se podría denominar una nube de tormenta de color verde.

Mis hombres a la vista de tal cantidad de enemigos callaron. El ejército Enano enmudeció y los únicos ruidos que se oían eran las hachas al rozar contra los escudos y los arcos y ballestas tensarse.

Justo en ese momento un cuerno de batalla resonó en el desfiladero y los ojos de todos los Enanos se dirigieron a las montañas.

Mirad ¡Ese es  Kratel el herrero del valle! – Oí decir
Y aquel es mi sobrino ¿Qué diablos hace aquí? –Dijo otro de mis soldados.

Una unidad de milicia Enana había aparecido sobre las montañas con evidentes signos de haber corrido mucho durante los últimos días. Luego supe que un noble Enano llamado Durlan, miembro del ejército y que debido a que una antigua herida se había retirado,  se había dedicado a reclutar a los Enanos de granjas y aldeas más lejanas. En un titánico esfuerzo ahora, en el momento justo, llegaban a la batalla.  Si bien esta unidad no significaba un cambio significativo en la distribución de fuerzas, el animo de los Enanos, que en un primer momento había flaqueado ante el ingente volumen de Orcos, volvió a subir y en un gesto típico de nuestro pueblo todos empezaron a golpear sus escudos con las hachas incitando al enemigo.

El comienzo de la batalla fue nefasto. Los Orcos con sus arqueros y ballesteros sesgaron la vida de muchos buenos Enanos, algunos de ellos buenos amigos y familiares,  y las bajas Orcas eran escasas ya que nuestras flechas parecían no querer dar en el blanco.  Tras este mal comienzo Gildor tomo la decisión que todos esperábamos. Con un toque de cuerno que recordaré toda mi vida indico el avance del ejército.

¡A la carga! “Baruk Khazad!!!!”  – Grité a mis soldados
“Khazad ai-mênu!!!!!!!” – Se oyó por todo el desfiladero

El combate fue encarnizado. Mas tarde me enteré que la batalla en estos momentos se libraban en tres frentes. En dos de ellos los éxitos de los Enanos eran notables y caían muchos mas Orcos que enanos. Por el contrario en el flanco en el que Gildor se  encontraba ya era de por si un logro que no fueran arrasados. Solo la presencia de Gildor, y heroica defensa, evito que los Orcos consiguieran cercarnos en esos primeros momentos.

Gildor por el Este luchaba contra varias unidades de lobos que atacaban a nuestros ballesteros. El combate era encarnizado. Gildor, con la poca compañía de una unidad de ballesteros que en la corta distancia usaban sus dagas, se enfrentaba a un numeroso grupo de lobos e infantería Orcas. Intente en vano dirigir desde el flanco central alguna de las unidades de infantería para apoyar a Gildor.

Tolber, Droman. ¡Al este!, Gildor esta en apuros – Pude decir mientras cortaba la cabeza de mi sexto Orco

Fue inútil, las unidades Orcas si bien algo diezmadas por nuestro decidido avance, aun mostraban un sólido frente infranqueable. Droman cayó muerto a mi lado bajo los mordiscos de Orcos y lobos por igual. Entre hachazo y hachazo pude ver como Gildor aun  resistía, aunque era claro que la sangre empezaba a manar de múltiples heridas.

Tras un buen rato, en el que los Orcos supieron cuan afilada puede estar un hacha Enana, conseguimos al fin abrir una pequeña brecha y con un reducido grupo de soldados me acerqué a Gildor que resistía los continuos ataques. La visión de Gildor helo mi alma, su cara desencajada era un mar de sangre.  Sus ojos parecían dos brasas fijas en el enemigo. Obviamente su resistencia estaba ampliamente superada, Ya no sabia lo que hacia y luchaba con todo aquel que se acercara a el. 

No fue fácil retirar a Gildor del campo de batalla. Una herida en mi pierna derecha aun me recuerda los días de lluvia ese triste momento. Junto con Tolber y tres de mis soldados conseguí desarmar a Gildor y a la fuerza apartarle a la fuerza de primera línea de la batalla.

Una vez lejos del combate la cordura fue regresando al rostro de Gildor. Convencerle de que no podía regresar al campo de batalla fue otra ardua tarea. Pero la debilidad que le había causado sus enormes heridas dejaban claro, incluso para el, que debía retirarse.

Dejadme, aun quedan Orcos con cabeza – Llegó a decir
Malditos – dijo en algún momento mientras intentaba infructuosamente levantarse. Las heridas empezaban a enfriarse y sus fuerzas se vieron completamente superadas.
Señor, permítame, Kabol sigue en pie y su posición es fuerte. Vos no esta en condiciones de continuar. Deje que nuestro buen Uzbad tome el mando. – Le imploré, viendo que si no conseguía convencerle no duraría mucho en combate.

Su mirada, como siempre, me dejo clara su decisión.

Yo mismo toque el cuerno de batalla que indicaba el cambio de general. Nuestro buen Uzbad Kabol tomaba a partir de ese momento las riendas del ejército.

Pero el destino deparaba aun uno de sus negros designios para nuestro querido general.

Mientras observaba como Gildor se alejaba, ayudado por uno de los soldados, una flecha lanzada por una unidad Orca paso a mi lado. Si cierro los ojos aun soy capaz de recordar el ruido de esa nefasta flecha. Cuantas veces no me he perdonado haber dado antes un paso hacia la derecha y haber detenido yo con mi cuerpo el disparo que sesgo la vida de Gildor. 

Me acerque a Gildor y,  aunque el ruido de la batalla debía ser ensordecedor, escuche claramente sus últimas palabras. 

Gildor me miro, torció por última vez su gesto al observar la gran flecha que le salía del pecho y me dijo. – ¡Por el gran herrero!, ¡No deben pasar!  - Tras esto vi como el alma de Gildor abandonaba su cuerpo para volver a las profundidades de nuestra amada tierra.

No recuerdo cuanto tiempo transcurrió pero se que cuando me levante tenia en mi mano el hacha de batalla de Gildor.

Mi corazón se partía. Nuestro querido general había muerto. Pero no es para un Enano la lágrima y el llanto. La venganza tiene mejor sabor.

En ese momento, toda la incertidumbre que había inundado mi ánimo desapareció. Mi objetivo en esta batalla fue por fin claro. Debía matar tantos Orcos como pudiera. El deseo de sangre Orca domino mis pensamientos. Mire a mis soldados y vi en su rostro reflejado el mismo odio que invadía mi corazón. Todos preferiríamos morir a apártanos del camino de los Orcos. Antes podía haberlo dudado, pero ahora tenía la certeza. La victoria seria nuestra costara lo que costara. Y ya sabíamos que el precio a pagar era muy alto.

La noticia de la muerte de Gildor se extendió por el  campo de batalla como un fuerte viento inunda un valle y a partir de ese momento se desencadenó una furia y una rabia que solo el pueblo Enano es capaz de transmitir. El odio y la furia son en ocasiones el mejor arma.

Si bien el resto de la batalla no fue fácil el número de sucios Oros que caían delante de nuestros pies era muy superior que el de Enanos que valientemente dejaban sus vidas. De esos momentos, que aun recuerdo con  nitidez,  la imagen que perdura en mi memoria con más fuerza es como la sangre Orca corría en un suelo rojo enfangado.

Lobos, cabalgalobos, infantería y milicia Orca fue siendo una a una derrotada. Los Orcos fueron superados por la fuerzas Enanas y, tras un desesperado intento de paliar nuestro feroz ataque con armas a distancia, terminaron batiéndose en retirada. 

Habíamos conseguido una importante victoria pero el precio fue muy alto.  El número de bajas Orcas casi triplicaba las nuestras. Pero la vida de un Enano vale mucho mas que la de tres Orcos.

Tras la batalla en el que ahora se recuerda como El desfiladero de Gildor-Dum (El desfiladero de La oscuridad de Gildor en lengua común) se levantó un túmulo que recordará por siempre a nuestros compañeros caídos.

Como es costumbre los cuerpos Orcos fueron decapitados y sus cráneos labrados por manos expertas. Son ahora bellas jarras donde brindamos con Grizdal (Cerveza que ha sido fermentada durante al menos un siglo) por nuestros amigos perdidos.

Tras el pertinente homenaje a los caídos los Orcos retirados fueron perseguidos y nos enfrentamos a ellos en una segunda batalla. Dejaré para otra ocasión el relato de aquella sorprendente gesta en la que no se perdió ni una unidad Enana. Solo decir que, como bien saben los historiadores, no solo los sucios Orcos fueron totalmente aniquilados, si no que se encontraron inesperados amigos en el camino. 

Desde entonces reina la paz en el reino de los Khazâd-Dawi pero aun afilamos nuestras hachas por si algún Orco u otro enemigo de nuestro pueblo se le ocurre acercarse de nuevo a nuestras tierras.
Muchas mentiras contadas unas pocas veces se convierte en conspiraci?n.? Una mentira contada muchas veces se convierte en realidad.