Califato Fatimí
(Chi’i Islam Civilizado Nación Abierta)
Yuhanna Habbib, Gran Califa de los Fatimís.
Diplomacia: Aden (+7Yfc)
"Los dos hombres se miraron con fijeza. Uno de ellos avanzó la mano, y el otro depositó en ella un par de dados de madera. El primero los observó, los agitó y se los llevó a la altura de las orejas.
–No me fío. Quieres hacerme trampas de nuevo, Abdul.
–El Profeta ilumine tu entendimiento, disipe tu desconocimiento y te confunda por tu impiedad. Son dados nuevos, comprados en el norte.
–No me fío –el hombre volvió a agitarlos, dejándolos luego sobre tierra. Después los golpeó con cuidado–. Parecen buenos de todos modos...
–Yo nunca te he hecho trampas –mintió Abdul.
–Está bien. Tira, Abdul.
El segundo los recogió satisfecho. Cargar dados siembre se le había dado bien, pero aquellas piezas eran auténticas obras de arte. Los agitó, sopló sobre su puño cerrado y de un movim...
A lo lejos, a la entrada de la pequeña aldea de Gaff-al-rén, en el Sáhara, el polvo se levantó para dejar paso a varias figuras recortadas contra el horizonte rojo del atardecer. Una comitiva curiosa, compuesta por varias decenas de la dura gente negra del lejano sur, en cuyo centro había un gran palanquín cubierto por cortinajes espesos. Junto al palanquín, un hombre de piel negra cuya talla lo acercaba peligrosamente a las nubes se detuvo y observó a los dos musulmanes de piel coriácea y largas barbas grises. Alternó la mirada de uno al otro, con aquellos ojos blanquísimos enmarcados por el rojo de la irritación tan típico del desierto, cuando la fina arena se arremolina y penetra a través de las pestañas.
–¿Tebas...? –dijo con una terrible voz, ominosa y cargada de un áspero acento. Los tatuajes rojo oscuro sobre la piel negra de su cráneo rasurado le daban un aspecto demoníaco.
Los dos hombres se miraron. El primero de ellos carraspeó.
–Hacia allí –dijo después, señalando al norte con la mano–. A unas dos semanas de viaje en camello.
Acto seguido, el enorme extranjero se volvió hacia el palanquín; una cortina se abrió levemente, y tras él asomó un oscuro rostro femenino. El hombre de los tatuajes tan alto como las estrellas dijo algo en un idioma incomprensible y la mujer asintió. Después, el hombre devolvió su atención a la extraña pareja.
–Ella es Butaiyina. Será la esposa del Califa y vuestra reina. Arrodillaos.
Pocos minutos después, la comitiva se perdía de nuevo recortada ahora en el cielo negro del norte. Abdul se acaba de quitar a palmadas la tierra acumulada en sus rodillas cuando su compañero le dio un codazo.
–Abdul –dijo el primero–, por el coño de la camella del Profeta... ¿no había muerto el Califa? ¿Cómo va a casarse esa del palanquín con un Califa muerto?
Absul se mesó las barbas, meditabundo.
–No va a casarse con el muerto. ¿Recuerdas al hombre enfadado de las muchas blasfemias que pasó por aquí desde el Sur, hace ya unos cuantos años?
–¿Aquél que quería ser Califa en lugar del Califa?
–El mismo.
–Lo recuerdo, Abdul.
–Pues ahora es Califa en lugar del Califa. Y esa mujer va a casarse con él. ¿Entiendes ahora?
El compañero de Abdul permaneció con la vista clavada en el horizonte oscuro por la noche.
–Aquel hombre enfadado de las muchas blasfemias huía del Sur, Abdul.
–Sí.
–Y ahora el Sur va hacia su encuentro.
–Sí.
–¿No es la vida un poco rara, además de cruel?
–Sí.
–Ajá. ¿Sabes qué es lo peor, Abdul?
–No. Pero seguro que me lo vas a decir.
–Lo peor de todo es que esa mujer que viene del Sur persiguiendo al hombre de las muchas blasfemias es fea como el pecado.
–Sí. Además de irónica, la vida es también cruel.
–Ajá.
–En fin, ¿tiro ya...?
–Tira."
El Príncipe Bishr al Khalid entró en el Cairo al fin, pero no por la fuerza de las armas, sino en paz y rodeado de los vítores de los habitantes de la antigua ciudad y para convertirse en Heredero primero al califato, finalizando así el terrible conflicto intestino que tan cerca había estado de llevar al colapso a la ciudad. Así, la facción contraria al Califa Yuhanna que apoyaba al Príncipe llegado del Sur desapareció pacíficamente regresando sus hombres de armas al nido del Califato Fatimí. Y si aquel primer momento del año 1100 de la Era Vulgar comenzó con un hecho feliz, el tiempo siguiente habría de traer alegrías y tristezas por igual.
Alegría cuando llegó a tiempo y sin problemas el dinero veneciano enviado para financiar las titánicas obras del canal, ya cercanas a su fin. La empresa estaba siendo azarosa y lenta, pero el objetivo se veía ya asomar en el horizonte cercano.
No menos alegre fue la boda del Príncipe heredero Bishr Khalid con la princesa Butaiyina llegada del sur. Con ello se afianzaban buenas amistades con los lejanos creyentes del África negra, además de dar al heredero una mujer con la que poder perpetuar la dinastía Real.
Pero las desdichas fueron mayores. Una terrible plaga de langostas que asoló el califato en sus idas y venidas durante dos años acabó con gran cantidad de cosechas provocando la pérdida de enormes partidas de alimento. La plaga obligó a que las gentes del Califato subsistieran en muchas regiones a base de utilizar las reservas de grano, agotándolas en gran parte. Por si fuera poco, a mediados del año 1103 llegaron al Cairo las noticias del conato de revuelta en la ciudad compartida de Palermo. La ciudad, de amplia mayoría Sunní hasta el punto de que la presencia de Chi'is era meramente testimonial, ciñéndose casi en exclusiva en los líderes fatimís destacados en la ciudad, comenzó a mostrar un malestar profundo ante los movimientos religiosos y políticos de un grupo de ulemas de confesión Chií, que se proclamaban independientes de la autoridad del Califato Fatimí y que alentaban al pueblo a la rebelión. La desconfianza entre unos y otros acabó por agitar el espíritu de la ciudad, escuchándose rumores de voces que hablaban contra el gobierno cordobés tanto como otras lo hacían contra el fatimí. La situación acabó en pocas semanas, cuando ocho hombres fueron encontrados muertos a pedradas a las afueras de la ciudad por la guardia de Palermo. Los hombres, probablemente musulmanes, debían ser los religiosos Chiís que habían tratado de iniciar disturbios contra los sunnís, y aunque la desconfianza se mantendría durante mucho tiempo los rumores disminuyeron y los disturbios fueron perdiendo intensidad hasta desaparecer.
En otro orden de cosas, los religiosos enviados por el Califa hacia la isla de Malta regresaron en el año 1104 sin obtener resultado alguno, ni positivo ni negativo; a tenor de la respuesta recibida tanto por los religiosos musulmanes como por los cristianos enviados por el obispo de Roma, pareciera que los lugareños estaban ya hartos de que nadie se empeñara año sí, año también, en dictarles en qué o quién o cómo debían creer.
Todo aquello hubo de verlo Bishr Khalid desde el trono del Califato, convertido en nuevo Gran Califa después de la inesperada muerte del Califa Yuhanna en 1101; Bishr Khalid, continuó las difíciles labores de gobierno justo desde el punto en que las había dejado su padre Yuhanna, una vez la transición se demostrara tranquila y sin ningún contratiempo por parte del resto de nobles y generales. Sólo Sumhadan, sobrino del fallecido gran Califa y enemigo de su primo, se mostró disgustado aunque aceptara la nueva situación con gran pragmatismo.
También murió en 1102 el General Fajr Namah quien se encontraba al mando de tropas del Califato y algunas otras mercenarias en Mansura. En cualquier caso, el extraño movimiento bizantino (Ver NF del Imperio Bizantino) pasó desapercibido mientras todos los ejércitos permanecían en sus puestos más pendientes de posibles rebrotes rebeldes tras la muerte del Califa que de amenazas externas.