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Génova / Re: En torno al civismo en la práctica colonial
« en: 01 de Septiembre de 2006, 10:50:05 pm »
Estimados líderes de las potencias mundiales:
He aquí la consagración del cinismo y la decadencia en el altar de la vieja Europa.
Para nuestra quizá joven y quizá inexperta, pero al menos democrática y pujante nación, las puertas estaban cerradas antes aún de que golpeásemos el llamador. He aquí a un monarca europeo, que lo es por simples vínculos de sangre, según la tradición elegido por Dios mediante un retorcido programa de matrimonios consanguíneos y decadentes, proclamando la prolongación moderna de sus derechos de señorío, de su herencia dinástica, de su infausta política de privilegios y castas. Lo dice un autócrata que está construyendo una potente flota de guerra y militarizando el país, incapaz de contener a los elementos más infames de su autoproclamada aristocracia que braman por derramar la sangre francesa.
En nuestra joven e inexperta nación la riqueza es para quien la trabaja. Nuestro mundo, quizá reciente pero desde luego aún no agusanado y decrépito como las estériles altas sociedades de las más rancias naciones de Europa, se levanta día a día con el sudor y la sangre de nuestra gente. En nuestro mundo el trabajo, el esfuerzo, la competitividad son valores en alza, el sello de los mejores. Nuestro mundo es el de los intrépidos. En nuestro mundo nadie tiene derechos adquiridos, nadie disfruta de privilegios, la igualdad de oportunidades es una realidad.
No me cabe duda de que las palabras del Káiser son las de un líder coherente y decidido. Y como tal, para mantener la coherencia, deshará inmediatamente el atropello que está cometiéndose en estos mismos momentos contra las Compañías británicas, expulsadas del Archipíélago Bismarck por las arbitrarias leyes mercantilistas del Reich. ¿O no? ¿O se limitará a encogerse cínicamente de hombros cuando se mencione el tema, utilizando dos raseros? ¿Acaso no es cierto que el Káiser ve con recelo el crecimiento de nuevas potencias, temeroso de quedarse atrás, asustado por cualquier intento de liberalismo, decidido a atajar todo intento de igualdad antes de que la única política válida, la de los derechos civiles, aplaste su mundo de privilegios consanguíneos?
Los Estados Unidos de América siempre han sido y siempre serán una nación abierta al diálogo, pero de ninguna manera estarán dispuestos a rendir vasallaje y subordinar su interés nacional a gobernantes cuya máxima hombría es ser descendientes en quince, veinte generaciones de un gran hombre que unificó unas tierras bajo su hábil mano.
Reciban un cordial saludo.
He aquí la consagración del cinismo y la decadencia en el altar de la vieja Europa.
Para nuestra quizá joven y quizá inexperta, pero al menos democrática y pujante nación, las puertas estaban cerradas antes aún de que golpeásemos el llamador. He aquí a un monarca europeo, que lo es por simples vínculos de sangre, según la tradición elegido por Dios mediante un retorcido programa de matrimonios consanguíneos y decadentes, proclamando la prolongación moderna de sus derechos de señorío, de su herencia dinástica, de su infausta política de privilegios y castas. Lo dice un autócrata que está construyendo una potente flota de guerra y militarizando el país, incapaz de contener a los elementos más infames de su autoproclamada aristocracia que braman por derramar la sangre francesa.
En nuestra joven e inexperta nación la riqueza es para quien la trabaja. Nuestro mundo, quizá reciente pero desde luego aún no agusanado y decrépito como las estériles altas sociedades de las más rancias naciones de Europa, se levanta día a día con el sudor y la sangre de nuestra gente. En nuestro mundo el trabajo, el esfuerzo, la competitividad son valores en alza, el sello de los mejores. Nuestro mundo es el de los intrépidos. En nuestro mundo nadie tiene derechos adquiridos, nadie disfruta de privilegios, la igualdad de oportunidades es una realidad.
No me cabe duda de que las palabras del Káiser son las de un líder coherente y decidido. Y como tal, para mantener la coherencia, deshará inmediatamente el atropello que está cometiéndose en estos mismos momentos contra las Compañías británicas, expulsadas del Archipíélago Bismarck por las arbitrarias leyes mercantilistas del Reich. ¿O no? ¿O se limitará a encogerse cínicamente de hombros cuando se mencione el tema, utilizando dos raseros? ¿Acaso no es cierto que el Káiser ve con recelo el crecimiento de nuevas potencias, temeroso de quedarse atrás, asustado por cualquier intento de liberalismo, decidido a atajar todo intento de igualdad antes de que la única política válida, la de los derechos civiles, aplaste su mundo de privilegios consanguíneos?
Los Estados Unidos de América siempre han sido y siempre serán una nación abierta al diálogo, pero de ninguna manera estarán dispuestos a rendir vasallaje y subordinar su interés nacional a gobernantes cuya máxima hombría es ser descendientes en quince, veinte generaciones de un gran hombre que unificó unas tierras bajo su hábil mano.
Reciban un cordial saludo.