Saladino, por aquello que comenté de los problemas en la hoja de estado, sería aconsejable que este NF lo leas después de haber leído el NF de Ghana del T13.
Reino de Ghana
Rey Alaroye
El nuevo rey ghanés quiso demostrar su recién estrenado poder absoluto mostrando a todo el mundo que él no era como su padre. No se iba a andar con sentimentalismos. Todos esperaban que marchase hacia la costa y siguiese los planes defensivos de Nkisi, su padre, pero la realidad demostró que las personalidades de padre e hijo eran bien diferentes.
La primera medida que adoptó fue intentar censar a la población de su reino. Mandó a hombres de confianza, muchos de ellos antiguos compañeros de su infancia que tenían serias dificultades para leer con lo que el trabajo quedó en nada. Se produjeron muchas inexactitudes, cuentas mal realizadas… También contribuyó al fracaso el hecho de que muchas tribus eran nómadas con lo que enumerarlas se convirtió en un trabajo, las más de las veces, que quedaba incompleto. Esto hizo reflexionar a Alaroye, por lo que decidió apoyarse en los hombres más ancianos y eruditos del reino para que impartiesen lecciones a sus hombres, creándose en la capital y en los alrededores, una pequeña red de escuelas a las que debían asistir no sólo los niños de las principales familias, si no también soldados con cargos importantes dentro de su ejército, funcionarios reales y comerciantes reputados. Para suerte del rey, la medida fue acogida con verdadero interés por sus súbditos y no faltaron a las reuniones entorno a los sabios, cualquier hombre que se pudiese preciar de tener una mínima responsabilidad dentro del reino.
Acabado el vano intento censal, llegó el momento de expandir las fronteras del reino de Ghana. En esto imitó los procedimientos de su padre y se hizo acompañar de una lustrosa caravana cargada de productos exóticos, de poco valor, pero de gran apariencia. También esta vez, los animales más representativos de su reino formaban parte de la comitiva, eso sí, prescindiendo en esta ocasión de los hipopótamos que se habían demostrado indomables para estos menesteres.
El año anterior, su hijo y heredero, Mumbaka, estableció a través de mensajeros, los primeros contactos con las gentes de la región que su padre quería añadir al reino, Tusyam. Estas acciones no tuvieron tampoco grandes efectos que se notasen a posteriori, pero al menos consiguió esclarecer la situación política en esas tierras, de tal modo que la caravana de Alaroye se encaminase hacia el lugar donde mejores resultados podía cosechar: el poblado del reyezuelo Bomobomjira, el hombre más respetado de todo Tusyam.
El más autorizado y el más grueso, en opinión de todos los que le vieron. Bomobomjira era un auténtico fenómeno de la naturaleza, se decía que pesaba tanto como una jirafa, a pesar de que su altura era normal, tirando a baja. Apenas podía moverse de su asiento de piedra, desde donde, con una amplísima sonrisa en los labios, dirigía los designios de su aldea, de algunas de los alrededores e incluso se le interpelaba para resolver cuestiones en lugares más alejados.
Pero antes de llegar, la caravana real de Ghana sufrió un suceso de cierta importancia. Desde los primeros días en la región de Tusyam, empezaron a perecer los caballos que seguían el cortejo. Alaroye se hizo acompañar por el grueso de su ejército, lo cual incluía casi dos mil hombres a caballo. Fue avisado de lo que podría suceder, pero insistió tanto que nadie fue capaz de hacerle retirar esa idea. Alegaba que eso impresionaría a sus nuevos súbditos, que era imprescindible mostrarles el poderío de su ejército.
Dos días antes de llegar hasta Bomobomjira, murió el último de los caballos entre los lamentos desgarradores de sus apenados jinetes.
- El rey es estúpido – comentaba uno de sus hombres – Le avisamos de esto y ahora tiene que lamentar tan cuantiosa pérdida.
- Tenemos un rey que no nos merecemos, cabeza de buey – replicó otro – O que tú al menos y todos los que le consideráis estúpido no os merecéis. Alaroye ha hecho una gran jugada trayendo aquí a los caballos para morir.
- Debes haber bebido de su misma leche, porque pareces tan chalado como él.
- Escucha y luego opina. La caballería no nos sirve de nada. Los jinetes están muy orgullosos de sus monturas y se pavonean sobre ellos como si fuesen los reyes de la selva porque dicen dominar a esos animales. Pero lo cierto es que apenas se sostienen sobre su lomo, son incapaces de hacerlos maniobrar a su gusto, de tal modo que yo he visto como algunos caballos pacían tranquilamente mientras el jinete les espoleaba para ir al combate. En definitiva, esas tropas no servían para prácticamente nada, salvo quizás, ahuyentar al enemigo en un primer momento, pero a la hora de la verdad, preferiría verme a tu lado, mendrugo cobarde, que estar entre cien de esos caballos. El rey sabe esto, porque es inteligente como yo. Los ha traído aquí a sabiendas de que morirían, de tal modo que ahora esos jinetes son malas tropas de tierra, como tú, pero en el futuro se las podrá entrenar y hacer de ellos aceptables guerreros.
- ¡Ja! Si hubiese querido hacer eso, les podría haber ordenado que dejasen los caballos y en paz. Para eso es el rey.
- Tengo que reconocerlo… Tu inteligencia me desborda – acto seguido le dio un “amistoso” golpe en la nuca a su compañero.
- ¡Eh! – se quejó.
- No creo que lo entiendas pero trataré de explicártelo. Los jinetes, se sienten muy apegados a sus animales. Imagino que te das cuenta de que no es un animal muy frecuente en nuestras tierras, por lo que tiene un alto valor. Alaroye, si les obligase a desprenderse de sus caballos, se arriesgaría a perderlos como tropa a su disposición, o lo que sería aún peor, a un motín en toda regla. Al traerlos aquí, se ha desprendido de la parte de ellos que les molestaba y nadie puede achacarle nada a él; han sido los extraños mosquitos los que han acabado con los caballos.
Cualquiera que fuera la motivación para acabar de ese modo con los caballos, Alayose se presentó ante su anfitrión igualmente envestido de una gran pompa. El sonriente Bomobomjira le recibió dando muestras de gran predisposición. Al poco tiempo empezaron las negociaciones.
No hubo demasiados problemas, ambas partes se entendieron bien y el pacto estaba a punto de sellarse cuando el gordo señor de Tusyam impuso como condición que debía certificarse el acuerdo por mediación de una boda, para que así “un rechoncho nieto suyo fuese rey”, según palabras textuales. Alaroye se mostró de acuerdo con el ofrecimiento y subió la oferta manifestando que tanto él como su hijo estaban solteros por lo que no habría problema alguno en contraer matrimonio ambos. Bomobomjira asintió con una enorme sonrisa, como no podía ser de otro modo. Al día siguiente les explicaron los procedimientos de las bodas que se celebraban en aquel lugar, haciendo hincapié en que no se podía ver a la novia hasta el momento de la ceremonia y que tras esta, el padre de la misma debía certificar que el marido era capaz de cumplir con sus obligaciones para perpetuar su sangre, durante siete noches seguidas. Alaroye y Mumbaka dijeron comprender y estar de acuerdo.
Ambos, como estaba previsto, conocieron a las novias en la misma ceremonia. También allí se enteraron de que eran las hijas de Bomobomjira quien desde su sillón de piedra, reía de forma espasmódica, símbolo decían, de que aceptaba de buen grado a sus nuevos yernos.
Akosua, la esposa designada para el heredero, era una muchacha de 15 años, en apariencia fuerte y animosa. Por otro lado, Juba, a quien le había tocado en suerte a Alaroye, era… la viva imagen de su padre. Gruesa hasta un límite inhumano que le entorpecía gravemente la movilidad; sonriente como su padre pero con los dientes dispuestos irregularmente lo que le daba una expresión terrorífica; y apocada a más no poder, quizá cohibida por los encantos de su hermana o por simple personalidad, pero el caso es que esta joven, un par de años mayor que su hermana, era un duro precio a pagar por la región, según opinara Alaroye a su círculo más intimo cuando regresaban a casa.
Las siete noches de verificación pasaron. Ambos cumplieron, Mumbaka holgadamente, Alaroye con grandes dificultades. Bomobomjira, satisfecho, despidió a sus hijas y a la comitiva ghanesa con una estruendosa carcajada. Nadie se explicaba como podía llegar a abrir tanto la boca vista su inmensa papada.
Al llega a la región de Ghana, antes de hacer entrada en Kumbi-Saleh, la capital del reino, Alaroye dejó claras las posiciones a su hijo.
- Yo soy el rey, tú mi hijo, así que obedecerás.
- Decid, padre – respondió sumiso Mumbaka.
- Intercambiamos las mujeres. Juba será tu esposa y la bella Akosua dormirá conmigo.
- No, no, no… Bomob…
- Ni Bomobomjira, ni Bomobomjiro, aquí mando yo. ¿Acaso quieres tener una piara de cerditos como hermanos?
- ¿Y tú un nieto “redondo”?
- No, pero tú eres joven y podrás tomar otras esposas en el futuro, cuando Bomo… como se diga, reviente en uno de sus interminables banquetes.
Y así se hizo, al llegar a la capital, intercambiaron a las mujeres y el pueblo alabó la belleza de la nueva reina.
El problema surgió cuando aproximadamente nueve meses después de todo aquello, Akosua tuvo un hijo. Nadie, ni los más reputados hechiceros del reino, se atrevieron a determinar si el padre había sido Mumbaka durante las celebraciones de la boda, o Alaroye cuando tomó posesión de su nueva esposa ya camino de Kumbi-Saleh, apenas unos días después.
Fin