Estimados Padres Conscriptos:
Investido de la dignidad consular para la presente legislatura, agradezco, en primer lugar, la confianza depositada por los presentes en Papirius para guiar a Roma en estos momentos decisivos para el futuro de Roma.
Recientes conversaciones con miembros de esta Augusta Cámara, y un detenido examen de la situación, me han convencido de la necesidad de batir a alguien más que meramente a los Macedonios. Como ya dije en su momento, tal ejército de bárbaros es nuestra prioridad, pues posee una fuerza más que suficiente para resultar fuente de problemas si se le deja medrar.
Ahora bien, los informes de nuestras fronteras mencionan la indeseable presencia de muchos otros enemigos de Roma que desean llevarnos por el sendero de la guerra.
Sea entonces! Y que el espíritu marcial de Roma, dignos herederos de Marte, sea el triunfante! Demostremos que nuestra capacidad y ardor es muy superior que el suyo y expulsémolos hasta las ardientes arenas del sur y las gélidas tundras del norte!
Pero, ay! Si queremos batir dos guerras a un tiempo, el Cónsul urbano no es garantía suficiente, por desgracia, de éxito dada su inclinación administrativa. Mejor será que Papirio, estimados senadores, quede en Roma, y que, junto con su compañero Aelio promueva a un distinguido senador para el cargo de Dictador. Así, de este modo, Aelio, buen comandante, y dicho Dictador, acabarán con dos enemigos mientras Papirio queda en la capital ocupándose menesterosamente de cosas más afines a su preparación y experiencia.
Me retiro, pues, a debatir con Aelio sobre dicho asunto.
Vale atque vale.