Ante los muros de Drako el horizonte está lleno de columnas de humo allí donde antes se elevaban granjas y haciendas. Más cerca de la ciudad, la capital del Reino de Sigfrido, dos enormes ejércitos contemplan los majestuosos muros. A un lado se alzan fila tras fila los orgullosos servidores, en algunos casos armados con dos armas de mano y un escudo, en otras sosteniendo enormes armas a dos manos en otros casos obligarían a dejar el escudo de lado mientras sus héroes y generales pasan entre las filas de ordenados soldados animando a la tropa y estudiando con seria preocupación las formidabls defensas que se alzan ante ellos.
En paralelo una horda de miles de engendros contempla la ciudad desde otro apetitoso punto de vista, otean los muros contando los minutos que les restan para atacarlos. Sus generales lanzan vociferantes discursos que enervan aún más los ánimos.
Desde lo alto de las murallas el espectáculo es épico pero desde debajo de las mismas, y a pesar de las numerosas armas de asedio que montan en ambos bandos, es evidente la solidez de las torres, lo ancho de las murallas y lo estudiado de la posición de almenas, adarves y merlones que jalonan los muros.
En lo alto de las murallas se observan apretadas filas de minotauros, que ni siquiera parecen nerviosos, a pesar de que han estado dos días viendo llover sobre ellos las cabezas de los pocos minotauros que los, a pesar de saber el peligro que corrían, han estado hasta el último momento recolectando lo posibe de las cosechas antes de que llegara el enemigo y es que en la ciudad hay un montón de refugiados que si no fuera por los últimos cargamentos recibidos haría semanas que padecerían hambre.
La batalla va a comenzar!