Reino de Matarm(Hinduismo Marítima Nación Abierta)
Matube, Rajá de Matarm
Diplomacia:
"¿Qué es aquello sobre el mar?
Son los triángulos negros del Capitán Humata"
Dicho popular de Srivijaya utilizado para asustar a los niños.
El Gran Matube, Rajá de Matarm, sabía que los ataques recientes realizados por los hombres de Srivijaya sobre el territorio de su reino se repetirían en el tiempo de forma inevitable, por más que lograse firmar una paz con su poderoso vecino o alcanzara un acuerdo con los mismos dioses. El Rajá no podía negar que Srivijaya era demasiado poderoso, que no temía a Matarm y que sus dirigentes se creían en la capacidad de acabar con el pequeño reino isleño en cualquier momento.
Matube sabía qué era lo que necesitaba conseguir para cambiar todas aquellas circunstancias adversas: Matarm debía crecer en tanto Srivijaya disminuía hasta que el reparto de fuerzas fuese homogéneo. Una situación tan utópica como maravillosa.
Lo que no sabía era cómo lograr que se hiciera cierta.
En previsión de nuevos ataques el Raja decidió aumentar la cantidad de soldados del ejército defensivo de Singhasari, reclutando a miles de nuevos guerreros y dedicando parte de los recursos del reino en adquirir el equipamiento necesario para mejorar la efectividad defensiva de Matarm. El propio Rey asumió el peso del entrenamiento intensivo al que se sometió a aquellas nuevas tropas desde Kendiri, al tiempo que se preparaba para recibir al General Achmed de Srivijaya quien sería su interlocutor en las negociaciones de paz que se iniciarían a principios del año 1085.
En Mayo del mismo año, el famoso capitán Humata, un héroe de guerra de gran inteligencia y a quien se tenía por el alma estratégica de la nación, solicitó audiencia con el Rajá. La reunión se celebró aprovechando un descanso en las conversaciones entre el enviado de Srivijaya y el propio Rajá, y se prolongó durante varias horas finalizando cuando el Capitán abandonó a grandes pasos el palacio del Rajá con una enorme sonrisa en los labios.
Cuatro días después, dos flotas abandonaban las islas con muy distintos destinos y dos misiones contrapuestas; por un lado, el Príncipe Tamou acudió al mando de una ligera flota de escoltas hasta Kwangchou para recoger el dinero que el Imperio Song destinaba al vecino Imperio de Khemmer. Que imperios tan poderosos confiaran en los barcos de Matarm complacía enormemente al gran Rajá, y la complacencia no disminuyó pese a no poder realizar la entrega acordada al encontrarse en Kwangchou con la negativa de la administración de Song por falta de efectivo. El Príncipe Tamou se alzó de hombros, visitó las maravillas costeras del continente y regresó a casa para reunirse en Kediri con el Rajá.
La otra flota, enorme y de guerra, partió bajo el mando del Capitán Humata. No sólo era la gran flota de Matarm incluyendo las nuevas tropas entrenadas y los navíos recientemente construidos, sino que también viajaban con el Capitán los mercenarios contratados por el Rajá. La misión de esta gran flota era la de atacar las islas del Este con el fin de recuperar las arcas del reino, terriblemente enflaquecidas tras los esfuerzos de guerra.
Los saqueos realizados en Timor, Sulawasi y Selatan redundaron en importantes beneficios para la flota de Humata, y mientras llegaban las noticias de los ataques a la capital, donde proseguían las conversaciones con Srivijaya, el Capitán se dispuso a realizar su movimiento más osado.
Durante la noche del 23 de Octubre del año 1085, la flota de guerra de Matarm partió en secreto de la pequeña cala que ocupaba en el norte de la isla de Timor. Viajando de noche, pese al riesgo de encallar en las muchas aguas bajas de la zona, o topar con hirientes arrecifes que se multiplicaban a lo largo de todos los mares indonesios, el Capitán Humata logró mantener al resguardo de miradas inoportunas a la flota de ataque durante más de ocho meses, en una acción de habilidad y valentía tan pocas veces igualada a lo largo de la historia que el nombre de Humata habrá de caminar de la mano del gran Gaius Iulius Caesar, quien durante su campaña de las Galias logró mover sus legiones con la velocidad del rayo aprovechando hasta la más fría las noches francesas.
Tras dar un enorme rodeo entre las islas del mar de Mallaca, la flota del Capitán Humata arribó en Julio del año 1086 a su primer objetivo: la región de Perak, en el lejano Oeste de Srivijaya. Los habitantes del lugar vieron llegar a aquella flota fantasma con sorpresa y curiosidad; imaginaban que las velas triangulares con colores oscuros pertenecían a alguno de los grandes Imperios del lejano Norte, y el desembarco de los hombres de Humata fue sencillo y hasta tranquilo, pues incluso recibieron ayuda de quienes habían de ser masacrados horas después.
Al saqueo despiadado sobre la región de Perak le siguió el de Kedah durante el mes de Agosto del mismo año. Para ese entonces los hombres de Srivijaya ya sabían a quién se enfrentaban, y la reacción fue inmediata: el General Sukarno, viejo lobo de mar, partió de la capital Srivijaya al mando de la flota personal del Sumo Sacerdote en dirección al estrecho de Mallaca, donde confiaban en interceptar los navíos piratas de su enemigo.
La flota de Srivijaya no llegó al estrecho hasta iniciado Septiembre de 1086, cuando los barcos del Capitán Humata ya habían desaparecido de la zona. Un mes después, llegan las noticias de los nuevos saqueos en las costas de Mon, región perteneciente al Imperio Khemer y bien defendida por una guarnición de soldados de infantería; los hombres de Khemer, entrenados y atentos, presentaron batalla a la que imaginaban una simple flota de saqueo compuesta por marinos y piratas. Descubrieron demasiado tarde que en el interior de los barcos viajaba un contingente de soldados compuesto por más de 2000 infantes; la derrota de los defensores fue inevitable, dando paso a un inevitable torbellino de saqueos y destrucción.
Los barcos de Srivijaya, alertados de los nuevos ataques en el norte, lograron llegar al mar de Nicobar con rapidez sorprendente, sobre todo a tenor del mayor calado de los barcos de guerra del General Sukarno.
Fue allí donde ambos contendientes se encontraron frente a frente por primera vez, cuando la flota del General trató de cerrar la salida de la bahía a la del Capitán Humata. Por suerte para el héroe de Matarm, los barcos de Srivijaya fueron avistados con la suficiente antelación por los vigías y su flota logró escapar del cerco sin muchas dificultades ayudada de la mayor superficie de sus velas y el menor calado de los barcos. Aunque los barcos de retaguardia de Humata llegaron a intercambiar flechas con los de vanguardia del General Sukarno a corta distancia, toda la flota logró salir de la bahía sin desperfectos ni bajas.
Desde ese momento, una situación que se había iniciado en forma de búsqueda y captura se tornó en caza del gato contra el ratón. La flota más pesada y mejor armada del General Sukarno siguió en la distancia a la ligera y maniobrable del Capitán Humata hasta el estrecho de Selat, cuando, aprovechando la caída de una densa niebla de dos días de duración, el Capitán volvió a dejar atrás a su enemigo en Mayo de 1087.
Teniendo en cuenta lo osado de su movimiento y lo fructífero de sus saqueos, diríase que lo más lógico hubiera sido que Humata regresara a casa en aquel momento para poder preparar la defensa ante el previsible contraataque de Srivijaya. Eso pensó su enemigo, el General Sukarno, quien enfiló proa en dirección sur con intención de volver a la capital cuanto antes para reponer alimentos y preparar la ofensiva.
Pero el Capitán Humata resultó ser mucho más imprevisible y osado de lo que nadie cabría imaginar. Apenas dos meses después, en Julio de 1087, la flota de Matarm reapareció por sorpresa en el Mar de Riouw cayendo con furia desbordada sobre las costas de Jambi. Reaccionando con suma rapidez, las tropas de infantería comandadas por el mismísimo Sumo Sacerdote Adijaya se lanzaron sobre Jambi, para descubrir a su llegada que aquellos infernales saqueadores ya se habían ido.
Sin embargo, cuando el Capitán Humata se dirigía hacia Barat fue al fin detectado e interceptado por la flota de Srivijaya. El combate, esta vez inevitable a causa del irregular movimiento de los vientos con que hubieron de lidiar ambas flotas, se desató a lo largo de la mañana del 4 de Septiembre de 1087. Aunque la mayor parte de las bajas fueron causadas por las saetas, piedras de honda y lanzas incendiarias, varios barcos trabaron combate cerrado y llegaron a abordarse. Al iniciarse la tarde, el viento del oeste volvió a soplar con fuerza y regularidad, y las naves de Humata lograron escapar de nuevo de entre los dedos del General Sukarno con pérdidas apenas relevantes para ninguno de los dos bandos, ya que sólo perdieron un par de barcos por cabeza además de la muerte de un centenar de soldados de Humata a causa del vuelco de su barco producido por un choque inesperado con unas rocas altas. Durante la noche, cuando Humata recibió el parte de bajas, descubrió para su tranquilidad que los hombres muertos en el accidente no eran hombres de Matarm, pues formaban todos parte del contingente mercenario.
Aquel combate, y saberse en inferioridad numérica ante su enemigo, hizo reflexionar a Humata. Si seguía adelante con su campaña de saqueos fulgurantes seguidos por desapariciones igualmente rápidas, quizá no llegase a tiempo a Singhasari para ayudar a repeler la ofensiva de Srivijaya. Antes o después, Sukarno lo interceptaría en un lugar donde no podría beneficiarse de su mayor rapidez y maniobrabilidad, y las pérdidas que su flota sufriría en un combate abierto e igualado serían incalculables y definitivas para el futuro de su nación.
No podía poner en juego toda la estrategia defensiva de Matarm. Y no lo haría.
El treinta de Enero de 1088 la flota del Capitán Humata llegó al fin Singhasari, donde fue recibido como el mayor de los héroes tras desembarcar el enorme botín logrado en aquellos saqueos que harían por siempre famoso el nombre de Humata. Tras recibir la felicitación personal del Rajá Matuve, quien lo cubrió de honores y lo nombró Gran Almirante de Matarm, Humata reestructuró su flota y repuso las bajas desplegando después el ejército en las defensas de Kediri a la espera del enemigo.
Un enemigo que no llegó, pues el heredero del Sumo Sacerdote, el Príncipe Adjem, aunque no deseara con más fuerza otra cosa en el mundo que marchar contra Matarm al mando de todas sus tropas, decidió tras muchas dudas esperar la llegada de los refuerzos del Sumo Sacerdote antes de entrar en un territorio que ya logró repelerlo con asombrosa efectividad cinco años antes.
Pero el tiempo de la venganza estaba cercano. Sí, el tiempo de la sangre y el fuego sobre Matarm llegaría muy pronto.