Klaskan

Partidas Finalizadas => Klaskan Renacimiento => Mensaje iniciado por: dehm en 14 de Julio de 2007, 06:51:39 pm

Título: El Mar Verde
Publicado por: dehm en 14 de Julio de 2007, 06:51:39 pm
El viento ondulaba la vegetación con cada rafaga. El horizonte se extendía en todas direcciones con leves elevaciones del terreno también cubiertas de hierba y en algún caso un arbusto aislado y retorcido ya que el continuo viento no dejaba crecer nada que no fuera flexible cual caña.

Allí y allá algunos regatos avanzaban perezosos desembocando en múltiples lagos de poca profundidad donde se  juntaban gran cantidad de aves y algún que otro animal que acudía a abrevar. Sin embargo no había la multitud de ellos que en otras ocasiones habían visto sus ojos.

Incluso las sendas de los animales menudeaban y en muchas ocasiones incluso habían desaparecido. La habitual soledad de esas eternas planicies parecía haber aumentado si ello era aún posible y salvo algún atisbo de vida y las aves no se oteaba ninguna manada ni rebaño en mucha distancia a la redonda.

Incluso sus aventajados ojos no podían precisar nada moviendose en el inmenso paisaje. A sus espaldas sabía, que a dos jornadas a buen paso, podría encontrar los Farallones, altos y cortados a pico, se elevaban bruscamente del suelo dejando sólo una pequeña abertura, un desfiladero entre altas peñas que los custodiaban, y que serpenteaba hasta su hogar.

La soledad que normalmente le llenaba de paz y sabiduría no existía en esta ocasión. Todo el paisaje, aunque fuera el mismo de siempre, tenía algo extraño, algo que no pertenecía al mismo, faltaban cosas, sobraban cosas... y en los próximos días tendría ocasión de reflexionar sobre ello ya que su visión estaba lejos de completarse.

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A los dos días sus sospechas y esa sensación de desasiego que le rondaba se convirtió en certeza. Andaba caminando a buen paso entre dos lagos paralelos que eran alimentados por sendos arrollos cuando piso el primer hueso.

Era normal que en esa zona, humeda y ventosa, los cadáveres se descomponían con rapidez, y las aves carroñeras se ocupaban de limpiar lo poco que quedaba de ellos. Sin embargo en esta ocasión el suelo era un tapiz de huesos y pellejos, aquello no era obra de un cazador, ni de una manada de Nofeis (especie felina de ocho palmos de alzada, silenciosos, astutos e increiblemente rápidos y certeros)... en aquel osario había una forma, una distribución, un modo de actuar... inteligente.

Una breve observación de los huesos le dió los datos que necesitaba. Se trataba de una manada de ciervos cebreados, típicos de aquellas amplias llanuras, que habían sido muertos, cazados, entre ambos lagos, seguramente tras ser guiados hacia una trampa oculta. Los huesos presentaban cortes, en algunos casos fracturas, y en la mayoría incisiones características de flechas y armas punzantes.

Sus sentidos trabajaban a toda velocidad, sus ojos vigilaban el horizonte, sus manos recorrían los restos de los ciervos intentando obtener más información. Aquello era sumamente raro. Aquellos llanos eran tierras vírgenes... nadie las ollaba salvo para el Ritual de la Caza, y aún éste se realizaba cada vez con menos frencuencia ya que las tradicciones estaban perdiéndose en favor de una vida más acomodada y pacífica.

Ese mismo día descubrió varios rastros, sendas abiertas torpemente por el Mar Verde por muchos individuos en movimiento, sin monturas al parecer, pero en gran número. Su corazón deseaba volver a casa pero su cabeza le decía que allí ocurría algo importante, algo digno de ser conocido y algo vital para ser contado.

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Su respiración era agitada pero no dejaba de correr en ningún momento. Su última flecha había penetrado en el ojo de un enemigo que le había adelantado por un flanco para intentar ganarle la delantera y cortarle el paso entre el arrollo y sus perseguidores.

Sus mocasines estaban rotos y le sangraban los pies pero éstos apenas se posaban en la hierba mientras sus zancadas le conducían al norte, a los Farallones.

A tres días de camino sus esperanzas de llegar a los mismos no eran demasiado elevadas pero hacía dos días tampoco lo eran y aún estaba vivo para contarlo. A sus espaldas se oían gruñidos, algún jadeo y muchos gritos y algún que otro sonido de cuerno que orientaba a los diversos grupos que debían estar dándole caza.

El atardecer estaba cayendo de nuevo, una noche larga pero iluminada por la luna, que no estorbaría a los cazadores en su persecución. Sin embargo esa noche no tendría flechas, su alhaja estaba vacia, y si el enemigo lograba cercale tendría que usar sus cuchillos curvos y afilados.

Se concentró de nuevo en regular su ritmo, en no concentrar demasiado peso en su pierna derecha, levemente dolorida por la continua carrera, y en vigilar el frente. Su salvación.

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Las hierbas ralas que cubrian el Mar Verde en la cercanía de los Farallones eran acompañadas por varios tipos de árboles, que aún sacudidos por el viento, podían crecer a la sombra de aquellas enormes peñas.

Sabia que en algún lugar de esa pared vertical había una abertura, un estrecho paso, una salida del Mar. Era difícil encontrarla y no estaba señalada pero había modos de encontrarla y debía hacerlo rápido, llevaba recorriendo el lindero de la pared vertical en dirección oeste al menos una hora y según sus calculos no debería llevarle mucho más encontrar la puerta.

La primera lanza rebotó en el granito de la roca a casi tres metros de distancia pero la segunda lo hizo a pocos centímetros de su cabeza. A ellas le acompañaron algunas más que cayeron sobre él cual lluvia pero su cuerpo escurrió la puntería enemiga y se deslizó a mayor velocidad.

Una criatura deforme de al menos diez palmos apareció en un claro delante suyo enarbolando una maza de aspecto tosco y peligroso, ni siquiera desenfundó los cuchillos, pasó a su lado rápidamente y con una voltereta rodó por el suelo esquivando su ataque, se levantó y siguió avanzando rápidamente sin mirar atrás.

El segundo enemigo que se cruzó en su camino casi lo sorprendió, apareció despacio pero sigilosamente, y únicamente sus reflejos le salvaron de ser atravesado por su cimitarra.

Sus cuchillos le cortaron los tendones del brazo, provocaron un grito de dolor y continuó su avance.

El estrecho pasillo apareció ante sus ojos mientras un cuerno sonaba cercano y se precipitó en la oscuridad del camino de salida, de su posibilidad de sobrevivir. Los gritos y cuernos fueron quedando atrás mientras su carrera continuaba. Fue entonces cuando se dió cuenta de que sólo tenía un cuchillo, el otro se debía haber quedado hincado en la carne del engendro.

Pero no importaba, ahora sólo debía correr, avisar y vivir!