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Temas - Uve

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Oscuro / Aviso.
« en: 15 de Septiembre de 2006, 09:48:29 am »
A los jugadores:

Voy a estar una semana fuera, por asuntos de trabajo. Me llevaré el ordenador, pero no cuento con encontrar conexión fácilmente, así que, en principio, la partida queda aparcada hasta el próximo viernes.
Hoy se enviará algún mensaje para seguir con la acción, pero no a todos los jugadores. Gracias por la comprensión, y ¡un saludo grande!

Uve.

Post: si puedo piratear alguna red Wi-Fi, ya os iré avisando individualmente.

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L53 / Otro aviso.
« en: 14 de Septiembre de 2006, 12:44:19 pm »
Me voy a impartir un curso de una semana a donde cristo perdió el gorro, y no hay internet. Salgo mañana por la tarde, y regreso la semana siguiente, el viernes. Como consecuencia de ello, aunque haré el turno y atenderé el viernes siguiente los mensajes que me lleguen (cuestiones diplomáticas, y tal), no confiéis en lo que ya no haya hecho a día de hoy (que a causa de la demora en el cierre del concilio, es nada).
¡Un saludo!

Uve.

Post: el Concilio lo mantendrá actualizado y lo cerrará cuando se cumpla la fecha Eneas. Ahora le toca a él hacer de secretario... XDDDD

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Oscuro / Sala de Autopsias del Doctor Donovan.
« en: 13 de Septiembre de 2006, 08:49:57 am »
((Ambientación escrita casi por completo por el jugador. La reproduzco con pequeñas variaciones, alguna edición en los guiones y poco más, pero la propiedad intelectual de la misma pertenece a su autor, y no al Señor Uve))


"La habitación estaba oscura, sólo iluminada en el centro, allí donde el cadáver esperaba bajo la sábana a que iniciara la autopsia. El Doctor Charles M. Donovan se colocó los guantes, pulsó el botón de la grabadora y destapó el cadáver.

–10 de Septiembre de 2005, 3:30 AM. Autopsia de John Doe, sujeto sin identificar. El cuerpo presenta múltiples contusiones producto del impacto con el coche, la mayoría de ellas produciendo fracturas internas de huesos y órganos. No hay signos de agresiones ni otros factores que hubieran podido provocar la muerte, por lo que se desechan. El sujeto parece rondar los 80 años, imposible de reconocer facialmente pues quedó desfigurado tras el choque. Sacaré muestra dental para buscar el historial si las huellas no dan resultado. Después abriré el cuerpo para considerar los daños internos.

El Doctor Donovan sacó rápidamente la muestra dental, una acción mecánica que había realizado millones de veces. Después agarró la sierra y poniéndola en marcha la introdujo en el tórax del muerto. Y un grito inundó la habitación, el grito del muerto. Donovan apartó rápidamente la sierra del cuerpo, que no sangraba ni se movía, pero el grito estaba ahí. Observó con los ojos la habitación mientras apagaba la sierra. El grito, poco a poco, se fue apagando. "No... no es real" pensó, recordando las pesadillas que lo habían llevado a abandonar su trabajo y su país. Volvió a poner en marcha la sierra para continuar su trabajo, pero antes miró un momento al cadáver. Sin dudas estaba muerto.

Pero de pronto, los ojos del muerto se abren.

Charles M. Donovan despertó con un grito, empapado en sudor, en su nuevo apartamento al lado del Central Park de Nueva York. La noche inundaba la habitación, donde sólo un reloj digital mostraba la hora: 01:00 AM.

Se levantó de la cama y fue hasta el baño. Abrió el grifo, con los gritos aún resonando en su cabeza, y metió la cabeza bajo el chorro de agua fría. Así consiguió, como tantas otras noches, acallar los gritos de su cabeza. Pasó su mano por el corto cabello rubio que coronaba su cabeza, y se giró hacia el armario para buscar un pequeño bote naranja. Estos nuevos somníferos conseguían suavizar los sueños, así que se tragaría un par de pastillas esa noche. A la mierda la adicción.

Se acercó a la cocina para tomárselas, pero por el camino vio su busca y cómo éste comenzaba a sonar, mostrando sólo un nombre: MORGUE. Con las pastillas aún en la mano apagó el busca y se acercó al telefóno y marcó el número que ya se había aprendido.

–Morgue del Departamento de Polícia Metropolitana de Nueva York, ¿qué desea? –la voz sonaba cansada al otro lado del teléfono, pero era Elle, a quién conoció cuando comenzó a trabajar allí apenas una semana atrás.
–Buenas noches Elle, soy Charles Donovan. Me habéis llamado al busca.
–Buenas noches, guapo –fue la respuesta de Elle, quién de pronto parecía más animada–. Te necesitan aquí. Ya saben que no es tu turno y que hoy lo tenías libre por lo de la mudanza, pero Martha ha tenido un accidente y nos hemos quedado esta noche sin forense. El jefe quiere que estés aquí en una hora.
–Vaya. Esto me pasa por ser el nuevo, ¿verdad? En un rato nos vemos.

Dos horas y media después el Doctor Donovan ya estaba trabajando, y había terminado dos autopsias: un joven con un tiro en la cabeza y una señora con un infarto al corazón. Lo único curioso de los dos casos era que la prueba de tóxicos había dado positivo para nandrolona, un esteroide que usaban los deportistas de élite. Era sorprendente, pero su trabajo no consistía en investigar las curiosidades, si no en encontrarlas.

Tras lavarse las manos y ponerse unos nuevos guantes, encendió la grabadora. Todas las autopsias las grababa con el fin de luego repasarlas para hacer el informe. Miró el reloj y agarró la ficha:

–10 de Septiembre de 2005. 3:30 AM. Autopsia de John Doe, sujeto sin identificar...

El doctor se acercó a la nevera donde esperaba el próximo cuerpo. Al abrir la puerta, un hedor insoportable, algo que nunca antes había atacado las fosas nasales del doctor Donovan inundó la habitación. Los ambientadores con dosificación automática de la sala, que hacen que el aire estanco permanezca puro e incluso con cierto aroma a pino, parecía que no funcionaban en absoluto. El desagradable olor, indescriptible por ser muchas cosas y ninguna a la vez, inundó la cabeza del doctor. El mareo se apoderó de él, se dobló hacia delante y las arcadas llegaron a su estómago. El vómito fue abundante y no pudo evitarlo. Alertado por el ruido, Ellen entró en la sala de autopsias y vió la escena.

–Doctor, ¿se encuentra bien?

Donovan levantó la cabeza, "¿Pero es que no sentía el olor?". Ellen estaba a su lado, con la mano sobre su hombro, pero nada en ella mostraba que le desagradara aquel hedor insoportable. Y si no lo olía, si no podía sentir aquello... si lo mencionaba lo tomarían por loco. Otra vez.

–No, es... Es sólo que el cuerpo me ha recordado a mi padre.
–Vaya, ha debido ser un shock grande. Si necesita algo no dude en avisarme.
–Gracias Elle, pero creo que voy a continuar con la autopsia."

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Oscuro / Un Chevrolet Impala del 68.
« en: 13 de Septiembre de 2006, 08:13:17 am »
((escena desarrollada entre el teniente de detectives Mike Brown y el periodista William O. Smith. Los personajes, cada uno por su lado, han llegado hasta éste coche tras escribir excelentes escenas que el Señor Uve colgará al final del juego en sus respectivas fichas. Enhorabuena a todos los jugadores: están haciendo un trabajo excelente))



EL TRÁFICO ESTABA IMPOSIBLE pese a la hora aún temprana de la tarde. La niebla de aquellos días, persistente, cabrona, no levantaba al amanecer, como de costumbre, sino avanzada la tarde. Luego, casi de forma invariable, volvía a aparecer a lo largo de la noche. Y así desde una semana atrás, con lo que el caos natural propio de la gran Manzana se había convertido en un infierno para los conductores, y la niebla que se había instalado en la ciudad en la principal causa de baja laboral de aquellos días.

El Chevrolet Impala del 68, que algún día había sido verde oliva, se movía a golpes con enormes dificultades; el Teniente de Detectives Mike Brown se aferraba al agarrador del pasajero como si fuera el único flotador a bordo del Titanic, sorprendido al descubrirse orgulloso de su propio coche, en el dique seco en un taller desde más de una semana atrás pero, al menos, vehículo producido en la era moderna y que ronroneaba cuando funcionaba, en lugar de rugir como un jodido tractor asmático. A su izquierda, al mando del Impala, el tal William Smith (había insistido en que le llamara Bill) tampoco parecía en muy buena forma; terriblemente castigado por los años, y habría cumplido más de sesenta, el tipo vestía como cuando su Impala era un prodigio de modernidad. Barba descuidada y entrecana, y destilando tanto alcohol por los poros que si hicieran soplar al detective Brown en un control de alcolemia le quitarían la placa, el señor Smith no mostraba el aspecto que pudiera uno esperar de todo un periodista del Times. Aunque la conversación era aún peor; desde el mismo momento en que aquel periodista abrió la boca por primera vez y las palabras salieron a borbotones mecidas por los vapores del bourbon, Mike Brown se arrepintió de haber entrado en el coche. Y de todos los pecados cometidos a lo largo de su vida.

Bill (llámame Bill) no hacía más que hablar. Ni siquiera parecía prestar atención a lo que sucedía más allá del parabrisas, joder, como si para hablar como un poseso sin decir nada necesitara de toda la concentración del mundo. Primero le dijo lo muy ocupado que estaba, con todo aquello de escribir artículos para el NYTimes, y lo muy ocupado que debía estar él mismo, un teniente de detectives en una Gran Manzana demasiado castigada por el crimen. El repaso que dio Bill Smith en apenas dos minutos a todas las clases de rateros y fuera de la ley que campaban por Manhattan era todo un ejemplo de sincretismo, por más que Mike no necesitara que se lo recordaran. El detective se ceñía a su comportamiento habitual: cabeceaba hacia abajo para decir sí, y gruñía de tanto en tanto para decir no.
Después, el periodista comenzó a hablar del extraño caso de noches atrás. Como si hubiera caso en toda aquella mierda. Del chico aquel, el vagabundo, tan nervioso y aterrorizado; seguro que ocultaba algo, decía el ambientador a Bourbon que conducía el coche. Instinto de periodista, repetía una y otra vez.
Lo cierto es que el propio Mike estaba íntimamente convencido de que el vagabundo había preferido no contar todo cuanto sabía. Claro que también estaba íntimamente convencido de que le importaba una puta mierda lo que pudiera contarle aquel pobre vagabundo: en los últimos dos días había tenido que soportar todo tipo de gracias regaladas por todo el departamento acerca de ovnis y monstruos del espacio exterior; si se enteraban de que seguía buceando en aquel asunto raro del demonio, acabarían colgándole un cartel en la espalda que dijera algo como "Yo Amo a Mr. Spock".

–...asustado no cooperaría.
–¿Perdón? –dijo Mike, perdido en su hilo de pensamientos.
–El muchacho. –Bill Smith sonrió–. No creo que le haga a usted demasiado caso... todos esos sin techo temen a la poli. Ya sabe.
–Ah. Bueno, no creo que tenga que preocuparse por ello.
–¿No va a seguir investigando...? –La sorpresa del periodista podía significar cualquier cosa, aun en el caso de que fuera fingida.
–¿Investigando, qué? –Mike miró al fin hacia su compañero, arriesgándose a emborracharse por osmosis–. Ahí no hay nada que investigar. El anciano cruzó la calle, se detuvo en el centro de un cruce por el cuál pasan los coches a toda velocidad durante la noche. El taxista aseguró no haberlo visto, nada raro si tenemos en cuenta toda esta puta mierda de niebla... Y fin del cuento.
–Pero teniente... –Bill parecía genuinamente desconcertado. Quizá debió pensar que Mike seguía investigando el asunto–. El anciano... quiero decir, aquel hombre volaba. Los dos pilotos de helicóptero...
–Se inventaron el cuento. Aquellos dos tipos no podían volar tan cerca del edificio; se recibieron quince llamadas a causa del ruido espantoso de sus rotores pasando cerca de los apartamentos del Barry-Wilde. ¿Sabía usted que los ordenaron regresar de inmediato a su helipuerto justo cuando se produjo el atropellamiento?
–No –dijo Bill bruscamente–. No mentían. Sé leer en los ojos de la gente, y aquellos dos no mentían.
–¿Sabe leer en los ojos de la gente? –Mike volvió de nuevo la vista al frente, sin sonreír. Mal leería aquel tipo con media producción de whisky nacional en la sangre. Pero tenía razón: él también estaba seguro de que los pilotos no mentían, de que el vagabundo no mentía, y de que había algo muy raro en todo aquello. Aunque se había cuidado de no mencionar todo aquello en el informe–. Así que sabe leer en los ojos de la gente... ¿Y qué piensa hacer usted en todo esto, Bill? ¿Para qué me necesita?
El periodista se tomó su tiempo. Bajó la ventanilla de su lado pese al frío y trató de despejarse. La euforia lo había desorientado; había planificado la entrevista con cuidado, basándola en el supuesto de que el detective estaba interesado en el asunto. Pero aquel trozo de madera seca no parecía interesado en nada de nada. Tomó aire por última vez.

–¿Fuma, teniente?
–Sí. Eh... no. Joder, estoy dejándolo.
–Lástima. Pensé que tendría algún cigarrillo. Mire, creo que el chico oculta algo, y que quiere quitarse ese peso de encima. Estoy convencido de ello, señor Brown.
–¿Y qué si es así? No veo en qué puedo ayudarle.
–Necesito el nombre del chico. No me lo dio, pero sé que a usted sí; no le quedaría otro remedio que hacerlo, si le tomó declaración...
Mike asintió.
–Me dio un nombre, pero no tenía ni un solo documento de identificación encima. O eso dijo. Por otra parte, podría haber asegurado que se llamaba Clark Kent, natural de Smallville, y hubiera tenido que anotarlo en el informe del mismo modo.
–Necesito el nombre. Pensé que podríamos colaborar de algún modo, pero no sé qué puedo ofrecerle a cambio. Salvo discreción, por supuesto.
–¿Discreción?
–Discreción. No mezclarlo a usted con el asunto, ya sabe, ni devolver su nombre a los rotativos; estoy seguro de que lo prefiere así.
–Bill –dijo Mike sonriendo, de nuevo mirando a su interlocutor–, ¿está usted amenazándome?
–De ningún modo –replicó el periodista devolviendo la sonrisa–. Jamás se me ocurriría hacer algo así. ¿Me dará el nombre?
Mike Brown asintió, de nuevo serio como una barra de acero. Buscó en el interior de su americana y tomó un paquete de Luke, del cuál sacó un chicle.
–¿Quiere uno...? No ponga esa cara, son sin azúcar. –Mike señaló con la mano hacia la derecha–. Tome esa salida; creo que hoy visitaré a mi hermana en el centro. Y ahora escúcheme con atención.
–Adelante.
–Escuche, no hable. Descuide, será poco tiempo. Y estacione ahí, detrás de la camioneta.

El Chevrolet Impala del 68 frenó con cuidado, sin chirriar demasiado. Bill prefirió no detener el motor, para que la calefacción siguiera funcionando sin viciarse ni gastar demasiado una batería que necesitaba ser cambiada desde antes de la guerra del golfo. De la primera guerra del golfo. Ambos hombres se miraron; el teniente Mike Brown tomó al periodista del hombro, quien se sintió impresionado por la enorme fuerza que había latente en los dedos de aquel cuarentón sin apenas cabellos.
–Me mantendrá informado –dijo el detective–. De todo lo que averigüe. Yo no voy a molestarlo a usted, pero me mantendrá informado.
–Por supuesto, detective. Pensaba hacerlo en cualquier caso.
–Es el precio por el nombre del chico. Nada más, y nada menos. Y le advierto de algo, mi padre era irlandés y mi madre siciliana. Así que no trate de engañarme, y no trate de engañarse usted al respecto de mi placa. Si me toca los huevos, se los cortaré.
–No creo que sea necesario que...
El detective abrió la puerta, necesitando empujar con fuerza para que funcionara al fin. Después salió y se asomó al interior.
–El chico se llama Kane. Kane Smith. A lo mejor ustedes dos hasta son familia –dijo sonriendo. Después regresó a su acostumbrada seriedad–. Tenga cuidado, Bill: el mundo de los Sin Techo es un mundo peligroso y muy cerrado. Si necesita ayuda –dijo alargándole una tarjeta–, llame a mi número personal.
William O. Smith tomó la tarjeta y la observó durante dos largos segundos. Luego la dejó en el interior del bolsillo de uno de los parasoles del coche. Tendió la mano hacia el detective, quien la tomó con fuerza.
–Detective Brown... creo que sí necesito algo de ayuda.
–¿Cómo? –Mike frunció el ceño, sorprendido.
–Gasolina. ¿Podría prestarme unos dólares...?


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Expedientes Personales / SAMUEL H. UNTERMANN
« en: 12 de Septiembre de 2006, 07:52:42 am »
-Samuel H. Untermann, Investigador Privado. 37 años. Nuestros informantes aseguran que la señora Rensselaer ha contactado con él. Aun cuando sus motivos sean puramente domésticos, el despacho del sujeto se encuentra en el mismo Barry-Wilde Building. Probablemente archivemos su ficha tras un periodo de atención, pero creo conveniente mantener una ligera vigilancia sobre el señor Untermann entre tanto.

21
Expedientes Personales / WILLIAM O. SMITH
« en: 12 de Septiembre de 2006, 07:51:36 am »

-William O. Smith. Periodista. 60 años. Un sujeto preocupante. No tiene nada que perder, aparte de la propia vida. Alcohólico y fracasado, se topó por casualidad con el incidente y redactó un artículo que ha sido publicado inexplicablemente en la sección de sucesos del New York Times.

22
Expedientes Personales / CHARLES M. DONOVAN
« en: 12 de Septiembre de 2006, 07:50:40 am »

-Charles M. Donovan. Médico Forense. 30 años. De origen europeo, acaba de incorporarse a su nuevo trabajo en la sección científica de la Policía Metropolitana. Por la falta de agilidad habitual, el cadáver del atropellado fue llevado al depósito equivocado y acabó en sus manos.

23
Expedientes Personales / MIKE BROWN
« en: 12 de Septiembre de 2006, 07:49:57 am »
-Mike Brown, Teniente de Detectives de la Policía Metropolitana. No conocemos aún su edad exacta ni tenemos fotos suyas, aunque en cuestión de horas dispondremos de datos más concretos. Nuevo en el cuerpo, a falta de serle asignado un compañero se le ha destinado al turno de noche para cubrir escenas consumadas de menor importancia. Por el momento, no se recomienda vigilancia específica.


24
Expedientes Personales / KANE SMITH
« en: 12 de Septiembre de 2006, 07:48:44 am »
-Kane Smith, Sin Techo.

28 años. Apenas poseemos información acerca de este individuo, aunque seguimos investigando. Asistió al atropello frente al Barrie-Wilde.

25
Expedientes Personales / A la atención del Señor Ramhold.
« en: 12 de Septiembre de 2006, 07:35:24 am »
A la atención del Señor Ramhold.

En relación al desafortunado asunto acaecido noches atrás en Lexington Avenue, se han abierto cuatro nuevos expedientes informativos. No creemos que los sujetos hayan penetrado más allá de lo superfluo, de modo que no recomendamos la utilización de la fuerza en ninguno de los casos.
La quinta ficha pertenece al individuo contactado recientemente por la señora Rensselaer por motivos desconocidos. Casualmente, este señor posee en alquiler un despacho en el Barrie-Wilde Building.

Atentamente,

Elizabeth Inglisbe.

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Oscuro / Artículo del New York Times
« en: 10 de Septiembre de 2006, 08:54:38 am »
The New York Times
Viernes, 11 de Septiembre, 2005



UN JOVEN SE LANZA DE UN RASCACIELOS Y LLEGA A TIERRA CONVERTIDO EN ANCIANO

Por William O. Smith


Lexington Avenue con la 63rd Este.

En la noche del miércoles 9 del presente mes de Febrero, los vecinos que viven en la esquina de Lexington Avenue con la 63rd Este despertaron sobresaltados por la luz azul y roja de los coches de la metropolitana y las sirenas de ambulancias y celulares. El cruce se cerró al tráfico desde las tres y media de la madrugada hasta alrededor de las cinco, tiempo que emplearon los servicios de limpieza en disimular los restos de sangre y cristales que salpicaban el asfalto mojado de la Avenida. Fue entonces, a las cinco, cuando un coche del servicio forense de la metropolitana se llevó el cuerpo del hombre atropellado para que previsiblemente se le realizara una autopsia de la que aún no tenemos noticias.

La noticia, en apariencia, no lo es. Un vagabundo que aparentaba estar más cerca de los noventa años que de los ochenta, desprovisto de todo documento identificativo, fue acometido brutalmente por un taxi ford Lincoln a las tres y siete minutos; arrastrado por el vehículo durante más de diez metros, el cuerpo del hombre quedó prácticamente irreconocible a causa de las quemaduras producidas por el rozamiento con el asfalto y las múltiples fracturas. Un anciano sin techo atropellado en la noche cerrada de la brillante Manhattan. Uno más. Una noticia insignificante. Si no fuera porque el anciano murió atropellado, en lugar de a causa del brutal impacto que debió recibir tras caer desde la azotea del  Barrie-Wilde Building. Pero, sobre todo, una noticia insignificante si no fuera porque en el momento de saltar, el anciano era apenas un muchacho de quince años.

La casualidad ha querido que el atropello de un vagabundo, una desgracia demasiado habitual en las calles de nuestra Gran Manzana, se haya convertido en un misterio irresoluble. Todo comenzó cuando uno de los helicópteros del servicio de control de tráfico se dirigía de vuelta al helipuerto pasando a escasos cincuenta metros de la azotea del  Barrie-Wilde. No era la ruta habitual que seguían los pilotos de aquel helicóptero en su regreso de todas las noches, pero las constantes nieblas de los últimos días habían obligado a los controladores de tráfico aéreo a trazar rutas alternativas que cubrieran la mayor parte de la distancia atravesando el río Hudson, o zonas despejadas como el cercano Central Park. Por causas aún desconocidas volaban a baja altura cuando el copiloto, capitán Mark H., creyó atisbar una figura humana en lo alto del edificio con los brazos en cruz. Sin acabar de creer en lo que había visto, la aeronave regresó dando un amplio giro y dio tres vueltas al rascacielos sin que ninguno de los dos hombres lograsen ver nada anormal. Pero el capitán Mark H. prefirió asegurarse, y encendió por precaución el potente foco alógeno de la parte anterior del helicóptero iluminando con él la corona del rascacielos justo en el momento en que un hombre saltaba al vacío de cabeza con los brazos en cruz. Tanto el copiloto como el piloto, el teniente Phillip L., vieron con claridad el cuerpo de quien parecía un hombre joven.

Dando un segundo giro el helicóptero buscó con su haz de luz al cuerpo que caía libremente hacia el suelo. De nuevo por casualidad, el potente foco topó con el cuerpo del hombre joven... y al iluminarlo de pronto, aquel cuerpo detuvo en seco su vuelo en picado y el muchacho, pues no había dudas de que era un joven de no más de quince años, quedó flotando en el aire frente a los dos desconcertados pilotos.
Tanto el capitán Mark H., como su subordinado el teniente Phillip L. coinciden sorprendentemente en sus descripciones del muchacho. Tal vez fuera el fuerte shock recibido quien fijara en sus mentes el aspecto del suicida, o el gran entrenamiento que estos grandes profesionales reciben y que los faculta a ver hasta los más pequeños detalles desde enormes distancias; lo cierto es que ambos vieron con claridad a un chico no muy alto, delgado en extremo y con largos cabellos negros completamente desordenados. Iba descalzo, los pantalones vaqueros parecían rotos a jirones en los camales y apenas se cubría con una camisa a cuadros, abierta pese al enorme frío de la noche. El chico, en apariencia asustado por la súbita aparición del helicóptero, trató de cubrirse de la luz con los brazos, y tras gritar algo que los dos pilotos no pudieron escuchar se volvió hacia los cristales del edificio, siempre flotando como lo hace un pato en un estanque.
Lo que sucedió a continuación es aún más extraño; el muchacho, en palabras de los dos pilotos, comenzó a "volar" en horizontal a gran velocidad. Sin pensarlo un segundo, el helicóptero trató de seguir al joven, pero la niebla densa que acompaña nuestras noches desde hace más de una semana impedía que los haces de todas las luces del aparato, ahora encendidas, localizaran de nuevo a su objetivo. Pocos minutos después, de entre lo que parecía un pozo negro de niebla y que, en palabras del capitán Mark H., debía ser en realidad el único pedazo de noche limpia a la vista, las luces dieron de nuevo con el muchacho volador quien caía ahora de nuevo en picado en dirección al suelo, justo frente al mismo edificio de donde había partido su imposible viaje.
A partir de este momento, la historia cambia de manos. Un sin techo que vive en las calles de New York desde los 20 –y quien se ha negado repetidamente a facilitarnos su nombre, en apariencia muy asustado–, y quien asegura pasar sus noches en algún lugar de Central Park pese a que sus puertas estén cerradas a partir de la una de la madrugada, declaró que aquella noche había abandonado su escondite porque tenía miedo de un grupo de vigilantes que, según sus palabras, gustan habitualmente de maltratar a los vagabundos que descubren durmiendo ocultos entre los matorrales del parque. Se encontraba en la calle 63 por casualidad, una más, de camino hacia el puente de Queensboro cuando vio caer del cielo una figura humana, girando sin control como si hubiera sido lanzada por una catapulta. El vagabundo, a quien llamaremos "John", quedó inmovilizado por la impresión: el cuerpo se precipitaba con gran velocidad hacia el suelo, y aunque a nuestro sin techo no le gusta ver sangre y siempre elude la visión de cuerpos malheridos en los accidentes, descubrió que no podía apartar la mirada de aquel cuerpo que estaba a punto de estallar contra el asfalto brillante a causa de la lluvia de la Lexington Avenue. Caía, caía, caía... Hasta que, a escasos dos metros de la superficie de la calle, el cuerpo quedó flotando por segunda vez. No podía ver bien los rasgos del hombre, porque la niebla se había espesado terriblemente; pero sí alcanzó a escuchar unas palabras, quizá un "¿quién eres?", aunque John no podría asegurarlo. Sí está seguro, en cambio, de que eran dos las voces.

Luego, todo acabó con fulgurante rapidez. El hombre cayó al suelo pesadamente desde esos escasos dos metros de altura sobre los que flotaba de forma absolutamente irracional; se levantó después con gran dificultad, con los movimientos laxos y sin definir de un anciano, y aún envuelto por la niebla nada pudo hacer para evitar la envestida del taxi Lincoln que, como antes se dijo, arrastró el cuerpo largo tiempo antes de detenerse. El taxista, conmocionado por el accidente, ha preferido no dar su nombre a este periodista, no sin confesar entre lágrimas no haber visto en ningún momento al anciano atropellado hasta un instante antes de sentir el golpe.

"El hombre muerto era un anciano", en palabras del joven Teniente de Detectives de la Policía Metropolitana Mike Brown, "un pobre vagabundo sin identidad ni familia conocida que ha terminado atropellado. Eso es todo. Y le aseguro a usted, cítelo si quiere, que los ancianos ni flotan en el aire ni vuelan. En ninguna dirección más que hacia abajo".
Citado queda, Teniente de Detectives Brown.

Les ha informado William O. Smith."


27
Bienvenidos / Oferta de Empleo
« en: 07 de Septiembre de 2006, 12:43:01 pm »
"Aunque se ha publicado este anuncio de empleo donde corresponde, algunos amigos han sugerido al Señor Uve que envíe copia a este foro. Y aquí está:

Se buscan jugadores, a ser posible veteranos, interesados en participar en una partida de Rol de género Negro. Muy negro.
En atención al desarrollo controlado de la trama, y pensando en la diversión plena de los jugadores participantes, se aceptarán cinco solicitudes. Las solicitudes se habrán de enviar por mensaje privado al Señor Uve, y sólo las que se envíen por el conducto detallado serán aceptadas: los jugadores comienzan solos, y no deben saber quién más juega.
Se redactará una lista de espera con los interesados que lleguen tarde que se respetará escrupulosamente: la vida es dura, y la muerte acaba por alcanzarnos a todos.

Preguntas al respecto de la partida, el desarrollo, la temática, o lo que sea, se responderán gustosamente en el hilo correspondiente del foro "OSCURO"".

Doctor Caspar Baldarmas. Médico Forense.

28
Oscuro / Ofrecimiento de Empleo
« en: 07 de Septiembre de 2006, 06:41:21 am »
"Se buscan jugadores, a ser posible veteranos, interesados en participar en una partida de Rol de género Negro. Muy negro.
En atención al desarrollo controlado de la trama, y pensando en la diversión plena de los jugadores participantes, se aceptarán cinco solicitudes. Las solicitudes se habrán de enviar por mensaje privado al Señor Uve, y sólo las que se envíen por el conducto detallado serán aceptadas: los jugadores comienzan solos, y no deben saber quién más juega.
Se redactará una lista de espera con los interesados que lleguen tarde que se respetará escrupulosamente: la vida es dura, y la muerte acaba por alcanzarnos a todos.

Preguntas al respecto de la partida, el desarrollo, la temática, o lo que sea, se responderán gustosamente en este hilo".

Doctor Caspar Baldarmas. Médico Forense.

29
Oscuro / OSCURO
« en: 07 de Septiembre de 2006, 06:31:20 am »
OSCURO
[/b]

“Una vez estamos perdidos y solos,
hay cosas que nos aguardan donde no hay luz.
Nuestros antepasados no se equivocaban en sus
supersticiones: hay motivos para temer la oscuridad.”
 
JOHN CONNOLLY “TODO LO QUE MUERE”


Isla de Manhattan, New York. Año 2004.

Toda gran ciudad contiene en sí misma varias ciudades. La ciudad de los ricos, resplandeciente y segura, de amplias avenidas y parques cuidados, esa ciudad que pasa por lo alto de los puentes y que vive y palpita con preocupaciones incompresibles, y la ciudad de los sin techo, esos que se alimentan en los mismos restaurantes que los ricos aunque por la puerta de atrás y en los contenedores de basura, los que viven en la soledad de la noche y las callejuelas estrechas y sucias, durmiendo en los bancos de madera cuando se cierran para los ricos las puertas de los parques; aquellos que mueren en los recovecos oscuros de la parte baja de esos puentes brillantes. La misma ciudad en la que los especuladores inmobiliarios conviven con quienes revientan pisos, todos ellos viéndola como una gran teta de la que mamar, todos ellos interesados en hacerse con el dinero ajeno con métodos moralmente discutibles, aunque los unos desde la pátina a limpieza que da la legalidad y los otros ocultos a ella. La misma ciudad. La que utiliza el atrapado por el deporte que encuentra entre las manzanas de asfalto su enorme pista de atletismo, y la de la fashion-victim, que en las mismas calles sólo ve un inmenso centro comercial.

Todas la misma ciudad, todas diferentes.

Toda gran ciudad tiene varias caras, en efecto; y de entre todas las grandes ciudades ninguna es tantas cosas a la vez como Nueva York. En las venas de asfalto de la gran manzana conviven sin entrar en conflicto dos realidades tan distintas como son la de los hombres y la de los seres que se mueven en las sombras, en lo oculto, allí donde nadie mira porque hasta la luz prefiere no asomarse. Un grupo de hombres y mujeres está a punto de atravesar el velo que separa las luces de ése lugar del que hasta las sombras se esconden.


Uve.

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L53 / Ambientaciones.
« en: 05 de Septiembre de 2006, 07:18:37 pm »
¿Podría habilitarse un subforo donde poder colgarse las ambientaciones? Sé que no hay casi nada (la de Raimon de su príncipe viajero y poco más), pero creo que sería útil agruparlas para poder encontrarlas más fácilmente: con la vorágine de los turnos nuevos, las ambientaciones se hunden y desaparecen en el foro general, y a los lectores ocasionales puede interesarles mucho más leer sobre los viajes del infiel que sobre asuntos técnicos del juego.
Ya sé que es una petición egoísta, porque soy de los que abren antes un hilo con ambientaciones que cualquier otra cosa, pero bueno... :P

Uve.

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