Autor Tema: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)  (Leído 8248 veces)

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Moderno

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RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« en: 15 de Septiembre de 2004, 08:34:16 pm »
Aquellos que vayais terminando vuestros relatos por favor ponerlos aqui.

Se agradeceria que para su facil lectura ninguno respondiera a este topic con comentarios sobre los relatos.  Abrid otros topics para eso.

Insisto, SOLO relatos, por favor.

Un saludo a todos y animo.
Moderno

Martin

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Relato Nómadas
« Respuesta #1 en: 18 de Septiembre de 2004, 07:34:06 am »
Aqui va el primer relato:


Capitulo 1: La mina

Hacia un calor horrible, los techos tenían 3 goteras por cabeza y las ratas que habitaban en aquel lugar no tenían ningún reparo en pasearse entre la gente.
Culcius trabajaba como jefe de una escuadra de mineros en las minas de Cugdeon (lo de mineros no era del todo exacto ya que en realidad se encargaban de sacar la tierra que sobraba de las excavaciones), su ayudante, Jandro, le hizo un gesto con la mano para que se acercase:
-Hemos encontrado esto- dijo señalando lo que parecía un terrón de tierra.
Culcius se acerco extrañado y lanzo una blasfemia cuando vio lo que era - ¡un zurullo!, ¡un maldito zurullo!. Algún imbecil se ha cagado en el túnel.- En su trabajo las sorpresas eran pocas, y lo que se encontraban entre la tierra solían ser picos rotos, ratas muertas e incluso algunas monedas por las que sus empleados se peleaban pero, después de trabajar en aquel zulo, esa mierda era la gota que colmaba el vaso.
Culcius salió corriendo hacia la salida del túnel en busca del supervisor de la mina, cuando llegó a una puerta donde ponía “  Jurge, supervisor de las minas del norte” un gorila le frenó el paso. Era Bragg, el guardaespaldas del Jurge. El supervisor se consideraba a si mismo una persona importante por lo que contrató a este ex-soldado para su protección, Culcius siempre decía lo mismo: “la formula de Bragg es: inteligencia orca + fuerza de gigante” y el único motivo por el que no se lo había dicho a la cara era porque no lo entendería.
-Apártate, tengo que decirle una cosa a Jurge.
-Jurge esta ocupado asi que lo que le tengas que decir me lo dices a mi -respondió el gorila.
-Lo único en lo que esta ocupado tu jefe es contar su dinero, asi que quítate de en medio caratroll o te quitaré yo.
Medio segundo después Bragg se lanzó contra el minero al cual no le costo nada apartarse y ponerle la zancadilla, lo que hizo caer al gigante y lo dejó inconsciente.
-¡que pasa aquí!- exclamo Jurge al abrir la puerta y ver a su guardaespaldas inconsciente en el suelo.
-El pobre se tropezó y cayó, será mejor no tocarle –comenzó a decir Culcius intentando disimular su asombro al ver al gigante derrotado- entra, por favor quiero comentarte una cosa...-

-¿y a mi que me importa que los mineros se cagen en el túnel?, mientras que piquen las horas necesarias yo ya estoy contento, asi que déjame en paz y no me molestes con tonterías.
-Lo único que quiero que hagas es que les des un toque de atención.
-¿un toque de atención?, si cada jefe de escuadra me pidiese eso estaría todo el tiempo dándoles toques de atención por fumar mientras pican, por robar y por pelearse los unos entre los otros. No tengo tanto tiempo, para eso estáis vosotros.
-¿qué no tienes tiempo?, pero si te pasas todo el día aquí cerrado contando las ganancias o con putas.
-Culcius, o te callas o tendré que tomar medidas.
-¿qué medidas?, imbecil, ¿qué medidas vas a tomar tu?
 
Capitulo 2: La taberna

Despedido, ese cabrón le había despedido y había ascendido a Jandro.

-Culci, cariño, ¿estas bien?- pregunto Muril. Muril era la mujer de Culcius, había gente decía que era la mujer más guapa de Cugdeon, poca gente lo decía, generalmente borrachos y amigos de Culcius, el cual se había casado con ella por conveniencia.
-No, el supervisor me a despedido por quejarme.
-Bueno cariño, en este trabajo aguantaste tres meses e incluso ascendiste a jefe de escuadra, es normal que te sientas mal.
-Normal que ascendiera, el anterior había muerto por un derrumbe, pero no es eso lo que más me jode, es que ahora tendré que trabajar en la taberna de tu padre echando a borrachos y a putas.
Y asi era, entre trabajo y trabajo, Culcius ganaba algo de dinero trabajando en la taberna “La jarra sin fondo”, es más, la mayoría de trabajos los había conseguido a través de clientes de la taberna.

La “Jarra sin Fondo” era un lugar oscuro y mal ambientado donde se reunían desde la peor calaña del Cugdeon hasta ciertos políticos influyentes, entre ellos Rejman, esclavo de los engendros y ahora pertenecía al llamado “gobierno del pueblo”, una especie de consejo que sustituía a Marthin Khan y a Gotrex en sus tiempos de guerra. A diferencia de los demás políticos, Rejman no era ni un corrupto ni un ladrón, por lo que, entre el pueblo, era muy querido.

-Culcius, cuanto tiempo, ¿ya abandonaste la mina?, se que era un trabajo sucio y mal pagado, pero era lo único que conseguí darte.
Rejman, había conseguido el trabajo en la mina a Culcius a consecuencia de una borrachera común en la taberna- Pues si Rej, el supervisor me echó por quejarme, que se le va hacer.
-Lo siento, veré si puedo hacer algo.
-¿necesitas trabajo amigo?- Era Bonin, un enano que se dedicaba a recorrer el mundo, aunque llevaba un año afincado en Cugdeon. De el sabíamos todo sobre las demás razas de Klaskan, los orcos, los elfos, los minotauros y como no, los enanos, muchas de nuestras expresiones como “pichaelfo”, “caratroll” o “pareces un minotauro” (refiriéndose al tema de la infidelidad) las habiamos aprendido de sus historias.
-Pues si pequeño, todo antes de echarte de aquí todas las noches.
-Entonces ven mañana a mi casa que puede que te interese algo.
El largo eructo de Bonin y las carcajadas de toda la taberna dieron por terminada la conversación, Culcius se quedó toda la noche intrigado, dudaba que Bonin pudiese darle un trabajo decente, pero a la vez tenia muchas ganas de ver lo que era.

Pasada la medianoche, la taberna cerró y Culcius tubo que sacar a todos los borrachos y dejarlos dormidos en la cuadra de al lado, actualmente, empleada exclusivamente para ese fin.
 
Capitulo 3: Minero por segunda vez

La casa de Bonin era una construcción simple y pequeña, y según el enano, su decoración interior simulaba una casa excavada en la roca de una montaña. Mucha imaginación tenia el enano este.
-Hola Culcius, ¿qué haces aquí?
-Hola Bonin, usted me dijo que si buscaba trabajo viniese aquí.
-Ahh, es verdad, bien pasa y siéntate.
El enano desapareció por una puerta que daba a la cocina y salió al cabo de un rato con dos jarras enorme llenas de cerveza, eran menos de las diez de la mañana.
-Cosecha enana, no como esa agua que servís en la taberna.
-Gracias, pero no, es muy temprano. ¿de que se trata ese trabajo?
-Nunca es muy temprano para una jarra de cerveza. Hablando del trabajo, tu sabrás que llevo 50 años viajando por ahí y estudiando las razas de este mundo..
-Si ya lo se.
-Pero, ¿tu sabes como pago yo esos viajes?, porque aunque tenga experiencia y la valentía de un enano, por ciertos parajes hay que buscar escoltas y guías, y eso cuesta dinero, mucho dinero, además de las provisiones, el materias y...
-Vale, vale, te cuesta mucho dinero, ¿y que?
-¿cómo que “y que”?, ¿no te imaginas como lo gano?
-Pues no, digo yo que venderás recuerdos de otras tierras, contaras tus historias por dinero, robaras...
-Exacto, robo.
-¿qué?, lo decía por decir algo, ¿y que robas?
-Alto, espera. Robo barras de oro en los bancos de las ciudades. Hubiese elegido otro para este trabajo, pero cuando te quedaste sin el tuyo vi una oportunidad y pensé que serias capaz de llevarlo a cabo ya que no sientes mucho aprecio por la ley, asi que, ¿que me dices?
-¿en que estas pensando para robar el banco?
-No es que lo piense es que ya esta casi hecho, pero antes de contarte nada necesito saber si me ayudarás. Por cierto ganarás unas 50BO.
-¿¡50BO!?, vale, te ayudo, ahora dime de que se trata.
-Acompáñame.
El enano se levanto y se fue a una habitación pequeña e iluminada solamente por una pequeña lámpara de aceite, se dirigió a una esquina y corrió un pequeño mueble hacia un lado, detrás apareció un túnel de un metro de diámetro.
-¿a dónde va?
-Al banco, joder, a donde va a ir. Necesito que me ayudes ya que el otro día me rompí la mano excavando y ahora no puedo trabajar, además me estoy haciendo viejo y ya no puedo trabajar al ritmo al que lo hacia antes.
-Entonces quieres que yo termine de hacer el túnel hasta el banco y después saque el oro por aquí.
-Si, bueno habrá que ensancharlo y sacar el dinero el día justo, pero básicamente es eso.

Después de un día explicándole todo a Culcius, el minero ya sabia como había de hacer el túnel, cuando había que entrar en la sala, el día después a la llegada de fondos, y como, mediante explosivos.
A las nueve de la mañana del día siguiente, Culcius empezó a trabajar mientras que Bonin sacaba la arena. A los tres días el túnel echo por Bonin ya tenia el grosor adecuado y Culcius se había puesto a trabajar en terminar el trayecto.

-Culcius, este trozo de aquí no esta bien asegurado, no seria bueno que se nos cayese encima.
-Vale, ya voy, ¿cómo sabes que este es el camino correcto?
-Orientación enana, para nosotros una montaña es como un mapa en tres dimensiones.
Bonin oyó un ruido seco como de una piedra cayéndose, al principio, pensó que era otro pequeño derrumbamiento provocado por la falta de experiencia de Culcius en cavar túneles, pero este pensamiento se esfumo cuando Culcius exclamo:
-¡Ya esta!, aquí tengo una pared de hormigón puro que no puedo atravesar.

La pared de la cámara donde se guardaban la BOs era de hormigón y tenia un metro de ancho, les llevo todo un día preparar el túnel para que aguantase la explosión sin derrumbarse. Bonin aseguraba que de la explosión solo se notaria un pequeño temblor en la superficie y que como la harían por la noche nadie se daría cuenta de lo que pasaba. Esa noche lo celebraron juntos en “La jarra sin fondo”.

Esa noche a la una de la madrugada Culcius salió de su casa y, esquivando a los guardias, entro en la del enano para llevar a cabo la operación.
Bonin ya había extendido la mecha y tenia preparado un carro con doble fondo en la entrada para poder cargar las BOs.
-Muy bien, esta ya esta. Culcius pásame esa vela para encender la mecha. Ahh, y un aviso, cuando vaya a explotar abre la boca para que no te revienten los oídos, aquí dentro va a sonar como un pedo de gigante.
A Culcius le asombraba la tranquilidad de Bonin, es como si lo hubiese echo toda la vida; bueno, seguramente lo había echo toda la vida.

-Tres.

-Dos.

-Uno.

La explosión sacudió toda la estancia y dejo un pitido en los oídos de Culcius durante un tiempo.
-Es imposible que no nos hayan oído, con este ruido seguro que hemos despertado a toda la ciudad.
Mientras Bonin bombeaba aire limpio al túnel con un fuelle de su mismo tamaño, Culcius se asomo a la ventana a comprobar si era verdad lo que había dicho, pero no. No parecía que nadie lo hubiese notado.
-Esto ya esta vamos.-Dijo Bonin desde el interior- Cuidado con las piedras sueltas.
La estancia del banco era pequeña y triste, pero eso era lo de menos, en las estanterías y en el suelo, a causa de la explosión, había barras de oro de 20 cm. y monedas de oro suficientes para comprar toda la ciudad, ¡y todas iban a ser suyas!. Suyas y de Bonin esta claro.
 
Capitulo 2: La recogida

Noventa y tres BOs en total, tres para los materiales de la operación y cuarenta y cinco para cada uno, no estaba mal, pero que nada mal.

En la taberna no se hablaba de otra cosa, el tesoro bajo la montaña. La milicia había dicho que la cámara donde se guardaba el oro se había derrumbado, quedándose todas las riquezas en las entrañas de la montaña. Bonin había echo un buen trabajo derrumbando la cámara cuando se iban, ya que asi no buscarían el oro. Habían acordado pasar dos semanas de vida normal antes de repartirlo y de que el enano partiese para no levantar sospechas, cosa que no le resultaba fácil a Culcius, el cual estaba muy nervioso por empezar a contar sus riquezas.

Cuando paso el tiempo acordado Culcius fue a visitar a Bonin,. El cual le recibió con una jarra de cerveza, esta vez Culcius si la aceptó.

El oro estaba repartido en dos montones en una habitación de la casa.
-Cuéntalo si quieres esta todo.
-Tranquilo confío en ti. Siento que te vayas, hubiésemos sido buenos amigos.
-Ya lo somos, pero, ¿qué vas hacer tu?
-¿Yo?, comprarme medio Cugdeon y vivir con un rey, ¿qué más puedo pedir?
-No puedes hacer eso, ¿no ves que sospecharían de que un campesino, con perdón, se vuelve rico en una noche?. ¿Por qué no vienes conmigo?, de esta forma vivirías como un rey, sin sospechas y sin ese orco que tienes por mujer.
Culcius sonrió, y después de meditarlo un rato exclamo:
-¡Claro que si!, Bonin y Culcius recorriendo Klaskan en busca de aventuras, será formidable.


Cuentan historias que un día Muril descubrió diez barras de oro en la cama con una nota que ponía:
Cariño, se que esto no te gustara pero ya lo he decidido, me voy. Me voy a explorar el mundo conocido y por conocer. Te dejo aquí algo de dinero con el que podrás vivir para el resto de tus días con tranquilidad. No me eches de menos, por favor, yo no lo haré.

          Un beso, Culci.


                      Esto es todo, saludos, Marthin Khan.
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

-Tu deber no es morir por tu pais, es hacer que tus enemigos mueran por el suyo.

                                         :jawa:

sotolp

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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #2 en: 20 de Septiembre de 2004, 10:42:54 pm »
                                              EL PRINCIPIO DE UNA POSIBLE GUERRA




Todo comienza el día que estoy reunido con Sotolp, emperador Servidor, llevaríamos reunidos varias horas, cuando se abre la gran puerta de la sala de trofeos donde estábamos sentados ,por ella entra Adolf, en su cara se dibuja cierto desconcierto ,tras saludarme ,me pide disculpas e intenta llevar a su emperador a un reservado. Sotolp levantando la mano y hablando suavemente, tranquiliza a su buen sirviente.

-   No te preocupes Adolf, es un buen amigo y lo que me debas decir no me          importa que lo sepa.
-   Señor tengo noticias del suroeste de tentempié.
-   Habla,¿que noticias son esa que estas intranquilo?.
-   Nuestro explorador ha descubierto la presencia de ejércitos.
-   Serán los Orcos de maniobras.
-   No, no son ellos, me comenta la presencia de 3 razas diferentes.
-   Esta seguro de lo que dice.
-   Si.
-   Vamos a ver a Noveleris, quiero escucharlo yo mismo.

Llamándome, me dice que vaya con él , cuando llegamos a nuestro destino ,están las tropas formadas, listas para revistas ,al lado de Robustus esta el explorador ,todavía tiene la cara desencajada.

Tras contarnos lo que ha visto, nos dirigimos al despacho de Sotolp ,junto a nosotros van los capitanes de los ejércitos , el general el jefe de las tropas y el propio explorador ,mientras caminamos ya esta dando ordenes claras……..

-   Robustus, manda a llamar a los máximos hombres de cada una de nuestras ciudades.
-   Si señor.
-   Los quiero a todos en el paso  que separa los territorios conocidos con las  tierras húmedas.
-   ¿De todas las ciudades?
-   Si, de todas y cada una.


Me despido de mi buen amigo, pues no quiero estar presente en las decisiones que tengan que tomar, mientras salgo de las murallas que protegen Esperanza ,veo salir tras de mi a tres hombres ,cada uno toma la dirección de una ciudad.

Pasan los días en mis tierras, recuerdo cada palabra de las que se hablo en mi presencia, de mi habitación veo una espesa nube de polvo, tras asomarme al mirador  que esta construido encima de un pequeño montículo, donde  se divisa todas las tierras del imperio, me doy cuenta que no es el paso de un batallón ,es el paso de casi todos los ejércitos servidores, su caminar es bastante ligero, diría que su paso es casi una carrera .La dirección es la que me temía………..el puente del suroeste.

Pasa el tiempo y no recibo noticias, quiero saber que ha pasado en ese puente, de mis emisarios enviados  al imperio, todos me dicen lo mismo……nada.

Era el quinto día del sexto mes, después de mi partida de Esperanza, cuando suenan las trompetas de mi castillo, alguien se acerca montado en un caballo blanco, es Merlín. Me dirijo rápidamente al patio donde espero recibir las mejores noticias de mi amigo Sotolp. Me trae un libro  con la escritura de la portada bañada en oro, pregunto que significa este presente y recibo una mirada de complicidad, es la historia de una posible guerra .Tras despedirme de Merlín empiezo a leer con mucha curiosidad, no puedo evitarlo y sin darme cuenta se me pasan las horas.

Les voy a resumir en pocas líneas lo aconteció después de marcharme yo de Esperanza, ya que eso es lo que no os he contado y esta escrito en el libro.

“Cuenta la historia cercana ,que tras la partida de los hombres en busca de los ejércitos, el emperador ordena a las tropas existentes en la ciudad, partir con un destino claro, el destino es el paso existente en el río ,sus ordenes……prohibir el acceso a nadie que no sea servidor ,ni aliado de nuestra raza. Tras cuatro días de camino llegan al punto señalado, rápidamente en una colina existente montan torres de vigilancia, los arqueros toman todas las zonas altas del terreno, mientras los infantes preparan las ballistas, nuestros lanceros cortan árboles del bosque situado a la orilla, con ellos hacen grandes estacas y las clavan por toda la rivera.
Una vez terminada la primera protección de la zona, pasamos a montar las toscas casetas que no servirán de refugio para las frías noches.
Pasan los días y en cada ciudad empiezan a partir las tropas con el destino ya marcado, desde Futuro Incierto parten 1200 infantes, 800 arqueros y 300 lanceros, Gargacia  aporta la friolera cantidad de 3000 infantes mas 500 arqueros, en Tentempié las ordenes son distintas, tienen que estar preparados para una posible salida en apoyo a las tropas desplazadas.Los caminos que dirigen hacia el río, son una espesa nube de polvo ,levantada por el andar de los miles de hombres ,desde todos los puntos del imperio se divisa los desplazamientos de las tropas.
Han pasado dos semanas y van llegando a su destino, se les nota el cansancio del esfuerzo realizado, no estarán en la mejor forma en caso de haber un enfrentamiento directo de infantería.Al quinto día de estar  en la zona, la voz de alerta  es la que anuncia el llegar del amanecer, todo parece indicar que se dirigen tropas sin identificar hacia nuestra posición ,vienen del territorio orco, por el caminar no los identificamos, no se siente el aullido de sus lobos, ni los tambores que indican su presencia.Las tropas servidoras ocupan sus posiciones, desde las alturas los arqueros tensan sus armas ,los infantes toman posiciones de combate y  todas las ballistas apuntan a un objetivo .Los primeros infantes ven con asombro como tropas de muertos vivientes se sumergen en las frías aguas del río, sin hacer caso omiso a las advertencias de nuestros soldados de pararse ,tras los primeros momentos de estupor y sin llegar a tener que cargar contra semejantes seres ,pues  solo queda el olor a carne  podrida dejado  tras su paso por nuestras posiciones, la pregunta es clara…….¿quien se tendrá que enfrentar a ellos?,¿serán las razas encontradas por nuestro explorador?,tras ver lo que no queremos creer, la decisión es volver a proteger nuestras ciudades y esperar a recibir noticias de esos repugnantes seres, saber su destino y su posicionamiento hacia nuestra raza”

Sotolp.Emperador Servidor

P.D.
Espero que sea de vuestro agrado y ya sabeis cada voto a favor entrara en el sorteo de un viaje a canarias con todos los gastos pagos. ;D


Javier

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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #3 en: 22 de Septiembre de 2004, 07:52:23 pm »
Bueno caballeros
Aquí tenéis el relato minotauro, espero que os guste.
Es la octava parte de la Saga de Ragnar, abriré otro post y pondré la séptima parte para que los que la han leído no se sientan perdidos.
Algunas de las cosas que pongo en el relato no han sido "aprovadas" por la Gran Vaca, así que es posible que pasen cosas que Dehm considere que son inviables en Klaskan... pero qué demonios...
Advierto que el relato es largo... 8 páginas en word... el que avisa no es traidor...


El último vuelo del Cuervo

“¿Seguro que no hay otro camino Lognar?” preguntó por enésima vez Rodrik mientras se esforzaba en seguir el paso de su compañero por los estrechos recovecos del paso de montaña. Su respiración era entrecortada y ya había perdido pie varias veces en las piedras cubiertas de escarcha, sufriendo moratones y rasguños sin importancia en las caídas.
“Ya te lo he dicho mil veces... Si no queremos rodear toda la jodida cadena montañosa tenemos que cruzarla... Tú puedes hacer lo que quieras, pero yo prefiero acabar con esta maldita búsqueda de una puñetera vez y poder volver a calentarme los pies ante un buen fuego mientras bebo una jarra de jodida cerveza negra en vez de tener que soportar tus quejas cada cinco minutos, así que seguiré y cruzaré por el paso aunque tú te vuelvas atrás...” pese a sus airadas palabras Lognar retrocedió unos pasos y agarrando los brazos de su joven compañero lo izó sin apenas esfuerzo hacia una zona más ancha en la que el joven minotauro podría descansar durante unos momentos para recuperar sus fuerzas.
Rodrik se sentó con la espalda apoyada en una pared de granito y cerró los ojos mientras intentaba acompasar su agitada respiración, mientras sentía cómo su sudor se enfriaba rápidamente por el intenso frío de la zona.
“Descansa unos minutos” le recomendó Lognar mientras dejaba su mochila y su escudo y se ponía otra vez en marcha “Voy a mirar el tramo que tenemos delante para ver si tendremos problemas. Me temo que vamos directos a un glaciar...”
“Tranquilo, no me moveré hasta que me obligues” respondió con una sonrisa agotada Rodrik. Tras tres meses de dura marcha siguiendo los rastros de los engendros sus fuerzas eran escasas y sólo la testadurez de Lognar evitaba que Rodirk propusiera volver al nodo para explicar sus escasos hallazgos.

Las primeras semanas de viaje habían sido tranquilas y relajadas pese al duro ritmo que ambos se habían impuesto.
Los rastros dejados por los extraños seres, a los que ambos denominaban engendros a falta de un nombre mejor, eran fácilmente rastreables, y únicamente con seguir en línea recta tenían suficiente para no perder las huellas. Parecía como si una extraña fuerza hubiese guiado a los seres hacia el nodo donde se habían instalado los refugiados del Norte, obligándolos a avanzar en línea recta sin desviarse lo más mínimo, algo que extrañaba tanto a Rodrik como a Lognar ya que a escasa distancia de la ruta seguida por los engendros había sendas más transitables y cómodas que les hubieran permitido avanzar más rápidamente sin desviarse más que uno o dos centenares de metros a lo sumo.
Ni tan sólo para cazar o comer se habían desviado los monstruos, y buena muestra de ello eran los esqueletos de ciervos y venados totalmente devorados y de huesos astillados que se encontraban con frecuencia por la ruta seguida por los engendros, restos tan carentes de alimento que ni los roedores ni los carroñeros se habían tomado la molestia de llevarse.
El bosque se extendía a lo largo de cómo mínimo un par de cientos de leguas por lo que les parecía a los minotauros, y cruzarlo había sido largo y tedioso, y había agotado los nervios de los dos exploradores que esperaban un ataque en cada momento y a los que cada movimiento de los arbustos cercanos ponía en tensión. Hasta pasadas tres semanas no se atrevieron a encender un primer fuego nocturno para ahumar la carne del ciervo que Rodrik había abatido para reponer sus reservas de carne seca, y las cenas a la lumbre del fuego fueron silenciosas las más de las noches, temerosos de que sus voces pudieran alertar a los pobladores del bosque o a los engendros que suponían que poblaban la zona.
Mas tras un mes y dos semanas de viaje la tensión había remitido lo suficiente para que el talante de los dos minotauros mejorase, al convencerse de que no había habitantes hostiles en el mar de árboles que transitaban y que los engendros cuyo rastro seguían venían de otras tierras.
La caza en la zona era abundante, y los animales confiados ante la presencia de los minotauros a los que no veían como una amenaza, lo que los permitió tener una buena provisión de carne fresca y conservar los alimentos curados por si las condiciones empeoraban y ya no podían cazar.
Las conversaciones nocturnas al calor de la hoguera empezaron a ser más largas y distendidas, y lentamente Lognar fue relajando su carácter brusco y rudo y empezó a responder a las múltiples preguntas de Rodrik sobre su vida y sus habilidades, ya que el conocimiento del veterano Housecarl asombraba al joven mensajero y explorador.
“¿Y cómo te uniste a Ragnar? Por que si eres miembro del Hirdh debiste ser uno de los primeros en unirte a él cuando los elfos atacaron por primera vez el Norte...” preguntó intrigado Rodrik intentando que Lognar hablase de su vida antes de unirse al Jarl del Norte, algo que no había logrado en anteriores ocasiones.
Tras un largo silencio que incomodó a Rodrik al darse cuenta de que podía haber molestado a Lognar éste suspiró y tras lanzar varias pequeñas ramas secas al fuego ya moribundo contestó con una nueva pregunta “¿Qué edad crees que tengo Rodrik? ¿Cuántos ciclos opinas que he visto pasar?”
Sorprendido Rodrik observó a su compañero con atención intentando por primera vez calcular su edad. Era algo difícil para él, y la perpetua mueca de enojo o fastidio que lucía Lognar en su semblante taciturno no mejoraba las cosas. Desde el principio Rodrik había considerado que Lognar era uno de los miembros más veteranos del Hirdh, y algunas canas en su sien entre las dos poderosas astas que coronaban su ancha y fuerte testuz parecían corroborar la impresión, pero la agilidad de sus movimientos y la fuerza que poseían sus miembros desmentía en buena parte la impresión de vejez y debilidad que las canas aportaban. Realmente Rodrik cuanto más lo observaba intentando responder a la pregunta se encontraba cada vez más confuso.
Finalmente sonriendo con nerviosismo especuló tímidamente “No lo sabría decir con exactitud... ¿Cuarenta tal vez? ¿Cuarenta y cinco ciclos?”
Las risas de Lognar lo interrumpieron y sorprendieron. No recordaba haber visto reír a Lognar en ninguna ocasión, ni cuando habían celebrado la caída de la ciudad elfa ni en otras fiestas donde la cerveza negra corría a raudales y los cánticos y chanzas eran habituales en todos los labios sonrientes. Era una risa rara, seca y desesperada, y extraña en el rostro agriado de Lognar. Y a juzgar por el sonido nueva desde hacía ciclos en él, ya que parecía que sus labios y su voz hubieran olvidado cómo conjurar la alegría.
“Por las barbas de Krann... “ murmuró Lognar secándose las lágrimas de los ojos cuando la risa se apagó en sus labios “¿tan agriado y viejo te parezco?... ¿y qué te parecería si te dijera que únicamente he visto veintitrés ciclos?”
Rodrik notó como los ojos se le abrían desmesuradamente por el asombro y la boca se le abría mientras intentaba vanamente responder a la pregunta. ¡Veintitrés ciclos! ¡Imposible! ¡Lognar tenía que estar burlándose otra vez de él!
“Pues sí Rodrik, no me mires con esa cara de asombro... sólo he visto ocho ciclos más que tú, aunque a veces me parece que he vivido durante una eternidad...”
Rodrik no podía hacer más que observar a su taciturno compañero y menear incrédulo la cabeza, mientras con los ojos fijos en las llamas de la pequeña hoguera Lognar hablaba con voz monótona reprimiendo sus sentimientos.
“Mi pequeño clan, en realidad mi familia y poco más, siempre había vivido en los lindes del bosque desde que llegamos al Norte hará ya más de cien ciclos... teníamos unas pocas tierras que daban lo justo para ir tirando sin grandes lujos y cazábamos en el bosque para conseguir carne y pieles con las que comerciar con otros granjeros en las ferias de los pueblos.
No era una gran vida ni teníamos mucho, pero éramos felices y no pasábamos hambre ni nadie nos ordenaba qué teníamos que hacer ni se entrometía en nuestras vidas. Yo cazaba en el bosque y aprendí los trucos de mi padre y mi tío, y no tardé en disfrutar con la caza y la tranquilidad del bosque...
Cuando contaba con quince ciclos me casé con Ingrid, la hija de Oleg, el hermano del jefe de uno de los clanes vecinos que compartía nuestro modo de vida, y durante meses el bosque dejó de atraerme como lo hacía antes. Era feliz con Ingrid y tuvimos una preciosa cría de pelaje negro como el carbón a la que llamamos Freya y que alegraba mi retorno a casa desde los campos a los que a partir de entonces empecé a dedicar las horas de sol...
Pero al tío Sven y a padre la edad les empezó a afectar cuando celebré mi vigésimo primer ciclo, y las piezas que cazaban cada vez eran más pequeñas o más viejas, y la cantidad disminuía, así que como necesitábamos la carne y las pieles mi primo Karl y yo nos ocupamos de la caza para que ellos se quedaran en la granja y volví a los bosques.
Deseaba volver a casa constantemente, pero los míos me necesitaban y la caza en las cercanías de la granja era escasa, así que mis salidas cada vez se prolongaban más, y el bosque había cambiado. Donde antes el silencio presagiaba paz y sosiego ahora una amenaza se respiraba en el denso aire. Los cazadores de otros clanes desaparecían y tanto Karl como yo vislumbramos en la lejanía las figuras de los elfos acechantes, aunque entonces desconocíamos su verdadera naturaleza.
Cuando los Carls llegaron del sur y se montó la primera expedición que partió al interior del bosque tanto Karl como yo ya no salíamos a cazar y vigilábamos con temor nuestras tierras, y nadie del clan se unió a los voluntarios de la zona y a los Carls de Erik cuando partieron a cazar a los elfos, ahorrándonos tener que llorar a los nuestros cuando las noticias de la matanza llegaron con los escasos supervivientes.
Al día siguiente ya nos preparábamos para partir, y mi primo Karl se había adelantado con su familia hacia Lokken, donde pensábamos instalarnos hasta que la frontera tranquilizase. El resto estábamos recogiendo todas nuestras pertenencias cuando mi Ingrid me suplicó que fuera a convencer a su padre de que se uniera a nosotros. Su tío Thorfeist era testarudo y temerario y temía que se quedasen en sus tierras, y Ingrid no podía soportar la idea de que a los suyos los atacasen los elfos, así que me dejé convencer para no verla sufrir y fui corriendo hacia la granja de la familia de mi amada.
Eran cinco leguas de marcha, pero una legua antes de llegar ya sabía que mi viaje había sido en balde... el humo se alzaba entre los altozanos en los que se escondía la granja de los Thorsson, y cuando llegué a las inmediaciones únicamente unas decenas de elfos se movían entre los cadáveres de la familia de mi esposa... abandoné lentamente mi escondite y me lancé a la carrera hacia casa, con el corazón en un puño y rezando a los ancestros y a los olvidados dioses prometiéndoles mi vida y mi servicio eterno si protegían a los míos...
El humo se alzaba también entre los sauces que lloraban en la pared oriental de la casa larga de mi padre, y los cuervos volaban en círculos sobre los prados... Los míos tendrían que haber partido y abandonado la casa, pero sospecho que mi padre o mi esposa convencieron al resto para esperarme y evitar que nadie tuviera que partir solo por las inmediaciones del bosque... no sé ni sabré nunca de quién fue la idea pero les costó la vida a todos y cada uno de ellos...
Ni uno de los elfos que había acabado con los míos permanecía en los alrededores, y eso me salvó la vida o se la salvó a ellos, ya que no había piedad en mi corazón para los que habían despellejado y mutilado el cuerpo de mi Ingrid y habían apagado la luz en los ojos de mi Freya y se habían divertido desmembrando su cuerpo...
No recuerdo gran cosa de lo que hice en esas horas, sólo recuerdo fragmentos borrosos de los cuerpos de los míos y del humo alzándose en el cielo mientras cantaba en la pira funeraria sus vidas y rogaba a los ancestros que acogieran a los míos en los dorados salones del más allá...”
El dolor de Lognar mientras rememoraba su pérdida y su sufrimiento era tan profundo que Rodrik sentía su corazón golpear dolorosamente en su pecho y un nudo en el estómago mientras las lágrimas manaban a raudales por sus ojos a semejanza del sufriente narrador, que con la voz rota por la pena continuó su relato de muerte y vidas segadas antes de tiempo.
“Desperté al día siguiente con el cuerpo lleno de cenizas, el olor a carne quemada inundando mi hocico y los ojos rojos de tanto llorar. La casa de mis mayores era un montón de escombros y maderos humeantes ennegrecidos, y ni la chimenea de piedra se mantenía erguida, sino que se había derrumbado como mi humilde y feliz vida. Recuperé la espada larga de mis mayores entre los bultos preparados en el carro que había de transportar nuestros enseres y a las crías y que no había sido ni inspeccionado por los elfos, y partí al sur, a reunirme con los supervivientes de los ataques para preparar la venganza y encontrar mi muerte enfrentándome a los que me habían robado mi vida.
Pasé varios días vagando famélico por las granjas que conocía y los pequeños villorrios a los que había acudido a vender pieles o a celebrar las ferias y las festividades de la cosecha, y en todos ellos encontré rastros de muerte o miedo. Las casas habían sido abandonadas al huir sus habitantes o se habían convertido en sus tumbas llameantes, pero no encontré ningún minotauro vivo en esos días que recuerdo aún en mis pesadillas.
No sé con exactitud cuándo caí presa del agotamiento y me rendí, pero lo siguiente que recuerdo es despertarme dolorido y famélico mientras unas manos fuertes sostenían mi testuz y la cerveza recorría mi garganta devolviéndome parte del vigor perdido. Ante mí estaban dos Carls armados con largas espadas y fuertes escudos protegidos por brillantes cotas de malla y piezas de cuero reforzadas con metal, y cuatro granjeros de aspecto decidido con unas pocas piezas de cuero por toda protección, lanzas improvisadas y cuchillos de monte que oteaban los alrededores mientras un jovenzuelo con apenas uno o dos ciclos más de los que tienes tú ahora me ayudaba a beber de su odre la cerveza que me devolvía la fuerza por momentos.
Gruñendo por el esfuerzo intenté ponerme de pie, pero fue el brazo del jovenzuelo el que me alzó sin problemas, sorprendiéndome al ver que mis ojos se centraban en su torso, y eso que nunca fui bajo. Alcé la mirada y mis ojos se posaron por primera vez en los de Ragnar mientras ordenaba a Éomund y al resto de sus acompañantes que me ayudaran, y supe que había encontrado a alguien al que podría servir sin dudar y a quien seguiría sin flaquear hasta el plano de los demonios si me lo pidiera...
Fueron tiempos muy duros que no viviste por que tu granja quedaba a decenas de leguas al sur, los elfos casi tomaron Ragnarsholm y los nuestros huían del norte con el rabo entre las patas, pero los que permanecimos lo hicimos por Ragnar y logramos sobrevivir y prosperar. Muchos cayeron y muchos más resultaron heridos, rara era la semana que no se alzaban piras funerarias en honor a los caídos, mas Ragnar nos mantuvo unidos y se entregó en cuerpo y alma a la tarea de protegernos y dirigirnos, buscando sólo que todo el norte pudiera librarse del peligro elfo sin pensar ni una vez en reclamar la venganza de la que los elfos se habían hecho merecedores al acabar con tantos de los miembros de su clan...
Ha llovido mucho desde entonces, y los tiempos son ahora peores que nunca... lo hemos perdido todo y sabemos que si volvemos a nuestras tierras la muerte nos espera, pero Ragnar sigue siendo nuestro líder por algo... ha crecido, y no me refiero sólo a su tamaño... se ha sacrificado por nosotros, se ha sobrepuesto a todas las adversidades que las Nornas han enviado para enredar y cortar su hilo, y sigue dispuesto a darlo todo por nosotros... es por ello que lo sigo y lo obedezco sin dudar ni preguntar, y es por ello por lo que daría mi vida sin dudarlo si con ello pudiera alargar la suya...”
Dicho esto Lognar se apartó del fuego, extendió silenciosamente su manta y se acurrucó contra las raíces de un roble para dormir, dándole la espalda al fuego y al asombrado Rodrik, que intentaba sin demasiado éxito digerir la historia de su amigo.
“Pero... ¿y tú aspecto? ¿cómo es que aparentas casi el doble de la edad que tienes?” fue lo único que logró preguntar Rodrik mientras una multitud de sentimientos y pensamientos revoloteaban por su mente.
Con un susurro prácticamente inaudible Lognar respondió “No lo sé... cuando Ragnar me despertó y me vi reflejado en un riachuelo había envejecido veinte ciclos... supongo que mi juventud murió con mi Ingrid y con mi Freya... ”
Rodrik perdió la noción del tiempo que pasó llorando con la mirada fija en las moribundas llamas de la hoguera, hasta que un gruñido de Lognar lo despertó de su ensoñación “¿Quieres dejar de mirar el fuego como un pasmarote y ponerte a dormir de una jodida vez, idiota? Mañana te levantaré a la misma hora que hoy, y no pienso perder el tiempo vigilando que no te caigas de la silla por quedarte dormido en ella, así que si te quieres ahorrar unos chichones bien merecidos deja de hacer el memo y duérmete ya... ”
“Vaya, el viejo Lognar ha vuelto...” pensó tristemente Rodrik, que se acostó contra un árbol y cerró los ojos intentando conjurar un esquivo sueño que se pobló al fin de elfos aullantes sedientos de sangre, hembras y crías asesinadas y almas desesperadas que lloraban eternamente su pérdida tras una máscara de frialdad y malhumor.


Los rastros de los engendros se dirigían en línea recta hacia las altas montañas nevadas que se apreciaban en el horizonte, y cuando los dos compañeros llegaron a las estribaciones de la gran cordillera el rastro se mantuvo inmutable adentrándose entre las colinas y dirigiéndose a un abrupto paso de montaña cuyo sendero ascendía zigzagueante entre dos de los colosos coronados de escarcha y nieve que dominaban el horizonte.
Varios cadáveres de engendros con los miembros congelados y con aspecto de desnutridos jalonaban la ruta, y tanto a Lognar como a Rodrik les extrañó que los cuerpos medio podridos no hubieran sufrido el efecto de los carroñeros, pero excepto algunos pedazos de carne arrancados por manos con zarpas los cuerpos permanecían incólumes.
Tras una larga discusión, Lognar impuso su criterio y ambos se prepararon para la ascensión, acumulando toda la carne y las frutas silvestres que pudieron conseguir en un par de días y tratando de acostumbrar a sus monturas a la zona, con el fin de dejarlas libres al partir y conseguir que se quedaran en las colinas para poder recuperarlas a su vuelta. Eran dos buenos toros pero no podrían soportar el viaje por el paso, y dejarlos atados significaría su muerte segura, así que tras los preparativos les quitaron las bridas y las sillas, escondieron el equipo de monta en un lugar resguardado de la lluvia y seco y se dispusieron a afrontar las montañas y sus desconocidos peligros.


Un aterido y tambaleante Rodrik se esforzaba en la rutina de clavar el improvisado pico profundamente en el hielo, izarse hasta el siguiente punto de apoyo, abrir con el pico el hielo y desclavarlo, y seguir avanzando.
Lognar abría la marcha y elegía la ruta que seguían para cruzar el ancho glaciar, y con un par de cuerdas arrastraba el equipo de los dos y aseguraba a Rodrik, que en un par de ocasiones había perdido pié y se había salvado de una caída mortal gracias a la cuerda en su cintura que lo unía a su compañero, que era como una roca que lenta e inexorablemente avanzaba hacia su destino sin que las inclemencias lo afectasen.
Golpe de pico, ascensión, golpe de pico, ascensión... dos días con esa rutina, comiendo lo mínimo en los tramos menos pronunciados y sin poder dormir, y las fuerzas de Rodrik ya se encontraban al límite. El frío había dejado sus dedos insensibles hacía ya tanto tiempo que ni lo recordaba, sentía las piernas y los brazos como si bandas de plomo los rodeasen, y su mente vagaba sin rumbo mientras seguía la rutina metódicamente... golpe de pico, ascensión, golpe de pico...
De repente la mano de Lognar detuvo su ascensión, y cuando el exhausto Rodrik alzó la vista vio el rostro cubierto de escarcha de su compañero que con los ojos llenos de preocupación le señaló los valles que en la distancia se veían. En ellos los árboles eran más escasos que al otro lado de las montañas, y por doquier se observaban grupos numerosos que se movían entre grandes campamentos situados alrededor de un enorme nodo palpitante de energía que lanzaba descargas en el aire. Incontables columnas de humo se alzaban en el claro cielo, y Lognar murmuró con preocupación: “Si los vemos a tanta distancia es que ahí abajo hay una verdadera multitud... pequeño, a partir de ahora se acabó el paseo...”
Sin fuerzas ni para preocuparse Rodrik respondió con un hilo de voz “Lo que digas gruñón, pero antes de nada quiero salir de estas malditas montañas y olvidarme de este glaciar de pesadilla... lo que venga ahora será bienvenido tras lo que hemos pasado estos últimos dos días...”
“Krann te oiga pequeño, pero lo dudo, lo dudo mucho...” dijo preocupado Lognar mientras ayudaba a su compañero a iniciar el descenso hacia las colinas.

El Kialli al que se conocía como Lord Ishaviel observaba con un aparente hastío que enmascaraba su impaciencia y malhumor las evoluciones de sus servidores, que conducían a una larga hilera de prisioneros aterrorizados hacia el nodo donde se encontraba para alimentar su poder y permitir que el tan ansiado momento de la liberación de su Señor de los Planos inferiores.
La mezcla de elfos, humanos y orcos que componían la mayor parte de los prisioneros eran obligados a avanzar hacia el nodo por los monstruosos y crueles demonios menores, seres de más de cuatro metros con el cuerpo cubierto de escamas o caparazones duros como el metal y largos brazos con afiladas garras capaces de hendir el más duro de los metales.
Sin importar la presteza ni el orden con el que los prisioneros se movían atentos a la más mínima orden de sus señores, los demonios castigaban aleatoriamente sin cesar a numerosos desafortunados, cuyos gritos de pánico y dolor se dejaban oír sin cesar en el valle, provocando un miedo atroz en los supervivientes y una alegría cada vez mayor en sus captores.
Los demonios menores gozaban con el sufrimiento de los prisioneros y se alimentaban de él, demostrando a Lord Ishaviel lo bajo que habían caído la mayoría de sus congéneres en su estancia en el plano de los muertos. Unos pocos demonios como él mismo, que se denominaban a sí mismos los Kialli o “los que recuerdan”, habían logrado mantener su identidad y no verse abrumados por su muerte al seguir a su Señor al plano de los muertos y habían defendido su personalidad ante la maldición de la inmortalidad como guardianes de los muertos, y a diferencia del resto de sus hermanos, que habían perdido hasta su nombre y se alimentaban de las emociones de los muertos a su cargo al haberlo perdido todo.
Poseedor aún de su nombre y sus recuerdos y por lo tanto de buena parte de su poder de la época en que estaba realmente vivo, las fuertes emociones de los prisioneros atraían a Lord Ishaviel impidiendo que se concentrase en sus pensamientos sobre la evolución de su rival Lord Isaldar en las tierras del sur, donde rastreaba la presencia de un antiguo nodo de gran poder que podía permitir el retorno de su Señor a este plano tras el largo exilio en el plano de los muertos. Molesto con las oleadas de sufrimiento y pavor que asaltaban su mente y atraían a su alma, Lord Ishaviel doblegó a los elementos sometiéndolos a su voluntad y se alzó en el aire luchando con su poder contra la esquiva voluntad del elemento, obligándolo a transportarlo con celeridad hacia la llanura situada a un par de centenares de metros.
Tomó tierra con elegancia y dejó libre al inconstante aire, que furioso se vengó azotando con fuertes ráfagas la zona derribando a multitud de prisioneros y levantando grandes cantidades de polvo y hojarasca que cubrieron momentáneamente la zona ocultando la luz del sol durante unos minutos.
Impasible ante la demostración de poder del elemento que no le afectó al no pasar las defensas que lo protegían constantemente el Kialli fijó su vista en uno de sus sirvientes más poderosos, el encargado del sacrificio de los prisioneros en el nodo, y con una voz suave que enmascaraba su poder le ordenó: “Grazjak, que la caravana avance rápidamente, y que tus siervos no se entretengan. Ya tendrán tiempo de alimentarse otro día… quiero que todos los prisioneros pasen por el nodo en las siguientes tres horas…”
Grazjak miró a su señor con miedo, y pese a que su corpulencia sobrepasaba varias veces la de Lord Ishaviel no dudó ni un instante en obedecerle. Su señor conocía su verdadero nombre y con ese poder estaba totalmente en sus manos, por lo que rápidamente se dirigió hacia los demonios que le servían y se puso a dar órdenes para agilizar la marcha de la columna y su entrada en el nodo, prohibiendo las diversiones con los prisioneros mientras temblaba al pensar en el castigo al que Lord Ishaviel podría someterlo si no lograba que los prisioneros fueran sacrificados en el nodo en las tres horas de plazo. Los Kialli no eran conocidos entre los demonios por su bondad o por su paciencia.
Sus sirvientes aceptaron las órdenes de mal grado, gruñendo y insultando a Grazjak, pero excepto uno de ellos obedecieron y imprimieron nuevos bríos a la marcha de los esclavos. El rebelde continuó torturando y despedazando lentamente a un humano que aullaba de dolor, y cuando Grazjak se acercó para obligarlo por la fuerza a abandonar su alimento con pesar (él también se complacía en el dolor y el sufrimiento y se alimentaba de ellos al estarle negadas otras sensaciones propias) el demonio menor conocido como Zarbrog se alzó en abierto desafío y se dispuso a luchar. Pese a que Zarbrog medía casi cinco metros y su cuerpo estaba recubierto de pies a cabeza por caparazones de hueso duros como el mejor de los aceros y sus largos brazos que le daban un aspecto simiesco acababan en afiladas garras Grazjak no dudaba ni por un instante del resultado del combate. Él no era físicamente ni tan fuerte ni tan corpulento, pero eso no importaba en realidad. Él era más poderoso que Zarborg y podía convocar la espada y el escudo de poder que definían el rango entre los demonios, algo que estaba más allá de las capacidades de Zarborg.
Se dispuso a acabar rápidamente con el enfurecido rebelde con una demostración de poder cuando antes de que pudiese convocar sus armas la voz de Lord Ishaviel lo detuvo. “Vuelve con el resto Grazjak. Yo me encargo de este traidor”
Palideciendo de terror Grazjak se apartó del camino de su señor y se dirigió hacia sus siervos, que contemplaban con miedo el resultado del enfrentamiento. Zarborg estaba tan enfurecido y fuera de sí que no se humilló ante el Kialli suplicando clemencia, y eso decidió su destino. El combate no tenía importancia, el desenlace era conocido por todos los presentes. Esquivando los ataques del enfurecido demonio sin esfuerzo el Kialli convocó únicamente su espada de poder y fue desmembrando sistemáticamente y sin prisas a su rival, que se empecinaba en continuar el combate. Las heridas no afectaban al demonio más que en su movilidad o en su capacidad de atacar con más o menos brazos, ya que ni el dolor propio sentían tras su estancia en los infiernos, y Zarbrog siguió debatiéndose hasta que Lord Ishaviel decidió acabar con el castigo. Usando el verdadero nombre de Zorbrag para debilitarlo y someterlo, acabó con su estancia en el plano de un certero golpe que cercenó su cabeza, devolviendo su espíritu al plano de los muertos donde tardaría decenas de ciclos en recuperar suficiente poder como para salir de él y aniquilando definitivamente cualquier esperanza de que pudiera recuperar en el proceso ni que fuera la más mínima conciencia de lo que había sido en vida.
Asustado por la posibilidad que Lord Ishaviel tuviera pensado un castigo similar si sus instrucciones no eran cumplidas con la presteza que deseaba, Grazjak se puso a dirigir a sus otros siervos y se encargó personalmente de sacrificar con rapidez y sin recrearse en su dolor y su sufrimiento a los prisioneros más débiles en el nodo  para aumentar el poder de los Kialli que lo habían reclamado mientras el resto de prisioneros era obligado a soportar las descargas de energía mágica corrupta que los transformaban en engendros al servicio de los demonios.


Un aterrado Rodrik era testigo a escasos quinientos metros del nodo de cómo los prisioneros perecen asesinados o son obligados a entrar en el mismo por unos monstruosos seres cubiertos de hueso o escamas y con largas garrar y colmillos, transformándose en seres parecidos a los engendros a los que se habían enfrentado en el bosque de los elfos.
“¿Qué están haciendo con ese nodo?” susurró asustado a su compañero, que observaba los hechos con tanta preocupación como él aunque controlando mejor sus emociones.
“Levantar un ejército de monstruos... y vete tú a saber qué más, no soy un jodido mago...” respondió Lognar en otro susurro antes de palmear lentamente el hombro derecho de Rodrik indicándole la necesidad de salir de la zona sin ser descubiertos.
Moviéndose lentamente los dos minotauros empezaron a retroceder hacia el bosquecillo que quedaba a su espalda arrastrándose por el suelo y rezando para que tras el vendaval quedase suficiente hojarasca para cubrir su retirada. Metro a metro se retiran hacia el bosque, tan lentamente que a veces pasan minutos antes de que avancen un metro, logrando tras horas de paciente movimiento salir del círculo de campamentos de los engendros sin ser detectados gracias a los disfraces de caza confeccionados por Lognar.
De repente una ráfaga de viento azota la zona, levantando una nueva nube de polvo y hojarasca y tanto Rodrik como Lognar ven con temor cómo el alto humano de ropajes negros se encuentra suspendido en el aire a un centenar de metros por encima suyo y los mira fijamente. Olvidada ya toda pretensión de sigilo los dos minotauros se alzan prestamente y se lanzan a la carrera hacia el bosquecillo, rezando a los ancestros para que los ayuden a llegar al paso de montaña.


Lord Ishaviel observa a los dos minotauros que corren hacia las montañas, y sonríe desdeñosamente. Es imposible que escapen, y su presencia le confirma dos suposiciones. La primera que el grupito de engendros que envió a rastrear un nodo situado al suroeste ha perecido. La segunda y más importante que Lord Isaldar no ha conseguido controlar las tierras de los minotauros y restaurar el gran nodo.
Y eso es algo que place sobremanera a Lord Ishaviel.
Lord Isaldar es uno de los Kialli más poderosos y hábiles aunque cuenta con numerosos enemigos, y su fracaso puede suponer un cambio en el Consejo de los Cinco que hablan en nombre del Señor y que planean su regreso, y hace tiempo que Lord Ishaviel aspira a tomar uno de los puestos en el consejo.
Sonriendo el Kialli se gira flotando sin esfuerzo en el aire hacia Grazjak y con atronadora voz le ordena que elimine a los dos fugitivos, mientras obliga al viento a someterse a su voluntad una vez más y sigue a los fugitivos sin intervenir dispuesto a presenciar el espectáculo de la caza y la muerte de la presa.


“Nos están dando alcance... Malditos sean, nos veremos obligados a luchar si queremos salir del valle...” grita Rodrik para hacerse oír por encima del viento que intermitentemente azota la zona con gran intesidad.
“De eso nada pequeño... Tú seguirás corriendo y yo los detendré... Has de llegar al nodo como sea y avisar a Ragnar... Esos bichos se dirigirán hacia el campamento en semanas, y si no los ponemos sobre aviso morirán todos...” responde Lognar, cuya mirada salta de un enclave a otro intentando encontrar un buen lugar en el que resistir y ganar tiempo para que Rodrik consiguiera suficiente ventaja como para llegar al paso con posibilidades de cruzar las montañas antes de que lo atrapen.
Finalmente en un pequeño alto de una veintena de metros rodeado de árboles y matojos muy densos que dificultan sobremanera el paso Lognar se detiene y tras deshacerse de la capa llena de hojas y ramas que le ha permitido acercarse al nodo sin ser visto afianza los correajes de su escudo en el brazo izquierdo y desenvaina su espada, colocándose a continuación su casco de batalla y gritando le ordena a Rodrik “¡Sigue corriendo! ¡Te alcanzaré cuando haya acabado con ellos!” con una autoridad tal que pese a que querría quedarse con su compañero el joven explorador sigue su rápida marcha, por lo que no oye el susurro con el que Lognar se despide de él “Corre como el viento pequeño, y recuérdame en tus oraciones a los ancestros”.
Instantes después una veintena de engendros aparece entre los árboles y desordenadamente empiezan a subir el alto donde los espera silencioso Lognar aferrando la espada de sus ancestros. Conocedor de que su hora ha llegado el minotauro se siente extrañamente relajado y tranquilo, y sus movimientos son rápidos y certeros. Su escudo detiene las zarpas de los engendros y su espada cercena extremidades y cabezas, y en pocos instantes los engendros huyen tras perecer más de la mitad del grupo de atacantes sin lograr herir al defensor.
“Ahora empieza lo difícil” murmura Lognar cuando entre aullidos un nuevo grupo de engendros sale de los árboles cercanos guiados por un enorme monstruo de cerca de cuatro metros de alto y extremadamente corpulento con el cuerpo recubierto de escamas metálicas.


Tras varios minutos de combate un engendro se sitúa a la espalda de Lognar, que no puede evitar el movimiento del enemigo ocupado como está en contener a duras penas los ataques del demonio.
La zarpa del engendro se alza dispuesta a desgarrar la armadura del guerrero minotauro paralizándose bruscamente y descendiendo sin vida cuando el cuerpo del engendro se desploma en el suelo con una flecha negra atravesando su cuello.
Un silbido y otra saeta encuentra su objetivo, perforando el ojo de otro engendro. Otra flecha surca sin tregua el aire aprovechando la ausencia momentánea de viento y un nuevo engendro se desploma con el corazón atravesado.
Blandiendo sin descanso su espada Lognar no puede permitirse un momento de respiro y no puede ver dónde está Rodrik. Su escudo se aguanta a duras penas y las zarpas del demonio han abierto su armadura en hombros y cadera, pero aún herido su ánimo permanece firme y su espada se mueve con fuerza y rapidez, y ya sólo quedan frente a él media decena de engendros y el demonio que los guía, cuyo torso muestra una par de largas heridas causadas por la espada del minotauro.
Obedeciendo los gruñidos incomprensibles del demonio los engendros se lanzan a la carrera hacia Rodrik, mas el joven explorador mantiene la sangre fría y dispara con pericia sus flechas una tras otra sin pausa. En el camino quedan tres engendros heridos mortalmente, y cuando los dos supervivientes se encuentran a escasos metros el joven explorador deja caer su arco de tejo negro y saca sus aceros dispuesto a vender cara su vida. El primero de los engendros en cargar se derrumba en el suelo arrastrando con él el cuchillo de monte de Rodrik atravesando su cuello, mientras el segundo logra hacer caer al joven al suelo antes de perecer con la espada corta del minotauro clavada profundamente en su pecho.
Frenéticamente Rodrik se deshace del engendro muerto que le impide levantarse, y tras recuperar la espada corta y el cuchillo se lanza a la carrera hacia su camarada para ayudarlo, mientras en la lejanía se escuchan los gritos de más partidas de engendros que se acercan al lugar.
Lognar para un golpe con su escudo, golpea la pierna derecha del demonio y cuando nota que ésta cede y el demonio se desploma atraviesa su cuello con la espada, que penetra en la dura piel segando músculo, hueso y vena matando al monstruo en el acto para alivio del minotauro. El hombro izquierdo le duele terriblemente y la herida de la cadera sangra profusamente, pero sigue vivo contra toda esperanza.
Tras recuperar el aliento y vendar rápidamente sus heridas con trozos de tela de su descartada capa rasgados con premura Lognar se gira hacia Rodrik y le espeta con ira “¿Qué diantre haces? ¿Por qué has vuelto? Ahora no podremos escapar ninguno de los dos... Te dije que huyeras, no que me ayudaras...”
Recogiendo con rapidez sus flechas de los cuerpos de los engendros caídos y haciendo caso omiso al reproche de Lognar el joven explorador responde “Volver para asegurarme que saldremos los dos de ésta... Yo solo no podré cruzar el glaciar, así que o llegamos los dos al paso o prefiero morir luchando en vez de partirme el cuello en la montaña...”
“Larguémonos de aquí antes de que lleguen más... Pero como salgamos con vida te arrepentirás de no haberme hecho caso...” gruñe Lognar mientras empieza a correr hacia el paso y Rodrik lo sigue tras recoger su arco del suelo.


Grazjak observa cómo el último de los engendros del grupo que ha enviado contra los minotauros cae con la cabeza hendida por el hacha que el minotauro más corpulento blande con su mano izquierda. El otro minotauro se apoya en un árbol mientras intenta frenar la sangre que mana sin cesar de su muslo derecho, donde las garras de otro engendro han destrozado músculo y hueso provocando una herida terrible que le inutiliza la pierna.
Grazjak sabe que dispone de suficientes engendros en las cercanías y que no es necesario que participe en la muerte de los espías, pero tras pensarlo un poco decide reclamar la muerte de los minotauros personalmente. El guerrero es un buen combatiente y lucha con la furia que tan bien conoce el demonio, que se enfrentó en numerosas ocasiones a sus antepasados en otras eras, y Grazjak desea paladear su pánico y su dolor cuando esté a punto de morir bajo su espada.
Con un grito de desafío el demonio se adelanta y convoca su espada y su escudo, que brillan con llamas carmesíes mientras se acerca al guerrero que alza sus armas aceptando el combate.


“Este cabrón es rápido... demasiado rápido...” piensa agotado Lognar mientras se mueve con desesperación intentando parar con su hacha otro rápido golpe del demonio. La hoja de fuego sólido cercena el mango del hacha sin dificultad y corta la cota de mallas y el cuero que protege su brazo izquierdo, causando una herida que hace que Lognar grite de dolor al sentir la sangre fluir hacia su mano.
El demonio se ha alejado fuera del alcance de su espada, y observa con curiosidad al minotauro, que pese a la sangre que mana por sus heridas controla su miedo y su dolor. Su aura muestra únicamente resolución mientras se acerca al demonio una vez más, y eso es algo que Grazjak ni esperaba ni aprecia.
La espada de Lognar surca el aire, y la respuesta del demonio es rápida y contundente. Los contrincantes se enzarzan en un intercambio de golpes que acaba con el demonio presionando al minotauro con golpes terribles y rápidos que hacen retroceder a Lognar trastabilleando. El demonio lanza un golpe más fuerte que el resto intentando romper la guardia del minotauro, y de repente el aura de Lognar cambia bruscamente tras mirar al joven herido situado a su espalda creando un súbito desasosiego en Grazjak al percibir los colores del sacrificio y el amor.
La espada del demonio cercena el brazo izquierdo del minotauro y se clava profundamente en su costado mientras Lognar se mueve siguiendo el impulso del golpe evitando una herida mortal, y con las últimas fuerzas que le quedan clava su espada hasta la empuñadura en el cuello del demonio, empujando la punta hacia arriba y matando a Grazjak.
El cansancio se adueña de Lognar y piernas ceden incapaces de aguantar durante más tiempo su peso, y mientras la vida se le escapa manando a borbotones por el muñón que instantes antes era su brazo izquierdo logra murmurar a Rodrik con un hilo de voz antes de caer inconsciente “Huye pequeño... yo ya estoy muerto, pero tú aún tienes una posibilidad...”


Rodrik mueve con dificultad su pierna derecha sintiendo como la sangre corre por ella desde la herida en el muslo.
Varias veces en los últimos minutos su pierna ha estado a punto de ceder y arrastrarlos a Lognar y a él al suelo, pero ha conseguido mantenerse en pié y continúa avanzando hacia el paso transportando en su espalda el cuerpo exánime de Lognar.
La sangre empapa sus ropas y su ligera armadura de cuero, sangre suya, sangre de Lognar y sangre de los engendros, y mientras se mueve con determinación hacia el paso de montaña que representa su salvación se pregunta ausentemente si lograrán escapar y si volverá a ver a los suyos.


Lord Ishaviel contempla con una sonrisa desdeñosa en su rostro al joven minotauro dejar con cuidado a su camarada en el suelo y desenvainar sus armas con el pánico pintado en su rostro. Con calma el Kialli convoca su espada y se aproxima a Rodrik lentamente para acabar con los minotauros que han retrasado sus planes y han eliminado a uno de sus sirvientes de confianza. Tendrán una muerte lenta y dolorosa, y Lord Ishaviel disfrutará con su dolor y su sufrimiento.


Los gritos de dolor de Rodrik y el sonido del acero golpeando contra hueso sacan a Lognar de su sopor y lo devuelven al mundo de los vivos, donde el dolor que siente le hace desear seguir aún inconsciente. Alza la vista con esfuerzo y observa el desigual combate que enfrenta a Rodrik con un humano alto y delgado que blande una espada de sólidas llamas azabaches. Su joven camarada ha perdido su cuchillo de monte y su brazo derecho cuelga inerte, pero sigue blandiendo con su mano izquierda la mellada espada corta pese a las múltiples heridas sufridas que lo debilitan y agotan inexorablemente.
Con lágrimas en los ojos Lognar intenta alzarse con las exiguas fuerzas que le restan, murmurando una oración a los ancestros para que le den fuerzas mientras empuña su espada y la usa para ayudarse a alzarse. Sabe que no podrá combatir, pero quiere dar la bienvenida a la muerte de pie, con la espada en la mano y una risa de desafío en los labios.
Unas manos sostienen su brazo derecho y otras cogen con delicadeza el muñón en que se ha convertido su brazo izquierdo y lo ayudan a incorporarse. Sorprendido Lognar desvía su vista a ambos lados y ve a su Ingrid y a su Freya sosteniéndolo con amor, mientras a su alrededor se agrupa un gran número de minotauros entre los que distingue a su padre y a su abuelo. Aturdido y sin dar crédito a sus ojos Lognar recuerda las frases que cantó Krann en el día de su muerte, y que se han convertido en una letanía que muchos minotauros aún recitan antes de la batalla “Y he aquí que ante mí veo a mi padre y a mi madre, y he aquí que veo a mis abuelos y a sus hermanos, y a todos los miembros de mi linaje....”
Uno de los minotauros, un enorme guerrero con una lujosa armadura lacada de oro y con los emblemas nobiliarios caídos en desuso desde la última era se sitúa a un metro escaso de Lognar, y mirándolo fijamente le dice con voz grave y afectuosa “Tu corazón es grande y tu valor inmenso hijo de Lars. No te abandonaremos en este trance. La espada que ha acompañado a los herederos de mi linaje te ayudará en este trance y mi fuerza te sostendrá en el combate...”


Lord Ishaviel retira la espada del costado del joven minotauro, que caído en el suelo se esfuerza vanamente en levantarse. Las heridas lo han debilitado demasiado y ya no queda fuerza en sus miembros.
El combate ha durado por que así le ha interesado a Lord Ishaviel, mas ha llegado el momento de acabarlo. No sacará más satisfacciones del agotado minotauro, cansado hasta para sentir pánico.
La espada negra se alza y es detenida en su descenso por una hoja de acero vulgar. Lord Ishaviel se gira sorprendido hacia el nuevo combatiente, un Lognar con el semblante nublado por el dolor, y a duras penas evita el Kialli que el siguiente golpe del minotauro cercene su cabeza. Nuevos golpes caen sobre el Kialli, que asombrado y preocupado convoca su escudo de poder para detener el ataque de Lognar mientras ve con pánico como los fantasmas de decenas de minotauros prestan su fuerza al moribundo minotauro. La desesperación hace presa del Kialli, que dedica todo su esfuerzo a defenderse de los ataques de Lognar confiando en el poder de su espada y su escudo.
De repente el rostro de Lognar se contrae en un rictus de rabia e ira y su boca emite un rugido “¡Te reconozco ángel caído! ¡Caí a manos de tus engendros, pero esta vez te derrotaré y vengaré la caída de la Ciudad del Acantilado Blanco!”.Lord Ishaviel se sorprende al oír el nombre de una de las ciudades minotauras que ayudó a tomar hace ya tres Eras cuando su señor todavía habitaba este plano, mas la sorpresa le dura poco y da paso al pánico en breves instantes. Por que el rugido emitido por Lognar no ha cesado y se ha transformado en su nombre, drenándolo de poder y dejándolo indefenso ante el ataque final del minotauro que se prepara para acabar con su vida con sus últimas fuerzas mientras la sangre empapa los vendajes en su costado y el muñón del brazo izquierdo por los que se escapa su vida sin remedio.
La vieja espada del minotauro corta el cuello del Kialli y destruye carne, hueso, músculo y vena, matando en el acto al demonio cuya alma es expulsada al plano de los muertos. La débil sombra de lo que alguna vez fue el poderoso Kialli Lord Ishaviel desciende con otras almas condenadas a lo más profundo de los infiernos, y mientras se debilita por momentos intenta retener su nombre y su identidad... su nombre y su identidad... su...
A su lado se desploma el cuerpo inerte de Lognar, que murmura “Ingrid... Freya...” antes de que la luz se apague definitivamente en sus ojos y sus dedos dejen ir la empuñadura de su espada rota a un palmo de la empuñadura.


Casi a rastras Rodrik ha recorrido los centenares de metros que lo separaban del inicio del paso. La herida del muslo sigue abierta y la sangre empapa su inerte pierna derecha, mas usando el arco como bastón el joven explorador no se da por vencido y se empeña en seguir avanzando. Ragnar debe ser advertido del peligro, y alguien tiene que cantar las gestas de Lognar y ensalzarlo como se merece para que su alma pueda reunirse en paz con los suyos en los salones dorados del más allá. Así pues haciendo caso omiso al dolor y al agotamiento Rodrik sigue avanzando mientras deja un ancho reguero de sangre a su paso.
Un golpe en el hombro lo sorprende y hace que se intente girar lentamente. Un nuevo golpe en el costado lo aturde, y mientras su cerebro se sorprende de que los engendros sean capaces de disparar con arco una tercera flecha se clava en su cuello matándolo en el acto y desequilibrándolo. Su peso y la inercia hacen que su cuerpo exánime se precipite fuera del paso, cayendo un centenar de metros antes de impactar con el suelo que recibe el cuerpo del mensajero al que se conocía como el Cuervo entre los suyos.



Es noche cerrada en el pequeño pueblo minotauro situado en las colinas cercanas al nodo.
Las pesadillas asaltan a Ragnar como ya es habitual en los últimos meses, y tras un par de horas de inquieto reposo intermitente el Jarl se levanta resignado y con sigilo para no despertar a Astrid se viste a oscuras y sale de la pequeña cabaña que comparten desde su llegada a la zona hará ya tres meses.
Se dirige a la colina del oeste donde sabe que encontrará a uno de sus compañeros aquejado de un problema similar. La luz de la luna recorta en la cima de la colina la silueta de un minotauro sentado, y hacia allí se dirige el Jarl con oscuros pensamientos en su mente y un nerviosismo al que no está acostumbrado.
“¿Sigues con las pesadillas?” pregunta Godfried sin girarse cuando los pasos de Ragnar le indican que está casi a su lado.
“¿Sigues con las jaquecas?” responde Ragnar sentándose a su lado.
Durante unos minutos ambos observan en silencio el nodo en la distancia, que esporádicamente ilumina la noche con una descarga de energía mágica incontrolada.
De repente Godfried se levanta bruscamente y susurra mientras palidece visiblemente “No es posible…”
Ragnar sigue la mirada de Godfried y ve con asombro como dos figuras salen del nodo, y se dirigen hacia donde se encuentran. Pero lo que hace que se ericen los pelos de su cogote y desenvaine con mano nerviosa su acero es el hecho de que ambas figuras flotan en el aire y la luz del nodo se refleja en sus cuerpos traslúcidos.
La más alta de ellas se adelanta a la otra y a un escaso metro y medio de Ragnar se detiene y se inclina ofreciéndole una profunda reverencia. La cara y el porte del recién llegado le resultan familiares a Ragnar, pero no consigue ubicarlos en su memoria hasta que escucha la voz de Lognar, aunque con un tono más sereno y firme del que nunca le había oído utilizar: “Jarl Ragnar, debéis partir sin perder tiempo. Un ejército de engendros y demonios se dirigirá al nodo en pocos meses. Son demasiados para que podáis derrotarlos, es posible que ni todos los Carls del reino les puedan hacer frente…”
Pese a las terribles palabras que había pronunciado el semblante de Lognar estaba en paz, relajado y mostraba una expresión feliz que le quitaba ciclos a su rostro que era casi irreconocible para Ragnar y Godfried.
“Te recordaremos en nuestras oraciones a los ancestros Lognar… siempre te recordaremos” murmuró Ragnar “Quieran los dioses que nos encontremos en los salones del más allá”
Una sonrisa iluminó el rostro de la aparición, que volviendo a inclinarse respondió “Espero que tardes muchos ciclos en presentarte en los salones… pero cuando lo hagas te estaré esperando y te presentaré a mi Ingrid y a mi Freya…”
Con otra sonrisa el fantasma de Lognar se desvaneció en el aire, y el de Rodrik tomó su lugar inclinándose ante su Jarl profundamente “Jarl Ragnar… os hemos fallado… no hemos podido averiguar gran cosa sobre los demonios y los engendros, únicamente que parece que usan los nodos para convertir esclavos de todas las razas en monstruos y que los demonios se alimentan de ellos… o eso nos parecía a ambos…”
“No me habéis fallado Rodrik… nada más lejos de la verdad…” respondió emocionado Ragnar “ni en la más antiguas sagas se puede encontrar a nadie más leal y fiel que vosotros. Parte en paz y descansa tu alma, tus servicios han salvado incontables vidas…”
Rodrik se inclinó y con una sonrisa desapareció como su compañero.
Godfried y el Jarl quedaron silenciosos en la colina, mientras un suave viento refrescaba la zona. De repente una nueva explosión de energía mágica iluminó el nodo con tintes rojizos, confiriendo un aspecto siniestro a la noche y augurando tiempos de sangre y muerte a la pareja de minotauros que con los ojos llorosos recordaba a sus amigos caídos.



Nota:
El Kialli que aparece en el relato se basa libremente en los “demonios” del mismo nombre que aparecen en la serie de libros “The Sun Sword” de Michelle West, que por cierto es una serie de seis libros muy recomendables aunque no se encuentren traducidos al español.
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fartet

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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #4 en: 25 de Septiembre de 2004, 04:54:09 pm »
De los Libros de la Casa de Darloc
Libro octavo: Donde se habla de la Mansión de Noñurg el enano


   Darloc, después de despedirse de Ocro y Tanic, acompañó a sus padres y a la gente de Alfach a la aldea, como de forma insistente le pidieron que aceptara la Capitanía de la misma, y no pudiendo rechazarla, pues así eran los usos y costumbres de la zona, la acepto, pero con ello no solo asumía el mando militar, sino también el civil, por lo que se vio obligado a quedarse durante un tiempo en la aldea, tiempo que empleó en reorganizar y reestructurar la sociedad de Alfach, reforzando al Consejo de Ancianos, que asume también las funciones judiciales. Darloc establece un sistema de estructura en la milicia, organizándola en pequeños grupos de 10 hombres, la Deca, agrupando a su vez 10 Decas en 1 Cente, que a su vez se podrian agrupar 10 de ellas en una Milia, y a partir de la segunda y hasta llegar a 10 Milias, en una Legió, Darloc hace que cada agrupación elija a su propio jefe, siendo el mismo Capitán de Legió. Esta organización va dejándole libre de cargas, el Consejo de Ancianos resuelven los roces entre los habitantes del lugar, y la estructura miliciana puede funcionar sola sin que actúe el Capitán de Legió, ya que con los milicianos de la aldea no se completa ni la primera Milia. Solo queda organizar la hacienda común, para ello establece el impuesto obligatorio del 5% de todas las producciones generadas por los habitantes del área de influencia de la aldea, así como del 5% de los ingresos por comercio efectuado en la misma por los buhoneros que la visitan. Estos ingresos se establece que se empleen en la asistencia a aquellos habitantes que lo necesiten, así como en financiar el armamento de la milicia, y en mejoras comunales, encargándose de la administración la Asamblea de la aldea que se reunirá al menos una vez al mes.

   Liberado de las tareas con las que sus convecinos le habían cargado, Darloc decide regresar a Pe_Dra para continuar su particular aprendizaje, por lo que tras comunicar a la comunidad que su presencia física no es imprescindible y que tiene misiones que cumplir, parte no sin antes prometer que salvo que el Padre deHm decida otra cosa, él regresara periódicamente para cumplir con sus obligaciones, así que parte de nuevo con dirección al monumento, acompañado de su padre Betac y llevando con ellos 5 mulas con la parte del botín de los troggs dorados que le corresponde.

   El camino transcurre con normalidad, y tomando las precauciones de costumbre. Una vez en Pe_Dra Darloc enseña a Betac la entrada al monumento, y sus peculiaridades, especialmente la zona superior, que continúa ofreciendo sorpresas, como cuando encuentran una entrada que esta tallada de tal forma que se puede pasar el lado sin descubrirla, esa entrada da acceso a un pasillo que conecta 7 cámaras, en una de ellas dejan el tesoro de los troggs, en otra encuentran una especie de biblioteca, una tercera parece un especie de laboratorio, la cuarta podría ser una cocina, la quinta una despensa, la sexta un dormitorio, aunque no encuentran la utilidad específica de la séptima.

   Tras pasar una semana en Pe_Dra, Betac regresa a la aldea con las bestias de carga y el carbón que su hijo había preparado con anterioridad, pero Darloc se queda estudiando las extrañas inscripciones en las rocas y algún que otro pergamino, de los encontrados en la biblioteca interior, y que empieza a poder leer, llamándole la atención los que describen la construcción de instrumentos mágicos, siendo el primero en confeccionar el llamado “Pendulo del Camino” que viene a ser como un péndulo de zahorí confeccionado a partir de un cristal, y que tiene la virtud de señalar la dirección a seguir para llegar al punto que se le solicita, incluso con habilidad suficiente puede interpretarse la distancia e incluso los obstáculos geográficos por los que hay que pasar para llegar a la meta.

   Construido el péndulo, Darloc comprueba su funcionamiento aplicándolo a los puntos que conoce, las aldeas, la capital, el nido trogg, el Valle Escondido, la Fuente del Lobo, y cuantas referencias geográficas le permiten adquirir la habilidad de manejo e interpretación de su nuevo instrumento. En un momento dado cambia la pregunta y en vez de solicitar el camino hacia el Valle Escondido, lo solicita por el de la forja y orfebrería en donde se confecciono su armadura, comprobando que el péndulo le indica una dirección en la cordillera, y una distancia que corresponde a una zona que le es totalmente desconocida, y que podría situar entre el nido trogg y el Valle Escondido. Todas las veces que efectúa la misma petición obtiene la misma respuesta, con lo que va despertando su curiosidad de tal manera que decide explorar dicha zona como única forma de poder después centrarse en sus estudios.

   Sale de Pe_Dra llevando su armadura y el cuchillo de Erky, aunque en la parada que realiza en los bosques de Dargueloc su amigo Tanic, a quien cuenta sus proyectos, se empeña en que se lleve también un arco y flechas ponzoñosas trogg´s, que acepta por ser armas ligeras fáciles de llevar. Continua después su camino siguiendo el borde de la cordillera, buscando por donde penetrarla, pero no encontrando un camino adecuado decide entrar por el Valle Escondido puesto que allí existe un camino que asciende a los montes que lo circundan.

   En el valle, Darloc se agencia una espada de manufactura elfa que toma del Árbol, completando de esa manera su armamento, continuando su camino una vez ascendido a las planicies y lomas superiores de la cordillera. Después de andar por las cumbres varios días, incluso de sortear a algunas bestias gracias a los hechizos mágicos aprendidos en Pe_dra, y conforme se acerca a su destino, se observa como se va vislumbrando una especie de sendero, que posteriormente se convierte en un claro camino, al ir fusionándose varias sendas,  la vegetación dominante son los pinos de montaña, no en balde se encuentra a unos 2000 codos de altitud.

   Daloc decide salirse del camino y seguirlo por un lado a prudente distancia, lo que si bien ralentiza su avance también le puede librar de encuentros inesperados, sin embargo empieza a vislumbrarse lo que podría ser el final, a ambos lados se levantan farallones que se van acercando estrangulando cada vez mas el valle de montaña, que definitivamente se cierra con un imponente circo, otros 2000 codos de escarpadas paredes que apenas permiten adivinar un llano superior y una enorme mole recosa cubierta de nieves perpetuas, el Monte Perdido le llama Darloc, mientras observa cuidadosamente el circo buscando una posible ruta de ascenso, pero solo puede observar las rugientes cataratas del incipiente río que se despeña de las alturas, la Pared que Ruge será su nombre, pero ni sombra de un posible sendero, como por otra parte ya anochece, no queda mas remedio que dejar la exploración para el día siguiente.

   Una noche sin nubes permiten ver con lujo de detalles las estrellas, algunas fugaces preceden a la luna, que en su camino nocturno no tarde en centrarse dentro de su corona luminosa, pero una nube arrastrada por el viento sigue el camino contrario, por lo que durante unos minutos oscurece el firmamento, y entonces, conforme la nube se retira, y la pared rocosa recupera su iluminación, Darloc observa unos huecos en la pared del circo, curiosas ventanas que la perforan y llenan de intriga al observador, es hora de aplicar otro de los artilugios cuya construcción ha estudiado recientemente, usando un par de cristales, empieza a moldearlos con sus manos, (es algo que aún no sabe porque puede hacerlo, siendo como son elementos extremadamente duros para el reto de los humanos), dándoles formas lenticular, acción que acompaña con un hechizo que contribuye a la perfección en las formas, luego sujeta ambas lentes sobre un bastón utilizando resina de pino, y forma una especie de tubo con cortezas de abedul, obtiene de esta manera un rudimentario catalejo que le permite, apenas amanece, observar con mayor detalle las oquedades de la pared, vistas así se maravilla de su perfección, evidentemente han sido construidas, el problema es saber como, para qué, y por quien.

   Darloc dedica el día siguiente en estudiar la pared con su anteojo, palmo a palmo sigue cualquier ruta posible que le lleve hasta al menos las ventanas, pero ninguna es viable, aunque varias terminan en una especie de terraza a unos cien codos por debajo de las oquedades. Centrando allí su atención, y cuando alcanza la seguridad de que nadie transita la zona, Darloc se acerca a investigar in situ. No tarda en deducir que allí había una especie de entrada al interior de la pared rocosa, pero esa entrada esta “soldada” aun `percibe la vibración de la magia empleada en fundir roca con roca de forma que esa entrada quede sellada y además, los hechizos lanzados, hacen que no pueda volver a ser reabierta nunca.

   De regreso al valle Darloc toma la decisión de puesto que no encuentra forma de avanzar por libre, pues entonces seguirá el camino que le guió hasta allí, y así lo hace, sin sorprenderle ya que ese camino apenas asciende algo por la zona del circo, en cuyo caso lo habría visto en las exploraciones previas, pero que describiendo una trayectoria en herradura, va ganando paulatinamente altura bordeando el circo y ascendiendo por un lateral. Cuando ha alcanzado unos 300 codos sobre el nivel del valle el camino se adentra en un pequeño llano, cubierto de prados y recorrido por pequeñas corrientes de agua, y rodeado de altas cumbres, pero lo más sorprendente es que en su mitad se alza una torre circular a modo de solitaria fortaleza, y en la que termina, o quizás inicia,  el camino.

   Unos campos de cultivo de cereales de montaña protegidos por rudimentarias cercas le hacen pensar que la torre puede esta habitada, por lo que se refugia entre los árboles que cierran el llano por el frente. Es el momento de seguir investigando, y su improvisado catalejo le permitirá hacerlo desde la distancia, pero tras varias horas de observación empieza a intrigarle la situación, los cuidados campos y el buen estado de conservación de la torre le indican que tiene que tener residentes, pero el día avanza sin que haya podido ver a nadie, solo unos extraños espantapájaros situados entre las mieses y animados por el viento rompen la monotonía.

   Ya atardece cuando Darloc cansado de tanto esperar empieza a bajar la guardia, y tras desmontar y guardar por enésima vez el catalejo decide comer algo, ello quizás le salva la vida, al agacharse para recoger el hatillo donde lleva las tortas de cereal esquiva una flecha que se clava en un árbol. Raudo se lanza contra el suelo y, teniendo en cuenta la dirección del ataque, rodando busca refugio tras un saliente de roca entre dos árboles, la rápida maniobra le libra de otras dos flechas, sus atacantes son al menos tres, por suerte o quizás instintivamente, Darloc se ha desplazado al punto donde había dejado sus armas, así que ha llegado el momento de usarlas, no lo cazaran sin que se defienda. Un ligero ruido le permite vislumbrar brevemente a uno de sus atacantes, pero es lo suficiente para que Darloc le dispare una flecha trogg, esta apenas roza al agresor, pero su potente ponzoña al mezclarse con la sangre de la herida superficial reacciona con esta, de forma que el desdichado cae entre alaridos de dolor y muere en breves minutos. Avisados sus compañeros de la letalidad de las flechas de Darloc, deciden atacar de forma escalonada, y así uno tras otro van disparando sus flechas dándose cobertura mientras ambos avanzan, solo cabe una respuesta arriesgada, levantarse rápidamente, lanzar la flecha y moverse lo más veloz posible mientras prepara la siguiente, así lo hace sorprendiendo a sus atacantes, e hiriendo a otro de ellos, aunque no puede evitar el ser herido a su vez en un muslo por el tercero. Mientras el segundo agresor se retuerce de dolor, el restante se prepara para rematar la faena, pero esta vez es más rápido Darloc que con una tercera flecha acaba con él.

   Pasados unos interminables minutos sin que aparezca nadie más, Darloc pasa a curarse su herida, un puñado de hierbas secas de su saco de medicinas y un vendaje será suficiente, una cosa ha aprendido, vigilara su espalda a partir de ahora, se sintió ingenuo por centrarse en la Torre y no tener en cuenta otras posibilidades, al menos mientras no este en lugar seguro. Llego pues el momento de ver quienes son los agresores, que resultan ser elfos, comprueba que llevan como armas espadas cortas, cuchillo de monte, arco y abundantes flechas, por lo que deduce que estaban en misión de combate, o como mínimo de exploración.

   Darloc volvió a ponerse la armadura que se había quitado por comodidad al considerarse oculto entre los árboles, con elfos agresivos estos poca protección presentan. Una vez preparado considera que debería volver a comprobar si alguien más se rondaba por las proximidades, pero incluso estando alerta no descubre a otro trío de elfos hasta que ellos disparan sus flechas contra él, aunque esta vez la armadura le protege sin problemas. Visto que sus flechas no causan daño, como puestos de acuerdo, atacan con sus espadas cortas, por lo que Darloc tiene que recurrir a pelear con la suya, ya que al aproximarse se vuelve inoperante el arco, pero no es demasiado  hábil en el uso del acero, poco habría durado si no fuera por la protección adicional de su armadura, sin embargo sus atacantes no llevan ninguna protección salvo unos minúsculos escudos metálicos, por lo que Darloc va poco a poco infligiéndoles heridas y eliminándolos. Conforme avanza el combate Darloc va aprendiendo a marchas forzadas, sus innatas habilidad y capacidad de aprendizaje transforman ese combate en todo un curso acelerado de pelea con espada, que finaliza cuando el último elfo cae atravesado por la espada de Darloc.

    Ya avanza la tarde cuando Darloc decide acercarse a la Torre, aunque para ello tiene que salir de entre los árboles y avanzar por el prado, ahora lleva también un escudo recuperado de estos últimos elfos. Conforme se acerca, los habitantes del lugar detectan de alguna manera su presencia, pues en las almenas surgen cinco cabezas con largas barbas, no son elfos, sino enanos, aunque tampoco se muestran precisamente amistosos, pues a penas llega a distancia de disparo, vuelve a ser blanco de las flechas, aunque ello no le preocupa, ya pudo comprobar poco antes que su armadura es también especial en ese sentido, protegiéndole sin problemas. Comprobada la inutilidad de los arcos, los enanos salen de la Torre provistos de hachas de guerra, confían en su filo y en la fuerza de sus brazos. Un nuevo combate se avecina, pero estos enanos, no le atacan en grupo, sino que como siguiendo una jerarquía de menor a mayor se van enfrentando en lucha singular. Darloc no tiene excesivos problemas en derrotar a los dos primeros, pero con el tercero empieza a tener serias dificultades, solo su mayor agilidad le permite derrotarlo tras unos interminables minutos de lucha.

   El cuarto contrincante actúa con especial seguridad, sin precipitarse en ningún momento, esperando que Darloc cometa el más mínimo error para utilizarlo a su favor,  y al final ocurre, puede partir por la mitad la espada de Darloc con un certero golpe de hacha, sin embargo cuando intenta atacar directamente al cuerpo es el enano el que comete un error que le supone encontrarse con la media espada restante clavada en el pecho. Llega el turno del último enano, este ataca sin dar un respiro al humano, que intenta defenderse con el pequeño escudo de metal elfo que sujeta en su mano izquierda, mientras con la derecha  desenfunda el cuchillo de Erky. Pobres armas para detener la furia contenida del enano, primero consigue mellar y inutilizar el escudo, ya nada impide que descargue el hacha contra la armadura, y así lo hace, ese golpe debería haber cercenado el brazo izquierdo de Darloc, pero en lugar de ello, en el momento del golpe, todas las piezas de la armadura se ensamblan adquiriendo una rigidez extrema, como si fuese una única y maciza pieza del mas duro acero, de manera que no sufre ni una melladura, para instantes después recuperar su ligereza y movilidad, mientras el cimbreo del mango del hacha, consecuencia del golpe del hacha contra algo mas duro y consistente, a aturdido el brazo del enano, al que además a desconcertado, mientras Darloc que sentía que podía haber llegado su final clava el cuchillo en el corazón de su contrincante, terminando así el tercer combate del día.

   Tomando un hacha para sustituir a la maltrecha espada, Darloc avanza hacia la Torre, esta vez sin que surja nada ni nadie que le ofrezca resistencia, llegando a las proximidades comprueba como una escalera de piedra de 20 escalones llevan a una portón de gruesa madera forrada en metal que se encuentra abierto, dando paso a una sala que ocupa toda la planta de la torre,  y que, a excepción de una gruesa columna central, es totalmente diáfana. Una amplia escalera de piedra en caracol trepa alrededor de la columna hacia las alturas, subiendo por ellas se alcanza la primera planta, dividida en dormitorios comunes, en la planta superior están las cocinas, comedores comunales y sala de armas, y por último se accede a la terraza almenada. Tras efectuar todo ese recorrido sin encontrar a nadie, Darloc regresa a la planta baja, en donde esta vez descubre como entre las filigranas talladas en la piedra de la columna central una disimulada puerta de piedra pero que esta trabada desde su lado, pensando que nadie la abrirá desde el otro lado, cierra y atranca la puerta exterior y se dirige al primer piso, llegó la hora de comer y descansar, el día siguiente ya traerá sus propios afanes.

   Los rayos de sol que se cuelan por un ventanuco despiertan a Darloc, que tras un abundante desayuno continua con sus pesquisas, pudiendo así averiguar el nombre de la Torre, Lalarri, lo encuentra en un libro donde figura la historia del lugar, es tambien la puerta de entrada a la Fortaleza Mansión de Noñurg el enano, Guardian de la Montaña, de igual manera averigua como en los talleres de dicha Fortaleza se construyo una armadura por artesanos enanos, aprovechando un nuevo metal aparecido en una veta en el interior de la montaña, y como esa armadura fue embebida de magia por los magos y hechiceros elfos, y como fue motivo de discordia entre ambas comunidades hasta entonces vecinas, pues los enanos se negaron a entregarla a los elfos que la habían encargado devolviendo incluso el dinero cobrado, y como los elfos alegando que habían depositado en ella parte de su magia no podían ahora renunciar a su posesión, y cuando desapareció junto con una partida de elfos al mando de Erewer la guerra estallo, y fue una guerra de exterminio, donde magia y armas elficas contra testarudez y armas enanas llevo a ambos pueblos al exterminio mutuo, labor que acabo Darloc, curiosamente el actual poseedor de la armadura. También pudo averiguar que aún quedaba un proceso por efectuar, el sumergir las piezas de la armadura en el río humeante de la fortaleza.

   Después de otear desde las almenas y no observar nada extraño, Darloc abre la puerta de piedra y se encuentra con una escalera que esta vez se adentra en el subsuelo. Una extraña fluorescencia procedente de las paredes iluminan los sótanos de la torre, por ellos discurre un riachuelo subterráneo, al que un sistema de compuertas puede dirigir hacia el exterior (a través de innumerables agujeros) inundando los alrededores de la Torre que quedaría como una isla (de ahí los escalones en la entrada), o en la posición que la que se encuentran precipitarse en una sima y desaguando además el agua que pudiera haber en el exterior de la Torre en la misma sima.

   Un pasadizo se adentra en el subsuelo, por el que avanza Darloc durante unos interminables mil codos, al final de los cuales llega a una enorme sala con altísimas columnas de piedra tallada que se elevan hasta el techo, diversas escaleras parten de la sala, y todas son exploradas una detrás de otra, la primera que recorre comunica con enormes cavernas en cuyo interior crecen setas en las zonas sin luz, y musgos comestibles y líquenes en las que a través de hendiduras creadas en la pared les llega luz natural, por allí pululan nill´s, (roedores de carne deliciosa y piel apta para la artesanía), enormes palomas de montaña anidan en las paredes, sus excrementos abonan a los vegetales cavernarios, lo mismo que los de los nocturnos zorros voladores, la humedad necesaria procede de otro riachuelo que entre estanque y estanque cae formando cascadas que saturan con sus salpicaduras el aire de agua, en los estanques abonados por los voladores viven grandes cantidades de peces que se alimentan de algas e invertebrados. Darloc ha encontrado la despensa de la Fortaleza, y es una despensa inagotable si se administra, puesto que esta viva y se renueva sola.

   La siguiente escalera, la más ancha de todas, termina en un muro cerrado, la especial sensibilidad de Darloc le permite adivinar que la magia es quien mantiene cerrado el paso, y que es un proceso no reversible, deduce que está al otro lado de la gran puerta de piedra que encontró en el circo de Pinat en la Pared rugiente.

   La tercera que explora se subdivide en varias, así unas llevan a las profundidades de diversas minas y canteras interiores, mientras otras lo hacen a talleres y fraguas, en estas últimas aún funcionan los mazos hidráulicos en cuyo manejo y aprovechamiento son tan diestros los enanos y que los humanos aprenderán a utilizar en su propio provecho.

   Varias son las que llevan a las zonas residenciales, viviendas individuales y colectivas, zonas de mercado, de diversión y disfrute, como cantinas, teatros, e incluso una nutrida biblioteca dotada de manuales técnicos y tecnológicos, que encierran el saber de los enanos, así como sus leyendas y mitos, leyes y normas, artes y literatura. Quizás ese sea el mayor tesoro que sea posible encontrar en una ciudad o fortaleza enanan. Darloc lo aprecia en lo que vale y tras comprobar que se encuentra en perfecto estado, sella la puerta hasta que pueda regresar personalmente o enviar a otros a estudiarlo.

   La escalera que comunica con las salas con ventanas al exterior es la misma que lo hace con salas de armas, salas de entrenamiento y cuarteles. Observando el exterior por las ventanas y con ayuda de su catalejo, Darloc va descubriendo puntos en los que seria factible situar pequeñas patrullas de vigilancia, que podrían comunicarse con la fortaleza usando como mensajeras las palomas que anidan en las cavernas, de esa manera el área de visión obtenida seria enorme, haciendo imposible cualquier ataque sorpresa.

   La presumible sala del tesoro estaba totalmente vacía, pero eso no importaba, la Fortaleza en si, con todo lo conocido hasta ahora que se encuentra en perfectas condiciones es mucho más de lo que se podría adquirir con un gran tesoro. Sin embargo por la Sala del Trono transcurre manso un pequeño riachuelo de aguas humeantes, tiene que ser el referido en el libro de la Torre de Lalarri, así que en el sumergió Darloc su armadura, y esta sufrió una nueva transformación, adquirió un pavonado color negro y aumentó aun más su resistencia y dureza, pero las filigranas gravadas en ella quedaron de color dorado con extrañas palabras mágicas escritas entre ellas, y que ahora son visibles por el contraste de colores.

   Terminada de explorar la Fortaleza del enano Noñurg, Darloc calculó que en ella podrían establecerse hasta 15 unidades con sus familias y otras 2 en la Torre con su población auxiliare (herreros, maestros armeros, artesanos, agricultores,…. Dada la relativa proximidad con el Valle Escondido, podrían poblarse ambas zonas y darse apoyo mutuo, incluso constituirse en una entidad autónoma dentro de Klaskan, ya pensará en ello mas adelante, de momento era hora de regresar.

   El camino de regreso lo realizo sin prácticamente incidentes, salvo un encuentro con un grupo de 6 bandidos, que al verle solo pensaron que seria una fácil presa, y cuando llegaron a darse cuenta del error cometido ya fue demasiado tarde para ellos, nunca más tendrán ocasión de atacar a otro caminante.

   En Alfach le espera otra sorpresa, habiéndose corrido la voz de lo acontecido con los extintos Trogg´s dorados, así como la organización que se esta estableciendo en la aldea, los buhoneros que recorren las regiones colindantes comerciando suelen hablar de las novedades acaecidas, por lo que gentes de otros lugares han llegado a Alfach y se han establecido en sus alrededores a la espera del regreso de Darloc, al que aclaman cuando llega y reclaman como a Capitán. También le esperan emisarios del Senado de la vecina República que le piden que clarifique su postura respecto a la misma, ya que las aldeas, aunque alejadas, forman parte de la misma. Darloc acepta la capitanía y envía mensajes tranquilizadores al senado, no piensa en revelarse, se siente orgulloso, al igual que su amigo Tanic, de ser hombres libres en ella.

   Ha llegado el momento de trasladar la población, una Torre de Magia empieza a ser construida conteniendo a Pe_Dra en su interior, una incipiente ciudad se esta formando a su alrededor, Darlocburgo no tardara en ver la luz, y en cuando sea posible se mandaran colonos al Valle Escondido y a la Fortaleza de Noñurg.


P.D. En la provincia de Huesca esta el Valle de Pineta, situado a unos 1000m sobre el nivel del mar, este valle de montaña posee pastos y bosques, estando cerrado por farallones a ambos lados y terminando en el Circo de Pineta, con mas de 1000m de desnivel desde el valle a la parte superior, aunque por suerte si existe una senda practicable para ascender. Una vez arriba encontramos una zona llana con nieves perpetuas, en ella esta el lago helado de Marmore, y a la izquierda puede apreciarse el Monte Perdido, con otros mas de 1000m de desnivel desde el llano a su cumbre, y posible ascensión por el glaciar.
Por el Circo se despeñan varios hilos de agua que acaban formando el rio Cinca, alli mismo, casi a los pies del Circo, hacia el oeste, esta el Parador Nacional de Pineta, a suficiente altura como para estar a salvo de las avalanchas propias del Circo. Sobre el Parador y accesible por un buen camino que bordea el circo encontramos el Llano de Lalarri, de singular belleza.
Son lugares ideales tanto para senderismo como para iniciar o finalizar rutas de alta montaña. Existen mapas detallados de la zona.
Como curiosidad añadir que Felix Rodríguez de la fuente promocionaba un proyecto para reintroducir en el Valle de Pineta al bisonte europeo, a partir de ejemplares polacos.

Mariano

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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #5 en: 26 de Septiembre de 2004, 09:18:44 pm »
La taberna del olvido.

La piernas del viajero estaban cansadas. Mas su meta estaba solo a la distancia de un vuelo de flecha. La Ciudad del Vortice. Construida en la cima de una montaña, la ciudad estaba amurralada solidamente con ladrillos de granito negro. El vortice situado en la cima, alrededor del cual creciera la ciudadela, despedía en aquel momento una potente luz rojiza que hacía más impresionante el paisaje. Los ladrillos esculpidos refugían como espejos la luz y parecía que sangraban, dando la sensación de una pavorosa erupción demoníaca.

Mas a aquellos espectaculos el viajero estaba aconstumbrado. La Ciudad del Vortice era la capital del Imperio del Dios Pequeño. Era su más basta creación desde los tiempos en que Klaskan surgiera de sus dedos y se fragmentara en multiples planos. Solo él podía controlar a su voluntad el paso de uno a otro. Criaturas de poder a la divinidad mucho menor a la divinidad habían creado puertas usando toda su entidad, pero ninguna tenía tanto rango como la gigantesca bola de energía que controlaba aquel que no tenía nombre.

Nano se quitó la capucha para ver la ciudad. En sus ojos marrones se reflejaba con toda la potencia que iradiaba. Aferró su espada y empezó a subir la escalinata. El era un Quelendi, un espíritu sin identidad. Había recibido la llamada de List Ades Perha, el Seleccionador, en lo más intimo de su corazón. Creía que iba a ocupar un puesto en el Plano de la luz. No había sido fácil. Largos años de entrenamiento, de perfeccionamiento de sus técnicas. Por fin su fama había sido tan grande que había llegado al Señor de los cien ojos. Esperaba poder ser digno de atravesar el Vortice algún día y parecía que esa oportunidad había llegado. Era la mayor gloria que se podía ganar en este plano. Ni siquiera List había ganado ese honor. Claro que el era un Ser del Dios pequeño y eso cambiaba mucho las cosas.

Por fin llegó a la gigantesca puerta de Hierro. Al atravesarla, Nano descubrió que las calles de la ciudad parecían desiertas. Sus pasos resonaban casi tanto como el rugido apagado del Vortice. Empezó a andar por las empinadas cuestas, paso a paso. Poco a poco su espíritu comezó a percibir a los habitantes de la ciudad. Se escabullían entre las sombras, se ocultaban en las oquedades. Eran Bandonos, seres de bajo nivel. Se decía que aquellos que no habían conseguido adquirir entidad como el caso de Nano acaban así. Otros decían que eran entes que atravesando el vortice se arepentían y acababan así. Quien sabe.

Poco a poco Nano fue descubriendo que conforme iba avanzando las criaturas iban apareciendo. Había tiendas incluso. En un escaparate, Nano vió una de portales de visión de los planos. Nunca creyó que aquellos artilugios sirvieran de algo, siempre pensó que no eran más que caprichos que los entes de Poder se concedían. Pero eran muy raros y el verlos asi expuestos le dió una idea del poder de la Ciudad del Vortice. Se fijó en varios de ellos, para distraerse: Una criatura montada en un lobo discutía con otra de menor tamaño. Creyó oir que aseguraba ser el señor de todos los Orcos. ¿Que demonio era un orco?. En otro se veía una gran ciudad submarina al parecer. Otro portal mostraba un agujero en donde criaturas con una gran cantidad de pelusa hablban sobre las virtudes de la cerveza enana.

Nano decidió continuar su ascensión. Pronto llegó a la taberna del olvido. Era la residencia de List Ades Perha, el siervo de los cien ojos del Dios pequeño. Se sorprendió de que la estancias estuvieran tan poco pobladas. Solo un par de entes más. Pronto sería digno se ser presentado ante el Vortice. Al menos eso pensaba Nano.

La taberna del olvido era un gigantesco edificio. En el se alojaban todos los aspirantes a ser absorvidos. Un ente solo adquiría realidad cuando pasaba al plano de la Luz. Su estancia en el resto de planos era un costante sufrimiento y exigía mucha concentración para poder adquirir conciencia. Era por lo que todos querían pasar por el Vortice y ser absorvidos.

Poco a poco fueron entrando algun que otro ente más en la taberna. Nano decidió comer algo de lo que había traido consigo. Cuando metió la mano en el zurrón, descubrió que se desmenuzaba con la sola presión de sus dedos. Asustado, hechó mano a su espada y vió que estaba casi desecha por el óxido. Gritó angustiado.

Nano consiguió escapar de la taberna varios años despues de haber entrado. Un solo minuto allá dentro fue una eternidad. El tiempo pasaba demasiado rápido para todo aquel que no estaba realmente llamado a cruzar el Vortice como descubrió más tarde. Nano vagó anciano por los territorios del norte, los más alejados de la capital del Imperio del Dios Pequeño. Una noche de lluvia de estrellas, soñó que el Dios Pequeño, acompañado por otros dioses que para él eran desconocidos le hablaban:

- Ven, has sido llamado a compartir nuestro rango...

Y Nano supo que por fin había adquirido entidad, abandonando los planos Klaskan.

Los misticos dicen que Nano es ahora un dios joven y que ha creado un mundo parecido a Klaskan. Otros dicen que Nano convive con otros dioses en lo que ellos llaman Reino supremo de Dracominia. Dicen que es un reino en el que la magia y la fantasía, la imaginación, el poder  y la aventura se mezclan continuamente...Pero eso ya va más lejos de los planos de Klaskan.

Nano
« Última modificación: 26 de Septiembre de 2004, 09:41:36 pm por Nano »
CO?O, le dijo la zanahoria al conejo

El Atlante

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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #6 en: 01 de Octubre de 2004, 07:54:32 pm »
RELATO ATLANTE (Espero que no sea demasiado largo)

“- ¡Cuidado con el cabestrante! –

El capitán, al oír mi desesperado aviso, se agachó con celeridad, pero aún así todos los que estábamos en cubierta pudimos oír un ligero golpe cuando la madera rozó su cabeza. Cayó al suelo, lanzando maldiciones, y en seguida se incorporó, aseteándome con su mirada.

- ¡Harto! ¿¿Me oyes?? ¡Estoy harto! – Su rostro, enrojecido a partes iguales por la furia y el dolor, terminó a pocos centímetros de mi cara. - ¡Se acabó! ¡Hoy mismo te largas! Recoge tus cosas y sal inmediatamente de mi barco. -

El resto de la tripulación me miraba, sin el menor atisbo de compasión en sus rostros. Mi nombre es Kylie Pertagran, y acaban de despedirme de mi trabajo. Pero lejos estaba yo de imaginar entonces que ese hecho me iba a permitir vivir la aventura más terrible y fascinante de toda mi vida.

Bajé lentamente por la pasarela que conducía al muelle. La actividad era febril. Capitanes, marineros, braceros, mercaderes, todos andando velozmente, transportando mercancías, cerrando tratos. El puerto de la Ciudad de las Mil Cúpulas. La más fabulosa construcción de la ingeniería atlante. En realidad se puede decir que el puerto son dos. En la superficie marina una inmensa sucesión de muelles y almacenes, donde atracan galeras, fragatas, mercantes y demás navíos de superficie. Y en el fondo, junto a las inmensas cúpulas de la gran ciudad, el puerto militar donde atracan los espolones y los submarinos, así como otra gran cantidad de almacenes. Y para conectar ambas estructuras numerosos túneles que permiten transportar todo tipo de mercancías entre la sumergida ciudad y los navíos de superficie. Todo con la peculiaridad de que en caso necesario todo el Puerto Superior, que así es como se llama, puede ser hundido en cuestión de minutos. Así evitamos el peligro de ser detectados.

Desde mi más tierna infancia siempre me he sentido fascinado por los enormes navíos de superficie. Todo atlante sueña con poder tripular uno de nuestros peligrosos espolones, o un escurridizo submarino. Yo no. Yo me quedaba embelesado ante las fragatas, las galeras, sus inmensas velas, sus descomunales cuadernas, el armonioso crujido al ser mecidas por el mar..... ¿En mi contra? Una completa, absoluta y antinatural incompetencia marina. Para mi raza soy tan raro como un pez que no sabe nadar. Y no será porque no me he esforzado. Con éste son ya siete los barcos en los que he estado...... y de los que me han echado.

Así que no me quedaba otra que rendirme. Hacer caso a mi padre y aceptar ese empleo de funcionario en el Tesoro Real. Buscar una muchacha de buena familia, casarme, tener hijos y ajarme hasta morir consumido por el tedio. Entré en la ciudad por uno de los innumerables accesos de los que dispone, en este caso a través del Puerto Inferior. Caminé lentamente por sus calles, contemplando en lo más alto el límite de las cúpulas. Inmensas estructuras de Yne que nos daban la vida y nos protegían de nuestros enemigos. Finalmente llegué a la Plaza de la Tortuga, donde confluyen la calle Esturión y la calle Hipocampo. Allí, donde siempre había estado, se alzaba la casa de mis padres. Suspiré. No iba a ser fácil aguantar la charla de mi padre. No señor. No lo iba a ser.

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- ¡Voto al Gran Dios Sardina! Esto no exige sino batirnos. -

Quien así hablaba era un galante personaje, emperifollado hasta las cejas, personaje de calidad, y valentón deslenguado. Se incorporaba todo aireado de su asiento, en una terraza a la puerta de un concurrido mesón. Sus acompañantes, dos hermosas damas, trataban de sofocar su alteración. ¿Y el objeto de su ira? Estaba de pie frente a él. Tranquilo, semblante adusto, mirada penetrante. Un negro sombrero ocultaba parte de su rostro, pero sus ojos eran perfectamente visibles. Así como su rojiza barba, algo tremendamente extraño en un atlante. “Sangre sucia”, gritaba su barba a millas marinas de distancia. Sus ropas no eran ni mucho menos tan elegantes como las de su oponente, pero sí mucho más prácticas. Ligeras, oscuras como el sombrero, se ajustaban a su cuerpo como si de una segunda piel se tratara. Sus botas de caña alta se afianzaron firmemente en el piso. En ningún momento perdió de vista al indignado galante.

Las damas trataban de poner calma, argumentando buenas razones: “No os ofendáis, mi señor. Que seguro que no ha sido a mala fe”; “No trabéis vuestros aceros por semejante nimiedad”; “Dejad que se marche, mi señor. Y aquí paz y después gloria”; y cosas similares. Pero el joven no estaba dispuesto a dejar correr la cosa. Y en pie estaba ya, caminando hacia el centro de la calle, donde había más espacio para un lance de ese estilo. Desenvainada estaba ya su espada y aguardaba paciente, una mirada desafiante en el rostro.

- No ha nacido todavía quien ofenda a un Sardonelte de La Sima y viva para contarlo. – ,afirmó.

Su pose galante, su decidido arrojo y esas palabras provocaron algunos aplausos entre los que comenzaban a formar corro alrededor de los contendientes.

El barbudo se volvió y echó una mirada a dos individuos que observaban la escena un poco más atrás. Personas de mirada penetrante como él, pasearon la vista entre la pequeña multitud que se había formado. El más alto, grande como una columna y con aspecto de ser tan fuerte como un Leviatán, señaló con un gesto de la cabeza hacia un callejón que estaba un poco a la derecha de donde se situaban los contendientes. El barbudo siguió su mirada y asintió lentamente con la cabeza. Sea pues, parecía decir su mirada. Las cartas están dadas, así que empecemos a jugar. Sin ningún tipo de reparo desenvainó su espada, no tan adornada ni llamativa como la de su oponente pero si de aspecto más fiero, y se dirigió con paso firme hacia el galante personaje. Sin mediar palabra o saludo lanzó una feroz estocada al rostro de su oponente, que a duras penas pudo reaccionar y detenerla, trastabillado.

- ¡Bellaco! -

El barbudo ni abrió la boca, y siguió acosando a su oponente. Las estocadas llovían sin cesar, y el joven poco podía hacer aparte de detenerlas como buenamente podía. Pero el barbudo era diestro espadachín, y así, con una finta y un amago, descubrió la guardia de su rival, momento que aprovechó para lanzarse a fondo, atravesando ropa y carne. Un contenido suspiro fue toda la respuesta que obtuvo. Retiró su estoque y el galante personaje cayó al suelo, entre quedos gemidos, mientras el alma se le escapaba por la herida abierta en el pecho. Un murmullo recorrió la pequeña multitud.

El gigantón echó entonces a correr hacia el grupo que cerraba el paso hacia el callejón, seguido por su compañero. Al verle, embistiendo como un toro, todos se apartaron. El barbudo, con una última mirada para su víctima, echó a correr tras ellos. Cuando se oyeron las voces de la guardia llamando al orden hacia ya un rato que habían desaparecido. Probablemente estuvieran ya en el templo del Gran Dios Sardina, acogidos a su protección y a salvo de la justicia terrena.

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Deprimido caminaba por la calle. El recibimiento en mi casa había sido apoteósico, como correspondía a unos padres amantes de su hijo, aunque éste fuera algo descarriado. Pero eso no me libró de las chanzas y comentarios hirientes de mi padre. Llevaba tres días en mi casa y ya deseaba suicidarme. La más absoluta desesperación me embargaba mientras me dirigía al templo del Gran Dios Sardina. Iba a hacer la ofrenda familiar de cada semana, lo que por lo menos me permitía salir de casa. Finalmente desemboqué en la plaza del templo. Era tan enorme como la recordaba, con sus puestos de venta ambulante y los innumerables corrillos de gente discutiendo de los más diversos temas. Lentamente ascendí la inmensa escalinata que conducía a la entrada del fabuloso edificio. Aunque a mi, acostumbrado ya a su grandeza desde niño, no me llamó la atención. Entré en el templo y quedé atrapado por la leve iluminación de tono azulado. Pacificaba el alma con sólo pararte y cerrar los ojos. Avancé hacía el altar de ofrendas y me arrodillé. Unos individuos de aspecto poco pío pasaron por mi espalda y se detuvieron junto una pared a unos pocos metros. Su aspecto resultaba llamativo. “Sin duda son malhechores”, pensé. Yo no ignoraba que el templo era frecuentemente utilizado por gente de baja estofa cuando deseaban eludir a la justicia del Rey. Los sacerdotes del Gran Dios Sardina habían conseguido la inviolabilidad de sus templos por las tropas u hombres de la justicia seglar, y defendían ese derecho con uñas y dientes, dando alojo a personajes de lo más espeluznante. Y esos dos hombres parecían una muestra de dichos personajes. Cuchicheaban en voz baja, por lo que era incapaz de oír lo que decían, y eso que me esforzaba por conseguirlo. Pronto un tercero se unió con ellos. Paso firme y andar resuelto, cabeza descubierta y un llamativo cabello y barba de color rojo. Se unió a los otros dos, quienes le saludaron efusivamente. Bascularon un poco hacia donde yo estaba y pude oír su conversación.

- Esta noche, capitán. El barco estará listo. Zarpó anteayer, pero nos aguarda a pocas millas. El pescador es de confianza, y vuestro oro le ha hecho muy receptivo a ayudarnos. –

El que así hablaba era un joven de aspecto apuesto, a pesar de sus vulgares vestimentas. Y el capitán, obviamente, era el hombre de rojizos cabellos.

- Bien. Abandonaremos el templo a medianoche. ¿Cómo saldremos de la ciudad? -

- Está todo preparado. – El que hablaba ahora era el otro individuo. Claramente más mayor que su compañero, sus blancos cabellos sobresalían bajo un ajado sombrero. Su voz tenía una ronquera particular, un tanto extraña. No alcancé a discernir si era natural o quizás producto de algún mal lance. – Hemos sobornado a uno de la guardia portuaria. Mirará hacia otro lado en el momento oportuno. Cosa que muchos otros también deberían hacer.- Y sus ojos se posaron en mi.

El estómago me dio un vuelco, y sentí cómo ardía mi rostro, que debía estar como un tomate. El pelirrojo se abalanzó hacia mi antes de que yo pudiera sin tan siquiera pensar en hacer algo. Me agarró y me levantó zarandeándome, lanzándome luego contra la pared. El golpe me cortó la respiración.

- ¿Quién eres tú y por qué te interesan tanto las conversaciones ajenas? -, me preguntó mientras me observaba con atención.

Yo apenas pude balbucir incoherentemente. Sus fríos ojos se clavaban en los míos.

- No te preocupes, capitán. -, dijo el hombre de canos cabellos. – Ahora mismo vamos a acompañar a este mozo a cierto callejón que conozco y charlaremos un rato. Pronto olvidará lo que haya podido oír. Para siempre. -

Mis ojos estaban desencajados por el terror. ¡Esos hombres hablaban de matarme!

- No. -, dijo el pelirrojo. – No hoy, al menos. Quizás podamos sacar un buen dinero por él. Señores, creo que tenemos un nuevo tripulante. -

Y ya no oí más pues perdí el sentido.

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El viento golpeaba la pequeña vela, mientras el bote avanzaba en la más absoluta oscuridad. Acurrucado para intentar entrar en calor, junto a mi y sin quitarme el ojo de encima estaba el pelirrojo al que todos llamaban capitán. Justo delante estaban los otros dos hombres. Y delante de ellos otros dos hombres más, a los que yo no había visto hasta ese momento. Uno de ellos era tan grande como una casa. O más. Tras nosotros un callado individuo que debía ser el dueño del bote. Avanzábamos a lo que a mi me parecía un buen ritmo, aprovechando que el mar se encontraba en calma. Lo hacíamos en el más absoluto silencio, y yo me apercibí que los dos hombres de proa en ocasiones se inclinaban hacia delante, como intentando oír algo.

Al rato, el dueño del barco nos golpeó al capitán y a mi en el hombro, para que le dejáramos paso. En un complicado equilibrio arrió la vela, con lo que el bote empezó a ir a la deriva, reduciendo su velocidad. Noté que mis compañeros de viaje se ponían en tensión. No se oía ni un ruido. Esperamos. Pero el silencio seguía rodeándonos. De pronto me pareció oír algo. Los otros no reaccionaron.

- Juraría haber oído una campana. -, comenté, como si tal cosa.

Todos se volvieron hacia mi.

- ¿Dónde? -, preguntó el capitán.

- No sé. Sonaba muy débil ¿Por ahí, quizás? -, dije señalando hacia babor.

El capitán me miró fijamente, como dudando si darme crédito o no. Pero se arriesgó a confiar en mi oído y le hizo un gesto al dueño del bote. Éste empezó a girar hacia la izquierda, avanzando muy lentamente. De pronto, volvió a sonar la campana. Ahora un poco más fuerte.

- La he vuelto a oír. Estoy seguro. Casi delante nuestra. -

- A mi también me ha parecido oírla, capitán. -, dijo el hombre más joven.

El capitán asintió lentamente con la cabeza. Seguimos avanzando. Volvió a sonar la campana, ahora ya con claridad. De pronto, las nubes que encapotaban el cielo se abrieron por un momento, y ante nosotros, a la tenue luz de la luna, apareció como por arte de magia un inmenso navío de gruesas cuadernas y estilizada línea.

- ¡La Dama capitán! Aquí está. -, exclamó el joven mientras se agitaba inquieto en su sitio.

El capitán sonrió levemente mientras contemplaba al navío. Yo mientras tanto sentía cómo se me aflojaba el estómago. Reluciendo ante la luz de la luna el navío mostraba un afilado espolón, rematado por la figura de una dama de frágil aspecto. Sólo había un barco con ese espolón navegando los mares. Y yo me había hartado de oír historias sobre él. El barco era conocido por “La Dama de la Noche” o simplemente “La Dama”. Y estaba capitaneada por August Pandrike, también conocido como el ”Leviatán Rojo”. Y era el pirata más peligroso y más buscado de todos los mares.

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- Siéntate. -

El camarote del capitán era francamente lujoso, producto de innumerables años de rapiñas, asaltos y robos. Finos y caros muebles, una frondosa alfombra de clara manufactura humana y hasta un ingenioso reloj acuático, hecho sin duda por manos elfas. Acongojado, tomé asiento en una de las sillas de la habitación. El navío navegaba ya por mar abierto, lejos de la ciudad atlante. August Pandrike se levantó y comenzó a andar por el camarote, lentamente, mientras me observaba. Yo sentía su mirada mientras miraba fijamente al suelo y me frotaba la palma de las manos en el pantalón, ya que no paraban de sudar.

- Veamos. -, dijo el capitán suavemente. - ¿Qué voy a hacer contigo? ¿Eh? La verdad es que no tengo muchas opciones. Salta a la legua que no eres lo que nosotros llamamos un buen rescate. Pero no me convenía un muerto más en la ciudad y, sinceramente, no confiaba que fueras a tener la boca cerrada. – sus lentos pasos resonaban en el camarote. – Quizás cuando lleguemos a tierras de los engendros pueda venderte a buen precio. Aunque la baza más segura, como siempre, serán los orcos. Con un poco de suerte tendrán un botín fresco y podrán gastar dinero en ti, aunque sólo te quieran para descuartizarte. –

Sonrió maléficamente. Yo sentí temblar mis piernas.

- Pero no te creas que te vamos a encerrar en un camarote hasta que te vendamos. Si quieres comer como los demás tendrás que ganártelo. Así que trabajarás como todos y obedecerás las órdenes. Y si no lo haces te cortaré el cuello. Así de sencillo. No me has costado nada, así que no pierdo nada haciéndolo. ¿He sido claro? -

Su rostro se situó a escasos centímetros del mío, clavando sus fríos ojos en los míos. Mi mente estaba demasiado aterrada como para reaccionar. Lo único en lo que podía pensar era en un grupo de orcos descuartizándome lentamente entre sonoras carcajadas y litros de Grog.

- ¿He sido claro? – Insistió, con impaciencia.

Conseguí asentir levemente con la cabeza. Mientras trataba de volver a la realidad desde mi horrible pesadilla.

- Excelente. Comenzarás ahora mismo. Ya sale el sol y es hora de iniciar los trabajos en cubierta. ¡Contramaestre Rolph! -

Inmediatamente se abrió la puerta del camarote y entro uno de los dos individuos que estaban con el capitán en el templo. El de mayor edad. Saludó levemente al capitán.

- Este hombre queda bajo tu mando. Ponle a trabajar inmediatamente e infórmame diariamente de su comportamiento. -

- Sí señor. Será puntualmente informado. – Se acercó a mi y me obligó a levantarme tirándome del brazo. – Vamos, muévete. Es hora de trabajar. Sube a cubierta. -

A empujones salí del camarote, seguido por el contramaestre Rolph. Subí a cubierta, desde donde se podía ver el áureo circulo solar saliendo desde las profundidades marinas. O esa es la impresión que daba. El contramaestre me volvió a empujar. Yo me volví un poco y ante la incipiente luz pude contemplar su rostro. Su piel estaba curtida por el sol, el mar y el viento. Apenas tenía arrugas, a pesar de que debía pasar ya los cincuenta. Pero lo más llamativo era una cicatriz que nacía bajo la oreja derecha y que cruzaba todo el cuello hasta desaparecer bajo su camisa. Así que su ronquera no es natural, pensé. No quería imaginarme en qué circunstancias le habían hecho algo así.

- Bien. Amanece. Lo que no es poco. -, sonrió levemente al decir esto. Quizás alguna broma particular, pensé para mi. – Los muchachos se están desperezando. Es la hora de fregar la cubierta, antes de que haga más calor. Ponte a ello. Y que vea moverse tu cepillo o te arrepentirás. -

Así que puede decirse que quedé enrolado en el navío pirata. Con una perpetua sentencia de muerte sobre mi cabeza y aguantando el desprecio del resto de la tripulación. Aunque esto último no era algo que me fuera desconocido. Las semanas que siguieron a mi “secuestro-embarque forzoso” me demostraron una cosa. No importa que el barco sea una galera real que un navío pirata. Da lo mismo que te paguen un sueldo cada semana o que tengas que trabajar para que no te maten. Trabajar como simple marinero en un buque es igual de agotador en ambos casos. Y mi vida esas semanas fue un auténtico infierno, de mucho trabajar y poco comer y dormir. Además las amenazas y chanzas eran continuas. Pronto dejé de contemplar la posibilidad de la muerte con tanto terror. La desesperación me embargaba, y no sé qué hubiera podido pasar si el destino no hubiera dado un giro inesperado, conduciendo mi vida hacia una senda que nunca imaginé podría transitar.

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- ¡Vela a babor! -

- ¡Vela a babor! -

Los gritos se sucedían a lo largo de todo el buque mientras la tripulación se agolpaba contra la amura de babor, escrutando el horizonte. Sinceramente, a ras de cubierta nada se veía, pero el vigía señalaba firmemente el horizonte. El capitán, que había subido velozmente de su camarote cuando se dio el aviso, ascendió ágil como un pulpo hasta la posición del vigía y escrutó la lontananza.

- ¡Timonel! ¡Todo a babor! – Su voz rugió poderosa como un trueno.

El timonel, el poderoso gigantón que yo había conocido en el bote, hizo girar velozmente la rueda del timón, y la nave comenzó a virar.

- ¡Vamos, holgazanes! ¡Manejad esas velas! ¡¡Ha empezado la caza!! -

Un rugido recorrió las filas de la tripulación. Esos hombres, que para mi no habían tenido nada particular respecto a otras tripulaciones con las que había convivido, tenían ahora un brillo feroz en sus ojos, contraían los labios en temerarias muecas y lanzabas rugidos de satisfacción. Había empezado la caza, y los simples y trabajadores marineros se habían convertido en lo que en realidad eran. Feroces piratas.

El capitán había descendido dejando al vigía al cargo de guiar la nave, y estaba junto al gigantesco timonel, en el castillo de popa.

- ¡Soltad más velamen! ¡Necesitamos velocidad! -

Las blancas velas se desplegaron con velocidad ante los precisos y coordinados movimientos de la tripulación. Pronto se hincharon recogiendo el creciente viento. El navío aceleró perceptiblemente. Entonces me apercibí de un detalle que hasta entonces no había apreciado. Se trataba de un barco verdaderamente rápido. El que lo diseñó fue un verdadero maestro. La proa cortaba el mar como un cuchillo la mantequilla. La estructura de madera crujía acompasadamente mientras el barco volaba prácticamente sobre las olas.

Y entonces descubrí otra cosa que ignoraba. Una persecución en el mar es algo francamente tedioso. Sobre todo cuando, una vez que las velas que perseguíamos eran ya claras en el horizonte, nuestra presa también nos descubrió e inició la huida. Porque en aquellos mares cualquier barco que apareciera veloz de repente y se dirigiera hacia ti no era buena compañía. Así que pasaban las millas y el terreno que comíamos a la embarcación rival era apenas imperceptible. Pero poco a poco nos acercábamos.

- Navío saurio, capitán -

El joven del templo contemplaba las velas ante nosotros. Su nombre era Josh Dirtrem. Aunque todos le llamaban “Galán”. Se decía que tantos corazones de mujer había enamorado como corazones de hombre acuchillado. Y estos últimos eran muchos, por lo que se decía.

El capitán observaba la vela sauria, sonriendo. Los saurios eran afamados navegantes y comerciantes. Lo primero hacía muy complicada la presa, pero lo segundo la hacía muy apetecible. Vi como el contramaestre Rolph subió al castillo de popa. Me echó una mirada inquisidora, ya que yo había conseguido deslizarme hasta allí para poder verlo todo mejor. A fin de cuentas, lo mejor para la tripulación era que yo me quitara de en medio. Así debió entenderlo el contramaestre porque no dijo nada.

- Me preocupa el tiempo, capitán. Me temo que tendremos tormenta. No temo por la nave, pero me preocupa la caza. -

Nunca, en lo que alcanzaba la memoria atlante, se había perdido un navío en el mar por culpa de una tormenta. Ni siquiera con las más terribles.

- La caza continúa. -, dijo el capitán. – Si hay tormenta también la habrá para ellos. Pon sobre aviso a los hombres. Que estén preparados. Cuando llegue la tormenta exijo que den lo mejor de sí mismos. La aprovecharemos para recortar distancias. -

- ¿Pensáis tener el velamen desplegado durante la tormenta? -

- Sí. -

Tan lacónica respuesta no daba lugar a replicas. El contramaestre saludó y abandonó el castillo de popa.

El contramaestre no se equivocó. En pocas horas llegó la tormenta. Primero aumentó el viento. Luego se nubló el cielo. Y cuando quise darme cuenta el mar se había convertido en un infierno. La lluvia golpeaba sobre cubierta como pequeños alfileres, el viento azotaba las velas desplegadas a medias, haciendo crujir los mástiles, las olas rugían sobre nuestras cabezas, rompiendo de vez en cuando contra cubierta. La tripulación, agotada, luchaba por no perder las velas, los mástiles, o las dos cosas. Y al mismo tiempo trataban de no ser arrastrados por algún golpe de mar. El timonel, inmenso como un gigante, aferraba la rueda del timón con fuerza, tratando de mantener firme el rumbo en medio de aquel caos. Y el capitán, cabeza descubierta, a su lado, rugiendo órdenes. El viento agitaba sus cabellos, y los relámpagos relucían en sus fríos ojos. Su figura, firme, amenazadora y desafiante era sobrecogedora. Parecía estar desafiando a la propia tormenta a vencerle, sabedor de que nunca lo conseguiría. En aquel momento pensé que si el Gran Dios Sardina se encarnaba en un atlante esa sería la forma que escogería. En ese momento sentí un inmenso respeto y una gran admiración por August Pandrike, también conocido como el ”Leviatán Rojo”.

Pero como no llovió que no escampara, la tormenta amainó. El barco había sobrevivido en bastante buen estado, pero lo más importante es que la distancia con la nave sauria se había reducido espectacularmente. Ya se podía distinguir perfectamente su línea, y era obvio que la tormenta la había castigado bastante más que a nosotros. La proximidad de su presa hizo que la tripulación volviera a exaltarse, animando a su propia embarcación para que redujera aún más las distancias y poder abalanzarse sobre su objetivo.

La distancia se recortaba ahora a mayor velocidad, ya que, al parecer, parte del velamen saurio había sido dañado por la tormenta. La tripulación comenzó a hacer los preparativos. Les vi agarrar espadas y cuchillos. Situar arcos en cubierta, así como haces de flechas. Cubrían sus cuerpos con corazas, coletos de cuero, muñequeras, grebas... En definitiva, se preparaban para el combate. El contramaestre Rolph se acercó hasta donde me encontraba yo, observándolo todo con los ojos muy abiertos y fascinados. Arrojó una oxidada espada a mis pies y una pequeña daga.

- Es posible que ahora mismo se te pase por la cabeza intentar huir. -, dijo. – Pero ten en cuenta una cosa. Los saurios no te van a dar tiempo a contar tu historia. Eres un atlante más dentro de un barco lleno de atlantes que en breve van a estar mandando saurios al quinto infierno o donde el Gran Dios Sardina quiera que vayan cuando mueren. Así que, por tu bien, lo que te conviene es ayudarnos a vencer en este asalto. Para eso la espada y la daga. Vas a luchar con nosotros. Y hazlo dignamente. No mueras como un conejo, acurrucado y gimoteando. Compórtate como un atlante. -

Diciendo eso dio media vuelta y se alejó. Yo me quedé perplejo. ¿Pretendían que participara en el asalto? ¿Qué luchara por un botín del que no iba a ver ni una moneda de oro? Estaban locos. Aunque reflexionando sobre las palabras del contramaestre, no dejaban de tener su lógica. Al rato, con un hondo suspiro, recogí la espada y la daga.

- ¿Y para defenderme qué? -, exclamé en voz alta. Pero nadie me hizo caso.

En poco más de una hora el navío saurio ya estaba prácticamente a nuestro alcance. Le teníamos a un tiro de cabo. De pronto, vimos unas figuras aparecer en lo más alto del castillo de popa enemigo.

- ¡Arqueros! -, exclamó alguien.

Inmediatamente vimos abalanzarse sobre nosotros una pequeña lluvia de flechas. Rápidamente toda la tripulación corrió a ponerse a cubierto, entre gritos de frustración y rabia. Los saurios trataban de detener nuestro avance o, cuando menos, mermar nuestras tropas para el previsible asalto.

El capitán se volvió hacia el timonel y le gritó algo. Éste, sin observarle, asintió con la cabeza y giró la rueda del timón. Atravesamos la estela del buque saurio, y al pasar justo tras su popa pude ver cómo le robamos por completo el viento. Sus velas se deshincharon y el barco se detuvo casi en seco. Otro grito del capitán y de pronto todos los piratas de la amura de babor aparecieron armados con arcos y dispararon sobre la nave sauria. Donde las dan las toman, pensé yo. Tras varias andanadas de flechas, y cuando parecía que íbamos a pasar de largo, otro grito del capitán y una segunda fila de hombres en la nave de babor empezó a lanzar cuerdas con garfios atados a sus extremos. Éstos se engancharon en el barco saurio. La presa ya era nuestra. Sólo había que domarla.

Las cuerdas se tensaron mientras la tripulación al completo se agolpaba contra la amura de babor. Esporádicas flechas caían sobre nosotros mientras los costados de ambos buques se acercaban. Pronto ambos costados se tocaron, con un ruido sordo y penetrante. Inmediatamente los piratas empezaron, ¿o debería decir empezamos?, a saltar al barco enemigo. Los saurios, con sus reptilianas cabezas cubiertas por llamativos cascos y con labradas corazas, aguardaban firmes nuestra acometida. Sus bífidas lenguas parecían desafiarnos a atacarles. Pero en cuanto nuestra primera oleada de hombres topó con ellos la escaramuza se convirtió en un caos.

Creo que yo salté con la tercera oleada de hombres. Es decir, de los últimos. Y creo que lo hice más obligado por la feroz mirada del contramaestre que por propia voluntad. Pero una vez en el barco enemigo no había otra que acuchillar o ser acuchillado. Y, por sorprendente que pueda parecer, yo no era neófito en el arte del acero. Un tío mío por parte de madre, soldado de profesión hasta que fue lisiado en una de las guerras del Rey, mataba su tiempo libre enseñándome a luchar en mis tiempos mozos. El arte académico y el arte, por decirlo de algún modo, extra-académico. Marrullerías, engaños, golpes bajos y a traición. Absolutamente todos aprendí ya que eran causa de orgullo de mi tío, que no perdía ocasión para practicar conmigo a pesar de su herida. Ahora bien, eso no quiere decir que a mi me gustara luchar. Ni que lo hubiera hecho nunca.

Pero cuando no hay otra que dar o recibir no está de más saber por lo menos qué se trae uno entre manos. Así, cuando el primer saurio, bífida lengua y cristalinos ojos, se lanzó contra mi, yo tenía los conocimientos suficientes para hacerle frente. Oxidados, pero ahí estaban. Conseguí detener sus golpes y traté de asestar algún mandoble que le alejara, aunque con poco éxito. Pero al final su propio empuje le perdió, ya que en una feroz acometida que esquivé con relativa facilidad dejó todo su escamoso cuello a mi merced. Y de forma casi instintiva acabé con él. Y eso fue como un interruptor. Observar su cuerpo agonizante a mis pies, con un río de sangre partiendo de su cuello me erizó el vello. Sentí latir con fuerza mi corazón y como unas energías renovadas recorrer mi cuerpo. Con un grito de triunfo que surgió de lo más hondo de mi ser me lancé de cabeza contra el meollo de la lucha.

Los saurios, mermados en número, trataban de replegarse en el castillo de popa, donde la inferioridad numérica no se notaba tanto y donde podían intentar causarnos el mayor número de bajas posibles. Apartando a empujones a mis “camaradas” llegué a la primera fila donde se combatía con los saurios en corto, con mucho golpe con el pomo y mucho movimiento de daga, antes que puntadas de espada para las que no había espacio. Y a mi lado estaba el capitán, descamisado y cubierto de sangre sauria, golpeando, acuchillando, mordiendo e insultando sin cesar contra todo lo verde que se movía. Yo a su lado no le iba a la zaga, y la herrumbrosa daga que me había dado el contramaestre estaba ya totalmente tinta en sangre. Los saurios cedían, y en un momento dado el capitán reparó en mi, deteniendo una fracción de segundo su acometida por la sorpresa. Estoy absolutamente convencido de que era el último al que esperaba encontrar ahí. Pero sólo lo expresó con una media sonrisa fugaz antes de seguir despachando saurios como un Leviatán. Un “Leviatán Rojo”.

Al final la superioridad numérica fue aplastante y decisiva. Los pocos saurios que quedaban ni siquiera tuvieron tiempo de intentar hundir la nave. Todos fueron metódica y rápidamente eliminados. Que para nada interesaban prisioneros. Los piratas gritaban, contentos con el éxito y sobre todo contentos con seguir vivos. Yo reía y lloraba a un tiempo, manos temblorosas e incapaz de sostenerme en pie, sentado en un charco de sangre, intentando explicarme qué había pasado allí. Tras esa ocasión combatí muchas veces. Envié muchos saurios, orcos, hombres, elfos y otros seres al otro mundo. Incluso atlantes. Muchas cosas hice de las que, en teoría, debería arrepentirme. Participé en asaltos a ciudades, luché en guerras, vendí mi espada al mejor postor y pequé mucho y bien. Sin embargo, por las noches, al cerrar los ojos, nada me atormenta más que las imágenes de ese asalto a la nave sauria. Porque soy plenamente consciente de que en ese momento, y no en otro, fue cuando perdí mi alma. Yo dejé de ser Kylie Pertagran el honrado ciudadano cumplidor de las normas de la sociedad para convertirme en Kylie Pertagran el feroz pirata y temido bandido. Pero esa es otra historia que quizás algún día me decida a contar.

(¿Continuará?)”
« Última modificación: 01 de Octubre de 2004, 07:56:59 pm por Don Alarico »
- Kharonte I Absablichalle, Rey de los atlantes.

- Miskunnarlaus I, Drakulya de los vampiros.

Figor

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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #7 en: 03 de Octubre de 2004, 03:31:52 pm »
RELATO SAURIO

   Las ramas golpeaban su rostro mientras corría desenfrenadamente por la jungla. Su corazón palpitaba a un ritmo alocado, tanto que parecía que en un momento dado iba a cobrar vida propia y salirse de la caja torácica que lo albergaba. Su correr se había convertido en una trayectoria sin sentido, cambiando constantemente de dirección, motivado por razones que sólo él podría conocer.

   Llevaba corriendo desde el mediodía, desde que tuvo que salir corriendo de aquellas extrañas ruinas perdidas en la selva. ¡Malditas sean! ¿Porqué tuvo que hacer caso a ese mago chiflado y adentrarse en los territorios de los hombres lagarto? Sí, la verdad es que la promesa de riquezas inimaginables y gloria personal eran capaz de obnubilar la mente de cualquier hombre lúcido, pero adentrarse en las profundidades de la Jungla Meraska era, sin lugar a dudas, la aventura mas descabellada a la que se había enfrentado, y eso ya era decir mucho... Aunque el dinero no es el principal motor de esta vida.

   Las correrías que Jaskier de Longlius, el famoso explorador conocido en todos los Reinos Fronterizos, había realizado junto a algunos compañeros le habían granjeado cierta comodidad social y económica, pero la comodidad no casa bien con determinados tipos de hombres, y Jaskier era uno de ellos. Cada día la mansión solariega donde vivía le resultaba mas y mas pequeñas, los pasillos se convertían en estrechos pasadizos y una profunda sensación de ahogo le embargaba. Necesitaba salir de esa casa y volver a recorrer mundo, sentirse vivo de nuevo y no muerto en vida. No es de extrañar que cuando le llegó la invitación de Ioplus, un excéntrico mago con el que había hecho negocios alguna vez, a reunirse con él y unos amigos en su torre en Novoburgo, montara rápidamente en uno de sus caballos mas veloces camino a la ciudad.

   Mientras se dirigía a Novoburgo, poco a poco, la sensación de ahogo fue desapareciendo de Jaskier, embriagándose con la sensación de libertad mientras el viento provocado por su veloz galope lo envolvía. Al llegar a la torre, parecía haber rejuvenecido unos pocos de años, más aún cuando le presentaron al resto de los invitados, muchos de los cuales habían vivido con él mas de una aventura: Gramnir Makaisson, afamado ingeniero enano; Lucius el Grande, puro músculo en acción; Xabarra, maestra del sigilo y el latrocinio y Sahir Ibn-Al Sifari, uno de los mejores espadachines de los Reinos. Al entrar fue recibido entre abrazos, silbidos y jarras en alto... Era bonito volver a los viejos tiempos.

   Tras unos instantes de franca camaradería, entró Ioplus en la habitación. “Bienhallados seáis todos. Permitid que me presente, soy Ioplus, Magica Magíster de Novoburgo, su anfitrión y espero que también su patrón. No me gusta perder el tiempo con rodeos, cuando ese tiempo puede ser aprovechado en otras cosas mas importantes, por lo que iré directo al grano. Es posible que algunos de ustedes conozcan mi afición por las reliquias arcanas, a las que dedico mucho tiempo de investigación y estudio. Recientemente ha llegado a mi poder una serie de pergaminos donde se detalla la localización de una de esas reliquias, una de gran poder que podría hacernos ricos y famosos, mas allá de lo imaginable... el talismán de Shier-Nazzash, oculto en la jungla de Meraska. Según he podido descifrar en estos textos, el que lo posea puede alcanzar, mediante un cuidado uso del mismo, altas cotas de poder... Necesito que recuperen para mi ese talismán, ya que no puedo separarme de mis labores en Novoburgo, pues si desaparezco de aquí, algún señor de la guerra puede aprovechar mi ausencia para saquear la ciudad. En pago a sus servicios puedo ofrecerles a cada uno, algo que siempre han deseado. Maese Gramnir sería nombrado Ingenierum Magíster de Novoburgo, gozando así de una posición acorde a sus conocimientos; Lucius el Grande sería nombrado Capitán de la Guardia así como Señor de la Marca Gris; Xabarra sería eximida de todos los cargos que pesan en la actualidad contra ella; Sahir recibiría el apoyo militar de Novoburgo para recuperar lo que por derecho es suyo, el Sultanato de Emirya y vos, señor Jaskier, recibiréis financiación para ese proyecto que siempre habéis deseado realizar, traspasar la bruma que rodea las tierras de Klaskan, y así conocer que es lo que se esconde... Por si eso fuera poco, asimismo recibirán cincuenta barras de oro en reconocimiento a los servicios prestados aunque no se consiga el objetivo. Se que la empresa es dura, pero no espero menos de ustedes... Bien ¿Aceptan?”.

   El mago había sabido como llegar a cada uno de los presentes, por lo que Jaskier no se extrañó que su sí fuera coreado por el del resto. Ioplus, era en verdad un hombre directo que no gustaba perder el tiempo, ya que al día siguiente se encontraba a lomos de un caballo dirigiendo la marcha hacia la Jungla Meraska, hogar de los temibles hombre lagarto. Se rumoreaba que una vez hubo un poderoso imperio de estos seres, que se dedicaban a oscuros rituales, pero que gracias al esfuerzo combinado de los Reinos, se pudo acabar con ellos. Desde entonces la jungla había ido creciendo, recobrando los terrenos que los hombres lagarto habían desbrozado para sus ciudades y cultivos, hasta convertirse en la impenetrable selva que era ahora.

   Todo transcurría con normalidad, si podemos considerar normal dirigir una expedición de 5 personas con sus reatas de mulas de carga a través de una densa jungla. Es decir, mosquitos, serpientes, arañas de todos los tamaños se encargaban de amenizar el viaje, un viaje cansado y sudoroso, pues desde que entraron en la jungla, la temperatura había subido de manera alarmante, así como la humedad... hasta que se encontraron con las ruinas.

   La jungla había conquistado gran parte de lo que antaño fuera una poderosa ciudad, limitando así la visión, aunque por lo que pudo dilucidar Gramnir, su tamaño excedía a cualquiera de las ciudades de los Reinos Fronterizos, hasta incluso rivalizar con algunas ciudades enanas. Los edificios estaban formados por grandes bloques de piedra unidos perfectamente entre sí, sin dejar ninguna marca, y sólo la paulatina acción de la vegetación fue capaz de separarlos. Pero lo que mas inquietaba a Jaskier no era el tamaño de la ciudad, sino la ausencia de ruido... No se oía ningún mono aullador, ningún bramido de los pocorís, los cerdos de la selva, ni siquiera el bullicioso cloquear de los pájaros... Un silencio absoluto sólo hollado por sus pisadas y los comentarios del grupo.

   Tras deambular un par de horas por las ruinas, pronto dieron con lo que buscaban. Una inmensa pirámide escalonada que presidía una gran plaza. En sus paredes había inscritos distintos glifos y relieves donde se representaban a grandes serpientes, distintos tipos de lagarto, y numerosos guerreros lagarto, a pie o montados en terroríficas criaturas y en la puerta central una serie de calaveras colgaban del dintel de la puerta... calaveras de todas las razas conocidas: arcones, minotauros, enanos, elfos, humanos, orcos,... advertían de la suerte de los que se aventuraran en su interior.

   Jaskier y sus compañeros ya habían visto con anterioridad intentos mucho mejores que estos para asustar a los saqueadores y los incautos, y no se sintieron amenazados. ¡Ay de mí! Tenía que haber hecho caso de las señales y no haber entrado en la pirámide... A partir de ahí todo se torció...

   El primero en caer fue Gramnir, aplastado por una inmensa lápida que cayó sobre su cuerpo. Debimos de tomar aviso de eso, pues que un enano muera por una trampa mecánica de piedra ya debería ser un aviso de mal augurio.

   Pues no, seguimos hacia delante, enlenteciendo el paso y Xabarra se dedicó a buscar trampas mientras marcábamos los pasillos que eran seguros... Su codicia pudo mas que ella, y no fue capaz de resistirse a la tentación de robarle un lujoso colgante de oro y amatistas a un cadáver. Esa fue su última acción delictiva... Accionado por un misterioso resorte, los brazos del cadáver engancharon a Xabarra mientras que el sector del pasillo donde estaba el cadáver rotaba sobre su propio eje. Lo último que oímos fueron los desesperados chillidos de terror de la muchacha cada vez mas lejanos.

   Lucius insistió entonces en volvernos pensando en que fuera lo que fuera ese medallón no merecía la pena morir por él. Pero Sahir y yo lo convencimos, cegados por nuestras ambiciones personales. Pobre Lucius, debería haber aguantado nuestros argumentos y no haber cedido al final, pero cincuenta barras de oro son muchas barras de oro.
   Afortunadamente, nuestro objetivo estaba cercano. Una gran sala circular, de la cual salían varios caminos y en cuyo centro yacía un pedestal con el medallón. Hecho de oro, diamantes, platino y rubíes, el medallón de por sí valía mas que un reino, y aún mas si era verdad lo que decía Ioplus.

   En el mismo momento que admirábamos el medallón, antes siquiera de cogerlo, alguién debió de accionar algún mecanismo porque la habitación empezó a girar de manera paulatina, adquiriendo cada vez una mayor velocidad. Asustado porque fuera el inicio de otra trampa mortal agarré el medallón sin pensarlo y salí corriendo de allí... eso fue lo que mató a Lucius. En el momento que quitaba el medallón de su sitio, numerosas lanzas empezaron a salir del suelo, empalando una de ellas al pobre bruto. No puedo borrar de mi mente la mirada de sorpresa con la que murió, como si me preguntará porqué él en vez mía.

   Sahir consiguió tirar de mi antes de ser empalado por otra lanza, y logramos llegar hasta una de las salidas. Suspiré pensando que ahí se había acabado todo, que la pesadilla había terminado, pero no. Esa no era la salida que habíamos marcado... teníamos que recorrer de nuevo todo el laberinto! Si de por sí esa era una idea aterradora, el inicio de una melodía de tambores llegó a nuestros oídos. Un ritmo cadencioso, funesto, que presagiaba el fin. Nos miramos y en ese momento comprendimos porque Ioplus no quería en realidad venir a por el maldito medallón, él sabía todo lo que podía ocurrirnos y por eso no arriesgó su pellejo. Me engaño, el muy hijoputa, me engañó, a mi,  a Jaskier de Longlius....

   Sin tiempo a pensar en otra cosa que salir con vida de esa trampa mortal que era toda la pirámide emprendimos una veloz carrera por el laberinto, esperando no tener la mala suerte de activar alguna sorpresa de los hombres lagarto. El ritmo de los tambores fue in crescendo hasta llegar a un frenesí de tambores que cesó de manera súbita. En ese momento los oímos. Eran las voces de los guerreros de antaño que venían por nosotros,  por los saqueadores, por los ladrones. El ruido que hacían los hombres lagarto en nuestra persecución iba cada vez en aumento, nos estaban dando caza como conejos, pues no sabíamos por donde estaba la salida.

   Algún dios caprichoso debió apiadarse de nosotros, porque en uno de los recodos vimos que un rayo de luz se introducía en la semioscuridad del laberinto. Uno de los sillares de la pirámide había sufrido la acción de las raíces de una vieja haya y había acabado por ceder permitiendo así escapar. Nuestros perseguidores estaban cada vez mas cerca... Sahir me ayudó a subir pero a él no le dio tiempo. En el momento en que le daba la mano para que subiera, su cara sufrió un espasmo y una lanza apareció en su frente cual ciclópeo tercer ojo.

   Desde entonces he estado corriendo, sufriendo el acoso de los hombres lagarto. No me han alcanzado a pesar de que llevo ya corriendo casi seis horas y ellos salieron sólo un poco mas tarde que yo por el agujero. Pienso que me están dando caza como una presa mas, que quieren jugar conmigo antes de darme la estocada final.

   Estoy cansado, harto de sufrir este acoso, ya no puedo mas. Los esperaré frente a frente, miraré a la muerte a la cara como hace un verdadero hombre. Ahí vienen, dioses!!, su aspecto!!.....

Dryiceman

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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #8 en: 04 de Octubre de 2004, 09:24:36 pm »
EL TRATADO QUE CAMBIÓ MI VIDA
(UN QUEJÓN CON SUERTE)

El niño de 12 años se acerca a su mama, que se encuentra sentada en el sillón del  balcón del segundo piso de la casa, viendo la gente pasar por la calle de uno de los barrios más ricos de la bulliciosa ciudad.
-Mami, quiero hacerte una pregunta.
-Dime Élmmor. -Responde con cariño su madre.
-El abuelo siempre contaba la historia de su cicatriz en la frente, y le gustaba alardear de sus aventuras. Pero el siempre cambiaba algo en la historia. Yo sé que todos querían mucho al abuelo, pero ¿era realmente cierto lo que decía?
La madre sonríe tiernamente y le dice:
-Tú te llamas como él, porque en efecto todos lo queríamos mucho, y también lo respetábamos mucho. Tu abuelo fue muy especial. El escudo heráldico que tiene nuestra familia se lo debemos a él, y fue el mismo Emperador de su tiempo quien se lo otorgó. Mientras la señora decía esto, señalaba la parte de arriba de la entrada al balcón.
El niño miró hacia la pared exterior de la casa, un tallado en piedra donde se encontraba esculpido, en grande, el escudo familiar. Uno de los más exóticos de todas las familias de Adkýndya. En él, se veía un caballo dando una patada con sus extremidades traseras. De fondo, y por detrás de esta figura, una espada vertical que iba de extremo a extremo del escudo. Éste poseía sus bordes adornados con líneas, que formaban una figura simétrica que se iba repitiendo; y estaba coronado por una estrella. De la cima del escudo caían 3 adornos. Los de los extremos eran iguales; y todos parecían algo raro, como amuletos. De la parte inferior del escudo caía un collar con colmillos.
El niño respondió:
-Eso lo sé. Jamás he entendido bien nuestro escudo. ¿Pero todo lo que decía es verdad? Porque a veces, cambiaba los detalles de la historia. Mis amigos piensan que mi abuelo estaba loco, e inventaba todo eso para vanagloriarse ante nosotros.
El tono en que terminó diciendo la frase evidenciaba claramente que le afectaba el hecho.
-No le hagas caso a lo que piensen tus amigos. Ellos no saben nada de la vida. Debes comprender, que cuando tu abuelo te las contaba ya estaba muy viejo, y la memoria ya no es la misma a esa edad. Los recuerdos se confunden. Además, las aventuras de tu abuelo sucedieron hace mucho tiempo. Un tiempo que no era de tranquilidad como los de ahora. Un tiempo convulsionado, y lleno de peligros que lo marcaron mucho.
La madre hizo una pausa, y añadió:
-Yo creo que ya es hora de que heredes algo que tu padre quiere darte.
Al niño se le abrieron los ojos.
-¿Heredar algo? ¿De mi abuelo? -Preguntó.
-En efecto -asintió la madre, mientras se levantaba-. Espérame aquí y ve trayendo una silla para el balcón.
Mientras el niño se traía una silla, la abuela regresó con un libro, y le dijo:
Es a tu padre a quien le corresponde hacer esto, pero él no regresará de la misión que le encomendó el Emperador hasta en unas dos semanas, por lo menos. Y no sólo creo que estás listo para leer esto, sino que también lo necesitas.
El niño recibe un libro forrado en cuero de una piel extraña, que después se enteró era de lobo. Tenía labrada la frase “El Viaje de un Diplomático”, y poseía un seguro que lo mantenía sellado.
El niño miró a su madre con emoción. Ella asintió con la cabeza y con la mano le hizo un gesto para que lo abriera, mientras le decía:
-Ahí está la verdadera historia, de la aventura de la cicatriz de tu abuelo.
Con cuidado el niño ve la primera página que decía:

Diario de un Diplomático
El viaje a Oryenya Gryng
Por Élmmor Karmalét de Ádky
Embajador de su excelentísimo Emperador Draýzmann I de Adkýndya

El escudo familiar se encontraba dibujado en la parte inferior de la hoja.
Se acomoda en la silla, y pasa la página comenzando a leer.


Me encontraba aguardando en la sala de espera, que antepone al despacho del Emperador. Para tratar de sofocar mi nerviosismo, que me tenía un poco sudoroso, intentaba concentrarme en el decorado que la adornaba. Nunca había tenido oportunidad de adentrarme hasta aquí, a pesar de mis años trabajando en el Ministerio de las Relaciones.
La sala era bastante acogedora. Como lo es gran parte del palacio. No estaba excesivamente cargada de decorados; pero tampoco escuetamente adornada. Se notaba que el Imperio, poco a poco, había estado creciendo y mejorando. Esta ala de la edificación era más nueva que el resto, y presentaba unas líneas arquitectónicas más sofisticadas.
La combinación de piedras y maderas, incluyendo una pequeña cantidad de las mismas de tipo y origen exótico, le daban una elegancia distintiva. Los adornos que más destacaban eran los dos largos estandartes de tela muy fina, que se encontraban en las paredes laterales, cercanas a la pared del fondo. Donde un gran arco, con algunos adornos de figuras simétricas que se repetían en toda su longitud, le daba soporte a una pesada, pero hermosa puerta de madera madura y oscura, tallada, adornada, y reforzada con hierro.
Pensé para mis adentros, que estos estandartes de vivos colores, que atrapaban la vista sin poder evitarse, de quienes, en los cómodos sillones esperaban a que el Emperador los atendiera, hubiesen quedado mejor si estuviesen ubicados justo a cada lado del arco, que es el umbral al despacho de la persona más poderosa de toda nación. Pensé yo, que hubiese sido una posición más natural.
Pero claro, entiendo el por qué no fueron colocados ahí; pues en esa ubicación es donde están situados los dos imponentes guerreros de la Guardia Imperial. Ellos, aparte de su función de protección, también forman parte de la decoración. No me había dado cuenta nunca que hasta sus uniformes de vistosos colores, armonizan con el decorado.
Ya llevo un rato aquí, y aún no hay ningún indicio de cuándo seré recibido. Siempre me he preguntado si el hecho de que nunca te atienden inmediatamente las personas importantes, y las que se creen importantes, será a propósito para ir poniendo nervioso al que espera.
Vaya que escogen bien a estos hombres de la guardia; seguí pensando. Casi parecen estatuas de piedra. Cuerpos perfectos; mucho más altos y corpulentos de lo que es normal ver. ¿Realmente serán tan buenos, como aparentan, usando esas extrañas lanzas de cuchillas extravagantes en todas direcciones? La puerta de entrada, a esta pequeña sala, es bastante estrecha y extrañamente baja. Estos dos hombres se ven perfectamente capaces de ser un verdadero obstáculo para cualquiera que intente entrar por ese pequeño acceso.
En estos momentos mi esposa debe estar empacando todos sus bienes. Vaya, cuantas cajas y bultos armará. Sigo creyendo que es mala costumbre que siempre se precipite tanto. Yo comprendo que le ha haya dado mucha emoción el rumor de que me ascenderían dándome el encargo de una embajada; pero yo nunca he podido hacerle entender, que mi experiencia me ha enseñado que uno no se puede fiar para nada en los rumores. Claro, que el solo hecho de que el Emperador me haya llamado, indica algo importante. ¡Y es todo un honor! Lo que no quiere decir, que sea necesariamente bueno el motivo para el que me citan. Y me sigue pareciendo muy raro que si fuera verdad, que me van a dar una embajada, no me vaya a entrevistar el Ministro de Relaciones, como es la costumbre. Yo creo que esto es lo que me tiene nervioso.
Aunque si resulta verdad, sería por fin mi recompensa. Bien merecida me la tengo.
Por fin la puerta se abrió y apareció el Emperador. Hombre alto y bien formado; pero con cara que delataba cansancio. Ricamente vestido; aunque menos opulento que otros ministros que he visto. Tal vez él considere que está informal. Enseguida me puse de pie. Ante la dignidad de alguien que tiene el poder de mandar que te corten la cabeza, es mejor velar por los formalismos correctos. Me miró con detenimiento, y me preguntó si yo era Élmmor. Al asentir me hizo seña de que pasara y entró.
El despacho de trabajo privado era bastante más grande que la sala de espera donde me encontraba. Aunque rápidamente vi algunos lujos, en mayor cantidad que donde estuve esperando; tampoco era sobrecargado. Extrañamente se encontraba vacío el escritorio de su secretario personal.
El Emperador se sentó detrás de una gran, fuerte y bellamente decorada mesa; y me invitó a hacer lo mismo en uno de los asientos enfrente de ella, que hacían juego con la misma. Me senté, pero sentí como un frío por dentro. Algo me decía que no me iban a decir la buena noticia que esperaba escuchar. Destacaba en la mesa un gran mapa que se encontraba sujeto en cada esquina por varios objetos, entre los que destacaban el sello real y el tintero, para evitar la tendencia a enrollarse que teníen este tipo de pergaminos. No pude reconocer las formas que pude ver en el mapa, en los breves instantes mientras me sentaba.
El Emperador me dijo:
-Élmmor, Usted ha sido seleccionado para cumplir una importante tarea. El Ministro de las Relaciones lo ha recomendado personalmente, y se le ha dado la oportunidad de tener la dignidad de embajador de nuestra nación ante otro país.
Me pareció extraño que el actual Ministro de Relaciones me recomendara. No éramos precisamente amigos. Yo sabía que le gustaba mi esposa, y realmente no nos soportábamos. El anterior ministro sí era un buen hombre; pero había caído en desgracia, despedido, y la mitad de sus bienes confiscados. Y se podría decir que tuvo suerte.
Pero en fin, seguí pensando, era cierto el rumor que me habían dicho, y que tanto había emocionado a mi esposa. Por fin podría confirmarle la buena noticia que tanto tiempo ella estaba esperando. Me darían una embajada, y sólo una embajada podía ser esa: la del Reino de Enya Dupla. Todo indicaba que sería un mejor trabajo, y por fin mi esposa y yo conoceríamos un poco de mundo. Se decía que en este reino se vivía muy placenteramente; aún los extranjeros. Aunque en realidad me preocupaba un poco el asunto idiomático, pero se decía que eran excelentes dominando muchas lenguas, incluyendo la nuestra.
El Emperador continuaba hablando:
-Debe partir mañana mismo a la República de Oryenya Gryng.
Esto me cayó como una lluvia congelada, y evidentemente mi sorpresa se reflejó en mi cara, por la manera en como me miró el Emperador. República de Oryenya Gryng ¿Cuál era esa? ¿Dónde carrizo quedaba?
-Veo que le ha sorprendido su destino. -Dijo el Emperador.
-Pues realmente sí. Esperaba la embajada en el reino Enya. -Le respondí.
-Lo sé –respondió el Emperador-. Originalmente éste iba a ser su destino, pero otros acontecimientos más importantes surgieron de improvisto. Hemos tenido que reestructurar todas las órdenes rápidamente, y reasignar al personal. Requerimos entablar una embajada lo antes posible con esa República, y firmar un importantísimo tratado. Como le dije, debe salir mañana temprano, y sólo. –Reafirmó.
-¡Sólo! –Exclamé- ¿Acaso mi familia no viene conmigo, como es costumbre de todo embajador?
-Más adelante será. En estos momentos es demasiado peligroso, y debe viajar ligero, con rapidez y mucho sigilo. La República queda bastante distanciada, y apenas hemos obtenido los primeros mapas, donde ya se develan algunas dificultades. Usted tendrá que abrir camino. ¿Entiende lo importante de su misión?
Lo que realmente pensé es que entendía que el Ministro de Relaciones me había jugado sucio. Claro que entendía que mi esposa se quedaría sola por meses, en el mejor de los casos. Pero volviendo al despacho le respondí al Emperador:
-Creo. ¿De que trata el tratado y cómo llego hasta allá?
El Emperador extrajo de una gaveta, de un pequeño mueble cercano de su lado de la mesa, un pergamino cuidadosamente protegido, y con los sellos oficiales. Yo reconocía ese procedimiento. Eso implicaba que era un tratado de suma importancia. El Emperador me dijo:
-Aquí puede estar el futuro del Imperio. Es un importante tratado con la República de Oryenya Gryng. Una nación humana.
No necesitaba ser un gran estadista para entender. En un mundo tan peligroso como éste, lleno de todo tipo de razas belicosas, lograr hacer contacto con otra civilización de tu misma raza era sumamente importante. Este contacto no tenía precedente en nuestra historia, y sobre él debía haber mucha esperanza en el Gobierno.
El Emperador había hecho una pausa como para darme tiempo de asimilarlo, mientras me entregaba el documento y su respectivo forro de protección, que tras mi breve vistazo sería cerrado con el sello imperial y los precintos de seguridad.
El tratado era breve, pero conciso. Realmente sentí la importancia de que ese documento llegara a su destinatario, a tiempo.
Cuando miré al Emperador para preguntar dónde se encontraba la, para mi desconocida, República, de la cuál jamás había oído hablar, él, que estaba observándome como esperando la pregunta, se adelantó diciendo:
-Esto es lo que nuestros mejores maestros en mapas han realizado. Han reunido a escala toda la información que hemos logrado averiguar, más la obtenida en negociaciones secretas. Como verá, no es mucho; pero es lo mejor que tenemos hasta ahora. Nosotros estamos aquí.
El Emperador, observando el mapa, apuntaba con su dedo una ciudad que no poseía ningún nombre roturado; pero que podía identificar perfectamente, por la geografía circundante dibujada en él. Estaba muy cerca del borde izquierdo de éste.
El Emperador continuó diciendo:
-Como se debe haber dado cuenta, ninguna región ha sido rotulada con sus nombres. Por lo menos los nombres que conocemos. Esto se ha hecho así por razones de seguridad. Si el mapa cae en manos equivocadas, deseamos no facilitarles en demasía la tarea.
En eso me miró fijamente a mis ojos. Yo estaba observando el mapa, pero la intensidad de su mirada fue tal que sentí la necesidad de levantar la mía hacia a él, y cuando se encontraron, quede preso de su poder. Con una voz llena de autoridad dirigida hacia mí, pero que en el fondo también me dio la impresión que iba dirigida a los dioses, dijo:
-Por ninguna razón este mapa, ni el tratado, deben caer en otras manos. El tratado se lo entregará directamente al arcón Georr. A nadie más. El mapa es sólo para Usted, que deberá completarlo lo mejor posible, con la experiencia que tenga en el trayecto.
Sólo pude asentir, y un largo escalofrío recorrió todo mi espinazo.
La intensidad del momento bajó, y el Emperador cambió su mirada nuevamente al mapa. Señaló con el dedo el borde contrario, diciendo:
-Es aquí a donde Usted debe llegar, lo antes posible.
Mi sorpresa fue total. Era un trayecto sumamente largo, en tierras de las cuales no sabíamos nada. En mi desesperación, comencé a seguir los diversos territorios que debía atravesar, y para nada me gustó lo que veía.
El Emperador nuevamente erguido, se separó un poco del escritorio, como dejándome el dominio entero del mapa, para que pudiera entender mejor la magnitud de mi empresa.
Tras lo que a mí me pareció una eternidad, pero que seguramente fueron unos breves momentos, donde veía el mapa sin que mi mente realmente lograra aceptar la locura que me estaban ordenando, el Emperador dijo:
-Sé perfectamente que no es nada fácil lo que se le está pidiendo. Más, si venía con la esperanza de ir de embajador en la confortable y segura ciudad del Reino de Enya Dupla. Pero el futuro del Imperio está sobre sus espaldas. Sé perfectamente que Usted lo comprende bien, y también sé que posee las capacidades necesarias para realizar esta importante misión. Como recompensa quedará de Embajador en esta nación humana, que le será más familiar que ese reino; y su familia lo podrá alcanzar cuando la ruta haya sido explorada y establecida.
Yo siempre he sido un hombre promedio, amante de las historias de aventuras y de conocer mundo; pero que jamás emprendería por mi propia iniciativa una aventura de tal magnitud. Maldito ministro, fue lo que murmuré desde la más profunda sinceridad de mi alma. El Emperador no dijo nada, pero yo creo que sí me escuchó.
Iba a decirle que por qué no le daba tan delicada misión a una persona más capaz que yo, pero antes de que pudiera decir algo, y a mitad de mi gesto corporal, el Emperador se me volvió a adelantar colocándose delante de mí, y me extendió un forro para proteger el mapa.
Era un forro de cuero especialmente tratado, como el que se usa para preservar los pergaminos muy importantes, como el del tratado que también llevaría. Pero no poseía ni marcas distintivas, ni los acostumbrados precintos de seguridad que lo sellaran. Indudablemente porque estaría en la necesidad de consultarlo muchas veces en mi trayecto.
Después de agarrarlo me volvió a extender la mano, esta vez abierta en señal de saludo. Esto me sorprendió, pues no es costumbre que un emperador, ni tampoco miembros importantes del gobierno, hagan esto con un simple empleado. ¡Ah! Se me olvida que ahora era oficialmente Embajador. Le extendí la mía con resignación, y nos la apretamos con fuerza. Por un lado este acto me alegró, y sentí que el Emperador me transmitía todos sus buenos deseos y protección. Por otro, me pareció como la despedida que se hace para quien no se va a volver a ver, y un ligero temblor se apoderó de la boca de mi estómago.
Enrollé el mapa, y lo guarde en su respetivo forro. Al tomar también el tratado, me di cuenta que habían sido diseñados para ser llevados por debajo de la ropa; como es costumbre en operaciones secretas. Salí sin voltear del despacho, sabiendo que mi vida realmente no volvería a ser la misma.
Siempre me quejé de que los embajadores tenían una vida opulenta y fácil, pues eran sus empleados quienes llevaban la carga de tanto trámite burocrático; pero ahora comenzaba a comprender lo que podía implicar la responsabilidad de ser un embajador.
El resto del día se me fue rápidamente en preparativos. Se me dio dinero, bagajes varios y salvoconductos; además de una espada para autodefensa, que yo no sabía casi usar. También uno de los mejores caballos de la nación. Era de la raza celariana, que usaban los mensajeros especiales del Imperio para los grandes viajes. Caballos criados y entrenados para tener una notable resistencia a largos trayectos. Era una hermosa y gran yegua, dominada por un atractivo marrón con manchas blancas.
Como era de esperar, mi esposa se molestó mucho, y más porque no le podía explicar la verdad del motivo de mi viaje. De nada sirvió mi alegato de que si cumplía bien mi misión, tendríamos una embajada mejor aún de la que creíamos. Gritaba barbaridades, y después me quitó el habla. Realmente no fue la despedida ideal.
Al día siguiente, en la madrugada, partía sobre mi caballo. Aunque esta hermosa ciudad sea la capital de un Imperio en franco progreso, aún no había casi ninguna alma en las calles. El Sol aún no terminaba de renacer en el horizonte, y la luna alumbraba las amplias calles principales. Yo me mantenía transitando lo más posible entre las sombras. Aunque no se creía que hubiese espías, no quería tomar riesgos.
Pasé enfrente del recién acabado Teatro Imperial, con su exquisita fachada adornada. Me perderé su pronta inauguración; pensé con tristeza. La ciudad pareciera tener formas muy distintas a estas horas -observé. Las sombras, asistidas por una ligera, pero caprichosa neblina, transformaban por completo las líneas que dominan en la luz.
Llegue a la entrada en la muralla de la ciudad. Enseguida fui interceptado por los guardias, que les pareció muy extraño que alguien tratara de salir a estas horas. El salvoconducto hace su trabajo, y tomo mi camino. Aún hace bastante frío.
Tras un rato de camino, llegué hasta una pequeña villa, dominada por una famosa posada, y la encrucijada de los destinos. Los viajeros normalmente reposan aquí cuando llegan de noche, para entrar a la ciudad al amanecer. Dirigiéndome a mi caballo, del cual me dijeron que se llamaba Constantino, le dije:
-Bueno amigo Constantino, no sé por qué te pusieron ese nombre, que tú me irás a perdonar, es bastante ridículo. Además, eres una yegua, y te ponen un nombre masculino. Quien te bautizó no debía saber nada de caballos. -Ella relincho, tal vez protestando.
-Bueno, vayamos a lo nuestro ¿Cuál camino crees que debemos tomar para llegar pronto y bien a nuestro destino? ¿El del Sur rumbo a Esme? ¿El del Este rumbo al Valle de los Lobos? ¿O el del Norte rumbo a Noldilla?
Para mi sorpresa, el caballo comenzó a andar solo hacia el camino del Norte.
-Ya veo -le dije-, no te gustó la idea del Valle de los Lobos. Aunque es el camino más corto, no te culpo por no agradarte ese nombre. Te haré caso. Vamos pues a la Ciudad Diplomática.
Tras algunos días de tranquilo viaje, aunque poco cómodo, pasando las noches en posadas, entramos al gran Bosque de los Enanos, lo que evidenciaba que ya estábamos en la provincia de Nol. Ya me había acostumbrado a hablarle a mi caballo, el cual parecía muy inteligente, y era mejor escucha que mi esposa. Aunque paradójicamente, era de ella de quien le hablaba.
Atravesando el bosque, le dije:
-¿Sabes por qué a este hermoso bosque le llaman el “Bosque de los Enanos”? La ciudad de Noldilla se construyó hace ya muchos ciclos, sobre las ruinas de una muy antigua ciudad que encontramos. Se cree que era de origen enano, y quien sabe en qué época debieron vivir en esta zona, y cuál habrá sido su destino en la trágica hecatombe que acabó con las eras pasadas. A esta ciudad, sus pobladores, le han puesto recientemente el sobrenombre de la Ciudad Diplomática. No sólo por lo amigable de sus habitantes, y la tranquilidad de su estilo de vida; sino porque en ella se han reunido embajadores de otras naciones. Que por cierto, unos más extraños que otros. Si yo mismo no hubiese leído los informes que indicaban los contactos que hemos tenido con ellos, seguiría sin creer que existen. Realmente la noticia de que hayamos encontrado otra nación humana es todo un alivio.
Transitando por amplios caminos, aunque aún rústicos, abiertos en el bosque por el continuo uso; por fin alcanzamos la ciudad de Noldilla. Pasamos por la puerta entre su muralla, en la cual se veía los preparativos de nuevas construcciones. Se estaban acumulando piedras y otros materiales. Me llamó la atención que la imponente torre de vigía se encontraba muy alerta.
Vaya; algo pasa. Esta ciudad es muy tranquila, y se encuentra en una zona considerada segura. ¿Por qué estarán tan alertas? Pero mi caballo no me respondió nada, como de costumbre. Y menos mal, o me hubiese muerto del susto; pienso ahora. Tal vez haya un aumento en la seguridad debido a la reunión de diversos embajadores, que se prevé pronto se realizará aquí.
Nos dimos un breve, pero merecido descanso; ¡y cómodo!, por primera vez desde que salimos de la ciudad. Como en todas las noches anteriores, pensaba en mi esposa antes de quedarme dormido.
Antes de recomenzar el viaje, pude ver el sitio donde se hacían los preparativos para construir una gran plaza conmemorativa. La gente estaba emocionada con el proyecto. Se decía que reformaría y embellecería mucho la ciudad. Aunque algunas personas comentaban que alrededor de la plaza surgiría un barrio diplomático, donde se ubicarían diversos representantes de otras naciones de razas extrañas; y a muchas personas lo extraño le parece peligroso. Decían que la ciudad dejaría su tranquilidad, para convertirse en una ciudad de locos, llena de excentricidades, como algunos clasificaban a la capital del Imperio. Yo creo que exageran.
Emprendimos de nuevo nuestro camino. Nuevamente había dos posibilidades.
-Bueno Constantino ¿y ahora? ¿Nos vamos por allá, y pasamos por las faldas de la bellas Montañas del Dragón? ¿O nos vamos por allá, rumbo a Ashly?
Constantino no pareció dudar y tomó rumbo SE; hacia las bellas praderas de Ashly.
-Como que eres medio asustadizo ¿No, Constantino? ¿Te dan miedos los dragones? -le pregunté, un poco burlonamente-. Esas son historias de viejos. Si realmente existieron, ya no debe quedar ninguno por ahí -le reproché. Realmente me hubiese gustado ver las Montañas del Dragón, pues las describen como muy hermosas; pero debía admitir, que ese no parecía el camino más corto.
El viaje fue tranquilo; pero ya me molestaba que las posadas fueran cada vez más distantes y de peor calidad, teniendo que pasar algunas de las noches en la intemperie. Por supuesto, esto no era para nada de mi satisfacción, siendo un hombre de ciudad. Aunque Constantino no parecía extrañar los cómodos establos; aunque quien sabe como razona una yegua.
En el trayecto, varías veces nos tropezamos con mensajeros imperiales, que corrían a toda velocidad en una u otra dirección. También rebasamos a algunos grupos de trabajadores, que se dirigían lentamente hacia el interior del territorio, con gran cantidad de material de construcción. ¿Qué será lo que irán a construir? Pero Constantino tampoco sabía.
Ya adentrados en la provincia, fuimos interceptados por hombres de uno de nuestros ejércitos, pidiéndome que me identificara. Al ver que era un funcionario del gobierno en misión especial, el pequeño oficial no tuvo objeción en responder a mis preguntas.
Me contó que más al SE. se estaba comenzando importantes construcciones, por lo que el acceso estaba cerrado a sólo el personal implicado. También me comentó que había una nueva movilización de los diversos ejércitos. De los que implicaban a esta zona, el 2do Ejército, al que ellos pertenecían, se dirigía hacia la Marca Sur; mientras que serían reemplazados por el famoso 1er. Ejército.
Esto me sorprendió, pues era otro indicio de que se consideraba que había una amenaza; tal vez del Este. Pero el oficial no sabía nada de ello: lo que no me extrañó. No tenía suficiente rango para saber algo, que tal vez, sólo era una medida de precaución, o aún era secreto.
Continué mi camino rumbo al Este. Ya no le hablaba a Constantino tanto de mi esposa, ni de sus buenas cualidades, o de sus peculiaridades que afectaban la relación. Ahora dominaba los temas, lo referente a mi trabajo, y las diversas personalidades que había en el Ministerio de las Relaciones, intercalando mis quejas por las incomodidades. No estaba acostumbrado a cabalgar tanto, y ya mis posaderas se estaban resintiendo. Como extrañaba mí aburrida vida. Aburrida, pero cómoda. Esta era aburrida e incómoda.
Tras algunas jornadas más, ya había llegado al límite del territorio que se conocía bien. Era hora de estudiar nuevamente el mapa, y elegir la mejor ruta. Ya casi caía la noche, así que acampé.
El Mapa era claro, había que continuar atravesando la gran pradera de Ádkyndorr, hasta encontrarse con este gran río; el cual, y según el mapa, sólo tenía un paso por donde cruzarse. En ese momento, me fijé que existía una pequeña leyenda en la zona. ¡Por todos los dioses!, fue cuando me di cuenta de cual era el peligro por el que se estaban tomando precauciones. Una posible horda de Orcos se creía en el lugar. Zona por la cual debía atravesar. No había remedio. Por más que estudiaba el mapa, no había ruta alternativa conocida; y yo no tenía tiempo de explorar una nueva ruta.
Pero el mapa dibujaba una parte del río más delgada, aunque no indicaba que hubiese paso por ahí. ¿Sería un error de dibujo y escala? Estaba más al Norte del vado señalado, así que podría valer la pena el averiguar si era posible cruzarlo, aumentando mis posibilidades de esquivar la presunta horda.
Por ahora no había peligro. Tenía que elegir la ruta por donde acercarme a esa región; pues, desde donde me encontraba, podía tomar en dirección NE o SE. Comenzaba a llover; así que decidí escoger mañana en la mañana, y me recosté en mi improvisado refugio debajo de un gigantesco roble. Antes de dejarme vencer por el cansancio, elevé algunas oraciones a los dioses, y pensé:
-¿Qué estará haciendo mi esposa ahora? O ¿con quién?
En la mañana siguiente, bien temprano, le consulté a Constantino, como en las veces anteriores. Incluso le mostré el mapa  y le explique. Yo creo que ya el largo viaje me estaba afectando. Ahora pienso en esto, y me veo a mi mismo como un espectador, y me da risa; pero en el momento le hablaba bien en serio.
El caballo pareció mirar el mapa y escuchar mi explicación. Luego se apartó un poco y se puso a pastar. Así que me reí de mi propia locura de mostrarle el mapa al caballo, y decidí seguir su ejemplo, y desayunar algo. Igualmente Constantino no me dio mucho tiempo para comer; al poco rato comenzó a caminar hacia el NE. Hasta ahora te he seguido en los caminos que has tomado ¿por qué no hacerte caso ahora? Pensé. Así que recogí rápidamente y lo alcancé, me monté sobre él y continuamos el viaje.
La pradera era hermosa, llena de colores y de vida; y ya me estaba gustando observar detalladamente el paisaje, y descubrir las múltiples y sorprendentes maravillas, en que los dioses se entretenían creando. A medida que las jornadas se sucedían, la pradera iba tomando una sutil atmósfera que lo inundaba todo, y muy difícil de describir. Algo mágico. Incluso hasta la incomodidad de vivir a campo libre, y que las provisiones estaban comenzando a acabarse, se me estaban olvidando.
Al principio, ésta atmósfera me tenía imbuido; pero después desperté. El mapa indicaba que había manifestaciones arcanas en cierta zona. Ya había recorrido suficiente camino, como para estar cerca de ella. Yo había escuchado muchas veces de supuestos peligros, de acercarse a un nodo arcano sin el entrenamiento adecuado de un mago; pero mi curiosidad por todo lo mágico era más fuerte que mi precaución. Y hacia allá me dirigí.
A medida que me iba acercando al nodo arcano, las manifestaciones de fuerzas mágicas se comenzaron a presentar con mayor frecuencia. Algunas eran extrañas, otras maravillosas, y algunas terroríficas; pero hasta ahora, todas de muy breve duración. A Constantino ya no le estaba gustando la cosa, y se estaba poniendo cada vez más nervioso. Quería cambiar de dirección; pero yo no lo dejé.
Continué, como lo que me imagino debe ser algo parecido a ese cuento de los marinos, y la atracción irresistible de las sirenas.
Ya presentía que estaba muy cerca del lugar, cuando de repente avistamos una especie de chorro de energía azul claro, que comenzó a salir de la tierra hacia el cielo, con mucha fuerza. La escena era hermosa y cautivadora; pero Constantino comenzó a retroceder. Debo confesar que a mi me dio rabia su cobardía, y me bajé, y lentamente comencé a acercarme; imprudentemente.
Al chorro de energía se le sumaron otros más delgados que subían también, pero haciendo una irregular espiral alrededor del principal. Estos también eran de un azul claro, pero con betas blancas muy brillantes.
Completamente absorto seguí acercándome. No sé si fue mi cercana presencia quien desató la locura subsiguiente, o si igualmente hubiese sucedido; pero se desató una terrorífica tormenta de rayos de energía hacia todos lados. Rayos que pulverizaban rocas y chamuscaban árboles. Mientras que unos rayos salían del chorro principal, otros parecían tener una esquizofrénica danza a su alrededor.
Ante este espectáculo, y dos rayos que ya me habían pasado demasiado cerca, chamuscándome uno de ellos parte de mi cabello, me volvió mi conciencia, y me alejé corriendo. Constantino había sido mucho más inteligente que yo, y ya se había alejado. Los rayos parecían perseguirme, y corrí por mucho tiempo hasta que me sentí por completo seguro, y quedar exhausto.
Pero para mi desgracia, tan llamativo espectáculo atrajo la atención de muchas criaturas, entre ellas una patrulla de la horda de bárbaros Orcos. Justo lo que había querido evitar fue lo que atraje con mi irresponsable actuar. Al torpe le suceden las dificultades debido a su propio proceder. Ahora me encontraba amordazado, rumbo al campamento orco para convertirme en su cena.
Estaba completamente asombrado. Nunca los había visto, y en el fondo siempre pensé que eran mentira. Eran más feos en persona, que lo que describían las leyendas. Incluso, yo era uno de los privilegiados que había logrado ver algunas ilustraciones muy antiguas, debido a un importante hallazgo, ocurrido hace algunos ciclos. Y aún así, me sorprendí; y puedo dar fe de que se quedaban cortas.
Yo, un tipo de ciudad, que se había estado quejando de las incomodidades de realizar un largo viaje a campo traviesa, ahora si que me encontraba en reales problemas. Estaba amordazado, caminando, casi trotando, jalado por una cuerda que me tiraba; sujetada por un orco grande, feo y especialmente de nauseabundo olor; montado sobre un horrible animal, al que ellos llaman Lobo de Guerra (en lo personal, a mi me parece más una hiena gigante cruzada con jabalí salvaje). Mis sandalias ya están rotas por el maltrato, y ya comenzaron a sangrarme los pies. El dolor está dominando mis piernas. Que tontas me parecen ahora todas mis quejas de cuando vivía en la ciudad, y mis lamentaciones por la travesía.
Pero los orcos no fueron los únicos que debieron ser atraídos por la tormenta energética. De repente, un espantoso chillido agudo, que venía de detrás de nosotros, nos congeló la sangre a todos. Cuando quise voltear a ver, sólo vi algo muy grande de color oscuro que pasaba con gran rapidez. En eso sentí un fuerte tirón de la cuerda, y comencé a dar vueltas sin control ¡por el aire!
Vaya que las aves son valientes y deben tener el estómago bien agarrado. Cuando pude controlarme un poco del efecto de la velocidad, comprobé que lo que había visto era un gran dragón azul, que había agarrado con sus garras al orco, que me tenía sujeto con la cuerda. Ésta aún se encontraba amarrada a él; así que yo guindaba unos metros más abajo. Y lo peor es que los demás orcos le lanzaban flechas al dragón. Flechas que me pasaban silbando muy cerca.
Entonces vi con horror como el dragón bajaba su cuello y se acercaba sus garras, propinándole un gran mordisco a la gigantesca masa de ¿grasa? orca. No sé si lo hizo para comérselo, o para destrabarlo de sus garras, pues una de ellas lo había atravesado. Realmente no pude verlo, pues con el mordisco se rompió la cuerda que me sujetaba, así que comencé una vertiginosa caída. Vi con alivio que le pasaría al lado de un gran árbol, pero que iba rápidamente hacia una zona con matorral alto.
Me acordé de los acróbatas, que a veces hacían funciones para la corte, y realizaban grandes saltos que siempre terminaban rodando por el piso sin lastimarse. Así que me encogí, lo mejor que pude, como ellos, cerré los ojos y comencé a pensar una oración.
No me dio tiempo de llegar a pensar la cuarta palabra de la frase, cuando impacté, y comencé a rodar. Gracias a los dioses, caí en suelo pantanoso; aún así me dolió mucho, y quede muy enterrado boca abajo. No lograba zafarme del barro, y cuando ya pensaba que moriría ahogado, un tirón me sacó de repente.
Tras una desesperada y gran bocanada de aire, me alegré de mi suerte; pero, entre mi tos, comprobé que mi alegría era vana. Me había sacado del barro un orco, que con una sola mano me montó delante de él, sobre el lobo de guerra, diciendo algo inentendible para mí; pero que supongo era algo así como “no te vas a escapar tan fácilmente; hoy te comemos por que sí”.
El lobo comenzó a andar (aunque a mi más bien me parecía a pegar saltos; nada que ver con montar un digno caballo), y volteaba la cabeza como queriéndome morder alguna de mis piernas, pero no las alcanzaba. Entonces se escuchó nuevamente el rugido del dragón. Los tres, orco, lobo y yo, volteamos a la derecha para verlo casi sobre nosotros, con sus garras bien abiertas, perfectamente alineado, para atraparnos en exacto ángulo perpendicular. Por la gracia de los dioses, ésta vez pensé rápido, y me empuje hacia la izquierda cayéndome del lobo justo un instante antes de que éste, y el orco, salieran volando, atrapados en las garras del dragón, que levantó toda una corriente de aire sobre mi.
Pero estos bichos no se rinden, y ahí tirado boca arriba sobre el suelo, justo cuando me acababa de zafar una mano de mis ataduras, y estaba comenzando a levantarme, se me para en frente otro lobo de guerra con su orco respectivo, mirándome fijamente.
Sólo tenía el tronco de mi cuerpo un poco levantado, apoyado sobre mis manos extendidas hacia atrás. Me di cuenta que mi mano derecha se encontraba apoyada de un palo, que de reojo reconocí, que era el hacha, que usaba el orco, que ahora debía estar conociendo a qué sabían las nubes.
El dragón volvió a emitir su sonido peculiar, y tanto orco como lobo voltearon a verificar por donde estaba. En ese momento yo aproveché, y agarré lo más fuerte que pude el hacha, sólo con la mano derecha, y mientras me daba impulso con la izquierda, se la lancé al lobo que ya estaba volviendo su cara hacia mi.
Logré clavarle el hacha en el cuello, aunque siendo tan pesada, no tuve la suficiente fuerza como para hendirla profunda. Con suerte debí cortar alguna vena importante, y una gran cantidad de sangre salía como chorro, mientras aullaba la bestia sabiéndose que estaba perdida.
Esto enfureció al orco que levantó su propia hacha, antes de que al animal le cedieran las patas, y se desplomara. Me vi perdido, pero en ese momento el orco salió disparado hacia su lado izquierdo, cayendo al suelo con fuerza, boca abajo. El lobo se desplomó y me levanté con rapidez. Quien me había salvado era mi amiga Constantino, que le había dado una gran patada con sus extremidades traseras.
Vaya, en ese momento de alivió me sentí envalentonado por mi aparente ventaja. Agarré de nuevo el hacha, pero esta vez con las dos manos, me acerqué al orco que estaba comenzando a erguirse, pero aún boca abajo. Levante la gran hacha orca lo más alto que pude, sin perder el equilibrio, y cerrando los ojos, la lancé con fuerza sobre la espalda del orco. Pero en vez de sentir que penetraba algo, lo que sentí fue que se detenía en seco con un fuerte sonido metálico, provocándome un gran dolor en las manos. Abrí los ojos, y ahí estaba el orco. No había sido lo suficientemente rápido y se había volteado, aún apoyado con un brazo del suelo, había interceptado mi lanzamiento con su propia hacha.
Rápidamente se levantó, y me lanzó un hachazo con tanta fuerza que no pude mantener mi pesada arma, cayendo varios metros lejos de mí; y con el mismo impulso caí sentado en el suelo. El orco, sin querer perder tiempo, imagino que furioso, pero sin olvidar al dragón, levanta con energía su hacha, que ya la veía partiéndome en dos. Pero en eso, veo que el orco cambia de expresión, pierde el equilibrio, y se desploma hacia mí, todavía con el hacha en alza.
Rápidamente me doy vueltas sobre mí mismo hacia la izquierda. Aún me pregunto ¿por qué habré dado vueltas hacia ese lado, si siempre he sido diestro? La cuestión es que me quité a tiempo para que la mole del orco no me aplastara.
Al ver, me encuentro nuevamente relinchando a mi querido Constantino. Este caballo debió ser antes animal de carga pesada, o mínimo hijo de uno, pues pareciera que tiene la fuerza de 100 mulas en sus patas traseras.
Al observar al orco, veo entre los pliegues de sus ropas, que apenas sobresale el mango de la daga que usó para cortar a medida las cuerdas con que me amordazaron. Así que me lanzo sobre su espalda y la empuño. Pero el orco al sentir que tiene un peso encima se contorsiona, y me tumba de nuevo, aunque ahora tengo la “daga”, que, para mi sorpresa, era toda una espada, en toda regla, en mi mano.
El orco se apoya sobre su lado izquierdo, y con la derecha levanta su hacha, para darme un mortal zarpazo. Pero con las manos temblando de los nervios, le clavo mi espada en el cuello. El orco emite un gemido, y su brazo pierde fuerza, cayendo desplomado. Yo creo que fue la gracia de los dioses lo que me salvó nuevamente, pues al caer el hacha, su gran filo me pasó al ras de mi cabeza, produciéndome la cicatriz que ahora luzco en el lado derecho de la frente. Ahora la muestro con orgullo, como la marca de que maté a un orco; pero, en ese momento, ni me di cuenta que chorreaba sangre por todo mi rostro, aunque la herida realmente no era tan profunda. Ustedes saben como son de escandalosas las pequeñas heridas en la frente humana.
Aunque no la sentía, si apreciaba la cara muy caliente, y el fuerte latir de mi corazón en toda ella, como si ésta fuera el corazón mismo. Con la respiración entrecortada aún, se me dificultaba respirar, y sin aún haber terminado de pasar el susto hasta ahora, escucho el ya inconfundible, para mi, sonido de un lobo de guerra. Aún tirado en tierra me elevo un poco, y me asomo por encima del cuerpo del orco, para descubrir que se me está lanzando encima, con las fauces bien abiertas. Del susto, interpuse mis manos, y sentí que el cuerpo del animal me caía encima.
Vaya que pesaba, y eso que al atreverme abrir los ojos, y llevarme al susto de mi vida, que casi me manda directo a comparecer sobre mis actos ante los dioses, por encontrarme la gran hilera de colmillos casi en mi cara, me doy cuenta que sólo la parte delantera de la bestia está sobre mí. Muerta, pues al saltarme, la espada, que también tiene un filo extraordinario, había entrado por la parte superior de su paladar, y llegado directamente al cerebro, matándolo de inmediato.
Me quedé un rato sin moverme. Fue entonces que volví a tener conciencia de mis heridas en los pies, y sentir por primera vez lo adolorido que tenía todo el cuerpo. Mi respiración aún era profunda; pero ya lograba pensar un poco. Volví a escuchar el sonido del dragón, pero como alejándose. Por fin decidí levantarme. Casi no tenía fuerzas.
Aún no alcanzaba del todo levantarme, cuando vi ya próximo a mí, acercándose, a tres orcos más. Sólo uno conservaba su montura. Pero yo estaba tan cansado que ya no podía ni moverme. Ante esta imagen me sentí desfallecer. Tanto esfuerzo no había valido la pena. Constantino, me vio y relinchó. Esperó otro momento, y comenzó a alejarse al trote. Supongo que al ver que no me movía, debió pensar que no valía la pena quedarse a morir también.
Los 3 orcos me rodearon en semicírculo, y se decían algo entre ellos. Claro, suponiendo que esa gran cantidad de sonidos guturales sea un idioma con lógica.
Aún no soltaba mi espada, pero la empuñaba sin fuerzas. A los orcos no les preocupaba en lo más mínimo que la tuviese. Supongo que se sabían conocedores de que no tenía ninguna posibilidad de ganar; y a lo mejor, lo que comentaban era su sorpresa de que aún pudiera estar vivo, con los cuerpos de un orco y dos lobos muertos cerca de mí. Indudablemente la sangre que manchaba aún mi espada y mis ropas me delataba como el autor.
Levante la frente, con la firme voluntad de morir con dignidad, y no sin esfuerzo me terminé de poner en pie. Los orcos pusieron una cara, que creo era de mueca, sorpresa o burla. Es difícil interpretar las toscas facciones orcas.
En eso algo pasó muy rápido detrás de ellos, y vi un destello blanco cruzando por detrás de cada uno, junto a un leve chasquido. Mi sorpresa fue total a ver que uno a uno, incluyendo el lobo de guerra, en el orden en que había visto aquel rápido efecto visual, se desplomaron a tierra ya muertos.
Sin comprender, descubrí tranquilamente, limpiando su espada, a un humano casi al lado mío. Estaba vestido de una forma algo especial, con ese estilo que nunca pasa desapercibido que tienen los héroes. Al comprender lo que estaba haciendo, entendí que había sido él quien había realizado la hazaña de matar los 3 orcos tan rápidamente, que ni se había dado cuenta. Pensé que sólo una persona podía hacer algo así, por lo menos que yo supiera, y dije:
-¿Árrnold?
El héroe levanto la cabeza y me sonrió, pasando a decir:
-Veo que mi fama me precede. ¿Qué hacías de fiesta con estos amiguitos? Debes escoger mejor la compañía, y por cierto ¿No has visto por aquí un dragón azul?
Yo me eché a reír como un loco, más que por la gracia que me había dado lo que dijo, o más bien cómo lo dijo; sino porque por fin me sentía seguro y a salvo, y la tensión bajaba. Era algún tipo de desahogo.
Le respondí:
-Bueno, aparte de que casi me come 2 veces, no, no tuve el placer de verlo más seguido. Y me seguí riendo, ya con menos fuerza.
-Vaya, entonces eres un hombre con estrella. Sólo los hombres con estrella sobreviven a dragones y orcos sin saber pelear. ¿Y por dónde se fue?
-Hacia el Norte, creo. -Respondí, señalando con la mano.
-Estuve a punto de cercarlo cuando de repente se prendió un extraño fenómeno arcano, que atrajo al dragón como un loco para acá. -Me comentó
-¿Fenómeno arcano? Ah! Sí, si. Lo vi. De lejitos, claro. De lejitos.
Por todos es bien sabido, que no es nada sabio enojar a un héroe, y como no tenía la certeza de si yo había provocado, con mi imprudente presencia, ese preciso fenómeno, preferí no darle ningún indicio. Pues presentarte como que eres el que hizo que perdieras la oportunidad de cazar a un dragón, no es lo que yo llamaría una buena idea.
Entonces me acordé que algunas veces había visto hombres que guindaban de sus ropas, o en cordones particulares, unos adornos muy especiales, que parecían mágicos. La gente cuando los veían, les brindaban ciertas pleitesías, pues supuestamente eran recuerditos de hazañas. Supuestas partes de enemigos caídos, cuando estos se trataban de enemigos muy temidos. Y los orcos eran unos de esos. La preferencia parecía ser las orejas, los colmillos y las garras. Pero muchos eran sólo estafadores que buscaban impresionar a incautos.
A mi no me consta que lo que ellos llevaran fuera cierto; pero yo decidí seguir el ejemplo. Así que me acerqué a los dos lobos de guerra, y tras observarlos un momento, pensé que parecía mucho más fácil, y rápido, picarles las orejeas, que perder tiempo tratando de desencajar un colmillo o una garra, sin tener idea de cómo era la técnica.
Agarré bien mi espada, y le piqué una oreja a cada uno con gran facilidad. Árrnold ya estaba a punto de seguir su camino, cuando al observarme, se quedó impresionado, y me dijo:
-Permíteme ver tu espada -y me extendió la mano-.
Sentí como un frío egoísta por dentro. Una sensación como de niño que no quiere compartir su juguete nuevo. Esto era mío; y vaya que me lo había ganado. Aunque mi titubeo fue sólo un momento, fue muy intenso. Pero al final se la entregué, con algo de desconfianza.
Árrnold, famoso por su capacidad de observación, a parte de su velocidad, me sonrió, como mostrándome que se alegraba que hubiese vencido mi miedo egoísta, y confiara en él.
La observó con detenimiento y dijo:
-Es impresionante su filo. Los lobos de guerra poseen en su oreja un cartílago, que es el que le permite moverla en varias direcciones. Éste es realmente difícil de cortar, y tu espada la ha rebanado como si fuera pan recién horneado. Además, el color de su hoja no es realmente plateado, sino que tiene un ligero tono azul muy claro.
A medida que iba hablando la iba cambiando de pose, observándola detenidamente por todos lados.
-Pareciera elfa, pero creo que realmente no lo es. No parece tener las cualidades mágicas que se dice que tienen sus armas. Es raro que una espada tan especial no tenga un nombre grabado. Su empuñadura es exquisita, pero demasiado sencilla para ser una espada especialmente creada para un héroe. Por lo tanto, si una espada así era para un combatiente normal, o tal vez de elite, pero no un héroe, sólo puede ser posible si esta espada haya pertenecido a una era pasada. Tal vez a los humanos de la 4ta o 3ra Era. Habría que mostrársela a los más viejos herreros enanos. Se dice que aún pueden reconocer un arma de la era anterior.
Yo estaba realmente sorprendido, y me encantaba lo que estaba escuchando. Mientras uno de los héroes más queridos de Adkýndya extendía de nuevo su brazo para devolvérmela, me preguntó:
-¿Dónde y cómo exactamente la has obtenido?
No todos los días se tenía la oportunidad de contarle a un héroe tu propia aventura, así que le comenté lo acontecido a partir de mi captura; a pesar de que la historia comenzaba mucho antes de lo que concretamente él quería saber.
Árrnold fue bien afable, y me escuchó con detenimiento, dejándome ese placer que tanto le gusta a los humanos con vida aburrida como yo: contar algo que creemos extraordinario.
Tras terminar la historia me sentí un poco orgulloso, y también un poco ridículo, y me sonreí. Me dirigí al orco para ver qué le cortaba. Árrnold me dijo:
-Mejor le cortas también la oreja, cualquier otra cosa puede oler mucho peor.
Ambos nos reímos con ganas. También sacó de sus cosas una bolsa y me la tiró a mis manos diciendo:
-Si quieres conservar tus trofeos, debes meterlos durante, por lo menos, 15 días, en una bolsa bien cerrada, completamente llena de sal. Al sacarlos, los limpias con cuidado, y se te conservarán mejor.
Me sentí muy agradecido, y me di cuenta que este acto no era nada con el de salvarme la vida. De repente, comprendí que me encontraba en profunda deuda con él. Me acerqué hasta Constantino, que estaba, de lo más tranquilo, pastando muy cerca de nosotros, y busqué en mi equipaje a ver qué podía encontrar para darle un obsequio de agradecimiento. Ya en el cielo estaban volando un par de parejas de cuervos.
Árrnold debió ver mis intenciones, y mis dudas de no saber que dar, y como que decidió facilitarme las cosas. Se acercó y me dijo:
-Tienes una linda yegua. ¿No tendrás por ahí una manta que te sobre? Es que mi amiguito el dragón me convirtió en cenizas la mía, y en la montaña dónde le gusta merodear normalmente hace bastante frío.
Su petición realmente me alegró, y sacando mi mejor manta le respondí:
-Claro. Es un placer para mí obsequiarte esta.
Quise explicarle que la manta era muy fina, pero él me interrumpió rápidamente, me dio las gracias, dándome al mismo tiempo una palmada con fuerza en la espalda, y comenzó a caminar gritándome que los dioses me acompañaran en mi camino.
Antes de partir quise revisar si entre las posesiones orcas había algo que me sirviera. Pero a simple vista no se veía nada aprovechable, y su olor no me permitió revisar con profundidad.
La vaina vacía que aún conservaba no tenía las dimensiones correctas para mi nueva espada. Aunque podía servir provisionalmente, debía cambiarla. Pensé en llevarme algún hacha orca, pero eran demasiado grandes y pesadas; así que lo descarté.
Monté sobre Constantino, y nos alejamos lentamente del lugar. Yo sabía que estos orcos eran sólo unos pocos de lo que conforman una horda, que era lo que el mapa indicaba se sospechaba en el sitio.
Hice una mueca mientras lo volvía a observar, y pensé que debía decirles a los expertos en mapas que tacharan la palabra “se cree”; pues bien que había comprobado que eran realidad.
-¿Qué hacemos ahora? Constantino -le pregunté-. A ver. Si no me he perdido mucho, estamos en algún lugar al norte del vado que indica el mapa. Eso quiere decir que hacia el Este está ese gran río, y no muy lejos debe estar ese estrechamiento en él. Veamos si por ahí podemos pasar, pues no me extrañaría que más orcos estén cuidando el paso que se señala.
Seguimos nuestra ruta hacia el Este. En el trayecto aproveché para cazar unas liebres, pues ya eran pocas las provisiones que me quedaban, y quería conservarlas un poco más. Pensaba que los caballos tenían suerte, pues sencillamente se paraban a comer hierbas, y de eso había por todos lados. También aproveché para revisar mis creencias. En poco tiempo me había conseguido con orcos, y a un dragón azul. Ambos eran parte de las historias que yo pensaba exageraciones de los ancianos, o que tal vez habían existido hacía mucho; pero que ya no eran parte de la realidad. Ahora tomaría más en serio todas esas historias que yo antes consideraba, mitos, a lo sumo, una pequeña parte, leyendas.
Al final conseguimos el río, pero no sabía si lo que buscaba estaba hacia el Norte o hacia el Sur. Decidí viajar hacia el Sur, pues, si me había pasado, llegaría hasta el vado.
Una jornada más de avance cuidadoso, y conseguimos el estrecho que señalaba el mapa.
-¡Maldición! Grité desde lo más profundo de mi alma. El mapa indicaba correctamente que ahí el río se estrechaba, pero no indicaba lo que estaba viendo.
La orilla del río estaba a varios metros sobre agua, y ésta corría con mucha velocidad y fuerza, por un estrecho y largo camino, en bajada. Salteadas aquí y allá, había grandes rocas contra las que el agua reventaba continuamente, provocando gran cantidad de espuma.
Era imposible pasar por ahí. La corriente me estrellaría mi cabezota contra una roca, como una calabaza, si me atrevía. Debía seguir el río hacia el Sur, y ver si podía cruzar por el dichoso vado.
-Debo acordarme de indicar en el mapa lo que realmente es esto –le comenté a Constantino-. ¿Cómo lo podría llamar? “Blancas Aguas Rápidas” -pensé.
Seguimos avanzando, y para mi nerviosismo, encontré muchas huellas. No sabía nada del tema, pero presentía que no era buena señal.
En efecto, el paso tenía custodia. Otro pequeño grupo de orcos lo cuidaba. Me había acercado a gatas entre unos matorrales. Tenía el viento en contra, así que estaba seguro. Eso lo había aprendido de un cazador de venados, amigo mío, quien siempre mencionaba con lujo de detalles, como se acercaba a sus presas cuando cazaba. Pensar ahora, que esa parte ya me aburría escucharla.
Decidí esperar a que fuera de noche, y tratar de pasar corriendo entre ellos. Era una locura, pero era lo mejor que se me ocurría.
-Constantino ¿Qué tan rápido eres cruzando un río? -No me respondió pero algo en su mirada me dijo que no le gustaba la idea.
Cuando el sol moría al Oeste e incendiaba el cielo, coloreándose todo de rojo, pasó algo con lo que no contaba. Los orcos, repentinamente, se pusieron frenéticos, y comenzaron a disparar flechas hacia el cielo. Cuando observé, vi una gigantesca criatura haciendo maniobras sobre ellos. Tenía el aspecto, por lo menos a la distancia, de un murciélago gigante. Me pareció ver que algo pequeño que lo montaba, pero no estoy seguro. Por lo visto, se divertía provocando a los orcos. Ellos en su afán por tratar de herirlo se alejaron un poco del vado, y decidí que era ahora o nunca. Del otro lado, más adentro se veía que comenzaba un bosque. Cuando el sol terminara de quemar el azul del cielo, y convertirlo en negro ceniza, tendría más oportunidad de escaparme en él.
Así que me monté sobre Constantino, le di un fuerte puntapié, con ambos pies, y salimos como rayo de nuestro refugio tras la maleza alta, directo hacia el vado. Pudimos acercarnos bastante antes de que los orcos se dieran cuenta. Entonces dejaron de intentar impactar al gran animal en el cielo, para hacerlo con nosotros de blanco.
En mi desesperación yo comencé a gritar entre ánimos a Constantino, y chillidos como un loco. Pasamos con suma rapidez entre dos orcos, que casi se hieren mutuamente, y comenzaron a discutir entre ellos. Los demás nos seguían disparado, mientras nos acercábamos al vado, y un par trataron de alcanzarnos. Se me ocurrió buscar las monedas de oro que me quedaban, y comencé a lanzarlas detrás de mí. Dos grandes puños. Los dos orcos más cercanos a nosotros se vieron atraídos por él, y se detuvieron a recogerlos; y es más que seguro que comenzaron a pelear por el mismo, por los gruñidos que comencé a escuchar. Aún así, seguían tratando de impactarnos muchas flechas; pero el gran murciélago les hizo una pasada al ras. Ésta distracción nos permitió entrar al agua aún indemnes, pero aquí era imposible ir rápido.
La luz estaba desapareciendo con rapidez, y tres orcos decidieron cazarnos con sus lobos de guerra, quienes también entraron al agua. Los demás se repartían entre lanzarles flechas al murciélago y a nosotros.
Cuando ya casi estábamos saliendo del agua, una flecha me impactó finalmente. Se me enterró en el brazo izquierdo. Las alforjas que colgaba Constantino, a los lados, y atrás, tenían 5 flechas incrustadas; pero los dioses no quisieron que tan valioso animal fuera herido. Para tratar de ayudar al ya casado Constantino, corté la correa de las alforjas, para aligerarle peso.
Salimos del agua, y continuamos huyendo directo al bosque. Ya las flechas no tenían ninguna precisión, y pronto salimos del alcance. O tal vez la poca luz ya no permitía hacer lanzamientos tan largos. No estoy seguro. Pero aún los tres orcos nos seguían.
El bosque rápidamente se fue haciendo tupido, y no era nada fácil mantener un trote a buen paso. Cuando estábamos pasando lentamente sobre las múltiples raíces de un gran árbol, un zumbido muy rápido me heló la sangre. Justo debajo de mi nariz, y casi tocándome los labios, una flecha se clavó en el árbol que tenía justo al lado. Ésta no era orca; pues tenía una confección diferente.
Parece que no quieren dejar a mi corazón descansar, y prácticamente empuje a Constantino para que avanzara más aceleradamente. La pobre yegua se esforzaba lo que podía, pero estaba aterrada.
Se escuchaban los ruidos que emitían los orcos y sus lobos, pero se habían alejado un poco. Pensé que tenía cierta ventaja, cuando de repente, me salió al frente uno de ellos sobre su lobo. Constantino se levantó sobre sus patas traseras y casi me tumba. El orco soltó un horrible gritó y levantó su hacha; pero en eso recibió el repentino impacto de tres flechas, mientras que su lobo encajó otras dos más, y se desplomaron.
Yo arrié a Constantino para que saliera de ahí corriendo lo más rápido posible, antes de que nosotros fuéramos los próximos en caer. Corrimos como pudimos por los difíciles pasos entre los árboles, y el continuo desnivel del terreno.
Escuchamos un grito orco algo lejos. No sonaba a combate, sino más bien a agonía. El bosque se eclipsó por completo. Tal vez aún quedara algo de luz afuera, pero el tupido follaje ya no permitía colarse a los últimos rayos del sol.
Comenzamos a andar más lento. Yo respiraba hondo para tratar de recuperar la calma. Pero a los dioses les divertía verme asustado; pues comenzaron a escucharse aullidos de lobos. Por supuesto, esto no le agradó nada a Constantino, que inmediatamente se puso nerviosa.
Tras seguir avanzando un rato más, y escuchar muchos aullidos salteados en cada dirección, alrededor de nosotros (por lo visto nos estaban rodeando), escuchamos un gruñido justo detrás nuestro. Ni Constantino ni yo volteamos, sino que en seguida salió trotando por el bosque. Su arrancada fue tan veloz y repentina, que casi me caigo de nuevo.
Se escuchaba a un lobo persiguiéndonos, y luego se unió, primero uno que apareció por la derecha, y después otro que salió de la izquierda. Supongo que trataron de interceptarnos, pero es que Constantino corría como loco. Yo no sé ni como veía por donde iba; o si realmente veía.
Mi yegua pegó un gran salto esquivando otras de esas tantas gigantescas raíces, pero el otro lado del terreno era mucho mas bajo. Constantino cayó bien y continuó, pero yo perdí el equilibrio, y me caí. Me golpeé duro, pero el susto me tenía anestesiado a todo. Quede justo pegado al desnivel y de uno de los grandes tróncales de las raíces. Los lobos también saltaron, uno, dos y tres. Los tres me pasaron como rayos por encima sin detectarme, persiguiendo a Constantino.
Vi que era mi oportunidad de escabullirme. Subí el desnivel y comencé a alejarme. En eso escuché el relinchar de Constantino. Por el tipo de sonido era evidente que estaba en problemas, y me paré en seco. Esos fueron uno de los momentos más terribles de mi vida.
Pensé en mi yegua, y quise regresarme, y me volteé en dirección al sonido. Después pensé ¿qué podía hacer yo solo, herido, contra 3 lobos? Mi misión era llegar a la República y entregar el tratado; costara lo que costara. Así que me volví a voltear, y avancé dos pasos más. Otro relinchar de Constantino. Otra vez me quedé paralizado.
Mis pensamientos y sentimientos seguían en frenética y rapidísima lucha, dándose estocadas mutuamente entre el miedo y el amor; y el asegurar la misión de mi Emperador y mi lealtad. ¡Esta yegua te ha salvado la vida! ¿Y así le pagas? ¡Corre!, debes llegar a tu destino. Es tu amiga ¿acaso no has aprendido a amarla? Huye del terror, ¡morirás destrozado!
Di un paso más en dirección contraria a Constantino, pero al final dije:
¡Que carajo! ¿De que sirve un tratado, si uno del pueblo firmante no es capaz de ayudar a muerte a su compañero? y me regresé corriendo a buscarla.
Volví a saltar el desnivel y seguí en dirección de los gruñidos de los lobos. Constantino estaba cercado. Un grupo de árboles demasiados cercanos unos de otros, le impedían el paso para continuar, y por donde había venido estaban los tres lobos en semicírculo, enseñándoles sus grandes fauces, y gruñéndole. Lanzaban mordiscos y trataban de acercarse. Pero Constantino se defendía como loco, tratando de golpearlos con las patas delanteras, a veces, o con las traseras, otras. A este paso mi yegua se extenuaría, y los lobos tendrían ventaja para lanzársele encima.
Saqué mi espada, y les pegué un grito a los lobos. Ellos voltearon, y uno de ellos se abalanzó sobre mí sin pensarlo. Lancé una estocada en el aire por puro reflejo, y el lobo cayó gimiendo con el vientre abierto.
No me había recuperado de mi sorpresiva acción, cuando el otro lobo me pasaba volando por un lado, y se estrella estrepitosamente contra un árbol, cayendo muerto instantáneamente. Constantino había aprovechado la distracción que había producido, y había cuadrado bien el pegarle con sus patas traseras a uno de ellos. No sé que lo habrá matado, si la patada de la yegua o el impacto contra el árbol, pero en todo caso eso debió doler.
El tercer lobo, al verse rodeado entre Constantino y yo, prefirió salir corriendo, pero unos metros más allá, una flecha le atravesó la garganta. Quedé anonadado. Aún no había logrado ver quien o quienes eran los que disparaban estas flechas tan precisas, y sabía que nosotros seríamos los siguientes. Ingenuamente me puse en guardia con mi espada, como si pudiera parar las flechas con ella.
De entre los árboles salieron unos hombres. Varios tenían arcos, otros algo que parecían jabalinas; pero todos las tenían hacia abajo, y sin flechas en la mano o apuntándome. Pero el susto ni me dejaba moverme para dar un paso, ni para bajar la espada. Eran varios. Llevaban poca ropa, aunque no estaban desnudos; pero predominaba el color verde tanto en ella, como en pinturas en su rostro y cuerpos. Algunos tenían colgando de la cintura pequeñas cabezas, que las sombras no me dejaban distinguir de qué eran. Después supe que eran cabezas de orco achicadas.
Se me quedaron observando por algunos instantes. Uno de ellos levantó su mano derecha mostrando la palma de su mano, y dejó su arco en el piso lentamente. Se acercó dos pasos. Yo comprendí que si me querían matar, en ese momento no lo pensaban hacer. Igualmente no tenía oportunidad de defensa real; así que baje mi espada, pero no la solté, sino que la envainé. Mucho tiempo después, pensé que, tal vez, el verme matando un lobo en el aire, y que enfundara mi espada, en vez de soltarla, a pesar de que no tenía ninguna oportunidad ante ellos, les debió impresionar.
El sujeto me pronunció algunas palabras completamente extrañas para mí. Se dio cuenta tras varios intentos que no le entendía. Yo permanecía mudo. Otro sujeto se acercó también, y comenzó a pronunciar otras palabras raras, pero de éstas, algunas me eran más familiares. Parecía un extraño dialecto humano más cercano al adkyndiano que el primer intento; o tal vez un recuerdo arcaico de la lengua humana común de la era anterior.
La flecha que se me había clavado, se había roto en mi caída del caballo; pero aún la tenía incrustada, y había perdido mucha sangre. Tras bajar el momento de tensión, perdí fuerzas y caí de rodillas. Estaba golpeado, adolorido, raspado, rasguñado, cortado, cansado y en definitiva, desfallecido.

Cuando desperté dos mujeres me estaban atendiendo. Una de ellas, la mayor, me hizo beber algo que sabía a los peores demonios. Traté de rehusarme, pero la seriedad con la que me miró y me indicó, con sus gestos, que debía tomármelo, me hicieron por fin acceder. La otra más joven, y bonita, se reía y comentaba algo con la que me torturaba con la amarga bebida. Supongo que les debía parecer un niño malcriado.
Me habían tratado mi herida con un vendaje que formaron con hojas grandes, que aprisionaba fuertemente una cataplasma de hierbas; supongo medicinales. Era eso la que la más joven estaba revisando. Luego la mayor se fue, y la más joven comenzó a acariciarme. Repetía una palabra una y otra vez, pero no entendía. En eso llegaron dos hombres, colocándose uno a cada lado. Traían unas cuerdas. Esto me asustó mucho y traté de levantarme, pero no había alzado mucho la cabeza, tratándome de apoyar de un brazo, cuando me mareé, y las fuerzas no me dieron. Estaba desfallecido, y me di cu
Emperador de Adk?ndya
Emperador de Adk?ndya (Humanos2) en Klaskan
2do lugar en la 1era partida de Pax Britanicca de Klaskan [Finlandia] como Emperador de Alemania y Austria-Hungr

Dryiceman

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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #9 en: 04 de Octubre de 2004, 09:39:48 pm »
y me di cuenta que mi frente ardía mucho.
La chica me hacia señas de que no tratara de levantarme, y al ver a uno de los hombre comenzar a tensar la cuerda, pensé que mi fin había llegado. Claro, lo que me habían dado a beber sería un veneno. Pero ¿para que las cuerdas si fuera así? Tal vez era una pócima para mantenerme débil mientras me asfixian. Mi mente no logra razonar con cordura, así que cerré los ojos, y me entregué a los dioses. Me vino a la mente la imagen de mi esposa, que ya hacía varios días no había recordado tras tantos acontecimientos; mientras sentía las caricias de la mujer joven, que seguía repitiendo dulcemente la misma palabra. Tenía miedo, pero me había rendido.
Entonces comencé a sentir que las cuerdas me apretaban el cuerpo. No me iban a ahogar. Me estaban sujetando a lo que fuera sobre lo que mi cuerpo estaba tendido. El sueño comenzó a invadirme, pero hice un último esfuerzo por abrir los ojos cuando sentí que me elevaba del suelo.
Los dos hombres me estaban transportando como en una camilla, y no iban  caminando; sino corriendo por el medio del bosque. El tambaleo era nauseabundo. Ya casi el sueño me vencía cuando vi las estrellas encima de mí. Habíamos salido del bosque, y no supe más nada por mucho tiempo.
Cuando desperté de nuevo, volví a asustarme. No veía nada y sentía algo que cubría mi cabeza. Percibía aún las amarras y el vaivén de que seguían corriendo. Me parece que ya era de día. Mi cabeza también estaba asegurada, tal vez por la frente; pero podía respirar, aunque estaba sudando mucho por el calor. Ante la imposibilidad de cambiar mi destino, decidí tratar de seguir durmiendo, ya que el fuerte dolor de cabeza que tenía no me permitiría pensar.
Me desperté cuando, de repente, sentí en mi cara que corría agua fresca. Abrí los ojos, y la linda chica me acercó una tapara con agua para beber. Me habían liberado la cabeza, pero no así el cuerpo. Revisé a mí alrededor. Estaban acampados. Parecía que el sol ya había pasado la vertical, y estábamos cubiertos entre una alta maleza. Seguramente por seguridad. La chica me comenzó a dar trozos de alguna fruta muy jugosa. Supongo que eran medidas para alimentarme, pero sobre todo para que no me deshidratara demasiado. Mientras comía me dedique a detallar el rostro de la joven. Sus facciones humanas eran algo diferentes a las que se acostumbraban en Adkýndya, y me terminó pareciendo realmente hermosa.
Finalmente, vi de nuevo que se paraban algunos hombres. Se decían algo en voz baja, y recogían cosas. Me dio a beber de nuevo el brebaje amargo, que ahora tomé más confiado. Me volvieron a sujetar la cabeza y cubrirla. Supongo que la sujetaban para que no fuera de un lado para otro con el bamboleo; y que me la cubrían para que el sol no me la lastimara. El sueño me comenzó a venir de nuevo, y ante lo aburrido que sería este traslado a destino desconocido, dejé que me dominara de nuevo.



Sentía los besos apasionados de la chica joven y abrí los ojos. Fuerte fue la impresión al ver algo gigante pegado a mi cara, que al percatarse que abría los ojos, me mostró su gran dentadura. Se retiró de mí, y relincho. Entonces la reconocí. ¡Era Constantino!
Estábamos acampados en un bosque claro. Ya era de noche y se sentía mucho fresco. Ya no me encontraba amordazado, así que intenté levantarme. Aunque aún no estaba bien del todo, tenía más fuerzas y logré sentarme. Enseguida vinieron a verme esas extrañas personas.
No tenía mis ropas, o lo que quedaba de ellas; y estaba vestido con ropajes como los que usaban ellos. Pero lo grave es que tampoco tenía los dos forros especiales, donde llevaba el tratado y el mapa. Me sentí fracasado. Ya no tenía apuro; mi misión había terminado.
No sé bien cuantos días en total pasé con ellos. Tal vez casi una semana; ¿o serían varías semanas? Todavía tuvimos que seguir viajando de ahí, donde me desperté, a un sitio mucho más adentrado del bosque, donde se encontraba la aldea de esta extraña, pero amable gente, que me curó, alimentó y cuidó.
Comencé a tratarlos, y a tratar de entender el idioma arcaico, que pocos sabían, con el que trataban de comunicarse conmigo. Intentar entender su idioma cotidiano estaba fuera de mis capacidades lingüísticas del momento. La chica joven se interesó en aprender cómo comunicarse conmigo, e imagino hizo una mezcla de adkyndiano, con ese exótico idioma arcaico, y el suyo propio.
Ella me miraba con ojos especiales, igual que yo a ella. Aunque ella tenía muchas labores por hacer, como todos en la tribu; hasta los más pequeños. En sus momentos libres siempre la pasábamos juntos.
Un día se me ocurrió preguntar por mis ropas. ¡Resulta que las habían guardado! Las ropas las habían limpiado y remendado, pues no sabían si las pediría. ¡Y con ellas estaban los dos forros y mi espada en su vaina! Ni siquiera habían intentado abrir el forro sellado, donde se encontraba el tratado.
Era gente muy sencilla, de sentimientos muy limpios. Eran pocos. Habían logrado sobrevivir por mucho tiempo en este espeso y gran bosque, pero a costa de muchas dificultes. Poco a poco entendí que me contaban que sus peores enemigos eran los orcos y los seres oscuros, que habían provocado que muchos de ellos murieran. Llevaban tiempo que no se tropezaban a ninguno de los seres oscuros, pero aún tenían encuentros esporádicos con orcos.
Les entendí que los bárbaros del vado habían causado una gran mortandad en su pueblo, y ellos los mantenían vigilados, cubriéndose en ese bosque cerca de él, que era más bien pequeño. Por eso no permanecían demasiado tiempo ahí, y más tras matar algunos de ellos. También entendía que había más orcos más al Este, pero los veían menos veces.
Si tenían oportunidad de matar a un orco lo hacían. Y vaya que eran excelentes con sus cortos arcos, de poco alcance, pero muy precisos y tiro muy tenso. Los menos habilidosos usaban jabalinas, y eran muy buenos con ellas.
Se sabían camuflar muy bien en un bosque, donde se sentía seguros, y sabían moverse como pez en el agua. Por eso, cuando cruzaban las praderas, lo hacían a paso forzado, a una velocidad que jamás he visto en ningún otro pueblo humano. Han desarrollado una gran resistencia a la fatiga.
También observaban a otros, pero aún no sabían si eran enemigos o no. Me hablaron de murciélagos gigantes que surcaba el cielo, y de otros humanos que vivían en las praderas, en extrañas formas.
Enseguida sospeché que estos podían ser del país que yo estaba buscando, y de repente un sentido de responsabilidad volvió a mí; y me hizo ver que tenía que decidir entre cumplir la razón por la que había llegado hasta aquí, o… O quedarme con esta gente tan pura, y con la joven chica que me alegraba tanto los días. Por fin entendí cual era su nombre. Se llamaba Chuksa.
Un día también les pregunté que por qué no me habían atacado. Mi sorpresa fue total cuando logré entender que sí lo habían hecho en dos ocasiones, y que se habían sorprendido de que los dioses me cuidaran tanto. Luego me observaron con lo que pasó en el episodio con los lobos, y pensaron que si era capaz de arriesgar mi vida, estando herido y con la oportunidad de escapar, por la bestia buena, como le decían a Constantino, era porque no era un ser malo.
A Constantino le decían la Bestia Buena porque ellos no conocían los caballos de cerca. Aunque yo pienso que tal vez los debieron olvidar, pues en uno de los dibujo más antiguos de su pueblo, hay una representación de un animal, que por lo menos a mi me parece un caballo montado (entre otras cosas interesantes que encontré; de las cuales algunas parecían confirmar ciertas viejas leyendas que yo creía que eran cuentos de los abuelos, pero hubiese necesitado mucho tiempo para tratar de estudiarlas). Al principio le temían a Constantino. Después no le prestaban atención, y les sorprendió, que aunque manteniendo la distancia, él permanecía siempre vigilándome. Luego Constantino, con su mágica personalidad, se los supo ganar, y se había convertido en una mascota para la tribu. Yo les expliqué que no todos los caballos eran como Constantino.
En el tiempo que estuve con ellos, traté de hacerme unas sandalias para proteger mis pies; pues ellos estarían muy acostumbrados a caminar descalzos, pero mis pies sufrían mucho. Pero yo nunca he confeccionado nada, así que continuamente se me aflojaban o estropeaban. Ellos se reían mucho de mí.
Sus hombres más inteligentes trataron de comprender que tanto veía en mi mapa, que supongo que para ellos era sólo una gran hoja, extrañamente rectangular, con pintura sin sentido ni arte. Porque ellos también sabían pintar, y tenían arte. Pero tendían a figuras abstractas que seguían patrones simétricos, con la típica armonía humana.
Por fin, su líder máximo entendió lo que era el mapa. Pegaba brincos como un niño al darse cuenta que lo entendía, y había aprendido a leerlo. Entonces me dijo dónde nos encontrábamos. Estaba, relativamente, muy cerca de mi destino, para mi total sorpresa. Esta gente tenía un sentido de orientación tan desarrollado, que por lo visto, sus mapas eran mentales.
Pasé un par de días muy difíciles a partir de entonces. Chuksa se dio cuenta, además de los otros. Ella se me acercó, y me preguntó si debía irme. Le respondí que sí. Que yo tenía una tarea que hacer más allá del bosque. Me pareció ver en sus ojos que quería preguntar si tenía familia esperándome, pero no lo hizo. Tras mantenerse en silencio, agarrándome de las manos, me pregunto si regresaría. No sabia que responder; tenía demasiados sentimientos encontrados, y luchas entre mis sentimientos e ideales de obligación hacia unos y otros de los involucrados.
Estábamos sumergidos cada uno en la mirada temerosa del otro. El momento parecía sin tiempo medible, e incluso, que no existía más nada que el palpitar del otro. Para nada puedo decir que fuera un momento que quisiera repetir, y aún hoy me cuesta escribir sobre él sin que mi alma se entristezca. Al final ella fue la que tuvo la valentía de romper el ciclo de dolor, me dijo unas palabras que no pude entender, y se alejó aguantando las ganas de llorar.
Se me acercó el líder, y me apretó fuerte con la mano, por el antebrazo. Esa era una expresión de afecto y fortaleza entre esa gente. Le pregunté que significaba lo que me había dicho Chuksa. El me trató de explicar. Me pareció entender que era una expresión equivalente a “haz lo que tengas que hacer”.
Realmente estaba acongojado. Entonces me trajeron mis cosas. Me habían remendado mi pantalón de cuero, con pedazos de cuero de lobo, que estoy seguro sería toda una sensación en Adkýndya. Mi camisón no tenía salvación, por lo que me habían confeccionado una al estilo de ellos; pero tratando de seguir las líneas de la mía, que era mucho más cerrada que lo que ellos acostumbran. Mi fiel capa, también había sido remendada, con cuero de lobo, y también de oso. Además le habían bordado, con un hilo vegetal muy resistente, que usan para casi todo, varias hileras de dibujos de varios colores, en diversos bordes. Habían transformado una excelente, curtida, y ya veterana capa de gran utilidad, en una obra artística. Otra agradable sorpresa era que me habían realizado unas sandalias, fijándose en lo que había tratado de conseguir, y usando sus maravillosas cualidades artesanales. Éstas eran cómodas y fuertes. Finalmente descubrí que habían cambiado la vaina de mi espada. Habían confeccionado una con cuero de lobo y oso; además de que ciertas partes poseían como una especie de refuerzo de escamas (aunque nunca me atreví a preguntar el origen de ellas). Esta vaina había sido hecha a la medida de mi espada, en donde calzaba a la perfección.
Luego me trajeron una alforja, en ella habían colocado algunos víveres.
Yo pensaba el contraste con la preparación para un viaje en mi país. Ellos sólo necesitan la cuarta parte del equipaje que uno hubiese preparado.
Me indicaron que me dormirían, y me transportarían hasta el borde del bosque que había comentado debía ir. Así tardaría mucho menos tiempo, y no me perdería. Claro, ahora pienso que también debieron pensar que así su campamento también estaría más seguro.
Pronto apareció Chuksa, el líder y el brujo de la tribu. En algo que me pareció el formalismo simple de una ceremonia rápida, me pusieron en la cintura un cordón con 3 cosas que guindaban como un amuleto. Al fijarme, eran las dos orejas de lobos de guerra, y la del orco entre ellas; las cuales habían encontrado en la bolsa de sal. Me imagino que comprendieron lo que era y terminaron de prepararlas, aunque no las redujeron de tamaño, como era su costumbre. Estaba de un emocionado que se me salía el corazón por la boca.
Tras esto me pusieron un collar en el cuello. Al detallarlo me doy cuenta que estaba adornado con colmillos de lobo, que supongo eran del lobo que había matado con mi espada. Toda la tribu me miraba con orgullo, y uno a uno se despidió de mí. Siendo los últimos tres, el brujo, el líder y Chuksa, con quien me di un largo beso, estaba vez sin pena de que me vieran los demás miembros de la tribu.
Sé que me veían como a un ser especial. Creo que por la espada, la capa, la yegua, y mi suerte.
Me dieron a beber su brebaje, y me dejé llevar por el sueño; aunque esta vez costó más. Me imagino que por la emoción que tenía.

Me desperté en el borde del bosque. Estaba amaneciendo y estaba solo. Una profunda depresión me invadió, sentí angustiado y quise regresar con ellos; pero tampoco sabia cómo. Escuché un relinchar, y al acercarme al prado ,vi a mi fiel Constantino pastando.
-Vaya amigo, que aventuras hemos tenido que vivir -le dije.
Lo monté, y comenzamos nuestro camino. Encontré que los forros del mapa y del tratado los tenía guindados encima. Ellos no debieron percatarse que los llevaba por dentro de las ropas cuando me encontré con ellos por primera vez; o tal vez no supieron hacer el doble fondo que tenía mi camisón, con los sujetadores adecuados para hacerlo.
-Vayamos hacia allá.
En el horizonte se veía la cima de una imponente torre de magia.
Bueno, el resto del viaje fue tranquilo. Continuamos viajando hasta que llegamos a la ciudad que llaman Artburk. La ciudad más occidental de la República. Ciudad hermosa, que impresiona su altísimo nivel artístico. La población del país en su mayoría se ve práctica, algo parca de lujos, y con escasez de hombres jóvenes. Se ve un país sano y ahora en paz, pero se nota las huellas de que han pasado muchos años en una guerra recién ganada.
Me dirigí a las autoridades de la ciudad, y me presenté. Ya no poseía ninguna documentación que me acreditara como embajador; pues se habían perdido con las alforjas en el gran río. Conté brevemente lo que me pasó en el vado, sin mencionar a la gente del bosque. Al ver los sellos cerrados del forro del tratado, decidieron creerme; aunque nunca me dejaron de vigilar.
Amablemente me proveyeron de un cómodo alojamiento para descansar, y darme un baño digno de un hombre de ciudad. Vaya, cuanto extrañaba esto, aunque ya me estaba acostumbrando a bañarme en el riachuelo del bosque; pero esa agua tan helada nunca fue de mi agrado.
Su idioma era algo diferente al nuestro, aunque evidenciaban estar muy emparentados; y con la práctica que había tenido con la gente del bosque, no me fue muy difícil ir aprendiendo rápidamente lo principal.
Estuve de invitado del gobernador de la ciudad, hasta que llegó la confirmación del gobierno de que si sabían que llegaría un embajador de Adkýndya. Momento en el cual fui dirijo, con escolta, a la ciudad que llaman Naunburd: su capital.
Antes de partir, me complacieron mi gusto, y pude asistir a ver una gran obra en su excelente y hermoso teatro.
Me sentía tranquilo, a sapiencia de que había logrado mi misión. El Emperador estaría satisfecho, había servido bien a mi nación, y mi esposa ni me creería todo lo que viví; aunque extrañaba a Chuksa. Pero lo más importante era que yo me sentía, por primera vez en mi vida, orgulloso de mi mismo.
Finalmente fui recibido por el jefe de gobierno: arkón Goerr. Jamás me lo hubiese imaginado así. Con aire campesino, sencillo, un poco bajo de estatura, aunque de contextura fuerte. Para nada agraciado para las mujeres (por lo menos, para los gustos acostumbrados en mi país), pero asombrosamente popular. Bastante prudente y quisquilloso.
Mi sorpresa fue total cuando tras los formalismos, sencillos para los acostumbrados en la corte imperial de Adkýndya, le entregué por fin el tratado. El cónsul lo puso a un lado de su escritorio, sin mayor interés, y me pidió que le contara mi aventura. Algo raro pasa aquí o esta gente es muy extraña, pensé.
Procedí a contarle, tratando de hacerme explicar bien, a pesar de mi falta de conocimiento en las particularidades idiomáticas. El cónsul se encontraba evidentemente concentrado, imaginando cada descripción que le daba, y ayudándome a aclarar las situaciones que no hallaba como explicarle bien. Claro omití la parte de la gente del bosque, y él se dio cuenta que había algo que me reservaba; pero no insistió. Me preguntó por lo exótico de la confección de mis ropas, a la cual respondí vagamente sin concretar nada.
Era un hombre inteligente, y evidentemente entendió que estaba protegiendo a alguien; pero sintió que no era nada que pusiera en peligro a su nación, así que dio por terminada la reunión, mientras se levantaba. Debió ser muy expresiva mi cara de extrañeza, y agregó:
-Debe estar esperando por la firma del tratado ¿verdad?
Yo asentí, aún sin levantarme de mi asiento. Él se volvió a sentar y me dijo:
-Temo desilusionarlo después de todo lo que ha pasado para traer el tratado hasta acá; pero en el transcurso de su aventura pasaron otros acontecimientos que nos hicieron cambiar de opinión. El tratado ya no será firmado. No es culpa suya.
No creo posible describir lo que sentí en ese momento. Pasé rápidamente desde una consternación total, incredulidad, furia, decepción, para al final, y no sé por qué, liberar la presión riéndome a carcajadas.
-¿Usted me está diciendo que estuve a punto de morir todas esas veces para nada? -Dije mientras mi risa cobraba fuerza-.
El cónsul me miró con compresión, pero no aguantaba el contagio de la risa; aunque sabía que realmente yo no me estaba divirtiendo. Añadió:
-Entiendo lo que siente. Realmente lo siento. Es bienvenido como embajador. No hemos roto las relaciones con su nación. Tal vez más adelante concretemos algo.
Se levantó, e indicó a un secretario que me asistiera.
Tardé mucho en recuperarme. Pensaba en lo que había dejado en mi casa, esposa y comodidades. También pensaba en los peligros e incomodidades del viaje. En todas las veces que casi beso a la muerte, y como siempre los dioses me habían ayudado, de una u otra manera. Pensaba en Chuksa y en su gente. Finalmente me alegré de todo lo vivido, aunque el aparente motivo del viaje no se hubiese cumplido. Yo creo que los dioses lo usaron sólo de excusa para que viviera todo esto. Extraños son sus caminos, y sus formas de enseñanza. Ya no era el mismo, ni veía ni valora las cosas de igual manera. Era un hombre afortunado.


El niño cierra el libro de su abuelo y se queda mirando a su abuela con emoción desbordando en sus ojos.
La madre le dice cariñosamente:
-¿Ahora entiendes nuestro escudo heráldico?
El niño asiente y añade:
-¿Y el hecho de que el negocio de la familia sea la crianza de caballos está relacionado con Constantino?
La madre asiente con una sonrisa en su rostro.
-¿Y qué pasó con el Ministro de las Relaciones? El que recomendó a mi abuelo.
-Al poco tiempo de que tu abuelo había salido de Noldilla fue juzgado por espionaje. Fue encontrado inocente, pero culpable de negligencia. Se le atribuyó a él la responsabilidad de que Oryenya Gryng no firmaran el tratado, y fue condenado a muerte. Tu abuelo no se enteró hasta que ya estaba establecido como embajador en esa República.
-¿Y el tratado? -Preguntó el joven- ¿Nunca se firmó?
-¡Oh sí! Tu abuelo trabajó muy duro, y poco después se concretó. Y otro detalle interesante. El vado que tu abuelo cruzó entre los orcos, aún lo conocemos como el Cruce de Élmmor.


Alan Dryiceman von Kastner
Septiembre 2004

Preguntas que se hace el Autor:
1.   ¿El personaje durmió con Chuksa?
2.   ¿El personaje continuó su vida con su esposa?

Agradecimientos por la inspiración prestada a Böhse Onkelz, Iced Earth y Blind Guardian

Emperador de Adk?ndya
Emperador de Adk?ndya (Humanos2) en Klaskan
2do lugar en la 1era partida de Pax Britanicca de Klaskan [Finlandia] como Emperador de Alemania y Austria-Hungr

Dryiceman

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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #10 en: 05 de Octubre de 2004, 11:38:24 am »
Como mi cuentico salió un poco largo, y se me olvidó que se perdía el formato al pegarlo aquí. Además, con el apuro, se me pasó agregar espacios entre los párrafos, quedó bastante dificil de leer. Así que aquí les pongo el archivo en word para puedan leerlo comodamente.
Disculpen
« Última modificación: 05 de Octubre de 2004, 11:40:08 am por Alan Dryiceman von Kastner »
Emperador de Adk?ndya
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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #11 en: 06 de Octubre de 2004, 03:17:47 pm »
Vaya, unos humanos más inteligentes que nosotros, esto hay que solucionarlo.

Aqui esta el adjunto para el que lo necesite.

                Saludos, Marthin Khan.
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

-Tu deber no es morir por tu pais, es hacer que tus enemigos mueran por el suyo.

                                         :jawa:

dehm

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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #12 en: 11 de Octubre de 2004, 02:49:07 pm »
En busca del Multfxat perdido.

En la noche y tras las hogueras, el cronista engendro recuerda esta
historia, no sabe si cierta o no, pues de este tipo de historias no se
puede rastrear la veracidad, solo sabe q es una historia de tantas.

Eran dos engendros jovenes, Mgroar y Cruch, inexpertos, pero deseosos
de impresionar a sus mayores y de recibir el achuchon de las engendras,
cosa normal en todos los jovencillos de todas las razas ...
En una de sus salidas, llegaron mas lejos q en las anteriores, y de
pura casualidad, Mgroar tropezo con algo y Cruch se empezo a mofar:
- Mgroar es tonto, tonto,
Y mientras decia esto, se tropezo el tambien y cayo cuan largo era
sobre el suelo. En un instante, se estaba destornillando Mgroar y al
siguiente, los dos engendros eran masas espasmodicas de risas.
Al cabo de un tiempo, cuando pararon, miraron con lo q habia tropezado,
y q parecia un largo tronco blanco macilento con sendas bolas
irregulares en los extremos ...
Mgroar mascullando y rezongando:
- Cruch, esto parece .. parece ... parece  ....
y al instante kedo como hipnotizado, en trance, recordando viejas
historias y cuentos.
Cruch le pellizcaba la extremidad q le colgaba del hombro:
- q parece? q parece?
Y volviendo a la realidad ... Mgroar musito:
- Parece el hueso de un Multfxat ... es tan grande, como lo decian las
historias antiguas.
- Un Multfxat? un multfxat? un multfxat? un multfxtat? ... repetia
cruch convertido en un eco engendro.
- Si, un mulfxtat, el animal mas grande de toda Klaskan ... capaz de
dar comida a un poblado engendro durante meses sin q estos desfallezcn de
hambre .. un animal q no tenia mas enemigo q el mismo, tan grande como
una montaña, con un paso de el seria como centenares de los nuestros
... imaginate Cruch !
Y Cruch miraba bizcamente el hueso, y rascandose la cabeza
freneticamente  ...
- como? ehm? como una montaña? imposible ... se caeria por su peso ..
Ahora era el turno de Mgroar de rascarse la coronilla ..
- ehm? como? .. bueno ... estooo ... eso es lo q dicen las antiguas
historias y ya saben q los mayores lo creen a extremidades juntillas. Te
imaginas q localizamos a un multfxat por estas regiones, seriamos
heroes, autenticos heroes, Cruch !
Y Cruch kedo imaginando bellas engendras q acudian a su encuentro,cual
enjambre de moscas a un rico panal ...
- Mgroar, vamos a por el mulftxat y regresemos con el al poblado ..
- De acuerdo, Cruch, vamos rapido para q no nos se escape..
Y asi, sin mas ventura q su locura, se encaminaron a la busqueda del
Multfxat perdido ...
Aprendieron a cazar cualkiera animal en las estepas,llanuras,montañas,
zonas lacustres y cualkiera relieve q se cruzara en su camino ...
Preguntaron en asentamientos engendros lejanos, de los q no se sabia
nada, por el animal perdido, pero el destino era funesto con ellos, pues
no habia noticia alguna sobre la legendaria criatura, solo q las
historias o cuentos contaban sobre ella,y siempre variaba el nombre conocido
... para unos el animal grandioso era el mafante, para otros el olonti,
para algunos la magenan ...
pero era la misma historia, hablaba de un grandioso animal, el mas
grande q se haya visto en incontables edades, salido del mar y de la
tierak, q se morian de puro viejos ...
A pesar de eso, por los poblados donde pasaban, aprendieron siempre
algo, ya sea curtir pieles,fabricar armas de proyectiles mejores y de mas
largo alcance,de rastrear y de otear lugares de caza y emboscadas,...
Se hicieron adultos y mejores q cualkier engendro q conocieran, eran ya
conocidos en muchas tierras, y se les empezo a llamar los Engendros
Errantes, los Perdidos ... eran un dechado de facultades y de saber.
Pero mientras tanto, la ilusion de encontrar al Multftxat nunca les
abondono y siempre les hizo como nomadas en busca de una reliquia perdida.
Y en los ratos q descansaban, pensaban en el multfxat ..
- Oye, Mgroar, nunca has pensado q la luna pudiera ser un multfxat q
volara .. pq es tan grande como una montaña ... - dice Cruch mirando a la
luna en lontananza.
- Ahora q lo dices, Cruch, nunca habia pensado en eso, pero tenemos
alas para seguirlo o artefacto alguno para ir para alla?...
- Bueno, al menos sabemos q puede serlo, y no pq no podamos ir o
dejemos de ir, la luna dejara de ser lo q es ...
Mgroar asiente lentamente y mira ensoñadoramente la luna ...
reflexionando sobre cosas de un modo  filosofico.
Asi y todo ... llegaron a un asentamiento engendro, allende de los
mares, perdido en la inmensidad del plano ...
Y en cuanto penetraron en la guarida del Jefe del poblado, preguntaron
si habian visto al multfxat, animal legendario y describieron todo
cuanto sabian de la criatura ...
Y de repente al jefe le dio un ataque de risa ...
- un mulftxat? un multfxtat? ... nosotros llamamos multfxat a esto ..
y levantando la mano, señalo a un simple raton de campo q correteaba
por un rincon ...
Los dos engendros, desilusionados y desesperanzados, tras largo tiempo
de busqueda y sinsabores, decidieron volver al poblado de su origen, a
descansar y a reposar ...
Llegaron tras largos avatares y en menos tiempo de lo supuesto,pues su
maestria sin duda alguna, se habia hecho mayor, entraron y les
recibieron con gestos de asombro y de respeto de todos,pues eran tal la
cantidad de sabiduria y de destreza q atesoraban, q fueron denominados por
derecho propio, "Los Dos Sabios" ...

Asi q no encontraron lo q buscaban en principio, pero se encontraron
con una riqueza interior q no desmerecia a la de ningun Engendro q
hubiera existido con anterioridad ...
Ahroa y antes, no se sabe si los mulftxats existen o existieron en
realidad o si fueron visiones de algun engendro soñador .. pero esta
historia nos ilustra de la busqueda interior y q en toda busqueda se
encauntra algo, auqnue no sea realmente lo q andas buscando ..
:klaskan: Árbitro de Klaskan, Capitan O'dehm, Seleuco de Babilonia, Miguel VIII Paleólogo de Bizancio, Dehmente el Hafling, Emperador Song.

Shogun Dehmoto en Shogun Risk
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dehm

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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #13 en: 11 de Octubre de 2004, 02:51:02 pm »
Este último texto es de los Engendros.

dehm
:klaskan: Árbitro de Klaskan, Capitan O'dehm, Seleuco de Babilonia, Miguel VIII Paleólogo de Bizancio, Dehmente el Hafling, Emperador Song.

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Re: RELATOS - CONCURSO 3ª EDICION (postear solo los relatos)
« Respuesta #14 en: 11 de Octubre de 2004, 03:47:22 pm »
Ahi va el mio repetido en .doc