Autor Tema: Por que soy Romano. Los lobos de Roma. I  (Leído 3751 veces)

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Laresial

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Por que soy Romano. Los lobos de Roma. I
« en: 01 de Marzo de 2009, 04:26:33 pm »
Ernesto Milá Rodríguez

http://infokrisis.blogia.com/2006/041401-roma-vincit.-historia-organizacion-estrategia-y-papel-de-la-legion-romana.php

Roma Vincit. Historia, organización, estrategia y papel de la Legión Romana
Infokrisis.- Como continuación a nuestros artículos sobre la guerra, las FFAA y la historia militar, ofrecemos este trabajo sobre la Legión Romana, su organización, su génesis, su estrategia y su papel en la sociedad romana. En tanto que europeos mediterráneos somos hijos de la vieja Roma y Roma se hizo al filo de la espada. Por primera vez milicia y civilización caminaron juntos.



I. Introducción

No hubo en la historia un choque antigua un choque tan violento y sin piedad como el que tuvo lugar entre Roma y Cartago.

Ese gran conflicto se inició en las tierras de Hispania.

El “casus belli”, la excusa para desencadenar la II Guerra Púnica que decidió el destino del mundo antiguo, fue Sagunto.

En el 508 a.C, Cartago había firmado su primer tratado con Roma. Una de sus cláusulas impedía a Roma y a sus aliados (los masaliotas de la actual Marsella) navegar más allá de Cartagena. Al Sur de este enclave, las costas de Hispania quedaban en manos de Cartago, mientras que Roma y Masalia podrían establecerse al norte de ese punto.

Pero en el 265 a.C, los romanos habían expulsado a los griegos de la península itálica y se sentían lo suficientemente fuertes como para ampliar sus dominios.

Fue entonces cuando se produjo el primer choque con Cartago, entonces dueña de Sicilia, Cerdeña y Córcega.

En el 264 los cartagineses ocuparon Mesina y sus habitantes solicitaron ayuda a Roma. Fue el inicio de la Primera Guerra Púnica que culminó con la ocupación romana de las islas mediterráneas. Un pequeño conflicto comparado con la Segunda Guerra Púnica iniciada en el 229 a.C en territorio hispano.

El nuevo tratado firmado entre Roma y Cartago prohibía a los cartagineses pasar de la orilla del Ebro. Pero Roma tenía al sur de esa línea, una ciudad aliada, Sagunto.

Los saguntinos se sintieron amenazados por los turdetanos (situados en el territorio de la actual Teruel) y pidieron ayuda a Roma.

El senado cartaginés confió a Aníbal sus posesiones en España. Éste, ocupó la Meseta Central en busca de tropas mercenarias para su campaña contra Roma. El joven general, Aníbal era el primer cartaginés en advertir que la guerra con Roma volvería a ser inevitable. Buscó tropas mercenarias en Hispania y extendió los dominios de Cartago a la Meseta Central.

Cuando logró mercenarios suficientes, atacó Sagunto. Entre marzo y noviembre del 218 a.C, la ciudad fue asediada.

El propio Aníbal fue herido ante los muros de Sagunto y utilizó máquinas de guerra para destrozar la muralla, piedra a piedra. Pero, en el interior, los saguntinos construían con los restos de las viviendas, otros muros, que progresivamente, eran ganados por los cartagineses, hasta que, finalmente, el anillo defensivo quedó reducido a la mínima expresión.

Los jefes de la ciudad quemaron sus tesoros y sus casas, con sus familias dentro y lucharon hasta el último hombre. Los pocos supervivientes fueron esclavizados.

Roma, entonces, declaró la guerra a Cartago.

Buena parte de la Segunda Guerra Púnica se libró en España y, cuando concluyó, Roma incorporó una nueva provincia a su imperio.

II. La primera guerra geopolítica

La victoria la Segunda Guerra Púnica, dio a Roma el control del Mediterráneo.

Los romanos habían percibido que Cartago era la antítesis su idea de civilización. Mientras que el imperio del Sur, adorada a Tanit y Astarté, a la Gran Diosa, los cultos romanos eran fundamentalmente masculinos, viriles y solares. Mientras que Cartago era un imperio comercial, Roma atribuía una mayor importancia al Estado y a la “grandeza de Roma”. Cartago era, en definitiva, una potencia marítima y Roma se fue confirmando como una potencia terrestre.

Nunca antes en la historia se había percibido con tanta nitidez la contradicción entre la tierra y mar. Solamente en la lucha entre Atenas y Esparta se insinuaron estos contenidos que luego volvieron a aparecer una y otra vez en la historia: Inglaterra contra Rusia en Crimea, Japón contra Rusia, Alemania contra Inglaterra en la I Guerra Mundial, EEUU contra Alemania en la II Guerra Mundial, la URSS y EEUU en la Guerra Fría... Siempre tierra contra mar, la contradicción más explosiva que pueda imaginarse.

Hoy, la geopolítica define el destino de las naciones: ha habido guerra en Afganistán y en Irak, como la hubo en Vietnam, solo por razones geopolíticas.

Los romanos no habían formulado las leyes de la geopolítica, pero consiguieron adquirir un sexto sentido para percibir las necesidades geopolíticas de su imperio.

César desarrolló el concepto de “espacio geopolítico”, renunciando a la expansión fuera del marco mediterráneo y deteniendo a sus legiones ante los bosques de Germania. Esta cualidad, por el contrario, no había estado presente en otro gran general, Alejandro Magno, que, de victoria en victoria, abandonó el espacio geopolítica de Hélade y llegó a las puertas de la India, pero, al salir de él, su imperio fue inestable y no pudo resistir su muerte. El imperio de César, por el contrario, se prolongó casi cuatro siglos más.

Roma tuvo una visión de Estado y una voluntad de Imperio, que no estuvo presente en las ciudades griegas.

Pero había otra superioridad. La Legión Romana.

III. La aportación romana a la ciencia militar: la Legión Romana

Hasta la irrupción de la legión romana, la falange política griega era la unidad militar más sofisticada del mundo antiguo. Roma dio a la ciencia militar la idea y la organización de la legión, unidad más flexible adaptable a distintos escenarios y con capacidad para transformar su táctica de combate en pocos minutos.

La falange hoplítica espartana y macedónica, actuaba como un mazo, pesado pero lento. Su orden cerrado impedía la rapidez de movimientos, e incluso en caso de victoria, no estaba adaptada para perseguir al enemigo. A medida que la falange política fue creciendo en efectivos y, en especial, en el período macedónico, esos problemas fueron agravándose.

Los hoplitas espartanos, tras el choque frontal en el que el peso del combate correspondía a las alas formadas por infantería pesada, lograban desbordar al enemigo, pasaban del “orden profundo”, al “orden delgado”, abrían sus líneas y se desplegaban, aumentando la capacidad de envolvimiento. Pero esta maniobra producía, inevitablemente, y a pesar de haber sido miles de veces ensayada, una confusión que retrasaba la persecución y permitía al enemigo huir.

La Legión Romana era mucho más adaptable y pasaba con facilidad del orden apretado al expandido, del mazazo inicial ofensiva, a la maniobra de envolvimiento. Además, la caballería ligera romana daba a la legión más rapidez de maniobra.

En el curso de las batallas, los arqueros a caballo, se desplazaban de un extremo a otro del frente de combate y ablandaban al enemigo disparando miles de flechas que le impedían concentrarse ante el ataque de la infantería.

Esto favorecía el que, mientras que en la batalla protagonizado por los hoplitas espartanos, el choque fuera frontal, los legionarios perfeccionaran mucho más las tácticas de combate, atacaran, no en pesadas formaciones de diez mil hombres, cubriendo algo más de un 2500 metros, sino en unidades pequeñas, extremadamente pesadas, protegidas por los famosos escudos rectangulares y dotados de una diversidad de armamento que les permitía combatir a distancia con los venablos, asaltar posiciones fortificadas (mediante la célebre “tortuga”) o combatir cuerpo a cuerpo utilizando el famoso Gladius Hispanensis.

Los grandes generales romanos, pragmáticos hasta el final, fueron maestros de la táctica.

Fueron los romanos quienes entendieron la importancia de la ingeniería en el desarrollo de las guerras.

Quienes disciplinaron a sus tropas, no solo en el arte del combate, sino en la construcción de fortificaciones y campamentos que, no solo fueron verdaderas ciudades, sino que, muy frecuentemente, constituyeron el germen de futuras grandes urbes.

La Legio VII Gémina, formada por Galba y compuesta por legionarios hispanos, tras servir con gloria al Imperio en las campañas de Panonia y sostener a Vespasiano, regresó a sus cuarteles de invierno en el año 74. Hoy, el puesto de mando de la VII Gémina se recuerda todavía con una columna central desde la que irradió la ciudad de León.

La estructura organizativa de la legión fue variando a lo largo del tiempo. Durante la época de los reyes míticos de Roma, la capital del futuro imperio y sus concepciones militares se parecían mucho a las de Esparta. El rey Servio Tulio dividió a los ciudadanos en seis categorías, según su patrimonio familiar.

Los de primera clase, constituían la infantería pesada romana. Sus ingresos debían ser de 100.000 ases. Estaban provistos de casco de bronce, loriga metálica, grebas, escudo de bronce redondo, lanza y espada. Por debajo tenían a los ciudadanos con fortunas por encima de los 75.000 ases; su escudo era rectangular revestido de piel, armados de lanza y espada. La tercera línea de aquella época estaba formada por ciudadanos con ingresos de 50.000 ases; el equipamiento era similar al anterior pero sin grebas que protegieran las pantorrillas ni loriga. La cuarta clase era importante: solía abrir los combates; era la infantería ligera; sus ciudadanos poseían fortunas de 20.000 ases; hostigaban al enemigo en el inicio de la batalla, lanzaban sus venablos y se retiraban induciendo a ser perseguidos en determinada dirección donde chocarían con la infantería pesada o serían envueltos por la caballería ligera; manejaban dos jabalinas y evitaban el combate cuerpo a cuerpo. La quinta clase, los ciudadanos cuyas fortunas eran menores, estaban encuadrados en los servicios auxiliares, llevaban las máquinas de guerra, las construían y las mantenían; no participaban en los combates, pero su papel era importante: de ellos dependía la intendencia, el aprovisionamiento y la logística.

Existía una aristocracia militar en aquella primera época: la de los ciudadanos cuyas fortunas eran superiores a los 100.000 ases, que constituían la caballería romana, provista de un anillo identificativo, armados con espada, lanza de carga y grebas protectoras.

En realidad, esta organización era similar a la espartana: los ciudadanos con más medios, eran los que arriesgaban más, por tanto, servían en los lugares más peligrosos y difíciles. La riqueza hacía aumentar las responsabilidades en la defensa de la comunidad. Esta tradición se mantuvo incluso en la Edad Media, en el sistema feudal, cuando, los más altos escalones de la jerarquía social, implicaban los más altos deberes, riesgos y obligaciones.

Había en este sistema organizativo algo comunitario. Las clases sociales pasaban a segundo plano. Los escalones más bajos de la sociedad, tenían cometidos importantes. La maquinaria militar no funcionaba si no se cavaban trincheras o se servían piedras a las catapultas, los asaltos hubieran sido inútiles si los arietes blindados no hubieran sido arrastrados hasta la puerta misma de las ciudades enemigas. A la hora de la verdad, el combate era resuelto por la infantería pesada o la caballería ligera romana. A ellos, a los más poderosos, correspondía el cuerpo a cuerpo, el choque directo y la resolución de la batalla. Difícilmente podríamos hablar aquí de “lucha de clases”. Todas las clases luchaban por lo mismo, en aquella época ruda y tosca: la “grandeza de Roma”.

Al igual que en Esparta, y que en todas las potencias “terrestres”, la idea del Estado era anterior y superior a los individuos que lo componían. Lo individual no tenía valor, se subordinaba a lo comunitario. La personalidad era considerada una máscara sin gran importancia. La mañana en la que el divino Augusto sintió morir, le dijo a su esposa: “He cumplido bien mi papel; ahora abandono la escena”. Antes de Augusto, todo el mundo romano experimentaba esa misma sensación. Roma era anterior y superior a cada uno de los romanos, por distinguidos que fueran.

En las guerras púnicas quedó de manifiesto la superioridad de Roma sobre Cartago. Mientras que los Bárcidas fueron, sin excepción, geniales y heroicos jefes de las batallas, debieron recurrir casi siempre a mercenarios que, frecuentemente, desertaban o, simplemente, se unían al enemigo. Los rehenes que mantenían los cartagineses para asegurarse la fidelidad de estos mercenarios, finalmente, aumentaba su inestabilidad.

Cuando en el 218 a.C, Aníbal cruzó los Pirineos, 3000 carpetanos desertaron en bloque y regresaron a sus hogares. Estaban dispuestos a pelear por una paga, pero no a llegar tan lejos de su tierra natal. Aníbal fingió haberlos despedido, para evitar que se extendiera la desmoralización, pero antes de acampar en Elna –ya en el Rosellón- licenció a otros 7000 hispanos de cuya fidelidad cabía dudar.

De todas formas, los honderos baleares, llegaron hasta las puertas de Roma con Aníbal y se han encontrado inscripciones íberas de aquella época que confirman la importancia de los mercenarios hispanos en el ejército cartaginés. [ver obra de Hübner, Monumenta Linguae Iberica, inscr. XLII, tumba en las cercanías de Metauro].

Roma no contó sino hasta muy avanzado el Imperio, con mercenarios y prefirió un ejército fiel y regular identificado con los ideales que les llevaban al combate. A partir de la implantación de la República, Roma mantuvo cada año a dos legiones en pie de guerra, movilizables en cualquier momento.

Cuando Roma estuvo madura, el último rey de Roma, Tarquinio fue expulsado por una revuelta popular y se estableció la República. Pero Tarquinio conspiró con el poderoso rey etrusco y sitió la capital. En aquel episodio se produjeron los primeros hechos heroicos de la élite romana: Horacio Cocles, defendió en solitario ante el ejército etrusco, el único puente que cruzaba el Tíber, dando tiempo a que, tras él, los ciudadanos romanos lo destruyeran. Mucio Escévola, en la primera operación de comando conocida por la historia, se infiltró en el campamento etrusco y liberó a las mujeres rehenes.

En las décadas siguientes, la poderosa Etruria sería destruida por completo y de ella no ha quedado ni rastro del idioma.

El carácter guerrero de la República queda afirmado en su más alta institución: los dos cónsules, elegidos anualmente, cuya tarea principal era la defensa de la ciudad y el mantenimiento del ejército. Cada Cónsul tenía a su mando una legión de 4500 hombres. A pesar del sistema representativo romano, los cónsules constituían el mando efectivo de la República. La corta duración de su mandato y la existencia de otras instituciones, impedían las dictaduras. No había posibilidad de ampliar el plazo de gobierno de los cónsules o repetir mandato.

Pero en casos de extrema gravedad, la república preveía la posibilidad de elegir un “dux bellorum”, el jefe de las batallas, que, frecuentemente se ha identificado con dictadores, pero cuyo mandato apenas duraba seis meses; tras haber resuelto la crisis, dimitía.

Para proteger a la plebe de las arbitrariedades de los cónsules en tiempo de guerra, se creó la figura del Tribuno de la Plebe.

Con el tiempo, la legión romana se fue modificando y perfeccionando. Al dejar atrás el período mítico y entrar en la historia con el establecimiento de la República se produjo una mutación en la estructura de la Legión Romana. Por primera vez, en el 272, frente a Tarento, los legionarios de Roma se enfrentaron con las falanges griegas de Pirro, reforzadas con elefantes.

El Dictador Marco Furio Camilo, abordó la reforma del ejército que había dejado de ser la punta de lanza de una pequeña ciudad guerrera y se había convertido en el sostén de un país en expansión. A partir de entonces, ya no era necesario solamente “un” ejército, sino una multiplicidad de unidades de combate eficaces y capaces de combatir en distintos frentes.

Estas reformas sitúan a Roma en las puertas de la I Guerra Púnica. Su pieza clave es la legión. Su unidad mínima de combate, el manípulo.

Plutarco describe el origen del manípulo: era un haz de heno atado a lo alto de un lanza que servía a cada unidad de cien hombres –centuria- como referencia para reconocer donde estaba el jefe y, por tanto, el centro del combate.

El equipamiento vació. Se generalizó el escudo oblongo, se adoptó como espada de ordenanza el Gladius Hispanensis que ya había mostrado su eficacia derrotando a Pirro, y el “pilum”, o lanza arrojadiza, se aligeró y mejoró. Apareció, por primera vez, la legión estructurada por cinco mil guerreros, con una jerarquía precisa: comandante supremo, tribuno militar, maestre de caballería y centuriones, que, se transformarían en la pieza clave del dispositivo táctico de combate.

A partir de Marco Furio Camilo aparece el campamento militar romano con la mayoría de sus características: rectangular, protegido por un talud defensivo y una empalizada de madera.

Aparecen también las primeras máquinas militares cuya técnica habían aprendido de los griegos vencidos. Roma entiende que la velocidad en el desplazamiento de las tropas, si es superior a la del enemigo, es la garantía de la victoria. Por eso, dota a las legiones de ingenieros capaces de planificar caminos, tender puentes, construir fortificaciones y diseñar máquinas de guerra adaptadas a cada circunstancia concreta.

Pero, sobre todo, en ese período, la Legión Romana se dota de su principal arma: la disciplina de hierro que hace que actúe como un solo hombre, borra las individualidades y queda reforzada por el uniforme.

Roma dispone así de un ejército profesional. Sus ciudadanos, como antes los de Esparta, debían obligatoriamente servir en el ejército durante un largo período. Recibieron por primera vez una paga de la República. Es apenas una paga reducida que les permite comprar equipo. La manutención corre a cargo del Estado. Más adelante, tras las guerras púnicas, el legionario cobrará un salario más alto que hará atractiva la milicia.

Las condecoraciones individuales, los honores colectivos a las legiones victoriosas, el reconocimiento de su heroísmo, mediante títulos, suponían incentivos morales que prestigiaban a los legionarios, a sus unidades y a sus comandantes: la VII Gémina fue honrada por Septiminio Severo con el título de Pía Félix, la VIII Augusta que combatió en Britania y en el Danubio recibió el título de Pia Fidelis Constans, idéntico al que honró a la Legio II Trajana por sus victorias en la frontera del Rhin.

Una simple vara de vid era el distintivo del mando del centurión.

La turma de caballería, formada por tres decurias, con un total de 30 jinetes era la unidad de intervención rápida. Cada legión contaba con trescientos jinetes.

La estrategia de la batalla protagonizada por la legión manipular seguía siendo muy sencilla: los “vélites”, armados con venablos, escudo redondo y espada corta, hostigaban al enemigo y le provocaban, cuando se producía el choque, entraban en combate las primeras líneas de “hastati”, infantería ligera. Era muy posible que estas primeras líneas derrotaran al enemigo, si no lo hacían, entraba en acción la infantería pesada, los “princeps”, que esperaban al enemigo con la pierna izquierda adelantada, protegida por greba y la lanza larga apoyada en tierra, protegidos por un escudo rectangular. Si no lograban perforar la línea enemiga, se retiraban lentamente y dejaban paso a los “triarios”. En el lenguaje militar romano, la frase “llegar a los triarios” indicaba que la batalla estaba teniendo dificultades superiores a las previstas.

La lectura de Tito Livio indica que la Legión Romana, en ese período, pasó a combatir en pequeñas unidades muy coherentes y cohesionadas, con cierto nivel de autonomía táctica y dejó de ofrecer un frente compacto al estilo de la falange griega.

Los escudos de bronce y las pesadas armaduras tomadas de los etruscos desaparecieron y la legión ganó en agilidad y capacidad de movimiento.

Esta estructura militar dio a Roma el control de la península itálica; consiguió doblegar la potencia etrusca; dio la victoria a los estandartes con la loba capitolina en las tres guerra sammitas que les otorgaron el control de los Apeninos y del norte del Adriático y consiguió expulsar a los helenos del sur de Italia, derrotaron a los galos de Breno que había conseguido ocupar Roma, salvo el Capitolio donde se reorganizó la resistencia y destacó, una vez más, Furio Camilo; y, finalmente, contra Pirro, rey del Epiro.

En la batalla de Beneventum, Pirro fue derrotado finalmente, cuando los legionarios aprendieron a soportar el embate de los elefantes. Después de resultados inconclusos, Pirro fue recordado por la historia gracias a los resultados inconclusos de sus victorias y al elevado coste de las mismas: “victorias pírricas”.

Con el control de la península itálica concluía otra fase en la historia de Roma. Ahora quedaba el dominio del mediterráneo y el choque decisivo con Cartago.

La I Guerra Púnica se resolvió con un choque entre las flotas romana y cartaginesa. Los romanos habían apresado a una nave de guerra de Cartago y copiaron en todo su estructura, añadieron un puente de abordaje en la proa. En apenas 60 días construyeron 120 quinquerremes y entrenaron a sus tripulaciones en tierra. En la batalla de Mylae, la escuadra cartaginesa resultó sorprendida primero y deshecha después. Cartago abandonó Sicilia y Roma, aprovechando su debilidad, se hizo con Córcega y Cerdeña.

Pero el choque definitivo tendría lugar treinta años después a causa de la floreciente ciudad de Sagunto, situada en tierra cartaginesa, pero aliada de Roma, cuyo socorro pidió al sentirse amenazada por los turdetanos, tribus que poblaban la actual Teruel.

Roma resultó sucesivamente derrotada en su propio territorio en el Tesino, luego en el lago Trasimeno y en las orillas del río Trebia y, particularmente, en Cannas.

Mientras Aníbal seguía una guerra de aniquilamiento, Roma practicó una guerra de desgaste.

La contraofensiva romana fue sorprendente: evitó durante años el enfrentamiento frontal y envió legiones a teatros secundarios con la intención de cortar las líneas de abastecimiento de Aníbal. Hispania fue uno de esos teatros.

El general cartaginés mantuvo sus posiciones en la Península, pero, finalmente, al no poder estimular la revuelta de los pueblos itálicos y al resultarle imposible recibir refuerzos, se vio obligado a emprender la retirada. Aníbal no había perdido ni un solo choque en suelo romano, pero su desgaste fue continuo e insoportable.

Para colmo, Roma, con Aníbal inmovilizado en su territorio, decidió atacar Cartago. La batalla decisiva tuvo lugar en Zama Regia. Escipión Africano, utilizó contra él la misma estrategia que Aníbal practicó en Cannas y que le llevó a la victoria. Ataque frontal y envolvimiento por las alas guarnecidas por la infantería pesada de los Triarios.

A partir de ese momento y de la posterior victoria sobre Filipo V de Macedonia, Roma pudo llamar con propiedad al Mediterráneo, “Mare Nostrum”.

El ejército romano en esa época se adaptó, una vez más, a las necesidades de los desafíos que tenía ante sí. El historiador griego Polibio, amigo íntimo de los Escisiones y que frecuentemente los acompañaba en sus expediciones, nos facilita una información exhaustiva sobre la organización de las legiones y sus campañas en el Libro VI de sus “Historias”. En otro de sus libros pormenoriza la destrucción de Numancia y describe las máquinas de guerra utilizadas por las legiones.

Gracias a Polibio sabemos cómo se reclutaban los legionarios. Debían servir en el ejército un mínimo de 16 años los legionarios de infantería y de 10 los de caballería. En caso de necesidad el servicio militar podía durar hasta 20 años. No se podía ocupar ningún cargo público si no se había cumplido el servicio militar.

El día en que se convocaba asamblea popular para organizar el ejército, debían asistir todos los ciudadanos varones de entre 16 y 46 años. Los tribunos, divididos en cuatro grupos, uno por cada una de las 4 legiones que debían reclutarse, elegían por turno un hombre a la vez hasta completar los 4.200 hombres por legión.

Luego se juraba lealtad a la República y obediencia a los mandos. Se fijaba el día y el lugar en el que debían presentarse sin armas. Los tribunos seleccionaban a los más pobres y jóvenes para formar los “vélites” y los “hastati”. Luego, los hombres en lo mejor de su edad (23-33 años) formaban los “príncipes” y los más mayores, eran los “triarios”.

A continuación se iniciaba el entrenamiento militar, si bien es cierto que los niños romanos, desde los diez años, empezaban a practicar ejercicios militares, tal como habían hecho los adolescentes espartanos.

En esa época la cadena de mando del ejército estaba formada por el Cónsul a la cabeza, le seguían los 6 tribunos de cada legión y los 60 centuriones de los 30 manípulos, además de los treinta decuriones de la caballería ligera.

La instrucción era dura. Se aprendía a manejar la espada ante una estaca clavada en el suelo. La ciencia militar romana sostenía que con que la punta del Gladio penetrara solo 5 centímetros en el cuerpo del enemigo, ya podía dársele por muerto o fuera de combate. Desaconsejaban el corte lateral que hería pero no mataba. Además, en los ataques frontales, hiriendo con la punta, se lograba mantener prácticamente cerrada la fila de escudos y hacer invulnerable a la primera línea sin descubrir ni el costado ni el brazo derecho.

Paralelamente se aprendía a evolucionar en la batalla sin romper la formación.

También se realizaban marchas de endurecimiento de cinco horas en las que se recorrían entre 25 y 30 kilómetros. Al llegar, todavía quedaban dos o tres horas de instalación del campamento.

Esta rutina, férrea y obsesivamente repetida en cientos de ocasiones, convertía a la legión romana en una apisonadora a la que solamente ejércitos bien entrenados y mejor motivados, podían afrontar con posibilidades de éxito.

La disciplina era férrea y los castigos severos: robar en el campamento, desertar ante el enemigo o abandonar el puesto de guardia podían equivaler a la ejecución sumaria. Faltas menores de disciplina se castigaban con el apaleo o la expulsión deshonrosa del ejército.

Las máquinas de guerra habían estado presentes en otros ejércitos, pero roma las situó en el centro de su estrategia, especialmente en los asedios a ciudades. Polibio explica que las más utilizadas eran la balista y la catapulta. Las primeras estaban situadas sobre carromatos y arrojaban a 500 metros pesadas flechas de hierro. Las catapultas arrojaban piedras a una distancia entre 300 y 500 metros.

En los asaltos, un grueso tronco con una cabeza de carnero (Aries, el jefe de la mana, avatar del dios de la guerra), el ariete, derribaba con facilidad las puertas, y se acercaba mediante una estructura móvil de madera, protegida por pieles para impedir que fuera incendiada.

Así mismo, para facilitar la aproximación de la infantería a las murallas, se utilizaban torres de asalto con varios pisos y puentes levadizos situados a diversas alturas, y carros de asalto que protegían a una centuria de flechas y piedras.

De esa época, data también la famosa “tortuga” o “testudo”, formación compuesta por 25 legionarios y 15 escudos que colocaban sus escudos rectangulares encima de sus cabezas y en los flancos, no ofreciendo ningún punto vulnerable a las flechas, piedras o jabalinas del enemigo.

Pero este impresionante dispositivo militar, a partir de la conquista de Hélade, se convirtió en un instrumento civilizador.

« Última modificación: 01 de Marzo de 2009, 04:30:23 pm por Laresial »
Mi Patria Es Mi Sangre. Res non Verba, tempus fugit.