Extracto del turno Minotauro sobre los festejos del Dominio de la Isla Brumosa: Godfriedsholm era un hervidero de actividad, y las tabernas estaban abarrotadas desde hacía semanas, cuando se hizo público que se iba a celebrar una feria en la ciudad que sería aprovechada por los señores y nobles de Minosia y de Thainbard para reunirse en Consejo y discutir las relaciones entre ambos reinos. Los ayudantes del alcalde de la ciudad no daban abasto mediando en disputas y controlando a los mercaderes llegados en los últimos días y los gremios de la ciudad, que andaban a la greña en los mercados compitiendo. “Maldita sea, falta menos de un tercio de vela para el relevo… ¿No podrían esos idiotas haber esperado al cambio de guardia para empezar a partirse los cráneos?” rezongó Lars mientras al frente de su grupo de cuatro minotauros y tres enanos entraba en una taberna apartando a empujones a los parroquianos que huían de la tangana que se había organizado. “Divertido muy… ¿tú ver cara?... luchar minotauro diferente, raro… mucha alto... pero huevos mismo… golpe y caer…” decía entre risas Dûric recordando su pelea con el marino al que arrastraba por la calle con la ayuda de Lars. “Maldita sea, ese Dûric traga el aguardiente como si fuera agua…” murmuró en voz baja Lars mientras sentía latir sus sienes y se notaba la lengua como un trapo hinchado en la boca reseca. Con resaca y esperando un reprimenda de su Thane, no era definitivamente la mejor manera de empezar el día… aunque fueran las cinco de la tarde… Dos días más tarde se celebraba la gran reunión del Atherling en la gran explanada a las afueras de la ciudad, y a la misma acudieron la inmensa mayoría de los minotauros que poblaban el distrito de Godfriedsholm, amén de casi todos los enanos llegados en los últimos tiempos, que se mezclaban con los campesinos y ciudadanos minotauros. Faltaban apenas un par de horas para el anochecer cuando por fin Ragnar se dirigió a la tarima para hablar. “Hermanos, como cada ciclo me presento ante vosotros para daros a conocer mis actos y podáis juzgarlos. Extracto del turno Orco: El Nigromante El aleteo del ave al entrar en la bóveda bajo el tejado de la Torre de Magia levantó una nube de polvo, excrementos, plumas viejas y restos de carroña al mismo tiempo que fue saludado por el resto de buitres que se encontraban en la gran jaula con los chirridos y gorjeos con que los carroñeros celebraban el comienzo de un gran festín. El mecanismo de aviso, una serie de cuerdas que colgaban de un lado a otro de la estancia se activó con el movimiento del enorme ave haciendo que unas campanillas de hueso y metal elevaran su caótica melodía avisando de la llegada de un nuevo mensaje en la sala principal de la Torre. Gradgûl acudió rápidamente a la bóveda pues sabía que en tiempos de guerra todos los mensajes que se recibían en Lughâsh eran de gran importancia. Desenrolló el pergamino de la pata del buitre y tras introducirlo en la jaula grande corrió a presencia de su Amo para entregarle ráudo el mensaje al reconocer por los pictogramas del membrete que procedía directamente del Gran Señor de la Horda. Gorovod leyó atentamente el mensaje, recostado en un diván de madera de ébano con enormes cojines de seda y plumas de roc. Se incorporó ligeramente con un disimulado esfuerzo que reflejó dolor en su cansado rostro, acudió Gradgûl a ayudarlo solícito hasta que pudo sentarse cómodamente sobre el respaldo del diván. Últimamente, sobre todo después de su exploración de la Barrera Mágica, Gorovod sentía que cualquier mínimo esfuerzo le causaba una gran fatiga y notaba sobre sus hombros la pesada losa de la muerte inminente. Aunque era algo que no preocupaba a un Señor de la Muerte como él, que esperaba con ansia el día que su alma abandonara el lastre de su cuerpo mortal y acudiría a los brazos de su amada Mara-Khâli en el ardiente Arallu. Sin embargo su terrible magia era necesaria para contribuir a la guerra que la Horda había emprendido contra los invasores nómadas y a pesar de que cada vez le costaba más esfuerzo entonar sus hechizos y se pasaba días para poder recuperarse después de terminar agotado tras sus invocaciones. Sabía que sus hechizos podían desequilibrar la contienda a favor de los Orcos. Se arrastró hasta la mesa de conjuros en el centro de la estancia donde su acólito ya había dispuesto los materiales necesarios para realizar el encantamiento. Comprobó que todo estaba en su sitio y desplegó el viejo pergamino de piel de elfo donde se había escrito con runas de sangre el terrible hechizo que iba a lanzar sobre los desgraciados humanos. A su lado sobre un pequeño trípode tenía su espejo mágico de plata pulida. Abrió un pequeño cofre nacarado con incrustaciones de marfil y sacó una pequeña vara de baobab, revolvió con ella el líquido de una jarra de cristal azul que le ofreció su ayudante y llenó un vaso que tenía a su derecha. Se bebió el contenido del vaso y se frotó las manos. -El té de Nygath* ha quedado muy fuerte Gradgûl, luego le echas un poco de grog para suavizarlo. Alzó las manos y se concentró en las corrientes mágicas que emanaban del pozo que se abría en el centro de la estancia y que parecía hundirse en lo más profundo del Arallu. Del pozo surgieron unas manchas de sombra que danzaron por toda la estancia y cubrieron las velas que iluminaban el amplio salón haciendo que las luces se ocultaran en la penumbra. Entonó el texto del hechizo con una voz grave y modulada y mientras leía el pergamino observaba atentamente el reflejo del espejo de plata intentando fijar el objetivo de su conjuro. Al poco tiempo observó en el reflejo una ciudad humana a orillas de un pequeño lago, a través de la magia vió el enorme ejército de Orcos que avanzaba por las llanuras en son de guerra. Escogió el lugar más óptimo donde desencadenar el poder del hechizo y con un brusco movimiento bajó los brazos al tiempo que terminaba de entonar el último versículo del encantamiento en un lenguaje olvidado hace enones. Las sombras regresaron al pozo y la luz volvió a iluminar la estancia, el anciano nigromante se desplomó nuevamente en el diván al tiempo que su acólito acudía a su lado y estiraba la manta de piel de armiño sobre su amo. -Tráeme un poco más de ese té de adormidera, mi pequeño goblin, pero antes ponle un chorrito de grog para que se alegre el espíritu de este pobre viejo. Tanto desgaste mágico se está cobrando mi salud…-Dijo mientras entornaba los ojos-. De qué me sirve tanto poder si no soy capaz de desplegarlo…-Murmuraba-. Y mientras el aprendiz e mago calentaba en las brasas el té de Nygath y le agregaba con mucho cuidado un chorrito de grog, el Señor de la Muerte recordaba en voz alta los terribles versos escritos en sangre del espantoso Naprâvâ Bitvä * He tenido muchas formas -Apresúrate Gradgûl, presiento que pronto seré un alma atrapada en los abismos del Arallu, al abrazo ardiente de mi señora Mara-Khâli.- Nygath: Arbusto tipo de la familia de las Nygathyas, con tallos ramosos, generalmente llenos de espinas, hojas alternas, ásperas, pecioladas, con estípulas, compuestas de un número impar de hojuelas elípticas, casi sentadas y aserradas por el margen, flores terminales, solitarias o en panoja, con cáliz aovado o redondo, corola de cinco pétalos redondos o acorazonados, y cóncavos, y muchos estambres y pistilos. Tiene por fruto una baya carnosa que el cáliz corona y muchas semillas menudas, elipsoidales y vellosas. Sus hojas se procesan mediante un secado en lugar oscuro utilizándose en infusiones. Para ello se pone un puñado de hojas secas en un taza previamente calentada y acto seguido se llena de grog hirviendo (mucha precaución porque el grog caliente puede explotar según sea su destilado). Se tapa la taza y se deja en reposo unos minutos para que el grog absorba los principios activos. El té de Nygath es un poderoso alucinógeno muy apreciado por los magos y los poetas. Naprâvâ Bitvä: La Batalla de los árboles escrito por el Archidruida Taliesin. Concretamente se trata del versículo 72. La Marcha Desde que tu no me amas Gruntz desplegó el pergamino que había desenrollado de la pata del buitre. Lo observó curioso y se lo entregó a Fuzkazam. –Creo que no sé leer. El mago lo miró con reproche y tomó el pergamino que le ofrecían. Lo desenrolló cuidadosamente y estudió las runas, luego lo volvió a enrollar y se lo pasó a su acólito. –Guárdalo. -¿Y bien?-. Preguntó el Gran Señor de la Horda intrigado. Los reunidos se miraron unos a otros y luego bajaron la mirada pensativos hacia la mesa donde habían desplegados varios mapas y algunas revistas de elfas ligeras de ropa. Las miradas se clavaron en las revistas. Finalmente el Gran Señor de la Horda carraspeó, y todos se movieron inquietos con culpa simulada. –¿Qué significa eso exactamente?-. Preguntó. -Significa que hay pocas defensas y que la cosa es fácil. –Contestó el mago-. Daôn no se encontraba presente en la reunión, todavía no había regresado de su misión ante los Minotauros. Pero si hubiera estado presente no habría dicho nada. Ningún Orco es lo suficientemente tonto o temerario como para replicar al Gran Señor de la Horda. -Cabe la posibilidad de que en realidad hayan pocas defensas tal y como dice Zakâl. –Apuntó Sûlwine el Señor de los Olog-Khush. Al día siguiente la Horda se puso en marcha como una marabunta, desordenada e imparable rumbo norte. Encabezando la marcha se encontraba el Gran Señor de la Horda junto a su inseparable lugarteniente Gruntz. A su lado cabalgaba el Señor de la Ilusión Fuzkazam. Tras ellos la infantería y los arqueros, en el centro las carretas tiradas por esclavos con los pertrechos y las máquinas de asedio despiezadas. Cerrando la marcha los cabalgalobos y lejos avanzando a traspiés y variando el rumbo continuamente se arrastraba la Patrulla Condenada, el grupo de no-muertos que acompañaba a la Horda. En el aire Muggrath bramaba su enfado contra los enanos por no haberle permitido luchar en su torneo para niñas, mientras las arpías se divertían lanzando sus excrementos sobre las tropas que caminaban bajo ellas. A media mañana se incorporó al grupo Daôn, quien informó al Gran Señor de sus negociaciones con los Minotauros tras lo cual ocupó su lugar en la avanzadilla de la Horda. Durante varios días avanzaron por un territorio salpicado de colinas de pendientes suaves con poca vegetación bordeando el hermoso valle que se veía a lo lejos y donde según los informes de Daôn los minotauros habían construido una de sus ciudades. Al quinto día divisaron los llanos al norte pero antes de entrar en las praderas Tor-Wuazi ordenó acampar, desplegó guardias en el perímetro y esperó acontecimientos. Al atardecer llegó un buitre con un mensaje desde Katund-Zâdûk. El Mago recogió el mensaje antes de que Gruntz le metiera la zarpa y desplegó el pergamino de piel humana leyendo en voz alta. -“Avistados dos espolones con bandera Atlante en el mar de Dot-Zô. Nos mantenemos a distancia, esperamos instrucciones”. Lo firma Nyhârgo, Krîtar al mando de la flota.-. Tor-Wuazi se llevó la garra al mentón, pensativo y con expresión preocupada. Miró hacia el horizonte, donde se encontraba la ciudad humana. -Los Atlantes vuelven a la carga, esto no presagia nada bueno- pensó en voz alta. Volviéndose hacia el Mago le dijo: El Mago tomó nota rápidamente de las órdenes y corrió hacia su carromato. –Mago¡¡¡- Bramó Tor-Wuaki. –Alerta todas las guarniciones y envía un buitre a la Skûthrgraî para que movilicen sus tropas-. Y volviéndose hacia su Lobo gritó: En poco menos de un surco de reloj el campamento fue recogido precipitadamente (o simplemente abandonado) y toda la Horda se adentró en los llanos del norte camino de la ciudad humana. Tras varias horas avanzando sin ningún percance observaron en el horizonte la silueta de una pequeña construcción de madera, una torre de vigilancia sin duda alguna. En lo alto alguien ondeaba un trapo de color rojo. -Es Zakâl –Dijo Gruntz sin apartar el acercalejos de su cara-. -Agua¡¡, que asco. –Dijo Gruntz sacudiéndose-. Allá donde avanzaba la horda toda la tierra se encontraba cubierta de charcos y la llanura se había transformado en un erial de barro y fango. El ejército avanzaba cautelosamente por el territorio húmedo hacia la torre de vigilancia que se encontraba ya muy cerca, mirando por donde pisaban y guardando un miedo atávico a la magia y a lo desconocido que nadie se atrevía a reconocer. Al poco rato llegó la vanguardia hasta una pequeña colina de suave pendiente donde los humanos habían construido la torre de vigilancia que básicamente se trataba de una pequeña construcción de madera con una torre de poca altura desde donde los vigías oteaban el horizonte. El perímetro se hallaba rodeado de una pequeña cerca de madera que parecía más diseñada para impedir que saliera nadie al exterior que para impedir a nadie acceder al interior. Habían algunos edificios construidos contra la parte interna de la muralla de madera: unos establos donde se revolvían nerviosos 4 garañones negros, un almacén a medio saquear, y un pequeño recinto para dar cobijo a los viajeros pues la guarnición dormía en el interior del edificio fortificado. La torre no tenía ninguna ventana en la parte baja y la puerta de acceso se encontraba a más de 10 metros de altura. Unos pequeños ventanucos situados a esa altura permitían dar cobijo a los arqueros mientras descargaban lluvias de flechas sobre el enemigo. Una escalera asomó por la puerta alta y se deslizó hasta el suelo, arriba asomó un rostro embozado y cubierto por una túnica de color gris que hacía señales con la mano invitando a los orcos que se encontraban en el patio a subir. Arriba se dirigió Tor-Wuaki seguido de su lugarteniente Gruntz y entraron en la torre donde la figura descubriendo su rostro se arrodilló ante el Gran Señor de la Horda mientras se tocaba la frente con la palma de su mano derecha e inclinaba ligeramente la cabeza en lo que es el saludo habitual a un superior de la Horda. -Mi Gran Señor. La torre es nuestra –saludó Zakâl- Efectivamente, en un rincón del amplio salón se encontraban seis literas, en todas ellas excepto en una había un humano con una sonrisa roja abierta en el cuello. El otro se encontraba desplomado sobre una silla frente al fuego, donde con seguridad el desgraciado había ido a buscar un poco de calor en el frío de la noche. -Buen trabajo Zakâl –dijo el Gran Señor palmeando la espalda del explorador- Pasaremos aquí la noche y mañana emprenderemos el asalto a la ciudad. Gruntz prepara los caballos y los humanos. Hoy comemos carne fresca. Aquella noche la Horda comió y descansó en previsión de la batalla a la mañana siguiente. Tan sólo permaneció despierta la Patrulla Condenada que se encargó de vigilar los alrededores de la torre de vigilancia, si es que se le puede llamar despierto al estado de eterna vigilia que tienen los no-muertos. Al día siguiente el ejército emprendió nuevamente la marcha, con las carretas de pertrechos más llenas aún gracias al saqueo de la torre de vigilancia que ardía elevando su columna de humo a los cielos como un tributo a los dioses de la guerra. A media mañana llegó la Horda a los arrabales de la ciudad nómada, ésta se encontraba perfectamente amurallada y rodeada de un espectacular foso, algo que no inquietó en lo más mínimo al Gran Señor de la Horda que ordenó a sus tropas desplegar y disponerse para el combate. Daôn dispuso las balistas y los arqueros, Muggrath se desplazó al flanco derecho junto con las arpías y el Mago. Sûlwine y sus Ogros se desplazaron al flanco izquierdo mientras el propio Tor-Wuaki y su guardia ocupaban el centro del despliegue. Los no-muertos iban de aquí para allá sin saber muy bien qué hacer. Entretanto los goblins y los esclavos al mando de Gruntz descargaron las piezas de artillería de las carretas y las montaron en la línea de batalla. Después de un tiempo de desorden y descoordinación el frente del despliegue quedó relativamente organizado y todos los Krîtar miraron al Gran Señor esperando sus órdenes, éste sin quitar la vista de la ciudad hizo un ligero movimiento con la cabeza. Gruntz alzó y bajó su cimitarra al mismo tiempo que Daôn alzaba su arco y los lanzapiedras, 10 balistas y los arqueros comenzaron a descargar una nube de proyectiles sobre las murallas. La primera andanada barrió las defensas, la segunda destrozó amplios sectores de muralla y las puertas. Muggrath emprendió el vuelo sin esperar por las Arpías que permanecieron junto al Mago. Abajo los no-muertos comenzaron a avanzar sobre el foso, cada uno arrastraba un carromato de mano con ramas y tierra que los esclavos habían dispuesto para rellenar el foso. Al llegar al pie de las murallas lanzaron al interior del foso los materiales de relleno consiguiendo abrir un camino hacia las brechas de los muros, en ese mismo instante la infantería comenzó a avanzar sobre la ciudad a cubierto tras los escudos la guardia personal de Tor-Wuaki mientras los Ogros y los arqueros al mando de Daôn avanzaron sobre sus flancos. En esos momentos Muggrath se abatió sobre la ciudad a toda velocidad sobre su pájaro de fuego que lanzó un alarido estremecedor. Sin ni siquiera comenzar la batalla ya había finalizado. Muggrath apareció sobre el resto de las murallas y alzando su martillo de guerra anunció la victoria. Los humanos habían sido aplastados, literalmente, bajo el fuego devastador de los lanzapiedras. Toda la horda se encontraba ya en el interior de la ciudad conquistada saqueando y destruyendo todo lo que encontraban a su paso. Aún así poco quedaba de lo que anteriormente había sido una ciudad humana que había osado ofender a la Horda, no había un solo ser vivo y todos los edificios de importancia habían sido desmontados o destruidos. Sólo quedaban algunas chozas en pie que pronto sufrieron la ira de los invasores. Los únicos humanos que habían permanecido en la ciudad eran las dotaciones de las balistas que habían sido abatidos por los lanzapiedras antes incluso de que pudieran cargar sus armas y sus restos ya estaban siendo disputados por Arpías y Ogros. También se observaban los cadáveres de algunos vagabundos y ancianos que habían sido abandonados a su suerte por los nómadas humanos en su cobarde huída de la ciudad, todos habían muerto ahogados. La victoria estaba siendo celebrada por la Horda, devorando los cadáveres que habían conseguido encontrar entre las ruinas y bebiendo el grog que Gruntz destilaba gracias a su alambique de campaña. Sólo Muggrath, que destrozaba los restos del muro con su martillo de guerra, se lamentaba. -Primero los taponez no me permiten combatir en el torneo –rugía mientras golpeaba con su martillo- Y ahora estos humanos rehúyen el combate. Es que ya no hay valientes en Klaskan?. A pesar de todo el Gran Señor de la Horda pudo dar satisfacción a las veinte concubinas que le acompañaban durante las campañas de guerra. En la Torre de Lughash el Nigromante leía el mensaje que daba noticias de la victoria de la Horda. Tan contento estaba que ordenó a su acólito sacrificar un tapón para honra de los dioses y para la cena. En la flota la noticia fue coreada por las dotaciones de las naves, las nuevas órdenes fueron rugidas con odio por todos blandiendo sus armas al aire o golpeando sus escudos. “muerte”, “muerte”, “muerte”. Lejos los Skûthrgraî se ponían en marcha, infantes, arqueros, cabalgalobos y carros de pertrechos se dirigían al Sur convocados por el Gran Señor de la Horda. Extracto del turno Trogg: Comienza la función La muchedumbre trogg contemplaba entre asombrada y expectante desde las gradas del Lerg-Mishra la entrada de los nuevos gobernantes a los El Lerg-Mishra, el nuevo teatro de las artes y espectáculos trogg. Su forma semejaba una concha marina boca arriba que se habría en su centro en un espacio abierto llano y esculpido en piedra y hueso. Sería un lugar donde guerreros, artesanos, héroes y poetas darían cuenta de sus artes ante la muchedumbre trogg. Algo impensable en la época del imperio, pero que Artaj Limba había hecho posible gracias a su nueva visión de la civilización trogg. El teatro era una estructura sólida realizada en piedra blanca de las montañas Calmenar, un único bloque había sido extraído y transportado hasta la ciudad para conformar el escenario cuadrangular. La talla del mismo había sido obra de trogg obreros cuyas mandíbulas de gran precisión remataban el fino trabajo realizado por sus no tan hábiles manos. El publico miraba escéptico las actividades programadas en el anfiteatro. Se evidenciaba una falta de costumbre a tales hábitos difíciles de digerir. Nunca el imperio había proporcionado diversión al pueblo trogg y por lo tanto esa sensación de ocio, despreocupación y falta de mando les resultaba a algunos intraquilizante, a otros extraña y a los menos divertida. En primer lugar de la puerta adornada de esponjosa quitina de Kruk
salieron a la carrera varios trogg montados en perros salvajes de manera desenfrenada y sin ninguna evidente noción de monta sobre los mismos. Lo que pretendía ser una carrera de canes se convirtió en un grupo de jinetes trogg sobrevolando a los hambrientos perros que buscaban algo de comer en el suelo de piedra del teatro. Olisqueaban, ladraban y se aventuraban sin concierto por el llano de piedra y los jinetes no eran sino pesados bultos a desparramar por el frío suelo si era posible. Los trogg al no poder controlar las monturas, provenientes seguramente de vestigios del ejercito orco, se apartaron de ellas dando un gran salto y ayudados de sus alas semitransparentes. El supuesto árbitro de la carrera se encaramo a las gradas para evitar ser mordido por los perros, que ya no tenían mas dueño que su hambre perruna, valga la redundancia. No eran monturas dignas de un espectáculo inaugural aunque los troggs, quizás excepto unos pocos, no
sabían lo que era un acto inaugural. Rápidamente el maestro de ceremonias trogg alzó el vuelo y llegando al
centro del teatro ordenó que lazaran a los perros y los sacaran de
allí. El maestro de ceremonias, un trogg enano y algo nervioso de movimientos, presentó entonces el canto de lamento de Portivilia. Al centro del escenario saltaron algunas humanas vestidas con coloridas vestimentas de seda. Las humanas empezaron a cantar entre los sonoros graznidos de los trogg que mostraron repulsa ante el espectáculo y empezaron a lanzar frutas y otros restos de comida a las recién estrenadas cantantes. Estas intentaban cubrirse de los cariñosos golpetazos con los brazos y se dispersaron por el anfiteatro buscando parapetarse en algún lado; no era un espectáculo muy digno ciertamente. Los vestidos de las coristas acabaron ajados y manchados de fluidos multicolor de las viandas trogg. El maestro de ceremonias no sabía donde meterse, se llevo las manos a
la cabeza y escupía al suelo en señal de indignación. Mientras, Artaj
miraba con ironía la escena y se dijo a si mismo que bueno al menos los tenia entretenidos y contentos, aunque el teatro pareciera el mercadillo de fruta, mantenía contenta a la muchedumbre, todo era empezar... Por último añadir un enlace al archivo del PDF realizado por el maese gnomo sobre la gran batalla en Adkyndia. |