Extracto del turno Atlantes:

Una misión para un Rey:


Sardándalo, con el espíritu heroico que le caracteriza, se lanzará a la Caza del Leviathan, para vengar las afrentas que esa bestia ha provocado al único emplazamiento atlante conocido aparte de Myl-Ablos. Antes de partir tendrá una larga conversación con Abel-Asturii, que no deja de ser el único que ha visto al monstruo en vivo y en directo; será ungido en el Consejo de los Ancianos para que reciba las bendiciones de los dioses (sobre todo del Gran Dios Sardina); y tratará de informarse un poco acerca de defensas contra el ácido y sus efectos (por ejemplo, llevará frasquitos con una especie de ungüento formado por algas trituradas y sales minerales, con un PH muy alto, con el fin de que las bases que contiene sean capaces de neutralizar en lo posible los efectos del ácido. Frotará con él su escudo y sus armas antes de enfrentarse abiertamente al monstruo, y lo aplicará sobre las heridas que le provoquen las escupidas de aquél). Además, y dado que la bestia parecer ser tuerta (según narra la Crónica Abeldense), tomará nota mental de tratar de vaciarle el otro ojo, para así debilitarla en los posible.

Más arte Atlante:

Inauguraremos en esta ocasión una nueva sección: Los Anales de Myl-Ablos (otras de sus denominaciones son las de Tratado de Razas Extranjeras, o Manual de Uso para Viajeros), especie de cuadernos de campo donde nuestros bienamados atlantes anotan la escasa información que poseen acerca del mundo y las razas exteriores, información que, dada la situación actual, se remite a los relatos de grandes aventureros del pasado que viajaron allende los mares. (Es famoso el dictamen que acerca de ellos emitió, tras haber conocido unos fragmentos, un soberano de los elfos, un tal “Jacki-Sieras” o algo así: “Por lo general son erróneos e incompletos, y necesitarían de una actualización... pero en ocasiones resultan graciosos, incluso para un elfo”).

Esta primera entrega mostrará unos pocos artículos relacionados con los pueblos enanos del interior, adonde algunos intrépidos fueron capaces de llegar en épocas pasadas, volviendo con historias que no pueden provocar más que estupefacción.


Enano: individuo cuya descripción más aproximada sería algo así como “roca barbada”. Resultan fácilmente reconocibles por su envoltura metálica y un cierto olor acre, pero en caso de duda (un observador poco avezado podría confundirlos fácilmente con un saliente del terreno), existe la infalible Prueba de la Barba: tírese fuertemente de la parte que se considera podría tratarse de la consecuencia de la ignorancia del término “afeitado”. Si el individuo comienza a emitir sonidos guturales visiblemente malhumorado y/o intenta lanzar hachazos a diestro y siniestro, no hay lugar a dudas: es un enano. Si por el contrario permanece estático (y no ronca), lo más probable es que se trate de una formación geológica, curiosa pero inanimada.

Cerveza: nombre que el pueblo enano da a la orina, la cual acostumbra a conservar en una especie de ánforas más bien toscas que ellos llaman “jarras”, talladas en cráneos de orcos y profusamente decoradas con ricos y llamativos motivos ornamentales.

Montañas: seres fantásticos de la mitología enana, de anatomía rocosa. Algunos viajeros atlantes afirman haberlos visto en persona: unos los describen como terribles monstruos que escupen fuego y azufre, al estilo de los dragones, por ojos, nariz y boca; otros, como señores de unas torres de enormes dimensiones que tocan la bóveda celeste; algunos, como gigantes cuyo vientre está repleto de piedras preciosas, e incluso hay quien afirma que no son sino guardianes de unos templos de sal asentados sobre tremendas columnas de piedra. Testimonios y relatos tan contradictorios no permiten sino suponer que la existencia de tales monstruos es ficticia, y que los que afirman haberlos conocido son o lo suficientemente charlatanes como para pretender engañarnos, o lo suficientemente ingenuos como para haber sido engañado ellos mismos.


La Pinacoteca Atlante se enorgullece en presentar su nuevo ejemplar, una obra de arte recién salida del estudio del pintor, inspirada en la Crónica Abeldense (nótese la pericia y astucia del artista, que en vista de la falta de datos acerca de la anatomía de la bestia decide difuminar la escena, lo que le otorga un aire épico y legendario... la imagen de cómo una pequeña galera embiste en vano contra la mole del monstruo, autoinmolándose en un último gesto heroico, se muestra así como verdadero símbolo de la resistencia a ultranza y del coraje más allá de la muerte... de la conciencia del deber... de la lucha perpetua y desigual de la pequeña llama de la civilización frente a la inmensa extensión de las tinieblas... del destino del pueblo atlante, en definitiva):

La furia de Leviathan
(Acrílico, 35x52)

Por otro lado, anunciamos felices el regreso de los Ablesèia, de los cuales, en resarcimiento por la interrupción en su publicación el pasado turno, ofrecemos en éste una entrega de mayor extensión:

¿Dónde mete el oro el Rey?

El pueblo atlante es de conocido carácter voluble, y tiende a manifestar espontáneamente su descontento o adhesión. El excepcionalmente útil para el historiador y el atlantólogo registro de los Ablesèia no ha dejado de hacerse eco de dicha voluntad popular en no pocas ocasiones, siendo quizá la más conocida la rima que presentamos a continuación, contemporánea a la subida de impuestos dictada por Sardándalo, medida que primeramente no caló bien entre sus súbditos.

Anteayer a mi burbuja*
se acercó un recaudador.
Sorprendido, preguntéle:
-¿Voto a tal, qué aconteció?
Respondióme en tono frío
(y más bien calculador):
-Otra cosa no acontece
más que impuestos, mi señor.
-No se atribule Vuecencia,
que uno es fiel contribuidor;
más veamos, que eche cuentas
de estas visitas de Vos...
Si no yerro, me parece
que aqueste día el de hoy
viene a ser del mes el décimo
(o el noveno, qué se yo)
en que honráis la mi morada
con visita de rigor.
Y no es que me disguste
de su aliento el mal olor
(que uno al fin y al cabo siente
por los demás compasión).
Sino más bien me parece
(no se ofenda, con perdón)
que es mi Ánfora**, la pobre,
quien se queja, y con razón.
Pues comprenda, ya le pesan
sus visitas a traición,
que en cada una de ellas
le arrancáis el corazón,
y me la dejáis más hueca
que las fuentes del Pilón***.
Así pues, debo pediros
algo de moderación.
Que en Myl-Ablos somos ricos,
pero tanto, tanto no.
Y desde que este soberano
subió la recaudación
ya apretamos mucho, mucho,
pero mucho, el cinturón.
Es así que una pregunta
nos corroe cual comezón;
y, Vuecencia me disculpe,
ésa quiero hacerla yo:

Es secreto bien guardado,
murmurado por la grey;
mas, si nadie lo averigua,
¿Dónde mete el oro el Rey?

Pues no deja de pedirlo,
una, otra, y otra vez;
mas, si tanto no le basta,
¿Dónde mete el oro el Rey?

Es cosa bastante rara,
de riquezas tanta sed;
mas, si en ello se empecina,
¿Dónde mete el oro el Rey?

Pide sin dar nada a cambio,
y eso tampoco es de ley;
mas, si en nada lo utiliza,
¿Dónde mete el oro el Rey?

Dicen que dicen que dicen
que lo guarda por placer;
mas, si es deleite lo que busca,
¿Dónde mete el oro el Rey?

Una sospecha terrible
brota hondamente en mi ser;
no la digo por respeto,
que al fin y al cabo, es mi Rey.

Tan sólo diré una cosa,
Y luego me callaré:
“¡caramba, si quieres gusto,
métete piedras, joder!”

Confiamos a estas alturas
ya habrá advinado usted
ese sito tan privado,
donde mete el oro el Rey****.

* Refutación indiscutible de la absurda asertación de Waarben acerca de una hipotética forma “no euclidiana” (¿?) de los habitáculos de las ciudades sumergidas.

**Recientes excavaciones han confirmado la hipótesis formulada por Sir W. Faehdros hace ya casi un siglo a partir de extractos de documentos previos al Gran Cataclismo, exhumados de entre las ruinas de ciertos silos nucleares, según la cual hubiera sido frecuente en las casas atlantes el uso de una Gran Ánfora, situada en el patio central, a modo de “hucha”, donde se guardaban las riquezas de la familia inmersas en agua de mar. Al parecer quería la superstición que de ese modo eran protegidas por una especie de genio marino.
(Al día de hoy los estudiosos aún no han hallado explicación para el hecho de que esta costumbre no provocara la pronta aparición de herrumbre en las monedas.)

***Una vieja leyenda de Myl-Ablos, de gran predicamento entre los atlantólogos clásicos, afirmaba que las fuentes que ornamentaban el Pilón y la zona ajardinada en derredor se hallaban huecas y era posible acceder a ellas a través de pasillos subterráneos, circunstancia supuestamente aprovechada por los amantes celosos para situar en su interior esclavos que espiaran los actos y conversaciones del exterior, con el fin de detectar posibles infidelidades. Bien podría ser cierta la historia, que encaja perfectamente con la mentalidad atlante, mas hasta el momento no se ha hallado prueba alguna de su veracidad.

****La cancioncilla que pone fin a la rima ha provocado no pocos quebraderos de cabeza a los sabios más renombrados, de tal modo que el dilema del escondite donde el Rey Sardándalo guardaba el fruto de sus impuestos sigue sin ser dilucidado. No quiere esto decir que nadie haya aventurado hipótesis al respecto, pero amparándose en un supuesto “doble sentido” (más bien insultante) de la cancioncilla suelen resultar de tan poca seriedad y tamaño mal gusto que optaremos por no reproducirlas aquí.

Desde aquí debo pedir disculpas por no pegar parte alguna del magnífico turno de Enanos2 que lamentablemente ha extraviado la burocracia.