Extracto del turno Minotauro:

Saga de Ragnar Astas de Acero III Parte (la primera puede consultarse en Trovador o en este enlace)

De cómo Ragnar se proclamó Jarl del Norte

Ragnar coronó la cima del altozano y dejó que su montura descansase unos momentos.
El agotado toro que soportaba la carga del gran minotauro agradeció el respiro mientras a su alrededor se detenían los sudorosos y cansados miembros del Hirdh de Ragnar que observaron con él el bullicio que reinaba en Ragnarsholm, donde sus más de dos mil habitantes se afanaban en el quehacer diario.

“Estas dos semanas han sido provechosas, ¿no crees Éomund?” comentó sonriendo Ragnar a su mano derecha “Fíjate, las murallas ya están terminadas y parece que Thorvald ha iniciado la construcción de otro almacén...”

“Pues sí, es un alivio haber estado fuera cazando elfos...” rió Éomund “llegamos a estar en el pueblo y Thorvald se las habría apañado para conseguir que arrimásemos el hombro... Y acarrear piedras de una lado a otro no es una de mis aficiones, la verdad, perfiero las cosas sencillas como beber, perseguir hembras... ya sabes, lo clásico...”

“Pues vamos a mi casa, creo que tengo algunos barriles de cerveza que necesitan ser vaciados...”

Dos semanas patrullando a buen ritmo los lindes del bosque del norte y visitando las granjas y enclaves al norte de Ragnarsholm habían dejado agotados a los minotauros del Hirdh de Ragnar, y la rutina de los dos últimos meses en que no había habido ningún combate con los elfos convertían estas expediciones en tediosas para los guerreros con lo que la llegada a la pequeña ciudad siempre era bien recibida.

En las anchas puertas de madera reforzadas con barras de hierro de la muralla los esperaba Wulfhar, uno de los Housecarls de Ragnar que había quedado al mando de la guarnición de cien Carls y guerreros del Fyrdd que defendía la ciudad, y un grupo de jóvenes minotauros que se hicieron cargo rápidamente de las monturas del Hirdh.

“¿Algo destacable?” preguntó tranquilamente Wulfhar mientras Ragnar y Éomund desmontaban y el resto del Hirdh excepto cuatro Carls se dirigía a sus casas.

“¿Aparte de que nuestros culos ya tienen forma de silla de montar? No, nada, el norte está tan tranquilo que un niño podría ir de un lado a otro sin que le pasase nada...” respondió Ragnar mientras se estiraba para relajar la rigidez de su espalda.

“Pues aquí hemos recibido una visita inesperada y nada deseada... Los hemos alojado en varias de las casas nuevas mientras esperaban que volvieras de la ronda...”

“¿Quién ha venido?” preguntó extrañado Éomund

“Un emisario de Erik el Prepotente, ya sabes, el idiota que dice que es nuestro Jarl” comentó con disgusto Wulfhar “Se llama Hans, y creo que es primo de Erik, y ha venido con varios “prohombres” del norte para que respalden sus reclamaciones...”

“¿”Prohombres” del norte? ¿Y eso qué significa?” era evidente por el tono que la noticia no agradaba demasiado a Ragnar, que veía como sus logros en la zona podían irse al traste por culpa de las ansias de poder de los Jarls y Thanes del sur

“Pues que a Hans lo acompañan varios de los jefes de clan que huyeron al sur cuando los elfos aniquilaron a Sigurd y los suyos, y que ahora que todo está tranquilo vuelven a reclamar “lo que es suyo” y a apoyar a Erik. Entre ellos está mi padre, que insiste en que mi clan le debe obediencia... ¡¡¡Imagínate si han escogido bien a sus aliados!!!”

“Mierda.... Bien, acompañadme a mi casa, vamos a ver qué nos “pide” Erik... Y avisad a Thorvald , quiero que esté presente en la reunión, y tú ven también Aetheldric...” indicó Ragnar mientras se dirigía con paso decidido hacia su casa.

El mensajero del Jarl Erik el Audaz estaba impresionado y algo nervioso ante el cambio que habían sufrido las tierras que su señor reclamaba como suyas en los últimos meses.

En un breve lapso de tiempo los campesinos independientes de la zona se habían unido, habían construido un próspero pueblo bien defendido y habían triunfado donde el Thane de confianza de su señor y pariente había fracasado, derrotando a los elfos y deteniendo las incursiones de éstos en la zona.
Por lo que había observado todos los habitantes de la zona apoyaban sin reservas al proclamado Thane de la zona, ése tal Ragnar de quien nadie había oído hablar medio año atrás, y como ya había advertido a su pariente sin éxito la inclusión en su comitiva de los líderes de clan que habían huído al sur no había logrado nada positivo, ya que el desprecio que los pobladores del pueblo mostraban hacia sus no deseados acompañantes era notorio y en algunos casos se había llegado a las manos con resultados por fortuna no mortales.

Su mirada se paseaba distraída por la muralla de piedra que protegía el pueblo cuando uno de los Carls que lo acompañaba carraspeó y le comentó en voz baja “Señor, creo que la espera por fin ha terminado. Ahí vienen”

Hans desvió la mirada hacia las puertas de la muralla y vió como un pequeño séquito se dirigía hacia él. Al frente marchaba el guerrero más alto y corpulento que había visto jamás, que pese a su juventud ya medía más de tres metros de alto y era poseedor de unos musculados brazos y unos anchos hombros (Tanto como el mango de una de las temibles hachas de batalla que los Carls más aguerridos usaban) detrás de los cuales sobresalía la empuñadura de una gran espada de batalla que pocos guerreros podrían blandir eficazmente durante mucho tiempo, y tras él venían seis Carls más entre los que se encontraba el comandante de la guarnición del pueblo, el joven Wulfhar.

Mientras observaba como tres minotauros más se añadían a la comitiva Hans se giró hacia el jefe de su escolta y le ordenó que convocase a los norteños, que en breve se reunirían con el Thane del norte y que requería su presencia en la reunión.

Flanqueado por dos Carls Hans se dirigió hacia Ragnar, mas éste siguió impertérrito hacia su casa sin responder el saludo medio esbozado por Hans mientras uno de sus acompañantes se dirigía hacia el sorprendido enviado.

“Soy Aetheldric, Carl del Thane Ragnar” se presentó a Hans el polvoriento desconocido sin mostrar demasiada consideración por alguien de un rango tan superior al suyo, algo que en las tierras de Erik le habría costado unos buenos latigazos “En unos momentos Ragnar te recibirá en la sala. Espera hasta que te avisemos”

Hans se quedó boquiabierto mientras el guerrero se giraba para seguir a Ragnar, y pudo notar como los dos Carls de su escolta se tensaban enfurecidos por el desaire cometido al enviado de su señor.

Pasado el primer momento de sorpresa Hans rió por lo bajo, gratamente sorprendido por el giro que estaban tomando los acontecimientos. Era evidente que Ragnar era un recién llegado al poder y no esetaba habituado a las sutilezas de la lucha entre los nobles de los minotauros, y como tal sería fácil lograr su apoyo a Erik y su pariente no se vería obligado a destinar a parte de sus Carls a asegurar el norte, algo que Erik agradecería ya que la campaña contra su último rival de consideración en la lucha por el trono, el escurridizo Jarl Gunther, se estaba alargando más de lo previsto y se había estancado en una lenta guerra de fronteras en la que Erik ganaba lentamente terreno merced a su superioridad numérica pero que provocaba el descontento de buena parte de los Thanes y Jarls menores que le apoyaban y a los que había prometido una rápida victoria.

Mientras esperaba sonriente fueron llegando Ivar, Oleg y los otros cuatro líderes de clanes del norte que le acompañaban, y el resto de los Carls de su escolta formaron a su alrededor con sus brillantes armaduras y pulidas armas que ofrecían un vivo contraste con las de los cuatro Carls que se habían quedado a las puertas de la humilde casa que servía de residencia a Ragnar, con viejas cotas de malla que no les ajustaban correctamente y con armas gastadas por el uso y sucias del polvo del camino.

Tras más de media hora de espera ante las puertas de la casa hasta el alegre ánimo de Hans se había enfriado, y lentamente la impaciencia y el rencor por el trato recibido empezaban a adueñarse del enviado de Erik.

“Es evidente que estos norteños no tienen ni la más mínima idea de lo que es la educación” pensó disgustado Hans mientras observaba cómo varios minotauros entraban en la casa de Ragnar mientras ellos seguían esperando.

Finalmente Aetheldric salió de la casa y con un suscinto gesto indicó a Hans y su séquito que podían seguirle.

Hans observó que a diferencia de las humildes casas en que habían sido instalados al llegar al pueblo ésta en la que entraban no era nueva, sino que había sido construida hacía ya varias décadas, y tenía todo el aspecto de ser una granja típica del norte a la que se le habían añadido últimamente un par de dependencias extras a lo sumo.

En la entrada del salón principal Aetheldric indicó a Hans y su séquito que esperasen, ya que Ragnar estaba acabando de atender unos asuntos, y el séquito del poderoso señor del sur se vió obligado a permanecer a la espera una vez más, esta vez en un espacio demasiado reducido para que los quince miembros que formaban la comitiva dispusieran de comodidad, lo que crispó aún más los nervios de Hans.

En la cabecera de la mesa del salón Ragnar atendía al Bondi Rudolf y a su hijo Haldric, que a cambio de su ayuda y protección estaban dispuestos a pasar a engrosar la creciente clientela de Ragnar. Los dos estaban sentados en los largos bancos de uno de los lados de la mesa mientras frente a ellos se encontraban tres de los consejeros de Ragnar, mientras tres Carls más permanecían de pie cerca de la hoguera que calentaba la sala.

Mientras discutía con Rudolf los detalles del acuerdo (Ayuda en la construcción de un molino en la zona de la familia de Rudolf que le permitiría conseguir unos buenos ingresos anuales moliendo el cereal de los granjeros de la zona, más la consabida protección de los Carls de Ragnar en los cuales el joven Haldric esperaba ser admitido) Ragnar observó divertido como el semblante de Hans enrojecía de ira por momentos al ver cómo Ragnar consideraba prioritario tratar con un simple hombre libre antes que con el representante del Jarl más poderoso del reino.

“Bien, pues entonces estamos de acuerdo. Aceptarás mi protección y yo te ayudaré a construir el molino a cambio del uso gratuito del mismo durante un día a la semana y el pago de veinte sacos de harina al mes” comentó Ragnar a Rudolf mientras ambos desenfundaban sus cuchillos para realizar el tradicional ritual de clientela entre minotauros...

“Ejjjjemmm.... Treinta sacos al mes....” musitó por lo bajo el meticuloso y cerebral Thorvald, que como primo de Ragnar y en su calidad de administrador del pueblo y de las propiedades de Ragnar siempre trataba de evitar que éste perdiera dinero en sus transacciones con sus clientes.
Tras observar cómo Rudolf ponía mala cara al escuchar el comentario de Thorvald, que no se había movido ni un ápice en su exigencia de tributo mensual tras calcular el coste del molino, Ragnar continuó hablando “... veinticinco sacos de harina al mes. Respecto a la incorporación de Haldric a mi séquito de Carls, Éomund se encargará de supervisar sus habilidades durante una semana, pasada la cual sabremos si pasa a servir con Wulfhar en la guarnición de la ciudad y en el futuro podrá entrar en mi Hirdh si demuestra su valor y lealtad o si por desgracia tendré que remitirlo al Fyrdd local.”

Por toda respuesta Rudolf apretó su cuchillo contra la palma de su mano aliviado por la rebaja de las pretensiones de Thorvald y se cortó la misma para acto seguido mezclar su sangre con la de Ragnar, gesto que Haldric repitió en breves instantes.

Tras intercambiar abrazos y apretones de brazos con el resto de minotauros del séquito de Ragnar el Bondi y su hijo salieron sonrientes de la sala, obligando a apretarse aún más a los miembros de la comitiva de Hans para dejarlos pasar entre ellos, y mientras Ragnar se giraba hacia uno de los extremos de la sala e indicaba a alguien que entrase Aetheldric señaló a Hans el asiento que debía tomar, el mismo en el que instantes antes había estado sentado Rudolf.

Al tomar asiento Hans se percató de dos detalles que no le agradaron demasiado mas que no podía cambiar.

El primero es que aunque los bancos eran de la misma altura que la silla donde se sentaba Ragnar éste superaba claramente en altura al resto de los presentes, y para mirarlo a la cara Hans debía alzar la vista, lo que lo colocaba en una posición incómoda ya que subconscientemente parecía que él fuera un suplicante.

La segunda era que en la posición en que se encontraba Ragnar le permitía ver las reacciones de todos sus invitados, mientras él únicamente veía bien a Ragnar y no sabría si sus palabras agradaban o no a los consejeros de éste, algo que le interesaba sobremanera pero que no averiguaría sin despegar la vista de su anfitrión.

Hans se preparó para iniciar su discurso ante Ragnar cuando se vio nuevamente interrumpido, esta vez por la aparición de una joven hembra que se dirigió a la siniestra de Ragnar y se sentó en el extremo del banco ante el asombro del séquito de Hans, ya que las hembras de los minotauros no participaban en las reuniones y se limitaban a tareas menores.

Aunque la verdad es que esa hembra llamaría la atención en cualquier lugar y no simplemente por participar en una reunión de importancia. Tan alta como la mayor parte de los presentes, de movimientos graciles y de aspecto fuerte, con un pelaje de delicado color cremoso y un rostro en el que se combinaba la dulzura y la firmeza de carácter.

Su anfitrión esperó a que la hembra acabase de sentarse para pronunciar las primeras palabras de la reunión.

“Ante todo dejadme presentaros a mis amigos y consejeros. La encantadora dama sentada a mi izquierda es Ingrid, mi hermana mayor, a la que tal vez conozcáis por el mote que un Skald que había bebido más de licor de muérdago de lo aconsejable le puso en la pasada fiesta de la cosecha, “la Rosa del Norte”, un nombre algo florido pero que creemos que hace honor a su belleza y encanto” comentó jocoso Ragnar mientras su hermana enrojecía de vergüenza y le dirigía una mirada furibunda “A su izquierda está mi primo Thorvald, administrador de Ragnarsholm. Más allá tenéis a Aetheldric, mi heraldo, abanderado y jefe del clan Aethelsson, y a su lado su hermano Wulfhar, el comandante del Fyrdd de Ragnarsholm y jefe del clan Wulfsson. Y al fondo está Éomund, el primero entre mis Housecarls, líder de mi Hirdh y jefe del clan Edmundsson”

“Menudo atajo tienes como consejeros, jovenzuelo” comentó despectivo el viejo Ivar mirando con odio a sus dos hijos y a Éomund “Un par de desheredados que fueron expulsados vergonzosamente de su clan y un cobarde que huyó de la batalla en lugar de morir con sus hermanos en el bosque”

Ante estos comentarios Hans no pudo reprimir una leve sonrisa, ya que exponiendo los defectos de sus consejeros lograba una posición de fuerza desde la que negociar con el joven Thane. Mas la sonrisa se le heló en el rostro al escuchar la calmada respuesta de Ragnar, que hizo un gesto para calmar a sus colaboradores mientras comentaba en tono afable a Ivar “Vaya, no recordaba yo que los hubieras desheredado, viejo, y por la velocidad a la que saliste corriendo hacia el sur dudo que te diese tiempo a hacerlo en el norte... Por su valor en la defensa de nuestras tierras se han ganado el honor de fundar su propio clan, y como podrás observar si preguntas por estas tierras los habitantes del norte preferimos honrar a los guerreros que prefieren luchar por sus tierras que huir del peligro, por muy jefe de clan que sea el que ordena correr y muy baja sea la cuna del que decide quedarse a luchar. Y por favor, no confundas la inteligencia de Eomund con tu cobardía, de la misma manera que yo distingo entre la estupidez de Sigurd y su supuesto valor. Si en el sur las distinguieran tan bien como en el norte Erik no habría enviado al idiota de Sigurd a enfrentarse con los elfos y muchos buenos guerreros y parientes nuestros seguirían vivos, pero claro, el gran héroe de Erik tenía que demostrar a los campesinos del norte que era invencible y no el importó sacrificar a sus guerreros con su falta de previsión y falta de liderazgo en la batalla”

Con estas simples palabras Ragnar había expresado sus intenciones de ignorar los requerimientos de Erik y acusado a su Thane de confianza de los problemas del norte, abriendo una brecha difícil de salvar incluso para un negociador tan hábil y con tanta experiencia como Hans, que resignado inició la relación de las demandas de su señor.

La cerveza dejó un regusto amargo en el paladar de Hans haciendo juego con las airadas sensaciones que rondaban por su mente tras la reunión con el joven Thane. El cuerno de cerveza voló por la habitación para estrellarse con estrépito contra la pared opuesta, dejando un reguero de líquido a su paso y provocando que los Carls de su escolta lo mirasen extrañados, ya que Hans era conocido por el control que mantenía sobre sus emociones.

Molesto consigo mismo por haber perdido los estribos ante sus sirvientes Hans salió de la casa en que se alojaban para que el frío aire nocturno el ayudase a calmar sus agitados pensamientos. Este viaje al norte estaba resultando una verdadera pérdida de tiempo, y la experiencia era cuanto menos desagradable.

El joven Ragnar parecía estar más al tanto de la situación de las tierras del sur de lo que agradaría a Hans, y jugaba con la impaciencia de éste por lograr un acuerdo favorable a su señor que le permitiera volver a centrarse únicamente en Gunther.

Y para nada parecía que Ragnar fuera inexperto en el trato con otros nobles. El joven Thane era escurridizo como una anguila cuando se quería conseguir algo de él, y tozudo como una mula cuando se le trataba de presionar o coaccionar. Y sus consejeros no eran tampoco estúpidos, y formaban un bloque unido y cohesionado que apoyaba sin dudas al joven que habían elegido servir. Y su hermana... menuda arpía... ¿Rosa del norte?... Lo único que había sentido Hans eran las espinas de sus comentarios, que habían frustrado de manera sistemática todos los intentos de Hans de convencer a Ragnar en asuntos de menor importancia que habrían dado una base de poder en el norte a Erik en los años venideros...

Y lo peor es que no podía volver a Eriksholm con las manos vacías, ya que Erik había dejado muy claro que no le importaba cómo lo consiguiera pero que quería el control del norte cuando volviera.
Si al menos pudiera lograr el apoyo de uno de los consejeros de Ragnar, entonces tal vez podría persuadirse con tiempo al joven de que la causa de Erik era la que convenía seguir por que era claro que en alguno de los próximos Atherlings sería aclamado como rey de los minotauros. El problema estribaba en que todos ellos parecían respaldar sin reticencias a su Thane...
Tenía que encontrar alguna brecha en la armadura de Ragnar...

Dos reuniones más con Ragnar y sus consejeros evidenciaron que las propuestas de Erik no iban a ser aceptadas, y que Ragnar se negaba tanto a jurar lealtad a Erik y convertirse en su cliente como a enviar a sus Carls a engrosar las filas de Erik para ayudar en la lucha con el Jarl Gunther. Incluso se había negado a enviar ningún tipo de tributo a Erik, pese a que en sucesivos intentos de conseguir como mínimo ese gesto simbólico Hans había rebajado la cantidad exigida a un mínimo ridículo que equivalía únicamente a una muestra de respeto y vasallaje simbólico.

Hans pensaba ya en cómo explicaría a Erik su fracaso en su misión cuando durante la cena en casa de Ragnar observó algo que le había pasado inadvertido en las anteriores reuniones.

En un par de ocasiones el joven Wulfhar había mirado con lo que Hans creía que era una mirada de deseo a Ingrid, para acto seguido dirigir sus ojos con temor hacia Ragnar para comprobar que éste no lo había visto. Y en una de las ocasiones la mirada fría con que respondió el Thane evidenció que lo había notado y que la situación no era de su agrado, ante lo cual Wulfhar había bajado rápidamente la mirada y se había sonrojado, no se sabía bien si de vergüenza o de ira.

Mientras cubría su sonrisa con el cuerno de cerveza y trasegaba una generosa cantidad de dorado líquido Hans se permitió un momento de alegría y alivio. Por fin una brecha que le permitiría lograr algo.

De sobras era conocida la fiereza con que los norteños protegían a las hembras de sus clanes de los afectos de varones que no consideraban apropiados, y si Ragnar no aprobaba el interés que Ingrid despertaba en Wulfhar él ya tenía una pequeña cuña que podría usar para dividir el consejo de Ragnar y lograr la caída del Thane y su sustitución por otro más acorde con los deseos de Erik, ya que, lo quisieran los norteños o no, éste iba a ser en breve rey de todos los minotauros.

Convencer a Wulfhar no había resultado nada sencillo, mas la promesa de que Ingrid quedaría en sus manos y la palabra de que Hans apoyaría su nombramiento como Thane de la zona habían acabado por decantar al joven a cambiar su lealtad. La guinda por parte de Hans había acabado por afianzar la decisión de Wulfhar, y es que como suponía Hans la promesa de que la muerte de Ivar estaba cerca había agradado sobremanera a su hijo.

El Bondi Rudolf también había cedido a las presiones de Hans, y la promesa de la reducción del tributo a pagar a Erik por el uso del molino de sus tierras y la inclusión de su hijo en el Hirdh de Erik tras haber sido rechazado por Éomund para servir entre los Carls de Ragnar habían hecho que el campesino accediese a ayudar a Hans en su plan de acabar con Ragnar.

Como era de suponer ni el sutil y gradual cambio de Wulfhar, Rudolf, y los jefes de los cinco clanes más que habían sido persuadidos por Hans para apoyar a Erik influyeron en la decisión de Ragnar de mantener el norte fuera de la influencia de éste, por lo que Hans aumentó sus promesas a sus nuevos aliados, envió a parte de su séquito de vuelta al sur para que volviesen a las tierras de Rudolf con grandes cantidades de oro y un centernar de Carls y preparó la caída del joven Thane.

Los ataques elfos a las granjas del norte tomaron por sorpresa a Ragnar.

Tras varios meses de inactividad los elfos habían aparecido otra vez sin ser detectados por las patrullas que Ragnar mantenía constantemente en los alrededores del bosque y habían exterminado a todos los pobladores de cinco granjas, provocando una creciente preocupación entre los habitantes del norte.

Y dado que Ragnar no podía abandonar Ragnarsholm por que debía agasajar a Hans Éomund partió con cuarenta de los cincuenta Housecarls del Hirdh de Erik hacia el linde del bosque para solucionar el problema.

Tras los últimos meses de guerra de fronteras Éomund y sus cuarenta Housecarls serían capaces de repeler cualquier ataque elfo que no fuese una invasión bien planificada, y los ataques a las granjas hacían suponer que no se trataba de esa amenaza. Mas sin embargo al ver partir a sus guerreros hacia el norte Ragnar no pudo dejar de notar que había alguna pieza que no acababa de encajar en los ataques elfos, algo que se le escapaba.

Mas no tenía tiempo para tales divagaciones, ya que las múltiples tareas del gobierno de la ciudad y sus tierras requerían su atención constante cuando no estaba con sus guerreros de patrulla.

Tras varios días supervisando con Thorvald la ampliación y el refuerzo de las murallas de la ciudad y planificando la construcción de un complejo de casas largas en una zona sin edificar donde instalaría su residencia y se alojarían los Carls, la petición de Rudolf de que Ragnar acudiese a sus tierras a ver cómo se desarrollaba la construcción del molino supuso una agradable rotura de la rutina que Ragnar aceptó encantado pese a las quejas de Thorvald.

Ragnar, Wulfhar, Aetheldric y cinco Housecarls de su Hirdh partieron hacia las tierras de Rudolf acompañados de Hans y un par de Carls de su séquito, mientras Ingrid y dos de sus amigas los acompañaban con la excusa de que querían charlar con la hija de Rudolf, aunque Ragnar bien sabía que su heraldo despertaba un creciente interés en su hermana y le consentía el capricho como en tantas otras ocasiones.

Tras apenas una hora de camino a ritmo sosegado la comitiva llegó a la granja de Rudolf, donde se habían reunido una buena parte de sus vecinos amén de una veintena de robustos jóvenes que acarreaban los materiales que la construcción del molino requería, entre los que estaba un enojado Haldric que cada vez que miraba a Ragnar sacudía furioso la cabeza.

Mientras Ragnar charlaba animadamente con Rudolf sobre la marcha de la construcción en compañía de Wulfhar Hans y sus acompañantes se distanciaron un poco del resto de miembros de la comitiva y se dirigieron a ver las obras de cerca mientras los Housecarls de Ragnar se separaban un poco de Aetheldric y Ingrid, cuyos ojos entablaban una conversación mucho más seria y privada que las intrascendentes palabras que cruzaban.

Ragnar se giró para indicar a Ingrid que se acercase cuando notó cómo una hoja de acero se le clavaba en el costado. Giró sobre sí cuando la hoja salió de su cuerpo y aferró la mano de Rudolf cuando éste se disponía a clavarle su daga, y atónito usó su cuerpo de escudo ante el ataque de Wulfhar, cuya daga estaba manchada con la sangre del minotauro al que había jurado servir hasta la muerte con su vida.

La daga de Wulfhar se clavó en la espalda de Rudolf, y Ragnar empujó el cuerpo súbitamente pesado y sin vida sobre su antiguo amigo haciéndole perder el equilibrio mientras gritaba alertando a sus guerreros.

Mas por el ruido de combate que súbitamente despertó a su alrededor sus Housecarls estaban en problemas, y al desenfundar su espada Ragnar vio cómo más de una decena de guerreros salían de las casas de la hacienda de Rudolf y cómo Haldric guiaba a los jóvenes a su cargo hacia los guerreros de Ragnar.

Éstos formaron un círculo alrededor de Ingrid y las otras dos hembras, y ante sus escudos se estrelló la marea atacante mientras alzaban sus hojas contra los asaltantes. Su entrenamiento y arrojo impidió que fueran abatidos inmediatamente, mas la simple presión del número lograría que en breves minutos todos perecieran en desigual combate.

Tres de los guerreros más corpulentos de Erik, protegidos por largas cotas de malla y armados con una gran escudo y espadas anchas se lanzaron hacia Ragnar, y éste abatió a un par de ellos con una serie de poderosos golpes antes de que dos más se unieran a sus compañeros y Ragnar sufriera una herida en la parte posterior de su pierna derecha, que le hizo perder momentáneamente el equilibrio. Los tres guerreros a su frente se lanzaron sobre él, y aunque Ragnar logró atravesar el estómago de otro los dos guerreros supervivientes lograron sujetar sus brazos y ponerle de rodillas.

Con la espada manchada de sangre Wulfhar dejó la espalda de Ragnar y se colocó frente a él, y mirándolo con tristeza dijo con voz queda:

“No te resistas. Un sólo golpe, en recuerdo de la sangre que vertimos luchando contra los elfos...”
“¿Por qué Wulfhar? ¿Por qué me has vendido a Erik?” preguntó resignado Ragnar mientras a lo lejos sus Housecarls caían uno a uno y eran rematados sin piedad por Haldric y los Carls de Erik.

La mirada de Wulfhar se desvió un momento hacia su hermano y Ingrid, y cuando la volvió a posar en los ojos de Ragnar respondió amargamente mientras alzaba su espada:

“Ya no importa, la decisión está tomada y no hay vuelta atrás... El tuerto en verdad teje extraños dibujos con nuestras vidas...”

La espada descendió veloz buscando el desprotegido cuello del minotauro, mas en el último instante Ragnar giró bruscamente la testa y su cuerno izquierdo desvió la hoja, que resbaló por el hombro protegido por la cota de mallas de Ragnar e impactó en los brazos del guerrero que lo sujetaba por el brazo izquierdo cercenándolos y permitiendo a Ragnar moverse.

Aprovechando el estupor del otro guerrero que lo sujetaba y la momentánea falta que equilibrio de Wulfhar Ragnar se liberó y empujó al Carl de Erik sobre Wulfhar, tomando su espada y disponiéndose a acabar con los dos en los breves momentos en que se revolvían en el suelo y no podían defenderse.

Mas la llegada de nuevos guerreros y la visión de Aetheldric en el suelo sujentándose el muñón en que habían convertido su brazo derecho y cómo Ingrid era reducida mientras sus dos amigas se debatían en el suelo bajo los cuerpos de los guerreros que las violaban le hizo desistir. Aún no había llegado el momento de morir, el norte no podía caer en las manos de gente de la calaña de Hans y Erik...

A duras penas Ragnar agarró las riendas de su montura y se alzó a la silla notando la sangre correr por su costado y su pie, y tras espolear al toro partió hacia el norte perseguido por los insultos de sus enemigos y los gritos de dolor de las hembras violadas mientras notaba cómo los ojos se le llenaban de lágrimas de ira e impotencia.

“¡¡¡Quiero su cabeza!!!” gritó furioso Hans al ver escapar a Ragnar “200 monedas de oro para el que me entregue la cabeza de Ragnar antes de una semana”

Una decena de sus Carls corrió hacia los establos de Rudolf y en breves minutos partían al galopen en persecución del depuesto Thane del norte, mientras Hans se dirigía hacia Wulfhar y su hermano. Aetheldric se sujetaba con fuerza la mano para evitar que la herida se abriera otra vez, y miraba con odio a su hermano mientras éste lo miraba con cara de preocupación.

Ingrid yacía en el suelo al lado de Aetheldric con un fuerte moratón en la sien izquierda, y uno de los Carls de confianza de Hans mantenía a distancia al resto de guerreros de Erik, que se agrupaban alrededor de las dos hembras capturadas que seguían sollozando mientras los guerreros las forzaban.

“¿Cómo es que sigue vivo?” preguntó curioso Hans “Mátalo y volvamos a Ragnarsholm, mis Carls ya deben tener el control de la ciudad y es necesario que te presentes para evitar que la ciudad se convierta en un campo de batalla cuando se sepa que Ragnar ha muerto”

“Es mi hermano. Hoy ya he vendido a mi señor, no me exijas también que mate a mi hermano” contestó huraño Wulfhar

“De acuerdo. Quedará bajo mi custodia, y en cuanto esté recuperado partirá hacia la corte de Erik, donde será tratado con todo el honor y la cortesía que el hermano del Thane del norte y fiel aliado de mi señor merece”

“¿Después de lo que acabo de hacer necesitas un rehén para confiar en mí?” rió amargamente Wulfhar “De acuerdo, envíalo al sur, pero que sea tratado como corresponde a un guerrero de su valor y lealtad y no le ocurra mal alguno” comentó Wulfhar antes de girarse y dirigirse hacia su montura.

A un gesto de Hans dos de sus guerreros alzaron a Aetheldric y lo arrastraron hacia la casa, donde las hembras del clan de Haldric se encargarían de su herida, y mientras observaba cómo el nuevo Thane del norte se alejaba Hans musitó “Te aseguro que mientras vivas no le pasará nada. Cuando mueras.... te seguirá como un buen hermano....”

Decididamente Hans odiaba el norte.

En su mesa se amontonaban los legajos relatando las dificultades que los Carls de Erik encontraban para dominar completamente estas tierras, y raro era el día en que no se producían ataques a sus guerreros o a los clanes que apoyaban abiertamente a Erik.

Los Carls que habían partido en persecución de Ragnar habían desaparecido y Hans ya los daba por muertos, Éomund y sus guerreros habían logrado evadir sin demasiados problemas la emboscada que sus Carls les habían tendido en la zona supuestamente atacada por los elfos y la escolta que debía escoltar a Aetheldric a las tierras de Erik había sido asaltada por Ragnar y sus Housecarls y únicamente habían sobrevivido media docena de la treintena de miembros que la formaban.

Y por si eso no fuera suficiente para convertirse en un serio problema los jefes de los clanes que habían apoyado a Hans en su golpe de mano contra Ragnar habían empezado a morir y los rumores sobre la brutalidad del castigo de Ragnar se extendían como un reguero de llamas por el norte, imposibles de contener y aumentando el prestigio del antiguo Thane con cada nueva versión de los hechos.

El primero de los aliados de Hans en morir había sido Haldric, cuya familia había sido aniquilada en un ataque furibundo apenas una semana después de la investidura de Wulfhar como Thane del norte, y cuyo cuerpo se había encontrado crucificado y abierto en canal en los cimientos del molino a medio construir.

Días más tarde y ante los continuos golpes de mano sufridos el clan de los Haldersson había abandonado sus tierras y se había desplazado al sur abandonando a su jefe, que no se sabe si por orgullo o para proteger a su gente de Ragnar no los acompañó en el viaje y cuyo cuerpo fue encontrado ante la puerta de su casa por una patrulla de Hans, clavado al suelo y con las costillas extendidas en el antiguo y doloroso castigo del águila.

Hacía apenas una semana que la familia Svensson había perecido al incendiarse su vivienda, y los pocos que lograron salir del infierno en llamas en que se había convertido la granja perecieron bajo las hojas de los Housecarls de Ragnar.

Y ayer el último de los jefes de clan alineado abiertamente con Erik y Wulfhar había sido encontrado muerto en uno de los grandes barriles de cerveza del nuevo palacio a medio construir de Hans, con el cuerpo lacerado por múltiples heridas de lanza que habían destrozado el barril a la par que acababan con su vida.

Wulfhar no era de demasiada ayuda para Hans, ya que los remordimientos por sus actos lo corrían y se había dado a la bebida, convirtiéndose en un mero títere que hacía a desgana todo lo que le decían y era incapaz de conseguir ni el más mínimo apoyo para Erik en la zona, siendo despreciado unánimemente por todos los habitantes de la ciudad y siendo objeto de la burla general por su incapacidad de mantener relaciones con la bella Ingrid.

El escaso servicio que se había dignado aceptar trabajar en el palacio de Wulfhar lo hacía para controlar a los invasores (Ya habían sido ejecutados dos criadas y un mozo de cuadras al ser descubiertos con informes de Hans en su posesión, negándose a revelar el nombre del contacto al que iban a ser entregados) y confortar en la medida de lo posible a la pobre Ingrid, en al que el infeliz Wulfhar descargaba su odio y su frustración en forma de terribles palizas que en más de una ocasión habían estado a punto de costar la vida a la joven.

Con hastío Hans movió la cabeza para desterrar estos pensamientos de su mente, y se concentró en las buenas noticias mientras miraba por la ventana de su despacho mientras bebía un largo trago de cerveza de su cuerno.

Las noticias desde el sur parecían presagiar un pronto fin a la larga guerra por el trono, ya que en un audaz golpe de mano Gunther había intentado tomar uno de los pueblos que servían de base de operaciones a los Carls de Erik y había sido derrotado totalmente por el Hirdh de su primo, que se encontraba defendiendo la posición.

El propio Gunther había sobrevivido a duras penas del combate, y sufría heridas de tal gravedad que no podía dirigir a sus Carls en el combate. Erik había aprovechado el desconcierto que la ausencia de su líder había provocado entre sus enemigos y había tomado las tierras de dos de los Thanes más decididos y fieles a la cauda de Gunther, y sus guerreros estaban por fin preparándose para atacar desde varios puntos a la vez las tierras de Gunther y derrotarlo definitivamente.
Y cuando Gunther cayese definitivamente Erik podría enviar al norte los Carls que Hans le había solicitado en numerosas ocasiones para pacificar la zona y la resistencia de Ragnar sería aplastada definitivamente.

“Cómo voy a disfrutar cuando le arranque el corazón a ese maldito malnacido....” musitó Hans antes de tomar otro largo trago de cerveza mientras observaba la noche cerrada.


Mientras se calzaba las gruesas botas Hengist no dejaba de mascullar por lo bajo, maldiciendo la suerte que le había asignado la guardia nocturna en una noche tan fría como aquella. Y aún gracias que todavía no nevaba, pero el frío otoñal cortaba en esas tierras como en los más fríos días de invierno en su hogar en el sur, y un mísero fuego como el que encendían los centinelas a duras penas servía para calentarlos un poco y evitar que los dedos de las manos se congelasen.

Con suerte en una semana los refuerzos tan esperados llegarían del sur y podría volver a su granja, pedir en matrimonio a la encantadora Gertrud y olvidarse de la pesadilla que habían supuesto los dos últimos meses en estar tierras inhóspitas y duras, pobladas por gente a la que no entendía y que lo odiaba sin motivo.

La puerta se abrió de golpe y una brisa gélida atravesó la sala donde descansaban los Carls de Erik, provocando las protestas y los gritos enojados de varios de los guardias que seguían despiertos y que se calentaban las manos en la lumbre de una de las dos chimeneas de la casa larga.

En el dintel de la puerta apareció la figura de Rutgar, el centinela a quien había de sustituir Hengist, que miró perplejo a sus compañeros mientras daba un par de tambaleantes pasos hacia el interior de la casa.

“Maldita sea, Rutgar” le gritó Hengist “ espera a que vaya a relevarte. Ya sabes que el sarg....” las palabras cesaron de brotar de la boca de Hengist cuando la punta de una lanza apareción en el pecho de Rutgar, que cayó inánime en el suelo con estrépito haciendo que los guerreros de la sala se alzasen alarmados y buscando sus armas.

De la espalda de Rutgar sobresalían dos flechas y una lanza que un guerrero del extrajo con parsimonia sonriendo con malicia a los asombrado sureños, mientras a su lado varios de sus compañeros formaban un muro de escudos que cubría a los que intentaban cerrar las puertas de la casa con dificultad.

Hengist desenvainó su espada y se lanzó contra los guerreros de Ragnar aullando de rabia, mas sus golpes fueron detenidos por los escudos de los guerreros y la réplica de los lanceros de la segunda fila le abrió una profunda herida en el costado y otra que le inutilizó el brazo iquierdo.

Varios de sus compañeros lo retiraron del combate mientras el resto atacaba el muro de escudos, pero éste se mantuvo firme y retrocedió lentamente. Viendo la inutilidad de atacar a los norteños los hombres de Erik se replegaron y cubrieron a sus compañeros que estaban acabando de equiparse, cerrando las puertas para evitar que los hombres de Ragnar los atacasen. La puerta fue atrancada con varios listones de madera y un par de camas, y las ventanas y contraventanas se cerraron para evitar que los arqueros enemigos les dispararan.

Mientras los últimos sureños se armaban se escucharon varios golpes en la puerta y las ventanas, y se dieron cuenta con horror que los guerreros de Ragnar las estaban cerrando desde el exterior clavando largas varas de madera.

Entre gritos de alarma los guerreros de Erik se lanzaron hacia la puerta, mientras por las chimeneas caía aceite y paja que rápidamente propagó el fuego existente, empezando a arder el suelo de madera y varias de las camas. Angustiados y presas del pánico los guerreros de Erik atacaron la puerta con desesperación, usando sus hachas y sus espadas para abrirla mientras el humo lentamente hacía irrespirable la estancia y varios de los guerreros empezaban a caer asfixiados.
Cuando finalmente la puerta cedió ante los golpes de Hengist y dos de sus compañeros y los sureños se lanzaron al exterior parte del techo se había derrumbado, atrapando a una decena de guerreros de Erik entre las vigas incendiadas uniéndose a la veintena larga de sus camaradas que habían perecido ahogados por el humo, con lo que una escasa docena de Carls logró llegar al exterior de la cincuentena que estaban en el edificio cuando la puerta se abrió.

Hengist cayó de rodillas tras dar un par de pasos tambaleantes, respirando a grandes bocanadas el dulce aire mientras las lágrimas corrían por sus ojos. Aire, dulce aire, que fluía por fin por su reseca garganta.

Cuando al día siguiente los habitantes de Ragnarsholm tiraron su exánime cadáver a la fosa común con el resto de sus compañeros se extrañaron de que alguien con una herida de lanza tan brutal en el pecho pudiera mostrar una expresión de alivio y felicidad tal en el rostro.

Desde su ventana Hans observó extrañado cómo de repente unas fuertes llamas se alzaban en la zona donde estaban situados los cuarteles, y en breve el ruido del combate y los gritos de los heridos suplicando clemencia le hicieron comprender que sus guerreros estaban siendo atacados.
¡¡Inconcebible!!

Las altas murallas estaban vigiladas noche y día por sus Carls y tenía a más de cien guerreros en la ciudad. Era inaudito que Ragnar se atreviera a atacar, y menos que esperase salir vivo de la empresa.

Cogiendo su espada salió de la habitación y corriendo se dirigió al salón donde a buen seguro se encontraría Wulfhar bebiendo.

El nuevo Thane del norte se encontraba sentado en un gran sillón observando el juego de las llamas en la chimenea, y por su mirada perdida Hans supo que su borrachera era tal que difícilmente se podría tener en pie. A pesar de todo Hans apoyó su mano en el hombro del guerrero y se sorprendió cuando éste se deslizó en el sillón quedando tendido en el suelo.

Su mirada perdida no la había producido la bebida, sino la herida que le había abierto la garganta de oreja a oreja y lo había enviado a reunirse con sus ancestros y recibir su juicio.

“¡¡Aelfrud!! ¡¡Sigfried!!” llamó a sus guardias Hans súbitamente aterrado “¡¡A las armas!! ¡¡Nos ata....”

La daga que se le clavó en el costado interrumpió el grito de Hans, y mientras sus atónitos ojos encontraban los fríos de Ingrid la daga atravesó su corazón y la oscuridad se cernió sobre él.

Las cabezas de Wulfhar y Hans destacaban en la nieve, mientras detrás suyo el humo y las llamas se elevaban aún de los restos del palacio que los sureños habían ordenado construir.

Pese a la satisfacción que su muerte le causaba Éomund estaba profundamente preocupado. Ragnar y Aetheldric se habían pasado las dos últimas horas de pie ante los restos humeantes del palacio, intercambiando en voz queda alguna palabra de vez en cuando, y el dolor que sus rostros y su postura evidenciaban era tal que Éomund temía por sus amigos.

Cerró los ojos y recordó la imagen de la orgullosa Ingrid, con el blanco vestido manchado por la sangre de los traidores, su rostro fuerte y decidido enmarcado por las llamas mientras lanzaba las cabezas al exterior y cerraba la puerta del palacio en llamas pese a las súplicas que Ragnar y su amado, que habían tenido que ser sujetados por una decena de los Housecarls para evitar que entrasen en el infierno en llamas en que se había convertido la residencia del traidor y el sureño.
Suspirando con pesar Éomund se acercó a los dos sufrientes y silenciosos minotauros, jurándose hacer pagar a Erik todo el dolor que había traído al norte y a sus hermanos de sangre.

“Ragnar” dijo quedamente mirando a los ojos a su amigo y señor “la gente te necesita. Debes hablar con ellos, infundirles esparanza y ánimos. Saben que Erik no olvidará esta noche y que sus Carls volverán, te necesitan para saber que volveremos a derrotarlos, sin ti abandonarán otra vez como cuando los elfos salieron del bosque...”

Ragnar miró a los ojos a su camarada y asintió lentamente, y tras respirar profundamente se giró y se dirigió hacia el grupo de jefes de clan y guerreros que le aguardaban a una veintena de metros, mientras a su espalda se congregaban los expectantes habitantes de la ciudad..

Éomund miró insquisitivamente a Ragnar y indicó con la cabeza al lloroso Aetheldric, y Ragnar musitó quedamente “Necesita estar un tiempo a solas. Vio su muerte y no puedo evitarlo, necesitará tiempo para poder asumir que ella nos ha dejado....”

En un tenso silencio la pareja se aproximó a los jefes de clan mientras los Housecarls de Ragnar se agrupaban protectoramente a su alrededor, y Ragnar se encaró con los líderes de los minotauros libres del norte.

Durante un largo lapso de tiempo éstos se miraron entre sí incómodos, hasta que Olaf Hrolfsson, el más independiente y arisco de ellos desenvainó su espada y ante la sorpresa de Ragnar y Éomund la puso a los pies del envejecido Ragnar proclamando con voz fuerte: “Hemos venido a jurar nuestra lealtad al Jarl del Norte. Guíanos y te seguiremos”

Tras él el resto de jefes de clan desenvainaron sus espadas y las depositaron a los pies de Ragnar, mientras Éomund y los Housecarls añadían las suyas y los ciudadanos de Ragnarsholm gritaban a pleno pulmón “¡¡Jarl Ragnar!!, ¡¡Jarl Ragnar!!”