La Segunda Guerra de la Traición (Parte I - La guerra en las sombras)
El Rajá Jalendry de Pala era un hombre desconfiado. Tenía motivos para ello. Su rajputado había sido invadido tres veces, desde el sur, desde el oeste y desde el norte. Sus precauciones habían ayudado a que su reino sobreviviera a las invasiones, aunque el Rajá no se engañaba, y sabía que sólo el inesperado giro que los dioses dieron a la rueda del Karma, que hizo que sus enemigos se pelearan entre ellos, evitó su derrota en la última invasión.
Pero el Rajá no podía confiar sólo en los dioses, debía seguir tomando precauciones. Sabía que serían insuficientes si era atacado con la misma fuerza de la última invasión. Pero aún así las tomó porque, ¿quién conoce los planes de los dioses? Así Jalendry ordenó que se construyeran nuevos fuertes en Chandela para sustituir a los destruidos en la última invasión. Ordenó también que se reclutaran tropas para guarnecer la capital Nalanda. Y ordenó a sus espías que vigilaran ante cualquier intento de acabar con su vida.
Jalendry obtuvo una nueva prueba de que los dioses ayudan a quien se ayuda a sí mismo: en una celebración en la corte (porque la vida de la corte debía seguir y los nobles debían mantener su estatus y sus rituales, por muy amenazado que estuviera el rajputado) se presentó un mercader que decía venir del sur, con su joven y bella hija. La muchacha se mostró abiertamente insinuante hacia el Rajá, aparentemente con la aprobación de su padre. Eso no era sorprendente: que el Rajá dedicara una noche a una joven era un honor para ella y para su familia que podía abrirle muchas puertas al mercader. Si además la tomaba como una de sus concubinas eso podía suponer grandes riquezas para su padre.
La joven era realmente bella y conocía el antiguo arte de la seducción, las clásicas señales con las manos y los ojos, las posiciones insinuantes del cuerpo, todo el ritual consagrado por siglos de práctica cortesana. El Rajá le hizo la señal y la joven le siguió hacia sus aposentos mientras su padre miraba complacido.
Sin embargo, mientras el Rajá seguía su camino, la joven fue interceptada por miembros de la guardia personal del Rajá, que la llevaron a una habitación cerrada. Allí le esperaban tres eunucos del servicio del Rajá, que procedieron a registrarla con toda la minuciosidad posible. Así entre sus ropas, camuflada como si fuera parte del tejido, encontraron una fina pero muy afilada hoja. Al verse descubierta la joven derribó al eunuco que la sujetaba con asombrosa destreza, pero la habitación estaba cerrada por fuera y no tenía ventanas. Viéndose atrapada, se llevó la mano al cuello y se desplomó. Al examinar su cuerpo le encontraron clavada una minúscula aguja, que luego vieron que estaba envenenada. Su supuesto padre, el mercader, había desaparecido de la fiesta y nunca lograron encontrarle.
El Rajá Bramatarpo de Assam Norte era un hombre desconfiado. Aunque había asumido todos los títulos y prerrogativas del rango de Rajá, aunque todos los nobles de sus territorios le mostraban total fidelidad, aunque el pueblo no había dado ninguna muestra de que no le tuviera por su legítimo señor, Bramatarpo desconfiaba. Él mismo era el más consciente de que había llegado a tomar el trono con una traición, y temía que otros quisieran hacer lo mismo.
Empezando por el hijo del hombre al que había traicionado, el actual Rajá de Assam, Ganedra. No esperaba que se conformara con haber perdido la mitad de su rajputado.
Por eso cuando sus guardias le informaron de que habían detenido a un asesino tratando de entrar en sus aposentos, no le sorprendió. Ni tampoco le sorprendió que bajo tortura el asesino confesara que venía de Assam para matar al Rajá. Bramatarpo se esperaba algo así de Ganedra y creía que estaba preparado para ello. A lo que temía Bramatarpo es a aquello que no esperaba. Por eso seguía desconfiando.
El Rajá Sahedra de Rajput era un hombre confiado. Eso sorprendía a sus consejeros y generales. Su padre, el Rajá Mahide, tenía una sana desconfianza hacia sus vecinos. Los sucesos de los últimos años, cuando la traición de Bramatarpo (¿sólo de él?) le arrebató la victoria sobre Pala cuando ya la tenía al alcance de la mano, parecían darle la razón. Pero Mahide había muerto, y su hijo Sahedra parecía muy distinto a su padre, mucho más confiado.
Para empezar aceptó las explicaciones de Ganedra, el nuevo Rajá de Assam, sobre la traición de las tropas de Assam, y renovó con él la alianza que tuvieron sus respectivos padres. No sólo eso: incluso aceptó continuar con los planes de ataque contra Pala. Y así es como, contra la opinión de muchos de sus consejeros, en mayo de 1115 el Rajá Sahedra y sus generales se pusieron al frente de un gran ejército con casi todas las tropas del rajputado, incluyendo cientos de nuevos reclutas de caballería e ingenieros, y partieron hacia Pala.
El Rajá Ganedra de Assam era un hombre airado. No le faltaban razones: su padre había sido traicionado por uno de sus generales. En lugar de ver crecer el Rajputado de Assam a costa de su vecino Pala, había visto como el traidor se volvía contra él y le atacaba. Y aunque Ganedra logró rechazar el ataque y salvar la vida, tenía que soportar que el usurpador viviera como Rajá de su autoproclamado Rajputado de Assam Norte. Esas tierras eran de Assam, eran su legítima herencia, y él no soportaría más tiempo que estuvieran en manos de un traidor.
La noticia de que el intento de asesinato había fallado lo irritó aún más si cabe, pero era algo que podía suceder. Tendría que tomar el asunto en sus manos y matar él personalmente al traidor. Por eso mandó reclutar nuevas tropas de caballería pesada de élite, reunió a todo su ejército, convocó a sus mejores generales, y se unió él mismo a la expedición. Gaur, Tasmir, Maghada, Bihar, el mal llamado "Assam Norte" eran sus tierras e iba a recuperarlas costara lo que costara. En julio de 1115 Ganedra y su ejército entraron en Gaur.