Rajputado de Nasik
(Hinduismo Marítima Nación Abierta)
Jaganat, Rajá de Nasik.
Diplomacia:
Como en tantos otros lugares de la India, el año 1105 se inició con muertes. El General Radhakrish murió de una extraña enfermedad y el Rajá Jaganat tuvo que hacerse cargo personalmente de las tropas que mandaba hasta encontrar un sustituto. Sin embargo eso no alteró los planes del Rajá, puesto que pensaba dedicarse a permanecer alerta con sus tropas ante cualquier amenaza contra Nasik. Le acompañó el Príncipe Mahendapala, vigilando con su flota las costas y las rutas comerciales del Rajputado. Mahude no dejará que los negros presagios del invierno se convirtieran en realidad.
Con el Rajá vigilante, el señor Subhas fué el encargado de mejorar las relaciones con los reinos vecinos. Tras llevar aún más tropas para la defensa bajo el mando del Rajá, viajó hasta Mathura acompañando a un grupo de expertos en espionaje, junto con una importante suma en libros, ingenios secretos y oro para financiar su tarea de instruir a los servicios de inteligencia de Uttar-Pradesh. Tras dejarlos allí fué a Benares a encontrarse con Mahude, el Rajá de Rajput, para intentar convencerle a él y a su corte de los beneficios de un pacto con Nasik.
Al mismo tiempo el General Hanhu de Rajput hacía lo propio en Nasik con el Rajá Jaganat. Sin embargo el general era un hombre más habituado al campo de batalla que a la corte y más ducho en el combate que en las sutilezas dialécticas. Poco avesado a las costumbres de la corte de Nasik, extrañas para él, cometía una y otra vez pequeñas torpezas y desconsideraciones involuntarias que le rebajaban ante los nobles. Una y otra vez intentaba exponer las ventajas para Nasik de un buen acuerdo con Rajput, pero los nobles locales, incluso el mismo Rajá Jaganat, le escuchaban cada vez con más fastidio y empezaron a evitarlo. Frustrado una y otra vez en una misión que no podía resolver con la espada, como cada vez tenía más ganas, Hanhu se desesperaba. Él había obtenido la gloria luchando contra los bárbaros de Gaochan, y ahora era despreciado por un montón de nobles que no sabían ni por qué extremo coger una lanza.
Una noche, en una fiesta de gala que ofrecía el Rajá para lo más selecto de la nobleza de Nasik, Hanhu intentaba exponer una vez más su caso ante un consejero del Rajá. Mientras lo hacía, una vieja mujer que estaba sentada cerca de ellos se burlaba del acento de Hanhu, riéndose de él sin ninguna consideración y haciendo comentarios a sus acompañantes como si él no estuviera allí. Hanhu contenía a duras penas su irritación cuando la mujer estalló a ruidosas carcajadas por algo involuntariamente gracioso que él había dicho. Hanhu estalló y abofeteó a la mujer, gritándole que se callara mientras hablaban los hombres. La expresión de horror de todos los que lo vieron y el silencio que se hizo a su alrededor le hizo pensar que algo no iba bien. Pero eso no le preocupó mucho rato porque segundos después un noble le cortó la garganta con su daga enjoyada. El gran General Hanhu, el héroe de la guerra contra Gaochán, que se había enfrentado a miles de aullantes jinetes nómadas sedientos de sangre y había triunfado contra las temibles hordas bárbaras, murió en una fiesta palaciega. Nunca llegó a saber que había golpeado a la madre del Rajá de Nasik.
La indignación por el lamentable comportamiento de Hanhu, aunque mitigada en parte por haber recibido su justo castigo, dañó notablemente la imagen de Rajput entre los notables de Nasik. Sin embargo, los excelentes informes que enviaba Subhas desde Benares hablando maravillas de la muy afectuosa disposición del Rajá Mahude y sus nobles hacia los intereses de Nasik hicieron olvidar el desagradable incidente y llevaron a una mejora general de las relaciones con Rajput. La corte recibió con satisfacción el tratado de Defensa Mútua que firmaron el Señor Sabhu en nombre de Nasik, y el Rajá Mahude de Rajput. El pobre Hanhu y su desafortunado final quedaron relegados a ser una más de las anécdotas que se explicaban en la corte de Nasik.
Mientras los diplomáticos hacían su trabajo, los contables hacían el suyo. Del tesoro del Rajputado salieron grandes sacos de oro para financiar la construcción de obras públicas en Surhastra. También se dedicaron importantes sumas a mejorar, con la ayuda de los instructores de Uttar-Pradesh, la calidad de la caballería de Nasik; los progresos fueron muy significativos. Y también hubo oro para apoyar el trabajo del más notable de los súbditos del Rajá: el sabio Akshay, llamado el Viajero.
Akshay había decidido volver a trabajar en un campo en el que ya había hecho importantes avances: los explosivos. El Rajá dispuso que el sabio Akshay recibiera todo el apoyo y una sustanciosa subvención. Espoleado por las facilidades, Akshay continuó sus investigaciones con entusiasmo e inventó un sistema para concentrar cargas capaz de derribar muros de piedra. Los ingenieros del ejército de Nasik celebraron grandemente esta nueva arma de su arsenal. Sin embargo, este ingenio trajo consigo un acontecimiento nefasto: a finales de septiembre de 1109, cuando Akshay estaba haciendo una demostración ante el Rajá y sus generales y nobles una carga estalló inesperadamente. Akshay desapareció entre el humo y las llamas mientras una lluvia de cascotes y material en combustión caía sobre el estrado desde donde observaban las autoridades. Hubo numerosas víctimas, entre ellas el mismísimo Rajá Mahude.
La consternación se extendió entre la corte y entre el pueblo de Nasik. Los brahmanes proclamaron que esta súbita muerte era un castigo de los dioses, que se reservaban para sí el poder de la destrucción suprema y castigaban a aquellos que querían robárselo. Ellos habían lanzado el fuego del cielo sobre el impío Akshay, y en su enojo habían castigado también al imprudente Rajá por apoyarle. La gente acudió en masa a los templos para rogar a Vishnu que les protegiera y a Shiva que no les castigara, y masas de fanáticos acudieron a los centros de investigación o universidades que encontraron, quemando bibliotecas y linchando a los estudiosos que no pudieron huir a tiempo.
Los disturbios extendieron el descontento entre la gente e incluso entre los nobles. El Rajá había perecido y su hijo mayor Pavalamuthu tenía 14 años y no podía subir al trono todavía. Tal vez la muerte del Rajá sin heredero fuera una señal de que los dioses querían un cambio de dinastía.
Años antes el Rajá Mahude había encargado al General Mahendapala que asumiera la regencia si él moría antes de que Pavalamuthu fuera mayor de edad. Ahora se vería si esta elección fue acertada. Mahendapala actuó con celeridad. Dejó de lado los disturbios religiosos para concentrarse en tomar el mando de las tropas del Rajputado que afortuandamente estaban concentradas totalmente en Nasik, bajo el mando directo del Rajá. Mahendapala era un general respetado entre los oficiales y los soldados; a sus 75 años de edad todavía participaba en los ejercicios militares y montaba como el mejor jinete de Nasik. Había conocido a los padres y abuelos de la mayor parte de los oficiales del Rajputado, y muchos de ellos habían servido bajo sus órdenes directas. Así que cuando Mahendapala se presentó ante cada uno de los regimientos y le dijo a su oficial que le siguiera con su guardia personal, todos lo hicieron como un solo hombre.
Así acompañado de decenas de oficiales y de varios cientos de los mejores soldados de cada regimiento se presentó el General Mahendapala en Daman. Su llegada no fue acogida con vítores. Algunos nobles lo aceptaron como regente, quizás para evitar un mal menor. Otros se ausentaron apresuradamente de la capital, excusándose en el peligro del populacho. Y aún otros expresaron abiertamente su desacuerdo, pero estos bajaron la cabeza cuando Mahendapala y sus seguidores les visitaron en sus mansiones. No hizo falta tomar medidas de fuerza, todos aceptaron al nuevo regente aunque fuera no de muy buen grado.
Abortada cualquier oposición entre los nobles el Regente Mahendapala vovlió su atención a la algarada religiosa. Una vez más se ocupó personalmente del asunto: visitó a los líderes religiosos y les exigió que aplacaran los ánimos. Los brahmanes, que no querían que las protestas se les fueran de las manos, aceptaron hacerlo siempre que el nuevo Rajá se alejara de las impías prácticas de su antecesor, algo a lo que Mahendapala accedió con indiferencia; después de todo Akshay había muerto, así que eso ya no importaba.
Así las autoridades religiosas y los militares consiguieron frenar los disturbios. Pero el pueblo ya había vuelto su mirada hacia los dioses de siempre y se había vuelto en contra de los que osaban profanar los secretos divinos. La memoria de Akshay y de los investigadores había quedado gravemente manchada en las mentes del pueblo de Nasik.
En esta situación se llegó al final del año 1109 en Nasik. El viejo General Mahendapala había conseguido evitar un golpe palaciego o una guerra civil. Ahora era el Regente, había aferrado firmemente el poder y tenía bajo su mando directo todas las fuerzas militares del Rajputado. Por poco tiempo, empero. Pronto tendría que ceder todo esto al joven heredero Pavalamuthu.