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Votación cerrada: 23 de Enero de 2007, 01:02:29 pm

Autor Tema: III Concurso de Relatos de Klaskan  (Leído 7860 veces)

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Martin

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III Concurso de Relatos de Klaskan
« en: 17 de Diciembre de 2006, 02:35:32 pm »
Bueno para finiquitar este tema que nos ha llevado más de un año y con el que celebramos el 1º y el 2º aniversario de la web voy a recopilar todos los relatos que fueron publicados en el otro hilo y vamos a dejar una semana para que los que tengan relatos que no han sido publicados o tengan un relato a punto de terminar me los puedan enviar por privado.

Despues de esa semana abrire una encuesta para votar los mejores relatos. La encuesta sera como las de siempre, ya discutiremos el sistema de votación tipo eurovision para la proxima convocatoria. Y todo esto con la venia de Dehm, por supusto.

El que sea el limite de tiempo sea tan corto es para terminarlo, no es un tiempo para escribir un relato (aunque si alguien se anima ya sabe, a correr) sino para terminar los comenzados o enviar los que no tengo.

LIMITE PARA ENTREGAR ULTIMOS RELATOS: Domingo 24
FIN DE LA ENCUESTA: Domingo 7

Coloco ya la encuesta, si alguien tubiese algun relato que enviar todavia, se lo podeis enviar a alguno de los supermoderadores para que os lo coloque aqui y modifique la encuesta ya que yo me voy de vacaciones.

                     Saludos, Martín.

PD: Los relatos seran anonimos hasta despues de la votacion.
« Última modificación: 07 de Enero de 2007, 12:30:57 pm por Martin »
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

-Tu deber no es morir por tu pais, es hacer que tus enemigos mueran por el suyo.

                                         :jawa:

Martin

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #1 en: 17 de Diciembre de 2006, 02:36:18 pm »
RELATO 1:

Todo comenzo con un destello, un haz que vagando por el sin fin, prendio su fuego eterno, su fuego sagrado. Los dias las noches el tiempo, viajaron hasta el rozandolo con su dedo, señalando el destino; aquel incomprensible, aquel que a prueba te mantiene y no deja que se corte el hilo que algunos suspende.

-Mas no supiste abrir los ojos en el momento, ya sea por miedo o por incrédulo, con o sin razon, pero lo cierto es que aquí yaces frente a este portal- Se aclaraba la mente con una voz  sencilla y tranquila llenándolo de misterios a cada frase.

Alta, con casi diez hombres de altura, maciza de piedra con dos guardianes a su lado, inmoviles, mirando al mas alla, esta especie de Gárgolas le impedia el paso por el umbral hacia el otro lado. No habia tierra donde pisar, no habia mundo ni dios conocido, algo suspendido entre las tinieblas y las hilarantes luces que viajaban a travez del no tiempo, iluminaban aquel paso entre los planos, entonces, volvio a resonar en su mente una voz mas ronca aun.

-Eres casi lo que tu piensas, pero sabe bien, que apenas has llegado y no conoces, enciende tu llama.¡ pelea !- Esta vez le consumia por dentro aquel alquitranado vomito.
-¿Tu sabes que Umbral es?- Le dijeron aquel guerrero de luz azul.!!-Entonces ve y pasalo!!!

Los huecos se prendieron en llama viva y las Gárgolas que antes permanecían inmutables, esta vez se incorporaron con fuerza propia obligándolo a retroceder unos pasos y empuñar la espada “Shamhaim, la virtud de los dioses”. En guardia espero unos momentos, cuando podia vislumbrar como esos dos guardianes accedian al poder que les habia sido concedido, mientras sus mandibulas enseñaban sus afilados dientes, se desprendian de la capa de piedra que las envolvia, poco a poco se deshacian de las cadenas que los amarraba a su destino. Uno de ellos se disparo hacia arriba en movimiento veloz desafiándolo a blandirla contra su cuerpo, aunque todavía no estaba al alcance del guerrero, y la otra yacia aun sin movimiento, que de un salto y un rapido cruce de brazos desenfundo aquella forjada por los ancestros dando golpe certero contra  su pecho, cortándole de lado a lado. No sangro, solo emitio un aullido ensordecedor, que a cualquier alma debil podria hacerle temblar. Con ímpetu dio el segundo golpe siguiendo el movimiento feroz que el puño acaecia, sentenciando a su sombra a desaparecer, cayendo su horrenda cabeza de bestia al confin de los mundos. El otro guardian que en vuelo descendente viajaba hacia donde estaba, con sus garras de dragon listas para desgarrar, estaba a punto de alcanzarlo, cuando observo una fugaz luz brillar y de rodillas casi levantándose, a espaldas de la bestia giro reflejando el grandioso haz, que con la hoja de la espada hacia sus ojos llameantes dirigio, no pudo soportar el dolor frenando un instante la embestida de aquel demonio alado.El tiempo parecia dedicarle su mas extenso esfuerzo, pues el instante se transformo en una eternidad, que aquel con su espada supo aprovechar.

Ellos abrieron el gran portal, otorgandole al guerrero, el primer paso de la penumbra hacia aquel manatial indescifrable que algunos aprovechan y otros descartan por falta de valentia.

En la historia de los mundos nunca mas se oyo hablar del guerrero de llama azul, pues lunas se han apagado, soles han virado su curso y los portales no han sido descubiertos nuevamente, aunque recuerdo solo unas unicas palabras que seran recordadas...

"He sido un instante en el tiempo, una eternidad en el espacio y un momento en la inmensidad."
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

-Tu deber no es morir por tu pais, es hacer que tus enemigos mueran por el suyo.

                                         :jawa:

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #2 en: 17 de Diciembre de 2006, 02:36:52 pm »
RELATO 2:

Don Benito:

Lunes las 8:15 horas de la mañana, un día soleado, y como cada mañana, desde hacia 25 años el Señor Benito, iba a la oficina de correos ha trabajar, como era
respetuoso con el horario y muy estricto donde los haya, salía con tiempo suficiente para dar un paseo.
Por supuesto los días de lluvia cogía un taxi, pero solo los días de lluvia, que uno no ganaba para tanto coche, bueno, cada día pasaba por delante del quiosco del
Señor Marcelino, hombre bonachón que hacia 30 años regentaba el puestecillo, ya había pasado la edad de jubilarse pero el seguía en su sito, pues como el decía;
-De aquí solo me mueven cuando me muera o cuando caiga un meteorito.
El Señor Benito paseaba mirando los árboles del parque , los pájaros que volaban y las palomas que comían de la mano de alguien que madrugaba para darles de
comer, se paraba delante del quiosco y compraba el diario.
-Buenos días Señor Benito. Preguntaba Don Marcelino
-Buenos día Don Marcelino, ¿como andamos del lumbago?.
-Hoy mejor que ayer pero peor que mañana , decía con sorna.
-Bueno, bueno, eso esta bien, optimismo, en fin que le quería decir que su paquete ya llegó, si quiere se lo traigo en cuanto pase por mi mesa.
-Ah, estupendo muchas gracias muy buen amigo, así no tendré que dejar el puesto.
¿ sabe que es lo que espero?.
-Pues no señor mío, ya sabe usted que en correos somos muy serios con los paquetes;
Decía irguiéndose con orgullo y dando medio taconazo como en el ejercito, pues Don Benito, fue cabo de la legión hasta que una bala lo dejo para el arrastre y le
licenciaron con muchos honores.
Imagínese;
-Es un orgullo que hombres valerosos den todo por la patria como el soldado
Benito, que demostró un coraje y una frialdad, cuando el enemigo atacaba por la retaguardia, el, con todo el valor les dio para el pelo. Algo así debió ser el discurso
Y así dos horas de discurso y con un calor de 40 grados en fila de a dos y con el rifle y el macuto encima y acordándose medio regimiento de los padres del
capitán. Que ellos tan frescos bebían limonada, debajo de un tenderete sentados y con unos ventiladores puestos.
-Bueno, bueno, yo lo decía por preguntar.
-Pero en fin es una cosa de La Habana, ¿sabe usted?, son unos puros, que me manda mi viejo amigo el conde Don Ramírez;
Decir tiene que este hombre amigo del Kioskero ni era conde ni era Don pues el pobre desgraciado, los robaban de la fabrica y se los mandaba por correo, por la
vieja amistad que le unía desde hacia mas de 50 años.
-Ah, puros , pues los habanos son de los mejor que hay oiga, yo me fumé uno hace mucho tiempo y que aquello oiga, era mano de santo, como se lo digo; le
respondía Don Benito.
-Pues ya ve, uno que conoce gente importante, presumía el viejo Don Marcelino.
-Mire, cuando me los traiga, nos vamos a tomar algo a la tasca de doña Remedios, y le doy un par para que se los fume, pero solo para usted amigo mío ; decía
levantando la mano con autoridad.
-Solo para usted,
Repetía entre dientes y ya mirando a un cliente que se le acercaba para comprar el periódico.
Con un guiño y un
-Buenos días tenga usted Don Marcelino; seguía su camino a su oficina de correos
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

-Tu deber no es morir por tu pais, es hacer que tus enemigos mueran por el suyo.

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #3 en: 17 de Diciembre de 2006, 02:37:26 pm »
RELATO 3:

La biografía de Jarlaxe
(CAPITULO 3)

Los cuatro caballos cabalgaban deprisa, sus jinetes, amigos de toda la vida, tenían la cara desencajada de terror y miraban había atrás constantemente.
-Pero mira que eres burro Jarlaxe, tenias que hacerlo.- Dijo la única mujer del grupo, una bella elfa con ropajes de hechicera pero bastantes ajustados.
-Lo siento, no sabia que iba a salir así.- Se defendió el aludido.
-¿Pero visteis que grande era?- Dijo otro jinete, también con túnica de mago.
-¡Si!, si lo vimos. Y espero que no lo volvamos a ver.- El ultimo jinete portaba una armadura brillante y un mandoble a la espalda, además montaba un poderoso caballo de guerra.
De repente a la elfa se le desencajo la cara aun más y comentó-Pues me parece que eso no va a ser posible, mirar quien esta ahí, y parece que tiene amigos…

-------------------------Un mes antes---------------------------

El grupo de amigos había acudido a su cita puntualmente, sus nombres eran Jarlaxe, Iklinya, Banesh y Lej’ Masoj, todos hechiceros menos Banesh que era un poderoso guerrero. O al menos eso aparentaban.
Eran amigos desde la infancia y se habían reencontrado hacia poco en un torneo de magia, ahí habían decidido viajar los cuatro juntos en busca de aventuras, pero como no encontraban ninguna comenzaron a crearlas ellos para ganarse la vida. No les había ido mal hasta entonces, cuando Jarlaxe descubrió que una anciana conocía un poderoso hechizo de ilusión, lo cual les vendría muy bien para su “trabajo”. El hechizo en si consistía en crear una ilusión casi idéntica a lo que representaba con el aliciente que la ilusión representaba la peor pesadilla de la victima.
Un contacto les había dicho que la anciana vivía cerca del mar, en una cabaña. El mismo contacto les llevaría hasta el lugar, pero este no aparecía.
-Joder, que frío hace aquí, más vale que llegue pronto.- Dijo Lej.
-Vendrá, vendrá porque para eso le pagué.- Respondió Jarlaxe.
-¡¿Qué ya les pagaste?, pero ¿tu eres tonto o que?!- Gritó irritada Iklinya.
-Pero mujer, yo es que de esto no sé nada.
-Tu es que no sabes nada de nada. Si es que de donde no hay no se puede sacar nada.
-Eh, mirad, por allí viene. –Dijo Banesh.
-Menos mal.- Dijo la elfa mirando de reojo a Jarlaxe.

-Saludos amigos, siento el retraso, tenia que hacer unos recados.- Dijo el contacto.- Vamos, está a un día de viaje.

Efectivamente la cabaña de la vieja estaba a un día de viaje normal, pero cuando Lej, por equivocación, echo el hechizo de terror a su caballo y luego lo durmió para que se calmase, supusimos que el viaje duraría algo más. Tras tres días de duro viaje alcanzamos un claro del bosque donde había una cabaña de madera con un pequeño porche. En el porche, sentada en una mecedora, había una anciana con un bastón y un pañuelo en la cabeza.

-¿Quién esta ahí?-Pregunto está cuando oyó los caballos.
Jarlaxe, ilusionado por haber llegado a su destino respondió-Disculpe, somos unos viajeros que…
-¿Quién esta ahí?-volvió a preguntar la anciana.
-Vaya, esta medio sorda.-Dijo Lej, que se acerco a la anciana y gritó- Somos unos viajeros que…
-¡A mi no me grites!- grito, también, la anciana mientras se levantaba increíblemente rápido y comenzaba a golpear a Lej con el bastón.
-Lo… ¡ay!, lo siento señora- Dijo el agredido mientras se apartaba de la trayectoria de un bastonazo. Para su asombro, la anciana siguió golpeando el lugar donde antes estaba Lej, aparentemente, sin haberse percatado del movimiento de este.
-¡Encima la vieja esta ciega!- Exclamó Lej asombrado todavía de la reacción violenta que había tenido.
-¡Yo no estoy vieja!, todavía soy muy joven.- Dijo la anciana, más tranquila, mientras se volvía a sentar en la mecedora palpándola con el bastón.

Una risa atrajo la atención del grupo, en la linde del bosque había otra anciana, mucho más joven que la anterior, con un montón de leña cargada a la espalda.
-Disculpen a mi hermana, los forasteros le ponen nerviosa- dijo la recién llegada todavía recuperándose de las risas.
Banesh, tal como le habían educado en su infancia corrió a ayudar con la leña a la anciana. Pero esta respondió a tal gesto levantando su propio bastón y diciendo:
-¿Qué pasa?, ¿Qué por ser mayor no voy a poder con cuatro leños? Si quieres ayudar trae más madera del bosque.
Banesh, desconcertado miro al resto del grupo y se adentró en el bosque.
-¡Eh!, necesitaras esto. –Dijo la anciana cogiendo una pequeña hacha del cinto. Banesh la cogió y se fue a coger la leña.

Una vez dentro de la cabaña la anciana se presentó como Abilna. Su hermana mayor se llamaba Edelfesia. El contacto de Jarlaxe se disculpó y regreso a la ciudad.
-¿y que os trae por aquí?- Pregunto Abilna- No parecéis leñadores, a diferencia de vuestro amigo.
-Jajaja, Banesh es un caballero de los de antes.- Dijo Iklinya- Le han educado para ayudar a los más débiles, o a los que lo parecen.- Añadió resaltando la ultima frase.
-Vaya, me parece que conozco el motivo de vuestro viaje. –Respondió, más seria, Abilna. -¿no tendrá algo que ver con la magia?
-Lo ha adivinado, hemos venido por….

Tras contar la historia de su viaje adornada, como solo Jarlaxe sabia hacer, para que pareciese más emocionante, le preguntaron a la anciana sobre el famoso hechizo de la pesadilla y esta, agradecida por la compañía y la ayuda de Banesh, que se había puesto a reparar el tejado, explico al grupo como se podía conjurar:
-Otra cosa-Añadió después Abilna- Este conjuro crea una ilusión medio real de la peor pesadilla de la victima, esto quiere decir que, aun siendo una ilusión, podrá realizar muchas acciones como si fuese el objeto real al que representa, veamos un ejemplo.- Dicho esto sacó de una bolsa unos polvos, los lanzó al aire y, apuntando a un gato que estaba por la cabaña, dijo la salmodia que activaba el conjuro.
Una neblina se creo alrededor del animal que bufo y marcho corriendo, de la niebla salió un perro de caza lanzado tras el gato. Entre los dos comenzaron a tirar sillas, mesas y todo tipo de objetos hasta que salieron por una ventana. Fuera Edelfesia, que seguía en la mecedora levanto el bastón y cuando el perro pasó delante suyo le dio un golpe que hubiese tumbado a un dragón, el perro, sin embargo, en vez de quedarse en el suelo se convirtió otra vez en niebla y desapareció.
-Ya veis, el perro era una ilusión, pero los destrozos que ha causado son reales. La ilusión actúa como si fuese real y solo desaparece cuando es dañada gravemente. Tenéis que tener cuidado con este conjuro, si se lo lanzáis a un rey, podéis hacer que un ejercito de un país rival aparezca a las puertas de su castillo, además la ilusión se crea a través de la imagen que tiene la victima de su pesadilla, es decir, igual el ejercito era de mil hombre, pero si lo que el rey temía era un ejercito de un millón de hombres, eso es lo que aparecerá ya que la mente del objetivo del conjuro distorsiona, muchas veces, el recuerdo.

Todos salieron contentos del encuentro, bueno, todos no. Banesh estaba agotado, había reparado el tejado, cortado leña, arreglado los destrozos del perro y del gato y recibido una paliza de Edelfesia cuando había intentado reparar, también, el porche. Aun así su moral estaba alta, había ayudado a un par de ancianas “indefensas” y eso le producía una sensación de haber hecho bien su trabajo, algo que no conseguía desde que se había unido a sus amigos en busca de aventuras.

El grupo cabalgó a lo largo de la costa, Jarlaxe fue practicando por el camino su nuevo conjuro con animales, normalmente salían depredadores, perros, águilas e incluso un gran grifo cuando lo lanzo sobre su caballo. Tras varios días de viaje llegaron a una pequeña ciudad donde arribaban barcos de muchas partes del mundo, era un buen lugar para realizar su “trabajo”. El plan era simple, a un desafortunado comerciante rico (fundamental lo de rico) se le aparecía delante su peor pesadilla pero gracias a Dehm, nuestros “grandes héroes” estaban allí para salvarle y cobrar una cuantiosa recompensa.
Los cuatro amigos se separaron y comenzaron a tantear la ciudad en busca de su victima, al final del día, cuando se reunieron en la posada solo Lej había tenido éxito:
-Hay un mercader en el puerto que parece muy rico. Las piezas que expone, sobre todo artesanía, las trae de un lejano continente y parecen muy valiosas. Solo hay un problema, es pez.
-¿es pez?
-Si bueno, es uno de esos mitad hombre mitad besugo.
-Ahh, un atlante. –Dijo Iklinya.- No creo que eso sea un problema, por lo que he oído son bastante abiertos con los humanos a la hora de comerciar y tendrán pesadillas como nosotros.
-Yo no tengo problema.- Dijo Banesh.
-Ni yo, nunca fui muy racista, me da igual robar a un humano que robar a gente de otras razas.- Dijo Jarlaxe.- Así que adelante.

Al día siguiente por la mañana observaron al comerciante, en efecto era un atlante y parecía bastante rico. Por lo que al medio día, cuando la gente estaba comiendo, Banesh y Lej se acercaron a su puesto simulando estar interesados por sus productos, mientras Jarlaxe iba por detrás preparado para lanzar el conjuro. Era fundamental que nadie le viese hacerlo, porque podrían relacionar los hechos, además Iklinya, por ser elfa, se había quedado bastante apartada para no llamar la atención.
A una señal de Banesh (preguntar el precio de una estatuilla) Jarlaxe lanzó los polvos al aire y, apuntando al atlante, dijo la salmodia que le había enseñado Abilna.
Al principio se pensó que no había tenido efecto pues la neblina negra no aparecía pero este pensamiento cambió cuando unas calles más abajo, en el puerto, se empezaron a escuchar gritos. Todo el mundo que los oía se acerco al lugar para ver lo que pasaba, también lo hicieron los cuatro amigos y el mercader atlante. La escena que se encontraron se les quedaría grabada en su mente para siempre, la neblina negra ya alcanzaba los 10 metros y seguía creciendo y varios barcos estaban destrozados. Solo una persona en el puerto sabia lo que había dentro de esa niebla, el atlante estaba paralizado en el centro de puerto hasta que un tentáculo gigante se abalanzo sobre su barco y lo destrozó por completo, en ese momento el atlante dio la vuelta y echó a correr, pero Banesh lo paró y le pregunto que que era eso:
-…sablo…Abs…
-Pero bueno, deja de lloriquear y dime que cojones es eso.
-¡Es Absablo!, ¡ha regresado para destruirnos a todos!- Esto lo dijo gritando mientras se iba corriendo. Mucha gente que le oia no sabia que pasaba, pero había otras personas que solo al oir el nombre de Absablo también huian corriendo.

La sombra seguia creciendo, pero ya empezaba a disiparse dejando ver multitud de tentáculos. Los cuatro amigos decidieron que hacer:
-¿Qué es eso de Absablo?-Pregunto Banesh.
-Es un demonio que en la antigüedad destruyo a los atlantes-  Explico Iklinya- ¿no atendiste en las clases de historia?
-Bueno, ¿pero lo puedo destruir?-Dijo Jarlaxe.
-¡No!, es un demonio y para los atlantes es su génesis, lo consideran indestructible. No se como será el real, pero este también debe ser muy fuerte.
-Mierda, yo pensaba que su barco se hundiría, le robarían o aparecía una araña gigante. Para todo eso estaba preparado, pero no para un demonio, la pesadilla del pez tenia que ser un demonio. Mierda.
-Lo mejor es que nos vayamos, si saben que fuimos nosotros nos ahorcaran… o algo peor- Dijo Lej mirando al monstruo mientras decía esto ultimo.

Los cuatro amigos volvieron a la posada, ensillaron a sus caballos y se fueron de la ciudad intentando pasar desapercibidos. Una vez fuera de ella se marcharon al galope hasta que llegaron a una pequeña aldea. No sabían como pero la noticia ya había llegado allí y muchos habitantes salieron a preguntar por el monstruo, si era verdad, etc. Ellos dieron las menos explicaciones posibles y pidieron alojamiento por una noche, tras lo cual comprobaron que aun en tiempos de crisis aquellos campesinos eran unos avaros y les cobraron incluso el doble “por si acaso”. Nadie del grupo sabía que era ese “por si acaso”.

A la mañana siguiente Iklinya los despertó a todos.
-Venga, nos vamos.
-¿pero porque?, yo estoy muy bien en la cama.- Protesto Lej.
-Ahí fuera hay unos soldados preguntando por nosotros, igual nos has descubierto.
Lej se levantó con una expresión de miedo en la cara gritando-Mierda, tíos nos vamos ya.
El grupo entró en las cuadras por la puerta trasera mientras los soldados subían a sus habitaciones. Cuando los soldados bajaron corriendo al ver que no estaban lo único que quedaba era una estela de polvo dejada por los caballos.

Durante el camino nadie habló hasta que Iklinya dijo:
-Lo he estado pensando esta noche, lo que hemos hecho puede destrozar muchas vidas y cambiar el curso del mundo en el que vivimos.
-Ala, no será para tanto, seguro que cuando se acerque a una ciudad gorda saldrá un ejército delante y se lo llevará por delante.
-Pero mira que eres burro Jarlaxe, tenias que hacerlo.- Respondió Iklinya.
-Lo siento, no sabia que iba a salir así.- Se defendió Jarlaxe.
-¿Pero visteis que grande era?- Dijo Lej.
-¡Si!, si lo vimos. Y espero que no lo volvamos a ver.- Banesh parecía afectado de verdad, para su visión del bien y del mal acababa de atravesar un línea que le convertía en un monstruo.
-Pues me parece que eso no va a ser posible, mirar quien esta ahí, y parece que tiene amigos.

Al alcanzar una loma Iklinya había visto el mar y lo que en había. Cuando el resto le alcanzo vieron a “su monstruito” rodeado de un ejercito de atlantes, había miles de criaturas a su alrededor, parecían caballitos de mar si no fuese porque median metro y medio y algunos llevaban atlantes encima. En los acantilados de los alrededores había mucha gente, atlante y humanos, presenciando la batalla que iba a comenzar en breves.
De repente un barco se acercó al monstruo, Iklinya gracias a su gran vista, pudo distinguir al mercader atlante que intentado estafar al frente del barco, no era un barco de guerra ni llevaba soldados, por lo que Iklinya pensó que se estaba suicidando, claro que en ese momento nada le parecía muy real ni lógico. Cuando el barco se acerco lo suficiente viró y comenzó a alejarse de absablo que le siguió. Fue en ese momento cuando grandes grupos de las pequeñas criaturas se lanzaron contra el demonio.  La batalla había comenzado.

Transcurrida media hora de batalla el grupo decidió no seguir viendo la masacre y marcharon lejos de aquel lugar.

Un mes después Banesh y Lej estaban en un mostrador de un mercado. El propietario, un rico comerciante, les contaba las últimas noticias:
-Y entonces, los barcos persiguieron al monstruo, pero este dejo una especie de neblina negra y desapareció tras ella. Nadie lo ha vuelto a ver. ¿no les parece extraño?
Banesh sonrió y dijo:
-Si que es extraño, si.
-Disculpa- Dijo Lej cambiando de tema -¿Cuánto vale esta estatuilla?
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

-Tu deber no es morir por tu pais, es hacer que tus enemigos mueran por el suyo.

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #4 en: 17 de Diciembre de 2006, 02:38:20 pm »
RELATO 4:

Introducción a la historia de los no muertos

Los recuerdos son algo borrosos pero con un poco de tranquilidad uno es capaz de recordar hechos acaecidos hace eones.

Los no muertos aparecieron por primera vez antes de la destrucción del mundo primigenio. En aquellos ciclos de lucha y destrucción  muchos dioses y demonios cayeron en la cuenta de que podían conservar con cierto grado de conservación los cadáveres de los caídos en la batalla y reutilizar las legiones una y otra vez.

En medio de enormes batallas y guerras pronto fue obvio que si bien tales legiones de no muertos eran eficaces en batalla su numero crecía de un modo demasiado elevado como para controlarlas de un modo eficaz y dado que a los niveles más básicos sólo atendían a órdenes sencillas pronto se delegó en otras razas su creación, mantenimiento y dirección.

Cuando aquel mundo desapareció el conocimiento de muchas cosas se perdieron pero no fue axial con el arte de la nigromancia que siguió siendo usado en mayor o menos frecuencia por magos y razas.

A lo largo de las eras ese arte se ha mantenido cuando no perfeccionado logrando nuevas cotas. Sin embargo el origen de los no muertos es distinto, al menos en el caso que nos atañe, pues tuvo su origen en la vida.

El continente perdido, como era conocido por los reinos menos avanzados de otras zonas de klaskan era un raro hallazgo y fue colonizado por pocas razas entre las cuales en muchos casos había odios y guerras nunca finalizadas cuyo origen se desconocía.

En mitad de estas condiciones algunos de los miembros más avanzados de muchas de las razas se unieron en un conclave para intentar evitar que la guerra que los había destruido tantas veces repitiera el ciclo de muerte y destrucción.

En dichas reuniones, llevadas a cabo en un lugar apartado de las continuas guerras se buscaba eliminar el peligro a desatar de nuevo el terror y tras ciclos y ciclos de discusiones y negociaciones se llegó a un acuerdo.

Los sabios volvieron a sus naciones y anunciaron en ellas las buenas nuevas. Al fin la guerra acabaría. Y entonces, para su tristeza, fueron rechazados. Nadie podía comprender como traicionaban a sus raíces para enterrar los insultos y las disputas, las pérdidas de seres queridos y las ofensas recibidas, y dentro de sus propias naciones fueron rechazadas y repudiadas casi en su mayoría.

Decididos a hacer realidad su sueño abandonaron con sus familias y posesiones las tierras que los habían acogido y viajaron a un nuevo lugar donde pudieran dar forma al sueño que tenían en mente.

El inicio, como todos los principios, fue prometedor. La sociedad prosperaba, la vida era pacífica y próspera, muchas razas y seres convivían en poblaciones que pronto llegaron a ser ciudades populosas donde el comercio y la paz estaban defendidos por unas oligarquías de hombres sabios que velaban por el resto.

La nación creció en poder y riqueza manteniendo sus ideales intactos mientras alrededor continuaba la guerra y la muerte hasta que los ojos de aquellos que los habían expulsado cayeron sobre ellos. Su riqueza levantó envidias y ambiciones y pronto se levantaron ejércitos dirigidos a acabar con ese remanso de paz y prosperidad.

La riqueza no sirvió de mucho ante el poder de las armas pero los ciudadanos no querían volver a vivir en el miedo y muchos, centenares, prefirieron una muerte honorable antes que ser prisioneros o doblegarse al yugo de otros.

Así que tras la derrota de los ejércitos, mucho menos habituados a la batalla que sus homólogos, y acosados por todos los frentes las ciudades se  fortificaron y decidieron resistir a toda costa.

La lucha tras los muros de las numerosas ciudades permitió algunas victorias y los enemigos se retiraron en algunos casos ante lo imponente de las defensas aunque otros porfiaron y continuaron en su acoso y sus ataques.

Sin embargo ninguna muralla puede resistir si dentro no hay defensores y el acoso continuo trajo el hambre y la enfermedad. Varias ciudades cayeron y tras docenas de ciclos de asedios los asaltantes no tuvieron piedad ni los defensores la buscaron. Fueron asoladas y destruidas hasta sus cimientos, sus riquezas repartidas por todo el continente y la envidia desatada al contemplar el resultado de tales éxitos levantó esperanzas en otras naciones y razas que no dudaron en continuar los ataques.

Durante un centenar de ciclos la nación, antaño dueña de la paz y la vida, resistió tras sus murallas los embates pero una a una las ciudades fueron cayendo en manos de sus asaltantes y el ritual de sangre se  perpetuó de generación en generación.

Naciones enteras vivían y esperaban con ansia la temporada de  saqueos y asaltos a los pacíficos como comenzaron a llamar por aquellos tiempos a los descendientes del conclave donde pudo haberse ganado la paz.

Sin embargo en años de guerra y acoso los pacíficos habían desarrollado un estoicismo, en algunos momentos heroico, en otros patético, resultado de generaciones de humillaciones. Algunos se rebelaron contra esta situación e  intentaron aprovechar sus conocimientos arcanos y tecnológicos para expulsar a sus atacantes.

Pronto tales acciones  tuvieron consecuencias y se sucedieron algunos éxitos pero sus vecinos tenían una potente maquinaria bélica resultado de eras de guerra y asimilaron pronto los adelantos armamentísticos de forma que se volvieron contra sus creadores.

Las ciudades reunieron sus fuerzas y en la capital, tras las imponentes murallas del Horacio el constructor, reunieron fuerzas y conocimientos, de modo que decidieron proseguir en la línea arcana mejorando aún más sus conocimientos en tales artes.

Muchos magos alcanzaron cotas de poder hasta entonces desconocidas y provocaron tales bajas en los grupos de asaltantes y saqueadores que éstos se unieron en ejércitos mayores y volvieron a sus primeras acciones. Los pequeños saqueos o asaltos se cambiaron por enormes asedios sangrientos que les proporcionaban grandes beneficios y minimizaban las bajas.

Las grandes ciudades resistieron con fuerza usando todo su antaño envidiado dinero en mercenarios y hombres de fortuna pero la balanza no podía ser inclinada de nuevo a su favor.

Una tras otra las ciudades cayeron, aunque tras ciclos de resistencia, lo que provocaba en la mayoría de las ocasiones terribles consecuencias. Sin embargo cada ciudadano tenía conciencia de lo que perdía y cada uno luchaba en su puesto o defendía su barrio, su calle, su plaza hasta la muerte. Grupos enteros, una vez perdida la esperanza o abierta la brecha, se entregaban a la muerte para no ser hechos esclavos. Las madres mataban a los hijos, los padres se quitaban la vida y arrojaban maldiciones y entrañas sobre los asaltantes en una lujuriosa orgía de muerte.

Tras centenar y medio de ciclos de la próspera nación de los pacíficos sólo quedaban pequeños puntales en mitad de la tormenta y en mitad de ellos se alzaba la gran ciudad de la torre negra.

La razón de su nombre era la piedra, de basalto negro, usada en la construcción de la edificación más alta de toda la ciudad, su torre de magia. Los señores de la ciudad habían elegido con cuidado su ubicación en lo alto de una cordillera a la que sólo se podía acceder por medio de un angosto camino que subía bordeando abismos y defensas. La ciudad apenas había sufrido acoso alguno, en parte por la dificultad de cualquier acción y en parte  porque los magos de la ciudad, versados en las artes arcanas de la vida, habían castigado la osadía de quienes lo habían intentado.

Por otro lado la ciudad estaba construida aprovechando múltiples grutas y cuevas y aunque poseía minas de gran riqueza no poseía más que  pequeños huertos y el resultado de las cosechas de los valles limítrofes de modo que su población no era la mitad de cualquiera de las otras ciudades.

Sin embargo a pesar de que los pacíficos sentían un gran apego por sus hogares algunos supervivientes acabaron por llegar a la gran ciudad de la torre negra. Allí la vida era más sencilla y espartana pero mucho más tranquila que en las llanuras y colinas.

Si hubo alguna esperanza de vencer a los enemigos o incluso de hacerles entender que podían alcanzar su propia prosperidad con la paz está murió con la conquista de la gran capital.

Aunque había sufrido en otras ocasiones largos asedios, uno llegó a durar 32 ciclos, ninguno fue Fran cruel ni tan corto como el último. Una coalición de razas, unidas por y para la guerra, logró que la desesperación hiciera mella en algunos defensores que abrieron las triples puertas de la ciudad.

Se sucedieron siete días de continuo saqueo y se dice que la sangre tiñó los ríos de rojo y en la desembocadura el mar estaba sembrado de cadáveres de tal modo que la putrefacción fue tal que los mismos peces murieron.

Los últimos islotes fueron sucumbiendo uno a uno y en todos la orgía de sangre y muerte se perpetuó aunque aún se narra en canciones populares la heroica defensa del puente rojo por parte de Merik y sus hijos donde durante dos días y dos noches pararon a las hordas de asaltantes que penetraban por las puertas arrancadas de sus goznes o la canción de liviana y como se arrojó sobre sus asaltantes con su espada llameante y murió rodeada de una montaña de cadáveres.

Pero toda su heroicidad se ahogó en un mar de sangre que alcanzó finalmente la torre negra donde  las gestas y hazañas borraron el adjetivo de pacíficos de sus habitantes. Ninguna de los asaltos tuvo éxito ya que una docena de hombres podía defender la menor de las poternas del camino de ascensión a la ciudad.

Llegaron ejércitos de todas las razas conocidas pero uno tras otro fueron derrotados aunque a cambio los valles fueron asolados y los cuídanos pasaron hambre y muchos murieron en los  sucesivos asedios.

Los antaño ricos saqueadores veían en la ciudad una última joya por expoliar. Y una y otra vez volvieron a asediar la ciudad en continuos intentos que  acabaron por perpetuar un campamento de asaltantes permanente al pie de las montañas.

Los ciclos pasaron y ocasión tras ocasión los defensores rechazaron cada asalto hasta que finalmente un día no hubo nadie que  respondiera a las flechas ni a arrojase las escalas de las almenas.

Los sorprendidos atacantes tomaron la poterna que sus padres habían atacado por primera vez hacia casi cuarenta ciclos y llamaron a los refuerzos sin atreverse a proseguir su ascensión ya que nadie durante las últimas décadas había ni siquiera puesto un pié en más allá de la puerta del viento, como se conocía a dichas torres.

Del campamento, ya ciudad, envalentonados y decididos acudieron las huestes y entraron por el camino hasta la segunda puerta tras una ascensión de cientos de metros de sendero cortado a pico pero tampoco en esta ocasión hubo defensor alguno.

Las estancias estaban vacías, algunas llenas de polvo y sin señales de haber sido usadas en mucho tiempo y de hecho mostraban un penoso estado de conservación, como si hubieran sufrido ciclos de asaltos aún cuando ninguno de los atacantes había soñado con tocar alguna vez esas piedras.

Tras dicha puerta el camino se ensanchaba  para llegar a una monumental muralla tras la se extendía una corta meseta de tierra y piedra endurecida donde se podían ver raquíticos huertos cubiertos de escarcha y más allá una ciudad.

Las puertas colgaban sobre los goznes abiertas de par en par y los edificios, de piedra negra parecían empequeñecidos por la elevada torre que se elevaba hacia las alturas cual lanza hendiendo el cielo.

Aunque la temperatura era baja los soldados, ligeramente sorprendidos de la quietud, observaron a un viejo arar un patatal en el cual no podía crecer nada más grande que un guisante.

Los soldados observaron la postal un momento antes de que uno se adelantase y lanzase una jabalina que atravesó la espalda del anciano encorvado cuyo cuerpo cayó sobre la azada que  quebrándose por el peso rompió el silencio ligeramente otoñal liberando la tensión contenida mientras una avalancha de soldados comenzaba a entrar por las enormes puertas en dirección a la ciudad.

Un avezado soldado espero hasta que el caudal fue menor para hacerse a un lado. Como en todos los asaltos al comienzo había resistencia y podía haber riesgo, innecesario, ya que con tiempo hasta el más duro y resistente contaba donde había ocultado el oro.

La hueste de soldados fue disminuyendo y desapareció entre los edificios en ensordecedor griterío mientras aquí y allá empezaban a elevarse columnas de humo, aunque muchas menos de las habituales en tales libes. Recordaba con cierta satisfacción el relato de su padre del asalto a la capital y como el humo de los incendios oscureció la luz del sol durante varios días perpetuando la noche durante la que se inició el asalto.

Durante unos minutos unos soldados aporrearon la poterna lateral de la puerta como si realmente alguien la hubiera trancado y se hubiera ocultado en su interior pero cuando la oxidada puerta cedió y vieron un par de habitáculos desnudos se  precipitaron hacia la ciudad como el resto y un silencio roto de vez en cuando por el estallido de una puerta o algún grito de sorpresa volvió a reinar en el lugar.

Caminando con tranquilidad y una habilidad que sólo dan largos años de marchas militares el soldado comenzó a andar hacia la ciudad tomando nota de la posición de las torres de los más altos palacios, aquellos que sin dudas contendrían mayores riquezas, hasta que su instinto le hizo detenerse.

Llevándose  la mano a la empuñadura de la espada, la desenvainó, su hoja, ligera, silbó al viento mientras la engrasada vaina la dejaba escapar a la mañana. A veces los anteriormente conocidos por pacíficos mostraban una resistencia fútil pero costosa a los asaltantes y él no quería ser la última baja de una guerra de dos siglos.

A su alrededor el huerto, o más bien, el empedrado jardín, estaba tranquilo y más allá los primeros edificios no parecían contener señal de vida alguna. A lo lejos le llegaron unos gritos y sonidos de lucha, quizás al fin alguien presentaba su póstuma resistencia antes de unirse a los antepasados.

Un par de rezagados cruzaron en ese momento las puertas, al parecer abajo había aún un buen contingente intentando decidir si se trataba de una broma o de verdad habían caído las defensas.

Uno de los soldados, cual burdo mercenario, se agachó junto al cadáver del anciano dispuesto a buscar cualquier posesión que pudiera tener. Ignorándole el otro soldado, apenas un muchacho imberbe, seguramente de la segunda generación de los nacidos al pié de las montañas negras, observó fascinado el espectáculo hasta que su rostro se congestionó y comenzó vomitar su desayuno al pié del arco de la puerta.

Sobre la misma había talladas unas palabras ininteligibles, seguramente en alguna lengua perdida, que habrían helado su tuétano y sacudido su médula. Mientras ayudaba al joven aprendiz de soldado a sus espaldas se escuchó un gorgoteo que les hizo volverse a ambos rápidamente, el joven buscando ansiosamente un posible enemigo, el veterano con la certeza de tenerlo cerca.

La escena los dejó pasmados por igual. El cadáver del anciano sostenía en su mano el mango de la azada en cuyo extremo ensartado, por el cuello, el otro soldado, con los ojos desorbitados mirando aún la jabalina que atravesaba el pecho del viejo. Un pecho, que a la luz del amanecer, aparecía cubierto de pústulas, mostrando el hueso aquí y allá, con un externos quebrado bajo el que se adivinaba un vació frío hace tiempo.

Aunque aterrado por la situación el viejo soldado no perdió el tiempo y con un par de fuertes golpes de su espada seccionó la cabeza al cadáver que seguía aferrado a su presa. Maldición pensaba mientras cavilaba sobre lo que acababa de observar. Un grito de terror le sacó del ensueño, el joven, que evidentemente, por el olor, acababa de vaciar su cuerpo por todas las vías posibles, señalaba espantado hacia la ciudad.

La escena era demasiado terrible para ser descrita. Unos pocos soldados corrían, arrojadas las armas, hacia la puerta de la ciudad negra, aunque la mayoría eran cazados por un ejército de sombras que los perseguía con una velocidad asombrosa, y con armas que nadie querría ver en su vida.

Comprendiendo lo fútil de intentar resistir en ese lugar y habida cuenta de la matanza que se desarrollaba ante sus ojos el soldado dio media vuelta dispuesto a alejarse todo lo posible, pues es evidente que no está vivo lo que está muerto desde los primeros evos del tiempo y no está muerto lo que yace eternamente y aún con el paso del tiempo la muerte puede ser vencida.

Mientras empujaba al muchacho a través de la puerta algo atenazó con una férrea fuerza su tobillo provocando su caída, soltó un mandoble y algo se quebró a su espalda liberándole.

El descenso fue infernal pero para cuando llegaron a la puerta del viento habían logrado explicar más o menos lo sucedido a varias docenas de soldados y a un capitán de la guarnición que les ordenó tomar posiciones en la puerta a fin de mantenerla hasta que llegaran refuerzos.

Minutos después llegaron unos pocos soldados, algunos heridos, otros locos, que continuaron corriendo sin atender orden alguna y tras ellos, como una marea, aquellos de quienes huían.

El jovenzuelo ha logrado afirmar su estomago y alza ahora una alabarda, y con una veintena, sabedores de lo sencillo que es defender el estrecho pasillo entre la pendiente y el abismo, forma dos líneas de lanzas y picas.

Sin embargo, tras un par de minutos, ninguno de esos soldados respira, los atacantes se han ensartado en sus armas, en ocasiones cayendo al vacío, en ocasiones asfixiando a los defensores con sus garras o hiriéndoles de muerte con armas recogidas de los dioses saben que lugar.

Sobre las almenas de la puerta del viento la escena fue igual de  rápida, atacantes que ascienden, ignoran las heridas que a otros les habrían matado y otorgan la muerte allí donde alcanzan.

Finalmente unos pocos quedan o aterrados o heridos al otro lado de las puertas abiertas. El veterano aprieta su vientre allí donde una espada le ha dado un tajo por el cual se le escapa la vida. Recostado sobre el cadáver de otro compañero contempla como los últimos defensores son barridos.

Los no muertos quedan quietos justo bajo el vano de la puerta del viento. Esperan. Unos ojos vacíos le observan. Durante unos minutos no sucede nada y entonces abren filas. Entre ellas sale una oscura figura de porte majestuoso con una capona negra que le cubre la cabeza y en la cual se adivinan unos ojos que arden cual teas.

La figura observa un momento el camino y después asiente. El ejército de las sombras avanza imparable camino de la ciudad que hay en el valle. Uno de ellos se para a su lado, en su mano una daga, en su mirada la vacuidad de la vida y la plenitud de la muerte, y mientras la daga se lanza a por su cuello su mirada escapa del rostro maldito para observar, provocando una sonrisa, como una mano, cortada por la muñeca, aún agarra su tobillo. Y el último pensamiento de una vida anterior es que morir quizás  no sea tan malo.

Y la muerte lo acoge, como una madre, para liberarlo de su dolor y de su cansancio.
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

-Tu deber no es morir por tu pais, es hacer que tus enemigos mueran por el suyo.

                                         :jawa:

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #5 en: 17 de Diciembre de 2006, 02:39:04 pm »
RELATO 5:

El Origen de Klaskan

En el principio, en un tiempo más allá de las eras, cuando ni siquiera se podía hablar de tiempo, estaba la nada. Y sobre la nada, como una ligera niebla, flotaba toda la magia. La nada tejía en silencio entonces con la magia enormes tapices con sus sentimientos, de la misma forma que una araña hace su tela. De vez en cuando, los hilos invisibles de la magia formaban un nudo. Así se originaron los espiritus, dispersos por la nada y unidos entre ellos por la magia. Se encontraban centenares de miles de ellos, todos durmiendo congelados. Eran como huevos en un nido o niños dormidos en sus cunas. Así trascurieron Eones.

Entonces, como por azar, la nada se pinchó con sus agujas de costurera y de su sangre surgió el tiempo. El tiempo se desparamó sobre toda la madeja y le dio vida. Pero solo un espiritu despertó. Era el espiritu de la música, claro como una gota de agua. Tembló una vez y volvió a quedar quieto. Así pasaron miles de eones, pues aunque había despertado, al ver a sus hermanos en reposo tuvo miedo. Cuando reunió valor suficiente, volvió a temblar. Y un sonido celestial, más bello que la que cualquier instrumento pueda fabricar, rodeó a los espiritus que había en la nada extendiéndose entre los hilos de la magia. Era como cien mil cantos de aves y cien mil flautas de agua una mañana de primavera. Poco a poco, el resto de espiritus empezó a despertarse lentamente. La luz despertó en segundo lugar y desparramó su poder sobre la nada. Después despertó el viento y tomando la música como si fuera el velo de una virgen, la llevó riendo allá donde aun no se llegaba. La nada, asustada de ver su obra moverse, huyó al infinito. Así surgieron los espíritus.

Cuando llegó el momento, todos se miraron y exclamaron:

- Es nuestro mundo hermoso. Vivamos en paz y armonía, tengamos cada uno nuestro reino y sea la felicidad entre nosotros. Somos todos iguales en fuerza y esplendor. Hay sitio para todos.

Trabajando juntos crearon Klaskan, un enorme universo regido por la justicia y gobernado por los espiritus, que a partir de entonces se hiceron llamar “los creadores”. Llenaron las nuevas tierras con altas cumbres, profundos océanos, inmensas junglas e infiernos de fuego. Crearon la raza de las criaturas mortales, pequeños seres pensantes que se movían por Klaskan con libertad, cazando bestias y cultivando los frutos de la tierra. En aquellos olvidados tiempos había cientos de razas y cada raza adoraba a un espiritu y cosnstruía imperios como jamás los ha habido y habrá. Las riquezas de aquellos tiempos son legendarias: La ciudad de oro de Duseret, los bosques de cristal de Linderal, las islas aéreas de los Anyales...Nada de aquel universo queda sino su eco.

Pues la nada desde el infinito lloraba de miedo. Y con sus lágrimas despertó un nuevo espiritu, la discordia. El nuevo espiritu alcanzó Klaskan y lo habitó secretamente. Con sus malas artes enfrentó a sus hermanos por el gobierno de los grandes imperios. Pronto estallaron disputas entre las criaturas, disputas que en vez de ser zanjadas por su justicia suprema, fueron alimentas y alentadas por la mayoría de los creadores, que apoyaron a las que les eran más afines. Las criaturas ante esto, llamaron a los creadores dioses y demonios, según fuesen amados y protegidos u odiados y destruidos respectivamente. Pronto empezaron a luchar abiertamente unos contra otros y Klaskan empezó su declive.

Los dioses y los demonios despertaron las fuerzas ultimas en sus locas guerras de Klaskan. Alteraron la realidad, movieron la rueda del tiempo a su antojo, hicieron tuneles en el espacio para sus tropas, crearon aberraciones y removieron todo en su afan de poder. Mientras, la discordia reía. Hasta Klaskan empezó a agotarse y las energías comenzaron a fluir sin control.

Los dioses y los demonios atribuyeron esto a los hechizos de sus enemigos y lucharon más abiertamente, empezando a morir algunos. No se daban cuenta que Klaskan dependía de ellos y ellos de Klaskan, pues sus esencias estaban unidas. Cada vez que un espiritu moría, algo se perdía y Klaskan se destruía un poco. Hasta que se abrió la brecha.

La brecha fue el colapso total. La realidad comenzó a autodestruirse, a colapsarse. Hay quien dice que la nada, al ver como se emborronaba el tapiz que había tejido, trataba de deshacerlo para volver a tejerlo. Sea como sea, los dioses y los demonios firmaron una tregua y trataron de tapar la brecha. Muchos perecieron intentado conternerla, y todo era en vano. Otros quedaban atrapados entre las realidades cambiantes y caóticas en las que se deshacía Klaskan. En este caos perdían su personalidad y se tornaron brutales, convirtiéndose en criaturas sin alma, las bestias.

Un grupo de espiritus se dio cuenta de cual era la terrible solución. Sacrificándose, deshacieron sus esencias y con sus poderosas almas sellaron los trozos de Klaskan, los cuatro planos. A estos espiritus, cuya magia se disolvió por todo el universo que quedaba se les llamó “Elementos”, pues forman todo lo que queda. Los dioses y demonios firmaron la paz y crearon a los dragones, las ultimas criaturas, para velar por la seguridad de los nuevos planos. Pocas criaturas sobrevivieron, y las que lo hicieron tuvieron que luchar encarnizadamente contra las bestias que aun pululaban sin control por los planos.
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

-Tu deber no es morir por tu pais, es hacer que tus enemigos mueran por el suyo.

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #6 en: 17 de Diciembre de 2006, 02:40:04 pm »
RELATO 6:

LA MARCHA

Desde que tu no me amas
Amo a los animales
Y el animal que mas quiero
Es el buitre carroñero
(extremoduro).

   Gruntz desplegó el pergamino que había desenrollado de la pata del buitre.  Lo observó curioso y se lo entregó a Fuzkazam.  –Creo que no sé leer.

   El mago lo miró con reproche y tomó el pergamino que le ofrecían.  Lo desenrolló cuidadosamente y estudió las runas, luego lo volvió a enrollar y se lo pasó a su acólito. –Guárdalo.

   -¿Y bien?-. Preguntó el Gran Señor de la Horda intrigado.
   -Son noticias de Zakâl, el Grimburt.  Dice “pocas defensas, cosa fácil”.

   Los reunidos se miraron unos a otros y luego bajaron la mirada pensativos hacia la mesa donde habían desplegados varios mapas y algunas revistas de elfas ligeras de ropa.  Las miradas se clavaron en las revistas.

   Finalmente el Gran Señor de la Horda carraspeó, y todos se movieron inquietos con culpa simulada.  –¿Qué significa eso exactamente?-. Preguntó.

   -Significa que hay pocas defensas y que la cosa es fácil. –Contestó el mago-.
   -Fácil desde el punto de vista del explorador, que ya sabemos cómo ven las cosas esta gente. –Dijo Gruntz-
   -Eso es cierto  –Replicó Tor-Wuaki- todos sabemos cómo es el mismo Daôn de exagerado.   Aún recuerdo su historia de cómo trajo el huevo de dragón y de su lucha con la enorme dragona. Luego el Mago lo identificó como el huevo de un avestruz.

   Daôn no se encontraba presente en la reunión, todavía no había regresado de su misión ante los Minotauros.  Pero si hubiera estado presente no habría dicho nada.  Ningún Orco es lo suficientemente tonto o temerario como para replicar al Gran Señor de la Horda.

   -Cabe la posibilidad de que en realidad hayan pocas defensas tal y como dice Zakâl. –Apuntó Sûlwine el Señor de los Olog-Khush.
   -O puede que sea todo lo contrario y nos encontremos con un ejército mucho más poderoso de lo que imaginamos.  Yo creo que debemos andar con precaución antes de lanzar el ataque definitivo.  –Tor-Wuaki pasó el dedo por el mapa, aunque miraba hacia la portada de una de las revistas donde una exuberante elfa mostraba sus atributos alimenticios-.  Avanzaremos hacia el norte por esta ruta, nos encontraremos en este punto con Zakâl que nos trasmitirá un nuevo informe. Y esta vez espero que sea más concreto.  Gruntz envía un buitre a Zakâl y dale las nuevas instrucciones y manda otro a Laghâsh e informa al Señor de la Muerte de la situación, dile que precisamos de su magia para ablandar las defensas humanas.  Mañana por la noche salimos, espero que para entonces haya llegado Daôn con noticias.  –Y con un golpe en la mesa que lanzó mapas y revistas por el suelo, dio por acabada la reunión-.

   Al día siguiente la Horda se puso en marcha como una marabunta, desordenada e imparable rumbo norte.  Encabezando la marcha se encontraba el Gran Señor de la Horda junto a su inseparable lugarteniente Gruntz.  A su lado cabalgaba el Señor de la Ilusión Fuzkazam.  Tras ellos la infantería y los arqueros, en el centro las carretas tiradas por esclavos con los pertrechos y las máquinas de asedio despiezadas.  Cerrando la marcha los cabalgalobos y lejos avanzando a traspiés y variando el rumbo continuamente se arrastraba la Patrulla Condenada, el grupo de no-muertos que acompañaba a la Horda. En el aire Muggrath bramaba su enfado contra los enanos por no haberle permitido luchar en su torneo para niñas, mientras las arpías se divertían lanzando sus excrementos sobre las tropas que caminaban bajo ellas.  A media mañana se incorporó al grupo Daôn, quien informó al Gran Señor de sus negociaciones con los Minotauros tras lo cual ocupó su lugar en la avanzadilla de la Horda.

   Durante varios días avanzaron por un territorio salpicado de colinas de pendientes suaves con poca vegetación bordeando el hermoso valle que se veía a lo lejos y donde según los informes de Daôn los minotauros habían construido una de sus ciudades.  Al quinto día divisaron los llanos al norte pero antes de entrar en las praderas Tor-Wuazi ordenó acampar, desplegó guardias en el perímetro y esperó acontecimientos. 

   Al atardecer llegó un buitre con un mensaje desde Katund-Zâdûk.  El Mago recogió el mensaje antes de que Gruntz le metiera la zarpa y desplegó el pergamino de piel humana leyendo en voz alta. 

   -“Avistados dos espolones con bandera Atlante en el mar de Dot-Zô.  Nos mantenemos a distancia, esperamos instrucciones”.  Lo firma Nyhârgo, Krîtar al mando de la flota.-.

   Tor-Wuazi se llevó la garra al mentón, pensativo y con expresión preocupada.  Miró hacia el horizonte, donde se encontraba la ciudad humana.  -Los Atlantes vuelven a la carga, esto no presagia nada bueno-  pensó en voz alta.  Volviéndose hacia el Mago le dijo:
   -Envía un buitre a Nyhârgo con estas instrucciones: “eludir el combate, poned rumbo al sur, agrupad la flota”.

   El Mago tomó nota rápidamente de las órdenes y corrió hacia su carromato.  –Mago¡¡¡- Bramó Tor-Wuaki. –Alerta todas las guarniciones y envía un buitre a la Skûthrgraî para que movilicen sus tropas-.  Y volviéndose hacia su Lobo gritó:
   -Gruntz, levantamos el campamento.  Mañana nos espera la Gloria o la Victoria-.

   En poco menos de un surco de reloj el campamento fue recogido precipitadamente (o simplemente abandonado) y toda la Horda se adentró en los llanos del norte camino de la ciudad humana.  Tras varias horas avanzando sin ningún percance observaron en el horizonte la silueta de una pequeña construcción de madera, una torre de vigilancia sin duda alguna.  En lo alto alguien ondeaba un trapo de color rojo.

   -Es Zakâl –Dijo Gruntz sin apartar el acercalejos de su cara-.
   -Puntual a la cita, a veces pienso que este tiene sangre elfa, creo que es demasiado eficaz en lo que hace para ser un Orco-. Dijo Tor-Wuaki asintiendo.
   
   En esos momentos notaron un leve estruendo a sus pies que fue aumentando su volumen mientras la tierra comenzaba a estremecerse.  –A alguien le suenan las tripas- Dijo Gruntz despreocupado.  Aunque la mayor parte de la Horda miraba a todas partes intentando averiguar el origen  del bramido al mismo tiempo que el pánico asomaba a sus ojos.  Finalmente el ruido se volvió ensordecedor y una nube de rocío cayó sobre ellos empapándolos de arriba abajo. 

     -Agua¡¡, que asco. –Dijo Gruntz sacudiéndose-.
   -¿Qué demonios ha sido eso?, preguntó Tor-Wuaki.
   -He sentido una gran explosión de energía mágica más al norte.     –Dijo Fuzkazam-. Creo que el Señor de la Muerte ha cumplido su parte.
   -Pues veamos qué nos tiene que decir Zakâl, a ver si ha cumplido la suya 
    Tor-Wuaki dio la orden de continuar la marcha mientras se lanzaba a la carrera a través de la llanura, seguido por los jinetes de lobo y sus lugartenientes.



   Allá donde avanzaba la horda toda la tierra se encontraba cubierta de charcos y la llanura se había transformado en un erial de barro y fango.   El ejército avanzaba cautelosamente por el territorio húmedo hacia la torre de vigilancia que se encontraba ya muy cerca, mirando por donde pisaban y guardando un miedo atávico a la magia y a lo desconocido que nadie se atrevía a reconocer.  Al poco rato llegó la vanguardia hasta una pequeña colina de suave pendiente donde los humanos habían construido la torre de vigilancia que básicamente se trataba de una pequeña construcción de madera con una torre de poca altura desde donde los vigías oteaban el horizonte.  El perímetro se hallaba rodeado de una pequeña cerca de madera que parecía más diseñada para impedir que saliera nadie al exterior que para impedir a nadie acceder al interior.  Habían algunos edificios construidos contra la parte interna de la muralla de madera: unos establos  donde se revolvían nerviosos 4 garañones negros, un almacén a medio saquear, y un pequeño recinto para dar cobijo a los viajeros pues la guarnición dormía en el interior del edificio fortificado. La torre no tenía ninguna ventana en la parte baja y la puerta de acceso se encontraba a más de 10 metros de altura.  Unos pequeños ventanucos situados a esa altura permitían dar cobijo a los arqueros mientras descargaban lluvias de flechas sobre el enemigo.  Una escalera asomó por la puerta alta y se deslizó hasta el suelo, arriba asomó un rostro embozado y cubierto por una túnica de color gris que hacía señales con la mano invitando a los orcos que se encontraban en el patio a subir. 

   Arriba se dirigió Tor-Wuaki seguido de su lugarteniente Gruntz y entraron en la torre donde la figura descubriendo su rostro se arrodilló ante el Gran Señor de la Horda mientras se tocaba la frente con la palma de su mano derecha e inclinaba ligeramente la cabeza en lo que es el saludo habitual a un superior de la Horda.   

   -Mi Gran Señor.  La torre es nuestra –saludó Zakâl-
   -Buen trabajo explorador, ¿qué ha sido de la guarnición?, ¿no habrán conseguido escapar? –Preguntó Tor-Wuaki mirando alrededor-.
   -Están ahí abajo –Respondió Zakâl señalando hacia la estancia en la parte baja de la torre- Después de encargarme del guardia caí sobre el resto que murieron en la cama sin siquiera emitir un quejido.

   Efectivamente, en un rincón del amplio salón se encontraban seis literas, en todas ellas excepto en una había un humano con una sonrisa roja abierta en el cuello.  El otro se encontraba desplomado sobre una silla frente al fuego, donde con seguridad el desgraciado había ido a buscar un poco de calor en el frío de la noche.

   -Buen trabajo Zakâl –dijo el Gran Señor palmeando la espalda del explorador- Pasaremos aquí la noche y mañana emprenderemos el asalto a la ciudad.  Gruntz prepara los caballos y los humanos.  Hoy comemos carne fresca.

   Aquella noche la Horda comió y descansó en previsión de la batalla a la mañana siguiente.  Tan sólo permaneció despierta la Patrulla Condenada que se encargó de vigilar los alrededores de la torre de vigilancia, si es que se le puede llamar despierto al estado de eterna vigilia que tienen los no-muertos.

   Al día siguiente el ejército emprendió nuevamente la marcha, con las carretas de pertrechos más llenas aún gracias al saqueo de la torre de vigilancia que ardía elevando su columna de humo a los cielos como un tributo a los dioses de la guerra.  A media mañana llegó la Horda a los arrabales de la ciudad nómada, ésta se encontraba perfectamente amurallada y rodeada de un espectacular foso, algo que no inquietó en lo más mínimo al Gran Señor de la Horda que ordenó a sus tropas desplegar y disponerse para el combate.  Daôn dispuso las balistas y los arqueros, Muggrath se desplazó al flanco derecho junto con las arpías y el Mago.  Sûlwine y sus Ogros se desplazaron al flanco izquierdo mientras el propio Tor-Wuaki y su guardia ocupaban el centro del despliegue.  Los no-muertos iban de aquí para allá sin saber muy bien qué hacer. Entretanto los goblins y los esclavos al mando de Gruntz descargaron las piezas de artillería de las carretas y las montaron en la línea de batalla.  Después de un tiempo de desorden y descoordinación el frente del despliegue quedó relativamente organizado y todos los Krîtar miraron al Gran Señor esperando sus órdenes, éste sin quitar la vista de la ciudad hizo un ligero movimiento con la cabeza.  Gruntz alzó y bajó su cimitarra al mismo tiempo que Daôn alzaba su arco y los lanzapiedras, diez balistas y el grupo de arqueros comenzaron a descargar una nube de proyectiles sobre las murallas.  La primera andanada barrió las defensas, la segunda destrozó amplios sectores de muralla y las puertas.  Muggrath emprendió el vuelo sin esperar por las Arpías que permanecieron junto al Mago.  Abajo los no-muertos comenzaron a avanzar sobre el foso, cada uno arrastraba un carromato de mano con ramas y tierra que los esclavos habían dispuesto para rellenar el foso.  Al llegar al pie de las murallas lanzaron al interior del foso los materiales de relleno consiguiendo abrir un camino hacia las brechas de los muros, en ese mismo instante la infantería comenzó a avanzar sobre la ciudad a cubierto tras los escudos la guardia personal de Tor-Wuaki mientras los Ogros y los arqueros al mando de Daôn avanzaron sobre sus flancos.  En esos momentos Muggrath se abatió sobre la ciudad a toda velocidad sobre su pájaro de fuego que lanzó un alarido estremecedor. 

   Sin ni siquiera comenzar la batalla ya había finalizado.  Muggrath apareció sobre el resto de las murallas y alzando su martillo de guerra anunció la victoria.  Los humanos habían sido aplastados, literalmente, bajo el fuego devastador de los lanzapiedras. Toda la horda se encontraba ya en el interior de la ciudad conquistada saqueando y destruyendo todo lo que encontraban a su paso.  Aún así poco quedaba de lo que anteriormente había sido una ciudad humana que había osado ofender a la Horda, no había un solo ser vivo y todos los edificios de importancia habían sido desmontados o destruidos.  Sólo quedaban algunas chozas en pie que pronto sufrieron la ira de los invasores.  Los únicos humanos que habían permanecido en la ciudad eran las dotaciones de las balistas que habían sido abatidos por los lanzapiedras antes incluso de que pudieran cargar sus armas y sus restos ya estaban siendo disputados por Arpías y Ogros.  También se observaban los cadáveres de algunos vagabundos y ancianos que habían sido abandonados a su suerte por los nómadas humanos en su cobarde huída de la ciudad, todos habían muerto ahogados.

   La victoria estaba siendo celebrada por la Horda, devorando los cadáveres que habían conseguido encontrar entre las ruinas y bebiendo el grog que Gruntz destilaba gracias a su alambique de campaña.  Sólo Muggrath, que destrozaba los restos del muro con su martillo de guerra, se lamentaba. 

    -Primero los enanos no me permiten combatir en el torneo –rugía mientras golpeaba con su martillo- Y ahora estos humanos rehúyen el combate.  Es que ya no hay valientes en Klaskan?.
   -Hay que ver qué mal se lo ha tomado el Muggrath –le decía Gruntz al Gran Señor de la Horda-.
   -Yo ya me lo temía, este muchacho siempre ha sido muy impulsivo y se toma a pecho lo del combate con honor.  Pero bueno…en cuanto termine de derruir las murallas, cargamos las piedras y nos lanzamos en persecución de este cobarde para darle su merecido escarmiento.  Mañana partimos, envía buitres con mensajes a todas las guarniciones e informa de la batalla.  Y ahora vamos a descansar que cosechar victorias es muy agotador.

   A pesar de todo el Gran Señor de la Horda pudo dar satisfacción a las veinte concubinas que le acompañaban durante las campañas de guerra.


   En la Torre de Lughash el Nigromante leía el mensaje que daba noticias de la victoria de la Horda.  Tan contento estaba que ordenó a su acólito sacrificar un enano para honra de los dioses y para la cena.

   En la flota la noticia fue coreada por las dotaciones de las naves, las nuevas órdenes fueron rugidas con odio por todos blandiendo sus armas al aire o golpeando sus escudos.  “muerte”, “muerte”, “muerte”.

   Lejos los Skûthrgraî se ponían en marcha, infantes, arqueros, cabalgalobos y carros de pertrechos se dirigían al Sur convocados por el Gran Señor de la Horda.
« Última modificación: 17 de Diciembre de 2006, 02:43:02 pm por Martin »
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

-Tu deber no es morir por tu pais, es hacer que tus enemigos mueran por el suyo.

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #7 en: 17 de Diciembre de 2006, 02:41:17 pm »
RELATO 7:

Aquella noche Leonardo se había acostado con un cierto nerviosismo, con una ligera sensación de cosquilleo, algo que le pasaba siempre la noche previa a un viaje.

Leonardo era un chaval asturiano de trece años, al que le gustaba mucho leer: desde “Mortadelo y Filemón” hasta “El Quijote”.

-Debo ser un bicho raro-se decía a sí mismo.

Y es que nadie creía que se hubiera leído la versión íntegra de la gran novela cervantina. Lo que le más le apasionaban eran los temas históricos, los legendarios y los mitológicos; sus héroes se llamaban Alejandro Magno, Cid Campeador, Julio César…

Otra de sus grandes pasiones era viajar y siempre que lo hacía procuraba informarse previamente de los sitios que iba a visitar. Así lo hizo cuando estuvo en la “Alhambra”, cuyo nombre significa castillo rojo en árabe y deriva de “Al Qal’a al-Hamrá” que los cristianos, con su deficiente pronunciación, transformaron en “Alhambra”; y cuando visitó el monasterio de El Escorial, que Felipe II mandó construir para conmemorar la victoria de San Quintín. De este modo disfrutaba mucho más de su visita y de las explicaciones que iba dando el guía.

Ahora iría a Santiago de Compostela y, siguiendo su costumbre, se informó sobre todo lo relacionado con esta ciudad.

Por eso supo que su origen se remonta al siglo IX (813), cuando unas brillantísimas luces celestiales condujeron al ermitaño Pelayo hacia un despoblado en Iria Flavia, allí estaba el sepulcro del Apóstol Santiago. Así nacía no sólo la ciudad de Santiago de Compostela, sino también el Camino de Santiago, la ruta de peregrinación, el camino de la fe que conmoverá Europa en el Medievo. A su vera surgieron ciudades, se levantaron ermitas, hospitales, monasterios… se realizaron milagros como el de Santiago de la Calzada, donde un gallo cantó después de muerto para salvar a un inocente; o el de O Cebreiro, donde las especies eucarísticas se convirtieron en auténtica carne y sangre de Cristo, o el del propio Santiago Apóstol, convertido en Santiago Matamoros, que tanto ayudó a los cristianos en su lucha contra el infiel apareciendo en el cielo con su caballo blanco, blandiendo la espada y contribuyendo decisivamente a ganar batallas, como la de Clavijo, en la que Ramiro I derrotó a Abderramán II, liberándose así de pagar el tributo de las cien doncellas.

La verdad es que cuanto más leía más interesado en la ruta Jacobea, siendo, sin duda, lo que le más le impresionó la fe y la devoción con la que los peregrinos recorrían el camino en unas condiciones tan difíciles como las de aquella época.

Leonardo era católico y católico practicante, pero estaba muy lejos de sentir aquella fe y se cuestionaba la existencia de Dios y la vida eterna.

-Soy creyente por mi educación y porque es gratificante creer que Dios Todopoderoso vela por ti, no por auténtica fe, ni por convicción-pensaba.

Y así, estando en estas cábalas el sueño le venció.

Corría el año de nuestro Señor 1.190, cuando en el valle de Arán, en plenos Pirineos, Ginés contemplaba, una vez más, la impresionante puesta de Sol.

-Algún día lograré captar tanta belleza en mis romances- se decía, no muy convencido.

Ginés era un mozalbete de recién estrenada adolescencia, hijo primogénito de un noble aragonés, poseía un espíritu alegre y un alma pura y caritativa capaz de emocionarse tanto ante un paisaje, como con los melodiosos sonidos del canto gregoriano, pero sobre todo, de conmoverse ante la desgracia ajena.

Querido por todos cuantos le conocían, era muy frecuente verlo por las plazas de su villa, Jaca, tocando el laúd o recitando poemas épicos que contaban las excelencias de los héroes de la Reconquista. Pero, tal vez, donde más feliz se sentía Ginés era en la leprosería cercana, que visitaba siempre que podía, para llevar un poco de esperanza, de alegría y entretenimiento a aquellos seres marginados del mundo, consumidos por tan terrible enfermedad y cual trovador en el castillo de un noble, les recitaba estos versos sobre el Cid.

                                         Cómo explica todo esto,
                                         las tierras que conquistó,
                                        el valor de su ejército,
                                       sarracenos que rindió,
                                       su bravura en el combate,
                                       las vidas que perdonó,
                                       su destreza con la espada
                                      ¡Cómo su fe defendió!

Fe, precisamente, era lo que tenía arraigado profundamente en su corazón Ginés, la misma fe que percibía en los peregrinos que se dirigían a Santiago y que trataba de inculcar a aquellos seres con motivos suficientes para carecer de ella.

Un día llegó al hospital Bernardette, una joven procedente de Francia que hacía el Camino de Santiago, pues todo lo que deseaba era postrarse ante la tumba del Apóstol antes de su muerte. Pero las llagas de sus pies le hacían imposible continuar. Ginés, que conectó de inmediato con ella, decidió lo que, en el fondo de su alma, hacía mucho tiempo que deseaba, hacer el Camino; peregrinar, en un acto de fe, junto a los enfermos de la leprosería, simbolizados en “el hábito de leprosa” de Bernardette, que él llevaría como ofrenda al Santo. Y así, con una inmensa devoción se puso el hábito de peregrino, cogió el bordón, el zurrón, la calabaza, el laúd… y comenzó a andar.

Atravesó tierras aragonesas, riojanas, cruzó los montes de Oca, se adentró por los parajes llanos de Tierra de Campos, del Páramo leonés, del Bierzo… Siempre en compañía de otros peregrinos y siempre atento a las peculiaridades de las tierras por las que pasaba, como si quisiera retenerlas para siempre en su retina, siendo, sin duda, la hospitalidad de las gentes lo que siempre quedaría en su corazón; hospitalidad a que él correspondía con coplillas como estas:

             
                                         Caminito de Santiago
                                         te hago con alegría,
                                        por la noche las estrellas,
                                       por el día mi fe me guía.
                                      buenas gentes del lugar
                                      dejad la melancolía
                                     a Santiago peregrinad
                                    que es fuente de vida.


                                         Camino de Santiago
                                        camino de fe y devoción
                                      ¡Oh! Gran Apóstol Santo
                                     que a los cristianos reunió
                                     el que ayudó a Mauregato
                                     y salvó el reino de León.
                                    Si tanto nos has ayudado
                                    nuestra peregrinación
                                    te ofrecemos con fervor.

-“Es nuestro peregrino trovador”- decían cariñosamente sus compañeros de “ruta”.

Con sus manantiales de aguas cristalinas y sus verdes florestas el macizo galaico se muestra ante ellos esplendoroso, pleno de belleza y majestuosidad. Pero también saben que sus montes encierran graves peligros, son refugio de bandidos, malhechores, sin más fe ni religión que obtener suculentos botines atacando despiadadamente a cuantos se aventuran por sus lares. Además, la traicionera neblina puede envolverlos y dejarlos perdidos a merced de precipicios y barrancos, tan abundantes en aquella zona. Nada importa, su fe puede con todo.

Ginés se quedó absortó en la contemplación de estos paisajes que tanto le recordaban a su tierra natal y, mientras llenaba su calabaza de agua fresca, algo rezagado del grupo y la inspiración de un romance le rondaba la cabeza, llegó a sus oídos un estruendo, mezcla de sonidos de cascos de caballos y de voces atemorizadas, suplicantes.

Allí, al pie del monte Cebreiro, sus compañeros sufrían el ataque de unos sanguinarios bandoleros. Rápido de reflejos y con absoluto desprecio de su vida se puso el hábito de leproso que llevaba para que Santiago lo purificara, y se presentó ante ellos. Ante la vista de aquel “apestado”, los bandidos huyeron despavoridos. Sin duda, había sido la bienvenida que el Apóstol les dispensaba a la llegada a su tierra, puesto que también podían aquellos criminales segarles la vida y dejarles allí como lo que, sin duda, ellos pensaban que era, “carroña”.

Desde entonces sus compañeros, entre los que siempre había despertado un gran cariño y admiración, empezaron a ver al “peregrino trovador” de una forma especial, tocado por la mano de Dios.

Estaban en la cima del monte del Gozo, las tierras compostelanas se divisaban en el horizonte, una intensa satisfacción, un gozo indescriptible, les invadía, y mientras caminaban, entonando al unísono cantos en honor del Apóstol, se vieron rodeados de un nutrido grupo de sarracenos. Almanzor estaba lanzando su “razia” más feroz contra Santiago, quería destruir aquel importante núcleo de la fe cristiana.

De repente Archembaud, aquel pacífico, misterioso y silencioso monje que les había acompañado durante todo el camino, se había transformado en un caballero guerrero, vestía ahora una túnica blanca con una enorme cruz roja en el pecho, a la vez que blandía una espada que desprendía una luz tan cegadora que puso en fuga, desorientados y ciegos por la luminosidad, a aquellos “infieles” que les atacaban.

-¡Un milagro!,¡ un milagro!-se dijeron.

Santiago volvía a hacerles un guiño de complicidad.

Ya más serenos, fortalecidos, ¡aún más!, en su fe, escucharon la historia de Archembaud; era un monje templario que había hecho voto de silencio hasta que realizara las peregrinaciones a los tres lugares santos (Roma, Jerusalén y Santiago) para expiar sus culpas. Ahora, estaba acabando la última de ellas. ¡Sin duda había sido perdonado!

La ciudad estaba siendo saqueada, sin piedad, por Almanzor. Ginés oraba con gran fervor ante la tumba del Apóstol, cuando la basílica comenzó a arder y, en ese momento, vio el prodigio más grande que imaginar pudiera: El sepulcro se elevaba hacia el cielo, envuelto en luz celestial, poniéndose a salvo del fuego, mientras, a mil kilómetros de allí, en las proximidades de Jaca, esa misma luz celestial envolví a la leprosería, dejando a los enfermos limpios de cuerpo y alma.

De esa forma se escribió la historia de San Ginés, el Santo Trovador.

Las luces de la mañana despertaron a Leonardo, que recordaba con todo lujo de detalles lo que había soñado:

-“¡Que barbaridad! ¡Vaya batiburrillo que he montado! ¡Si hasta he inventado, en mi sueño, la vida de un santo! ¿Existiría de verdad San Ginés? ¿Cuáles serían su vida, obra y milagros?”- Se preguntaba, mientras ya iniciaba el viaje junto a su familia.

Lo que Leonardo aún no sabía es que no sólo sería un viaje turístico-cultural, pues, en el fondo de su alma estaba germinando una semilla de fe, que el Santo Apóstol haría crecer.

Y esto sí que era un milagro, no un sueño.
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

-Tu deber no es morir por tu pais, es hacer que tus enemigos mueran por el suyo.

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #8 en: 17 de Diciembre de 2006, 02:42:04 pm »
RELATO 8:

LA MARQUESA

Un cañonazo de La Sultana, contestado por otro de la Real, provocó que se izaran las banderas de combate.
El ruido llegó hasta la bodega de La Marquesa, donde Miguel, tumbado en su coy, llevaba varios días con fiebre. Inmediatamente empezaron las maniobras en cubierta. Mientras, abajo, el cómitre intensificaba los latigazos, y con ellos, el ritmo de la boga.
Al llevar varios días enfermo, no había podido ver como se agrupaba la flota cristiana, le habían dicho que había por los menos quinientos barcos, y al mando de ellos, en la Galera Real, Don Juan de Austria. Llegó a cubierta justo cuando en la Real se izaba la señal: Avanzar en formación. Y por primera vez pudo ver la escuadra completa
La formación ocupaba un frente de más de 6 km de largo. En el centro mandaba la galera Real de don Juan de Austria flanqueada por las galeras capitanas de Venecia y del pontificado, cubiertas por 61 galeras junto a las que formaban el cuerpo central, todas ellas con gallardetes azules. El ala izquierda estaba formada por 53 galeras que lucían gallardetes amarillos. En el ala derecha, bajo el mando de Andrea Doria, iban 54 galeras con gallardetes verdes. Había además una escuadra de reserva, de 30 galeras con gallardetes blancos, al mando de Alvaro de Bazán.
-" Hijos, a morir hemos venido. A vencer si el cielo así lo dispone" - recordó Miguel las palabras de Don Juan, mientras se dirigía al alcázar a solicitar un puesto en cubierta.
Tomando sus armas se presentó ante su capitán, Don Alvaro de Bazan. Este, al comprobar su estado enfebrecido, le ordenó que regresara bajo cubierta a lo que Miguel replicó:
- ¡más quiero morir peleando por Dios é por mi rey que no meterme so cubierta!
Un puesto en el esquife, arcabuz en mano, fue lo que consiguió.
La mañana avanzaba, mientras las dos escuadras se posicionaban, pero el viento cambió. El capitán, viendo como se movía el gallardete blanco de La Marquesa, ordenó largar mayor y trinquete, que se inflaron al momento entre urras de la tripulación.
A sotavento, la escuadra turca a duras penas conseguía avanzar más que a latigazo y sangre.
Llegó el mediodía cuando ambas escuadras se encontraron.

Los turcos se habían alineado casi igual que los cristianos: en el centro navegaba la potente Sultana, la capitana de Ah Pachá, con 87 galeras. El ala izquierda, que se enfrentaría a Andrea Doria, alineaba 61 galeras y 32 galeotas. En el ala navegaban 55 galeras y una galeota. La escuadra de reserva contenía solo 8 galeras y varios barcos mas pequeños hasta completar un treintena.

Miguel, desde la retaguardia, vio como las naves chocaban entre si, mientras las hondonadas de los cañones destrozaban todo a su paso. Por momentos, el humo no dejaba ver nada, mientras la infantería y los jenízaros intercambiaban arcabucazos y flechas. La Real consiguió acercarse a la Sultana, abordándola por estribor, a pesar del haber perdido gran parte de la jarcia y de los agujeros que poblaban su velamen.
Las tropas españolas intentaban llegar al alcázar, mientras los turcos se defendían con ferocidad y arrojo, de manera que los españoles empezaron a defender cada palmo ganado en vez de ganar mas distancia.
La llamada de zafarrancho impidió a Miguel seguir observando. El ala izquierda había sido rodeada por las tropas turcas, y los gallardetes blancos se dirigían raudos a hacer lo mismo con ellos.
Cuando faltaban unos veinte metros para llegar a la línea turca, navegando de bolina era difícil llegar muy rápido. La Marquesa, abrió sus portas y soltó su primera traca. Ciñendo el viento podría soltar un par de hondonadas mas hasta llegar a la galera turca que tenía a barlovento, que estaba ya abordada con un barco español del que estaba tomando buena cuenta.
Una nube de pólvora, lo cubrió todo, y otra vez a repetir la carga y disparo:
Uno colocaba el cañón en posición, otro cargaba y otro pasaba munición, otro suministraba la pólvora y el último apuntaba y disparaba.
Segunda hondonada, que recorre la cubierta del barco turco arrasando todo a su paso: cabos, palos, infieles, ayudados por las astillas al tocar madera.
Le llega su hora a Miguel, tiempo de abordar. Lo usual era hundir el mascaron de proa en el barco enemigo, para luego luchar en cubierta para ganar el barco, pero Don Juan había ordenado cortar todos los mascarones para mejorar la maniobrabilidad.
Al entrar en contacto con la nave turca, se estremecieron las cuadernas de roble, la arboladura y jarcia vibraron como las cuerdas de un arpa de 20 metros, y cuando se lanzaron los ganchos, ambas embarcaciones quedaron unidas como una sola.
Las tropas de la Marquesa, dieron cuenta rápida de las turcas, que cansadas y rodeadas, se rindieron arriando su verde bandera.
El flanco izquierdo se había recuperado, mientras, en el centro, la Real y la Sultana seguían su encarnizado combate.
Don Alvaro de Bazan reagrupó sus naves y acudió en auxilio de la Real, que seguía defendiéndose lo mejor que podía, sin protección por que las naves capitanas se habían trabado con otra turcas y solo podian mandar arcabucazos, pero ni un solo hombre. Mientras, la Sultana recibía refuerzos de otras seis galeras.
Don Alvaro de Bazan mando sus barcos contra los que abastecían a la Sultana, mientras que él mismo, al mando de la Marquesa, se abordaba con ella.
Las tropas de la Real, al ver a las otras entrando por babor en la Sultana, se lanzaron a un último asalto.
Miguel, que había sido de los primeros en abordar la Sultana, no por valentía, si no por su puesto en el barco, tuvo tiempo de lanzar un arcabucazo y varios estoques, antes de recibir el primer arcabucazo en el pecho.
Tumbado en la cubierta, lleno de sangre, medio sordo por los cañonazos, intentó alcanzar su arcabuz, quizás podría volver a cargarlo. Cuando fue a sacar la pólvora de su bolsillo izquierdo, comprendió que no podría volver a disparar mas arcabuces. Al menos ese día.
Mientras, Andrés Becerra, capitán de los tercios, nacido en Marbella, consiguió llegar hasta el estandarte turco, mientras Alí Pachá, almirante turco, moría a arcabucazos de las ropas españolas.
Quizás alguno era de Miguel, o quizás ninguno, pero en adelante siempre diría que perdió el movimiento de la mano izquierda para gloria de la diestra.
Miguel sobrevivió a la batalla, y tuvo tiempo de participar en muchas otras, en el tercio de Lope de Figueroa, en Corfú, Modón, Navarino, Túnez, La Goleta,...Hasta que un buen dia, los corsarios berberiscos atraparon una preciosa galera llamada Sol, donde se encontraba tan ingenioso hidalgo, o mejor dicho, soldado. Trasladado a Argel, permaneció cinco largos años de cautiverio hasta que fué rescatado. Pero esa es otra hitoria, de un lugar del que seguro ni quería acordarse.

Mas tarde escribiría: Y aquel día, que fue para la Cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban creyendo que los turcos eran invencibles por la mar, en aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada.
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #9 en: 17 de Diciembre de 2006, 02:47:06 pm »
RELATO 9:

Dada la extension de este relato, 9 paginas, es imposible copiarlo en un solo post y engorroso de leer si lo pongo en varios posts asi que lo cuelgo en formato Word.
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

-Tu deber no es morir por tu pais, es hacer que tus enemigos mueran por el suyo.

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #10 en: 18 de Diciembre de 2006, 12:32:47 pm »
Relato 10:

…………………….. LOCA DE AMOR…………………….


25 de Septiembre de 1510

Mi amor, hoy me acuerdo de ti más que ningún día. Hace cuatro años que abandonaste este mundo para vivir en uno más feliz. No puedo olvidarte, sabes que te quiero. Aquí estoy encerrada, prisionera de mi amor por ti al no poder verte, pues no me lo permiten. Me conformo con ver el correr del Duero desde la ventana de esta torre en la que pasan los días de mi vida y sigo sin olvidarte. No deseo otra cosa que no sea la muerte, para poder estar a tu lado para siempre. Y daré mil veces las gracias a mis padres por prohibirme que fuese monja, pues en ese caso nunca habría podido conocerte. Gracias a ti he tenido estos seis maravillosos hijos a los que quiero con locura, desde Leonor hasta Catalina. Pero no puedo vivir pensando que me fuiste infiel, infiel a la mujer que más te quiere del mundo, que te ama con locura. ¿Acaso las damas de la corte eran más bellas que yo? ¿Acaso esa tal Margarita te amaba más que tu propia mujer? ¡IMPOSIBLE! Sabes que como yo no te amará nadie en la vida. Y ahora me doy cuenta de que no me querías, de que sólo te interesaba el poder,estar casado conmigo sólo por ser la hija de quien soy, de que me dejaste encinta seis veces por hacerme feliz…Y es por eso por lo que te amo, porque siempre pensaste en hacerme feliz aunque no me quisieses. Sé que fuiste a esa fiesta en el palacio de Gante para reunirte con esa tal Margarita, esa a la que agredí con un peine, y lo volvería a hacer mil veces más. Te importó más verla a ella que cuidar de tu mujer, no te preocupaste por mí cuando di a luz a Carlos. Sólo pensaste que te perseguí hasta allí para vigilarte, pero no es cierto. Lo hice porque te amo, y no puedo vivir separada de ti ni un solo segundo. ¿Acaso crees que no sé que Isabel fue producto de tu conveniencia? Sabías que tras la muerte de don Miguel de Portugal la sucesión al trono quedaría en mis manos, y te arrimaste a mí sólo por tu ambición de poder. Y aún así te seguía queriendo. Te quería tanto como para acudir a Flandes contigo, yendo contra los consejos de mi madre cuando me decía que debía descansar tras el parto, pero no le hice caso. Deseabas tanto subir al trono que me diste por loca, cuando sabías que era incierto. Y al final lo conseguiste, conseguiste lo que deseabas con todas tus ganas. Pero a pesar de ello, te seguía amando.
Maldigo con todas mis fuerzas aquel día de septiembre en el que enfermaste. Maldigo esa agua de la que bebiste tras divertirte con tus amigos de Burgos. Maldigo aquel 25 de septiembre en el que me abandonaste. Pero sabes que aunque no estés a mi lado te sigo queriendo. Perdóname por enfadarme contigo cuando me pegabas, ahora me doy cuenta de que me lo merecía. Sí, me lo merecía por no quererte tanto como tú querías. Y como castigo renuncié al trono, aquello que tanto deseaba y por lo que luché para conseguir. Y todo lo hice por ti, porque sabía que tú querías ocupar mi posición en el trono. Si no era tuyo, tampoco quería que fuese mío.
Pasé más de un año de mi vida sin separarme de ti, hasta que me hicieron prisionera entre estas paredes. Mi luto permanecerá siempre en mi alma y en mi atuendo, llevaré esta ropa hasta que me muera, pues por ti, pasaría mi vida entera de luto, porque te quiero con locura y te mereces lo mejor que haya en este mundo.
Y aún recuerdo aquel verano de 1496 en el puerto cántabro de Laredo, en el que con dieciséis años me dirigía hacia Flandes para conocerte. Ilusionada, después de abandonar a mi familia, mi hogar y mi país…Y todo porque iba a conocer al hombre con el que me casaría. Pero cuando llegué no viniste a recogerme. Nadie lo hizo. Ni siquiera mandaste a nadie para que lo hiciese en tu lugar. ¿Qué había hecho yo para merecerme eso? Pero cuando nos conocimos… Nunca olvidaré ese maravilloso día. Nada más verte me enamoré de ti, mi corazón empezó a latir fuertemente, pues sabía que tú eras el amor de mi vida. No pude esperar hasta la fecha concertada por mis padres para casarme contigo, necesitaba hacerlo ese mismo día.
Pero todo esto cambió. Cambió por tu culpa. Dejaste de amarme y preferiste dedicarte a deshacer el virgo de todas las damas de la corte. Me fuiste infiel cada vez que querías, y yo te perdonaba. Y te seguiría perdonando, porque te amo con locura.
Y cuando me abandonaste me rompiste el corazón en mil pedazos. Pero a pesar de eso, cumplí tu sueño. Viajé junto a la corte para que fueses enterrado en Granada, como tú querías. Pero no pude llegar hasta allí contigo, pues me encerraron aquí. Mi padre se encargará de que algún día llegues hasta allí y seas enterrado en la capilla.
No iba a permitir de ninguna manera que te dejasen en Miraflores. No podía permanecer separada de ti, por lo que bajé a la fosa sepulcral y allí permanecí durante todo el funeral. Pero quería estar más cerca de ti, por lo que obligué a que subiesen tu féretro y lo abriesen. Desgarré los sudarios embalsamados que te cubrían. Y allí estabas, tan hermoso como lo estabas antes. Quería sentir el tacto de tu piel, por lo que besé con mis húmedos labios tus suaves pies. Te amaba tanto…No podía aceptar que me hubieses abandonado para siempre.

Dejé de escribir. Catalina, que en enero cumpliría cuatro años, había empezado a llorar otra vez.
-Tranquila, mi niña. Algún día nos sacarán de este lugar, no te preocupes. Dios impondrá la justicia necesaria para que nos saquen de aquí. Cuando seas mayor te casarás con un hombre hermoso como tu padre y serás feliz con él.
Y meciéndola en mis brazos, le di un beso en la frente y la dejé donde estaba para seguir escribiendo.

Los años han pasado y no puedo olvidarme de ti. Quiero volver a verte, pero no puedo. Esperaré a que la muerte me lleve con ella para volver a estar junto a ti, pues sin ti, mi vida no es vida. Vivo sin vivir, encerrada entre estos muros de los que soy prisionera. Pero ten confianza en mí, volveremos a estar juntos. Juntos para siempre.


Doña Juana I de Castilla
“Enmendebus in melius”
-Nosotros los orcos nunca perdemos una batalla, si ganamos, ganamos; si morimos, no cuenta como derrota y si huimos, siempre se puede volber a intentar.

-Tu deber no es morir por tu pais, es hacer que tus enemigos mueran por el suyo.

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Martin

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #11 en: 02 de Enero de 2007, 12:01:01 pm »
Recordar que la encuesta se cierra este domingo, animaos y votad que aqui hay muy buenos relatos que desean ser leidos.

                 Saludos, Martín.
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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #12 en: 07 de Enero de 2007, 12:30:15 pm »
La votacion se cierra hoy por la tarde y tenemos cuatro relatos con un solo voto, pero... ¿que hago yo con esto?

Supongo que lo mas correcto sera (si no hay cambios importantes) ampliar la encuesta. Abro el tema para más opiniones.

            Saludos, Martín.
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dehm

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #13 en: 07 de Enero de 2007, 12:39:14 pm »
Pues a mi me parecería bien ampliar el tiempo. Si me mandas un texto adecuado lo mando a todos los usuarios por MP.

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Re: III Concurso de Relatos de Klaskan
« Respuesta #14 en: 08 de Enero de 2007, 01:03:32 pm »
Bueno queda abierta la encuesta hasta el 23 de Enero, 15 dias que son mas que suficientes para leerse las obras de arte que hay aqui.

         Saludos, Martín.
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