RELATO 6:
LA MARCHA
Desde que tu no me amas
Amo a los animales
Y el animal que mas quiero
Es el buitre carroñero
(extremoduro).
Gruntz desplegó el pergamino que había desenrollado de la pata del buitre. Lo observó curioso y se lo entregó a Fuzkazam. –Creo que no sé leer.
El mago lo miró con reproche y tomó el pergamino que le ofrecían. Lo desenrolló cuidadosamente y estudió las runas, luego lo volvió a enrollar y se lo pasó a su acólito. –Guárdalo.
-¿Y bien?-. Preguntó el Gran Señor de la Horda intrigado.
-Son noticias de Zakâl, el Grimburt. Dice “pocas defensas, cosa fácil”.
Los reunidos se miraron unos a otros y luego bajaron la mirada pensativos hacia la mesa donde habían desplegados varios mapas y algunas revistas de elfas ligeras de ropa. Las miradas se clavaron en las revistas.
Finalmente el Gran Señor de la Horda carraspeó, y todos se movieron inquietos con culpa simulada. –¿Qué significa eso exactamente?-. Preguntó.
-Significa que hay pocas defensas y que la cosa es fácil. –Contestó el mago-.
-Fácil desde el punto de vista del explorador, que ya sabemos cómo ven las cosas esta gente. –Dijo Gruntz-
-Eso es cierto –Replicó Tor-Wuaki- todos sabemos cómo es el mismo Daôn de exagerado. Aún recuerdo su historia de cómo trajo el huevo de dragón y de su lucha con la enorme dragona. Luego el Mago lo identificó como el huevo de un avestruz.
Daôn no se encontraba presente en la reunión, todavía no había regresado de su misión ante los Minotauros. Pero si hubiera estado presente no habría dicho nada. Ningún Orco es lo suficientemente tonto o temerario como para replicar al Gran Señor de la Horda.
-Cabe la posibilidad de que en realidad hayan pocas defensas tal y como dice Zakâl. –Apuntó Sûlwine el Señor de los Olog-Khush.
-O puede que sea todo lo contrario y nos encontremos con un ejército mucho más poderoso de lo que imaginamos. Yo creo que debemos andar con precaución antes de lanzar el ataque definitivo. –Tor-Wuaki pasó el dedo por el mapa, aunque miraba hacia la portada de una de las revistas donde una exuberante elfa mostraba sus atributos alimenticios-. Avanzaremos hacia el norte por esta ruta, nos encontraremos en este punto con Zakâl que nos trasmitirá un nuevo informe. Y esta vez espero que sea más concreto. Gruntz envía un buitre a Zakâl y dale las nuevas instrucciones y manda otro a Laghâsh e informa al Señor de la Muerte de la situación, dile que precisamos de su magia para ablandar las defensas humanas. Mañana por la noche salimos, espero que para entonces haya llegado Daôn con noticias. –Y con un golpe en la mesa que lanzó mapas y revistas por el suelo, dio por acabada la reunión-.
Al día siguiente la Horda se puso en marcha como una marabunta, desordenada e imparable rumbo norte. Encabezando la marcha se encontraba el Gran Señor de la Horda junto a su inseparable lugarteniente Gruntz. A su lado cabalgaba el Señor de la Ilusión Fuzkazam. Tras ellos la infantería y los arqueros, en el centro las carretas tiradas por esclavos con los pertrechos y las máquinas de asedio despiezadas. Cerrando la marcha los cabalgalobos y lejos avanzando a traspiés y variando el rumbo continuamente se arrastraba la Patrulla Condenada, el grupo de no-muertos que acompañaba a la Horda. En el aire Muggrath bramaba su enfado contra los enanos por no haberle permitido luchar en su torneo para niñas, mientras las arpías se divertían lanzando sus excrementos sobre las tropas que caminaban bajo ellas. A media mañana se incorporó al grupo Daôn, quien informó al Gran Señor de sus negociaciones con los Minotauros tras lo cual ocupó su lugar en la avanzadilla de la Horda.
Durante varios días avanzaron por un territorio salpicado de colinas de pendientes suaves con poca vegetación bordeando el hermoso valle que se veía a lo lejos y donde según los informes de Daôn los minotauros habían construido una de sus ciudades. Al quinto día divisaron los llanos al norte pero antes de entrar en las praderas Tor-Wuazi ordenó acampar, desplegó guardias en el perímetro y esperó acontecimientos.
Al atardecer llegó un buitre con un mensaje desde Katund-Zâdûk. El Mago recogió el mensaje antes de que Gruntz le metiera la zarpa y desplegó el pergamino de piel humana leyendo en voz alta.
-“Avistados dos espolones con bandera Atlante en el mar de Dot-Zô. Nos mantenemos a distancia, esperamos instrucciones”. Lo firma Nyhârgo, Krîtar al mando de la flota.-.
Tor-Wuazi se llevó la garra al mentón, pensativo y con expresión preocupada. Miró hacia el horizonte, donde se encontraba la ciudad humana. -Los Atlantes vuelven a la carga, esto no presagia nada bueno- pensó en voz alta. Volviéndose hacia el Mago le dijo:
-Envía un buitre a Nyhârgo con estas instrucciones: “eludir el combate, poned rumbo al sur, agrupad la flota”.
El Mago tomó nota rápidamente de las órdenes y corrió hacia su carromato. –Mago¡¡¡- Bramó Tor-Wuaki. –Alerta todas las guarniciones y envía un buitre a la Skûthrgraî para que movilicen sus tropas-. Y volviéndose hacia su Lobo gritó:
-Gruntz, levantamos el campamento. Mañana nos espera la Gloria o la Victoria-.
En poco menos de un surco de reloj el campamento fue recogido precipitadamente (o simplemente abandonado) y toda la Horda se adentró en los llanos del norte camino de la ciudad humana. Tras varias horas avanzando sin ningún percance observaron en el horizonte la silueta de una pequeña construcción de madera, una torre de vigilancia sin duda alguna. En lo alto alguien ondeaba un trapo de color rojo.
-Es Zakâl –Dijo Gruntz sin apartar el acercalejos de su cara-.
-Puntual a la cita, a veces pienso que este tiene sangre elfa, creo que es demasiado eficaz en lo que hace para ser un Orco-. Dijo Tor-Wuaki asintiendo.
En esos momentos notaron un leve estruendo a sus pies que fue aumentando su volumen mientras la tierra comenzaba a estremecerse. –A alguien le suenan las tripas- Dijo Gruntz despreocupado. Aunque la mayor parte de la Horda miraba a todas partes intentando averiguar el origen del bramido al mismo tiempo que el pánico asomaba a sus ojos. Finalmente el ruido se volvió ensordecedor y una nube de rocío cayó sobre ellos empapándolos de arriba abajo.
-Agua¡¡, que asco. –Dijo Gruntz sacudiéndose-.
-¿Qué demonios ha sido eso?, preguntó Tor-Wuaki.
-He sentido una gran explosión de energía mágica más al norte. –Dijo Fuzkazam-. Creo que el Señor de la Muerte ha cumplido su parte.
-Pues veamos qué nos tiene que decir Zakâl, a ver si ha cumplido la suya
Tor-Wuaki dio la orden de continuar la marcha mientras se lanzaba a la carrera a través de la llanura, seguido por los jinetes de lobo y sus lugartenientes.
Allá donde avanzaba la horda toda la tierra se encontraba cubierta de charcos y la llanura se había transformado en un erial de barro y fango. El ejército avanzaba cautelosamente por el territorio húmedo hacia la torre de vigilancia que se encontraba ya muy cerca, mirando por donde pisaban y guardando un miedo atávico a la magia y a lo desconocido que nadie se atrevía a reconocer. Al poco rato llegó la vanguardia hasta una pequeña colina de suave pendiente donde los humanos habían construido la torre de vigilancia que básicamente se trataba de una pequeña construcción de madera con una torre de poca altura desde donde los vigías oteaban el horizonte. El perímetro se hallaba rodeado de una pequeña cerca de madera que parecía más diseñada para impedir que saliera nadie al exterior que para impedir a nadie acceder al interior. Habían algunos edificios construidos contra la parte interna de la muralla de madera: unos establos donde se revolvían nerviosos 4 garañones negros, un almacén a medio saquear, y un pequeño recinto para dar cobijo a los viajeros pues la guarnición dormía en el interior del edificio fortificado. La torre no tenía ninguna ventana en la parte baja y la puerta de acceso se encontraba a más de 10 metros de altura. Unos pequeños ventanucos situados a esa altura permitían dar cobijo a los arqueros mientras descargaban lluvias de flechas sobre el enemigo. Una escalera asomó por la puerta alta y se deslizó hasta el suelo, arriba asomó un rostro embozado y cubierto por una túnica de color gris que hacía señales con la mano invitando a los orcos que se encontraban en el patio a subir.
Arriba se dirigió Tor-Wuaki seguido de su lugarteniente Gruntz y entraron en la torre donde la figura descubriendo su rostro se arrodilló ante el Gran Señor de la Horda mientras se tocaba la frente con la palma de su mano derecha e inclinaba ligeramente la cabeza en lo que es el saludo habitual a un superior de la Horda.
-Mi Gran Señor. La torre es nuestra –saludó Zakâl-
-Buen trabajo explorador, ¿qué ha sido de la guarnición?, ¿no habrán conseguido escapar? –Preguntó Tor-Wuaki mirando alrededor-.
-Están ahí abajo –Respondió Zakâl señalando hacia la estancia en la parte baja de la torre- Después de encargarme del guardia caí sobre el resto que murieron en la cama sin siquiera emitir un quejido.
Efectivamente, en un rincón del amplio salón se encontraban seis literas, en todas ellas excepto en una había un humano con una sonrisa roja abierta en el cuello. El otro se encontraba desplomado sobre una silla frente al fuego, donde con seguridad el desgraciado había ido a buscar un poco de calor en el frío de la noche.
-Buen trabajo Zakâl –dijo el Gran Señor palmeando la espalda del explorador- Pasaremos aquí la noche y mañana emprenderemos el asalto a la ciudad. Gruntz prepara los caballos y los humanos. Hoy comemos carne fresca.
Aquella noche la Horda comió y descansó en previsión de la batalla a la mañana siguiente. Tan sólo permaneció despierta la Patrulla Condenada que se encargó de vigilar los alrededores de la torre de vigilancia, si es que se le puede llamar despierto al estado de eterna vigilia que tienen los no-muertos.
Al día siguiente el ejército emprendió nuevamente la marcha, con las carretas de pertrechos más llenas aún gracias al saqueo de la torre de vigilancia que ardía elevando su columna de humo a los cielos como un tributo a los dioses de la guerra. A media mañana llegó la Horda a los arrabales de la ciudad nómada, ésta se encontraba perfectamente amurallada y rodeada de un espectacular foso, algo que no inquietó en lo más mínimo al Gran Señor de la Horda que ordenó a sus tropas desplegar y disponerse para el combate. Daôn dispuso las balistas y los arqueros, Muggrath se desplazó al flanco derecho junto con las arpías y el Mago. Sûlwine y sus Ogros se desplazaron al flanco izquierdo mientras el propio Tor-Wuaki y su guardia ocupaban el centro del despliegue. Los no-muertos iban de aquí para allá sin saber muy bien qué hacer. Entretanto los goblins y los esclavos al mando de Gruntz descargaron las piezas de artillería de las carretas y las montaron en la línea de batalla. Después de un tiempo de desorden y descoordinación el frente del despliegue quedó relativamente organizado y todos los Krîtar miraron al Gran Señor esperando sus órdenes, éste sin quitar la vista de la ciudad hizo un ligero movimiento con la cabeza. Gruntz alzó y bajó su cimitarra al mismo tiempo que Daôn alzaba su arco y los lanzapiedras, diez balistas y el grupo de arqueros comenzaron a descargar una nube de proyectiles sobre las murallas. La primera andanada barrió las defensas, la segunda destrozó amplios sectores de muralla y las puertas. Muggrath emprendió el vuelo sin esperar por las Arpías que permanecieron junto al Mago. Abajo los no-muertos comenzaron a avanzar sobre el foso, cada uno arrastraba un carromato de mano con ramas y tierra que los esclavos habían dispuesto para rellenar el foso. Al llegar al pie de las murallas lanzaron al interior del foso los materiales de relleno consiguiendo abrir un camino hacia las brechas de los muros, en ese mismo instante la infantería comenzó a avanzar sobre la ciudad a cubierto tras los escudos la guardia personal de Tor-Wuaki mientras los Ogros y los arqueros al mando de Daôn avanzaron sobre sus flancos. En esos momentos Muggrath se abatió sobre la ciudad a toda velocidad sobre su pájaro de fuego que lanzó un alarido estremecedor.
Sin ni siquiera comenzar la batalla ya había finalizado. Muggrath apareció sobre el resto de las murallas y alzando su martillo de guerra anunció la victoria. Los humanos habían sido aplastados, literalmente, bajo el fuego devastador de los lanzapiedras. Toda la horda se encontraba ya en el interior de la ciudad conquistada saqueando y destruyendo todo lo que encontraban a su paso. Aún así poco quedaba de lo que anteriormente había sido una ciudad humana que había osado ofender a la Horda, no había un solo ser vivo y todos los edificios de importancia habían sido desmontados o destruidos. Sólo quedaban algunas chozas en pie que pronto sufrieron la ira de los invasores. Los únicos humanos que habían permanecido en la ciudad eran las dotaciones de las balistas que habían sido abatidos por los lanzapiedras antes incluso de que pudieran cargar sus armas y sus restos ya estaban siendo disputados por Arpías y Ogros. También se observaban los cadáveres de algunos vagabundos y ancianos que habían sido abandonados a su suerte por los nómadas humanos en su cobarde huída de la ciudad, todos habían muerto ahogados.
La victoria estaba siendo celebrada por la Horda, devorando los cadáveres que habían conseguido encontrar entre las ruinas y bebiendo el grog que Gruntz destilaba gracias a su alambique de campaña. Sólo Muggrath, que destrozaba los restos del muro con su martillo de guerra, se lamentaba.
-Primero los enanos no me permiten combatir en el torneo –rugía mientras golpeaba con su martillo- Y ahora estos humanos rehúyen el combate. Es que ya no hay valientes en Klaskan?.
-Hay que ver qué mal se lo ha tomado el Muggrath –le decía Gruntz al Gran Señor de la Horda-.
-Yo ya me lo temía, este muchacho siempre ha sido muy impulsivo y se toma a pecho lo del combate con honor. Pero bueno…en cuanto termine de derruir las murallas, cargamos las piedras y nos lanzamos en persecución de este cobarde para darle su merecido escarmiento. Mañana partimos, envía buitres con mensajes a todas las guarniciones e informa de la batalla. Y ahora vamos a descansar que cosechar victorias es muy agotador.
A pesar de todo el Gran Señor de la Horda pudo dar satisfacción a las veinte concubinas que le acompañaban durante las campañas de guerra.
En la Torre de Lughash el Nigromante leía el mensaje que daba noticias de la victoria de la Horda. Tan contento estaba que ordenó a su acólito sacrificar un enano para honra de los dioses y para la cena.
En la flota la noticia fue coreada por las dotaciones de las naves, las nuevas órdenes fueron rugidas con odio por todos blandiendo sus armas al aire o golpeando sus escudos. “muerte”, “muerte”, “muerte”.
Lejos los Skûthrgraî se ponían en marcha, infantes, arqueros, cabalgalobos y carros de pertrechos se dirigían al Sur convocados por el Gran Señor de la Horda.