El señor de Rhüm se ve abocado al exilio en las lejanas e inhospitas tierras orientales, los pocos efectivos aurigas, mancillados y humillados, marchan con desolación hacia el Este.
Marchan como parias, vencidos y cabizbajos, sólo esperan que la oscuridad no acabe por imponerse en esta agitada Tierra Media.