GUERRAS TRAPSACAS
(Diario de un combatiente)
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El sol se alzaba por el horizonte un día más. Mi vida iniciaba de nuevo su rutina…me levanté, me vestí, un beso a mi mujer, desayuné y, tras despedirme de mis hijos, me dirigí al trabajo, una tienda en la ciudad. No me iba mal, pero ahora, con la incomodidad que supuso la ocupación árabe de hacia un mes, se notaba una bajada en las ventas. Aquel aciago día, el de la ocupación, también había sido un día normal, prácticamente idéntico a todos los demás, hasta que a media tarde sonó la campana de alerta de Trapsaco y la ciudad se alboroto precipitadamente. La guardia corría de un lado a otro preparándose tras las murallas, de forma bastante acobardada, pues era evidente que no contábamos con efectivos para hacer frente a ningún ejército. Yo fui capaz de subirme a la muralla, lo que fue realmente sencillo puesto que los soldados estaban abriendo la puerta de la ciudad al gobernador de la misma y no prestaban demasiada atención al resto. Aquel hombre salió de la ciudad acompañado por un par de soldados y se reunió con un pequeño grupo que, previamente, se alejo del enorme ejército enemigo situado frente a Trapsaco. Yo observe las banderas, sin ninguna duda árabes. Todos habíamos oído hablar de la guerra que habían iniciado estos desalmados junto con los egipcios en contra de nuestro reino, pero… ingenuamente confiábamos en que no llegaría hasta nuestro hogar. Todo ocurrió muy rápido, en menos tiempo del que tardo en contarlo, el poder de la ciudad cambió de dueño y nos encontramos bajo poder árabe y con su Rey Amintas en persona disfrutando de la comodidad de nuestro palacio…
Extracto I: “ El diario de un combatiente”
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Hoy me levanto feliz y… liberado, aunque, tengo que confesar que, también dolorido. No penséis en un dolor espiritual ni emocional ni nada por el estilo, es totalmente físico… esos asquerosos árabes.... Todo ocurrió dos meses después de la ocupación, ya estábamos empezando a perder la esperanza. Yo intentaba mantenerme firme y esperaba que continuasen los leves disturbios que había en la ciudad, que, ciertamente, no podían conseguir nada sabiendo las dimensiones que alcanzaba el ejército árabe establecido allí, pero, al menos, molestaban a las tropas que se acantonaban en nuestra ciudad. Y un día, cuando el sol alcanzaba su mayor altura, sonó la campana de alerta de Trapsaco y, aunque no lo manifestamos, nos alegró en gran medida saber que nuestro rey había mandado tropas a liberarnos y no se había olvidado de nosotros.
Abrieron la puerta de la ciudad y Amintas acompañado de su escolta abandonó la seguridad de la muralla. Imaginé una reunión parecida a la que se había sucedido el día de la ocupación entre los dirigentes de ambos ejércitos, pero con más tensión por ambas partes. Cuando el Rey árabe volvió a entrar en la ciudad mostraba cierto odio contenido y subió a la muralla donde, después de mirar hacia el exterior, ordenó algo a uno de sus capitanes. En ese momento nadie sabía de que se trataba, pero instantes después nos habían armado y colocado detrás de la puerta como fuerza de contención. Y empezamos a esperar lo peor, mirándonos unos a otros, realmente aterrados dudando de nuestra supervivencia y sosteniendo el arma con gran timidez. Pudimos ver como comenzaba el asedio a la ciudad, como llovían flechas en ambos sentidos y piedras que caían en distintas zonas de la muralla. En ese momento hubo una mirada colectiva, llena de señas y gestos, parecía que todos éramos uno solo, pensando lo mismo… y lo hicimos, abrimos la puerta. Las tropas árabes se percataron de nuestras intenciones, pero ya era tarde, y, aunque lanzaron ráfagas de flechas y sufrimos muchas bajas, no lograron detenernos. En ese momento el ariete, que aún no había llegado a la puerta, cayó al suelo y las tropas que lo sostenían y acompañaban comenzaron una carga hacia la puerta. Yo me disponía a cruzarla cuando un proyectil alcanzó mi gemelo y el tiempo se volvió difuso durante unos segundos, minutos… o quizás horas. El dolor recorrió mi cuerpo violentamente y me derribó a la vez que enturbiaba mi vista. Figuras oscuras se acercaban rápidamente hacia mi posición y yo desafiando mis limites me levanté consiguiendo escurrirme al otro lado de la muralla antes de que los ejércitos entrasen en contacto. Tras el enorme esfuerzo no pude hacer otra cosa que caer rendido al suelo y, cuando giré sobre mí, para coger aire, una sombra sostenía, lo que intuí que seria una espada, sobre mi cabeza. Yo no pude hacer más que mover torpemente mi arma, creí escuchar el chocar entre los metales en lo que parecía una distorsión de la realidad. Repentinamente la sombra desapareció y sin darme tiempo a reaccionar mi vista se oscureció y yo perdí la consciencia. Me desperté en la enfermería de la ciudad, donde me comunicaron que había tenido mucha suerte y conservaría mi pierna. Respire aliviado tocándomela, sintiendo que era verdad que estaba ahí.
La habitación en la que me encontraba acogía a muchos mas heridos. Desvié mi mirada hacia la ventana y pude ver como los soldados retiraban los cuerpos sin vida de las calles, una visión aterradora de las consecuencias de una terrible y sangrienta batalla, pero… justificable si conseguía la liberación de nuestra ciudad.
Momentos después me enteré de que el mismo Antigono, nuestro emperador, había liderado las tropas que recuperaron Trapsaco, y había nombrado en su discurso el valor de mi unidad al abrir las puertas y llamado a los supervivientes, que desgraciadamente no llegaba a catorce personas, a que, por la gloria del imperio, siguiesen al lado del ejercito luchando con fiereza contra nuestros enemigos, a pesar de qué los que aun podíamos sostener una espada éramos todavía menos que los supervivientes, a causa de las heridas. Yo, me negué y continué mi rutinaria y pacifica vida.
Extracto II: “ El diario de un combatiente”
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Estoy realmente apenado, pues a menos de un mes de la liberación de mi ciudad de los árabes hemos sufrido otro ataque, esta vez por parte de los egipcios. Yo había conseguido caminar con soltura pero aún tenía pequeñas muescas de dolor en ciertos movimientos y aunque me había negado a combatir por Babilonia, aquel sentimiento que inundó todos mis pensamientos cuando volví a escuchar la tan famosa campana no pudo ser contenido por la parte sensata que yo albergaba ni por los consejos de mi mujer y me empujó a coger una vez más las armas para empuñarlas frente a este nuevo enemigo. Estaba preparado junto al ejército imperial y, de nuevo, la reunión pertinente entre los líderes de ambos ejércitos, en esta ocasión egipcio y babilónico. Los capitanes nos comunicaron que íbamos a combatir fuera de la protección de la muralla, que en estos momentos se encontraba medio destruida, por lo que era bastante ineficaz, y así evitaríamos la consiguiente devastación que dejaría la batalla en la ciudad babilónica. Entonces todo el ejército avanzó hacia la puerta principal mientras la caballería abandonaba la ciudad por una de las salidas posteriores. Supuse que era una estrategia de flanqueo, pero no medité sobre ello debido a la gran impresión que me asaltó al situarme frente a las tropas enemigas, fue sobrecogedora, pues nunca me había interpuesto en el camino de un ejército.
Mantuvimos la posición hasta que Antigono volvió a unirse a nosotros para comenzar un enfrentamiento que no pudo ser evitado. Nuestro rey comenzó su discurso antes de que se iniciara la contienda mientras la caballería avanzaba rápidamente para coger su retaguardia. La adrenalina comenzó a correr por mis venas antes incluso de empezar a avanzar hacia el enemigo y ella era la que controlaba todos mis movimientos. La infantería ya comenzamos a cargar cuando pudimos ver que asomaba la caballería a lo lejos. Una vez iniciada la batalla, volví a perder la noción del tiempo. Lanzaba ataques torpemente y me cubría como podía tras el escudo, en realidad, no se me daba mal, pero yo no contaba con la preparación que tenían todos los demás hombres y… eso se notaba. Cuando quise darme cuenta todo acabó, pero esta vez nosotros habíamos sido derrotados y corríamos lo más rápido que podíamos a través del bosque, aprovechando su cobertura y su mala accesibilidad para la caballería enemiga. Después de varias semanas llegamos a Issos, yo me encontraba tranquilo en todo el camino, pues en nuestro mismo grupo iba el propio Antigono y ver al Emperador tan cerca, quieras que no, impone. Además, esta vez no tenia ninguna herida seria y ayudaba al resto cuando estaban faltos de fuerzas. En Issos atendieron nuestras heridas y nos establecimos durante algo más de medio año, en el cual recibí un entrenamiento militar muy duro, quería estar preparado para lanzar el contraataque.
Extracto III: “ El diario de un combatiente”
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Hoy escribo aquí, en el diario de mi amigo, Eskarr… enormemente apenado… lloro su perdida y finalizo su relato, intentando adaptarme a su forma de escribir, para futuros lectores, pues sé que es su deseo. No me presentaré, solo diré que éramos compañeros y que comencé esta contienda junto a él, los dos abrimos las puertas de nuestra ciudad, los dos la defendimos y los dos regresamos a nuestro hogar para liberarlo de Egipto. Sin más rodeos, narro el último episodio de su vida.
Fue un largo camino de vuelta, todo el ejercito parecía estar ansioso por llegar, y nosotros… aún mas. A medio camino tropas procedentes de Aspendo se unieron a nuestro avance y liderados por Antigono “El cíclope” nos dirigíamos a Trapsaco, ahora llamada “La Deseada”. Pero de camino, una de las avanzadillas informó de que un ejército egipcio se dirigía hacia el norte, hacia nuestra posición. Comentamos que a nuestro Rey le brillaban los ojos y parecía sonreír al recibir la noticia, antes de hablar con sus capitanes, pero tampoco le dimos gran importancia. Nosotros empezamos a acariciar las empuñaduras de nuestras armas.
Finalmente el enemigo asomó por el horizonte y, esta vez, no hubo ni siquiera una conversación entre los dos Reyes enemigos, tampoco discurso, todos sabíamos a que habíamos venido y estábamos deseosos por conseguirlo. Esperamos la señal y cuando la hizo, todos comenzamos a avanzar impetuosamente. Alzamos nuestros escudos cuando los arqueros enemigos descargaron sus flechas sobre nosotros y, aunque algunos cayeron, los demás seguimos nuestro imparable avance, para, cuando sólo nos faltasen unos palmos para llegar al contacto directo, lanzarnos en una carga casi fanática. Levantamos las lanzas y los gritos anunciaron el choque entre ambos ejércitos. Todo fue muy rápido, estábamos ganando y el enemigo parecía dispuesto a huir, fue entonces cuando, aprovechando un descuido, un egipcio apareció por detrás de mi compañero y le atravesó con su lanza. Yo lo vi, vi su retorcida mueca de dolor mientras intentaba deshacerme de dos adversarios y, aun sigue grabada en mi mente, pero no puedo ni hacerme una mínima idea del dolor que le supuso, aunque me confortó, en muy poca medida, que fuese solo por un brevísimo momento. Para cuando conseguí acabar con uno de mis enemigos, y otros hombres de mi unidad me libraron del otro, corrí hacia su verdugo lo más rápido que pude, pero se me adelantaron y le atravesaron, siendo el último en caer antes de que los restos del mermado ejército enemigo huyeran. Yo me acerque a Eskarr, completamente afectado, que ya estaba totalmente inmóvil con una herida enorme en el pecho. Me agaché y levante su cuerpo inerte para asegurarme de que cargasen con él. Yo me encargaría de llevárselo a su mujer y de que se le concediese un funeral digno de sus valientes actos. Entonces vi una mancha de tinta en su manga y me prometí acabar su historia, que, aunque me hubiera gustado que fuese el quien la terminase, siento el deber de continuarla hasta que sucumba a su mismo final, momento en el que… quizás… otro se disponga a rellenar más papiros con su propia aventura de honor, desesperanza y muerte.
Extracto IV: “ El diario de un combatiente”
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