Autor Tema: RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO  (Leído 10358 veces)

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Alejandro_L

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RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO
« en: 13 de Diciembre de 2006, 03:44:11 pm »
EL PRECIO DE LA TRAICIÓN

      - ....“¿Por qué lo hiciste?”...

       Sus palabras retumbaron entre las paredes de piedra que conformaban la celda las cuales, tímidamente alumbradas por la luz de unas antorchas clavadas en uno de los muros, dejaban entrever al fondo la figura de un hombre en pie, apoyado en una de las esquinas. Debajo de la melena sucia y pronunciada que le cubría la cara asomaba una mirada fría y desafiante llena de odio y resentimiento que se clavó como un puñal entre los ojos de su interlocutor. Sí; hasta cargado de cadenas ese hombre seguía siendo fiero. Sofites lo sabía y por eso, incluso en esas circunstancias, le respetaba.

         -“Responde ahora: ¿por qué me traicionaste?”

       El silencio se adueñó de nuevo de la estancia, roto únicamente por el ruido que hacían al caer las gotas de agua que se filtraban del techo. El hedor y la humedad de las mazmorras eran insoportables.

      Mientras repetía su pregunta, la mente de Su Divinidad Sofites comenzó a recordar otros días, otros momentos felices en los que compartió honores con aquél hombre, su General más querido, su compañero de armas más fiel, su amigo.
Recordó entonces los combates en la campaña del Indo, con el Gran Alejandro, llena de sinsabores y también de victoria y júbilo; las cruentas guerras de Oxicania, ya nombrado Sátrapa y la matanza de Brahaman, cuando las tribus rebeldes diezmaron la infantería Malia antes de ser aniquiladas en una noche sangrienta en la que juntos combatieron espalda con espalda.

      De repente, esos pensamientos, fugaces como el rayo, se difuminaron en el tiempo y nuevamente Su Divinidad volvió a la oscuridad de la celda donde ahora intentaba encontrar respuestas.

       - ¿”Qué pretendes viniendo aquí?”- le espetó de repente aquél hombre-. “¿Acaso buscar tranquilizar tu conciencia buscando una justificación que te redima de tu culpa, gran Sátrapa?”

        Al oir esto, Sofites giró sobre sí mismo y avanzó un paso al frente a la vez que instintivamente llevaba su mano a la empuñadura de la daga de oro que colgaba de su cinto.

        S- “¿De mi culpa dices?” -un acceso de ira recorrió de repente todo su cuerpo. - ¿Tú, a quien confié mi caballería Mali,a a la que llevaste a una muerte segura te atreves a hablar de mi culpa?” -Su voz retumbada como el trueno-.

         A- “!Culpable es aquél que está dispuesto a sacrificar a sus caballeros mandándolos a una empresa suicida antes que proteger a su pueblo!”.

         S- “¿Quién eres tú para decidir qué es  mejor y qué peor?. ¿Acaso te dieron los dioses el poder de la adivinación?-
Poco a poco, Sofites se fue serenando; y tras unos breves instantes de tensa pausa comenzó a hablar de nuevo, su mano ya fuera del cinto.

         S- “Yo no te envié a morir, sino a conquistar y tú, a cambió, te vendiste a nuestros enemigos persas rindiendo la provincia de Frada. Muchos guerreros malios murieron allí por tu ambición."

          A- “Muchos murieron, pero muchos más vivieron por ello. Tú a cambio les abandonaste a su suerte. Poco te importaba su destino”.

          S- “Desgraciada vida cuando les condenas a ser esclavos”.

          A- “Pero vida, a fin de cuentas....”

          S-“Mírate ahora y díme ¿Ha valido la pena?”

          A- “¿Acaso te importa, Sátrapa?”

          S- “Me importó una vez. Por eso estoy aquí ahora, para intentan entenderte, para comprender cómo mi general más querido puede convertirse en un vil traidor que vende a su patria y a sus hombres”.

          A-¿ “Qué patria? ¿Macedonia?, ¿Malia?, ¿o cualquier territorio olvidado de los dioses poblado por razas bárbaras que ni nos quieren ni nos respetan? Mi patria son mis hombres y a ellos me debo”.

          S- Macedonia está muy lejos, al igual que nuestro sueño de volver. Murió con Alejandro. Tu deber no era con tus hombres, sino con tu Señor y tu nuevo pueblo”.

          A- “No soy yo quien debe juzgar eso”.

          S- “Pero sí morir por ello. No eres digno de llevar sangre Macedonia en las venas”.

          A- “No esperaba otra cosa de ti. Sin embargo, moriré satisfecho y con honor”.

          S- “¿Honor?... Extraña palabra esa en tu boca. Sin embargo, en memoria a lo que una vez fuiste te concedo el derecho a morir como un macedonio, de tu propia mano, con la dignidad que le negaste a los que en ti creyeron. ¡Guardias! –
al grito las puertas de la mazmorra se abrieron y un par de soldados pasaron al interior. Uno de ellos portaba un pequeño cuenco de madera con cicuta que dejo apoyado en una de las repisas de la pared contigua a la puerta de la celda-

          S- “Yo, Sofites el Sátrapa, Señor de Malia, te condeno a tí, General Anaxíades a la muerte y al olvido. Cualquier recuerdo de lo que fuiste será borrado. Nadie podrá hablar de ti en lo venidero. Ninguno de tus descendientes podrá recibir honores en tu nombre. Nunca habrás existido. Que los Dioses te concedan el perdón que yo nunca te daré.”

            Dicho esto, Su Divinidad salió escoltado de la celda sin mirar atrás. Y a pesar de su grandeza, aquél hombre, alto y delgado, de cabellos oscuros y barba alargada, enfundado en su túnica verde y dorada, no pudo evitar estremecerse al oir el chirriar de los cerrojos del portón de la celda, al tiempo que caminaba con paso erguido a través del pasillo estrecho que conducía al exterior de las mazmorras.

           Aquél día una sacudida de dolor se extendió desde las estepas de Pamir hasta las ciénagas pantanosas de Thar y, aunque nadie lo vio, dicen que esa noche, en la soledad de las silenciosas estancias del Palacio de Malia, se oyó al Sátrapa Sofites llorar por última vez.
A fin de cuentas si la orden se ejecuta gano yo... y si no lo hace vos perd?is. ?Cu?l prefer?s pues?- Cardenal Richelieu.

Alejandro_L

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Re: RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO
« Respuesta #1 en: 13 de Diciembre de 2006, 03:56:06 pm »
LAS CENIZAS DE UN IMPERIO


         Alejandro paseaba, inquieto, por su dormitorio. Bien podría pensarse que el calor, o los insidiosos mosquitos, que no respetan a tan insigne figura, estaban impidiendo el justo sueño del más poderoso emperador del momento.  Pero un ingenioso sistema de agua vaporizada, un extrañísimo invento recién traído de Babilonia, mitigaba el sofocante calor de la habitación y los molestos insectos eran ahuyentados por un caro incienso persa, que había recorrido miles de kilómetros para contribuir al descanso del monarca.

          El vasto imperio que gobernaba este hombre poseía grandes recursos para solucionar todos sus problemas. Sin embargo, esa era precisamente la cuestión que le quitaba el sueño.

          Cuando su imperio era reducido, dormía en la misma tienda que sus generales. Compartían el rancho, cabalgaban juntos, y se lanzaban todos a la batalla con la misma pregunta en la cabeza. "¿Será hoy cuando llegue mi hora?".

          Alejandro confiaba en sus generales y su armadura, porque no tenía nada más para salvaguardar su vida. Eran jóvenes, tenían toda la vida por delante... que bien podía ser un suspiro. Grandes enemigos y Grandes victorias.... ¡¡El mundo era suyo!! Sus grandes rivales fueron aniquilados, como lo fue en su tiempo Tebas, arrasada hasta los cimientos para castigar su rebeldía.

           ¡Ahh!... que grande era la vida en aquella época.... y qué oscuros nubarrones se cernían ahora sobre él.

           Sus ojos divagaron al bruñido y lujoso peto que estaba en un rincón de la sala. Un peto metálico, con intrincadas figuras, y del metal más fino y reluciente producido en una de sus minas. Lo miró, lo cogió con su mano... y lo arrojó al suelo, con una mueca de desprecio. Abrió el arcón sobre el que reposaba su armadura de gala, y allí encontró otro peto. Burdo, pesado, pero efectivo. Un peto no mucho mejor que el de un soldado de infantería. Una basta protección de metal, sin adornos, con un acabado dudoso, en el mejor de los casos, y reluciente tan sólo en aquellos sitios donde el uso continuado había limado el áspero metal.

           Dentro del peto, un recubrimiento de cuero que lo hacía más soportable cuando el frío era intenso, y que evitó tantísimas ampollas y llagas...

           Aquí y allí había grietas y perforaciones donde las armas de los soldados intentaron acabar con su vida.

           Esta brecha de aquí, un garrotazo conquistando Queronea, cuando aún era un general a las órdenes de su padre. ¡Qué gran fiesta celebraron tras la victoria! ¡Y qué hermosas mujeres...! Lisímaco apareció dos días después, borracho como una cuba y transportado por varias mozas...

           Esta muesca, una flecha que a punto estuvo de acabar con su vida en una traicionera emboscada, y que tal vez  lo hubiese conseguido de no haber sido por la rápida intervención de Antígono...En aquel momento su fuerza era tan grande como su lealtad, y siempre fue un punto de apoyo para sostenerse en cualquier batalla.

           Éste era su peto, el peto de un autentico guerrero, no esa burda filigrana, hermosa pero poco fiable, que usaba ahora.

            De igual manera... ¡ay!... sus  generales se habían convertido en la sombra de lo que eran. De ser sus hermanos de batalla, ahora eran poco más que eran consejeros bien cuidados y pagados que escondían mas de lo que decían. Sus semblantes, otrora alegres y joviales, ahora escondían aires de superioridad y miradas torvas.

            Si antes dormían en cualquier esterilla en el suelo, ahora requerían enormes y lujosos palacios, vestidos de seda. Antes, para hablar con ellos simplemente entraba en su tienda y les despertaba... ahora había que enviar mensajeros y convocarlos. La gran camaradería que había entre ellos, ahora son recelos y suspicacias.

            “Todo por heredar mi imperio. Se matarían entre ellos por un trozo de tierra. Y me matarían a MI por acelerar el proceso. Debo encontrar un buen sucesor, antes de que el imperio estallara en una guerra civil entre hermanos. ¿Pero quien?”

           “El mujeriego Lisímaco siempre ha sido de fiar... pero su debilidad por mi hermana podría ser explotada por sus enemigos. Seleuco sigue igual de callado que siempre... ¿Qué oscuros secretos esconderá ahora? ¿Será el mismo que planea mi muerte... ? ¿Y Sofites? No es macedónico, pero es fiel... tal vez demasiado. Seguiría a ojos cerrados las sugerencias de sus consejeros, sin poder ver más allá de sus narices.

            ¡No! Mi imperio no debe caer en manos de pusilánimes ni de intrigantes.”


            Odiaba las intrigas.

            Antes, llevaba por escolta su valor y su espada. Ahora, una guardia pretoriana le acompañaba en todos sus desplazamientos. ¿Por qué tenía más que temer en el centro de su imperio ahora que antes en el corazón de la batalla?

             Las intrigas y los espías populaban a sus anchas por palacio, mientras él tenía que esconderse tras su guardia. Ya no comía el rancho del soldado, pero ahora tenía un catador para su comida.

             ¿Y no le miraba ese guardia con ojos desdeñosos? ¿No llevaba uno de sus catadores anillos y alhajas que no correspondían a su categoría?

             ¿Porqué no podía dormir tranquilo en su propia habitación ?

            Un ruido se escuchó tras la puerta, y Alejandro desenvainó su espada como un rayo. Hacía dos semanas que dormitaba con la espada al cinto y la puerta atrancada. Su enorme imperio, fruto de sus sueños, ahora era el responsable de sus pesadillas. Creía oír ruidos tras cada puerta, conspiraciones en cada susurro, podía oler el veneno que destilaba cualquier cosa que le apetecía comer, la envidia con la que le miraban sus antiguos compañeros....

            Envainó la espada y se giró hacia el escrito que estaba redactando. Debía dejar su imperio en buenas manos, para que no se perdiera entre violentas guerras civiles. Un imperio tan poderoso, una paz duradera... no podía sucumbir tras su muerte… Pero, ¿a quien?.

            Podría dejarle una buena parte a Lisímaco. Su habilidad económica podría hacer entrar al imperio en una nueva era... pero tal vez no diera la altura militarmente.¿Y Casandro? Su padre era su regente más fiel, y él sabía cómo tratar a los soldados... pero con una mueca abandonó la idea, al recordar qué tratamiento tenían los jóvenes y apuestos soldados...

            ¡Antígono! ¡Antígono era su mejor militar!... pero tanto que embarcaría al reino en una sed de conquista sin fin, antes de caer destruido por sus cada vez mas numerosos enemigos, a este paso. Y era mucho mayor que ellos, no había perdido aún su genio militar, pero nunca se sabe...

            ¿¿Quien??

            “Un digno sucesor sería Dravas. No es macedonio, pero tienen el temple que hace falta para llevar los ejércitos... pero también para regar el palacio de cadáveres. ¡No! ¡No quiero eso!”

            Alejandro paseaba furioso por la habitación. Cogió con sus manos un pesado busto y lo lanzó contra la ventana. Los jarrones y adornos también vuelan y se estrellan contra las paredes y el mobiliario. El rey de todo un imperio estrella una floreada maceta contra una mesa. La maceta se rompe, pero la flor queda plantada sobre la mesa, como burlándose de su ira. Un movimiento de la espada, y tanto la maceta como la mesa son partidos en dos.

             “Ptolomeo regirá el reino entre aromas de incienso y el rogar a los dioses… No será él ¡No quiero un imperio religioso! “

            Alejandro está fuera de sí. Rasga un tapiz bordado y se dirige rápidamente al papel que designará al heredero de su trono, al responsable del imperio más grande de la humanidad. Al decididor de la vida y muerte de millones de vidas....

            Coge la pluma e intenta mojarla en tinta, pero la ha derramado sobre todo el suelo. Sin dudarlo, vuelve a desenvainar su espada y se hace un corte en la muñeca, mojando la pluma en su propia sangre, para después garabatear furiosamente en el papel

             “Amintas... mi primo. Él es el heredero legítimo, y quien debe ocupar mi sitio. Regirá sobre las maravillas de babilonia, las especias de Persia y los mercados de Macedonia. Dirigirá los ejércitos de los aguerridos escitas, regirá el comercio sobre el cauce del Nilo y tendrá posesión de mis palacios, riquezas y...”

            Alejandro mira alrededor y observa el legado para su primo.

            Una habitación destrozada.

             La tinta cubriendo el suelo. Las cortinas hechas jirones. Carísimos jarrones hechos pedazos.

             Al salir de la habitación, una guardia en la que apenas confiaba, guardando sus pasos día y noche.

             Dos probadores para su comida.

             Ni siquiera se atrevía a dormir con una mujer una noche entera, ni a emborracharse con un excelente vino griego.

             El sabor de la victoria le sabía a ceniza. Si elegía a Amintas, el resto de generales le destriparían antes de que pudiera sentarse en el trono. Ellos tan sólo respetarían a alguien que demostrase ser mejor que ellos, no a quien fuera elegido por algún sucio decreto.

             Y entonces Alejandro lo vio claro. Si querían el trono, que demostrasen ser dignos de él. Cogió el papel y se dirigió lentamente a la lampara de aceite que iluminaba la habitación. Lentamente, prendió el documento y lo arrojó dentro de la llama. El fuego consumió el pergamino, de igual manera que sabía que muchas vidas se consumirían a su muerte. Ciudades enteras caerían bajo las llamas, y los ejércitos harían temblar la tierra a su paso, antes de regarla con su sangre.

            Pero sólo la fuerza de las armas podía crear un imperio estable y fuerte. Si a esto hemos llegado, que así sea.

            Se fue a la puerta de la habitación y despidió a su guardia. Los pretorianos no daban crédito a lo que su rey les ordenaba, pero no se atrevieron a desobedecer.

            Después Alejandro entró en la habitación y se desanudó el cinto de la espada, que colgó en la silla.

             Acto seguido se echó en la cama, y durmió tranquilo, como no lo había hecho en meses.


[***]


              Lo estaba viendo en sus ojos.

              Todos sus generales se habían reunido “por casualidad”. Después de meses de no ver a más de cuatro o cinco a la vez, de repente se encontraron todos un día, vestidos con sus mejores galas. Se mostraban extrañamente amables, y afables, y  todos y cada uno se acordaron de recordarle lo felices y leales que eran en los “viejos tiempos”.

              Pero esa mirada huidiza que intercambiaban algunos de ellos, ese nerviosismo mal disimulado, esa actitud tan tensa... se le clavaba a Alejandro como un puñal en pleno corazón. A esto hemos llegado. Aquí están todos los cuervos esperando mi muerte. Ellos creen engañarme... pero no se puede engañar a quien ya no cree.

              Alejandro bebió con ellos y rió relajado. Disfrutaría de estos breves momentos en los que casi podía engañarse de que nada ocurría, y los acompañó jubiloso al gran comedor.

               Allí, estaba tan sólo uno de los catadores de comida. El otro debía estar enfermo, pero nadie se había ocupado de reemplazarlo...los platos se sirvieron con presteza, y Alejandro recibió el suyo con aprensión... y silencio.  El comedor, hasta hace un momento tan lleno  de chanzas y ruido ahora se notaba levemente calmado, expectante.

              El catador se acercó para probar su plato. Tenía la cara en tensión y el cuerpo contraído. Un leve sudor le enmascaraba el rostro. Alejandro se le quedó mirando un momento, y con un gesto lo despidió, dejándolo con una cara de sorpresa apreciable.

              El rey del imperio cogió la pierna de cordero con su mano y le pegó un buen mordisco. La paladeó y engulló, para acto seguido hacer bromas con sus generales, que esperaban en tensión.

              Un par de horas después, el gran general se retorcía entre enormes agonías en el amplio salón. Sus generales observaban, con ojos desencajados, el espectáculo que se ejecutaba ante sus ojos. Alejandro, rey de reyes, se moría... ¡sin designar un sucesor!

                “Dinos, QUIEN ocupará el trono. ¡¡Dínoslo Alejandro!!” –gritaba Dravas agitando a su rey por la túnica.

                 El rey caía al suelo, agotado por la agonía, mientras sus generales se subían por las paredes. Y mientras todos los presentes de la sala se arrancaban la barba de la desesperación, el forjador del gran imperio antiguo moría con una sonrisa en los labios.
A fin de cuentas si la orden se ejecuta gano yo... y si no lo hace vos perd?is. ?Cu?l prefer?s pues?- Cardenal Richelieu.

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Re: RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO
« Respuesta #2 en: 13 de Diciembre de 2006, 04:09:13 pm »
LA VISIÓN Y LA VOZ

        (Dadas las características de este trabajo la siguiente narración ocupa seis post.)
 
        Para aquellos que estéis interesados en ver el trabajo original y dado que a veces las imágenes (no sé el motivo) a veces no cargan como debieran os dejo la posibilidad de descargarla en forma pdf

« Última modificación: 13 de Diciembre de 2006, 05:46:26 pm por Alejandro_L »
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Re: RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO
« Respuesta #3 en: 13 de Diciembre de 2006, 04:39:53 pm »
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Re: RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO
« Respuesta #4 en: 13 de Diciembre de 2006, 04:48:43 pm »
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Re: RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO
« Respuesta #5 en: 13 de Diciembre de 2006, 04:49:43 pm »
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Re: RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO
« Respuesta #6 en: 13 de Diciembre de 2006, 04:50:30 pm »
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Re: RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO
« Respuesta #7 en: 13 de Diciembre de 2006, 04:51:21 pm »
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Re: RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO
« Respuesta #8 en: 13 de Diciembre de 2006, 05:01:05 pm »
GUERRAS TRAPSACAS
(Diario de un combatiente)
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         El sol se alzaba por el horizonte un día más. Mi vida iniciaba de nuevo su rutina…me levanté, me vestí, un beso a mi mujer, desayuné y, tras despedirme de mis hijos, me dirigí al trabajo, una tienda en la ciudad. No me iba mal, pero ahora, con la incomodidad que supuso la ocupación árabe de hacia un mes, se notaba una bajada en las ventas. Aquel aciago día, el de la ocupación, también había sido un día normal, prácticamente idéntico a todos los demás, hasta que a media tarde sonó la campana de alerta de Trapsaco y la ciudad se alboroto precipitadamente. La guardia corría de un lado a otro preparándose tras las murallas, de forma bastante acobardada, pues era evidente que no contábamos con efectivos para hacer frente a ningún ejército. Yo fui capaz de subirme a la muralla, lo que fue realmente sencillo puesto que los soldados estaban abriendo la puerta de la ciudad al gobernador de la misma y no prestaban demasiada atención al resto. Aquel hombre salió de la ciudad acompañado por un par de soldados y se reunió con un pequeño grupo que, previamente, se alejo del enorme ejército enemigo situado frente a Trapsaco. Yo observe las banderas, sin ninguna duda árabes. Todos habíamos oído hablar de la guerra que habían iniciado estos desalmados junto con los egipcios en contra de nuestro reino, pero… ingenuamente confiábamos en que no llegaría hasta nuestro hogar. Todo ocurrió muy rápido, en menos tiempo del que tardo en contarlo, el poder de la ciudad cambió de dueño y nos encontramos bajo poder árabe y con su Rey Amintas en persona disfrutando de la comodidad de nuestro palacio…

                       Extracto I: “ El  diario de un combatiente”
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            Hoy me levanto feliz y… liberado, aunque, tengo que confesar que, también dolorido. No penséis en un dolor espiritual ni emocional ni nada por el estilo, es totalmente físico… esos asquerosos árabes.... Todo ocurrió dos meses después de la ocupación, ya estábamos empezando a perder la esperanza. Yo intentaba mantenerme firme y esperaba que continuasen los leves disturbios que había en la ciudad, que, ciertamente, no podían conseguir nada sabiendo las dimensiones que alcanzaba el ejército árabe establecido allí, pero, al menos, molestaban a las tropas que se acantonaban en nuestra ciudad. Y un día, cuando el sol alcanzaba su mayor altura, sonó la campana de alerta de Trapsaco y, aunque no lo manifestamos, nos alegró en gran medida saber que nuestro rey había mandado tropas a liberarnos y no se había olvidado de nosotros.

             Abrieron la puerta de la ciudad y Amintas acompañado de su escolta abandonó la seguridad de la muralla. Imaginé una reunión parecida a la que se había sucedido el día de la ocupación entre los dirigentes de ambos ejércitos, pero con más tensión por ambas partes. Cuando el Rey árabe volvió a entrar en la ciudad mostraba cierto odio contenido y subió a la muralla donde, después de mirar hacia el exterior, ordenó algo a uno de sus capitanes. En ese momento nadie sabía de que se trataba, pero instantes después nos habían armado y colocado detrás de la puerta como fuerza de contención. Y empezamos a esperar lo peor, mirándonos unos a otros, realmente aterrados dudando de nuestra supervivencia y sosteniendo el arma con gran timidez. Pudimos ver como comenzaba el asedio a la ciudad, como llovían flechas en ambos sentidos y piedras que caían en distintas zonas de la muralla. En ese momento hubo una mirada colectiva, llena de señas y gestos, parecía que todos éramos uno solo, pensando lo mismo… y lo hicimos, abrimos la puerta. Las tropas árabes se percataron de nuestras intenciones, pero ya era tarde, y, aunque lanzaron ráfagas de flechas y sufrimos muchas bajas, no lograron detenernos. En ese momento el ariete, que aún no había llegado a la puerta, cayó al suelo y las tropas que lo sostenían y acompañaban comenzaron una carga hacia la puerta. Yo me disponía a cruzarla cuando un proyectil alcanzó mi gemelo y el tiempo se volvió difuso durante unos segundos, minutos… o quizás horas. El dolor recorrió mi cuerpo violentamente y me derribó a la vez que enturbiaba mi vista. Figuras oscuras se acercaban rápidamente hacia mi posición y yo desafiando mis limites me levanté consiguiendo escurrirme al otro lado de la muralla antes de que los ejércitos entrasen en contacto. Tras el enorme esfuerzo no pude hacer otra cosa que caer rendido al suelo y, cuando giré sobre mí, para coger aire, una sombra sostenía, lo que intuí que seria una espada, sobre mi cabeza. Yo no pude hacer más que mover torpemente mi arma, creí escuchar el chocar entre los metales en lo que parecía una distorsión de la realidad. Repentinamente la sombra desapareció y sin darme tiempo a reaccionar mi vista se oscureció y yo perdí la consciencia. Me desperté en la enfermería de la ciudad, donde me comunicaron que había tenido mucha suerte y conservaría mi pierna. Respire aliviado tocándomela, sintiendo que era verdad que estaba ahí.

            La habitación en la que me encontraba acogía a muchos mas heridos. Desvié mi mirada hacia la ventana y pude ver como los soldados retiraban los cuerpos sin vida de las calles, una visión aterradora de las consecuencias de una terrible y sangrienta batalla, pero… justificable si conseguía la liberación de nuestra ciudad.

            Momentos después me enteré de que el mismo Antigono, nuestro emperador, había liderado las tropas que recuperaron Trapsaco, y había nombrado en su discurso el valor de mi unidad al abrir las puertas y llamado a los supervivientes, que desgraciadamente no llegaba a catorce personas, a que, por la gloria del imperio, siguiesen al lado del ejercito luchando con fiereza contra nuestros enemigos, a pesar de qué los que aun podíamos sostener una espada éramos todavía menos que los supervivientes, a causa de las heridas. Yo, me negué y continué mi rutinaria y pacifica vida.

                 Extracto II: “ El  diario de un combatiente”
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              Estoy realmente apenado, pues a menos de un mes de la liberación de mi ciudad de los árabes hemos sufrido otro ataque, esta vez por parte de los egipcios. Yo había conseguido caminar con soltura pero aún tenía pequeñas muescas de dolor en ciertos movimientos y aunque me había negado a combatir por Babilonia, aquel sentimiento que inundó todos mis pensamientos cuando volví a escuchar la tan famosa campana no pudo ser contenido por la parte sensata que yo albergaba ni por los consejos de mi mujer y me empujó a coger una vez más las armas para empuñarlas frente a este nuevo enemigo. Estaba preparado junto al ejército imperial y, de nuevo, la reunión pertinente entre los líderes de ambos ejércitos, en esta ocasión egipcio y babilónico. Los capitanes nos comunicaron que íbamos a combatir fuera de la protección de la muralla, que en estos momentos se encontraba medio destruida, por lo que era bastante ineficaz, y así evitaríamos la consiguiente devastación que dejaría la batalla en la ciudad babilónica. Entonces todo el ejército avanzó hacia la puerta principal mientras la caballería abandonaba la ciudad por una de las salidas posteriores. Supuse que era una estrategia de flanqueo, pero no medité sobre ello debido a la gran impresión que me asaltó al situarme frente a las tropas enemigas, fue sobrecogedora, pues nunca me había interpuesto en el camino de un ejército.

   Mantuvimos la posición hasta que Antigono volvió a unirse a nosotros para comenzar un enfrentamiento que no pudo ser evitado. Nuestro rey comenzó su discurso antes de que se iniciara la contienda mientras la caballería avanzaba rápidamente para coger su retaguardia. La adrenalina comenzó a correr por mis venas antes incluso de empezar a avanzar hacia el enemigo y ella era la que controlaba todos mis movimientos. La infantería ya comenzamos a cargar cuando pudimos ver que asomaba la caballería a lo lejos. Una vez iniciada la batalla, volví a perder la noción del tiempo. Lanzaba  ataques torpemente y me cubría como podía tras el escudo, en realidad, no se me daba mal, pero yo no contaba con la preparación que tenían todos los demás hombres y… eso se notaba. Cuando quise darme cuenta todo acabó, pero esta vez nosotros habíamos sido derrotados y corríamos lo más rápido que podíamos a través del bosque, aprovechando su cobertura y su mala accesibilidad para la caballería enemiga. Después de varias semanas llegamos a Issos, yo me encontraba tranquilo en todo el camino, pues en nuestro mismo grupo iba el propio Antigono y ver al Emperador tan cerca, quieras que no, impone. Además, esta vez no tenia ninguna herida seria y ayudaba al resto cuando estaban faltos de fuerzas. En Issos atendieron nuestras heridas y nos establecimos durante algo más de medio año, en el cual recibí un entrenamiento militar muy duro, quería estar preparado para lanzar el contraataque.

                Extracto III: “ El  diario de un combatiente”
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               Hoy escribo aquí, en el diario de mi amigo, Eskarr… enormemente apenado… lloro su perdida y finalizo su relato, intentando adaptarme a su forma de escribir, para futuros lectores, pues sé que es su deseo. No me presentaré, solo diré que éramos compañeros y que comencé esta contienda junto a él, los dos abrimos las puertas de nuestra ciudad, los dos la defendimos y los dos regresamos a nuestro hogar para liberarlo de Egipto. Sin más rodeos, narro el último episodio de su vida.

              Fue un largo camino de vuelta, todo el ejercito parecía estar ansioso por llegar, y nosotros… aún mas. A medio camino tropas procedentes de Aspendo se unieron a nuestro avance y liderados por Antigono “El cíclope” nos dirigíamos a Trapsaco, ahora llamada “La Deseada”. Pero de camino, una de las avanzadillas informó de que un ejército egipcio se dirigía hacia el norte, hacia nuestra posición. Comentamos que a nuestro Rey le brillaban los ojos y parecía sonreír al recibir la noticia, antes de hablar con sus capitanes, pero tampoco le dimos gran importancia. Nosotros empezamos a acariciar las empuñaduras de nuestras armas. 

              Finalmente el enemigo asomó por el horizonte y, esta vez, no hubo ni siquiera una conversación entre los dos Reyes enemigos, tampoco discurso, todos sabíamos a que habíamos venido y estábamos deseosos por conseguirlo. Esperamos la señal y cuando la hizo, todos comenzamos a avanzar impetuosamente. Alzamos nuestros escudos cuando los arqueros enemigos descargaron sus flechas sobre nosotros y, aunque algunos cayeron, los demás seguimos nuestro imparable avance, para, cuando sólo nos faltasen unos palmos para llegar al contacto directo, lanzarnos en una carga casi fanática. Levantamos las lanzas y los gritos anunciaron el choque entre ambos ejércitos. Todo fue muy rápido, estábamos ganando y el enemigo parecía dispuesto a huir, fue entonces cuando, aprovechando un descuido, un egipcio apareció por detrás de mi compañero y le atravesó con su lanza. Yo lo vi, vi su retorcida mueca de dolor mientras intentaba deshacerme de dos adversarios y, aun sigue grabada en mi mente, pero no puedo ni hacerme una mínima idea del dolor que le supuso, aunque me confortó, en muy poca medida, que fuese solo por un brevísimo momento. Para cuando conseguí acabar con uno de mis enemigos, y otros hombres de mi unidad me libraron del otro, corrí hacia su verdugo lo más rápido que pude, pero se me adelantaron y le atravesaron, siendo el último en caer antes de que los restos del mermado ejército enemigo huyeran. Yo me acerque a Eskarr, completamente afectado, que ya estaba totalmente inmóvil con una herida enorme en el pecho. Me agaché y levante su cuerpo inerte para asegurarme de que cargasen con él. Yo me encargaría de llevárselo a su mujer y de que se le concediese un funeral digno de sus valientes actos. Entonces vi una mancha de tinta en su manga y me prometí acabar su historia, que, aunque me hubiera gustado que fuese el quien la terminase, siento el deber de continuarla hasta que sucumba a su mismo final, momento en el que… quizás… otro se disponga a rellenar más papiros con su propia aventura de honor, desesperanza y muerte.
                     
          Extracto IV: “ El  diario de un combatiente”
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« Última modificación: 13 de Diciembre de 2006, 09:17:18 pm por Alejandro_L »
A fin de cuentas si la orden se ejecuta gano yo... y si no lo hace vos perd?is. ?Cu?l prefer?s pues?- Cardenal Richelieu.

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Re: RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO
« Respuesta #9 en: 13 de Diciembre de 2006, 05:10:32 pm »
ESTO NO ES UN ADIOS ES UN HASTA LUEGO
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            “El ejercito con Casandro al mando se lanzó a la carga. En sus almas había miedo a la muerte, terror a la ira de los Dioses y el cansancio de innumerables años de guerras, sin embargo en su corazón residía el sentimiento que les impulsaba a seguir luchando, un sentimiento de amor a sus tierras, a sus familias y a su rey, un sentimiento poderoso que no les permitía desfallecer y les instaba a luchar hasta el ultimo suspiro.

             Al frente estaban los macedonios amontonados alrededor del vil Lisímaco, un traidor a la causa de Casandro. Se contaban por miles y superaban ampliamente al ejército de los griegos.

             La batalla fue increíblemente sangrienta, se dice que incluso Ares se personifico en cada uno de los soldados para disfrutar de cerca de la carnicería. La superioridad numérica inclino la balanza a favor a lo macedonios, pero a que precio. Más de la mitad de su ejército yacía sobre la tierra de Mieza y nunca más volvería a levantarse.

              La leyenda cuenta que, alrededor del cadáver de Casandro, se encontraros cientos de cadáveres macedonios y que al rey griego se necesitaron más de una decena de flechas para abatirlo. No cabía duda, allí había caído un héroe.”


             -¿Qué le parece señor?

             -¿Qué Ares se presento en la batalla?, buena idea, no se me había ocurrido.

             -Me pareció conveniente para recalcar la crueldad de los macedonios.

             El pequeño escriba estaba de pie delante de una gran mesa donde el corpulento hombre estudiaba su escrito.

             -Y me gusta eso del héroe caído, representa la imagen que quiero dar de mi. -Dijo finalmente Casandro- Toma este oro, haz que todo el pueblo “sepa” que esto es lo que realmente ocurrió y no esas falacias que Lisímaco anda contando por ahí.

             -Así se hará señor.

              El escriba se marchó apresuradamente y a través de la misma puerta entro otro hombre ataviado con una armadura brillante.

              -Señor, ya esta todo dispuesto, cuando desee podemos partir.

              -Gracias Anocrates, solo me queda un asunto por solucionar, tu haz que mis ordenes se cumplan.

              Anocrates asintió y marcho de la sala, horas más tarde cuando los babilonios entrasen en Atenas encontrarían todos los almacenes y graneros ardiendo así como el gran palacio imperial que Alejandro había mandado construir para su fiel amigo Casandro.

               Casandro, seguía releyendo su historia cuando su invitado entro en la sala. Llevaba las últimas semanas esperando este momento y por fin había llegado.

                -Saludos mi señor. –Dijo el invitado con una pequeña reverencia.

                -¿Y bien?

                -Vera señor, ha habido un pequeño problema.

                -No te andes con rodeos, hijo de Ares. –Rugió Casandro. La mirada del asesino se oscureció ante el grave insulto.

               -Lo siento señor, encargué el asesinato de Antigono tal y como tu mandaste pero la guardia personal del Tuerto lo frustro arrestando y ejecutando a los hombres que había contratado.

               -¿Y porque estas tu aquí?, ¿Por qué no fuiste tu uno de los ejecutados? –Ese era su golpe final, el macedonio le había derrotado gracias a la ayuda del babilónico y se había visto obligado a organizar su “exilio” personal. Pero todavía había urdido una ultima conspiración, matar a Antigono “el Tuerto”, el causante final de su derrota. Casandro se iría, pero se llevaría a alguien con él. Y ahora este asesino de pacotilla lo había echado todo a perder.

              -Perdóneme señor, disculpe mi torpeza, debí ser yo personalmente el que llevase a cabo el plan. –Había cierto tono de condescendencia en la voz del asesino que a Casandro no le paso desapercibido.- Brindemos con un poco de vino mi señor, por la gloria pasada y la venidera.

              Todo el mundo sabía que Casandro era bastante aficionado al vino y difícilmente se iba a resistir a una última copa antes de partir.

               El asesino sirvió dos copas con una botella de un exquisito vino traído de las lejanas tierras occidentales y le ofreció una al rey. La reacción de Casandro fue increíblemente rápida y el asesino no se lo esperaba. Del cuello de este manaba abundante sangre tras ser degollado por la espada de casandro, aun con ambas copas en la mano cayo de rodillas mirando conmocionado a Casandro.
-Llevo mucho tiempo jugando a este juego –Dijo Casandro mientras cogia su copa de la mano del moribundo asesino.- El arte de las intrigas y manipulaciones no tiene secretos para mi, y si de verdad crees que acabarías conmigo con esta truco desesperado es que no eras tan bueno como yo pensaba.

               Casandro vertió la copa en una planta, que rápidamente murió a causa de un potente veneno que había en el vino. Luego se dirigió al asesino ya muerto, limpio su arma en sus vestimentas y se preparo para partir.

               Cuando Anocrates regreso no se sorprendió de la escena que vio, pues sabia de antemano el final del desdichado asesino.

                -Ya esta todo en marcha y el ejército de Antigono esta cerca. Es hora de partir.

                 Casandro asintió y salio tras su súbdito.

                 Un par de días después un barco mercante se dirigía hacia el oeste en busca de un lugar tranquilo. Muchos pescadores y campesinos aseguraron ver al mismísimo rey de Grecia subir a bordo.
A fin de cuentas si la orden se ejecuta gano yo... y si no lo hace vos perd?is. ?Cu?l prefer?s pues?- Cardenal Richelieu.

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Re: RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO
« Respuesta #10 en: 13 de Diciembre de 2006, 05:14:44 pm »
CAMPOS FÚNEBRES

       Era pronto, al alba.

       Un oceano inquietante, demasiado tranquilo para ser cierto, demasiado alejado para poder ser alcanzado, demasiado distante para porporcionar su refugio y, a la postre, demasiado ajeno para los brazos mortales;Su azul inmenso poblaba el cielo ,no había nube que cobijase al más intrépido ni al desfavorecido, y, la pálida luz del orbe ígneo surgía desde el horizonte poblando la escena de ligeros tonos marengo y grises apagados, otorgando al momento un espíritu casi fantasmagórico;Chocando con la hierba, tornada ya en colores marrones,los haces de luz se reflejaban contra el montículo elevado de la estepa, contra la cara del actual soberano;Su rostro estaba manchado, el viento que soplaba en la estapa agitaba los mechones morenos contra su cara:parecian golpear como látigos acompasados, uniendose grotescamente con los alaridos y estertores de los ejeutados bajo sus manos.

         El año era el 323 a.C, a pocos dias de la muerte del gran conquistador de toda nuestra historia, el noble macedonio Alejandro, para la gran mayoria Alejandro Magno.

         Hacia unas semanas que veloces corceles, en grupas y tonos dorados, habían partido de Cirópolis ante la noticia de la gran perdida y se habían deslizado ,como si de aire se tratase, por toda la estepa de Escitia, al menos eso era lo que cualquier observado ajeno diría, pues los corceles y jinetes escitas eran los mejores que podían verse en el mundo conocido: tal era su dominio que ningun movimiento podía resultar brusco, y, con una gracia sobrenatural, se deslizaban entre la hierba como agua de mar sobre la costa;Lo más importante, su misión, era la de encontrar lugar digno para el sepulcro del gran conquistador.

          El ambiente discurre al abrigo de la piedra, en la cuenca de un valle: escarpadas colinas se oteaban en al distancia, al norte y al sur, cubriendo todo el horizonte, como la mente de Alejandro lo hacía;Sus tonos marrones se confundían con oscuros pináculos dispuestos a rasagr el cielo, dispuestos  a descargar la ira de su pérdida en un indeferente observador.

          No hay más de una docena de personas en la colina, al menos que aun puedan respirar: media docena de hombres bien armados descansan abajo sobre sus monturas, otra cantidad igual de ingente reposa en la parte superior, de entre ellos hay una figura recostada, no mayor que el resto, pero si diferente: su armadura parece más cuidada, y el hecho de que no porte casco alguno deja al viento una melena negra, una sombra casi viva que se azota acompasada contra su propia cara;Su rostro ,palagado de sudor y de lágrimas, permanece pétreamente en una mueca a camino entre el dolor y la furía, la pérdida y la impotencia:sus dientes, apretados y chirriantes, secos igual que la boca que los alberga;Sus ojos, a punto de salir de las cuencas, pero con un inquietante semblante de indiferencia, con la vista distante en algún lugar de su mente;Sus músculos tensionados, y sus tendones, ya acomodados a estas situaciones por la guerra;Finalmente todo queda sobrepasado por un sonido seco y fuerte, casi como el crepitar nocturno: el estertor de una joven morena,una belleza casi de cerámica, cubierta por escasas y finas vestimentas de tonos parduzcos y bermejos;Sobre su cuello aros dorados y sobre ellos las manos de su verdugo: el escita Dravas.

          En Escitia es costumbre la de enterrar a los familiares, siervos y caballos más queridos junto a su marido, señor y jinete; Dravas sabía que el cuerpo de Alejandro no pertenecía al corazón de Escitia, pero si honraría la memoria de su amigo cumpliendo la tradición con sus posesiones más preciadas de Escitia, que incluian a la joven Idara, la concubina negra como el ónice.

          El cuerpo de Idara se precipita a un cubículo esférico bajo el nivel del terreno, cae sobre una montura  ,antaño parda ahora granate, y bajo está reposan  cuantiosos objetos de tonos cobrizos,que ahora también tornan de color;Asi pues esa será el  destinode Idara, cuyos ojos perplejos de horror aun permanecían fijos en el frio cielo cuando la tierra sepultó su cuerpo y unos peñascos la apretaron contra ella, empujando el riego sanguineo de ambas criatura a descender vertiginosamente hacia el suelo, donde las plantas no tardarían en absorberlo.

         Arriba los guerreros escitas constuyen un montículo entorno al  luagr, y el hombre prominente murmura sus oraciones en silencio,oraciones para obtener el coraje y la bravura, para no flaquear, y para ser honorable frente a su familia durante los tiempos que le esperan, y en el fondo de su alma, ruge y clama el odio fraticida hacia Alejandro por abandonarlos y obligarles a juntar los aceros de sus ,antaño, amados generales;Es ese odio, del que tan culpable se siente, el que mueve su corazón.

          Se levanta lentamente , y acto seguido su rostro se vuelve un espejo de serenidad con cierta amargura;se desliza colina abajo, donde monta uno de los caballos que  allí esperaban: no es ni más hermoso, ni exótico, es igual que el resto, pues el luto por Alejandro no permite esas distinciones, ni tampoco Dravas lo desea.

         Solo una frase roza sus labios, seca y directa, con ciertos aires de parternalidad oculta:Volved con presteza...

          El jinete se aleja hacia el sur;A Cirópolis; el jiente es Dravas I lider reciente de los pueblos escitas y Cirópolis es su fortaleza de la soledad, donde un conclave, claustrofóbicamente vacio en su multitud, le espera para juzgar sus decisiones.

          Un año más tarde una flor ajena al lugar florece sobre un montículo de Escitia,de improtancia sólo para quienes saben que hay ahí, se trata de una amapola.....
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