Autor Tema: Relatos del II Concurso de Klaskan  (Leído 7670 veces)

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dehm

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Relatos del II Concurso de Klaskan
« en: 26 de Marzo de 2004, 11:23:37 am »
Bienvenidos!

En este post tendréis a vuestra disposición todos los relatos que se han enviado al II Concurso de Klaskan: Aniversario.

El sistema que puntuará a dichos relatos estará expuesto en otro post, éste sólo contendrá los diferentes relatos  que nos han hecho llegar los jugadores de Klaskan.
:klaskan: Árbitro de Klaskan, Capitan O'dehm, Seleuco de Babilonia, Miguel VIII Paleólogo de Bizancio, Dehmente el Hafling, Emperador Song.

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dehm

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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #1 en: 26 de Marzo de 2004, 11:29:22 am »
Concursante: Alarico
Raza: Atlantes

RELATO ATLANTE

“Saludos, desconocido lector. Mi nombre es Synnëdir, y si mis congéneres descubrieran alguna vez la existencia de este relato sin duda prontamente sería condenado a muerte. Aunque eso poco importa. Porque en el caso de que algún día llegasen a leerlo yo ya estaré muerto. Mi ciudad natal se llama Myl-Ablos, situada en el fondo del mar y hogar de mi raza, los atlantes. Probablemente nunca hayas oído hablar de nosotros, quizás como una leyenda. Pero existimos, como pueden asegurar los que ahora me rodean. Mi cometido es relatar aquí mi historia. Estos seres, estos humanos, que me han acogido en su grupo son muy exigentes. “Cuenta”, dicen. “Queremos saber”, recalcan. Y yo cuento, en su tosco idioma común mi historia. “Escribe”, dicen. “Queremos recordar”, recalcan. Y eso es lo que hago ahora. Probablemente lo último que haga en mi triste vida.

Mi padre era lo que se solía llamar en Myl-Ablos un “acomodado”. Esto quería decir que poseía una enorme riqueza, pero que carecía de reconocimiento nobiliario. Mi existencia, por lo tanto, siempre fue sencilla, desde que tengo uso de razón. M padre gestionaba sus ricas minas y yo crecía disfrutando de las maravillosas oportunidades de ocio que brinda la incomparable Myl-Ablos. Al crecer, mi padre comenzó a introducirme en el negocio familiar, y empecé a combinar largos viajes a nuestras minas con épocas de salvaje entretenimiento. Porque según me hice mayor, fui descubriendo un lado más desenfrenado del ocio de Myl.Ablos. Supongo que la mayor parte de nuestra sociedad podría considerarme un decadente o un hedonista. Es muy posible que lo fuera. Pero tuve suerte. O no. Es algo muy difícil de determinar con todo lo que sucedió después. Quizás la verdadera fortuna habría sido caer muerto en alguna desenfrenada celebración, harto de placer y gozo. Pero no. Abrí los ojos. Y comprendí que aquella existencia no satisfacía mis anhelos, no llenaba mi existencia. Así que decidí buscar otras cosas que me permitieran realizarme. Cambié de amistades, y empecé a frecuentar los llamados círculos cultos. Y comencé así a acudir a la explanada del Templo, a participar en las reuniones a los pies del gran edificio, a escuchar la oratoria de las personas más instruidas de la ciudad. Maldito el día que empecé a hacerlo. Porque así fue como la vi.

El Templo al Gran Dios Sardina es el más fabuloso y magnífico edificio de todo Myl.Ablos. Su enormidad, su majestuosidad y su profusión de detalles permiten poder contemplarlo durante horas enteras descubriendo nuevos detalles, siempre fascinantes. La entrada al Templo está precedida de una gran escalinata, a la que se accede desde la gran Plaza del Templo. El espacio abierto es tan amplio que se puede decir que es el alma de Myl-Ablos. Allí se comercia, se hace política, se escala socialmente....... en definitiva, se vive la vida de la ciudad. Y allí estaba yo. Con un grupo de amigos, sentados al comienzo de la gran escalinata, observando a un grupo de ancianos que discutía vehemente acerca de lo acertado o no de cierta subida de impuestos ordenada por el rey. Entonces desvié la vista, paseando la mirada por la plaza primero, por la escalinata después. Y entonces la vi. Descendía la escalinata gracilmente. Su hermoso cabello reflejaba en cálidos destellos la luz proveniente de las cúpulas. Su cuerpo descendía por la escalinata con la flexibilidad y la gracia de una estrella de mar. Y su voz..... Hasta mi llegaba, cantarina como el agua de una arroyo, junto a su risa, la esencia del gozo, descendiendo onduladamente por las escaleras, mientras hablaba y reía con las damas que la acompañaban. Mi corazón ya no latía. El tiempo ya no transcurría. El mundo ya no existía. Así descubrí a la razón de mi existencia.

Ella pasó frente a mi sin tan siquiera mirarme, y desapareció junto a su compañía entre la multitud de la plaza.

- Muy alto apuntas, mi querido amigo. –

La voz era de mi amigo Esturnayies, la persona más sensata y juiciosa que nunca he conocido. Ojalá hubiera hecho más caso de sus consejos.

- ¿Sabes quién es? – le pregunté ansioso, aún hechizado.

- Lo sé. – me respondió. – Su nombre es Lady Authenlÿnne, la hija del Comodoro. Su única hija. – Mi amigo recalcó esas últimas palabras.

El corazón me dio un vuelco. En verdad no había nada que hacer. Todo el mundo sabía que la cola de pretendientes de esa muchacha era interminable, y que su padre sólo consentiría que se casara con el más noble, rico y poderoso de todos. Y yo, a pesar del dinero de mi padre, ni era noble, ni era poderoso.

- Muchacho, no te preocupes. – mi amigo me golpeó el hombro amistoso. – Estas damas de alto linaje son como estatuas. Bellas y fascinantes, pero frías como el mármol. No como las mujeres que nosotros frecuentamos. Bellas y fascinantes, y ardientes como el fuego de Absablo. -

Un coro de carcajadas siguió a esta declaración de mi amigo, pues el resto del grupo se había vuelto hacia nosotros. Pero yo no reí. Volví la vista hacía la multitud entre la que había desaparecido la joven dama, intentando discernir qué era la extraña sensación existente en mi pecho. Por qué de pronto parecía como si existiera un enorme vacío en mi interior.

La noche fue interminable. El sueño esquivo. Su rostro, su voz, su manera de moverse. Todo ante mi, como una obsesión. Nunca antes había sentido nada parecido. Y lo peor de todo era saber que lo más probable es que nunca volviera a verla, y aunque no fuera así, sin duda era imposible que yo pudiera llegar a conocerla. Pero esos argumentos no bastaban para apartarla de mi mente y de mis pensamientos.

Pero el destino toma muchas veces caminos sorprendentes e inesperados. He de decir que mi acercamiento hacia los círculos cultos de Myl-Ablos había tenido una consecuencia inesperada. Aparte de mejorar mi formación cultural, aunque mi padre se encargó de proporcionarnos una exhaustiva educación que yo no desaproveché del todo. La consecuencia a la que me refiero es que ciertos progenitores preocupados por la formación de sus retoños acudieron a mi para que ejerciera de tutor de los mismos y les instruyera. Esto puso bajo mi tutela a algunos jóvenes, chicos y chicas, de las más diversas edades. Y me brindaba además un sobresueldo para mi uso particular. El hasta hacía relativamente poco joven decadente y despreocupado tenía que encargarse ahora de formar individuos. Sin duda tenía su gracia. Pero aquella mañana iba a perder toda la gracia. Mi padre me avisó que tenía visita. Yo estaba en el jardín trasero, leyendo un reciente tratado sobre minería. Dejé mi lectura y me dirigí a la estancia donde solía impartir mis clases y recibir a mis potenciales alumnos. Y allí estaba ella.

No estaba sola, pues le acompañaba su padre, pero cuando marcharon habría sido absolutamente incapaz de reconocer a su progenitor si volvía a encontrármelo. Sólo tuve ojos para ella. Estaba magnífica. Era preciosa. Mi mente vagaba en una nube, mientras su padre, pues ella no abrió la boca, me comentaba cómo le habían llegado buenas referencias sobre mi y cómo había decidido que era la persona adecuada para terminar de formar a su hija antes de entregarla en matrimonio. Yo apenas recuerdo el haber aceptado, determinando unos días y horas para las clases (días y horas que afortunadamente anoté en el cuaderno al efecto. Si no posiblemente ni hubiera sabido cuáles eran). Acordamos la cantidad a pagar y se marcharon. Yo me quedé embobado en la puerta viendo cómo se alejaban. Hasta que volvió a desaparecer de mi vista.

Esa misma tarde comentaba el acontecimiento con mi amigo Esturnayies, en una taberna que solíamos frecuentar.

- Vaya. ¿Quién te iba a decir que volverías a verla? – su expresión era indescifrable, aunque su tono denotaba una cierta perplejidad. - ¿Y cuándo das tu primera clase? -

- Mañana. –

- Bueno. Pues si quieres mi consejo, como amigo, ni se te ocurra hacer nada. Da tu clase, igual que al resto de tus pupilos, sé profesional, amable y todo lo demás. Pero ni se te ocurra hacerte ilusiones de que pueda haber nada más entre vosotros. ¿Entendido? Si no lo haces así lo único que vas a conseguir son problemas. Y esos problemas son de los de terminar muriendo de sed y calor en mitad del desierto. ¿He sido claro? -

- Sí. – No sólo fue claro, sino clarividente. Pero eso lo supe sólo mucho tiempo después.

Aquel día me preparé como si fuera una clase normal. Estaba decidido a seguir el consejo de mi fiel amigo. Nada de problemas. Mente clara y despejada. Hasta que mi corazón sufrió un vuelco cuando oí que llamaban a la puerta. Era ella.

Entró en la habitación con la delicadeza de un ángel. Sus rubios cabellos desparramados sobre sus hombros, sirviendo de maravillosa aureola a su maravilloso rostro. Y sus hermosísimos ojos, azules como el agua del Pilón, observando cada uno de mis movimientos. Todo iba más o menos bien hasta que hice un comentario sobre lo curioso que me resultaba que su padre me hubiera elegido a mi, pues había tutores mucho más preparados para una tarea como esa. En ese momento se precipitó todo.

- En realidad no fue mi padre quien te eligió. – Su cristalina voz inundó toda la habitación, y sus palabras paralizaron mi corazón.

- ¿Perdón? – conseguí susurrar.

Su risa embriagadora terminó de desarmarme del todo.

- Tú crees que aquel día en las escaleras del templo ni me fijé en ti. Pero bien que me di cuenta cómo me mirabas. Y esta es la única forma que se me ocurrió de poder conocerte, salvando así las barreras que nos separan. -

Increíble. Absolutamente increíble. Sus labios se curvaban en una pícara sonrisa, mientras se levantaba y se acercaba a mi, acorralándome contra la pared.

- ¿Crees en el amor a primera vista? -

Yo ya no sabía ni donde estaba, como para saber lo que creía o dejaba de creer. Sentir su cuerpo tan próximo al mío había enloquecido mis sentidos. Asentí. Nos besamos. Sus labios eran como una fuente y yo no podía dejar de beber de ellos. Así comenzó todo. En aquel momento nos convertimos en amantes.

Al despedirnos, ya en la puerta, se volvió hacia mi:

- Esto debe ser un secreto. – Su voz apenas era un susurro. - ¿Lo comprendes verdad? Ningún intento debes hacer por verme, aparte de las clases. Pero recuerda que aunque no esté a tu lado siempre estás en mi corazón. -

Y se alejó, calle abajo. Yo volví a entrar en la casa. Tenía en la cabeza un lío tremendo. Un cúmulo de emociones que amenazaban con hacerme perder el juicio. Me eché en mi cama, con la cabeza a punto de explotar. Afortunadamente, conseguí quedarme dormido.

Al día siguiente quedé con mi amigo Esturnayies. Ella dijo de mantenerlo en secreto, pero Esturnayies era mi amigo y él no me traicionaría. Le conté lo que había sucedido el día anterior. Mientras se lo contaba él me miraba impasible. Esturnayies se consideraba un filósofo, y había decidido adoptar una actitud pétrea ante los avatares de la existencia. Todo lo racionalizaba y raro era conseguir que se alterara.

- Acaba con esto ahora que estás a tiempo. –Me dijo. – Antes de que se te escape de las manos.-

- ¿No lo entiendes? – le dije yo. – Creo que estoy enamorado. Y ella también me quiere. ¿Dónde está el problema? -

- ¿De verdad crees que todo es tan sencillo? ¿Piensas que ella va a renunciar a todo lo que tiene por ti? El amor es algo muy bonito, pero no lo es todo en esta vida. Desengañate. Lo que tú buscas será lo único que ella no te dará. -

- No. Te equivocas. Si es necesario ella renunciará a todo lo que tiene por mi. Lo sé. -

Pasaron los meses y Authenlÿnne y yo continuamos nuestra relación, viéndonos exclusivamente en las horas de clase. Todos mis intentos por tratar de llevar nuestras conversaciones hacia nuestra relación eran hábilmente evitados por ella. El tiempo pasaba y nada más obtenía yo de ella que lo que ya tenía.

Un día Esturnayies llegó a mi casa. Agarrándome del brazo me llevó hasta mi habitación. Allí me dijo que me sentara. Yo estaba atónito. Su rostro era más sombrío de lo habitual.

- ¿Te has enterado? – me preguntó.

- ¿De qué? -

- El amor de tu vida se ha comprometido en matrimonio. -

El corazón se me detuvo. No. No podía ser. No sin haberme dicho nada.

- El afortunado es el primogénito de Lord Dilyuneari, gobernador de Myl- Adran. Así que no sólo se casa, sino que también se va de la ciudad. -

No sentía mi cuerpo. Estaba como dormido. Sentía latir tan lento mi corazón que por un momento pensé que me estaba muriendo.

- ¿Cuándo? -

- El enlace está previsto para la primavera, en Myl-Adran. Te avisé de que esto ocurriría. -

- No ocurrirá. Ella no se casará con ese imbécil. Yo me aseguraré de ello. -

- Cálmate. No digas tonterías, ¿vale? No puedes hacer nada. Ella lo tenía muy claro desde el principio. Nunca he comprendido cómo podías estar tan ciego para no verlo. -

Salí de mi habitación y de mi casa. Necesitaba andar, huir de la noticia que Esturnayies, cual ave de mal agüero, había llevado a mi casa. Las lágrimas pugnaban por saltar y recorrer mi rostro, y sólo con un gran esfuerzo podía contenerlas. Avanzaba cada vez más deprisa. Hasta que vi una taberna. Entré, sin dudarlo. Pedí una botella de Elquits, el licor más fuerte que se podía beber en Myl-Ablos, hecho a base de algas y plancton fermentados. Nada más recuerdo de aquel día.

El siguiente día que teníamos clase ella llegó puntual como siempre. Hermosa como todos los días que había venido a mi casa. Pero no encontró frente a ella a su solicito amante. Mi rostro serio, como nunca antes lo había visto, la puso inmediatamente en guardia. Y supo que yo ya me había enterado de la noticia.

- Lo siento mucho. De verdad. – Su rostro compungido, sus manos suplicantes, sus ojos llorosos. – Te lo iba a decir, de verdad. Pero veo que las noticias vuelan en Myl-Ablos. -

Mi rostro permanecía pétreo, pero mi corazón latía a un ritmo más acelerado del que desearía. ¿Qué extraño hechizo atrapaba mi mente y mi cuerpo, que incluso en aquellas circunstancias no podía enfadarme con ella?

- Nada desearía más que poder casarme contigo. Pero no puedo. Es algo que siempre has sabido. Hay cosas que por desgracia están por encima de nuestro amor. Yo siempre te querré, pero no podemos estar juntos. -

La miré fijamente a los ojos. Y en ese momento lo vi todo claro. Si seguía con nuestra relación clandestina lo único que iba a conseguir era desazón, pesar y dolor. Si ponía fin a lo nuestro en ese momento era consciente que aparte de no ser capaz de olvidarla, lo único que iba a obtener era desazón, pesar y dolor. Estaba condenado. Maldito por unos Hados crueles, que a lo largo de mi existencia siempre me habían robado la posibilidad de ser feliz. Sin ser muy consciente de lo que hacía la acompañé a la puerta de mi casa y la eché de mi vida, intentando ignorar las lágrimas que corrían por sus mejillas y que se clavaban como puñales en mi alma. Llorando, se marchó.

La depresión consecuente preocupó tanto a mi padre que hizo llamar a los mejores médicos de Myl-Ablos, creyendo que mi mal era algo físico. Sólo Esturnayies comprendía la raíz de mi dolor. Y por eso trataba de animarme, trataba de sacarme de casa, de que retomara mi vida. Y a pesar de mis desplantes, reproches e insultos, venía día tras día, la preocupación en su rostro, pero absolutamente convencido de que no había mal que el tiempo no curara. Y aunque en eso último estaba equivocado, poco a poco consiguió que abandonará mi auto impuesto letargo y que retomara, al menos en parte, mi vida anterior. Poco faltaba ya para que la anual corriente cálida del sur rodeará nuestra ciudad, provocando una subida de las temperaturas y el reflorecimiento de las enormes variedades de plantas que poblaban los jardines de todo Myl-Ablos. El equivalente a la primavera de la superficie, que curiosamente sucedía por la misma época. Esturnayies, ante mi aparente mejoría, pensó que la depresión había pasado y que la había borrado ya de mi mente. Pero nada más lejos de la realidad. No había día que ella no ocupara plenamente mis pensamientos. Y un plan comenzó a formarse en mi mente. Una mente enferma, como ahora reconozco. Hechizada.

Y así, una semana antes del enlace de Lady Authenlÿnne, cogí a mi amigo Esturnayies del brazo y le dije que debía acompañarme a Myl-Adran. En la única ocasión que conseguí ver a mi amigo sorprendido, Esturnayies tardó un poco en comprender lo que eso significaba. Pero inmediatamente se repuso y, como yo ya había esperado, empezó a protestar y a negarse, aduciendo que había perdido el juicio y que no sabía lo que decía. Sin darle ningún detalle, le dije que tenía intención de ir a Myl-Adran con él o sin él. Pero que preferiría ir con él. Me miró, pensativo, durante un rato, y aceptó a acompañarme. Creo que pensaba que yendo conmigo podría evitar que cometiera alguna locura.

Yo nunca había abandonado el fondo marino, así que visitar la ciudad emergida de Myl-Adran fue para mi un auténtico impacto. Pero a los dos días de recorrer sus calles ya me había acostumbrado algo al deslumbrante y cegador sol, así como al áspero y molesto viento. Esturnayies parecía un poco más tranquilo porque yo sólo parecía mostrar interés por el turismo, recorriendo las zonas más atractivas de la ciudad y probando sus novedosos platos, hechos con la carne de animales terrestres y con curiosos vegetales. Pero en mi mente poco espacio había para esas cosas. Sólo existía una fijación. Simplemente aguardaba a que el momento llegara. Y el momento, finalmente, llegó.

El día anterior al enlace se celebró, como era tradición entre la nobleza atlante, una especie de banquete-recepción, donde los notables locales que no habían conseguido ser invitados al enlace podían acudir a desear los mejores parabienes a la pareja. Así, en el fabuloso jardín de la mansión del Gobernador se instalaron largas mesas y un pequeño estrado, donde los novios podrían recibir a sus invitados. A pesar de que se tratara del hijo del Gobernador, la ausencia de amenazas potenciales hacía que la seguridad, aunque numerosa, no fuera muy eficiente. Lo que fue en mi favor para poder ejecutar mi plan. Mi amigo Esturnayies dormía profundamente en nuestros aposentos, bajo los influjos de una suave droga que yo había tenido buen cuidado de proveerme. Y yo, con mis mejores galas y aspecto resuelto, me encaminaba a la recepción. Como bien supuse, el control sobre los invitados se basaba única y exclusivamente en una premisa: cualquiera que tuviera el dinero suficiente como para comprarse ropa de lujo debía estar invitado. Así que pude entrar en la residencia del Gobernador sin ningún tipo de problemas. El día era espléndido, soleado y caluroso. Y los invitados charlaban amistosamente alrededor de las mesas del jardín, bebiendo y comiendo las ligeras viandas.

Los novios estaban sobre el estrado, junto a sus respectivos padres. Authenlÿnne estaba radiante, con un fabuloso vestido y una hermosísima sonrisa en su rostro. A su lado su futuro esposo. Un hombre alto y apuesto, pero que tenía pinta de no ser más listo que un salmón. O eso me pareció a mi. Como quien no quiere la cosa me situé en la cola de gente que aguardaba para presentar sus respetos a la feliz pareja. Mientras avanzaba lentamente no pude dejar de fijarme en los ballesteros que situados en lo alto de la vivienda vigilaban a los invitados, mientras paseaban por el tejado de la casa. A la entrada de la vivienda un grupo de guardias vigilaban para que ningún invitado paseara a sus anchas por la casa. Conforme me acercaba al estrado hundí un poco más sobre mi frente el sombrero que había adquirido el día anterior con la excusa del sol y el calor. Así mi rostro quedaría cubierto hasta que ya no importara. Orgulloso porque mi decisión, en contra de lo que me había temido, no flaqueaba, llegué ante los novios.

A pesar de mi supuesto talante cultivado, había numerosas materias sobre las que era un ignorante. Y como se demostró aquel día, las drogas era una de ellas. Temeroso de hacer daño a mi amigo Esturniayes, la dosis que le di para que durmiera mientras llevaba a cabo mi plan fue demasiado pequeña. Así, al poco de abandonar yo la casa se despertó, desorientado. Pero mi amigo no tenía un pelo de tonto, y pronto se dio cuenta de lo que aquello significaba. Así, cuando me planté frente a los novios, cuando ese maldito imbécil comenzó a volver su rostro para mirarme, cuando ya mi mano extraía de mi bolsillo el puñal que no se había separado de mi en la última semana, cuando me disponía ya a matar a aquel pelele ciego por una furia asesina, un estentóreo grito llamó la atención de todos. Era mi amigo Esturnayies, quien corría hacía el estrado, seguido por dos guardias que trataban de darle alcance. Yo vacilé. La presencia de mi amigo me desorientó. El puñal estaba ya claramente a la vista, y el novio lo contempló, dándose cuenta de lo que significaba. Lo vi en sus ojos. Me lancé hacia delante, dispuesto a asestar una puñalada mortal en el corazón. Pero el maldito, ya advertido, reaccionó con rapidez. Alzó los brazos para defenderse, tratando de empujarme, y todo lo que conseguí fue propiciarle un largo pero poco profundo corte en su costado. Debido a su empujón, tropecé y caí al suelo. Los gritos y el caos se adueñó del jardín.

Los ballesteros del tejado, advertidos por el griterío, se encontraron con mi amigo Esturnayies corriendo hacia el estrado, conmigo tirado en el suelo, y con el novio sangrando profusamente por el corte. Así que comenzaron a disparar sus venablos en un intento absurdo y estúpido de restablecer el orden. Yo apenas era consciente del peligro que entrañaban las saetas arrojadas desde lo alto, y levantándome me arrojé otra vez sobre el novio, que permanecía todavía en pie. Pero ahora ya estaba preparado, y demostró ser un hombre de arrestos, pues me esperaba a pie firme y armado con una brillante espada. Mi puñal poco podía hacer ante aquello. La situación estaba muy lejos de desarrollarse como yo tenía previsto. Pronto el cazador se convirtió en presa, y me vi forzado a esquivar los ataques que me lanzaba con su letal arma. Mientras oía los gritos de mi amada, pues caído mi sombrero no había tardado en reconocerme. Aunque quizás no gritase por mi, sino por él. No lo sé. La situación se tornaba insostenible. No podría esquivar mucho más las acometidas de mi adversario. Basculé hacia el estrado. Los padres de los novios habían corrido en busca de la guardia del Gobernador, pero mi amada seguía en el estrado petrificada. Corrí y cobré ventaja de mi perseguidor. Pero al alejarme del novio los ballesteros del tejado volvieron a tomarme como blanco. Los venablos caían a mi alrededor, infames portadores de muerte, conforme me acercaba hacía Authenlÿnne. Un grito llamó mi atención a mi derecha. Era el padre de mi amada, que con gritos y profusos aspavientos se dirigía hacía los ballesteros. Él se percató de un peligro que yo no percibí hasta que fue demasiado tarde.

Cuando me encontraba ya a pocos pasos de Authenlÿnne vi como su cuerpo se convulsionaba, una, dos y tres veces, y caía, inerme, en el suelo. La impresión hizo detener mi carrera. De hecho, pareció como si el tiempo se hubiera detenido en aquel jardín. Los ballesteros dejaron de disparar, el novio y el padre de Authenlÿnne se quedaron petrificados, y sólo yo me movía, avanzando lentamente hacía el cuerpo que yo más adoraba en este mundo. No sentía nada. Ni siquiera era consciente del venablo clavado en mi hombro, ni de la sangre que se deslizaba hasta el suelo por mi brazo. Así llegué junto al cuerpo de mi amada. Sus hermosos ojos estaban cerrados, para siempre ya. De su cuerpo sobresalían tres venablos, ensartados tan certeramente que su muerte debió ser inmediata. No era así como yo lo había planeado. No era así como debía terminar todo. Las fuerzas me abandonaron. Me derrumbé junto a su cuerpo, las lágrimas recorriendo mi rostro. Agarré su hermosa cabeza y la reposé sobre mis piernas. Acaricié sus largos cabellos, cubiertos de sangre, mientras sentía como mi corazón se partía en mi pecho. Alcé la cabeza, para contemplar entre lágrimas lo que me rodeaba. El jardín estaba prácticamente vacío. Los invitados habían huido. El padre de Authenlÿnne era sujetado por integrantes de la guardia, mientras intentaba desesperadamente correr hacia los ballesteros para matarlos uno a uno. O por lo menos eso es lo que les gritaba. El padre del novio estaba más preocupado por la salud de su hijo, y se situaba junto a él, intentando que se sentara para que le atendieran. A unos cien metros pude ver el cuerpo de mi amigo Esturniayes. Estaba sentado en el suelo, la espalda apoyada contra la pata de una de las mesas del jardín. Dos venablos sobresalían de su pecho y aunque vivo todavía, respiraba con enorme dificultad. Nuestras miradas se cruzaron por un instante, y pude ver en su rostro esa expresión que tantas veces había visto ya. Esa indescifrable pose, que parecía venir a decir “¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Cómo es posible que dos personas cultas y racionales como nosotros estemos en semejante brete?” Al instante cerró los ojos. Y yo, desgajado por el dolor, hundí mi rostro entre los cabellos de mi amada, a la que sólo conseguí dar la muerte.

Para mi desgracia no acabaron piadosamente con mi vida en aquel momento. La verdad es que el incidente causó mucho revuelo, tanto en Myl-Adran como en Myl-Ablos. Mi juicio fue todo un acontecimiento. Y mi condena celebrada por todos. A nadie le importó los motivos por los que había actuado como lo hice. Sólo les importaba lo que ocurrió. Y así se me condenó al destierro en el desierto. La muerte cierta para un atlante. Como predijo mi amigo Esturniayes. Porque a pesar de haber encontrado a este grupo de humanos que me observa curioso e interrogante no hay salvación para mi. Muero lentamente, día a día, consumido por el sol, por el calor, pero sobre todo por la pena y la culpa. No merezco otro fin por lo que hice, y lo anhelo ya, para que cese este dolor insufrible que acongoja mi alma y perturba mi mente. Y sé que dentro de poco vendrá por fin el eterno reposo, donde espero al fin encontrar la paz. Y a ti, desconocido lector, espero que mi historia no te haya resultado aburrida. Reflexiona sobre lo que hay aquí escrito y reza una oración a tu Dios por mi alma. Seguro que lo voy a necesitar.”
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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #2 en: 26 de Marzo de 2004, 11:30:56 am »
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Raza: Enanos2

El desfiladero de Gildor-Dum

Aquel día todo parecía ir más rápido.  Nos levantamos con el alba y avanzamos con rapidez hacia lo que sabíamos no solo era nuestro destino si no el de todo nuestro pueblo. Mis compañeros, al igual que yo, estaban inquietos. El día era claro y luminoso, las montañas nos rodeaban y  la brisa de la mañana era particularmente silenciosa.

Yo, Telmar Alta Roca, hijo de Koelmar que era hijo de Falder, era el teniente al cargo de la segunda unidad de infantería del ejército de los Khazâd-Dawi. Con sesenta valientes enanos a mis órdenes acompañábamos a nuestro general Gildor Puño Encendido en la vanguardia del ejército.

Llame a los tres alférez de mi división

-      ¡Tolber, Droman, Dater!. Venid aquí  
-      ¡Señor! ¡Señor! ¡Señor!! – Me respondieron
-      Levantad el campamento, ¡rápido!, continuamos la marcha – Les dije secamente con  tono imperativo para recalcar mis palabras, aunque sabia que todos conocíamos la situación

Tras varios días de dura marcha sabíamos que podríamos no alcanzar nuestro objetivo, y no hacerlo significaba dejar a merced del enemigo una de nuestras bellas ciudades.  Este era nuestro primer intento de combatir con los Orcos que amenazaban nuestro pueblo y no podíamos fallar.

Nuestro general había decidido cortar el avance Orco en un estrecho paso entre las montañas pero el riesgo que asumíamos con esta acción era que los Orcos llegaran antes que nosotros al desfiladero.  De no llegar antes que el enemigo todos sabíamos que los Orcos accederían al frondoso bosque de Gazan-Thingas y estarían a las puertas de una indefensa Karad-Zorn.

Tras unos pocos minutos en los que el ruido de los ronquidos de mis soldados se transformaron en una especie de murmullo, en el que se entrelazaban sonidos de hachas golpeando los escudos, bostezos y cinchas ajustándose, mis tres batallones estaban listos y preparados.

-      ¡En marcha! ¡Hoy es el gran día!

Mi unidad fue la primera en partir. Tras nosotros avanzaba en una larga hilera entre las montañas el resto del ejercito del Reino de los Khazâd-Dawi, o como nos llaman en lengua común el Reino de los Dos Enanos.  La imagen era esplendida y el orgullo que se mostraba en la cara de nuestro general Gildor era comprensible, todo un ejército de Enanos se desplazaba por las montañas con una rapidez nunca vista. Pero el semblante de Gildor mostraba también un gesto de preocupación.

-      Señor. Con su permiso – Le dije en un tono de voz no en exceso alto para evitar preocupar a los soldados.
-      Dígame Teniente
-      Bien Señor, permítame decirle que todos nosotros confiamos en usted y personalmente estoy seguro de que pillaremos a esos bichos.
-      Orcos teniente, son bichos rastreros y de poca inteligencia pero al enemigo hay que respetarlo. Un exceso de confianza nunca es bueno. Y gracias por su confianza.- Me respondió nuestro general, que era Enano de buena cuna y educación y que lo demostraba por la brevedad en sus palabras


Gildor dirigía a nuestro ejército desde hace ya varios ciclos y su insistencia en una alta preparación daba ahora sus frutos. El avance por las montañas a la velocidad que se realizaba no hubiera sido posible en un ejército desorganizado.

Tras varias horas de marcha, en la que la conversación brilló por su ausencia, alcanzamos nuestro destino. El desfiladero se hallaba bajo nuestra posición y no había rastro del enemigo. La cara de preocupación de Gildor era ahora manifiesta. Si hubiéramos llegado tarde, aunque solo fuese por unas pocas horas, perderíamos una de nuestras ciudades con casi total seguridad.

Tolber, uno de mis alferez, se me acercó.

-      Señor. ¿se sabe algo? ¿Han pasado los bichos?- Pregunto Tolber.
-      Ni idea Tolber, el General ha enviado a un explorador. Pronto sabremos algo.- Intentar que Tolber les llamara Orcos era una tarea demasiado ardua para ese día.

Keldar Sendalejana, uno de nuestros mas conocidos exploradores, bajo al desfiladero. Desde la altura se le vio moverse por el terreno de lado a lado. De vez en cuando volvía sobre sus pasos, algunas veces arranco una o dos ramas de árboles secos y las observaba durante un rato, y otras veces se tiraba en el suelo con la oreja pegada a las rocas. Quien le conociera sabia perfectamente que buscaba restos del paso de las tropas enemigas.

Mientras Keldar subía de nuevo hacia la posición que ocupaba Gildor el silencio se hizo casi absoluto. Los pasos de Keldar eran audibles desde la distancia y parecía que nunca nadie hubiera roto el silencio en aquellas tierras Tras unas breves palabras Gildor se volvió hacia nosotros, se bajo la visera de su casco de guerra y alzando la mano con el hacha de guerra en ella nos grito lo que todos deseábamos oír.  

-      “Baruk Khazad!!!!”  (Hachas de los Enanos!!!!)

Nuestro respuesta rompió todo el silencio acumulado y resonó como fuerza en el angosto desfiladero:

-      “Khazad ai-mênu!!!!!!!” (Los Enanos están sobre Vosotros!!!!)

Este grito era conocido por todos. Durante generaciones había marcado el principio de todas las batallas en las que los Enanos habíamos participado. Gildor nos había informado de forma clara que habíamos llegado a tiempo y que el combate empezaría pronto.

Por lo que luego me enteré Keldar, el explorador, había informado a Gildor que gracias a nuestro esfuerzo el enemigo no había alcanzado aun el desfiladero, pero que el ruido de las rocas indicaba que se hallaban mas próximos de lo que cabria desear y que su numero era muy superior al nuestro.

Oi un murmullo a mis espaldas y al girarme vi a Kabol que se aproximaba y con un ligero movimiento de cabeza le mostré mi respeto.

     - Mi buen Uzbad, A sus órdenes. – Dije mientras me hacia a un lado

Kabol Hacha de Piedra, Dawi-Khuzûd-Uzbad (Señor de los Dos Enanos) se acerco a Gildor y como todos esperó sus instrucciones. Todos sabíamos que Kabol había dejado en manos de Gildor el destino de esta batalla. Sabia que todos confiábamos ciegamente en nuestro general y que incluso si el nos lo pidiera le seguiríamos a una batalla en el mar (por mucho que en el mar un enano no iba a flotar hicieras lo que hicieras).

Con su habla característica Kabol nos miro, y esa mirada evito unas cuantas palabras.

     - Señores. El enemigo esta cerca. Sabéis lo que hay que hacer. – Fue todo lo que nos dijo.

El despliegue en el desfiladero fue rápido. Todos conocíamos las técnicas de combate de Gildor ya que este nos las había hecho practicar una y otra vez.  Desde mi posición inicial junto a Gildor alcanzaba a ver casi la totalidad de nuestro ejército.

Nuestro buen Uzbad Kabol y el explorador Keldar avanzaron por el oeste, junto a varias unidades de infantería. Llegaron  hasta unas montañas que les protegerían del ataque Orco en los momentos iniciales. Junto a Gildor nos colocamos el grueso de unidades de infantería y gran número de arqueros y ballesteros.  

Mas ballesteros y arqueros se distribuyeron al Este y al Oeste del angosto campo de batalla preparando así un cerco de flechas al enemigo.  La milicia se posiciono en la retaguardia arropada por las unidades de infantería. Y en el centro del escenario del próximo combate se coloco el cebo de la trampa que Gildor preparaba. Una solitaria unidad de valientes lanceros clavó sus armas en el suelo, prepararon sus escudos y esperaron la llegada del enemigo.

Cuando vi los primeros Orcos hice que mis hombres hicieran sonar sus  Khrums (Tambores de Guerra enanos).

-      ¡Señores, que se sepa que los Enanos hemos llegado! – Les espeté con intención de azuzarles el ánimo.

Pero el ruido pronto se acalló.

Las primeras unidades Orcas que se aproximaban consistían en múltiples jaurías de lobos gigantes que azuzados por sus cuidadores avanzaban en un aparente caos. Tras ellos se divisaba lo que se podría denominar una nube de tormenta de color verde.

Mis hombres a la vista de tal cantidad de enemigos callaron. El ejército Enano enmudeció y los únicos ruidos que se oían eran las hachas al rozar contra los escudos y los arcos y ballestas tensarse.

Justo en ese momento un cuerno de batalla resonó en el desfiladero y los ojos de todos los Enanos se dirigieron a las montañas.

-      Mirad ¡Ese es  Kratel el herrero del valle! – Oi decir
-      Y aquel es mi sobrino ¿Qué diablos hace aquí? –Dijo otro de mis soldados.

Una unidad de milicia Enana había aparecido sobre las montañas con evidentes signos de haber corrido mucho durante los últimos días. Luego supe que un noble Enano llamado Durlan, miembro del ejército y que debido a que una antigua herida se había retirado,  se había dedicado a reclutar a los Enanos de granjas y aldeas más lejanas. En un titánico esfuerzo ahora, en el momento justo, llegaban a la batalla.  Si bien esta unidad no significaba un cambio significativo en la distribución de fuerzas, el animo de los Enanos, que en un primer momento había flaqueado ante el ingente volumen de Orcos, volvió a subir y en un gesto típico de nuestro pueblo todos empezaron a golpear sus escudos con las hachas incitando al enemigo.

El comienzo de la batalla fue nefasto. Los Orcos con sus arqueros y ballesteros sesgaron la vida de muchos buenos Enanos, algunos de ellos buenos amigos y familiares,  y las bajas Orcas eran escasas ya que nuestras flechas parecían no querer dar en el blanco.  Tras este mal comienzo Gildor tomo la decisión que todos esperábamos. Con un toque de cuerno que recordaré toda mi vida indico el avance del ejército.

-      ¡A la carga! “Baruk Khazad!!!!”  – Grité a mis soldados
-      “Khazad ai-mênu!!!!!!!” – Se oyó por todo el desfiladero

El combate fue encarnizado. Mas tarde me enteré que la batalla en estos momentos se libraban en tres frentes. En dos de ellos los éxitos de los Enanos eran notables y caían muchos mas Orcos que enanos. Por el contrario en el flanco en el que Gildor se  encontraba ya era de por si un logro que no fueran arrasados. Solo la presencia de Gildor, y heroica defensa, evito que los Orcos consiguieran cercarnos en esos primeros momentos.

Gildor por el Este luchaba contra varias unidades de lobos que atacaban a nuestros ballesteros. El combate era encarnizado. Gildor, con la poca compañía de una unidad de ballesteros que en la corta distancia usaban sus dagas, se enfrentaba a un numeroso grupo de lobos e infantería Orcas. Intente en vano dirigir desde el flanco central alguna de las unidades de infantería para apoyar a Gildor.

-      Tolber, Droman. ¡Al este!, Gildor esta en apuros – Pude decir mientras cortaba la cabeza de mi sexto Orco

Fue inútil, las unidades Orcas si bien algo diezmadas por nuestro decidido avance, aun mostraban un sólido frente infranqueable. Droman cayó muerto a mi lado bajo los mordiscos de Orcos y lobos por igual. Entre hachazo y hachazo pude ver como Gildor aun  resistía, aunque era claro que la sangre empezaba a manar de múltiples heridas.

Tras un buen rato, en el que los Orcos supieron cuan afilada puede estar un hacha Enana, conseguimos al fin abrir una pequeña brecha y con un reducido grupo de soldados me acerqué a Gildor que resistía los continuos ataques. La visión de Gildor helo mi alma, su cara desencajada era un mar de sangre.  Sus ojos parecían dos brasas fijas en el enemigo. Obviamente su resistencia estaba ampliamente superada, Ya no sabia lo que hacia y luchaba con todo aquel que se acercara a el.  

No fue fácil retirar a Gildor del campo de batalla. Una herida en mi pierna derecha aun me recuerda los días de lluvia ese triste momento. Junto con Tolber y tres de mis soldados conseguí desarmar a Gildor y a la fuerza apartarle a la fuerza de primera línea de la batalla.

Una vez lejos del combate la cordura fue regresando al rostro de Gildor. Convencerle de que no podía regresar al campo de batalla fue otra ardua tarea. Pero la debilidad que le había causado sus enormes heridas dejaban claro, incluso para el, que debía retirarse.

-      Dejadme, aun quedan Orcos con cabeza – Llegó a decir
-      Malditos – dijo en algun momento mientras intentaba infructuosamente levantarse. Las heridas empezaban a enfriarse y sus fuerzas se vieron completamente superadas.
-      Señor, permitame, Kabol sigue en pie y su posición es fuerte. Vos no esta en condiciones de continuar. Deje que nuestro buen Uzbad tome el mando. – Le imploré, viendo que si no conseguía convencerle no duraría mucho en combate.

Su mirada, como siempre, me dejo clara su decisión.

Yo mismo toque el cuerno de batalla que indicaba el cambio de general. Nuestro buen Uzbad Kabol tomaba a partir de ese momento las riendas del ejército.

Pero el destino deparaba aun uno de sus negros designios para nuestro querido general.

Mientras observaba como Gildor se alejaba, ayudado por uno de los soldados, una flecha lanzada por una unidad Orca paso a mi lado. Si cierro los ojos aun soy capaz de recordar el ruido de esa nefasta flecha. Cuantas veces no me he perdonado haber dado antes un paso hacia la derecha y haber detenido yo con mi cuerpo el disparo que sesgo la vida de Gildor.  

Me acerque a Gildor y,  aunque el ruido de la batalla debía ser ensordecedor, escuche claramente sus últimas palabras.  

Gildor me miro, torció por última vez su gesto al observar la gran flecha que le salía del pecho y me dijo. – ¡Por el gran herrero!, ¡No deben pasar!  - Tras esto vi como el alma de Gildor abandonaba su cuerpo para volver a las profundidades de nuestra amada tierra.

No recuerdo cuanto tiempo transcurrió pero se que cuando me levante tenia en mi mano el hacha de batalla de Gildor.

Mi corazón se partía. Nuestro querido general había muerto. Pero no es para un Enano la lágrima y el llanto. La venganza tiene mejor sabor.

En ese momento, toda la incertidumbre que había inundado mi ánimo desapareció. Mi objetivo en esta batalla fue por fin claro. Debía matar tantos Orcos como pudiera. El deseo de sangre Orca domino mis pensamientos. Mire a mis soldados y vi en su rostro reflejado el mismo odio que invadía mi corazón. Todos preferiríamos morir a apártanos del camino de los Orcos. Antes podía haberlo dudado, pero ahora tenía la certeza. La victoria seria nuestra costara lo que costara. Y ya sabíamos que el precio a pagar era muy alto.

La noticia de la muerte de Gildor se extendió por el  campo de batalla como un fuerte viento inunda un valle y a partir de ese momento se desencadenó una furia y una rabia que solo el pueblo Enano es capaz de transmitir. El odio y la furia son en ocasiones el mejor arma.

Si bien el resto de la batalla no fue fácil el número de sucios Oros que caían delante de nuestros pies era muy superior que el de Enanos que valientemente dejaban sus vidas. De esos momentos, que aun recuerdo con  nitidez,  la imagen que perdura en mi memoria con más fuerza es como la sangre Orca corría en un suelo rojo enfangado.

Lobos, cabalgalobos, infantería y milicia Orca fue siendo una a una derrotada. Los Orcos fueron superados por la fuerzas Enanas y, tras un desesperado intento de paliar nuestro feroz ataque con armas a distancia, terminaron batiéndose en retirada.  

Habíamos conseguido una importante victoria pero el precio fue muy alto.  El número de bajas Orcas casi triplicaba las nuestras. Pero la vida de un Enano vale mucho mas que la de tres Orcos.

Tras la batalla en el que ahora se recuerda como El desfiladero de Gildor-Dum (El desfiladero de La oscuridad de Gildor en lengua común) se levantó un túmulo que recordará por siempre a nuestros compañeros caídos.

Como es costumbre los cuerpos Orcos fueron decapitados y sus cráneos labrados por manos expertas. Son ahora bellas jarras donde brindamos con Grizdal (Cerveza que ha sido fermentada durante al menos un siglo) por nuestros amigos perdidos.

Tras el pertinente homenaje a los caídos los Orcos retirados fueron perseguidos y nos enfrentamos a ellos en una segunda batalla. Dejaré para otra ocasión el relato de aquella sorprendente gesta en la que no se perdió ni una unidad Enana. Solo decir que, como bien saben los historiadores, no solo los sucios Orcos fueron totalmente aniquilados, si no que se encontraron inesperados amigos en el camino.  

Desde entonces reina la paz en el reino de los Khazâd-Dawi pero aun afilamos nuestras hachas por si algún Orco u otro enemigo de nuestro pueblo se le ocurre acercarse de nuevo a nuestras tierras.
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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #3 en: 26 de Marzo de 2004, 11:32:57 am »
Concursante: Martin
Raza: Nómadas o Humanos4

RELATO NÓMADAS

A pesar de estar rodeado por centenares de hombres, Marthin Khan no escuchaba nada, después de varias victorias fáciles ante los engendros el ejercito estaba contento y con la moral alta, pero los hombres también estaban nerviosos con lo que se avecinaba, varios exploradores habían informado de que nuestro ejercito estaba cercado por los engendros, por un lado estaba la ciudad enemiga sobre la que, en un principio, pensábamos atacar y por el otro el grueso del ejercito engendro que tenia la intención de acabar con nosotros por la retaguardia, la decisión era muy complicada pero Marthin la había anunciado con seguridad: “Nuestro pueblo es prioritario a una ciudad, romperemos ese maldito cerco”. Una vez tomada la decisión nuestro ejercito se había desplegado con la intención de aguantar los ataques por ambos lados, los exploradores preveían que en unas dos horas la guarnición de la ciudad llegaría hasta el campo de batalla por lo que Marthin había dispuesto el ejercito con el fin de aguantar el envite desde el Sur para luego afrontar el del norte. Era una apuesta arriesgada porque si la guarnición que venia del norte se adelantaba seriamos destrozados.

Al mediodía  la tensión se palpaba en el ambiente, los soldados limpiaban sus armas y los caballeros ensillaban sus caballos, Marthin Khan convocó a los capitanes de tropa, lo que me sorprendió era que un soldado me dijo que yo también estaba convocado. Mi historia con lo nómadas se remontaba al día que Marthin Khan conquistó Engendrion (traducción hecha del idioma engendro), yo había sido capturado meses antes por los engendros cuando en una expansión de estos mi pueblo fue atacado por su ejercito, los grandes hombres del pueblo fueron asesinados, entre ellos mi hijo mayor,  con el fin de demostrar su superioridad, al menos eso creo yo; el resto de los habitantes del pueblo fueron capturados como esclavos, incluso yo que con mis sesenta y pico años no era capaz de aguantar una pala y mucho menos hacer trabajos duros. Una vez visto mi “potencial” fui arrastrado a los calabozos de la ciudad junto con los demás ancianos del poblado, allí ya estaban muchos prisioneros anteriores a nosotros que después me contaron las raras costumbres de este pueblo que nos capturo. En mi celda me dedique a aprendí el idioma engendro a base de llamar la atención de los guardas y de escuchar a los demás engendros en los paseos por el patio del castillo. Un día escuché a los guardas hablar sobre “unos habitantes del prado”, al menos eso traduje yo, que se habían adentrado en los territorios engendros y que varios de estos habitantes habían llegado hasta la ciudad, en un principio creí que se trataban de alguna criatura de las que este pueblo se dedicaba a cazar, pero cuando oí el tambor de llamada supe que se trataba de algo más serio, los guardas se fueron y yo estuve varias horas en mi celda sin saber lo que ocurría, solo oía gritos de engendros y sonidos sordos que correspondían a rocas cayendo. Después de una espera que se hizo eterna alguien entró en los calabozos, lo que más me sorprendió es que fuera un humano ataviado con una gran armadura. Después de que nos liberasen y nos informasen de lo que había ocurrido, mi capacidad de entender a los engendros hizo que el héroe humano, llamado Marthin Khan, se fijase en mi y me cogiese aprecio.

Cuando corrí la cortina de la tienda de Marthin, entré con cautela pensando que igual había sido un error pero Gotrex, el hermano de Marthin me hizo pasar. Una vez dentro y después de haber dado explicaciones a todos los capitanes, Marthin se dirigió a mi: “Rejman, necesito que te ocupes de nuestra familias, eres el único hombre de confianza no guerrero de la horda, además eres inteligente, por lo que llevarás a las mujeres y los niños a Engendrion y los pondrás a salvo, en caso de perder esta batalla te pido que sigas mi legado y lleves a este pueblo a su anterior esplendor”, Marthin Khan terminaba de hablar la reunión se daba por terminada y no se admitían protestas u opiniones a no ser que fueran de Gotrex.

Después de preparar todos los víveres y los carromatos, todas las mujeres, los ancianos y los niños partimos, conmigo a la cabeza, hacia Engendrion. A las dos horas de viaje varios adolescentes de unos 16 años se me acercaron y comunicaron el malestar de la horda por abandonar a los guerreros en la batalla, yo no les entendía, si que era verdad que mi hijo menor y mi mujer estaban entre los la población que se iba y que yo deseaba abandonar aquel lugar cuanto antes, pero aun asi el ansia de la guerra de los B´Wa Kell (asi se hacen llamar ellos) era inusual. Después de una larga discusión decidimos acampar en la linde de un bosque y enviar a algunos chicos de exploradores para informar de la batalla.

Los chicos volvieron al cabo de una hora diciendo que no habían logrado llegar por culpa de una manada de  lanosaurios, una especie de elefante muy violento, que se habían establecido en la orilla del río. Varios intentos más tarde dieron el mismo resultado por lo que estuvimos hasta el anochecer sin noticias de nuestros compañeros.

Cuando el ya la mayoría del campamento estaba durmiendo uno de los vigilantes informo de que varias unidades de soldados se dirigían hacia nosotros, debido a la oscuridad y al parecido fisiológico entre los engendros y los humanos, bípedos con armas y escudos, no supimos hasta el ultimo momento, cuando los rodeamos, con las pocas armas que teníamos, de quien se trataba.

Marthin Khan venia al frente, estaba magullado pero solo se fijaba en Gotrex, quien tenia una herida en el pecho. De los soldados supervivientes, no había uno que no tuviese alguna herida más o menos grave.
Después de las atenciones sanitarias pertinentes los soldados comenzaron a relatar la batalla, después de un buen rato logramos esclarecer de que disponían de unos seis héroes (unos decían 5 otros 7 u 8, incluso se dijo que tenían hasta 10 héroes) de los cuales uno fue degollado por Marthin Khan y que el resto junto con algunos engendros huyeron a la ciudad. Sobre asaltar la ciudad no se hizo debido al mal estado físico y mental de los hombres después de la batalla. A la mañana siguiente se hicieron tumbas y un funeral para honrar la valentía de los caídos en combate que no eran pocos, la única familia en la horda que no había perdido a ningún ser querido en la batalla era la mía, y aun asi yo estaba muy triste debido a que muchos amigos del pueblo a los que yo les había dado clase, hacia muchos años en nuestro poblado cuando yo aun ejercía como profesor, habían fallecido en el combate.

Los cadáveres de los engendros se apilaron en un montón y se quemaron para dejar rastro de sus malolientes cuerpos, incluso el humo que desprendía la hoguera tenia un color extraño.

Ese mismo Marthin anuncio lo que todo el mundo había esperado desde hacia mucho tiempo: “Estoy cansado de recorrer este mundo y de perder a grandes hombres y mujeres en el viaje por lo que he decidido asentarme, para esto utilizaremos la ciudad que conquistamos y fundaremos otra.”. El discurso duró más tiempo, lo que me sorprendió era la capacidad de Marthin para hablar y para convencer a la gente, cuando yo siempre le había oído ordenes directas y sin rodeos.

Al mediodía ya estábamos de camino a nuestro nuevo hogar, yo iba a ser alcalde de aquel sitio donde durante mucho tiempo permanecí prisionero, ironías de la vida.
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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #4 en: 26 de Marzo de 2004, 11:34:15 am »
Concursante: Sotolp
Raza: Servidores

Breves historias de los Servidores I

Cuentan las leyendas del pueblo Servidor que hace muchos años, cuando gobernaba el abuelo de Sotolp, existía un mago, cuyas ansias de poder sobresalían por encima del mismísimo Emperador .Dicho mago cuyo nombre era  Ambrosio, fue descubierto por la guardia Imperial, mientras asesinaba al único  hijo del emperador ósea al padre de Sotolp (uhmmmmm).

Tras ser juzgado y condenado a vagar por las tierras orcas, solo con sus ropas y un perfume apestoso, cuyo fin no es otro que atraer a las orcas en celo .Tras sus primeros tropiezos con  féminas orcas ,juró venganza.

Tras el paso de los años y el olvido por parte del emperador de Ambrosio ,llega a Gargacia un ser, cuyo aspecto da asco ,es una criatura en apariencia infantil, ropas destrozada,olor insoportable y en su mano izquierda un pergamino .Nadie le puede ver  su cara ,esta tapada con una gran capucha negra .Tras pedir audiencia con el emperador y ser concedida( mas que nada por la curiosidad que ha despertado) .

Cuando llega el día señalado para su comparecencia ante el señor de los servidores ,los comentarios ya no se pueden evitar….¿quien es?.La entrada en la sala es observada por la guardia imperial, tras una leve inclinación de su cabeza ,pasa a destaparse, su cara es la de un orco, su tamaño la de un enano, aun siendo joven se le nota su odio en la expresión de sus actos, extiende el pergamino para ofrecerlo al emperador.

Tras una breve ojeada a su papel y dirigiéndose al ser, le dice……Karnak, hijo de Ambrosio y de un orco, mezcla de enano y Saurio, tu padre acabo con la vida de mi hijo y pago por ello, no quiero mas sangre en mis tierras, vete ,vete a fundar tu propia tierra y olvida el pasado de tu padre.
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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #5 en: 26 de Marzo de 2004, 11:35:46 am »
Concursante: Sotolp
Raza: Servidores

Breves historias de los Servidores II

En la serviblioteca de Esperanza veo un libro ,esta cubierto de polvo ,su estado es lamentable, pero algo me llama la atención, su dibujo .Es un castillo destrozado por rayos procedentes de unas montañas, creo reconocer la imagen.

Me dirijo después de reclutar algunos servidores valientes, al noroeste de Esperanza por esa zona es la que creo reconocer la portada del libro, tras una breve ojeada a las montañas existentes, veo entre los árboles una sombra enorme que se desplaza hasta la orilla del gran mar ,mis ojos no pueden evitar tropezar con la mirada fría del espectro tras su salida de la maleza,¿Qué puede ser? no,no me lo creo,  es Nostradamu!.

Nostradamus ,es el mago que según cuenta la historia, fue capaz de destruir dos ciudades humanas con el poder de sus manos.

Mis hombres me miran, no pueden evitar el temblor de sus manos mientras tensan sus arcos……..

Alto ,alto no disparéis, no puedo evitar la pregunta que me quema en mis labios,¿Cómo puedes vivir después de 1 era?.

Mirándome fijamente a los ojos, levanta sus  brazos y hablándome muy despacio, me cuenta su historia, una historia en la que los mejores historiadores de la época jamás pudieron imaginar.

Cerrando el libro, maldigo a quien pudo romper el libro del castillo destrozado.
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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #6 en: 26 de Marzo de 2004, 11:39:20 am »
Concursante: Javier
Raza: Minotauros

De una ida y una vuelta, un cuervo y un faisán

Éomund tranquilizó a los voluntarios del norte mientras las tropas del Thane Osmund de Gavle se acercaban a la colina donde había formado a sus cien guerreros en un muro de escudos.
Tras su marcha hacia el sur éste era el cuarto combate que afrontaban, y pese a que los otros tres se habían saldado con victorias casi sin bajas nunca se habían visto frente a una oposición tan numerosa y decidida, ante ellos se aprestaban al combate casi quinientos guerreros del Fyrdd y Carls que habían salido a combatir abandonando la seguridad de los muros de su ciudad alentados por la llegada de un centenar de Carls del Jarl Erik.

Los miembros del Fyrdd del norte al mando de Éomund formaban el centro del despliegue norteño, flanqueados a la izquierda por los clientes y Carls del Thane Olaf y a su derecha por los Carls del Thane Aetheldric y sus clientes, guerreros más curtidos y experimentados que los componentes del Fyrdd de Éomund que aguardaban el ataque de los guerreros escogidos del enemigo, que según suponían los norteños tratarían de romper el centro del muro de escudos lanzando sus mejores guerreros en ese punto siguiendo las tácticas que se empleaban en las batallas en el sur por el trono de Minosia.
El Thane Olaf había exigido ocupar tal posición y había discutido agriamente con Ragnar cuando éste se la había negado, en algo que ya se había convertido en normal desde la partida de Ragnarsholm hacía ya dos meses. Olaf era un gran guerrero y un valiente líder, y su apoyo a Ragnar era fuerte tras sufrir el injusto dominio de Hans como el resto de norteños, mas su procupación por destacar y mostrarse ante sus clientes como una alternativa al joven Jarl hacía que ambos discutieran constantemente aunque por fortuna tales discusiones se aparcaban en el momento de iniciarse la batalla y Olaf de momento se ceñía a los planes de batalla elaborados por Ragnar, siendo una pieza clave en las victorias que habían tenido hasta la fecha.

“Tranquilos, manteneos firmes....” comentaba Éomund con voz sosegada a los nerviosos milicianos mientras paseaba tras el muro de escudos “Afianzad los escudos, que no se separen de los del lado... Lanceros, asegurad las lanzas y preparáos... Arqueros, elegid bien el blanco, quiero que concentréis el fuego en los Carls de Erik”
Ante ellos a un centenar de metros de distancia los Carls de Erik formaron una cuña en el centro del despliegue del Thane Osmund mientras los Carls del Thane y el Fyrdd de la zona se apiñaban con escaso orden a sus flancos y retaguardia.
El estandarte de Erik ondeó amenazante entre las filas enemigas, y dio un par de giros indicando el inicio de la batalla. De las filas sureñas partió un rugido atronador mientras los guerreros cargaban al frente aullando y profiriendo insultos a los norteños, que impávidos y silenciosos aguardaron la llegada del enemigo.
Varios de los guerreros sureños cayeron víctimas de las saetas lanzadas por la treintena de arqueros norteños que formaban tras el muro de escudos, mas la carga siguió imparable y lleguó a la ladera de la colina, donde los aguardaba el muro de escudos que recibió el impacto sin romperse.
Las hachas y espadas batían el muro de escudos, buscando una brecha por donde romperlo y abrir la formación, y el peso de la masa sureña hacía que los norteños retrocedieran lentamente, mas las lanzas y hachas blandidas por los guerreros de segunda fila causaban estragos en la masa enemiga y la concentración en el centro del despliegue facilitaba el combate de los extremos de la línea norteña, donde los guerreros de Olaf y Aetheldric hacían retroceder lentamente a sus rivales mientras cerraban hacia el centro, de tal forma que formaron una V que comprimía todavía más las fuerzas enemigas y las privaba de movilidad.
Perdida la incercia de la carga y con el muro de milicianos aún firme Ragnar decidió que era el momento de cerrar la trampa y ordenó a sus reservas de guerreros escogidos que partieran al combate desde la parte posterior de la colina. Una veintena de sus Carls escogidos partió desde la retaguardia a reforzar a las tropas de Éomund mientras él guiaba al resto de sus cien guerreros montados hacia la retaguardia enemiga.
Tras bordear la colina al galope los guerreros de Ragnar desmontaron a una cincuentena de metros de la retaguardia enemiga, cargando con fuerza contra ella y desbandando rápidamente a los miembros del Fyrdd que la formaban, que al verse atacados por un enemigo que parecía salido de la nada rompieron su formación y se dieron a la fuga sellando la suerte de sus camaradas, que se vieron totalmente rodeados por los norteños sedientos de sangre que se abrieron paso entre sus filas. Y tal era el empuje de los guerreros que formaban el Hirdh de Ragnar que éste se vio rápidamente sobrepasado por ellos y tuvo una escasa participación en el combate, algo destacable por lo poco habitual.

Apenas veinte minutos después de la carga de los Carls de Erik la batalla había terminado. El Thane Osmund y sus Carls se habían rendido en masa al verse rodeados, y los Carls de Erik habían sido exterminados sin piedad pese a sus intentos de rendición, sin que sobreviviera ni uno de ellos. Y es que los norteños aún tenían frescas las heridas y humillaciones sufridas a manos de los seguidores de Erik durante su breve dominio del norte.
Con apenas una decena de muertos y una treintena de heridos, en su mayor parte del Fyrdd al mando de Éomund que había soportado lo más duro del combate, Ragnar había logrado exterminar a los cien Carls de Erik y a otro centenar de guerreros de Osmund y del Fyrdd de la zona, asegurándose el control de la misma y manteniendo a su contingente de trescientos cincuenta guerreros prácticamente incólume.
Con éste ya eran cuatro los Thanes de Erik que eran derrotados en apenas mes y medio, y por lo que se comentaba del sur Gunther continuaba resistiendo el embite del Jarl una vez recuperado de sus heridas y el apoyo a Erik disminuía por todo el país, con lo que en breve debería volverse hacia el norte para defender sus dominios o perder sus aspiraciones al trono.

Osmund y sus Carls fueron llevados ante Ragnar, que se encontraba en la cima de la colina departiendo con los heridos e interesándose por su estado mientras a su alrededor sus guerreros procedían a recuperar las armas y armaduras de los caídos en la batalla, que una vez reparadas servirían para equipar mejor a los norteños.
El Thane de Erik y sus guerreros esperaron nerviosos a que Ragnar, aún protegido con su cota de mallas y cubierto con la sangre de los guerreros que habían osado enfrentarse a él, se girase hacia ellos y decidiese su destino. Un puñado de los Carls mostraban resolución y firmeza en sus rostros y porte, y sabiendo del talante de Ragnar Éomund supo que a ésos se les ofrecería la oportunidad de unirse a los Carls del Jarl del Norte, mientras el futuro del resto era incierto.
“No tengo demasiado tiempo libre para perderlo en tonterías” comentó Ragnar a los prisioneros “así que iremos al grano. Escojed a una decena de los vuestros para que convoquen el Atherling de la zona. Hablaré a los minotauros libres de la zona, expondré mis reclamaciones y condiciones y dejaré que decidan. Hasta que se celebre el Atherling el resto quedaréis bajo la custodia del Thane  Olaf, no le creéis problemas si no queréis arrepentiros. Éomund, encárgate tú de los detalles”
Con estas palabras Ragnar abandonó la colina, mientras los minotauros del sur esperaban las indicaciones de su perplejo Thane. Mas antes de que Osmund pudiera decidir qué Carls enviaba como heraldos Éomund se le adelantó y señaló a una decena de los Carls más resueltos de entre los prisioneros, a los que se les asignó un par de norteños armados como “escoltas”, partiendo los emisarios prestamente.

Tras dejar a los prisioneros al cargo de Olaf Éomund se dirigió hacia el pequeño grupo de árboles donde Ragnar había instalado a su Hirdh, y vio cómo los guerreros observaban procupados la larga herida en el costado que limpiaba el diestro Arnulf mientras Ragnar permanecía impasible pese al dolor que el contacto del paño sobre la herida debía producirle.
Tras limpiar la herida y colocar nuevos emplastos sobre ella Arnulf procedió a vendar con fuerza el pecho de Ragnar, que esta vez no pudo evitar emitir un gruñido de dolor al sentir cómo apretaban la herida. Gruñido que fue recibido con preocupación por Éomund y los miembros del Hirdh, al ser la primera muestra de dolor que Ragnar mostraba desde que diez días atrás en la toma de Vadersholm el Thane Morgen había logrado herirlo antes de perecer. Definitivamente la herida estaba empeorando y únicamente una temporada de reposo lograría que se cerrase definitivamente.
Mientras Aetheldric conversaba quedamente con Ragnar varios de los miembros del Hirdh se acercaron a Éomund, repitiendo lo que se había convertido en una letanía entre los guerreros escogidos de Ragnar en los últimos días: Ragnar estaba herido y se forzaba demasiado, era hora de volver al norte para que se recuperara, ya habían asestado un gran golpe a la reputación de Erik y continuar avanzando era arriesgarse a verse copados en territorio enemigo, .... Ausentemente Éomund aseguró a sus camaradas que intentaría convencer a Ragnar, a sabiendas en su fuero interno que tanto Ragnar como Aetheldric únicamente se detendrían cuando vieran la cabeza de Erik clavada en una lanza. Mas como realmente opinaba la mismo que los preocupados miembros del Hirdh se dirigió hacia su amigo y señor dispuesto a librar otra vez un combate perdido de antemano.

Godfried y sus hermanos acompañaban a su padre Rutgar a la reunión en el pueblo tras la visita de los norteños y el Carl de Osmund, y observaron con curiosidad cómo los norteños habían montado un campamento en las afueras del pueblo en vez de instalarse en las mejores casas del mismo como era la norma entre los Carls de Erik. Bien es cierto que el campamento no mostraba un excesivo orden y las tiendas no estaban demasiado alineadas, mas se encontraba en la cima del único altozano de las cercanías y se podía ver sin demasiado esfuerzo como una veintena de guerreros mantenían guardia constantemente, pese a encontrarse en territorio que podía considerarse seguro tras su reciente victoria sobre las tropas de Osmund y Erik.
Evidentemente Rutgar y sus hermanos no prestaron atención a tal detalle, y Godfried sonrió divertido al escuchar por centésima vez a su padre farfullar enfadado algo referente a la pérdida de un día de trabajo y que los campos los necesitaban. A Godfried le había costado mucho trabajo convencer a su padre de que debían asistir a la reunión, y pese a que Rutgar no veía la importancia de su asistencia al final consintió en acompañar a su hijo al Atherling, donde Godfried esperaba poder hacer servir la reputación de su clan, el único clan poderoso del valle que no estaba al servicio de ningún señor, para influir en el futuro de la zona y a poder ser dejarla en manos de alguien menos inepto que Osmund.
Los numerosos vecinos de Gavle se apartaron para dejar pasar a los recién llegados mientras saludaban con alegría a los Rutgarsson, a los que nadie esperaba, y en pocos minutos los recién llegados pudieron presenciar desde las últimas filas de los curiosos reunidos como en la pequeña plaza ante la casa larga de Osmund un guerrero norteño manco discutía con varios de los jefes de clan alineados con Osmund, para finalmente girarse y dar instrucciones a un grupito de norteños equipados con viejas y remendadas cotas de malla que se dirigieron a la salida del pueblo mientras los lugareños se apartaban para dejarles pasar.
Godfried indicó a su hermano Sven que quería acercarse más a la primera fila de curiosos, y en pocos momentos y gracias a la gran corpulencia de sus hermanos, que sacaban casi dos manos a los minotauros más altos de la zona, pudo observar desde la primera fila a los norteños y a Osmund y sus cliente.
“Osmund tiene una cara como si le molestase un flemón” comentó riendo Sven al ver la cara de disgusto del Thane mientras conversaba con el alto guerrero manco que parecía llevar la voz cantante entre los norteños “ese tal Ragnar debe estar apretándole las clavijas a base de bien.... Ya era hora que alguien lo hiciera, por cierto....”
“Ése no es Ragnar” comentó distraído Godfried mientras observaba a los norteños para acabar fijando su atención en un joven y enorme guerrero que se tocaba con disimulo el costado cada varios minutos mientras asentía a los comentarios de varios de los norteños que se movían a su alrededor “debe ser su heraldo o uno de sus clientes de confianza. Yo diría que Ragnar es ése de ahí...” indicó Godfried mientras con la cabeza le indicaba a Sven el joven guerrero.
“¿Estás de broma? Fíjate en él, no es más que un mocoso... Si hasta tú has visto más veranos que él...” comentó Sven frunciendo el ceño tras observar al norteño.
“Ya me he fijado” respondió sonriendo Godfried “y de hecho, si quieres, me apuesto mi arco contra tu daga a que no me equivoco. Ya es hora de que canvie el cuchillo que tengo por algo como esto...” dijo mientras acariciaba la empuñadaura de la daga de su hermano, que súbitamente inquieto musitó un insulto a Godfried y aceptó su opinión mientras Godfried reía con indisimulada alegría ante el súbito cambio de opinión de su hermano mayor. Hacía mucho que sus hermanos habían aprendido a no apostar contra él y a seguir sus consejos, y de hecho la decisión que tomasen los Rutgarsson hoy dependería más de la opinión de Godfried que de la de su padre o sus hermanos mayores. Algo que no dejaba de extrañar a los que no los conocían en demasía, ya que Godfried era con mucho el menos corpulento y alto de sus hermanos y primos, y excepto en el tiro con arco no destacaba en ninguna habilidad marcial a diferencia de sus parientes, considerados los mejores guerreros de la zona en el uso de las largas espadas que eran el arma favorita de los Rutgarsson.

“¡Las reuniones siempre se han celebrado en la casa del Thane!” gritó indignado Osmund interrumpiendo la conversación entre los hermanos “¡Y el Thane siempre está presente! ¡No podéis dejarme de lado e ignorarme!”
Los clientes de Osmund unieron sus voces a la queja de su señor, y pese a que el guerrero manco mantenía impasible su postura era evidente que la situación estaba empezando a enfurecerlo.
“¿De qué tienes miedo Osmund? ¿Tal vez de que alguien diga lo inútil y combarde que eres realmente si no estáis tú y tus Carls presentes para acallarlo por la fuerza?” gritó Godfried mientras a su alrededor sus hermanos reían el comentario y cerraban filas en torno al menor de los Rutgrarsson.
Muchos de los minotauros presentes en la plaza rieron la ocurrencia, y Osmund se giró furioso hacia Godfried gitando insultos mientras la mayoría de sus Carls y clientes le prestaban apoyo. Los Rutgarsson se mantenían firmes y varios habitantes del pueblo se pusieron de su lado, originándose un tumulto entre ambos grupos que en breve llegaría a las manos.
“¡¡¡SILENCIO!!!” rugió una voz, acallando los gritos y deteniendo a los acalorados contendientes. El joven guerrero norteño se adelantó rodeado de varios de sus camaradas, abriéndose paso hacia Osmund con el ceño ensombrecido por la ira. Únicamente un par de los más fieles clientes del Thane se mantuvieron firmes a su lado, y cuando Osmund abrió la boca para defender su actuación el norteño volvió a rugir “¡¡¡He dicho que os calléis!!!” Osmund cerró su boca y la plaza quedó enmudecida, manteniendo todos los presentes la respiración mientras el norteño fijaba sus duros ojos en el cada vez más incómodo Osmund.
“Parece que no te haces cargo de la situación en que te encuentras. No estás en posición de pedir nada, ni mucho menos en posición de exigir ni alzar la voz a mi heraldo. Me importa un bledo cómo hayáis realizado los atherlings en el sur en los últimos años, éste lo vamos a celebrar como dictan las tradiciones, y eso significa que cada minotauro libre tendrá derecho a expresar su opinión y su voto valdrá tanto como el de los Carls y Thanes. Y dado que en él se va a decidir tu futuro te habría dejado estar presente, pero has acabado por hartarme con tus quejas y lloros y te vas a quedar en tu casa custodiado hasta que acabe el atherling. Y no me discutas o me interrumpas, recuerda que sigues vivo por que te concedí clemencia al rendirte, y siempre estoy a tiempo de subsanar ese error...”
Las manos de los norteños se desplazaron a las empuñaduras de sus armas al escuchar las palabras de su líder, y ante su fría expresión los seguidores de Osmund les abrieron paso a regañadientes y permitieron que una decena de guerreros escoltasen al Thane a su residencia, donde otro grupo de norteños se dispuso para vigilarla, mientras los murmullos llenaban la plaza.
Mientras Sven murmuraba incrédulo “Un niño, a los norteños los manda un niño...” Godfried no pudo por menos que observar el sutil cambio en la actitud y disposición de sus vecinos y como muchos de ellos ahora se agrupaban algo inquietos alrededor de los Rutgarsson. A pesar de cavilar cómo aprechar esta ventaja a favor de su clan Godfried no pudo desviar su mirada de la del Jarl del Norte, sorprendido por su actitud y su modo de actuar... Un Jarl exigiendo un atherling al viejo estilo a sabiendas que éstos eran más difíciles de controlar... Realmente sorprendente, los poderosos gustaban de jugar con todos los triunfos en su mano... Ese Ragnar era realmente una caja de sorpresas, pensó Godfried, deseando saber cuál iba a ser el as que se guardaba el norteño en la manga...

La música y los cantos se oían por todo el pueblo esa noche. Tras dos largos días de atherling con numerosas discusiones e intervenciones de gran cantidad de minotauros todo el mundo agradecía la excusa del nombramiento de un nuevo Thane para relajarse bebiendo y bailando.
Los norteños participaban de las celebraciones procurando no beber tanto como sus anfitriones y manteniéndose ligeramente al margen para evitar posibles disputas con los partidarios del depuesto y exiliado Osmund, y entre ellos un grupito se mantenía sobrio y vigilante alrededor de su Jarl, que se limitaba a observar los festejos saboreando un poco de cerveza de la zona mientras esperaba a que el artífice del nombramiento del nuevo Thane se reuniera con él.
Al poco rato un joven minotauro albino se acercó al grupo de norteños, que le dejaron pasar y le indicaron que podía tomar posesión del asiento al lado de su Jarl. A varios metros de distancia y observando la reunión se encontraban cuatro de los corpulentos hermanos del recién llegado y varios de sus nuevos clientes, que observaban sin disimulo a los miembros del Hirdh de Ragnar.
“¿Un poco de cerveza?” preguntó Ragnar mientras tendía un cuerno de cerveza al recién llegado “Tengo que felicitarte por cómo has llevado el atherling. Has conseguido que tu padre sea nombrado Thane aunque el título no le interesaba, has exiliado a Osmund y sus principales clientes para que no te molesten y lo has hecho de manera que la gente cree que es un acto de clemencia hacia ellos y has puesto a tus hermanos en los lugares claves del Fyrdd. Y lo mejor es que excepto tus hermanos y alguno de tus clientes dudo que haya alguien en la zona que sospeche que has tenido algo que ver con el resultado. Muy bien jugado...”
“Gracias por la cerveza y por tan inmerecidos halagos” respondió Godfried mientras tomaba el cuerno con una fría sonrisa de cortesía “No soy más que un buen hijo que ayuda a su padre y a su clan, y si hemos reclamado el poder en la zona ha sido simplemente para evitar que alguno de los lacayos de Osmund lo sustituyera y nos viéramos abocados a volver a enfrentarnos contigo y los tuyos y más tarde nos tuviéramos que doblegar otra vez a los caprichos de Erik. No son dos opciones que me entusiasmen, sobretodo la primera.... No os entiendo, Jarl, y eso me pone nervioso... ¿Qué queréis realmente de Gavle?”
“¿De Gavle?” la cara de Ragnar mostraba una genuina expresión de sorpresa y confusión “Nada, simplemente que dejéis de apoyar a Erik. No me interesa el poder, en cuanto acabe con Erik volveré a casa y me olvidaré de estos meses de locura y muerte. Cuando la cabeza de Erik esté clavada en una lanza por mí los Jarls y Thanes del sur os podéis matar a gusto por el trono, es algo que a mí no me interesa en lo más mínimo.”
“Eso habrá que verlo... Seríais el primer Jarl que voluntariamente renuncia a la corona... Permitidme que conserve mis dudas hasta que lo vea con mis ojos...” Comentó cortesmente Godfried a la par que tomaba un sorbo de cerveza.
Ragnar rió con humor mientras alzaba su cuerno “Por que lo veamos juntos... Será difícil, Erik aún es muy fuerte y el tiempo corre en nuestra contra. Si no conseguimos debilitarlo y tomar sus dominios norteños nos será imposible hacerle frente cuando deje a Gunther de lado y se centre en nosotros. Y tarde o temprano vendrá él en persona a enfrentarse conmigo, ya ha visto que sus Thanes no dan la talla.”
“Me temo que no podréis contar con refuerzos desde Gavle en... ¿unas dos semanas?” respondió con falso pesar Godfried.
“¡¿Dos semanas?!” rugió indignado Ragnar “Casi no habéis tenido bajas y está todo el Fyrdd esta noche aquí en la fiesta... ¿Para qué demonios necesitáis dos semanas?”
“Me he precipitado. Igual son necesarias tres o cuatro semanas” comentó tranquilamente Godfried observando como los tres norteños más próximos prestaban súbitamente una gran atención a la conversación “Hasta que mi cuñada Gudrun no me dé su opinion sobre vuestra herida no lo sabré con exactitud” finalizó Godfried mientras fijaba su vista en el costado del Jarl.
“¿Cómo lo habéis sabido?” preguntó sorprendido Ragnar llevándose la mano instintivamente al costado
“Por gestos como ése... No sois el único que es observador...” respondió Godfried con una media sonrisa “No enviaré a mis hermanos y vecinos a luchar a vuestro lado para que a media campaña la herida os postre en cama y vuestro ejército se disperse como hojas secas bajo el viento. Si queréis al Fyrdd de Gavle a vuestro lado deberéis reposar y curaros. ¿Y qué mejor sitio para eso que un pueblo amigo donde dispondréis de víveres suficientes para el ejército?”
El heraldo Aetheldric y el Thane Olaf mostraban su disgusto ante la exigencia de Godfried, mas era claro que Éomund estaba más que conforme con la solución si bien no le acababa de convencer la forma en que Godfried la había presentado.
“De acuerdo” aceptó a regañadientes Ragnar “me quedaré aquí como un buen niño mientras se cura del todo este rasguño. Pero cuando parta al sur tú vendrás conmigo. Aún no sé si eres un buen amigo o un enemigo muy astuto, pero en todo caso no quiero quitarte el ojo de encima....”
“A vuestras órdenes Jarl Ragnar....”


“Una semana perdida de brazos cruzados... Osmund y los suyos ya habrán llegado a Lokken y su Thane ya estará preparando la defensa y habrá pedido refuerzos a Erik... El paseo se ha acabado, empieza la guerra de verdad...” musitó Ragnar mientras paseaba impaciente por el campamento revisando a sus guerreros por enésima vez en los últimos días.
A su lado Éomund y Aetheldric sonreían por lo bajo, divertidos por la impaciencia de Ragnar y aliviados al ver cómo su herida mejoraba visiblemente. Los días de descanso habían sentado bien al ejército del norte, y cuando partieran el grueso del Fyrdd de Gavle los acompañaría con lo que su ejército llegaría a contar con casi cuatrocientos guerreros, una fuerza más que considerable que podría seguir minando la fortaleza de Erik si éste no volvía con sus tropas del sur.
“Te preocupas por todo Ragnar” comentó Éomund “El Thane de Lokken ha enviado a casi todos sus Carls al sur con Erik por lo que nos han dicho los Rutgarsson y los comerciantes del pueblo, y con el Fyrdd de Gavle a nuestro lado los superamos ampliamente en número.”
Por toda respuesta Éomund obtuvo un gruñido mientras Ragnar seguía paseando inquieto por el campamento, y cuando se disponía a seguirlo observó que a su lado Aetheldric miraba con cara de disgusto la lejanía. Giró su mirada hacia el norte y observó con preocupación como se acercaba un mensajero al galope sobre un agotado toro. En la distancia su capa oscura se agitaba al viento, dando la impresión de transformarse en un par de alas negras.
Varios de los miembros del Hirdh se habían percatado también de la llegada del mensajero, y Éomund oyo como uno de los más veteranos comentaba a sus compañeros “Alas oscuras para negros presagios. Marcad mis palabras, seguro que no son buenas nuevas...”
“Veremos si tienes razón Lognar...” comentó Ragnar al preocupado minotauro a la par que le palmeaba la espalda “Mas piensa que si las nuevas no son buenas el mensajero no tiene la culpa... Ni aunque en la distancia se semeje a un pájaro de mal agüero...”
Varias risas nerviosas secundaron el comentario mientras el cada vez más numeroso grupo de norteños esperaba la llegada del mensajero, que en breves minutos llegó a la base de la colina y desmontó de su agotada montura, cuyos flancos aparecían cubiertos de espuma y sangre. Si el mensajero no había rebentado el toro en su prisa por llegar a Gavle poco le habría faltado...
“Jarl Ragnar” musitó entrecortadamente el mensajero, un jovenzuelo de apenas quince primaveras cubierto de polvo y sudor que trataba de recuperar el aliento mientras se arrodillaba ante el Jarl “noticias de vuestro primo Thorvald. Los elfos han vuelto a salir del bosque al norte de Ragnarsholm, y se dirigen en fuerza hacia la ciudad. Varias granjas y asentamientos han sido destruidos, y tanto el Fyrdd como los Carls que dejasteis en el norte se han visto incapaces de detenerlos. Si no volvéis con el ejército la ciudad y todo el norte pueden caer en días... He venido tan rápido como he podido, pero las nuevas son de hace cuatro días. Es posible que Ragnarsholm se encuentra ya bajo asedio...”
Entre gritos de rabia e insultos los minotauros recibieron las noticias, y todos los nobles del norte se giraron hacia Ragnar esperando su decisión. Volver ahora significaría dar un respiro a Erik que no se podían permitir, y ponía en peligro a las gentes de Gavle ante posibles incursiones de represalia desde Lokken o desde tierras aliadas al Jarl del sur. No volver podía significar perder las tierras del norte a manos de los elfos y poner en peligro todo el reino. Y enviar únicamente una parte de las fuerzas disponibles podía significar ganarlo todo o perderlo todo. Ahora la decisión dependía de Ragnar.
“Lognar, acompaña a Rodrick y que coma algo y se refresque. Gracias por la presteza en traer el mensaje, hijo de Eddard, agradezco tu servicio pese a las malas nuevas que nos traes” Ragnar ignoró al atónito mensajero, que no se podía creer que el Jarl recordase su nombre y el de su padre, y con un gesto indicó a Éomund y a Aetheldric que lo siguieran.

“Vamos cuervo, la comida está por aquí” gruñó malhumorado un guerrero norteño.
Rodrick ignoró los comentarios de los guerreros que no cesaban de conjeturar sobre su inmediato destino mientras observaba como el Jarl se alejaba rodeado de sus guerreros de confianza y sus consejeros, que hablaban sobre la situación mientras el joven se mantenía callado escuchando.
Un pescozón lo devolvió a la realidad, y mientras los Carls a su alrededor se reían Rodrick se giró airado hacia el guerrero que le había sacado de su ensoñación de manera tan brusca.
“¿Quién demonios te crees que eres para ponerme las manos encima?” gruñó el jovenzuelo mientras su mano se deslizaba hacia su daga, pese a que de poco le serviría tal arma contra un guerrero equipado con cota de mallas.
“Tranquilo cuervo, no hagas algo de lo que te puedas arrepentir....” respondió Lognar enarcando una ceja hacia la mano del joven “Por quinta vez, sígueme y podrás beber algo, refrescarte y zampar un poco de carne antes de que partamos. Si prefieres quedarte aquí mirando las musarañas me lo dices e iré a recoger mis cosas... Y vosotros dejad al chico en paz e id a preparar los pertrechos y a recoger vuestras tiendas, no creo que tardemos demasiado en partir” dijo a los Carls agrupados alrededor que se burlaban del joven Rodrik.
Rojo de ira y vergüenza Rodrik siguió a Lognar, observando como los Carls y los voluntarios del Fyrdd del norte desmontaban prestamente el campamento mientras de Gavle salía una delegación que se reunía con el grupito que rodeaba a Ragnar. El veterano que lo guiaba de vez en cuando se aseguraba de que el mensajero lo seguía, mas no cruzó ninguna otra palabra con el joven, algo de lo que se alegró Rodrik.
En la zona donde se preparaban las comidas los Carls encargados ya estaban cargando las carretas con sus útiles, y se quejaron de tener que posponer los preparativos para alimentar a Rodrik, mas una severa orden de Lognar los puso en su sitio y aunque a regañadientes ofrecieron a Rodrik un cuerno de fresca cerveza, pan de batalla no excesivamente duro y una tira de carne ahumada que el joven procedió a devorar con ansia, dado que en su viaje había tenido escaso tiempo para comer y muy pocas provisiones dada la presteza con que había realizado el trayecto.
Mientras comía con presteza Rodrik observó como en el grupo alrededor de Ragnar los minotauros discutían, para finalmente separarse y dirigirse unos a Gavle y otros hacia el campamento, gritando órdenes y supervisando a los Carls y voluntarios.
“Vienen a por ti, cuervo” indicó Lognar a Rodrik señalando a Ragnar y a sus seguidores que se acercaban.
Rápidamente Rodrik se puso en pie y hizo una reverencia al Jarl, que incómodo le indicó que se levantase.
“No pierdas el tiempo con esas tonterías. No soy un sureño... Este es el mensaje que debes llevar a Thorvald, me temo que no vas a poder descansar. Partimos hacia el norte en un par de horas a lo sumo. Dejaré a Olaf y a sus Carls en Gavle y parte del Fyrdd al mando de Godfried se nos unirá. Marcharemos tan aprisa como podamos, espero que en seis o siete días a lo sumo habremos llegado a Ragnarsholm.”
“Entiendo mi señor” repuso Rodrik mientras guardaba la carne sobrante en una bolsa a su cinto y apuraba la cerveza de un trago, listo ya para partir “Podéis contar conmigo, el mensaje llegará en tres días a oídos de vuestro primo”
“Lognar te acompañará, la zona ahora es posible que esté llena de exploradores elfos” continuó Ragnar “Llévate a dos Carls más y partid sin demora, quiero que el mensaje llegue tan pronto como sea posible. Si la ciudad está bajo asedio o si véis rastros del ejército elfo hacédmelo y mirad de entregar el mensaje si es posible.”
Tanto Rodrik como un molesto Lognar asintieron y partieron hacia las improvisadas cuadras, donde el joven mensajero escogió las monturas que usarían en el viaje mientras enviaba al veterano a recojer las provisiones y pertrechos que necesitarían en el viaje. Una vez listos seleccionó a dos de los jóvenes milicianos que se encargaban del cuidado de los ariscos toros, jóvenes fuertes y de complexión delgada que podrían viajar a buen ritmo sin agotar a sus monturas y partieron hacia el norte al galope.

“Una niñera... Me paso tres meses de campaña en el sur sin rechistar, sufro cuatro heridas luchando a su lado y me paga convirtiéndome en una maldita niñera...” musitó por lo bajo Lognar mientras con la última luz del día dirigía a sus compañeros en las maniobras básicas del combate aprovechando los descansos que necesitaban las monturas.
Los tres jóvenes tenían nociones básicas sobre el manejo de las armas, mas dado que podían encontrarse con exploradores y guerreros elfos en el viaje Lognar había decidido entrenarlos en los escasos momentos libres que tenían para aumentar su destreza y habilidad. Aunque tras un día y medio de marcha y unas pocas horas de práctica la mejora de los jóvenes no era demasiado apreciable para enojo de su poco paciente instructor.
“¡¡¡Por Krann!!! ¡¡¡Ese escudo más alto, zoquete!!! Si Klauss fuera un elfo tu miserable vida ya habría acabado...” gruñó Lognar al ver cómo Sven bajaba constantemente su guardia siguiendo las fintas de su oponente “Trata de prestar atención por una vez a lo que te dicen, esto no es un juego....”
Los siguientes compases del encuentro ficticio fueron más igualadas, con ambos jóvenes intercambiando golpes entre los constantes reproches y consejos del veterano Carl. Rodrik ya había acabado de abrevar y alimentar a las monturas, y observaba distraído el entrenamiento de sus compañeros mientras acariciaba absentemente el arco y de vez en cuando observaba por encima del pequeño altozano por si aparecía alguna pieza pequeña de caza con la que aumentar sus exiguas provisiones.
De repente un par de faisanes alzaron el vuelo con estrépito entre la maleza a unos trescientos metros. Uno de ellos se dirigió raudamente hacia la posición de Rodrik, y cuando éste se disponía a alzarse y tensar su arco vio como el segundo faisán recogía bruscamente sus alas y se desplomaba en el suelo. Rodrik se dejó caer en el suelo e hizo frenéticos gestos a sus compañeros para que guardasen silencio mientras atisbaba con precaución por encima del altozano, viendo consternado como cuatro elfos salían de entre los matorrales y se dirigían riendo hacia su presa, sin darse cuenta de que a escasos doscientos metros cuatro minotauros contenían la respiración. Tras colgarse el faisán del cinto el elfo que dirigía a los cazadores indicó a sus compañeros que ya tenían suficientes presas y se encaminaron hacia el pequeño bosque al oeste de la vía principal que unía Ragnarsholm con los pueblos y ciudades del sur, vía por la que en dos días llegaría el ejército de Ragnar.
Rodrik se deslizó montículo abajo guardando la saeta en el carcaj y susurrante indicó a sus expectantes compañeros “Elfos. Cuatro cazadores. Parece que están acampados en el bosque que hay al oeste, y por la cantidad de piezas que llevaban al cinto no cazaban para ellos solos. O es una avanzadilla o han preparado una emboscada en el camino esperando al ejército”
“Klauss, Sven, coged vuestras monturas e id a informar a Ragnar” ordenó Lognar
“No montéis hasta pasadas un par de horas, si hay más cazadores por la zona os verían sin problemas” les recomendó Rodrik “y evitad la vía hasta que lleguéis a Tromsoe, es probable que esté vigilada. Decidle a Ragnar que envíe avanzadillas a explorar la vía y que nosotros seguiremos hacia Ragnarsholm”
Los dos jóvenes asintieron nerviosamente y tras recojer rápidamente sus raciones y armas partieron hacia el sur llevando sus monturas por las bridas, mientras Rodrik y Lognar hacían lo propio y se alejaban del bosque en dirección a Ragnarsholm, temiendo encontrarse la ciudad en manos de los elfos.

Continua en otro post que pondré a continuación y que pongo SOLO para que veais como concluye la historia, no para que lo punteeis pues se envió con el turno.
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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #7 en: 26 de Marzo de 2004, 11:43:50 am »
TEXTO NO PARA CONCURSO

Nota: la razón de que ponga este post es dar fin, de momento, a la historia anterior.

De un mediodía de sangre, un atardecer de niebla y un amanecer de fuego

El ejército de norteños marchaba rápidamente por la vía formando una larga columna reluciente de acero, apresurando el paso de manera que los carros con los suministros a duras penas podían mantener el ritmo.
La noticia de que el camino estaba vigilado por los elfos se había extendido entre los guerreros, que estaban ansiosos por luchar contra los odiados elfos en campo abierto, y todos esperaban con expectación la llegada de los exploradores que iban en la avanzadilla del ejército.
La llegada de dos mensajeros al galope hizo que en la columna los murmullos arreciasen y el paso se aminorase, esperando las nuevas que traían y las órdenes de batalla que se iban a dar.
“Se acercan Sven y Klauss. Éomund debe haber encontrado por fin a los malditos elfos” comentó sonriente Aetheldric mientras espoleaba su montura para ponerla a la altura de Ragnar, Godfried y Sigmund, que se habían adelantado para encontrarse con los mensajeros.
“Un poco de ejercicio nos irá bien” afirmó riendo Sigmund, el comandante del Fyrdd en ausencia de Éomund “y una victoria fácil levantará la moral de los guerreros tras estos días de marcha rápida”
Godfried mantuvo su semblante impertérrito, y ante las chanzas de sus camaradas por toda respuesta Ragnar gruñó preocupado “Espera a oír las noticias antes de pensar cómo usarás la piel del oso. Primero tendremos que cazarlo y no creo que sea tan fácil como supones...”
Los jóvenes mensajeros detuvieron sus monturas ante las de los nobles y atropelladamente Sven procedió a dar el mensaje que  portaban “Éomund me ha ordenado que os informe que hemos encontrado a los elfos. Son más de tres centenares de ellos, y se han dispuesto en orden de batalla a un par de millas al norte, protegidos en un pequeño bosquecillo. Éomund está con el Hirdh a su retaguardia para evitar que huyan, y os ruega que os apresuréis a cerrar sobre los elfos por que si deciden retirarse no podrá contenerlos durante mucho tiempo...”
“¿Trescientos? ¿Tantos?” preguntó incrédulo Sigmund mientras Aetheldric silbaba incrédulo ante la noticia “¿De dónde demonios han salido trescientos guerreros elfos?”
“La pregunta que te has de hacer no es ésa Sigmund... La pregunta es por qué hay únicamente trescientos... ¿Dónde demonios estará el resto?” dijo secamente Ragnar antes de girarse y dar a voz en grito órdenes a la columna para que avivasen el paso y se aprestasen para el combate. Un rugido atronador partió de la larga columna minotaura mientras se ponía en marcha con renovado ímpetu.

Mientras el sol alcanzaba su cénit en el cielo el ejército norteño se desplegó rápidamente en orden de batalla ante los ojos curiosos de Godfried, con una rapidez fruto de la práctica adquirida en los últimos meses de campaña que dejaba en evidencia la falta de experiencia del Fyrdd de Gavle.
A su alrededor se agrupaban sus primos y varios de los nuevos clientes de su clan, todavía molestos al serles asignada el ala izquierda del despliegue, considerada la de menos relevancia y honor, que esperaban las instrucciones del joven minotauro albino que lideraba el Fyrdd de Gavle.
“Formaremos un muro de escudos y avanzaremos cubriendo al Fyrdd del norte. Quiero a todos los arqueros en segunda fila con una buena provisión de flechas, y una reserva de veinte Carls escogidos en retaguardia a un centenar de metros de distancia lista para tapar cualquier hueco que se pueda producir. Hengist, tú la mandarás. Si no lo ves claro envíame un corredor y yo te daré las instrucciones que precises.”
“Puedes confiar en mí Godfried” respondió sin vacilación Hengist, el más tranquilo y sosegado de los familiares de Godfried presentes y el único en quien confiaba que sería capaz de mantener la cabeza fría y lúcida en el combate.
“Esto es todo. Que Krann nos sonría a todos y podamos celebrar la victoria en poco tiempo” Godfried se giró hacia la línea de batalla elfa observando el despliegue enemigo mientras sus oficiales se dirigían hacia sus lugares en la línea de batalla, y pudo ver cómo el punto fuerte de los elfos era el bosquecillo en el que se concentraban las fuerzas de su ala izquierda, que sería atacada por los Carls de Aetheldric. Su trabajo sería únicamente evitar que los elfos pudieran flanquear al centro de su despliegue, algo poco probable dada la inferioridad numérica del enemigo.

Ragnar observó como todos sus guerreros se encontraban ya en sus posiciones, y alzando su gran espada indicó a Aetheldric que diese la señal de avance. Los cuernos de guerra resonaron y la línea de minotauros avanzó lentamente hacia los defensores elfos entre gritos e insultos, mientras sus enemigos los esperaban en silencio.
De repente cuando más de trescientos metros los separaban de los elfos éstos alzaron sus arcos y descargaron una primera volea de proyectiles, que cayó sobre los guerreros minotauros. Los escudos se alzaron y la mayoría de flechas se clavaron sin peligro en su madera, mas a lo largo de la línea de batalla empezaron a escucharse los primeros gritos de sorpresa y dolor.
Los cuernos minotauros volvieron a sonar y el avance se mantuvo, agrupándose las formaciones en muros de escudos más sólidos y compactos que avanzaron lentamente hacia los elfos entre las lluvias de saetas que caían constantemente sobre ellos.
A unos ciento cincuenta metros los arqueros minotauros empezaron a responder al fuego elfo con sus arcos más pequeños y de menor alcance, y los gritos de dolor empezaron a escucharse también entre el enemigo, que empezaba a mostrar signos de preocupación entre sus filas al observar cómo sus arcos eran incapaces de frenar el lento y constante avance minotauro pese a las bajas que les habían producido.
Cincuenta metros. A esta distancia ya los arqueros elfos disparaban apuntando a sus rivales, y los muros de escudos empezaban a sentir de manera notable las bajas, cayendo los guerreros de primera fila con las piernas y brazos atravesados por flechas que sobrepasaban los bordes de los escudos, mientras las réplicas de los arqueros minotauros abrían las filas de los elfos con sus proyectiles que atravesaban a los poco protegidos arqueros enemigos.
Ragnar aulló la orden de carga y mientras los cuernos elevaban al cielo su rugir la línea de minotauros cayó sobre los elfos. Una flecha se clavó en el hombro del Jarl y dos más rebotaron contra su cota de mallas sin perforarla, mientras los escasos lanceros elfos situados en segunda fila se adelantaban para recibir la carga de sus enemigos. La espada de Ragnar segó la cabeza de una lanza, atravesó a un elfo y su escudo golpeó en el rostro de otro lancero, abriendo una brecha en la línea de defensores que rápidamente se desmoronó ante el empuje de la carga minotaura. Las lanzas y hachas minotauras se cobraron un terrible precio entre los lanceros elfos que formaban la primera línea, abriendo grandes brechas en su débil formación, y ante tal matanza el pánico se apoderó del ejército elfo.
Los elfos gritaban asustados y sus cuernos sonaban llamando a retirada desde el bosquecillo, y la línea se rompió mientras del bosquecillo partían nuevas voleas de saetas elfas para cubrir la retirada de sus camaradas. Pese a las órdenes en contra de Sigmund el Fyrdd del norte rompió filas para perseguir a los fugitivos elfos mientras los Carls de Aetheldric y el Fyrdd de Gavle mantenían los muros de escudos y cerraban el cerco del bosquecillo.
Las bajas en el Fyrdd del norte fueron numerosas, y el ímpetu de su carga se frenó ante la lluvia mortal de saetas que alcanzó a gran parte de sus miembros, con lo que fueron fácilmente rechazados por la reserva elfa que había cubierto a sus camaradas. A duras penas logró Sigmund reagrupar a un núcleo del Fyrdd a su alrededor formando un muro de escudos y retroceder lentamente bajo el fuego enemigo dejando tras de sí a numerosos camaradas muertos y heridos, y del bosquecillo se alzaron gritos de júbilo al ver la retirada del grueso de la fuerza minotaura tras su apresurado ataque.

Los gritos y burlas de los elfos eran insoportables a los oídos de Ragnar. Alzando su espada indicó a los Carls de Aetheldric que se aprestasen a la carga mientras murmuraba “Voy a acabar de una vez con vuestras miserables vidas, elfos del demonio”.
Los cuernos retronaron otra vez y Ragnar lideró la carga sobre el pequeño bosquecillo mientras el Fyrdd de Gavle y el Hirdh al mando de Éomund cargaban cerrando la trampa.
Los árboles rompieron los muros de escudos minotauros, ofriendo blancos individuales que los arqueros elfos aprovecharon hiriendo y matando a varios minotauros, mas su suerte estaba echada. No había guerrero que pudiera contener la furia de Ragnar, y ante sus poderosos golpes los elfos caían uno tras otro sin que ni yelmo, espada o escudo pudieran detener su espada. Con la misma facilidad hendía un cráneo que atravesaba una armadura, y tal era su esplendor mientras la furia del combate se apoderaba de su cuerpo que los elfos huían despavoridos ante él.
Transcurrida apenas media hora desde el inicio del combate el último de los elfos caía en la arboleda, que había quedado sembrada de numerosos cadáveres de guerreros elfos. Tal era el odio que ambas razas sentían que no se había pedido cuartel pese a la abrumadora derrota de los elfos, y todo el suelo estaba tan manchado de sangre que era difícil encontrar un lugar donde asentar los pies que no estuviera resbaladizo por la sangre o un árbol que no tuviera la corteza de color carmesí.


“¿Ragnar, te encuentras bien?” preguntó preocupado Éomund al ver como su amigo se tocaba el costado con gesto de dolor mientras inspeccionaban los cadáveres y hacían recuento de muertos y heridos.
“No es nada, la herida del costado se ha vuelto a abrir” gruñó entre dientes Ragnar mientras se inclinaba para cerrar los ojos a un guerrero con el cuello atravesado por una saeta “Lokken Olafsson, de la granja a dos días al noroeste de Ragnarsholm... Sólo tenía dieciocho años...”
“Ya me encargo yo de los muertos” dijo Éomund mientras le cogía de un brazo y hacía un gesto a Aetheldric, que se le acercó por el otro lado “Has de ir a ver al barbero, te ha de restañar otra vez la herida. Y ni Aehtledric ni yo vamos a aceptar un no por respuesta, así que no te resistas”
“Como quieras mamá...” respondió cansado Ragnar mientras esbozaba un amago de sonrisa “.... y cuando acabes dime a cuanto asciende esta vez la factura del carnicero, quiero saber cuántos de los nuestros han ido a reunirse con Krann.”

“¿Sabes que esto se está convirtiendo ya en una costumbre que no me importaría nada que se acabase?” comentó cansinamente Ragnar tras dar un respingo al notar los movimientos del barbero sobre la herida. El dolor no era tan insoportable como hacía diez días, mas la herida había vuelto a abrirse con el esfuerzo del combate y supuraba sangre y pus nuevamente, convirtiendo la limpieza de la misma en algo sumamente doloroso.
El barbero se disculpó mientras seguía limpiando con cuidado la herida, mientras los miembros del Hirdh la examinaban con preocupación e intercambiaban comentarios al respecto.
“¿Queréis dejarlo ya?” preguntó Ragnar a sus guerreros escogidos mientras el barbero acababa de aplicar el fuerte vendaje alrededor de su pecho “Me siento como una vaca en una feria de ganado...”
Mientras los Housecarls del Hirdh reían divertidos la ocurrencia Aetheldric ayudó a Ragnar a incorporarse, y cuando estaban a punto de salir de la zona de heridos la voz de Godfried los detuvo.
“¡Jarl Ragnar! ¡Los exploradores informan que se acercan un par de mensajeros heridos!”

Los miembros del Hirdh de Ragnar no podían ocultar su sorpresa de que el joven Rodrik todavía estuviera vivo. Las tres flechas que habían perforado su ligera armadura de piel y su carne estaban profundamente enterradas en su espalda, y era evidente que había perdido mucha sangre en las últimas dos horas.
“¿Qué demonios os ha pasado Lognar?” preguntaba Ragnar airadamente al Housecarl mientras le curaban la herida de flecha en la pierna derecha “Sven y Klaus informaron que había patrullas elfas en el camino, y en vez de patrullas me encuentro con un jodido ejército en orden de batalla que nos ha hecho perder a más de cincuenta guerreros entre muertos y heridos graves. Y ahora aparecéis vosotros dos hechos un colador...”
“¡¡¡¡Joder!!!! ¡¡¡¡Con un poco de cuidado mamón, es mi pierna, no un trozo de barro!!!” aulló de dolor Lognar cuando el joven asistente del barbero acabó de sacar la flecha y restañó la herida “Perdón Ragnar... Volvíamos a informar sobre el sitio de la ciudad, y una patrulla de elfos nos emboscó... Ragnarsholm aguanta a duras penas, hay más de dos mil elfos asediándola y por suerte aún no se ha producido ningún asalto serio, pero la situación no es buena... Intentamos entrar pero el perímetro estaba demasiado guardado y nos descubrieron, así que salimos a uña de toro y nos comimos la emboscada... Rodrik los vió en el último momento y el muy idiota se puso enmedio para cubrirme, a duras penas conseguí sacarlo de allí...”
El barbero se afanaba con las heridas del joven mensajero mientras uno de sus ayudantes acababa de vendar la pierna del Housecarl, que mirando al joven murmuró “Espero que salga de ésta, el mocoso tiene agallas y le debo una bien grande...”
La noticia había caído como una losa sobre el alegre ánimo de los minotauros tras su reciente victoria, y los murmullos preocupados empezaron a extenderse por el campamento mientras Ragnar daba una palmada en el hombro de Lognar e indicaba a sus oficiales y consejeros que le siguieran.

“Ragnarsholm está perdida Ragnar, lo que propones es un suicidio” un leve deje de impaciencia impregnaba el tono conciliador de Aetheldric tras repetir por decena vez el mismo razonamiento a su joven Jarl.
“Si la ciudad cae todo el norte estará en sus manos, llegarán hasta Gavle sin que nadie los pueda frenar y será una carnicería, arrasarán toda la zona y caerán todas las granjas y pueblos entre el bosque del norte y Gavle. Debemos reforzar la ciudad y evacuar los pueblos y granjas de la zona hacia Gavle. Todos sabéis lo que pienso de Erik, pero sé que vendrá y con él también vendrán Gunther y el resto de nobles. No pueden reclamar el trono e ignorar una invasión elfa” Era evidente que la perspectiva de depender de la ayuda de los nobles sureños no agradaba a Ragnar, mas su tono mostraba la misma firmeza que cuando expuso su intención media hora antes tras escuchar las opiniones de los oficiales “Y eso sin contar que no pienso abandonar a su suerte a nuestra gente, les debemos como mínimo el intentarlo...”
“Muchos de los voluntarios y de los Carls no querrán ir a Ragnarsholm, se sabe la cantidad de elfos que hay en la zona y no se atreverán a marchar en ayuda de la ciudad si creen que sus familias pueden estar fuera de la ciudad” expuso Éomund con preocupación
“Los enviaremos a escoltar a los heridos y a avisar a los granjeros, no quiero que venga conmigo nadie que no confíe en su valor, vamos a tener que defender la ciudad y no quiero que su cobardía nos cueste la plaza en un asalto.... Podemos discutirlo todo lo que queráis, pero mi decisión está tomada y estamos perdiendo un tiempo precioso...”
“Iré a reunirme con Erik y Gunther, pero sabes que considero que es una estupidez... Cuando los convenza del peligro que nos acecha Ragnarsholm ya habrá caído y dejaremos el reino en manos de Erik...” la impaciencia y la ira contenida se notaban claramente en el tono de Aetheldric ahora “Envía a Éomund, o mejor aún a Olaf, le encantará darse aires ante los nobles del sur... Si vas a suicidarte te acompañaré aunque no esté de acuerdo contigo...”
“Si alguien puede convencerlos de que acudan con presteza eres tú... Nosotros aguantaremos hasta que llegue la ayuda, pero tu trabajo es el más importante, y no hay nadie que pueda convencer a los nobles del sur más rápidamente que tú. Llévate un par de Housecarls de escolta y alguno de tus Carls y parte ya, el tiempo apremia.”
Resignado Aetheldric acabó por ceder y tras abrazar brevemente a Éomund y a Ragnar se dirigió hacia su montura llamando a voz en grito a los Carls que lo habían de acompañar.
“Tal vez sería mejor que partieras con él” dijo Ragnar a Godfried mientras éste observaba cómo el heraldo preparaba lo necesario para partir inmediatamente “Esto no es la simple incursión elfa que suponíamos, y no puedo pedirte que vengas con nosotros a defender una ciudad que no es la tuya con pocas esperanzas de sobrevivir cuando lleguen los nobles del sur.”
“Si llegan, algo en lo que no tengo la fé que os empeñáis en mostrar” respondió lacónico Godfried “No creáis que no he  considerado la convenicencia de retirarnos hacia nuestras tierras, mas yo y los Carls de mi clan os acompañaremos a Ragnarsholm. Los elfos que matemos en el norte no atacarán nuestras tierras, y cada día que los retrasemos será un día que permitirá a los nuestros preparase para la defensa... Y quién sabe, a lo mejor os resultamos de más ayuda de lo que suponéis... Y ahora si me disculpáis he de preparar a mis guerreros y dar instrucciones para que den los míos que volverán a casa sepan que han de dar la voz de alarma en Drammen y el resto de la zona” con una breve inclinación de cabeza Godfried abandonó a Éomund y a Ragnar y se dirigió hacia sus vecinos, que aguardaban en tenso silencio el resultado de la reunión.
“No me acabo de fiar de él, Ragnar, hay algo en su  mirada que no me gusta... Es demasiado frío, demasiado calculador, nunca sabes por dónde te puede salir ni qué es lo que se propone... Parece que siempre esté ocultando algo y nos dá la información a migajas cuando a él le interesa...” comentó Éomund mientras seguía al joven albino con la mirada.
Ragnar se encogió de hombros y mientras se dirigía hacia los miembros del Fyrdd del norte comentó con una voz forzadamente alegre “De momento dá igual, está de nuestro lado contra los elfos... Más adelante ya nos preocuparemos de él si nuestros caminos se separan...  Si el Tuerto no decide que nuestros hilos son demasiado largos y los corta, claro...”


“¡¡¡Por las barbas del viejo Krann!!! Hay una multitud de elfos ahí abajo....” perjuró Sigmund mientras escupía en la hierba “Entrar en la ciudad no será fácil, están dispuestos en orden de batalla y nos superan ampliamente, diría que hay como mínimo séis o siete elfos por cada uno de nuestros guerreros...”
Desde el pequeño altozano los líderes minotauros observaban cómo los defensores de la ciudad se agrupaban alrededor de las puertas, listos para participar en la batalla si fuera necesario, y en la llanura un numerosísimo ejército elfo se delplegaba en largas filas de guerreros armados con lanzas y escudos que protegían a la multitud de arqueros elfos que formaban el grueso de las fuerzas sitiadoras.
“Preparad las tropas. El Hirdh formará en la cabeza de la cuña, y los Carls de Aetheldric a retaguardia. Atravesaremos sus líneas atacando a esa unidad de lanceros que está ligeramente retrasada en el ala izquierda y entraremos en la ciudad. No tenemos otra opción...” ordenó Ragnar tras observar la situación de las fuerzas enemigas.
“No podíamos tomarlos por sorpresa, somos demasiados y sus patrullas demasiado numerosas... Al menos está a punto de anochecer y no tendrán buena luz cuando empiece el combate, esperemos que eso afecte a sus arqueros” Comentó Éomund mientras indicaba con el brazo derecho a los miembros del Hirdh que se adelantasen.
Godfried husmeó el aire con cautela y dijo “Hay mucha humedad en el ambiente... Es posible que llueva o se levante una niebla... Eso nos favorecería mucho...” el resto de minotauros puso cara de duda ante las afirmaciones de Godfried, mas tras observar nuevamente a los elfos Ragnar se encogió de hombros y se giró para ordenar a sus guerreros que formasen las líneas de batalla. Los elfos esperaban...

Los guerreros escogidos del Hirdh cargaban a la carrera sobre las líneas elfas entre las lluvias de saetas enemigas cuando la niebla se alzó repentinamente cubriendo la totalidad del campo de batalla.
Los gritos de asombro de minotauros y elfos se confundían con los gritos y gemidos de dolor de los heridos, y entre los voluntarios de Gavle se alzaron gritos de espanto y preocupación que se perdieron en el griterío general.
“¿Qué demonios...?” murmuró Ragnar al desaparecer súbitamente entre la niebla las filas de lanceros elfos mientras a su alrededor los Housecarls detenían su carrera indecisos y atemorizados por tan extraño suceso. “!No os paréis¡ ¡Seguidme!” aulló Ragnar a la par que cogía el cuerno de su heraldo Haakan y soplaba con fuerza la orden de carga. Los gritos de sus guerreros le respondieron, y la fuerza minotaura volvió a tomar velocidad mientras devoraba la distancia que los separaba de los lanceros elfos.
A dos metros de Ragnar apareció de repente la asustada y sorprendida faz de un guerrero elfo, que torpemente lanzó un golpe con su lanza mientras intentaba cubrirse con su gran escudo oblongo. La punta de la lanza se deslizó inofensivamente por la madera del escudo del Jarl mientras éste trazaba un arco con su acero que sobrepasó la defensa de su oponente clavándose profundamente en su costado, atravesando la cota de mallas que lo protegía.
“¡A ellos! ¡Sin cuartel!” aulló Ragnar mientras blandía nuevamente su espada segando la cabeza y la vida de un nuevo guerrero que había ocupado el puesto del primer caído. Los gritos de dolor de los guerreros caídos y los alaridos de ánimo que emitían sus guerreros indicó a Ragnar que la mayor parte del Hirdh había llegado ya hasta los lanceros elfos, y prosiguió su avance derribando guerreros a izquierda y derecha sin que ninguno pudiera detenerlo. Varias pequeñas heridas en brazos y piernas lo molestaban ligeramente, pero el Jarl siguió avanzando regando los campos con la sangre de los guerreros que se le cruzaban hasta que de repente éstos dejaron de aparecer.
“¡Se retiran! ¡Victoria!” gritaban a su alrededor sus Housecarls, y Ragnar gritó nuevamente haciéndose oír por encima de la algarabía “¡Rápido! ¡Hacia las puertas!”
En la muralla los defensores gritaban ofreciendo su apoyo a los guerreros, y los gritos a retaguardia indicaban que los elfos empezaban a reorganizarse y volvían al combate, así que Ragnar continuó su carrera hasta casi topar de bruces con la muralla, casi invisible en tan espesa niebla.
“¡La puerta! ¿Dónde demonios está la jodida puerta?” gritó Ragnar, escuchando como desde lo alto de las murallas las distorsionadas voces de los defensores gritaban “A vuestra izquierda, a una veintena de metros... Thorvald ya la ha abierto y la defiende, ¡corred!”
Entre los cada vez más crecientes ruidos de combate Ragnar llegó a la puerta, donde se fundió en un estrecho abrazo con su primo Thorvald mientras sus guerreros pasaban en tropel entre la guardia de la puerta hacia la seguridad de la ciudad. Los guerreros minotauros se guiaban por el sonido de los cuernos y los gritos que proferían los defensores de la ciudad y en minutos únicamente se escuchaba a los heridos gemir y solicitar ayuda en el campo de batalla, y el sonido de las armas de los elfos silenciando a los minotauros definitivamente.
“Están todos dentro Ragnar” comentó Éomund saliendo de la ciudad acompañado de una decena de Housecarls del Hirdh “Hemos perdido una veintena de guerreros y hay varios heridos graves que han podido ser transportados, un verdadero milagro...”
“Vamos, entremos” dijo Ragnar, mientras para sus adentros mascullaba para sus adentros “¿Milagro? ¡Y un cuerno!”.
Los gritos de júbilo de sus guerreros y súbditos se oían por doquier, silenciando casi completamente el estruendo de la gran puerta de la ciudad al cerrarse a sus espaldas.


Godfried movió ligeramente su dolorida cabeza, recuperando lentamente el sentido. A su alrededor le llegaban distorsionados sonidos y notó movimientos que su desenfocada visión le impidió distinguir con claridad.
Débilmente intentó incorporarse, mas un gran peso dificultaba sus movimientos y una mano se apoyó suavemente en su hombro instándole a volver a acostarse. Molesto masculló “Déjame, quiero levantarme” mas la mano empujó su hombro con gran fuerza y lo obligó a recostarse otra vez en la cama mientras a su alrededor todo giraba y volvía a perder la conciencia.
Cuando volvió a despertarse su cabeza no le dolía tanto, y un paño húmedo cubría sus ojos. Lentamente logró distinguir los murmullos y ruidos a su alrededor, y sacando su mano de debajo de las mantas que lo cubrían logró apartar el paño y tras parpadear varias veces logró enfocar su vista.
Se encontraba en una rústica habitación con os ventanales cerrados impidiendo la entrada de la luz del sol, y en un gran sillón al lado del cabezal de la cama dormitaba Ragnar enfundado en su armadura de combate, que se despertó bruscamente cuando una joven hembra lo tocó suavemente por el hombro y le susurró “Ragnar, el joven ha despertado otra vez”
Tras frotarse un par de veces lo ojos Ragnar se giró hacia él y sonriendo le preguntó “¿De nuevo en el reino de los vivos? ¿Vas a quedarte despierto o te vas a volver a desmayar como las otras tres veces”
“De momento creo que no” la voz de Godfried no sonaba demasiado convencida “¿Qué ha pasado? ¿Cuanto tiempo he estado inconsciente en esta cama?”
“Parece que como mínimo te sientes con fuerzas para preguntar. Eso es bueno...” dijo Ragnar satisfecho “Gudrun, ves a las cocinas a buscar algo de caldo y leche para que Godfried como algo”
Una vez la joven hubo salido de la estancia Ragnar miró al convaleciente Godfried y dijo “Llevas cinco días en cama. Hemos rechazado seis ataques serios desde entonces, y supongo que esta noche tendremos que sufrir el asalto definitivo, están a punto de abrir una brecha en las murallas y no somos capaces de reparar el tramo en peligro lo suficientemente de prisa para evitar que mañana o esta noche la muralla de la zona caiga”
“¿Cinco días? ¿Tanto?” preguntó asombrado Godfried
“Sí... Si quieres sobrevivir la próxima vez que hagas algo parecido tendrás que aprender a controlarlo, parece que gastaste demasiado poder en convocar la niebla y perdiste el control... De hecho la niebla se levantó anteayer, y hemos estado a punto de perder la plaza dos veces en asaltos que salieron de la nada...”
“Pero si yo no....” empezó a decir Godfried.
“La verdad es que me alegro de que usases ese truco, no sé cómo habríamos llegado a atravesar las líneas elfas sin esa niebla, pero para la próxima vez, si salimos vivos de ésta, recuerda que estamos en el mismo bando y que me gusta saber lo que van a hacer mis aliados... Ahora come y descansa, yo voy a revisar las murallas... Nos veremos mañana...” interrumpió Ragnar
“¿Entonces no me odias por ser mago?” preguntó sorprendido Godfried
“¿Por qué habría de hacerlo? Yo soy más alto y fuerte que el resto de guerreros, y tú eres un mago. Ninguno de los dos lo eligió, son cosas que pasan. Es lo que haces lo que te define, no lo que la naturaleza te ha dado... Yo no odio lo que no soy o lo que no entiendo, eso es de cobardes y estúpidos. No te preocupes por eso, ahora descansa” respondió Ragnar desde el dintel de la puerta antes de salir de la estancia y dejar solo a Godfried.


La decena de Housecarls del Hirdh que montaban guardia en la entrada de la casa de Ragnar se lavantó rápidamente cuando éste salió, y los guerreros formaron a su alrededor mientras se dirigía a la muralla a observar los avances elfos. Los otros Housecarls supervivientes, otra decena escasa tras el tributo en vidas que habían pagado en los duros días de combate en la murallas, descansaban en los alrededores de la casa del Jarl reponiendo fuerzas a la espera de les tocase relevar a sus camaradas o de que los elfos atacaran otra vez.
Thorvald y Éomund observaban con preocupación los movimientos de los elfos, y no se dieron cuenta de la llegada de Ragnar hasta que éste les inquirió “¿Alguna novedad?”
“Acabarán de abrir la brecha en la esquina norte en un par de horas, han concentrado el fuego de las catapultas y mangoneles en esa zona y no tardarán mucho en destruir lo que queda de la torre” respondió preocupado Éomund mientras se frotaba ausentemente los ojos enrojecidos por la falta se descanso.
“Están agrupando sus guerreros en la zona, y cuando abran definitivamente la brecha creo que se nos echará encima casi todo el ejército elfo. Nuestras balistas están desplegadas en los tramos de muralla cercanos y disparan constantemente sobre ellos, mas son demasiados y varias de de las balistas han quedado destruidas por impactos de sus catapultas. Les hacemos bajas y haremos que sufran muchas bajas cuando avancen, pero no podremos impedir que lleguen a la brecha y la tomen.” Thorvald llevaba un grueso vendaje en la cabeza cubriendo la mitad de su cara, y pese al dolor que la pérdida de su ojo le debía producir se había negado a retirarse a descansar en la casa que servía de hospital para los heridos.
“Bien, más no podemos hacer. Frenaré el ataque elfo con el Hirdh, y Éomund al mando del resto de Carls me cubrirá” dijo Ragnar mientras observaba cómo una lluvia de piedras lanzada por un mangonel enemigo se abatía sobre la debilitada torre entre los gritos de júbilo de los sitiadores “Los voluntarios de Gavle estarán como reserva por si deciden intentar atacar otro sector de la muralla, y el Fyrdd nos cubrirá con los arqueros desde la muralla, quiero que los que asalten la brecha reciban todo el fuego de enfilada que sea posible. Si nos rebasan la ciudad está perdida, hemos de aguantar como sea y mantener la brecha a cualquier precio” los ojos de Ragnar se posaron en los de Éomund y Thorvald y repitió “A cualquier precio, no podemos flaquear ni retroceder... Si caemos que no cojan con vida a las hembras ni a los niños”
Tanto Éomund como Thorvald asintieron y el tuerto dijo lacónicamente “Me encargaré de ello, no temas...” antes de desviar su vista otra vez hacia el campo elfo “Lo peor de esto es la espera... Ojalá vinieran de una vez...”


Ragnar sentía los brazos pesados como el plomo, y las múltiples heridas que cubrían su cuerpo le provocaban una continua sensación de dolor que le ayudaba a mantener la concentración pese al cansancio. El dolor lo mantenía despierto y alerta pese a las horas de continuo esfuerzo que suponía la defensa de la brecha, y a él se aferraba para mantenerse en pié preparándose para la nueva acometida de los asaltantes. Su armadura de cota de mallas estaba hecha jirones, su casco mellado hacía horas que había sido arrojado a un lado y su escudo se aguantaba a duras penas, mellado y con numerosas tablas astilladas o partidas. El filo de su gran espada estaba romo y mellado tras horas de combate, toda su superficie cubierta de sangre, mas la mano que la empuñaba se mantenía firme y dispuesta a abatir nuevos enemigos.
A su alrededor se agrupaban los escasos y agotados miembros del Hirdh que habían sobrevivido a la carnicería de la brecha, y los Carls del norte que se les habían unido en los primeros asaltos y que habían pagado un terrible tributo en vidas a las nornas, junto a miembros del Fyrdd y voluntarios de Gavle. Los heridos y los ancianos defendían ahora el resto del perímetro de la muralla de los cada vez más escasos ataques de distracción de los elfos, que eran fácilmente rechazados desde la seguridad de las altas murallas, y todo dependía ahora de la brecha, que los elfos trataban de tomar tras numerosos asaltos fallidos que les habían costado innumerables bajas y que los minotauros trataban de defender pese a su cada vez más escaso número y al agotamiento de los defensores.
Como dos luchadores en el circo, agotados tras horas de lucha que únicamente podían seguir combatiendo como autómatas sin mente hasta que uno de los dos cayese bajo los golpes del rival, así se disponían los dos ejércitos a batirse una vez más con la inercia del combate y el odio mutuo que se profesaban.
A sus espaldas la ciudad ardía, numerosos edificios y almacenes convertidos en montones de escombros y maderos humeantes tras la lluvia de flechas incendiarias y bolas de brea inflamadas que los ingenios de asedio elfos habían descargado por encima de las murallas cuando se inició el asalto a la brecha, y los niños y hembras se afanaban a apagar los incendios como podían entre la  lluvia de fuego y muerte que ocasionalmente azotaba la ciudad en los descansos previos a un nuevo asalto, iluminando la noche con un fulgor carmesí que no desentonaba con la matanza que se había realizado en la brecha.
Los cuernos elfos alzaron su desafío en la noche, y los minotauros les correspondieron mientras una nueva oleada de guerreros elfos se lanzaba aullando en su incomprensible idioma hacia la brecha y los arqueros defensores lanzaban las escasas saetas que guardaban en los carcajs sobre los asaltantes derribando a varios de ellos sin lograr detener el ímpetu de la carga.
Silenciosos, los minotauros de la brecha aprestaron sus armas y coronaron la cima de cascotes resbaladizos por la sangre en la que se dirimiría el futuro de la ciudad, mientras los guerreros elfos trepaban entre los restos de la torre y los cadáveres de sus camaradas hacia los defensores. Ragnar blandió su espada y entabló combate con un descansado guerrero elfo con cota de mallas que cayó tras varios golpes, mientras a su derecha el fiel Éomund hacía danzar su hacha y acababa con su oponente. Los guerreros minotauros luchaban en silencio, demasiado agotados para lanzar gritos de ánimo o de dolor, y el cansancio y su escaso número por fin acabaron traicionándolos.

Como un valiente cae el audaz Sigmund, rodeado de elfos que atraviesan su armadura con sus largas lanzas mientras su espada rota acaba con la vida de dos de sus enemigos y su escudo se rompe en mil pedazos. Apuñalado por la espalda por un cobarde perece el prudente Hengist, líder de los valientes voluntarios de Gavle, que caen fieles a su palabra en defensa de sus aliados en un círculo alrededor de su amigo y pariente muerto sin retroceder ni un paso hasta que el último de ellos se reune con los héroes de las eras pasadas en los salones del Tuerto. Una maza destroza el casco del irascible Thorvald, y pese a que su espada en respuesta abate a sus enemigos y los hace huir y el gran guerrero aún logra mantenerse en pie defendiendo la brecha siete flechas se clavan en su pecho y cae con un grito de desafío mientras la luz se apaga en sus ojos.

Ya sale el sol en el horizonte cuando la línea de agotados defensores se rompe ante el empuje de los asaltantes. Paso a paso incialmente y a la carrera después los minotauros supervivientes abandonan la brecha y huyen con el corazón abatido y lágrimas de ira e impotencia en los ojos tras largas horas de lucha y sufrimiento. A sus espaldas quedan sus camaradas caídos y los victoriosos elfos, que no pueden perseguirlos por que una decena de valientes aún se mantiene firme sin retroceder ni un paso, firmes los abollados escudos y intrépidos sus corazones, y a su alrededor se estrella sin éxito la marea asaltante.
Inútiles son las lanzas y las espadas contra este grupo de héroes ya que no hay guerrero entre los elfos que pueda medirse con ninguno de ellos y salir con vida del combate. A sus pies se amontonan los cadáveres de los asaltantes, y ya abren paso los lanceros y espadachines elfos para que los arqueros abatan a los defensores con sus saetas. Los arqueros tensan las cuerdas de sus arcos y lanzan su lluvia mortal sobre el puñado de valientes que se mantiene firme.
Así caen abatidos de manera cobarde tras largas horas de combate y sin que ningún enemigo haya podido resistírseles en el combate el risueño Osmund con el cuello atravesado por una vil saeta y el serio Wulfhar con una flecha clavada en el ojo izquierdo y sus compañeros sienten cómo las crueles puntas de flecha se clavan en sus carnes mientras los cobardes elfos se mantienen a prudencial distancia, temerosos de acercarse a ellos pese a sus heridas y su escaso número.
Cruje la madera de los arcos al tensarse nuevamente las cuerdas, las puntas de flecha buscan la carne expuesta que ni escudo roto mi armadura desgarrada alcanzan a cubrir ya cuando un  súbito estruendo deteniene a los arqueros. Fuertes resuenan los cuernos de batalla minotauros en la llanura, y la misma tierra tiembla con el batir de los cascos de los toros al galope mientras una brillante hueste de Carls minotauros se lanza al galope cantando sobre el campamento elfo abatiendo sin piedad a los guerreros que se les enfrentan, destruyendo las armas de asedio e incendiando las tiendas y carros del campo sitiador.

El pánico hace presa del corazón de los lanceros y arqueros elfos que luchan en la brecha, que abandonan a la carrera al grupo de valientes que se mantiene firme pese a las heridas y al cansancio, y ya huye sin freno ni orden el ejército invasor hacia el refugio de los bosques del norte mientras con cuerno, lanza, espada y hacha los jinetes minotauros se ciernen sobre ellos y siegan sus vidas a decenas. Alegre es el canto de los Carls mientras persiguen y abaten a sus enemigos y el sol se alza en el horizonte iluminando a los defensores de Ragnarsholm, que se dejan caer agotados en las murallas o en los cascotes sangrientos de la brecha con el rostro tiznado de sangre y cenizas mientras a su espalda los incendios alzan negras columnas de humo hacia el cielo.
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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #8 en: 26 de Marzo de 2004, 11:46:32 am »
Concursante: Dahir
Raza: Enanos

Hace tanto tiempo que me escondo que casi habia olvidadoel lenguaje humano, en medio de esta oscura noche he decidido volver, volver al lugar que me acunó,al lugar en el que creci y donde morire, Kadran.

Sus puertas y murallas imponentes para quien las mira desde fuera, acogedoras para los que viven en su interior, de calles estrechas y sinuosas, puedes llegar a avenidas abarrotadas de curiosas gentes, gentes tan diversas y extrañas como los minotauros del norte, con sus inmensas cornamentas y su orgulloso porte, hermosas sylfhydes, con su encantadora y embaucadora voz, tambien es hogar de los enanos de las Colinas, con sus luengas barbas reposando sobre una gran jarra de cerveza fresca, y donde conviven los Maellys, primos lejanso de los elfos, que aun conservan su agilidad y poco respeto por las otras razas “inferiores”, como dicen ellos.

La noche era tranquila, y solo interrumpia su quietud el sonido proveniente de las tabernas y sus alborotadores clientes, la Avenida principal estaba plagada de ellas, con sus carteles, colgados por viejas y oxidadas cadenas ligeramente mecidas por el viento. No tenia ruta, sino que me dejaba arrastrar por  el duro suelo de la ciudad, cuando quise darme cuenta, llegue frente a ella, el lugar que habia estado evitando todo este tiempo, un terrible sentimiento de culpa se apodero de mi recorriendo mi cuerpo, estaba ante la tumba de Selene, estaba ante la tumba de mi esposa

Caigo de rodillas ante ella, el dolor es tan fuerte y lacerante cuando la culpa corroe tus entrañas dia tras dia, mes tras mes, año tras año... han pasado ya 16, 16 años....

El sol brillaba, como era normal en los meses de estio la gente acudia a sus quehaceres sin rpisas, pues era epoca de reposo, ya que los campos habian sido ya recogidos, por aquel entonces tendria 98 añosy era un forastero en la ciudad, mi padre me habia recomendado que viajase y viese mundo: “Tienes que hacerte un hombre de mundo para poder asentarte despues” decia sonriente mientras mostraba los pocos dientes que le habia dejado la edad, asi que segui sus consejos y  vague de aquí para alla como lo hacian los gwithins por aquerlla epoca.

La primera vez que vi las murallas senti terror, terror por pensar en lo que habria hecho que fuesen necesaria semejante estructura, pero me arme de valor y entre, no estaba acostumbrado a tanta concentracion de gente ya que provenia de una pequeña aldea muy al oeste de aquí, me mareey cai desmayado, lo siguiente que recuerdoes la vision mas hermosa que jamas pude contemplar, aun hoy me acuerdo de sus ojos, marrones como la mas noble de las maderas de un joven roble, con una luz en su interior capaz de iluminar al ser mas oscuro, sus cabellos rizados caian gracilmente sobre sus hombros  cuan hojas de otoño, sus labios, en fin, que voya decir de lo que a mi se me antojaba una divina aparicion, me tendio la mano y sonriendo me ayudo a levantarme, su piel fina como la arena y blanca como la nieve era calida y suave, sin mas y despues de dedicarme una sonrisa, salio corriendo calle arriba, intente seguirla pero la multitud me impedia  avanzar, finalmente desisti y decidi entrar en una posada, quien sera aquella chiquilla?, cual seria su nombre?,  volvere a verla alguna vez?, miles de preguntas se agolpaban en mi embotada cabeza, me sente en una mesa apartada y cual seria mi sorpresa...La muchacha se hallaba en la taberna!sin dejar de llamarla llame al posadero, un enano rechoncho y con fuerte olor a sudor y unos modos un tanto rudos, en seguida calme mi sed, pero en esos momentosinstantes otra sed recorria mi cuerpo, una sed que te quita el aliento, te reseca la boca y acelera el corazon, la deseaba a ella, y la queria a mi lado, no pararia hasta saciar esa sed.

Decidido, y algo bebido, me levante para ir a cortejarla, pero de pronto un estruendo se oyo en el exterior, sobresaltado me asome a la puerta  y vi la gente correr gritando atemorizada, al parecer los orcos de Osten, un reino vecino, se habian decidido a atacar Kadran, esto era tan solo un aviso, en el que murieron unos pocos guardias y civiles bajo una breve pero mortal lluvia de flechas.

Tal como aparecieron los asalytantes desaparecieron, el aviso ya estaba dado, y el miedo de los ciudadanos habia sido despertado.

Pasada la agitacion del momento me volvi dispuesto a hablar con a muchacha, pero habia desaparecido, busque entre los clientes pero ni rastro, se habia esfumado.

Estando mis reservas de alimentos baja decidi buscar un trabajo con el cual poder ir tirando, fue duro pero al final fui acogido por el herrero, gracias a mis dotes como forjador. Al principio era un trabajo monotono, traer cubos de agua, limpiar la herreria y la chimenea que mantenia el fuego vivo,  recoger las herramientas del maestro llevar trastos de un lado  para otro, pero al menos la paga era buena, Iosef, el maestro herrero resulto ser un hombre agradable y con el tiempo llego a convertirse en mi confesor, con sus enormes manazas y sus largo bigote gris, escuchaba cada tarde mis devaneos e ilusiones. Un dia desdpues de colocar unas herraduras a un caballo, la volvi a ver, era ella, estaba seguro, esos ojos, sus cabellos, me dispuse a salir corriendo tras ella pero una mano me detuvo y me dijo: “No vayas por ella si no es con una bolsa de oro en cada mano” extrañado y sin comprender  me gire, la esposa de Ioseph me desconcerto, porque habria dicho aquellas palabras?, Mas tarde supe la razon, su padre el posader no aceptaria a un cualquiera como esposo para su tesoro, Selene, asi se llamaba ella, un nombre digno de los dioses...

Me pasaba el dia pensando en ella, y al atardecer la iva a ver por las ventanas de la posada, no podria aguantar mas esta situacion.

Me acuerdo de aquel dia como si fuera hoy, como siempre intentava verla a traves de los sucios ventanales, cuando de repente una vocecilla dulce y melodiosa me susurro al oido “A caso em buscas a mi?”, casi me cai del susto, ella me habia hablado!, me dijo que la siguiese y dando saltitos se dirigio hacia la Puerta Sur, hacia el bosque de Llyer.

A pesar de que corri como alma que lleva el diablo, no consegui alcanzarla, era como una gacela agil y rapida, y sus moviminetos graciels y hermosos, al llegar sin aliento al bosque me percate de que no la veia por ningun lado, donde se habia metido?, un golpe me hizo caer de rodillas, ella roi, y yo me levante y comenzamos a jugar  por todo el bosque hasta quedar rendidos, descansamos bajo un viejo roble el cual daba cobijo de los fuertes rayos del sol, ella se durmio apoyada en mi hombro, yo le acariciaba el pelo mientras escuchaba su suave respiracion, y alli, en medio del bosque, la bese, no fue un beso de amor, mas bien de ternura, y en ese justo momento, supe que mi destino y el suyo estaban enmtrelazados como las raices de los arboles lo estan a la tierra.
Asi transcurrio mi juventud, breves escapadas al bosque, juegos agotadores y besos bajo el viejo roble.

Varios cambios habian acontecido en mi vida y en la suya,nos amabamos y eso bastaba, entonces llegaron tiempos dificiles, los ejercitos orcos y los de la ciudad estaban listos, ya que estos años se habian estado preparando a fondoy solo habain acontecido escaramuzas y pequeñas batallas; pero eso ya se acabo, se avecinaba la Guerra Total.

Con gran pena e nmi corazon me aliste al ejercito para defender lña ciudad,Selene lloraba desconsolada, ella no entendia porque lo hacia, lo hacia por ella, por nuestro futuro y.. poir el futuro de nuestro hijo; si, finalmenteMirek, padre de Selene acepto mi amor por su hija y nos casamos.

Al cabo de 5 meses de duro entrenamiento con las armas que salvarian la ciudad, llego el momento de la despedida, Selene, mas palida de lo normal llorabaamargamente mi partida, le prometi  que cuando acabase esta maldita guerra construiria una casa bajo el viejo Roble donde viviriamos los tres felices para siempre, pero al parecer esto no alivio su pena. Y partimos, unos 700 hombres  a pie y 200 a caballo, la florinata de la ciudad dirigia el ejercito a traves del paisaje monotono y aburrido de valles y campos sembrados.
Transcurrio mucho tiempo, muchas veces crei que moriria bajo la espada enemiga, pero siempre sali victorioso de las terribles batallas que libramos.
Ascendi hasta llegar a ser considerado un heroe por los soldados, provocando el celo de los demas nobles. Dia tras dia, batalla tras batalla, fue transcurriendo el tirempo y yo solo echaba de menos mi hogar, mi esposa...mi hijo, ahora Selene estaria encinta,solo faltaba un mes para que naciera, cuanta alegria nos traeria nuestro hijo!

Al fin llego la hora del regreso, de los 900 hombres que partimosaquella lejana mañana, solo regresamos 200, y algunos  no aguantarian el viaje de regreso.

Al llegar a la colina, un escalofrio recorrio mi espina dorsal, un grito salio de mi garganta, la ciudad estaba siendo atacada, una pequeña horda se habia dirigido por el lado sur y ahora estaban entrando en la ciudad, sin mas me dirigi a mis hombres, esta es la ultima batalla que vamos a librar, estan en juego nuestras vidas, nuestros hogares, nuestras mujeres... nuestros hijos, asi que no vamos a tener piedad, no vamos a desfallecer, vamos a demoler asl enemigo, vamos a acabar con el de una vez por todas!!”.

Cientos de voces se oyeron gritar en la colina, mientras en la ciudad los crueles enemigos aterrados por lo que se les avecinaba, comenzaron a sembrar el caos por la ciudad llevandose por delante todo lo que pudoiesen antes de perecer.
Dirigiendo la salvaje carga y al frente de los restos del ejercito, me encontraba repartiendo muerte a diestro y siniestro, me dirigi como pude a donde creia que se encontraba Selene.

Al fin la divise entre un grupo que huia de unos orcos.

La fria imagen que ahora veo acaba conmigo, ese fue el momentoque mi alma abandono este maldito cuerpo, Selene, con la barriga propia de su estado, no pudo huir...un orco...de ojos frios y alma impia hacia un tajo en la barriga de Selene, el feto cayo, envuelto en sangre.Selene tambien cayo, pero su mirada, su ultima mirada fue para mi, llena de anelo y compasion, grite, grite tanto que la vista se me nublo, una neblina roja, sabor a sangre y a bilis en los labios, euforia, ira... mis movimientos  eran rapidoas como una danza macabra de muerte y destruccion , los enemigos, demasiado lentos parecian torpes, somnolientos, supongo que a eso es lo que llaman frenesi, el estado puro del querrero, del cual solo se sale por desfalecimiento, muchos enemigos caian, algunos ciudadanos tambien, no me importaba.

Solo divisaba grotescas sombras que me amenazaban, y al final casi, cai en el estado que tu mente dormita y tu vuerpo desfallece, me desmaye sobre la montaña de cadaveres que habia provocado mi ira.

Lo que sigue es un breve y borroso recuerdo carente de importancia, la aniquilacion del enemigo, la reconstruccion de la ciudad...

Al principio dije que era la ciudad donde naci, mi alma nacio al conocer a Selene, crecio para adorarla, vivio para servirla, y murio con ella, ahora es el turno de que muera mi cuerpo para poder acudir a ti,mi amada.

No huire mas de mi desrtino, por fin tengo el valor que tanto tiempo habia perdido...adios..Kadran.

Al amanecer, nadie pregunto su nombre, nadie dijo nada, solo enterraron al salvador de la ciudad junto a su esposa.
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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #9 en: 26 de Marzo de 2004, 11:50:17 am »
Concursante: Julius
Raza: Seres Oscuros

Extractos del Libro de la Sabiduría (El Aghalla)

Cuando la Raza accedió a este plano, temimos durante cientos de ciclos el cierre de los nodos, como así sucedió a causa de los insidiosos Trogg. Durante nuestra primera llegada, los Menghe (Señores de la Guerra) protegieron los nodos de la llegada de enemigos, pero pronto olvidaron su cometido.

Los Menghe eran Seres Oscuros de la Estirpe Guerrera, cuando los clanes aún tenían algo que decir en nuestra civilización. Muchos de ellos llegaron a reinar, y fueron estos tiempos de muerte y dolor, y una de las causas de nuestra caída en desgracia.

Saton, Señor de los Nodos de las Tierras Muertas, se alzó un día en contra de Bezz, Rey de los Seres Oscuros, y muchos le siguieron. Como Menghe, era portador de una de la Varas de Poder, tal vez la más poderosa de todas. Esta vara era conocida como Ib’on Obba, la Vara del Dolor, y sus poderes no se limitaban a fortalecer el control mental de su Señor sobre sus seguidores, sino que además, les infringía un dolor lacerante que en muchos casos causaba graves quemaduras en los cuerpos. Muchos dicen que parte de los seguidores de Saton era una raza humana que degeneró bajo su yugo, siendo los primeros precursores de los Servidores. Por eso, en algunas tierras, el tercer brazo de esta abominable creación aún es conocido como el Brazo de Saton.

[…]

Cuando Saton alcanzó la Ciudadela, miles de seguidores, empujados por la furia, unos, y por el miedo, la mayor parte, comenzaron el asalto de ésta. Los fieles a Bezz se aprestaron a defenderla, y aún algunos líderes humanos, cuyos pequeños reinos estaban junto a los dominios de Saton, se aprestaron a ayudar al Emperador. El por qué esta colaboración ha sido olvidada es algo que ha de ser atribuido a los mismos y odiosos Trogg, pero en aquellos días, Tabor, señor del pequeño señorío de Os, abatió armado con su espada a una treintena de servidores, mientras su Guardia trataba, sin éxito, ponerse a su altura.

Pero no era con la espada como iba a vencer Bezz. Aigam, Archimago de la Corte, reunió a su alrededor a muchos de los hechiceros más poderosos de la Ciudadela. Juntos, entonaron un hechizo de Control, y muchas fueron las voces que se alzaron sobre la horda que horadaba las murallas… Se dice que cuando el mismo Saton alcanzó a oir el ensalmo, tuvo un instante de temor y arrepentimiento, pero grande era su orgullo, y cerca estaba su victoria. No  vió como se quebraba el cristal de su Vara, y como Ib’on Obba dejaba escapar su vida por la ínfima grieta.

Poco a poco, su poder sobre los más alejados iba remitiendo, y no fueron pocos los que despertaban sumidos en el dolor de sus heridas para ver cómo los ejércitos de la Ciudadela avanzaban sobre ellos.

Al fin, Saton se dio cuenta de lo que sucedía, y, al verse derrotado, trató de huir. Pero en medio del caos, alguien le hizo tropezar, perdiendo la Vara de sus manos. La Vara fue a caer a la Garganta de Sin, cuya ubicación ha sido olvidada. Sin la Vara, todos sus Servidores fueron recuperando la libertad de su yugo. La mayor parte optaba por huir, y no fueron pocos los que hallaron la muerte en su larga huida, pues otros aliados de Bezz, una raza de piel verde, emboscó a los huidos, y muchos fueron igualmente capturados. No obstante, aquellos humanos sometidos, cuya condición de raza les había sido arrebatada, se dirigieron contra el propio Saton. Nada pudieron hacer los pocos fieles que le protegían, pues uno a uno, fueron cayendo. Hasta que, finalmente, solo y rodeado, trató de arrebatarse su vida, cosa que no pudo hacer. Decenas de manos se abatieron sobre él, y con fuerza sobrehumana, fue descuartizado allí mismo. Luego, despacio, se fueron alejando. Mas el destino de esta raza pronto estaría en manos de otros tiranos, para ser pervertidos poco a poco.

[…]

Dice Ankhel, el Rojo, que Ib’on Obba será hallada por aquel que levantase a la Raza de su Sempiterna caída. Y que, usada mediante su sabiduría, proporcionará a la Raza el sitio que jamás debió abandonar.

De los Origenes de la Raza

Más allá de la Primera Era, se dice que la Raza reinó en el Plano Oscuro. Allá donde la Luz de los Creadores apenas acertaba a acceder, la Raza hubo de sobreponerse a este abandono creciendo en fuerza y sabiduría.

Los primeros miembros de la Raza tenían extrañas creencias, y en su organización, prosperaron los llamados Drakk-Shaman, los Chamanes del Dragón. Creíase que el espíritu de los miembros de la Raza se albergaban en estos seres, proporcionándoles las fuerzas necesarias para ser prácticamente, semidioses.

De las Guerras del Plano Oscuro, poco se recuerda, pero entre la escasez de estos documentos, se conservan parte de las Crónicas de las Guerras Muhl, en la que la Raza hubo de enfrentarse a estos seres de aspecto de grandes serpientes. Los Muhl reinaban en el Norte del Plano, y su agresividad y afan de dominación les enfrentó con las otras razas existentes del plano. Poco a poco, éstas fueron desapareciendo. Pero la Raza logró sobrevivir en paz un tiempo.

Finalmente, los Muhl nos atacaron, y parte de la civilización fue destruida. No obstante, la Raza supo sobreponerse, y por medio de los Sabios, poco a poco encontraron formas de enfrentarse a los Muhl. Se dice que fue entonces cuando la Raza entró en contacto con la mente, y que de esta forma, pudieron no sólo retener los ataques Muhl, sino sobreponerse a ellos y atacar las guaridas de los Muhl.

Los Muhl, como ya se ha dicho antes, eran grandes serpientes de no menos de quince stacks, y a las que apenas podían hacer frente un grupo de guerreros. Estaban dotados de seis poderosos brazos, que usaban en conjunto con su larga cola para mantener alejados a sus enemigos. Pero cuando la Raza comenzó a descubrir los secretos de las mentes, lograron, con gran sacrificio, dominar a estas criaturas, que no podían ofrecer resistencia. Y así, los Muhl fueron derrotados en numerosas batallas y su raza fue extinta.

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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #10 en: 26 de Marzo de 2004, 11:54:44 am »
Concursante: Alfa
Raza: Atlantes2

RELATO ATLANTE

Anferes se desplazaba cuidadosamente por las ruinas de la ciudad. Esta era enorme, de una proporción como el mundo no había visto desde hacía siglos. Su objetivo era el templo, el lugar más sagrado de la urbe, según antiguos manuscritos en el se hallaba el afamado Báculo de Msina ,un arma de un poder sin igual. La destrucción había sido totalmente inesperada, la mayor parte de los edificios se encontraban aún en pie y los cadáveres se apiñaban en las zonas donde se habían encontrado reunidos.
     Después de atravesar una larga avenida guardada por estatuas de antiguos guerreros pudo ver ante el su objetivo. El edificio era soberbio, un cuadrado perfecto en cuyo centro se alzaba una cúpula semicircular. Todo el frontal se encontraba decorado con escenas del culto de este antiguo pueblo y con un simple vistazo pudo apreciar porque estos seres eran tan odiados y temidos. Aún en este tiempo su recuerdo se encontraba grabado de manera indeleble en la mayoría de las razas en forma de leyendas y canciones. El friso representaba a una larga columna de gente de todas las razas conocidas (enanos, elfos, humanos, orcos y demás) todos atados con pesadas cadenas, mientras a los laterales unos entes de apariencia humana embozados fustigaban sin cesar con látigos a estos pobres prisioneros. En el cielo unos seres con alas de murciélago, manos y pies terminados en garras y una gran cornamenta de carnero que les sobresalía del cráneo caían sobre las espaldas de sus victimas, sin embargo lo peor era su rostro, ya que este era deforme y sin rasgos concretos, solamente en una cosa se parecían todos ellos y era en sus ojos que transmitían una gran malignidad. Al final de la columna de prisioneros había una representación del templo, el parecido era magistral y la sensación que transmitía era que a pesar de los horrores del exterior lo peor se encontraba en su interior.
     Anferes penetró  en el templo a través de los grandes portones que antiguamente lo custodiaban pero que ahora se encontraban abiertos de par en par. Al entrar tuvo la sensación que todos los ojos de las paredes le observaban, tanto de victimas como de verdugos, y no pudo evitar un escalofrió a pesar de saber que era totalmente imposible.
     El interior del templo estaba formado por un mar de columnas que parecían no tener fin.. Lentamente y notando cada vez un mayor desasosiego Anferes avanzó. No se sabe si por la impresión que producía el lugar o por alguna otra causa, la marcha la realizaba con todo tipo de precauciones ocultándose entre las columnas y observando antes de dirigirse a la siguiente. Esta forma de avanzar seguramente le salvó la vida ya que en un recodo pudo ver una figura inmóvil. En un primer momento la confundió con una columna caída pero una comprobación adicional le permitió reconocerla como una gran sierpe. Lentamente comenzó a rodearla mientras con cuidado comenzaba a concentrar sus poderes.
     No se sabe que sentido hizo que la serpiente volviese a la vida y alzase su rostro hacía el, pero Anferes no se detuvo en averiguarlo y con su poder formó una lanza de puro hielo que lanzó con un gesto hacia el cuerpo de su rival. Un aullido como un chirrido salió de la boca del monstruo herido que intentó abalanzarse sobre él;, por suerte la lanza de hielo la mantenía fuertemente clavada al suelo por lo que su intento fue infructuoso ya que quedó corto. Anferes se alejó con rapidez ya que sabía que la lanza no duraría mucho y esperaba haber terminado antes de que esto sucediese, ya que debía reservar sus poderes por si surgían otras sorpresas.
     Los gritos de la serpiente le seguían mientras continuaba su camino, ya sin ningún rastro de prudencia, ya que el momento del sigilo había pasado. Después de unos momentos que le parecieron eternos vio ante él su objetivo, justo bajo el centro de la cúpula se alzaba un altar y clavada en su centro una larga vara de la que emanaba un rayo de luz. Rápidamente se dirigió hacia ella, pero cuando se encontraba ya a pocos metros sintió un fuerte dolor en la pierna. Al bajar la mirada pudo ver la causa, una pequeña y alargada serpiente había surgido de unos agujeros circulares que surcaban el suelo y le había mordido. El dolor era espantoso, el ser aunque pequeño tenía un gran numero de dientes, todos ellos afilados. Con un golpe seco de su vara consiguió apartarla de él, pero para su desesperación, vio que había infinidad de estos agujeros en la sala y de ellos surgían cada vez más de estas serpientes.
     Con rapidez, Anferes comenzó a lanzar ráfagas de agua a gran velocidad contra sus oponentes. Toda serpiente alcanzada por ellas era arrojada con gran fuerza contra alguna de las columnas donde era aplastada, sin embargo eran demasiadas, y poco a poco empezaron a rodearlo. Recibió dos nuevos y dolorosos mordiscos y su sangre empezó a teñir el agua de rojo. Con sus últimas fuerzas decidió jugárselo todo a una sola carta, concentrando una fuerte ráfaga de agua a sus espaldas se vio impulsado con fuerza hacia delante. El impacto fue tremendo y por un momento parecía que iba a perder la conciencia, concentrando los últimos jirones de su voluntad se alzó lentamente. Al parecer su plan había dado resultado y se encontraba junto al altar, sin embargo después de la sorpresa inicial, sus contrincantes parecían totalmente decididas a acabar el trabajo. Mirando rápidamente a su alrededor pudo ver que lo tenían totalmente rodeado, ningún resquicio se podía ver por donde huir. Con rapidez cogió aquello por lo que había venido aquí, nada más tenerlo entre sus manos pudo sentir su poder que parecía llenarlo como si no hubiese sido hasta entonces más que recipiente medio vacío. Podía pensar con mayor claridad que nunca antes y supo que sus poderes de hechicería eran ahora mucho mayores. Sin importarle que las serpientes siguiesen avanzando busco aquel punto en su interior donde se encontraba su el poder y llamándolo este respondió con fuerza permitiéndole realizar un nuevo y más poderoso conjuro.
     Ante su vista el agua empezó a alejarse rápidamente de el hasta formar una circunferencia de aire a su alrededor, por todos lados las serpientes caían  y se retorcían en el suelo ya que al ser criaturas marinas no sabían como desplazarse por el suelo.
                Anferes empezó a correr entre ellas esquivándolas con facilidad y poco tiempo después logró alcanzar la puerta del templo y salir de el.

« Última modificación: 26 de Marzo de 2004, 01:55:59 pm por dehm »
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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #11 en: 26 de Marzo de 2004, 11:55:57 am »
Concursante: Paidete
Raza: Trogg

Poesia dedicada a los esclavos humanos huidos de Troggheimm y los Trogg traidores, por el poeta Trogg Vizneg Corfalg

Mil ojos te observan
Caminante de las sombras, efigie pesarosa
arrastras tus pesares
entre hilos de espesa niebla
llegando a fingir exito, temblando
mientras cae tu arma rota

En las arboledas invernales
donde la nieve caia espesa, roja
peleaste por dominar tu sino
arrojaste tu mente al vacio
y empuñaste arma huesuda,
dejaste a un lado tu mente maestra
para dar paso a la barbarie,
conceder licencia a la derrota

Yaces boca abajo, mutilado
arropado por los alientos de tus nuevos señores
fetidas sonrisas, se alegran de tu derrota
has pasado del dia a la noche
de la gloria a la traicion
querias campaña gloriosa, lider
y solo has tenido una dia mas de vida
una vida de esclavo, otra cosa no mereces
una vida asquerosa....


---------------------------

Versos populares que aluden a los armeros Trogg

¡Cantan los rumores de los herreros¡
Sus barrigas son la creacion, el arte de la guerra
que surge de las entrañas, entre hueso
carne y enzima ponzoñosa
dia a dia su vida se extingue
con un solo animo, una corta vida y famosa

¡Suenan los chillidos de aprendices¡
Afilan las nuevas armas
tallan el hueso surgido de la masa creadora
contienen el peso de su amo, sudan
porque armemos a nuestros guerreros,
que libremos batallas victoriosas.



¡Recibid pleitesia es el emperador¡
El os mira, conoce vuestro sabio trabajo
Vuestras miras a dar lo mejor en cada obra
cada guerrero armado, uno mas a nuestro favor
un enemigo menos que muerde la herba
como animal domestico cercado, no son trogg

....son esclavos, poca cosa¡


---------------------------------

Hechizo Trogg dominamentes. Cantico de los mentales

Tejo mi madeja de laberintossssssss,
recojo tu corazon en mi palma poderosssssssssa
manejo sencilla tu mente desssssssleal,
para asi convertirla en mi essssssclava, oh pequeña cossssa.

El Azul del cielo confunde tus penssssamientos
Mirassss arriba, abajo, todo fluye
ssssssssin orden, sin concierto
Pronto serasssss mio, en la confussssion, yo te manejo

Ssssssssomos uno, ssssomos cientos, unidos a una orden
ssseas uno o ssseas un millar, no importa ya,
esssssstamos dentro
en esa jaula de grillossssss, acabo tu desscontento

No nossss mires con ojos apenados, lloron humano
orco, troll, bipedo inssssssatissssfecho
mejor exisssstencia tendrasss ahora, el no ssssaber lo que sssucede
ohhh felicidad, la tuya, la nuesssstra, sin duda

...esss essste un gran momento.






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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #12 en: 26 de Marzo de 2004, 11:58:06 am »
Consursante: figor
Raza: Saurios

VERSELIS

¡Ufff! Parece que los he despistado, pero... ¿Por cuánto tiempo?, se preguntó Verselis, dejándose caer entre un par de cubos de basura y respirando atropelladamente en un intento de recuperar el aliento. Un buen momento para planear el próximo movimiento, pensó, sin dejar de echar nerviosas miradas a la entrada del callejón, esperando ver aparecer de un momento a otro a los matones a sueldo de Umbrax. Umbrax, que Seth maldiga su nombre hasta la eternidad. No parecía tan listo cuando Verselis empezó a trabajar para él. ¿Cuánto tiempo hace ya de eso? ¿Tres, cuatro ciclos? ¡Bah! Que mas da, tarde o temprano, algún día tenía que enterarse… aunque ojalá hubiera sido mas tarde, al fin y al cabo, tampoco es para tanto. ¿Qué es lo que le he escamoteado?, se preguntó mientras su respiración se volvía poco a poco mas acompasada ¿Un par de monedas en cada entrega? Bueno, tal vez fueran tres o cuatro, incluso cinco en alguna ocasión, pero ¿Qué significa eso para él? Tiene docenas de agentes a su servicio, y somos nosotros los que hacemos todo el trabajo, ¿por qué ha de sacar él tanta tajada? No, no es justo que sea mi cabeza la que quieran hacer colgar de la viga mayor del Puente Mayor…

     Lentamente, tras conseguir un ritmo de respiración mas pausado que evitara delatarle, salió de su escondite y avanzó silenciosamente por las oscuras calles que serpentean y se entrecruzan una y otra vez, por el día bulliciosas, llenas de saurios dedicados a sus quehaceres diarios, pero ahora solitarias y amenazadoras. Muchos de los habitantes de Meraska podrían incluso perderse entre ellas, pero Verselis no, él conoce estas calles como la palma de su mano, y aunque podría parecer que su rumbo es errático, nada más lejos de la realidad, ya que sus pasos se dirigen a un punto muy concreto del centro de la ciudad. En una calle aparentemente como las demás, empieza a trepar rápidamente por una reja y se desliza hacia dentro del edificio por una desvencijada ventana. Antes de desactivar la ingeniosa trampa de alambre que ha preparado contra visitantes no deseados, deja transcurrir unos segundos de tensa espera, pero tan sólo escucha el corretear de las ratas y el crujir de la madera. Perfecto, el sitio está limpio, piensa, agradeciendo a Ssshish su buena suerte. Rápida pero minuciosamente, se dedica a recoger sus cosas mientras lamenta una vez más la pérdida de su otro escondrijo, el del Puerto.

Realmente era una buena idea el pasar allí la noche para luego embarcar en cualquiera de los mercantes que salían a primera hora; sí, bueno, los esbirros de Umbrax ya estaban sobre su pista desde la puesta de sol, al no acudir a la cita en la que con toda seguridad pretendían tenderle una emboscada, pero allí no debían haberle encontrado, aquel era un lugar seguro. ¿Cómo demonios habrán dado con él? Tal vez me siguieron o tal vez alguien les dio el chivatazo, esta visto que la vida fácil le agarrotaba su instinto. Hace unos pocos ciclos, nadie hubiera logrado encontrar ninguno de sus sitios seguros pero ahora… En fin, tampoco importa demasiado, no han logrado cogerle ni… ¡Maldita sea, sí que importa! ¡El dinero estaba allí!

Tras asegurarse que se lleva todo lo importante, sale de nuevo a la calle maldiciendo entre dientes una y otra vez. ¡Que estúpido, mira que haber dejado allí el dinero…! Pero lo cierto es que no tuve elección, apenas tuve tiempo para salvar mi propio pellejo. Bueno, ya nada puede hacerse, será mejor pensar en otra cosa. Lo importante ahora es: ¿Qué voy a hacer a continuación? Meraska es muy grande, pero no puedo seguir escondiéndome siempre bajo sus piedras, y mucho menos hacer frente yo solo a Umbrax, así que parece que la mejor opción que me queda es abandonar esta ciudad durante una temporada… Bueno, al fin y al cabo ya empezaba a aburrirme, no había retos para alguien de mi nivel. Pronto será de día, y habrá un gran trasiego de gente entrando y saliendo por las Puertas del Este, así que si consigo algo de dinero de algún paleto incauto, podría ser el momento ideal para escabullirme entre la muchedumbre. Eso, claro está, que Umbrax o alguno de sus matones no me encuentre antes…

La noche poco a poco se alejaba de su cenit para caer en las horas de sueño, el momento ideal para los seguidores más oscuros de Ssshish, la deidad de la diversión, el juego y por extensión de los amigos de lo ajeno. Verselis, mientras tanto, se entregaba a una especie de duermevela en un oscuro rincón del Barrio de los Templos, a la espera de que se abrieran las puertas de Meraska por la mañana. Aunque aparentemente dormido, su dominio sobre su conciencia le permitía estar pendiente del entorno que le rodeaba mientras descansaba tanto su cuerpo como su mente, sometidos a una intensa presión en las últimas horas, por lo que se apercibió del ruido apagado que provenía de una calle lateral a la Avenida del Emperador. Rápidamente se quitó el sueño de encima a la par que esforzaba a sus sentidos al máximo para saber que es lo que pasaba. Sonaba a algo parecido a un ruido metálico, pero ahogado por el roce con telas… ¿Armaduras silenciadas con cuero y aceites? Vaya suerte la mía, pensó, he tenido que ir a descansar en medio de un gran golpe… espero que ni Umbrax ni ninguno de sus asociados esté implicado.

Poco a poco el ruido fue acercándose hasta que desde su escondite pudo ver el origen del mismo ¡Los Colmillos Sangrientos! ¡Y no uno, sino varios, casi se diría que la totalidad de las fuerzas de élite de Twillus, dios de la guerra! ¿Alguna amenaza? No creo, si hubiera alguna amenaza que implicara la movilización de los custodios del templo de la Sangre a estas horas toda Meraska estaría llena de infantería y jinetes saurios… Es arriesgado, pero, ¡que diantres! Esta información puede valer lo suficiente como para pagarme el pasaje al continente y alejarme cuanto antes no solo de Meraska, sino de toda la isla.

Los Colmillos Sangrientos avanzaron hasta introducirse en el cuartel de la Guardia destinada a vigilar el Barrio de los Templos… ¡protegidos por los mismos soldados que ni siquiera se cuestionaban la presencia de los Comillos allí! Cuando el último de los Colmillos entró en el cuartel, Verselis se dirigió al patio trasero de una casa adyacente al cuartel. Sin dificultad trepó el muro del patio y sacó uno de sus mas preciados tesoros, un silbato de carnodontes. Sopló y al momento una pareja de estos temibles lagartos de unos 100 Kg de peso salieron de su cubil bajo las raíces del viejo nogal que presidía el patio. Los carnodontes se acercaron al origen de la llamada y descubrieron su olor, pero no gruñeron ni se pusieron a saltar para derribarlo y rematarlo en el suelo. No habían reconocido el olor de un intruso sino el del buen amigo que ocasionalmente les traía comida, por lo que se tumbaron y se dieron la vuelta esperando que les rascara en la zona ventral, donde las escamas eran mas blandas y por ende la sensibilidad mayor. Verselis no pudo reprimir una sonrisa mientras saltaba adentro del patio y rascaba durante un tiempo a ambos lagartos. Y pensar que todo este tiempo he estado preparando a estos carnos por si me capturaban y tenía que salir del cuartel, pensó con ironía, y resulta que ahora voy a entrar en vez de salir, je, je, je…. Sí, chicos, si, yo también me alegro de veros, pero Verselis tiene que irse… venga chica, déjame ya que se va a poner celoso el grandullón, verdad chico? Ssshhh, no arméis ruido, venga tomad. Rebuscó en su mochila y sacó un duro trozo de cuero que lanzó a los carnodontes para que jugaran con él, dejando así de atosigarle para que les rascara y se pusieron a jugar entre ellos a tirar del trozo. Con sus poderosas mandíbulas capaces de partir el espinazo de un buey, poco iba a quedar del trozo, por lo que aprovechó para empezar a escalar la pared del cuartel que daba al patio en busca de esa buhardilla a la que ya le había echado el ojo desde hace tiempo.

Hacía mucho tiempo que Verselis no experimentaba tal cantidad de sensaciones como ahora, mientras subía por la pared de adobe del cuartel. ¿Cuánto tiempo? Mucho. No recordaba nada así desde sus primeros días como ladronzuelo callejero mientras se dedicaba a cortar las bolsas de los incautos viajeros provenientes de las ricas pero poco sofisticadas tierras continentales del Imperio mientras se quedaban embobados con la magnificencia de Meraska y su puerto, por lo que se permitió aflorar una sonrisa de nostalgia en su cara. Eso si que eran buenos tiempos… Pero eso era agua pasada, y esto el presente, por lo que se dedicó a juguetear con el cierre de la ventana mientras aguantaba el equilibrio en precaria condición. Con un ligerísimo chasquido metálico el cierre de la buhardilla se abrió permitiendo a nuestro amigo entrar en su interior.

Un momento de calma absoluta siguió a la apertura de la ventana, esperando oír algún sonido que evidenciara haber sido descubierto antes de entrar en la buhardilla, pero nada rompió la quietud de la noche, excepto los gozosos gruñidos de los carnodontes. Con precisos pasos se dirigió a la puerta de la buhardilla y tras esperar un poco, se decidió a abrirla, dejando pasar un torrente de voces proveniente de la sala mayor del acuertelamiento.

     “La hora está cerca, hermanos. Esta noche con ayuda de Twillus nuestro señor eliminaremos al pusilánime que se sienta en el trono de Meraska. Escuchad bien, mientras hablamos, otros grupos están repartiéndose por toda la ciudad y la guarnición de las defensas. A la hora en que el ojo de Rega se alce en lo mas alto de la noche, estos grupos ejecutarán a los seguidores del Emperador. Mientras tanto, nosotros nos encaminaremos al palacio donde seguidores nuestros estarán esperándonos y habrán despejado el acceso. Esta noche un nuevo futuro se alza en Meraska. Nos haremos con esos engreídos reinos fronterizos humanos y después de ello con todo Klaskan. Por la sangre de Twillus”

     ¡Por la sangre de Twillus! Mientras el coro de respuestas enfebrecidas se atenuaba, Verselis pensó en la situación. ¡Querían dar un golpe de estado y matar al emperador Sleeze! Cierto es que el Imperio había dejado de expandirse bajo su mandato y había establecido relaciones diplomáticas con los humanos que había mas allá de sus fronteras… Pero eso también había traído riquezas al Imperio, ya que esos humanos actuaban como intermediarios de otros reinos donde se trabajaban materiales difíciles de adquirir o realizar por los saurios. Los adoradores de Twillus se habían vuelto realmente locos, tanto que iban a llevar al imperio a la guerra civil por culpa del afán de sangre de su dios. Había que hacer algo.

     Sí, claro, hay que hacer algo, pero el ¿Qué? Se preguntaba Verselis mientras deshacía con precaución todo lo andado y bajaba por la pared en dirección al patio donde los carnodontes le esperaban ansiosos… No soy ningún héroe ni tengo ganas de serlo, pero lo que pretenden estos locos bien puede llevar a una masacre, y si algo no soy es un asesino, bien lo sabe cualquiera que me conozca. Al llegar al suelo los carnodontes se acercaron a él con mas ganas de jugar que antes, quizás advirtiendo el pesar que embargaba a su amigo. No puedo hacer nada, maldita sea, y esos asesinos se van a hacer con la suya ¿Cómo podría impedirlo? ¡Surtak ayúdame! Pero no se que hacer, se lamentaba mientras se acercaba al murete del patio. Antes de disponerse a saltar el murete, Verselis notó como una mano se posaba su hombro, dándose la vuelta en una veloz maniobra mientras sacaba su cuchillo dispuesto a vender cara su vida.

     Lo que vieron sus ojos le sorprendió pues en lugar de un supuesto enemigo, había dos figuras bípedas con rasgos de carnodonte rodeadas de un brillante halo. “Hola Verselis, somos Sagara y Rexta” ¡Sagara y Rexta! ¡Por el criadero! ¡Los Al´Seth de los que provienen los carnodontes! “hemos escuchado tu lamento por la sangre que se va a verter de traicionera manera, y hemos rogado a nuestro señor Sliash que nos permitiera acceder al plano mortal y ayudarte para así evitar el plan de esos traidores a Seth. Escucha con atención porque el tiempo apremia pues Twillus vigila el plano mortal para evitar interferencias en su plan. Sliash se prepara para luchar contra su hermano pero es vital que el emperador sobreviva a la masacre de esta noche y minimice así los efectos de la traición. Imbuiremos con parte de nuestra esencia el silbato que portas para que todos los carnodontes de la ciudad acudan a ti lo antes posible y te obedezcan. Con su ayuda podrás crear la suficiente distracción como para entrar en palacio y poner sobre aviso al emperador. Todos los Al´Seth confiamos en ti… Se raudo y prudente al mismo tiempo amigo Verselis y aprovecha la oscuridad que Rega creará al cerrar su ojo” Dicho esto, las figuras empezaron a difuminarse y perder su posición erguida hasta convertirse de nuevo en sus viejos amigos carnodontes.

     Verselis estaba mas que impresionado por la revelación de la que había sido objeto… Los dioses confiaban en él para evitar la muerte del emperador… Tan ensimismado y aturdido estaba que pasaron unos cuantos minutos antes de que empezara a saltar el murete mientras silbaba sistemáticamente. Al principio sólo le seguían sus viejos amigos, pero pronto empezó a ir detrás de él un número creciente de carnodontes, mientras que un oscuro velo empezaba a tapar la luz del Ojo de Rega. Cuando llegó a la Plaza Imperial, al menos cien carnodontes le seguían y la oscuridad era ya casi total.

     Los guardas del templo sorprendidos de la repentina oscuridad salían a las puertas de palacio. Unos sorprendidos por el efecto, otros implorando clemencia por alguna falta que sólo ellos conocían y los menos aferrando con fuerzas sus lanzas creyendo ser el objeto de algún ataque. Pronto, un aullido generalizado se escuchó por toda la plaza. Era el aullido de los carnodontes prestos a cargar. Verselis tomó contacto con las mentes de los carnodontes. Mentes simples, sin refinamiento, pero completamente leales a Verselis y su misión. Su orden fue clara, atacad causando el mayor caos posible, evitad matar al mayor número de guardas y alejadlos de la puerta de palacio. Dicho esto, una oleada de furiosas masas cuadrúpedas se dirigió hacia la posición de los guardas.

     El choque fue terrorífico y muchos guardas, asustados por la repentina oscuridad, huyeron despavoridos, temerosos de sufrir un castigo divino. El resto fue poco a poco desplazado por los ataques de los carnodontes, sin darles tiempo a pesar porqué ninguno de ellos sufría daños de consideración mientras que los carnodontes caían bajo las lanzas de los guardas. Así, gracias al sacrificio de tan nobles animales, Verselis pudo entrar en palacio, utilizando sus artes, protegido por la oscuridad y, como no, agradeciendo su suerte a todos los dioses del panteón saurio habidos y por haber, menos a uno, no vaya a ser que alguno se enfadara por no tenerlo en cuenta.

     Bueno, ya estaba en el palacio, sólo quedaba encontrar al emperador, convencerlo de que su vida corría peligro y salir pitando… jejeje, nada mas fácil pensó nuestro héroe, ¿Qué será lo próximo? ¿Enfrentarme a una bestia de los pantanos en un duelo singular?. Poco a poco la majestuosidad del interior del palacio, sutilmente acentuada por lámparas de aceite estratégicamente colocadas fue cambiando la actitud sarcástica de Verselis a un sentimiento mas propio de él, entre la codicia y la admiración. Allá por donde mirara se encontraba bellas esculturas, finos tapices, elegantes murales con o sin bajorrelieves, intrincados mosaicos formados por piedras de vivos y brillantes colores… Todo bajo el incomparable marco de un edificio que representaba el colmen de la arquitectura y el arte saurio, fusionados de una manera increíble, creando así estancias y pasillos que asemejaban una jungla por sus formas y diseños. Asimismo, pequeños respiraderos colocados a intervalos regulares exhalaban un caluroso vapor, acentuando aún mas el efecto de encontrarse en una jungla.

     Mas toda esta brillante y exquisita decoración no podía distraer a Verselis (o a su codicia) de su misión, nada podía distraerlo de su objetivo. Tenía que encontrar al emperador. En su desesperación empezó a dar vuelta por los pasillos, esquivando las continuas patrullas de palacio que velaban por la seguridad del emperador. No se sabe si por suerte, intuición o un designio divino, consiguió llegar a la antecámara del Emperador.  Los guardias del Emperador permanecían firmes en su posición, sin mover un solo músculo… demasiado firmes…. Tanto que ni el pecho movían al respirar… envenenados.  Seguramente habrían sido drogados con jugo obtenido del bulbo de la salmasa, una exótica planta que se encuentra en lo mas profundo de la jungla. Una droga que mata lentamente, provocando una rigidez total del organismo hasta que los músculos respiratorios se paran y con ello la asfixia y muerte. Tenía que actuar con presteza o si no corría el riesgo de que los Colmillos Sangrientos ejecutaran su macabra misión.

     Sin darse un segundo de respiro, Verselis cruzó rápidamente el pasillo que llevaba a la antecámara, pasó por ella y se fue derecho al dormitorio del emperador. Allí lo encontró, en su mullido lecho, dormido. La sorpresa de este fue mayúscula al ser zarandeado por un saurio con ropas vulgares, llenas de barro y su rostro oculto bajo una capa, mientras le apremiaba a despertarse. Verselis sabía que no podía permitir que el emperador hiciera saltar la alarma, así que sacó una de las dagas que llevaba oculta por sus ropas y lo amenazó colocándole la daga a escasos milímetros de su cuello mientras con la otra mano le tapaba la boca. “Sssshhhh, cállate, si dices algo morirás, y no precisamente por mi mano. Ahí afuera hay unos cuantos asesinos que pretenden matarte y derrocarte, sin importarles mucho el orden en el que lo hagan. Será mejor para ti que me hagas caso. Me llamo Verselis, y soy un…. fiel súbdito vuestro que se ha topado con una serie de individuos a los que al parecer no les gusta mucho vuestra política. Si queréis vivir venid conmigo. Ahora os pido por favor que cuando os quite la mano de vuestra boca no gritéis… lo haréis?” El emperador, asintiendo, inhaló con ansiedad el aire del que había sido privado cuando Verselis retiró su mano.

     “Bonita manera de salvarle la vida a alguien maese Verselis, un poco mas y acabáis con la mía intentando salvarme. No se como habréis conseguido entrar en mis aposentos, pero si lo habéis hecho sin hacer saltar las múltiples trampas mágicas es que sois un maestro en el arte de entrar en casa ajena o bien alguien tocado por los dioses… Y por vuestro aspecto diría mas bien que lo último porque no parecéis ser un maestro de la Escuela del Sigilo”, replicó el emperador.

     “Da igual lo que sea, lo importante es que tenéis que salir de aquí lo antes posible. A estas horas los Colmillos Sangrientos están liquidando a todas las guarniciones de Meraska para hacerse con el poder, debéis huir para salvar el Imperio. Si caéis, se harán con el poder de todo el Imperio y comenzarán una guerra suicida contra el resto de Klaskan”. El nerviosismo y el apresuramiento era palpable en los gestos y la forma de hablar de Verselis. Seguía intentando convencer al Emperador cuando su aguzado oído oyó algo al otro lado de la puerta. ¡Alguien intentaba abrir la puerta!. De un poderoso salto empujó al Emperador hacia un lado mientras llegaba a la puerta y hacía fuerza para evitar que alguien la abriera…

     “¡Corred mi señor, corred! Seguro que hay alguna manera de huir de estas habitaciones que vos conocéis. Corred y salvad a los saurios de su aciago destino…. Yo distraeré a estos malditos” Los golpes y ruidos de espadas fueron el detonante que terminaron de convencer al Emperador, que se alejó hacia otra ala de los aposentos, no sin antes despedirse de Verselis, dándole las gracias en su nombre y en el del pueblo saurio.

     De repente, un poderoso empujón se abatió sobre la puerta y esta se abrió echándolo a un lado. Verselis aprovechó la inercia del empujón para rodar sobre el pulido suelo y sacar dos de sus dagas que arrojó a la primera figura acorazada que entro por la puerta con tan buena suerte, o pericia, que una de ellas se clavó en el ojo, deteniéndola momentáneamente. Gracias a este pequeño respiro pudo echar mano de su espada corta y plantarse en medio de la habitación, preparado para retrasar el máximo la entrada de los Colmillos Sangrientos, que poco a poco empezaban a salir por la puerta. Mientras mas tiempo aguante más tendrá el emperador para salir. Uno, dos tres cuatro, cinco, seis,… Verselis no dejaba de bailar entre las hojas de sus crecientes enemigos… nueve, diez, once, doce,… hasta que un golpe lo derribó y el mundo empezó a tornarse negro… trece, catorce….

     “Maldito seas Umbrax por haberme metido en esto…” exhaló antes de sumirse en un profundo sueño.
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Re: Relatos del II Concurso de Klaskan
« Respuesta #13 en: 26 de Marzo de 2004, 11:59:02 am »
Concursante: Azaghal
Raza: Engendros

RESURGIMIENTO


En los momentos en que la raza Engendro habia sido empujada a abandonar la ciudad de su origen, en los momentos oscuros despues de la caida .. hubo un personaje un tanto singular .... algo de eso, se narra ahora.

Reyr, El Engendro Cantor, miro hacia las planicies y no pudo evitar un hormigueo de pesadumbre al ver las restos humeantes de Azagh, su ciudad natal.
Y en una subita oleada de recuerdos, comenzo a cantar con sus peculiares voces, productos de una extraña mutacion, ya que era poseedor de lo que se llamo "camaras de sonidos", que podrian abarcar un amplio espectro de sones y por ende, podia reproducir cualquier sonido que se hubiera oido en la naturaleza; merced a eso, sus melodias eran apreciadas y jamas interumpidas.
Cantó a aquellos escombros ahora expoliados y que en otros tiempos fueron su hogar en la infancia, en la adolescencia y aunque ahora ya despuntaba como un engendro maduro ... sentia que toda su vida la hubiera pasado alli y le hubieran desgarrado su anima entera.
Mientras hacia surgir la cancion, numerosos engendros se agolparon alrededor de el, pues era tal su arte, que hacia olvidar el paso del tiempo y de las estrellas, no importa q hiciera calor o frio.
Al terminar el tiempo del son, sintieron como sus añoranzas fueron limpiadas y sus heridas curadas, pues la melodia era cuasimagica y al q lo escuchaba se le hacia armonizar con la existencia del plano; Despertados del ensimismamiento, se fueron a sus quehaceres diarios.
El cantor, al final del dia, regreso a su morada y cansado ya, se durmio, esperando el despertar del nuevo dia. A la medianoche, cuando soñando estaba, se interrumpio la sobrevela y la causa eran unos ruidos en el alfeizar de la ventana, como cuchicheos en la oscuridad, lo q obligo al Cantor, a acercarse y a mirar, pues sabia con seguridad q seria alguien q queria hablar con el ..
Llego somñoliento al alfeizar, y al llegar, pronto sintio una aura de poder, se recordo como un chiquillo desvalido ante un carnivoro, y a duras penas dijo chasqueando en el lenguaje gutural:
- ¿Quienes sois? y ¿que quereis?
Y una voz susurrante, cargado de premoniciones y de fuerza, respondio:
- Soy tu nuevo caudillo; aquel que tras la muerte de Azizal ha sido designado como gobernante de la Horda ... para guiarla a su nuevo destino ...
- Señor ...
- Y lo que quiero, es simple, ahora que hemos sidos derrotados, que hemos sido despojados de nuestra capital y que hemos visto morir a nuestro lider, es cuando tenemos que levantarnos y empezar a caminar sobre las lecciones aprendidas ... sobre los huesos de los muertos, sobre las cenizas de nuestros hogares ya extintos ...
- Y señor, como podria yo ayudar ..
- He pensado largamente, necesitamos nuevos horizontes, nuevos retos, nuevos caminos que andar ... pero ahora necesito de la moral y de la fuerza de mi pueblo, y nadie mejor q para eso ... q los salmodistas, los vigilantes, los sabios, los guerreros de la Guardia, las demostraciones de valor y de fuerza, entre varios que nombro ... y tu, el cantor, te encargaras de insuflar la energia perdida, con tus cantos que recuerden la grandeza de antaño y el tiempo por vivir ... q hagan despertar la esperanza entre los eriales del alma perdida de nuestro pueblo ...  Os encomiendo esta mision, pues se de vuestras dotes y de vuestra magia, asi como sugirire a otros la ayuda necesaria ... puedo contar con vuestros canticos? ..
- Señor, no se si estare a la altura, pero hare lo q este en mi mano ...
- Gracias Reyr, el tiempo de la verdad ha llegado ... y ahora tengo cosas q hacer ...
Y dicho eso, se oyo un revoloteo de alas en la noche negra, y el cantor, supo q ahora tenia una mision ardua y dificil, se sentio capaz de hacerlo, pues era por el bien de los suyos, de su nacion, de su raza ...
Al dia siguiente, cuando se encamino a la plaza de la capital para hacer efectivo la mision dada por su lider, sintio vibraciones distintas a los dias anteriores, ya no habia pesimismo ni frustaciones, y si una cierta esperanza, y un debil resplandor en los ojos del pueblo.
Vio a los salmodistas, recitar la tradicion oral de las historias antiguas, de las epopeyas barbaras ... vio a enormes guerreros, hacer demostraciones de habilidades y de fuerza sin parangon ... vio una febril actividad y se alegro, se sintio orgulloso de ser lo q era.
Mientras llegaba a la plaza, y se ponia en lo alto de un monticulo, le llego el ansia de cantar e imbuido de frenesi, empezo a mover sus peculiares camaras de sonidos ....
Canto como nunca lo habia hecho, canto embargado por la memoria de los suyos, mas alla de toda dimension, y mientras cantaba, se entretejio la historia de la raza, lo que fue, lo que es y lo que sera ... y a muchos que en esos momentos estuvieron escuchando la Melodia del Cantor, se vieron envueltos en visiones, del pasado, del presente y del futuro ... cual es cual? ... eso no lo saben discernir, pues hay cosas q se han perdido y volveran, hay cosas que son y que no saben, y las cosas que seran, no son sabidas ahora ... pero las visiones estan recogidas en la tradicion oral de la Melodia del Cantor, y eso es otra historia para contar ...
Canto desde el Alba hasta el Anochecer, con una fuerza q extrajo de su cuerpo, y en el q agoto todo el vigor de sus camaras de sonidos ....
Al acabar, se tumbo placidamente en el suelo, y se durmio .... y hasta ahora no se ha despertado ....
Se le llama el Durmiente ahora, guardado y cuidado en una sala, al efecto para el,  por sus guardianes, los Guardianes del Cantor ...
Se dice, q cuando la Nacion Engendra vuelva a ser lo q fue, o incluso mas alla, se despertara y sus cantos alegraran el corazon del pueblo ...

Y asi se narra el Dia del Resurgimiento ... en la memoria de los engendros q lo saben ...
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