Autor Tema: Los secretos ocultos  (Leído 22399 veces)

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dehm

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Los secretos ocultos
« en: 14 de Enero de 2006, 08:50:05 am »
Cual fué mi sorpresa y la enorme emoción de contemplar aquellos magníficos grabados tallados en aquella opresiva caverna cuyas rocosas paredes parecían consumir el aire más rápido aún que mis pulmones. A la amarillenta luz de mi lintena de bolsillo la engullía la oscuridad que parecía solidificarse a mi alrededor pero nada de ello importaba, tenía ante mí el descubrimiento de mi vida y todo lo demás no importaba.

Aún hoy en día no puedo dejar de llorar la pérdida de los negativos de aquellas fotografías que hice con mi vieja Nikon ni la avería de mi equipo informático que me obliga a atesorar las pocas impresiones que hice en su momento al confiar mi poco sentido a la tecnología para guardar el conocimiento que había atesorado durante unas semanas antes del accidente.

Sin embargo para repasar los hechos que me han llevado a mi situación actual es necesario retroceder aún más años, a mi juventud, cuando pisé por primera vez las viejas y humedas salas del museo. Aún hoy me sorprende el recuerdo de aquella visita. Mi juventud transcurrió en las colinas cercanas a Santander, pequeña ciudad de provincia, que vive del  y hacia la mar.

Mi padre, seguramente buscando por la delicada salud de su hijo y una estancia llena de extraños acontecimientos en el sur de la península, accedió finalmente a las reiteras peticiones de mi madre y regresó a la brumosa costa norte, perdida entre montañas donde aún hoy en día la noche de San Juan es para muchos el solsticio de Verano en el cual saltar las hogueras y escuchar el canto del autillo son indicios seguros de salud y buena fortuna, y se estableció en la zona cercana a la costa, en las unas laderas, hoy ya llenas de edificios y modernas urbanizaciones, que en aquel entonces apenas contaban con unas pocas casas, huertas y pedregosos caminos que serpenteaban hasta morir la mitad de las ocasiones en los altos acantilados. La otra mitad morían en unas marismas que separaban aquel solitario conjunto de colinas de los límites de la ciudad.

Mi abuelo, un hombre que hizo fortuna a la sombra de un enorme escritorio, como corresponde a todo Señor tenía una biblioteca llena de polvorientos volúmenes que en la mayoría de las ocasiones narraban hechos olvidados en lenguas aún más extrañas. Desde mi infancia me ha gustado el olor a libro viejo, a polvo acumulado, a amarillentas páginas y al acogedor sillón de orejas.

Dado el delicado estado de salud, que los médicos achacaban a un parto difícil, y a lo inclemente de mi hogar mis posibilidades de disfrutar de los alrededores eran pocas y obligado por los cuidados de mi protectora, y ciertamente aprensiva, madre tuve que disfrutar de la compañía de aquellos volúmenes mucho más de lo que era normal en cualquier niño de mi edad.

Las lecturas en aquella época tocaban todos y cada uno de los temas que a cualquier niño le atraen: la anticuísima mitologia del norte peninsular, las historias de horror absurdo y barroco, aventuras y desventuras de los arqueólogos ingleses en Egipto y una serie de libros que en aquel entonces no llegaba a entender en todo su alcance.

En el colegio, lógicamente religioso, como es deseable para todo buen mozalbete, me apasionaban las clases de historia antigua y literatura, y en las de religión, solemne asignatura de gran interés para todo aquel que no sea fanático de sus propias ideas, leía con interés la biblia, sobretodo aquellos pasajes que narraban hechos oscuros a que mi me fascinaban.

El propio profesor de la asignatura, un avinagrado fraile con ínfulas de catedrático, satisfecho de mi gran interés y lo profundo de algunas de mis inquietudes, y sin duda interesado por ganarme para la causa monástica de San Agustín, me hizo llegar algunos libros, la mayoría cansinas historias de santos y mártires, pero también interesantes relatos de misioneros en abandonadas islas del Pacífico y hasta, hecho para mi aún en día sorprendente, ejemplares de evangelios desconocidos o incluso prohibidos.

La semilla plantada en mi y la educación recibida pronto me llamaron a introducirme más en el mundo religioso, asistir a jornadas de reflexión e incluso a sesiones espirituales durante las cuales indagábamos en nuestro interior las respuesta que más tarde he encontrado  en el interior de la tierra. Sin embargo dicha atracción por lo religioso acabó de modo bastante brusco.

En mi infinita curiosidad y cuidando mi devoción, bastante literaria en aquellos momentos, mi protector me permitía acceder a las modernas instalaciones de la biblioteca de la congregación, e incluso a sus áreas más recónditas, donde se cuidaban y atesoraban los libros traidos de la enorme biblioteca del Monasterio de la Vid, en Soria, un antiguo y enorme edificio de piedra.

En mis numerosos visitas al silencio de los bizqueantes fluorescentes de la biblioteca llevé en ocasiones mis propios ejemplares para poder disfrutar de su lectura sin las continuas interrupciones de comidas, meriendas y cenas que al parecer son de obligada regularidad. El aciago día en que mi vocación fue echada al traste llevaba conmigo un libro de aspecto viejo, y casi inofensivo, de un tal Victor Hugo, titulado Los Miserables.

Estaba inmerso en los abatares de Juan Valjean y en su búsqueda de la elección entre el bien y el mal por las calles de París cuando la mano de mi tutor arrancó el libro de mis manos y entre grandes aspavientos sufrí una filípica sobre los libros que todo bien cristiano debería evitar por lo pernicioso de su lectura.

La novelucha de dudosa moral, según mi tutor, me abrió los ojos. Yo, que desde mi más tierna edad saboreaba los placeres de la libre lectura, mi única afición, me veía ahora censurado por un fanático que a todas luces parecía llevado por la más alta de las guías. Ese día, decidí que mi libertad estaba por encima de convenciones morales o éticas y que en mis búsqueda del conocimiento no dudaría en arrostrar cuanto el destino tuviera a bien arrojarme a la cara.

Tras aquella amarga experiencia decidí confiar únicamente en mis amigos: los libros. Y volvé mi anterior entusiamos por los hechos bíblicos en la historia y la geografía, las únicas áreas más o menos libres del fanatismo que impregnaban la religión o incluso la literatura. La historia antigua, los misteriosos orígenes del hombre y especificamente la protohistoria, la historia aún antes de la escritura, me entusiasmaron y no dudé en viajar a los confines del conocimiento que aquellos libros de colegio o los tomos de mi abuelo podían proporcionarme.

Fue entonces cuando tuvo lugar la visita anual del séptimo curso, contando yo los inquietos trece años y en lo agitado año 80 del pasado siglo, al Museo de Prehistoria de Santander sito en el sotano del viejo edificio de la diputación. Aunque dicho museo existía desde hacía varias décadas su estado de abandono era tal que gran parte del reciento tenía el techo lleno de manchas y hongos producidos por la eterna humedad y la cercanía a Puerto Chico, donde las barcas de los pescadores se mecían a salvo del oleaje de la bahía.

Es de conocimiento general que el norte peninsular es el hogar de númerosos restos prehistóricos y que pocos lugares en el mundo pueden compararse con él en riqueza y número de descubrimientos en este área. Las vitrinas del Museo estaban llenas de restos hallados en las cuevas de Altamira, Puente Viesto, El Castillo, Las Monedas, Riclones o Escobedo que llenan la rica franja litoral del norte peninsular.

Nuestra guía nos habló de ese pueblo primitivo volcado en el mar y cuyas deidades, la mayoría relativas en su opinión al agua y al marisqueo, nos eran ocultas y desconocidas pero sin duda existentes. Nos destacó los numerosos ritos de  inhumaciones colectivas en cuevas como la de Aer, Los Hornucos, La Peñona y La Castañera, en los que se habían encontrado restos de instrumentos rituales y pruebas de su complejidad y riqueza además de numerosos restos de conchas, moluscos e incluso pequeños ídolos.

Al parecer el norte, principalmente la cornisa cantábrica, habían visto pasar las étapas prehistóricas con mucho más retraso que en otros lugares del mundo, según las vigentes teorías, por el aislamiento de la zona. Personalmente la relación entre el arisco mar cantábrico, los ritos colectivos, los restos encontrados y la involución probada me parecían singularmente relacionados pero al parecer a los rigurosos académicos les simulaban ser hechos puntuales y sin relación.

Desde pequeño he creído que todo está relacionado, desde la estancia de los judios en Babilonia a los mitos de los ángeles, los leones alados, o la Torre de Babel, los altas estructuras de los templos, de la propia ciudad prohibida y castigada por su soberbia, a la repetición de las deidades marinas en toda la humanidad y las relativamente modernas teorias del origen de la humanidad en los oceános.
« Última modificación: 14 de Enero de 2006, 04:38:09 pm por dehm »
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #1 en: 14 de Enero de 2006, 09:14:45 am »

Mi duambular por el museo pronto me separó de mis bovinos compañeros que seguían en rebaño a la guía que parecía leer una lección bien aprendida bajo la satisfecha mirada de mi profesor de historia. Las salas del museo estaban vacias pues a pesar de ser obligada la reserva por parte de grupos de más de veinte personas el poco interés de la sociedad santanderina por el pasado y la hora, 10 de la mañana, a la que entramos en el edificio hacían que todos los visitantes fueramos precisamente nosotros. Cuarenta alumnos de Los Agustinos sin demasiado interés y con mucho sueño.

En mis paseos contemplé ejemplos de rituales que mi fantasiosa imaginación me parecieron tan evidentes como sorprendente las inscripciones situadas cerca de los objetos a los que mi curiosidad me arrastraba en solitario.

Así contemplé una estela de piedra, en teoría de origen ligeramente anterior a la conquista romana de la zona, con una inscripción tan breve como inexacta: "Estela hallada en Barros (Cantabria)"


Y donde se podía ver claramente el sacrificio de un hombre en su centro mientras alrededor se tejía el laberinto del ritual. Las imágenes iban inundando mi mi cabeza de ideas bastante lejanas al conocimiento científico tradicional mientras me adentraba en salas esquivando las zonas en mal estado y saltando sin ningún pudor los cordones dispuestos para mantener alejado al público a fin de poder posar mi mano en los objetos que mi mente colocaban en miles de años en el pasado.

Fué en una las salas más lejanas, casí más almacen que expositor, cuando ví por primera vez el Ojo. Un sentimiento de temor, de terror antidiluviano, de horror cerval,... me inundó al sentirme en el centro de su iris. La figura estaba desgastada pero a nadie escapaba su profundo significado, esa visión, ese conocimiento.

En un gesto estúpico, malsano e instintivo me acerqué al mismo y posé la mano sobre él. Me inundaron extrañas sensaciones y casi pude atisbar imágenes de un pasado prohibido, de un conocimiento olvidado, de lo prohibido al común de los humanos.

No sé cuanto tiempo pasó hasta que la mano de mi profesor apretó mi hombro y volví la mirada a su rostro, entre enfadado y preocupado. Al parecer habían pasado horas buscándome tras faltar en el obligado recuento y sólo gracias a una de mis compañeras me habían encontrado sentado detrás de la mole petrea del abominable Ojo.

Al parecer había ignorando la llamada de mi compañera que se había visto obligada, e inundada por una malsana sensación de que algo no iba bien, por mi mutismo a acudir al profesor.

Pronto los deberes de las evaluaciones, las obligaciones familiares y la ajetreada vida de un muchacho de trece años me hicieron olvidar y hundir en mi memoria el recuerdo del blasfemo idolo, en aquel entonces, aún tomado por una inofensiva piedra esculpida al capricho de un artista prehistórico.

« Última modificación: 14 de Enero de 2006, 09:22:55 am por dehm »
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #2 en: 14 de Enero de 2006, 10:21:34 am »
Sin embargo mi salud, muy mejorada, y los intereses típicos de la adolescencia fueron relegando libros y bibliotecas a un segundo plano, aunque fue en mi adolescencia durante la cual ese interés morboso de la juventud me llevó a leer a Edgar Alan Poe y su aventajados discípulo H.P.Lovecraft cuyos relatos llenaron algunas escasas noches de intensa lectura.

Mis nuevas posibilidades para disfrutar del deporte al aire libre lograron desentumecer ligeramente mi cuerpo, algo mustio, como los viejos libros de mi abuelo.

Mi pasión por la lectura abandonó las novelas para trasladarse a los ensayos o a los libros de historia pero fue cortada por la muerto de mi abuelo y la posterior venta de su casa, sus libros, muebles y enseres que pasaron a llenar tiendas de colecionistas, otros viejos caserios o el desbán de algún familiar.

A mi me quedó una carta, de preciosa caligrafía, en la cual se despedía de mi, algo que por aquel entonces no me sorprendió en absoluto, pues mi abuelo era meticuloso en todos los aspectos de su vida, aunque sí ligeramente extraño dado que los médicos afirmaron que había muerto de un paro cardiaco repentino mientras se hallaba estudiando unos libros que había comprado en su último viaje al Cairo.

Aún la conservo, aunque amarillenta y ajada por mis numerosas lecturas de la misma tratando de sacar algún dato que hasta hoy hace cuatro años no había encontrado.

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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #3 en: 14 de Enero de 2006, 10:48:02 am »
Un hecho espeluznante tuvo lugar pocos días después de morir mi abuelo y supuso una tragedia personal. En un crimen sin precedentes en su horror y sangriento final un atracador, armado con una vieja escopeta, atracó el 17 de Julio de 1984 la sucursal del Banco Rural situada en el viejo edificio de las escuelas de Los Corrales.

En el atraco murieron los dos empleados, a pesar de no ofrecer, a primera vista, resistencia. Sin embargo el asaltante se llevó poco dinero y desvalijó unas cuantas cajas, entre ellas la de mi abuelo, cuyo contenido no fue encontrado. Si lo fué el asaltante, que se había refugiado, al parecer, en una cabaña, más cuadra que vivienda, en las laderas cercanas al pueblo y que fue observado por una niña que pasaba por el lugar.

Según la niña el hombre, pequeño y abotargado de ojos saltones y mirada asombrada, estaba reunido con otro hombre de complexión gruesa oculto en los pliegues de una amplia gabardina. El atracador aún tenía su ropa teñida de manchones de sangre coagulada pero al parecer el extraño visitante sólo prestaba atención a su botín. La pavorosa escena llenó de terror a la joven que no dudó en dirigirse al cuartelillo de la Guardia Civil que de inmediato envió una pareja al lugar.

En la cuadra hallaron el cadaver, ahorcado, del atracador y la mayoría del dinero robado así como algunos objetos personales. Al parecer el sujeto, cuya identidad se desconocía, se había suicidado ante el horror de su crimen.

Más tarde, gracias a un compañero cuyo padre trabajaba en el hospital de Valdecilla, logré algunos datos que me permitieron poner en conocimiento de la policia la identidad del asesino. El padre le había comentado a mi compañero que el atracador tenía tatuado en el cuerpo varios signos desconocidos, hecho raro en una persona de su aspecto. No me fue difícil atar lazos y llegar a la temeridad de concluir que debía tener alguna relación con el asesino de mi abuela años atrás.

Efectivamente, a pesar del escepticismo inicial, una corta investigación de la policia, normalmente ineficaz y ocupada con delitos más resolubles, dió confirmación a mis temores y el atracador resultó ser el hermano de quien años atrás cometiera el espantoso crimen.

Todos estos hechos oscurecieron mi entrada en la mayoría de edad y cuando anuncié que quería estudiar Historia en la Facultad sita en Santander, uno de los pocos estudios que en esas fechas se podía cursas en la capital cántabra, todos se alegraron de que llenara mis horas en algo más alegre y menos macabro que investigar crímenes.
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #4 en: 14 de Enero de 2006, 11:12:21 am »
Los años pasaron y aunque siempre me interesaron aquellos temas oscuros, que en Historia son no pocos, o desconocidos mi especialización en el mundo arabe, y en particular mi estudio de la antigua Mesopotamia, me permitió adquirir conocimientos que hoy en día me han llevado a inquietantes conclusiones.

Tras los años de universidad logré una beca destinada a cubrir la plaza de guía en el Museo de Prehistoria que visité en mi juventud. Aunque de un área lejana a mi especialización las ofertas de trabajo como historiador estaban muy limitadas y se podían contar con los dedos: la Biblioteca Menendez Pelayo, el Museo de Prehistoria, algún departamento de la universidad o la siempre deprimente tarea docente en alguno de los institutos que con el crecimiento de la ciudad comenzaban a proliferar por la ciudad.

Con el pequeño presupuesto que me permitía la beca y unos trabajos de traducción que logré para la diputación, al parecer interesada en esos años por la cría de caballos arabes, una de tantas locuras de aquel en nuestro día presidente Hormachea, me pude independizar y abandonar mi antigua casa que cada vez era menos solitaria y cuyos campos contiguos empezaban a sufrir la fiebre inmobilaria.

Me mudé por tanto a la Calle del Carmen, la patrona de los pescadores, en un ático cuyas pocas ventanas permitían atisbar un trozo de mar por encima de los tejados de los edificios contiguos. El ático era frio, estaba mal acondicionado y sufría el acoso constante de gaviotas y palomas que algunas noches de verano impedían conciliar el sueño con sus graznidos.

Sin embargo su cercanía, a menos de tres minutos, de mi beca y el disponer de cierta autonomía me permitió avanzar un poco en mis conocimientos llegando a adquirir en un viaje a Barcelona algunos libros que era imposible adquirir en Santander, y que me permitieron introducirme en la religión de Arabia antes del nacimiento del Islam.

El trabajo en la beca llegó a consumir casi la totalidad de mis jornadas. Los fondos arqueológicos reubicados en 1926 en el nuevo Museo de Arqueología y Prehistoria, instalado provisionalmente en unos locales del Instituto de Enseñanza Media de Santa Clara, se trasladaron definitivamente a los bajos de la Diputación Provincial, en 1941.

Jesús Carballo, director desde los años veinte hasta su muerte en 1961, fue el impulsor de esta última mudanza, en aquel entonces absolutamente oportuna y con la esperanza puesta en la futura construcción de un contenedor adecuado.

Tras su jubilación se abrió el periodo más crítico en la historia de la institución. No sólo se paralizó la actividad que hasta entonces venía desplegando sino que durante los siete años siguientes la función de recogida de materiales provenientes de excavaciones emprendidas en al Comunidad, única ocupación del Museo en aquel momento, fue realizada sin ningún tipo de control ni registro.

Hállandome yo en mitad de tal desvarajuste pasé dos años ensimismado en el mismo ordenando los fondos, fechando hallazgos y aportando el poco orden delque fuí capaz. La ausencia de algún responsable me obligó a estudiar de nuevo la prehistoria y la época de la romanización de Cantabria para lograr al menos tener algún conocimiento más allá del proporcionado por la carrera a fin de disponer algún orden.

Lo poco adecuado del local obligaba a usar salas enteras como almacén y dispuse comenzar a inventariar los materiales. Para entonces la beca parecía haberse institunacionalizado así que se alargó su duración y finalmente se cambió por un contrato con el gobierno de Cantabría en el que a partir de 1992 conté con el apoyo de mi compañera Amparo López Ortiz como conservadora y que terminó asumiendo de hecho gran parte de las funciones de dirección, cargo que todavía no está cubierto hoy en día.

El inventario fue avanzando de modo importante hasta el día en que me reencontré con el Ojo. Los años lo habían dejado cubierto de una manta y una gran capa de polvo pero al levantarla para inventariar el nuevo objeto volvió a mi la sensación de temor, aunque ligeramente ahogada en esta ocasión por el conocimiento que había adquirido en el curso del tiempo.

Yacía ahora olvidado y relegado en una oscura sala, en un nivel inferior a la principal, y por tanto más susceptible a humedades y un peor estado pero la roca, me niego a pensar en otro material para ella, seguía estando como hacía quince años. Observándo. Atisbando. Conociendo.

Sin embargo en esta ocasión anoté brevemente: "No Fechada. Descubierta en el valle de Iguña." y procedí a taparla cuidándome bien de no tocar su superficie.
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #5 en: 14 de Enero de 2006, 11:40:31 am »
Aunque mi trabajo era bastante satisfactorio y la ausencia de obligaciones familiares me permitían disponer de una renta acomodada y unos ahorros notables para alguien de mi edad la entrada en la treintena supuso varios cambios en mi modo de vida. Mis amistades más cercanas fueron alejándose, ya fuera al casarse y tener una vida, y sus obligaciones, propias de su nueva condición o bien fueron a trabajar fuera de Cantabria, lo que era bastante frecuente.

De modo que con la edad en la que murieron Jesucristo o Alejandro Magno me encontré en la incómoda situación de disponer de todo mi tiempo para los libros, el museo y algún que otro viaje, casi todos ellos relacionados con mi trabajo.

Y fue en uno de estos viajes donde subí un peldaño más en mis conocimientos, y lo que me permitió atar muchos lazos y comenzar la búsqueda que me ha llevado a uno de los mayores descubrimientos en el mundo de la arqueología, y a su posterior pérdida.

Estaba en aquel tiempo visitando unas viejas ruinas. Cualquiera que alguna vez haya explorado o recorrido ciertas regiones, sabe que es perfectamente posible encontrar algunas cosas como piedras preciosas, metales valiosos, fósiles y también restos arqueológicos.

En caso de encontrar piedras y los metales preciosos, lo único que puede hacerse es felicitarse, pero en le caso de los restos arqueológicos y paleontológicos, creo necesario hacer algunos comentarios.

Tanto los fósiles, es decir, restos paleontológicos, como así también los de diversas culturas humanas (o inhumanas), además de algún valor monetario que puedan tener (muy relativo, por cierto), estos elementos poseen un importante valor científico y en muchos casos, cultural, religioso o simbólico.

Muchos de estos restos son únicos en su tipo y muy difícilmente pueden restaurarse, por lo que deben ser rápidamente procesados por la comunidad científica una vez hallados, para evitar su inútil deterioro. Todos sabemos que el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones, y muchas veces, la destrucción de hallazgos importantes no es producto de la maldad sino todo lo contrario.

Es por lo tanto necesario proceder con mucha cautela respecto de los mismos y no simplemente quitarlos del lugar y llevarlos con nosotros de vuelta a casa, pues al hacer esto podríamos estar destruyendo evidencias importantes que podrían servir no solamente a algún científico perdido en particular, sino a todos nosotros.

Me hallaba estudiando pues esas ruinas cuyo nombre no puedo ahora decir, y aún no estando solo, creo que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella es una de nuestras mayores suertes como seres humanos. Sin embargo rodead de algunas de las mentes más preclaras de la humanidad en arqueología tuve una visión. Y tal y como toda temible visión de la verdad, ésta surgió de una unión casual de elementos diversos.

En este caso la carta de mi abuelo, el conocimiento de la existencia de un fragmento que hablaba de dichas ruinas y por último esa memoria de la infancía, extraña y caprichosa, que en algunos casos puntuales nos permite recordar vívidamente unas palabras, un paisaje o una sensación al raíz de un simple olor.

El descubrimiento hubiera sido además imposible a una persona que no fuera yo mismo pues en mí coincidían todos los factores, todos los espantosos eslabones de la cadena, que me impidieron dormir durante el resto de tal viaje y en muchas noches posteriormente.

El amanecer en el desierto siempre es algo bello y cuando lo haces arrodillado, no rezando, sino con un pequeño pincel en la mano intentando desvelar algún secreto antes que el calor del día derrita tus ideas, la sensación es tanto o más placentera.
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #6 en: 14 de Enero de 2006, 12:16:00 pm »
El bajorelieve que iba descubriendo en la soledad del amanecer había sido erosionado por eones sometido al viento del desierto antes de que un sudario de arena lo tapase y cubriese con su protector manto.

El grito que dejé escapar debió quedar para los ecos del tiempo pero cuando desvelé la imagen que relieve supe de inmediato que el destino y el conocimiento que me estaban destinados podían estar al alcance de mi mano. De inmediato todo el cuidado que normalmente tendría con aquel hallazgo se perdió y cogiendo el cincel comencé a trabajar contra reloj.

Por suerte cuando mis compañeros hubieron acabado de desayunar y llegar a la excavación me encotraron al pié de unas esculturas con forma humana cuyas bocas parecían abiertas en un grito silencioso con la vieja mochila al hombro y con una aparente tranquilidad en el rostro.

Esa noche, al amparado de mi tienda, que compartía con un joven que parecía estar descubriendo los secretos del amor con una becaria en las ardientes arenas del desierto, abrí la mochila y miré de nuevo mi tesoro.

El bajorrelieve tenía forma circular, algo tosca por mi torpe uso del cincel, de unos cinco centímetros de espesor por una diámetro de veinte, y poseía varios signos y dibujos que aún hoy me sorprenden. Todos ellos eran indudablemente protohistóricos y la mano o lo que fuera que los había tallado lo había hecho con tanta habilidad que la sugestión que eran capaces de provocar en mi era horrenda.

Sin embargo y a pesar de lo remoto del hallazgo y al hecho de que muchos signos fueran indudablemente representativos de hechos o seres ya desaparecidos no tuve problemas en reconocer en los perfiles que rodeaban a las figuras el característico mapa dibujado por las cumbres del no menos conocido circo glaciar que cualquier estudiande de geografía en mi ciudad natal podría localizar sin esfuerzo.

Se adivinaba una arquitectura ciclópea en el fondo de la muestra pero en su centro destacaba la figura de un ojo. Del Ojo.

Mi viaje de regreso fue bastante rápido y tras pedir los días que me restaban de vacaciones cogí el material adecuado en una tienda cercana a mi ático y me lancé rápidamente a la búsqueda del lugar que debía encontrar. Pero finalmente fue el lugar quien me encontró a mi.

Tras varios días de incansable rastreo quedó evidentemente demostrada mi falta de aptitud para la tarea pero decidido a tener toda la gloria o ninguna seguí mi búsqueda hasta que durante una de las tardes en las que subía en medio de una maraña de espinos que trataban de arañar mis piernas sin demasiado éxito, aunque no sin algún pinchazo puntual, me sorprendió una niebla tal que era difícil atisbar nada a menos de dos metros alrededor.

A pesar de mi conocimiento de los valles de la montañuca el hecho me sorprendió por lo rápido y cuando a él se unió una llovizna que comenzó a crecer en caudal hasta convertir el pequeño sendero de animales en una embarrada senda decidí buscar refugio. Tras varios minutos, calado hasta los huesos, y con una incipiente tos, logré encontrar cobijo bajo una repisa de pizarra.

La lluvia seguía cayendo alrededor pero yo ya estaba cambiándome de ropa para prevenir un resfriado que sabía Dios que en mortal enfermedad podría convertirse cuando la oscuridad comenzó a caer sobre la zona a pesar de que la hora no era la oportuna para el atardecer.

Fue entonces cuando caí en la existencia de la gruta. La entrada, tapada parcialmente por un conjunto de zarzas y espinos, se hallaba en un lateral del hueco donde me había cobijado. Su estrechez era tal que apenas sí se atisbaba. Mi linterna sin embargo sí logró confirmar su existencia.

No es ahora momento para narrar todo lo que allí dentro pude contemplar pero sea dicho que permanecí allí dentro dos días con sus noches hasta que la falta de alimento me obligó a salir. Sin embargo sí puedo decir que mi estancia en aquel lugar me confirmó la existencia de algo más allá tras el tejido de la realidad, de algo oculto pero visible, de algo oscuro que ilumina, de algo muerto que vive para siempre.

En la necedad de mi euforia cometí un error garrafal. Revelé las fotos.
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #7 en: 14 de Enero de 2006, 01:38:46 pm »
Todo sucedió con tanta rapidez que aún hoy me admira que nadie halla logrado atar los cabos necesarios para desentrañar el secreto. Tras mi regreso guardé en el Museo, en mi despacho en el mismo, en la caja de seguridad, el relieve y la documentación al respecto.

En pocas fechas coincidieron tantos hechos que he estado casi tres años tratando de recuperarme de aquellas fatídicas obras.

Cuando fuí a buscar las fotos a la tienda el empleado se mostró algo nervioso pero me dió las fotos y me preguntó si tenía algún carrete más que deseara revelar. Salí inquieto por su comportamiento sólo para comprobar como el día se encapotaba. Fuí al museo donde rápidamente escanee las imágenes e hice unas pocas impresiones para estudiarlas en casa. Cuando salí, a medio día algo pasaba.

Era un 24 de Junio así que en ese momento no me extrañó que lloviera a pesar de que estaba siendo el año más caluroso en los últimos 500 años, aunque a mi entender los registros no llegaban tan atrás en el tiempo.

El mediodía de convirtió en noche en unos minutos y comenzó a caer tal cantidad de agua que parecía el monzón. Esa noche se celebraba el solsticio de verano, un momento mágico, que a mi personalmente me llenaba de secretas expectativas. Sin embargo algo antinatural estaba pasando. Y la sensación de ser objeto de una burla cósmica comenzó a envolverme revolviendome el estomago.

La prensa lo recogería después de modo que me limito a mostrarles lo antinatural de aquel fenómeno y que sus ojos verifiquen lo cierto de mis afirmaciones:









Y posteriormente un compañero de la universidad, que por suerte vive en un piso bastante decente y con buenas vistas me hizo llegar una foto estremecedora, que provocó casi pavor en mi ya debilitada mente:



[Pinchen sobre Aquí para ver el documento en su totalidad]

El resultado fue que una tremenda congestión de tráfico y la inundación de los locales situados en numerosos bajos, hay quien dice que hubo un momento en que el suelo en Santander parecía la superficie del mar y que entre una y otra no había distinción.

Cuando me di cuenta de las consecuencias y corrí al Museo el mal estaba hecho. La perfidia cometida. Mi destino truncado. Por el momento. La zona estaba totalmente congestionada y la salida del tunel de Tetuan que atravesaba la colina sobre la que se elevaba buena parte de la ciudad aparecía totalmente llena de coches varados.

El sotano que era el museo aparecía con las puertas abiertas de par en par mientras mi compañera Amparo parecía dirigir a un equipo de bomberos que intentaban achicar el metro de agua que lo llenaba. A pesar del desastre arqueológico que eso representaba mi estado, ya febril, sólo me dejaba pensar en mi tesoro. No escuché nada hasta estar en el despacho, la puerta estaba abierta, pese a que yo la había dejado cuidadosamente cerrada y en medio del desorden observé como mi ordenador, normalmente sobre la mesa, y por tanto a salvo de cualquier inundación como la presente, estaba situado debajo de la misma, lleno de agua por completo, y que la caja fuerte... no estaba. Simplemente. Su hueco en la estantería aparecía vacío, ocupado por unos libros y enciclopedias... la locura me asaltó.

Horas después amanecí en mi cama, con el sol entrando en la ventana. Todo parecía una simple pesadilla. Me levanté estornudando, costumbre curiosa que he tenido desde mi niñez, al pasar de la oscuridad a la luz, pero me atraganté cuando ví las impresiones sobre mi mesa...

Decidí ignorarlas. Aún temo el solsticio, ese momento antaño mágico provoca ahora en mi un temor reverente, un día y una noche, el día en que lo cósmico está más presente.

Hoy, dos años después de aquellos sucesos he tomado una decisión.
« Última modificación: 17 de Enero de 2006, 06:03:23 pm por dehm »
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #8 en: 14 de Enero de 2006, 01:49:35 pm »
Hace dos semanas decidí olvidar mi miedo. Mi terror. Mi convencimiento de que algo o alguien trata de ocultar la verdad y buscarla. He decidido convencerme de que yo vi algo. De que yo descubrí algo. De que hay algo. Algo terrible, incomprensible, inhumano, protohumano, cósmico, horrendo, tentacular, adimensional, oculto...

He retomado mi línea de investigación donde la dejé. Pero al parecer me ha sido imposible hallar, tras varios intentos, aquel lugar de conocimiento ritual y poder arcano y hay varios hechos que me han convencido de que no volveré a encontrarla. Al parecer no fue mi tesoro lo único que se perdió aquel día en el museo sino también numerosas vidas en el valle.

Tres argayos sucesivos, terribles desprendimientos de tierra y rocas, sepultaron varios cabañas y como aludes sepultaron con ellos la vida de  ganaderos y turistas que disfrutaban de la zona. Toda una ladera, la sur, la mía, ha cambiado de morfología y de hecho la carretera ha quedado sepultada y dado el volumen de tierra se ha decidido modificar ligeramente su trazado.

Así pues comenzaré por el principio, por el fragmento, por los signos, por los libros... por el libro.
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #9 en: 14 de Enero de 2006, 02:49:53 pm »
Mis primeros pasos fueron tan obvios que casi me averguenza haceros testigos de ellos. Visité la biblioteca de la universidad, sin éxito, ni remoto, salvo por alguna referencia a literatura fantástica, y a la biblioteca Menendez Pelayo, también sin éxito.

Fue entonces cuando cedí a mi mala prensa de la informática para hacer uso de internet. En la red global hay una serie de páginas conocidas como buscadores en las cuales es posible encontrar muchísimas referencias a cualquier tema, desgraciadamente mucha información se repite y no es fácil encontrar documentación especializada.

Los primeros resultados fueron cómicos, casi burlones. Al parecer el libro estaba protegido por el más grande de las armas existentes: la mentira. Un mar de afirmaciones falsas que al parecer se escudaban en las afirmaciones de uno de los mayores divulgadores que por carta se había declarado inventor del texto. Ínfulas que sin duda se debían a su tardío éxito.

Grimorios medievales ofrecidos como falsificación, juegos de rol planteados en torno a el mismo, literatura fantástica, estafas... pero dejando de lado todo ese limo encontré alguna información verdadera. Y a mano de cualquiera que tuviera valor para verla.

Rápidamente encontré las primeras y necesarias referencias que necesitaba. Sin embargo el siguiente paso fue complicado pues me encontré de nuevo con un muro de ignorancia y fanatismo. Hacia años, en un ataque de rebeldía, y para disgusto de mi madre, había mandado la declaración de apostatá al Vaticano renunciando a mi condición religiosa pero ahora me veía obligado a volver a relacionarme con ella por el Index Librorum Prohibitorum.

El Index Librorum Prohibitorum, también llamado Index Expurgatorius es una lista de aquellas publicaciones que los laicos de la Iglesia Católica catalogaron como libros perniciosos. Además establecía las normas de la iglesia con respecto a los libros. El propósito de esta lista era prevenir la lectura de libros o trabajos inmorales que contuvieran errores teológicos y prevenir la corrupción de los fieles.

Las referencias que yo necesitaba me remitían sin fin a esta lista de libros prohibidos y todo hilo del que tiraba acababa en este muro. Creada en el año 1559 por la Sagrada Congregación de la Inquisición de la Iglesia Católica Romana el índice fue actualizado regularmente hasta su última edición que data de 1948, con materiales que fueron agregando tanto la Congregación o el Papa.

La lista no es simplemente un conjunto de obras prohibidas y los autores se ven obligados a defender su trabajo si quieren volver a publicar sus manuscritos y desean evitar que engrosaran la lista.

Y tal y como consulté en la encíclica Pascendi de Pío X en la propia página web del Vaticano:

"De igual manera, en el uso mismo de la potestad, se ha de guardar moderación y templanza. Condenar y proscribir un libro cualquiera, sin conocimiento del autor, sin admitirle ni explicación ni discusión alguna, es en verdad algo que raya en tiranía."

La lista, actualizado a lo largo de la historia, y en su última edición contenía 4.000 títulos, entre los que se podían destacar notables autores y filósofos: Laurence Sterne, Voltaire, Daniel Defoe, Nicolás Copérnico, Honoré de Balzac, Jean-Paul Sartre, André Gide, el sexólogo holandés Theodor Hendrik van de Velde, autor del manual de sexo El matrimonio perfecto.

Noté personalmente los efectos del índice que neutralizaba y casi prohibía mi búsqueda en el mundo católico y aún más allá. Ya que a pesar de que la primera edición de 1559 se agrupaba en tres grupos: Todas las obras y escritos de un autor prohibido, Libros específicos de un autor prohibido o Escritos específicos de un autor incierto el título que yo buscaba aparecía inscrito en tinta indeleble.

Entre los libros específicos se encontraban El contrato social de Denis Diderot, Ensayos de Michel de Montaigne, Justine y Juliete del Marqués de Sade, mis conocidos Los miserables, Nuestra Señora de París de Victor Hugo, Madame Bovary de Gustave Flaubert, Gran Diccionario Universal de Pierre Athanase Larousse, algunas obras de Alejandro Dumas, Las historias de amor de Stendhal, Las historias de amor de George Sand, Las historias de amor de Gabriele D'Annunzio y el objeto de mi búsqueda.

Por tanto mi búsqueda en países como Espana, Italia o Polonia estaba casi fracasada antes de iniciarse. No pude reprimir un pequeño escalofrío al pensar que una institución, aún tan antigua y poderosa como la Iglesia, intentara nadar contracorriente para atajar el curso de las cosas, recordando igualmente que en el momento en que el libro era editado en España (finales del S. XIX) no sólo esas obras eran ya centenarias sino que habían ejercido una influencia primordial tanto en el pensamiento como en la política, la sociedad y la economía. ¿Alguien con una percepción mínimamente realista de la vida podría creer que con una prohibición formal iba a cortarse la cadena de pensamientos y actos que habían iniciado Kant, Rosseau o los enciclopedistas?

Más aún, las obras de Puffendorf, Occam y Balzac planteaban críticas a la institución eclesiástica, bien a su cabeza visible, bien al estado de cosas sobre el que se asentaba ¿deja algo de tener defectos si se silencia al crítico? Cuán cierto es, después de todo, aquella máxima que dice que prohibir es fomentar.

Sin embargo contaba en mi poder con varios detalles de cierta importancia que en las manos concretas podrían levantar alguna luz sobre el asunto.

Resumido de forma concisa el libro había sido escrito, o más bien compilado, por un autor arabe, de nombre Abdul Al-Hazred, alrededor de 730 después de Cristo. Algunos decían que había sido traducido al griego cerca de 200 años después pero en mi opinión personal es posible que el orden fuera el contrario pues las copias griegas del mismo parecen haberse perdido y es posible que la versión inglesa fuera anterior. De lo que no había duda es de que el conocido Olaus Wormius, conocido también como Ole Worm, a quien debemos las pruebas irrefutables de la inexistencia de los unicornios, mito procedente de los narvales árticos, quien pudo encontrar en Egipto, oh que coincidencia, una gaazha (lugar donde se guardan manuscritos que nadie usa, pero se considera una falta de respeto a su autor el deshacerse de ellos)

Es conocido del mundo entero que los arabes siempre han dado importancia a los libros y de hecho en los bazares los venden como tesoros, enteros, por partes o por simples páginas, como personalmente he podido corroborar en mis viajes. Pues bien, Wormius tradujo el texto al latín.

Tratando de aprovecharse del rigor histórico del dato Lovecraft lo usa y situa en el siglo decimo tercero con ánimo de usas la ominosa cifra trece para dar un tono oscuro, casi ridículo en mi opinión, y en toda opinión de quien crea mínimamente en lo que yo busco y ansio, pero que no deja sino de ser otra sutil maniobra para ocultar la verdad.

Sin embargo algunos estudiosos de la verdad han llegado más allá y olvidando lo conocido, y lo desconocido, decidí ponerme en contacto con alguna Sociedad Secreta, y leer a autores renombrados como Dr. John Dee, Aleister Crowley, Paracelso, Agrippa, Eliphas Lévi,... y en este punto me encuentro. Mis contactos literarios son bastante amplios tras una vida leyendo y comprando volúmenes antiguos pero los datos más certeros me empujan a una sociedad cuyo nombre no me atrevo ahora a hacer público.

Mañana, 15 de Enero, emprenderé los trámites par viajar a sudamérica, concretamente a Argentina. En el museo no hay problema, el invierno hace que sea prescidible, las excavaciones y visitas transcurren con el buen tiempo, y nada me retiene en España de modo que haré el equipaje y me pondré la mochila al hombro para intentar reunirme con la única persona que he logrado contactar de dicha sociedad, que curiosamente tiene sede en la capital argentina, Buenos Aires.

Espero no obstante que algún hecho me permita realizar mi búsqueda en Europa, pues nunca anteriormente he viajado a Nuevo Continente y creo que las raíces del Libro están en entre este continente, la zona egipcia y la península arábica.
« Última modificación: 14 de Enero de 2006, 04:21:41 pm por dehm »
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #10 en: 14 de Enero de 2006, 02:51:27 pm »
[Nota del autor: Todos los hechos atmosféricos son reales, las fotos pertenecen al Museo de Prehistoria sito en Santander y los demás los dejo a criterio del lector]
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #11 en: 14 de Enero de 2006, 06:30:45 pm »
Estando a punto de embarcarme en esta gran aventura he decidido investigar todo lo posible sobre la relación de Lovecraft con el Libro antes de lanzarme a una búsqueda que se presume complicada.

Realmente el manto de historias tejidas alrededor de Lovecraft bien podrían hacer caer a algún crédulo en el error de darlas alguna credibilidad. Después de una intensa búsqueda que ha ocupado las primeras horas de mi tarde y cuando la noche comienza a caer he decidido asomarme a la ventana de mi ático para conciliar toda la información obtenida.

Al parecer la teoría de que el Libro fue inventado por el escritor americano es generalmente sostenida por estudiosos de su obra literaria. Craso error.

El texto completo de dicha carta lo tengo en estos momento delante de mis ojos y se revela como una pobre venda para los ojos de quien desea ver:

Citar
This should be supplemented with a letter written to Clark Ashton Smith for November 27, 1927:

    I have had no chance to produce new material this autumn, but have been classifying notes & synopses in preparation for some monstrous tales later on. In particular I have drawn up some data on the celebrated & unmentionable Necronomicon of the mad Arab Abdul Alhazred! It seems that this shocking blasphemy was produced by a native of Sanaá, in Yemen, who flourished about 700 A.D. & made many mysterious pilgrimages to Babylon's ruins, Memphis's catacombs, & the devil-haunted & untrodden wastes of the great southern deserts of Arabia -- the Roba el Khaliyeh, where he claimed to have found records of things older than mankind, & to have learnt the worship of Yog-Sothoth & Cthulhu. The book was a product of Abdul's old age, which was spent in Damascus, & the original title was Al Azif -- azif (cf. Henley's notes to Vathek) being the name applied to those strange night noises (of insects) which the Arabs attribute to the howling of daemons. Alhazred died -- or disappeared -- under terrible circumstances in the year 738. In 950 Al Azif was translated into Greek by the Byzantine Theodorus Philetas under the title Necronomicon, & a century later it was burnt at the order of Michael, Patriarch of Constantinople. It was translated into Latin by Olaus in 1228, but placed on the Index Expurgatorius by Pope Gregory IX in 1232. [Note that this does not appear in the final version of the essay. The explanation is that the Index did not exist at this time, as further research must have revealed to Lovecraft.] The original Arabic was lost before Olaus' time, & the last known Greek copy perished in Salem in 1692. The work was printed in the 15th, 16th, & 17th centuries, but few copies are extant. Wherever existing, it is carefully guarded for the sake of the world's welfare & sanity. Once a man read through the copy in the library of Miskatonic University at Arkham -- read it through & fled wild-eyed into the hills ...... but that is another story!

Traduciré por tanto el texto en la medida de mis posibilidades:

"Carta escrita a Clark Ashton Smith el día 27 de noviembre de 1927: 

No he tenido ninguna ocasión de escribir el nuevo material para este otoño, he estado clasificando notas y preparando la sinopsis en la  para algunos cuentos monstruosos que escribiré más adelante.  ¡En detalle he elaborado un cierto número de datos sobre el Necronomicon escrito por el  árabe enajenado Abdul Alhazred!  Esta impactante blasfemia fue redactada por un nativo de Sanaá, en Yemen, cerca de 700 A.D. tras haber hecho muchos peregrinajes a las ruinas de Babilonnia, a las catacumbas de Memphis, y a las zonas dejadas de la mano de dios en los grandes desiertos meridionales de Arabia -- EL Khaliyeh de Roba, donde él reclamó haber encontrado pruebas de seres más viejos que la humanidad, y haber sido adoctrinado en la adoración de Yog-Sothoth y de Cthulhu. 

El libro fue escrito en la vejez de Abdul, en su estancia en Damasco, y el título original era al Azif -- azif (notas del cf. Henley a Vathek) que era el nombre aplicado a esos ruidos extraños de la noche (de insectos) que los árabes atribuyen al grito de demonios.  Alhazred murió -- o desapareció -- bajo circunstancias terribles en el año 738. 

En el al 950 Azif fue traducido a Griego por el Byzantine Theodorus Philetas bajo título Necronomicon, y que fue quemado un siglo más adelante en la orden de Miguel, patriarca de Constantinople.  Fue traducido a latín por Olaus en 1228, pero colocado en el índice Expurgatorius por papa Gregory IX de 1232.  [ nota que esto no aparece en la versión final del ensayo.  La explicación es que el índice no existió en este tiempo, como una investigación adicional debería haber revelado a Lovecraft. ]  El original en  árabe se perdió antes de la época de Olaus, y de la copia griega conocida se perdió la pista en Salem en 1692.  El libro fue impreso en los siglos décimo quintos, décimosexto, y decimoséptimo, pero pocas copias perduran.  Dondequiera que exista, se guarda cuidadosamente buscando el  bienestar y de la cordura del mundo.  ¡Una vez fue leido por un hombre a través de la copia en la biblioteca de la universidad de Miskatonic en Arkham...... pero ésa es otra historia!"

Y en una segunda carta parece confirmar  el hecho:

Citar
In yet another letter (to James Blish and William Miller, 1936), Lovecraft says:

    You are fortunate in securing copies of the hellish and abhorred Necronomicon. Are they the Latin texts printed in Germany in the fifteenth century, or the Greek version printed in Italy in 1567, or the Spanish translation of 1623? Or do these copies represent different texts?

Que traducida viene a decir:

"En otra carta (a James Blish y Guillermo Molinero, 1936), Lovecraft dice:  Usted es afortunado en asegurar las copias del demoniaco y horrendo Necronomicon.  ¿Son los textos latinos impresos en Alemania en el décimo quinto siglo, o la versión griega impresa en Italia en 1567, o la traducción española de 1623?  ¿O estas copias representan diversos textos?"

Lo que no es en ningún modo consistente con la carta anterior que queda devaluda a una mera fachada. De hecho si tenemos cualquier duda acerca de la realidad del Libro y su existencia sólo tenemos que consultar las cartas escritas por Lovecraft.

He invertido mi poco tiempo en acercarme a una libreria especializada, desgraciadamente, en género de fantasía. Literatura normalmente destinada a adoslescentes, pero donde en un afán de conocimiento que me ha sorprendido gratamente el encargado me ha hablado bastante de la obra de Lovecraft y en particular de un libro, en inglés, que edita las cartas que aún se conservan.

Pero mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que toda mi investigación caía en el estudio de un pequeño fragmento del material escrito por H.P. Lovecraft pues en su biografía se afirma que escribió en vida 100.000 cartas. Una cantidad ingente, de la que se estima sobrevivieron 20.000, imposible de analizar en el poco tiempo que yo dispongo, pero cuyo somero estudio se puede realizar en los siguientes libros, desgraciadamente en inglés:

H.P. Lovecraft in the Argosy: Collected Correspondence from the Munsey Magazines (Necronomicon Press)
H.P. Lovecraft: Letters to Alfred Galpin (Hippocampus Press)
H.P. Lovecraft: Letters to Henry Kuttner (Necronomicon Press)
H.P. Lovecraft: Letters to Rheinhart Kleiner (Hippocampus Press)
H.P. Lovecraft: Letters to Samuel Loveman and Vincent Starrett (Necronomicon Press)
H.P. Lovecraft: Letters to Richard F. Searight (Necronomicon Press)
Lovecraft Letters Volume 2: Letters from New York (Night Shade Books)
Mysteries of Time and Spirit: The Letters of H.P. Lovecraft and Donald Wandrei (Night Shade Books)
Selected Letters I (1911-1924) (Arkham House)
Selected Letters II (1925-1929) (Arkham House)
Selected Letters III (1929-1931) (Arkham House)
Selected Letters IV (1932-1934) (Arkham House)
Selected Letters V (1934-1937) (Arkham House)

Si alguien dispone de tiempo para ello tales documentos pueden conseguirse vía internet en:

Necropress: http://www.necropress.com/
Hipocampus: http://www.hippocampuspress.com/
Night Shade Books: http://www.nightshadebooks.com/
o la conocida Amazon. También es posible encontrarlos en librerias de las grandes ciudades. Y sin duda en Estados Unidos.

En este punto me sorprendió enormemente ver como los poseedores de los derechos sobra la obra de Lovecraft niegan en todo punto la existencia del Libro. Seguramente hastiados de que emprendedores como yo mismo indaguen sobre el mismo.

Cierto es que hay cierto riesgo de caer en el engaño y de que precisamente Lovecraft no deseara hacer pública su posesión de libro y lo disfrazara todo de un disparate o un invento pero en sus cartas hay claras incoherencias y es más, en cierta parte de sus escritos nombra pasajes del Libro aún antes de nombrarlo.

Asi en su libro "La Ciudad sin Nombre" que no voy a reproducir hace referencia a una de las pocas o únicas frases conocidas por el gran público del Libro, si es que realmente éste la contiene, y en su cuento "El Sabueso" hace la primera referencia directa. A partir de ahí se puede consultar la amplia bibliografía donde es citado: “The Horror in the Museum” (October 1932), “Through the Gates of the Silver Key” (October 1932-April 1933), “Out of the Aeons” (1933), “The Thing on the Doorstep” (21-24 August 1933), “The Shadow out of Time” (November 1934-March 1935), “The Diary of Alonzo Typer” (October 1935), and “The Haunter of the Dark” (November 1935).

Y es sin embargo el propio Lovecraft quien ante las preguntas directas de su círculo más íntimo de amigos, los conocidos Clark Ashton Smith, August Derleth, Donald Wandrei, Frank Belknap o Robert Bloch (el autor de "Psicosis") responde de modo harto sincero, como cabría esperar en alguien que, sobreprotegido por su madre, hermoso paralelismo, aprecia la verdadera amistad de sus allegados, manteniendo sin embargo en el desconocimiento a los admiradores, a quienes el misterio que rodea al escritor atrae tanto o más que se obra.

Finalmente he tomado la decisión de consultar en las fuentes, como todo buen historiador que se precie, y consultar los más concisos datos biográficos del escritor que si bien resultaron en principio curiosos al final me han convencido de la verdad de la existencia del Libro.

Los datos son escalofriantes pero he tenido que desempolvar mi inglés del colegio pues en la carrera y posteriormente en mis viajes he encontrado que el mundo arabe entiende tanto o mejor el francés y rara vez debo usarlo. Usando mi puesto en el Museo me he puesto en contacto con el departamento de Religiones Comparadas para hacer la ominosa consulta.

A continuación está el resultado de mis estudios al respecto...
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #12 en: 14 de Enero de 2006, 06:59:53 pm »
Primero es necesario saber algunos datos que los menos académicos agradecerán. No tardé mucho en hallar lo que me interesaba. La biografía de Lovecraft puede ser calificada de cualquier modo menos de convencional. Los oscuros detalles de su vida no hacen más que confirmar mis creencias pero mi rigor científico me obliga a plantear los hechos de modo líneal para que puedan ser corroborados.

Me limitaré por tanto a exponer de modo sucinto el comienzo de la vida del escritor norteamericano. Lovecraft nació el 20 de agosto de 1890 en Providence, Rhode Island (Estados Unidos). Era hijo único. Sus padres se llamaban Winfield Scott Lovecrat y de Sarah Susan Phillips.


El padre del escritor, Winfield, comenzaría a ver alucinaciones y le diagnostricaron parelisis general, falleciendo en el año de 1895 en el Butler Hospital de Providence. Susan se mudó con su hijo a casa de su padre, Whipple Van Buren Phillips.

Lovecraft creció entre libros, enfermizo y solitario, padecía terribles pesadillas y era sin duda un ser frágil que se volcó en la escritura dando forma a todos sus temores.

Leyó obras de gente como Edgar Allan Poe, Ambroce Bierce o Lord Dunsany, estudió de los mitos griegos, los ambientes góticos y las narraciones arabes. En 1906 comenzó a trabajar en el Providence Tribune, en donde escribía sobre astronomía. Dos años después comenzó sus primeras narraciones fantásticas.

No pudo terminar sus estudios, debido a ataques nerviososlo que agravó su introversión, rehuyendo el contacto con la gente durante largas temporadas, durante las cuales escribía. Finalmente publicó sus historias publicadas en Weird Tales y obtuvo cierto reconocimiento y se relacionó con por carta con un círculo de amigos entre los que ya mencioné a Clark Ashton Smith, August Derleth, Donald Wandrei, Frank Belknap o Robert Bloch.

Sin embargo es en su ambiente familiar donde obtenemos las pruebas más profundas de la posesión por parte de la familia Lovecraft del Libro. Además de la muerte del padre en su locura la madre del escritor en 1921 falleció su madre en el mismo sanatorio psiquiátrico en el cual había muerto en medio de gritos su progenitor.

Además es conocido por los amantes del escritor que Lovecraft se crió leyendo libros en la familia de su abuelo y cuando murió en el 15 de marzo de 1937 a los 47 años de edad no tenía descendientes. Su mujer, Sonia Haft Greene, le había abandonado años antes.


Es posible que sus allegados fueran testigos de su conocimiento pues así su amigo y conocido Robert E. Howard, en 1936, se suicidó dejándolo abatido pero realmente le siguió poco tiempo después, al año siguiente. Es evidente una cadena efecto-causa en estos sucesos que puede confirmar cualquier estudioso.

Es sin embargo en sus raíces donde hay que buscar. En mis múltiples búsquedas del Libro a través de la red que extiende sus tentáculos por todo el mundo sometiendo a su escrutinio cualquier lugar, por privado que parezca, obtuve una lista de posibles ubicaciones entre las cuales destacaba un rumor que asegura que una copia del texto griego del siglo XVI es propiedad de una familia de Salem; pero es casi seguro que esta copia desapareció, al mismo tiempo que los horrendos hechos acaecidos en el lugar.
« Última modificación: 14 de Enero de 2006, 08:07:43 pm por dehm »
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #13 en: 14 de Enero de 2006, 08:05:00 pm »
En este punto debe narrarse un hecho que ha levantado duras críticas a la Iglesia, en esta ocasión no católica: La Caza de Brujas de Salem

Salem es una ciudad situada en la costa atlántica de los EE.UU., a unos 25 Km de Boston, en el Estado de Massachusetts, en la zona conocida como Nueva Inglaterra..

Y es conocida como la "Ciudad de las Brujas", por la famosa, horrenda y pavorosa cacería que se llevó a cabo en la villa en 1692, motivo por el cual la ciudad recibe millones de visitantes cada año, curiosos por conocer los lugares donde se protagonizaron los espantosos hechos, y que han sido cuidadosamente preservados por las autoridades.

El ministro, el reverendo Samuel Parris, llegó a Salem procedente de las Antillas, islas malditas llenas de enfermedad y ritos prohibidos para toda persona de moral, de dónde traía una esclava de raza negra, Tituba.

Tituba hablaba su antidiluviana lengua antillana y practicaba ritos religiosos, probablemente el endemoniado vudú, prácticas incomprensibles para sus conciudadanos. La hija de los Parris, de apenas 9 años de edad, y su prima de 12, se interesaron por las prácticas de Tituba, organizando algunas sesiones de horror y rituales oscuros con ella y unas amigas.

Sin embargo en enero de 1692 las chicas enfermaron, y el médico de la población, William Griggs, al desconocer la causa de su enfermedad, diagnosticó un caso de brujería.

La población de Salem se vio envuelta en una loca cacería, las niñas acusaron a Tituba de practicar brujería. Tituba, en una audiencia en marzo, confesó ser bruja, debido a las torturas a las que fue sometida, justificadamente dada la maldad y mala fé con la que actuó, aseguró que su espectro había atacado a Ann Putman y avisó que ella era sólo una de tantas otras brujas que habitaban la zona, y que un hombre alto de Boston le enseñó un libro donde estaban todas las brujas.

Ante esta confesión se inició la caza de brujas, las niñas acusaron a cientos de personas de brujería, la mayoría de clases bajas y con actitudes mal vistas, como la soltería o la infidelidad. Los vecinos con graves disputas se acusaban unos a otros. Y en junio de 1692 se constituyó el Tribunal especial de Auditoría y Casación en Salem, presidido por el Juez William Stoughton, para juzgar los casos de brujería.

En estos juicios se aceptó como prueba la existencia de unos espectros que simulaban actuar normalmente mientras los acusados atacaban o practicaban la brujería, y las técnicas de tortura provocaba la confesión de todos los acusados, la primera en ser condenada fue Bridget Bishop, ahorcada el 10 de Junio.

Murieron 13 mujeres y 7 hombres, generalmente ahorcados, y aunque la creencia popular es que murieron en hogueras, no se dio ningún caso. Sólo cuando las acusaciones tocaron las clases altas se comenzó a cesar en la locura colectiva, el Gobernador Williams Pipps en octubre del mismo año disolvió el Tribunal Especial para constituir el Tribunal Supremo, que no admitió como prueba la creación de espectros, de tal forma que se absolvió a todos los condenados. Con el paso de los años se ofrecieron disculpas e indemnizaciones a las familias afectadas.

La obsesión con los demonios empezó a alcanzar su cenit cuando, en su famosa Bula de 1484, el papa Inocencio VIII declaró: 

Citar
“Ha llegado a nuestros oídos que miembros de ambos sexos no evitan la relación con ángeles malos, íncubos y súcubo, y que, mediante sus brujerías, conjuros y hechizos sofocan, extinguen y echan a perder los alumbramientos de las mujeres”.

Eran culpables de lo que Agustín, el patrón del colegio donde yo había estudiado, había descrito como una asociación criminal del mundo oculto y es más humanistas como Desiderio Erasmo y Tomás Moro creían en brujas.

El Papa nombró a Kramer y Sprenger para que escribieran un estudio completo utilizando toda la artillería académica de finales del siglo XV. Con citas exhaustivas de las Escrituras y de eruditos antiguos y modernos, produjeron el Maellus Maleficarum, martillo de brujas, descrito con razón como uno de los documentos más aterradores de la historia humana. La demonología que el Malleus maleficarum contenía presuntamente servía para identificar los poderes de brujas y brujos, sus vínculos con el diablo y las relaciones sexuales de las brujas con los incubos y de los brujos con los sucubos. La obra maldita de los frailes dominicos adquirió prestigio como un vehículo para desvelar las representaciones terrestres del príncipe de las tinieblas. Pese a que la idea de este manual fue bendecida por la iglesia católica, lo cierto es que también fue fervorosamente abrazado por la contraparte protestante y posteriormente cultivada con especial ahínco durante la Contrarreforma.

Lo que el Maellus venía a decir, prácticamente, era que, si a una mujer la acusan de brujería, es que es bruja. La tortura es un medio infalible para demostrar la validez de la acusación. El acusado no tiene derechos. No tiene oportunidad de enfrentarse a los acusadores. Se presta poca atención a la posibilidad de que las acusaciones puedan hacerse con propósitos impíos: celos, por ejemplo, o venganza, o la avaricia de los inquisidores que rutinariamente confiscaban las propiedades de los acusados para su propio uso y disfrute. Su manual técnico para torturadores también incluye métodos de castigo diseñados para liberar los demonios del cuerpo de la víctima antes de que el proceso la mate. Con el maellus en mano, con la garantía del aliento del papa, empezaron a surgir inquisidores por toda Europa.

Bajo esta caza debieron caer otros cultos hasta entonces ocultos, servicio nunca reconocido de la Inquisición, y sólo ellos saben de que se libró la humanidad con esas muertes. Sin embargo esos razonamientos, no propios de alguien cabal como yo, sólo duraron unos minutos de reflexión.

Este oscuro episodio no escapó a mi razocinio en su coincidencia con la macabra y posible presencia del Libro en Salem, cuestión ésta que podría dar veracidad a lo sucedido y que lamentablemente verificaba mi estudio y mis conclusiones con otra temida coincidencia. Para un científico no existen las coincidencias, existen los hechos, y yo como historiador no podía dejar de pasar el hecho de que en un polvoriento estante de mi pequeña librería reposara aún la biografía de Lovecraft adquirida horas atrás.

A pesar del dolor de espalda, evidentemente provocado por la tensión y el esfuerzo a los que me veía sometido, no tardé en sacar el libro de su lugar provocando una cascada de polvo que por un momento amenazó con hacerme estallar en estornudos. Sin embargo mi estado febril y la emoción de haber dado con algún dato importante me impulsaron a abrir el libro rápidamente.

La verdad estaba ante mi...

Ciego el que no quiera ver. Sordo quien no quiera oir. Mudo quien no quiera hablar. Estúpido quien no quiera saber. Muerto quien no quiera vivir.


Para quienes no estén versados en el Libro el apellido de soltera de la esposa del tatara-tatara-tatarabuelo del H.P.Lovecraft, de igual nombre, que vivieron en Nueva Inglaterra, el año de la maléfica caza tiene amplias connotaciones y la fecha de su muerte, a pesar de no aparecer en los códices relativos a los ejecutados en tales hechos, sólo pueden significar una cosa. El Libro existe.

Los datos comenzaban a pesar en mi alma. Mi atormentada misión parecia estar dando sus podridos frutos: el apellido Pickman, la fecha de la muerte, los rumores sobre el libro, el hecho de que aparezca en la literatura de Lovecraft, su posterior negación por carta a gente no allegada a él, la muerte de sus padres en extrañas circunstancias y el suicidio y posteriormente del escritor sin descendencia sólo podía significar una cosa.

Los rumores situaban en libro en Argentina pero ahora mi cabeza me impulsaba a cambiar mi ruta y a realizar aún un mayor esfuerzo de investigación, algo que honrara la memoria de quien trató de mostrar la verdad, de:

« Última modificación: 18 de Enero de 2006, 12:45:16 am por dehm »
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Re: Los secretos ocultos
« Respuesta #14 en: 17 de Enero de 2006, 11:45:54 pm »
El domingo por primera vez en años dormí más de ocho horas seguidas satisfecho y cansado por los resultados obtenidos. Creía poder albergar esperanzas de obtener algún resultado positivo de los diferentes horizontes que había abierto ante mi.

Dediqué las pocas horas de las que disponía por tanto de la mañana a ordenar mis apuntes y pensamientos tratando de elegir el mejor camino para emprender mi búsqueda de la verdad. De hecho decidí en aquellas horas cambiar profundamente el enfoque inicial que había tenido desde mi primer contacto con el material que había caído en poder de mi familia, especificamente de mi abuelo, en los años anteriores pero que habíamos ignorado sucintamente.

Los primeros datos que había obtenido, lo veía con claridad, habían sido mezcla de trabajo, suerte y casualidad de modo que no podía confiar en obtener de nuevo los mismos resultados. Dado lo cerca que había visto el peligro y la suerte corrida por todos aquellos que habían trabajado en el tema era necesario dejar constancia de mis avances y por tanto que me sobrevivieran si algo me pasara.

Tenía desde años atrás varios cuadernos y libros en blanco que había ido almacenando en las estanterías creyendome indigno de manchar con mi escritura el virginal blanco de la amarillenta celulosa, contenedora de grandes y profundos secretos.

Así que dispuesto a lograr desvelar un conocimiento que debería ser de la humanidad escogí mi diario. Se trataba de un tomo de cierto groso y cuyas tapas eran guardadas por un grueso cordel que evitaba que se abriera por accidente. Sobre las mismas un intrincado fondo de ramas y hojas en tonos ocres sobre un fondo color hueso. La tapa posterior se abría en ambas direcciones con una pequeña solapa que daba acceso al que en adelante sería mi diario.

Las hojas eran gruesas y especialmente adecuadas para el uso de una pluma ya que podían absorver la tinta sin problema y la calidad de las mismas aseguraba su supervivencia a diferencia de los cómunes cuadernos o encuadernaciones modernas que al mínimo uso se deshojaban o deshilaban a pesar de las modernas técnicas disponibles.

Mi primera anotación fue un resumen bastante parco de mis pasos hasta el momento obviando, eso sí, mi primera experiencia, que llegado el momento podría describir si lograba tener éxito. Tras varias páginas decidí que era el momento de apuntar mis posibles líneas de investigación: Buenos Aires, Lovecraft, la Santa Sede y por supuesto mis hallazgos arqueológicos anteriores.

En cualquier caso todas ellas supondrían un trabajo de campo largo y sin duda comprometido.

El resto de la tarde la pasé en labores mucho más comunes. Decidido a no depender posteriormente de la informática, que tan mal me había resultado en el pasado, recuperé mi viaja máquina de escribir y la puse a punto e incluso saque lustre a la maleta de la misma dispuesto a borrar las huellas de año de abandono y dejadez por mi parte.
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