Reino de Borgoña
(Romano Católico Civilizado Nación Abierta)
Jean Paul, Rey de Borgoña
Diplomacia:
GUERRAS BORGOÑONAS
AÑO DEL SEÑOR DE 1090
SE DESENCADENA UNA GUERRA
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Cuando el Rey Jean Paul de Borgoña lanzó a principios de año sus graves acusaciones contra el Papa, lo hizo confiando en que lograría apoyos de los reinos vecinos y, particularmente, de su aliado militar el Rey Louis VI de Francia. Pero los acontecimientos se sucedieron en cadena de un modo que no había previsto el Rey Borgoñón: el dos de Marzo llegó a toda la nación la noticia de la Excomunión del Rey por parte del Papa Severo III, y pocos meses después, Jean Paul hubo de reconocer estupefacto ante las sucesivas reacciones llegadas de todos lados que los países vecinos no sólo lo habían abandonado a su suerte, sino que estaban dispuestos a aprovechar la situación creada para atacar su país.
Los embajadores borgoñones en territorio francés regresaron a Lyonnais en Abril con las peores noticias; el Rey Louis VI había declarado que jamás acudiría a la defensa del Anatema y que consideraba nulos todos sus acuerdos y a Borgoña enemiga de su país, aunque lo más grave del asunto era que la mayor parte de sus nobles y consejeros apoyaban la decisión del Rey. La facción contraria a la drástica decisión de Louis no logró despertar simpatías entre el ejército ni los dirigentes de mayor importancia, y las noticias de que el ejército Francés se dirigía hacia las fronteras del sur resultaron ser un duro golpe para la frágil situación interna del Rey Jean Paul.
Si el Rey confiaba en que la fuerza que pudiera despertar entre sus súbditos la figura del Papa Severo III cuando respondiera a sus acusaciones sería insuficiente como para que el país reaccionara en contra de la corona, o si confiaba en que podría enfrentarse a cualquier levantamiento con la fuerza del ejército y los apoyos que pudiera recibir de las naciones católicas vecinas, son cosas que nunca se sabrán. Lo cierto es que, pocos días después de que la noticia de la excomunión del Rey Jean Paul llegase a territorio borgoñón, varias regiones se alzaban en armas contra el Anatema. Tanto Aquitania, animada por agitadores y religiosos católicos, como la región de Milán, cuyos ciudadanos temían la anunciada llegada a sus tierras de los ejércitos pontificios, se revelaron ante su Rey repudiando las acusaciones al Pontificado y separándose del reino. No sólo eso, sino que Jean Paul conoció una semana después de la noticia de su excomunión que sus fieles generales Antoine y Sebastián se habían posicionado en su contra, acusándolo de traidor a la fe y a su patria por situar a Borgoña en el objetivo de ejércitos que hasta la fecha habían sido amigos del reino.
Jean Paul reaccionó con rapidez para enfrentarse a aquello que sí quedaba a su alcance: Milán. Al mando de sus ejércitos marchó sobre la región fronteriza y la tomó sin piedad, sometiéndola en poco tiempo. Pero la alegría duró poco en el campamento del Rey: doce días después, el 30 de Marzo, el Príncipe Pierre, quien se encontraba en la ciudad de Milano, se declaraba en rebeldía contra su Rey haciéndose con el mando de la guarnición.
A partir de ese momento, todo fueron malas nuevas para el Rey Jean Paul. El siete de Abril llegaron hasta su campamento en la región de Milán las noticias que hablaban de la toma de la región de Lyonnais por parte del General Sebastián. Aquel traidor estaba ahora en el corazón de la nación, lejos del alcance de Jean Paul quien debía enfrentarse al Príncipe Pierre y, posiblemente, también al General sublevado Antoine, a quien se sabía en la región buscando apoyos para su causa. En todo aquello pensaba el legítimo Rey de Borgoña cuando fue apresado en su cama del campamento por los hombres que hacían guardia a la puerta de la tienda de campaña Real: Antoine había convencido al Príncipe Pierre para que se uniera a él, y ambos consiguieron levantar los ánimos de un ejército Real que a aquellas horas ya estaba más que descontento a causa del devenir de los acontecimientos.
Para desgracia del Rey Jean Paul de Borgoña, el cinco de Junio del año del Señor de 1090, tras dos intentos frustrados gracias a la intervención de sus vigilantes una turba de soldados logra sacarlo a la fuerza de la jaula en la que ha sido confinado: el Rey es torturado y asesinado brutalmente a golpes, y sus restos irreconocibles son parcialmente consumidos por los perros antes de que los capitanes del ejército consigan rescatarlos.
Aquella noticia fue un duro golpe para el general Antoine y el Príncipe Pierre, quienes confiaban en poder usar al Rey apresado como moneda de cambio para evitar la embestida de los ejércitos del Reino Sacro de Italia, cuya avanzada había sido divisada ya por los vigías borgoñones. Sin margen de maniobra para reaccionar, los dos líderes borgoñones dispusieron en posiciones defensivas a su ejército en la esperanza de poder repeler el ataque y ganar tiempo.
LA BATALLA POR MILÁN
"Los hombres aullaban y gritaban a lomos de sus monturas mientras avanzaban al galope hasta la línea formada por las compañías de lanceros borgoñonas. Al frente de la marea de guerreros Italianos cabalgaba, henchido de una euforia ancestral y agitando en remolino su espada curva, el propio Rey Vlad.
Sus Hermanos de Cabalgada reían como él, con los ojos desencajados abriéndose cada vez más a la vista de las parcialmente ordenadas filas enemigas. Una vez más, la Muerte y su hermana gemela, la Batalla, les llamaban con sus seductoras promesas de gloria y conquista, y a ellas acudían con los brazos abiertos y sus caballos entre las piernas.
Aunque se sabía superior, el plan de Vlad no se limitaba a cargar sin sentido a su enemigo; agitando su espada hacia la derecha, cuatro mil guerreros se desprendieron del grupo como si la ola hubiera roto contra una roca, lanzándose contra el flanco izquierdo borgoñón. Un conjunto de dos mil jinetes a caballo apareció tras las lomas del flanco derecho y lanzó andanada tras andanada al enemigo mientras acompañaban la carga de choque italiana. En el izquierdo, parte de la caballería de élite de Vlad se separó y cargó en tres ordenadas ondas contra el costado derecho de las defensas borgoñonas.
En el centro enemigo, a lomos de un enorme caballo de guerra, Vlad vio a un hombre pesadamente armado y con mallas y amplio escudo de rodela. Tras él, un lacayo portaba la bandera de Borgoña. El Rey de Italia no necesitaba saber más: lanzando un grito de alegría, arrastró a más de seis mil jinetes tras de sí, directamente hacia la bandera de rayas azules diagonales sobre fondo de oro y el hombre que se alzaba ante ella".
El Rey Vlad I de Italia cayó sobre las defensas de la región como un huracán. Los borgoñones no habían luchado contra los ejércitos de Vlad en la década pasada, cuando en forma de horda se había enfrentado contra una coalición de naciones compuesta por Venecia, Hungría, el Papado y el Sacro Imperio Romano Germano: la aparición de casi 14.000 jinetes los sobrecogió por completo. En aquel ejército no había ni un sólo soldado de infantería, y casi todos los jinetes combatían a caballo con la naturalidad con que un gallo clama al sol del amanecer. Muchos de ellos tenían equipamiento pesado, pero quienes realmente mostraron una eficacia aterradora para los civilizados hombres borgoñones eran los jinetes que, sin apenas armaduras –pues muchos de ellos combatieron con el pecho descubierto–, cubiertos por marcas hechas con restos de ceniza y tizón disparaban flechas con asombrosa puntería y lanzaban unas cortas lanzas que parecían buscar los cuerpos enemigos con ansia devoradora.
Pero los borgoñones eran hombres orgullosos, y siempre habían combatido y vencido a enemigos superiores; no se rendirían con facilidad. Dos días de combate continuado después, las tropas borgoñonas, aun cuando habían sido claramente derrotadas, se replegaban a su campamento negándose a retirarse. Tras aquellos dos días las bajas ascendían a casi cinco mil borgoñones, entre muertos, heridos y huidos, además del General Antoine quien había sido gravemente herido en el costado derecho tras un encontronazo con el mismo Rey de Italia. Por parte de los italianos, dos mil hombres desaparecidos o muertos y la baja del mismo Rey Vlad, quien en la noche del segundo día de combates había sido llevado a su tienda sangrando de múltiples heridas. De forma increíble, Borgoña había conseguido ganar tiempo.
Mientras en los lejanos territorios del Languedoc los emisarios del Rey francés animaban a la población y sus dirigentes a la rebelión armada contra el reino de Borgoña, en Milán se preparaba lo que parecía ser la batalla definitiva. Tras ordenar a duras penas una corta línea defensiva con los heridos y supervivientes de los primeros combates, el malherido General Antoine y el Príncipe Pierre se prepararon para recibir el segundo ataque de los italianos. El Rey Vlad se encontraba demasiado débil como para marchar en primera línea de ataque, de modo que, a regañadientes, montó sobre su fiel caballo y dirigió a sus tropas desde retaguardia custodiado por una guardia de sus hermanos más fieles y veteranos. Sus órdenes habían sido claras: no quería combatir en una tercera ocasión, y no quería custodiar prisioneros pues nadie sabía cuánto podría durar la campaña.
En la mañana del tres de Agosto, los dos ejércitos chocaron de nuevo. La batalla apenas duró cuatro horas, transcurridas las cuales los campos de Milán quedaron cubiertos por los cuerpos y la sangre de todo el ejército borgoñón, de quien no quedó un alma en pie. Tanto Antoine como el Príncipe Pierre murieron en combate. Días después, tras realizarse el recuento de bajas, Vlad lloró amargamente al conocer la muerte definitiva de casi mil de sus hermanos de cabalgada. Unas pérdidas insignificantes, en cualquier caso, que permitían un tranquilo asedio a la ciudad amurallada de Milán en tanto los lentos ejércitos Pontificios llegaban a la región. El Cardenal Schellenberg aún tardaría casi un año en llegar, de modo que Vlad dispuso una guarnición alrededor de la ciudad en tanto permitió al resto de sus guerreros que campasen a sus anchas por el territorio de la región para tomar sus merecidos botines de guerra.
Las noticias de la guerra iniciada en Milán llegaron en Septiembre a la Capital, Lyons. El usurpador Rey Sebastián comenzó los preparativos de las defensas de la región de Lyonnais, a sabiendas de que, tal vez, las palabras no fueran suficiente arma para detener el ataque.
AÑOS DEL SEÑOR DE 1091 y 1092
FRANCIA ENTRA EN COMBATE
Los ejércitos franceses, a las órdenes del heredero al trono el Príncipe Louis, llegaron a la región borgoñona de Aquitania a principios de Abril del año del Señor de 1091. La región, independiente de Borgoña desde pocas semanas después de la Excomunión del Rey Jean Paul, cayó pronto en manos del invasor francés, quien acaba de ocupar todas las defensas y órganos de gobierno en Mayo. A sabiendas de que la gran lucha de Francia espera en Provence y la importante ciudad portuaria de Marsella, el Príncipe Louis deja una guarnición en la región y, tras aprovisionarse, ordenó la marcha hacia Provence, facilitada en extremo por la reciente incorporación a la corona francesa de las tierras del Languedoc.
Entre tanto, una larga linea de soldados y material de asedio que se pierde por el horizonte es avistada desde las murallas de Milano en la mañana del cinco de Agosto, tras ser despertada la ciudad entera por los alaridos de alegría acompañados del bramar de cuernos de toro y golpes de tambor llegados desde las filas Italianas. El ejército del Papa había llegado a la región ocupada de Milán.
Con el Cardenal Shellenberg al frente de un ejército compuesto por casi 16.000 almas, en su mayor parte tropas de infantería e ingenieros, las filas de soldados pontificios se distinguían extrañamente tanto de los soldados Italianos como de los Borgoñones por sus curiosos atuendos: soldados, caballos y auxiliares iban cubiertos hasta en sus armaduras por unos sobrevestes de telas, todas ellas del mismo corte y colores, como si fueran uniformados para hacer la guerra. Aunque los italianos ya habían visto a aquellos fantasmas vestidos de negro y con la cruz latina de color carmesí en el pecho, para los habitantes de la ciudad la aparición de los hombres del Papa resultó ser toda una sorpresa.
Las tropas de Schellenberg iniciaron de inmediato los largos preparativos para la toma de la ciudad. Durante meses, los seis mil ingenieros y varios miles de auxiliares montaron con paciente destreza innumerables máquinas de guerra y todo tipo de material de asalto, talando para ello bosques y vaciando pozos en varios kilómetros a la redonda alrededor de Milano. Pese a encontrarse aún débil a causa de las heridas sufridas un año atrás, el Rey Vlad no consintió que el Cardenal Schellenberg dirigiera el asalto a la ciudad, aun cuando lo mantuvo cerca de sí para poder aprovechar sus conocimientos en materia de Sitios. Jürgen, sabedor de que el Rey no deseaba mostrar debilidad ante sus hombres, consintió su subordinación sin una sola queja: lo único que importaba ahora era la toma de Milano y la rendición de Borgoña.
LA TOMA DE MILANO
(1092)El asedio real a la importante ciudad de Milano no comenzaría hasta el veinte de febrero del año del Señor de 1092, con el bombardeo de piedras sobre las murallas de la ciudad, y se mantuvo en aquel estado durante más de un mes. A partir de Marzo, los bombardeos se alternaron con intentos de asalto de creciente intensidad emprendidos por las tropas Pontificias, mientras el enorme ejército del Reino Sacro de Italia permanecía a la expectativa por si era necesaria su intervención.
A finales de Marzo, las tropas borgoñonas se retiraron hasta la fortaleza y los palacios del centro de la ciudad, y los hombres del Cardenal Schellenberg penetraron al fin en el círculo amurallado. El siete de Abril, apenas tres meses después de iniciarse el asedio, el último de los líderes militares borgoñones se rinde ante el Cardenal cediendo el control de la ciudad al representante del Papa. Por fortuna para los habitantes de Milano, la ciudad no sufrió el acostumbrado saqueo por parte del ejército victorioso.
El quince de Mayo del año del Señor de 1092, los ejércitos del Reino Sacro de Italia y del Pontificado Romano abandonaron Milano tras dejar defendida y asegurada la ciudad. Manteniendo el ritmo de avance de la infantería de Schellenberg se dirigieron con calma hacia Lyonnais, el corazón de Borgoña, a donde llegaron en Abril del año siguiente.
Entre tanto, el heredero al trono francés, el Príncipe Louis, dirigió en Junio del año del Señor de 1092 con gran éxito el ataque a la región costera de la Provence, que cayó en pocos días sin apenas presentar resistencia. Los ejércitos franceses se sitúan en las inmediaciones de Marsella, preparándose para el asedio, mientras contemplan satisfechos la enorme flota Veneciana que bloquea por completo el puerto de la ciudad. Nadie podrá aprovisionar Marsella en tanto dure el ataque.
El asedio comienza en Agosto del mismo año, y pronto se hacen evidentes dos cosas: que la ciudad no se rendirá fácilmente, y que tal vez los ejércitos franceses no sean lo suficientemente grandes como para completar el tipo de asedio tranquilo que pretende llevar a cabo el Príncipe Louis.
En el invierno del año del Señor de 1092 el Rey Sebastián de Borgoña comienza a creer que habrá de rendir su país o luchar hasta la destrucción.
AÑO DEL SEÑOR DE 1093
LA TRAGEDIA DE MARSELLA
"Los hombres vagan por el campamento con la mirada perdida. Están agotados, lo sé. Lo sé, porque yo también lo estoy.
Veo a la luz de la luna cómo dos camillas transportan el cuerpo mutilado de otro de mis capitanes; las salidas nocturnas de los perros borgoñones son cada vez más numerosas, cada vez más destructivas. Tengo un ejército a mis órdenes, el más orgulloso y capaz del mundo, y soy incapaz de mantener el cerco sobre esta apestosa ciudad que hiede a pescado y mar.
Y no puedo atacar.
Entro dentro de la tienda, aturdido por el calor. Hace apenas dos días que ha llegado ese Cardenal polaco. Esteban, creo que se llama. Esteban no sé qué. Ah, sí... Vladkov. Oh, Dios... estoy agotado. Estoy tan agotado...
El Cardenal ha llegado con un pequeño ejército de mercenarios; casi tres mil soldados de infantería pesada, otros ochocientos jinetes bien equipados y más de mil ingenieros. Parece ser que se los ha quitado al Hâjib Cordobés. El muy hijo de cien furcias polacas, ¿cómo lo habrá hecho...? De todos modos, aunque el polaco se ha puesto incondicionalmente a mis órdenes seguimos siendo demasiado pocos como para iniciar un asedio en condiciones.
Llevo meses esperando a que mueran de hambre, pero no sé cómo siguen consiguiendo comida. Se ríen desde las murallas; el otro día nos tiraron aquellas frutas... Llevo meses esperando a que mueran de sed, pero aunque he logrado desviar a duras penas el curso del río para que no entre en la ciudad, los muy perros tienen agua de sobra que les llega a través de esos afluentes subterráneos que hasta ahora utilizaban para evacuar porquería. Soy un guerrero, joder. Quiero una batalla.
¿Cómo hacerlo?
¿Cómo?
–Mi Señor...–ahí está otra vez Jacques. El hombre más fúnebre que conozco. Una nueva mala noticia, supongo–. Los representantes Venecianos aseguran que nada ni nadie ha traspasado su bloqueo desde hace casi dos años. La comida...
–No me lo digas, General. Nos la roban a nosotros.
–Sí. Me temo que sí...
Enfurezco. Lo siento. Noto cómo las uñas de los dedos se clavan en la carne de mis palmas, cómo los tendones se tensan y amenazan quebrarse. Soy el hijo de Louis VI, maldita sea mi vida. Soy el heredero al trono. Veo cómo entra el Cardenal; ese hijo de puta no se quita la sotana ni para cagar. Si no fuera por sus mercenarios lo mandaría a Polonia de una patada. Malditos borgoñones... Malditos todos ellos.
–Mi Señor –dice de nuevo Jacques–, aguardo vuestras órde...
–Envenenad el agua de los ríos subterráneos –es mi voz. Me asusta.
–¿Cómo decís? –El Cardenal se ha puesto de pie de un salto. Habla francés mejor que yo–. Mi Príncipe, no podéis ordenar que...
–Aquí mando yo, joder. He dicho que envenenéis la puta agua de los putos ríos subterráneos. ¿No había mandado mi padre, el Rey, a unos jodidos agitadores especializados hasta Provence?
–Sí, mi Señor. –Vaya. A Jacques le brillan los ojos. Y acaba de sonreír, no me lo puedo creer...–. A sus órdenes, Alteza. Así se hará.
Los hombres salen de mi tienda. Oigo voces y gritos.
Estoy cansado, pero creo que esta noche voy a dormir.
Al fin me siento bien."En Abril del año del Señor de 1093, las tropas conjuntas del Rey Vlad de Italia y el Cardenal Jürgen Schellenberg llegaron al fin hasta Lyonnais. Los ejércitos borgoñones aguardaban a pocos kilómetros de la capital en perfecto orden defensivo, pero en conjunto apenas sumaban algo más de 5000 hombres, frente a los más de 25.000 del ejército enemigo, que además estaba mejor pertrechado y compensado en sus diferentes armas.
Pese a las terribles heridas que le habían hecho perder un brazo, el Rey Vlad dirigió la breve batalla de Lyonnais personalmente. Apenas medio día después de iniciado el combate el ejército borgoñón era exterminado casi por completo, aunque el Rey Sebastián logró huir hacia la Capital Lyons junto a unos pocos cientos de soldados en retirada. Tres meses después, el diecisiete de Julio, la línea defensiva de fortalezas, torres defensivas y fuertes desplegados por toda la región cayeron tras los asedios continuados realizados por la gigantesca maquinaria de asalto del ejército Pontificio. La región de Lyonnais, una vez desarticuladas sus defensas, fue tomada por los ejércitos invasores; mientras los hombres del Reino de Italia saqueaban la región tomando lo que consideraban que les pertenecía por derecho de conquista, las fuerzas Pontificias comenzaban a desplegar su maquinaria de asedio alrededor del último de los objetivos: la capital, Lyons. Schellenberg sabía que si Lyons caía, al Rey borgoñón sólo le quedaría la rendición si quería salvar su nación de la desaparición y la destrucción absoluta.
Al mismo tiempo, una tragedia se desencadenaba a muchos kilómetros de allí, en la portuaria ciudad de Marsella asediada por los ejércitos franceses auxiliados por una compañía mercenaria. Tras comprobar que el asedio se prolongaba mucho más de lo tolerable y que los recursos marselleses parecían no agotarse con el correr de los meses, el Príncipe Louis ordenó que se envenenase el agua que llegaba a la ciudad a través de corrientes subterráneas.
El primer día en que el veneno surtió efecto murieron cuarenta personas, sobre todo niños, ancianos y enfermos. Durante toda aquella semana, las muertes ascendieron a más de doscientas, entre civiles y soldados. El 23 de Julio del año del Señor de 1093, las angustiadas fuerzas defensivas de Marsella abrían sus puertas al ejército invasor cediendo al fin el control de la ciudad; los cientos de muertos, unidos al terrible calor de Julio de aquellos días, hacían irrespirable el aire. Los cadáveres fueron amontonados en la plaza mayor y quemados junto a los cuerpos vivos de gran parte de los últimos soldados defensores.
AÑO DEL SEÑOR DE 1094
¿EL FINAL DE UNA GUERRA?
Las tropas del Sacro Reino de Italia se unieron al asedio de Lyons a lo largo de los últimos meses del año del Señor de 1093, y poco después de iniciado el año llegaron a la región los mercenarios del Cardenal Vladkov. Entre tanto, y durante un largo medio año, los hombres de Schellenberg habían planteado un asedio muy diferente al de Milano, dándose prioridad al desgaste moral antes que a la ofensiva bélica. Con un círculo perfectamente cerrado, las provisiones agotadas y ante la evidencia de que seguir resistiendo tan sólo acarrearía el mal definitivo para la ciudad y sus habitantes, el Rey Sebastián rindió incondicionalmente la ciudad el ocho de Mayo del año del Señor de 1094. Los funcionarios del estado borgoñón y los líderes civiles y militares fueron hechos prisioneros por el Ejército Pontificio.
El Cardenal Schellenberg permitió que el Rey Sebastián marchara junto a su familia hasta la región de Burgundy, donde el reino de Borgoña aún conservaba unas pocas unidades de milicia: la guerra con Borgoña había acabado, y las posesiones de la Iglesia amenazadas por Jean Paul estaban a salvo y en manos de los católicos, así que el Cardenal dejó que el nuevo Rey se retirase con dignidad emplazándolo a cerrar la paz definitiva en los próximos meses para evitar nuevas acciones de guerra.
Tras la caída de Lyons los ejércitos del Reino Sacro de Italia se replegaron de regreso a casa, y el Cardenal Schellenberg decretó el establecimiento de un protectorado Católico temporal en las regiones de Lyonnais y Milán, así como en las ciudades de Milano y Lyons. En tanto no se firmara la paz definitiva y se decidiera el destino de los territorios recién conquistados, la Iglesia Católica velaría por que ninguna nación tratara de apropiarse de aquellas regiones azotadas por la guerra (ver NF del Papado).
A finales del año del Señor de 1094, las regiones de Aquitania, el Languedoc y la Provence –así como la ciudad de Marsella– habían sido tomadas y ocupadas por los ejércitos franceses, mientras que las regiones de Milán y Lyonnais, y las ciudades de Milano y Lyons, se encontraban bajo la vigilancia de los ejércitos Pontificios. El nuevo Rey Sebastián de Borgoña gobernaba sin recursos y con apenas soldados un territorio compuesto por las regiones de Orleans y Burgundy, más la ciudad de Vermon. Se avecinaban tiempos difíciles para el antaño orgulloso reino de Borgoña, quien en tanto su Rey no firmara la capitulación seguía técnicamente en guerra con Francia, el Pontificado Católico Romano y el Sacro Reino de Italia.